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martes, 20 de noviembre de 2012

¿FALSIFICACION LEGENDARIA DEL 25 DE DICIEMBRE?

  
CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE 
(3)

  En Jesús, que es Maestro de verdad, todo debe ser verdad: la enseñanza y la Historia. Pero en la Historia el punto más importante es el nacimiento. Es incomprensible, por consiguiente, el error cristiano de esta fecha. La Navidad de hecho se fijó en el 25 de diciembre arbitrariamente, sólo para sustituir una fiesta pagana que caía en ese día. (P. L.—Nápoles.) 

     Escandalizadísimos lectores: antes de aplacaros, dejad que eche yo leña al fuego.
     P. L. habla del error en el día. Pero más importante que el día es el año del nacimiento. Probablemente creéis que, hallándonos ahora en 1961, Jesucristo nació hace mil novecientos sesenta y uno. Eso no es verdad, Jesús nació casi seis años antes del cómputo corriente, y, por tanto, estamos, en realidad, en el año 1968.
     Veamos cómo surgió el error. En los primeros siglos del cristianismo, los años eclesiásticos se computaban por la era del emperador Diocleciano —que se llamaba también, por las grandes persecuciones contra los cristianos, la era de los mártires— hasta que el piadoso y docto Dionisio el Exiguo (que floreció a comienzos del siglo IV) tuvo la feliz idea de colocar en el centro de los tiempos el hecho culminante de la historia humana, que es el nacimiento del Redentor «cumplido que fue el tiempo», como brillantemente dice San Pablo (Gálatas, IV, 4)—, y contar las fechas desde aquel día. Pero, desgraciadamente, no disponiendo de los cómodos medios de investigación histórica que hoy tenemos, hizo correspondiese el nacimiento del Señor con el año 754 de la fundación de Roma, esto es, con un retraso de cerca de seis años respecto al año verdadero. Sin entrar en pormenores, baste decir que en el año indicado por Dionisio habia muerto ya Herodes hacía tiempo; mientras tanto, San Mateo como San Lucas declaran que Jesús nació «en tiempo de Herodes». Pero ¿quién es el valiente que cambie todas las fechas? Tanto más cuanto que la corrección de seis años más que se hiciese no es segura, sino sólo aproximada.
     Antes de decir sobre todo esto la palabra que me apremia, calmar vuestro escándalo y transformarlo incluso en edificación, debo ahora tocar el error que el señor P. L. lamenta: el del día.
     Las cosas aquí son diferentes. Que la fecha del 25 de diciembre sea segurísima, no se puede afirmar; pero tampoco que sea, ciertamente, arbitraria. Se basa —como ya en su tiempo observaba San Agustín— en una antigua tradición de la Iglesia de Roma, que en el siglo IV acabó por ser aceptada aun en Oriente (donde antes se celebraba sólo la Epifanía), y llegó a ser universal.
     Es verdad, sin embargo, que esa fecha coincide con la fiesta del dios del sol, Mitra como se desprende del llamado Cronógrafo del 354, que trae un calendario oficial pagano-cristiano de la época—, cuyo culto era especialmente enemigo del culto cristiano. Así que la hipótesis de que este día se hubiese escogido para neutralizar aquel culto pagano no carece de algún fundamento. A menos de que se trate de una coincidencia providencial; esto es, que naciese precisamente en aquel día el divino Sol de verdad que había de desterrar el sol pagano del error.
     Tratando de hechos, debo añadir que, aun en la hipótesis de la incertidumbre histórica del 25 de diciembre, la Natividad habría tenido que ser de todos modos en invierno, y, por tanto, no muy distante de aquella fecha, porque coincidió con el censo que los romanos es de presumir mandasen hacer en esa estación, en la que el pueblo no estaba ocupado en las labores del campo y podía con más facilidad trasladarse a los lugares de origen.
   Esto para precisar los hechos. Y ahora: ¿Escándalo? ¿Falsificación? ¿Leyenda? Ciertamente, supuesta la falta de seguridad histórica del año y del día precisos, os confieso por mi parte, amigos lectores, que con su silencio no han hecho buen papel los venerados evangelistas. Pero entended en qué sentido: como cronistas modernos. ¡Ah, si en lugar de ellos hubiese, estado allí un historiador moderno o el cronista del Mensajero...! Sí, habría consignado mes y dia; ahora bien, hubiese encajado el minuto.
     Pero los excuso, y vosotros también debéis excusarlos. No estaban preparados para hacer de cronistas. Eran más peritos en pescar —como el gran San Juan, por ejemplo (véase San Mateo, IV, 22)— que en narrar. Uno era recaudador de contribuciones; otro, médico, lo que no quiere decir que fuese escritor, ni mucho menos historiador con la minuciosa mentalidad crítica moderna. Pero a diferencia del cronista del diario, escribieron sólo la verdad, que es lo que importa. Los inspiró el Espíritu Santo: para ser predicadores infalibles del Evangelio de Cristo, no técnicos modernos de crónicas históricas o peritos coleccionistas de fichas de anagramas.
     Pocos elementos —según la mentalidad histórica de entonces— que encuadran esencialmente en el tiempo nos han ofrecido: Jesús. Y luego la verdad de su mensaje.
     No se preocuparon de apuntalar los hechos o de halagar la curiosidad con la crónica, sino de vivir los hechos en su contenido humano-divino. Lo contrario de hoy, que se mira tanto a los puntales y poco al contenido.
     Y la cristiandad primera, en los comentarios y en la transmisión del Evangelio, siguió el mismo criterio. Lo importante fue luego concretar una fecha para gloria y memoria del supremo acontecimiento, que en rigor podía también ser distinta de la real y aun haberse elegido en antagonismo a la fiesta pagana contraria. Sugestiva contraprueba de la espontánea veracidad del Evangelio.

BIBLIOGRAFIA

G. Lebreton: La vida y doctrina de Jesucristo Nuestro Señor. Versión española por el P. Feliciano Cereceda, 4.a edición, Ediciones FAX, Madrid, 1959; 
U. Holzmeister: Chronologia vitae Christi, Roma, 1934; 
U. Holzmeister: Cronologia Bíblica. Anno della nascita di G. C., EC., IV, págs. 1.014-15; 
G. Low: Natale-La data, EC., VIII, pág. 1668; 
G. Ricciotti: Vida de Jesucristo. Versión española por don Ramón Roquer Vilarrasa, 7.a edición, Luis Miracle, Barcelona, 1960.

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