Sobre el Santo rosario
y la
consagración del nuevo templo de la Virgen del
Rosario, en Lourdes, Francia
Venerables
Hermanos: Salud y bendición apostólica
I.
El éxito de la labor papal en favor
del rezo del Santo Rosario
Los
inmortales beneficios que Jesucristo Redentor ha obtenido para el genero
humano están profundamente grabados en todas nuestras mentes, y en la Iglesia
no sólo se recuerdan con imperecedera conmemoración sino que su meditación
diaria asocia al influjo que ejerce, cierta obligación de amor para con la
Santísima Virgen, Madre de Dios.
Cuando
dirigimos la mirada al lapso largo que dura Nuestro sumo Sacerdocio y tornamos
Nuestra atención a lo actuado, nos invade un sentimiento grato y gozoso de
consolación, al evocar aquellas cosas que Nos, siendo Dios autor de las buenas
ideas y colaborador en su ejecución, hemos emprendido personalmente o hemos
procurado que los católicos emprendiesen y promoviesen para mayor honra de la
Virgen María.
Mas
nos causa un singular gozo el que en Nuestras exhortaciones y disposiciones
hayamos puesto más al alcance de las inteligencias la santa práctica del
Rosario mariano; la hayamos introducido en las costumbres piadosas del pueblo
cristiano; multiplicado las cofradías del Rosario; hecho florecer cada día
más el número y la piedad de los socios; estimulando la composición y amplia
divulgación de muchos monumentos literarios por plumas eruditas; y finalmente,
mandado dedicar el mes del Octubre al Rosario y celebrar su culto en toda la
tierra con grande e inusitado esplendor.
II.
El recuerdo de la labor de
Santo Domingo en el sur de Francia
En
el presente año, empero, del que surge el siglo veinte, Nos casi creyéramos
faltar a Nuestro deber si dejáramos pasar la ocasión propicia, que, sin
proponérselo Nos han ofrecido, el venerable hermano obispo de Tarbes, el clero
y el pueblo de Lourdes, los cuales en el templo augusto, consagrado a Dios en
honor de la santísima Virgen del Rosario, han construido quince altares, que se
han de dedicar a otros tantos misterios del Rosario.
Nos
aprovechamos esta oportunidad con tanto mayor gozo cuanto que se trata de
aquellas regiones de Francia que son iluminadas con tantas y tan grandes
mercedes de la santísima Virgen como antiguamente fueron ennoblecidas por la
presencia del Padre legislador, Santo Domingo; y en las cuales se halla el
origen del santo Rosario. Pues, ningún cristiano ignora que el Padre, Santo
Domingo, pasando de España a Francia, se opuso victoriosamente a la herejía
albigense, que, cual perniciosa peste, invadía en aquel tiempo casi todo el
Languedoc, en las proximidades de los montes Pirineos; y exponiendo y predicando
los admirables y sagrados misterios de los distintos beneficios encendió la luz
de la verdad en los mismos parajes que yacían envueltos en las tinieblas de los
errores.
III.
Los frutos del rezo y las razones
del nombre "Rosario"
Pues,
esos mismos efectos producen en cada uno de nosotros, especialmente las series
de misterios que en el Rosario admiramos; conviene a saber, que con la frecuente
meditación o recuerdo, el alma cristiana poco a poco e insensiblemente embeba
la vitalidad en ellos contenida y se impregne de ella; que poco a poco e
insensiblemente se sienta conducido a disponer sin pretensiones su vida en
activa quietud, a soportar las adversidades con ecuanimidad y fortaleza de
espíritu, a dar aliento a la esperanza de los bienes inmortales que nos están
reservados en una patria mejor, y finalmente, a fortalecer y aumentar la fe, sin
la cual buscamos en vano el remedio y el alivio de los males que nos agobian, o
la conjuración de los peligros que nos amenazan.
Ahora
bien: con razón han sido llamadas "Rosario" las oraciones marianas
que, bajo la Inspiración y ayuda de Dios, Santo Domingo fue el primero en idear
mezclándolas, en determinado orden, con los misterios de la Redención;
pues, cuantas veces saludamos a María como "llena de gracia",
según la alabanza angélica, tantas veces ofrecemos, mediante la alabanza
repetida, a la Virgen una especie de rosas que despiden un perfume de gratísima
dulzura; tantas veces se presentan en nuestra mente la excelsa dignidad de
María y la gracia que Dios le concedió por el fruto bendito de su seno (I);
tantas veces recordemos otros méritos singulares, por los cuales con su Hijo
divino María fue hecha participante en la redención humana. ¡Cuán suave,
pues, y cuán grata es a la Santísima Virgen la salutación angélica, porque,
precisamente, al saludarla Gabriel con ella, sintió que había concebido del
Espíritu Santo al Verbo de Dios!
IV.
La consagración de los 15 altares en Lourdes,
es
una luz en las actuales tinieblas
Mas
también en nuestros días, la antigua herejía, con el nombre cambiado y por
obra de otras sectas, revive sorprendentemente en nuevas formas y seducciones de
errores e impías mentiras, se vuelve a introducir en dichas regiones y corrompe
y contamina extensamente con su contagio a los pueblos cristianos, a los cuales
arrastra miserablemente a la perdición y condenación. Pues, Nos vemos, y en
gran manera deploramos, la cruelísima tempestad, desatada ahora, especialmente
en Francia contra las Familias religiosas en extremo beneméritas de la Iglesia
y de los pueblos por las obras de piedad y de beneficencia que hacen.
Mas
mientras Nos dolemos de estos males y Nos causa amarga pena la grave situación
de la Iglesia, providencialmente sucede que se presenta a Nuestro espíritu una
clara señal de salvación. Pues, tenemos por auspicio seguro y feliz - que la
augusta Reina del cielo se digne confirmar-, el que en el próximo mes de
octubre, como hemos dicho, se hayan de consagrar, en el templo de Lourdes,
tantos altares cuantos son los misterios del santísimo Rosario.
V.
La ayuda e intercesión de la Santísima Virgen
Y
ciertamente no hay cosa que tenga tanta fuerza para conciliarnos y merecernos la
benevolencia de María como el culto que, en la mejor forma posible, tributamos
a los misterios de nuestra redención, a los cuales Ella no asistió meramente
sino en que intervino, y como también la sucesión ordenada de los hechos que
ponemos delante de los ojos, desenvolviéndolos para la meditación y devoción.
Por
eso, Nos no dudamos que la misma Virgen, Madre de Dios y Piadosísima Madre
nuestra, querrá atender benignamente a los deseos y súplicas que elevarán
debidamente las innumerables muchedumbres de cristianos que en peregrinación
afluirán ahí, y Ella unirá y confundirá sus ruegos con los de ellos, a fin
de que, asociadas en alguna manera las plegarias, violenten el corazón de Dios,
rico en misericordia, moviéndolo a escucharlos.
De
este modo, la poderosísima Virgen y Madre, que un día cooperó con su
caridad para que los fieles naciesen en la Iglesia (II)
sea también ahora medianera e intercesora de nuestra salvación: quebrante y
corte las múltiples cabezas de la hidra impía que hace vastos estragos
por toda Europa; devuelva la paz a los espíritus angustiados y apresure, por
fin, la vuelta a la vida privada y pública a Jesucristo, quien puede salvar
para siempre a los que, por su medio, se aproximan a Dios (III).
VI.
Hace extensiva la epístola a todo el mundo cristiano
Entre
tanto, Nos, dando públicas pruebas de Nuestra benevolencia a Nuestro venerable
hermano, el obispo de Tarbes, al clero y pueblo de Lourdes, amados hijos
Nuestros, hemos querido, con ésta Nuestra Epístola apostólica, secundar todos
y cada uno de sus deseos que poco ha nos manifestaron, y hemos mandado remitir
un ejemplar auténtico de la misma a todos Nuestros hermanos en el apostolado,
patriarcas, arzobispos, obispos y demás sagrados prelados esparcidos por el
orbe católico, a fin de que también ellos sientan el mismo gozo y la misma
alegría que embargan Nuestro corazón.
VII.
Privilegios para la consagración
del santuario de Lourdes
Por
lo cual, con el deseo de que todo redunde en bien, felicidad, prosperidad y
mayor gloria de Dios, no menos que en provecho de la universal Iglesia,
concedemos, con Nuestra autoridad apostólica y por ésta Nuestra epístola, que
Nuestro hijo Benito María Langénieux, cardenal de la Santa Romana Iglesia,
pueda consagrar lícitamente, en Nuestro nombre y autoridad, el nuevo templo
erigido en el pueblo de Lourdes, y consagrado a Dios en honor de la Santísima
Virgen María del santísimo Rosario; que el mismo querido hijo Nuestro use
libremente el palio, en la misa solemne, como si estuviese en su propia
arquidiócesis; y que después de la misa solemne, pueda bendecir a los
presentes, asimismo en Nuestro nombre y autoridad, con las acostumbradas
indulgencias. Así lo concedemos sin que nada obste en contrario.
Dado
en Roma, junto a San Pedro, el 8 de Septiembre de 1901, año vigésimo cuarto
de Nuestro Pontificado. LEÓN, PAPA
XIII
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