POR EL Pbro. Dr. JOAQUIN SAENZ Y ARRIAGA
LA APOSTASIA DEL JESUITA
JOSE PORFIRIO MIRANDA Y DE LA PARRA
México 1971
(pag. 31-49)
LA IGLESIA PRECONCILIAR, SEGUN JOSE PORFIRIO, ESCLAVIZADORA DEL HOMBRE.Aceptando como válidas las premisas asentadas por Miranda y de la Parra, la conclusión, que él saca y que es una franca condenación de la Iglesia Católica del pre-concilio, parece perfectamente lógica y justa: "El capitalismo criticado por Marx (y que el jesuíta cautelosamente identificada con la doctrina de la Iglesia anterior al Vaticano II) constituye sólo el último (esperamos) eslabón de una larga cadena de opresiones, el más perfecto, el mejor estructurado".
Con visión comprensiva y extensiva, el jesuíta, siguiendo fielmente las enseñanzas de Marx, ve esa evolución histórica de la humanidad, en la que el factor económico es determinante y decisivo; contempla la constante injusticia, que, por la opresión, o el despojo, esclaviza a la humanidad. El capitalismo liberal, que Miranda y Marx identifican con la propiedad privada, ha sido el último eslabón, la última tesis de la dialéctica marxista, que ha provocado, al fin, la reacción, la antítesis salvadora del comunismo libertador.
Nada más que el comunismo o el socialismo, promulgado por Marx y por su fiel discípulo, el jesuita de vanguardia, resulta no un eslabón, sino una monstruosa, antihumana, esclavizante y diabólica cadena, cuyos eslabones son los campos de concentración, las guerrillas, los actos terroristas, las purgas de verdaderos genocidios, el despojo absoluto, el paredón, los secuestros, los suplicios inauditos, los dantescos y apocalípticos horrores, en los que irreversiblemente caen los pueblos, que no supieron o no pudieron detener el avance arrollador de los falsos redentores, que, prometiendo felicidad, dieron desgracia; prometiendo igualdad, impusieron esclavitud; prometiendo abundancia, dieron hambre y miseria, y trabajos forzados, y represión sangrienta.
La Iglesia nunca aceptó el capitalismo liberal o el liberalismo económico, egoísta, despiadado, explotador; pero tampoco acepta, ni puede aceptar la conculcación brutal de la justicia conmutativa, con el pretexto fascinante de la justicia social. El error intolerable de Miranda y de la Parra, como de todos los actuales promotores de la así llamada justicia social, está en confundir el capitalismo, el imperialismo con el legítimo derecho de propiedad; el abuso con el legítimo derecho. Al defender el derecho de propiedad no es la injusticia la que erigimos "en universal inocuo, en quasi natura", en derecho inherente de la naturaleza humana, como dice José Porfirio; es el legítimo derecho, que tiene el hombre, todo hombre, para adquirir, por los debidos caminos, la propiedad privada, para poder proveer a sus necesidades presentes y futuras, personales y familiares.
El enorme sofisma de este insigne apóstol de la justicia social está en confundir la negación del derecho de propiedad con las limitaciones, naturales y legales, que emanan de la función social de la propiedad. Ni los Papas postconciliares han negado, ni pueden negar un derecho fundado en la misma naturaleza, en la ley eterna de Dios.
Para José Porfirio nada prueban los argumentos, que él sencillamente condena como "reaccionarios", según la filosofía y la terminología del partido, con los que la sana filosofía demuestra la legitimidad, la conveniencia y la necesidad del derecho de propiedad privada, sin el cual, la libertad, el progreso y la misma justicia no pueden existir. Insistiendo en su equívoco, haciendo el derecho de propiedad privada una equivalencia del capitalismo liberal y del imperialismo, según los postulados marxistas, Miranda y de la Parra nos quiere decir que el capitalismo y el imperialismo, inevitables secuelas del derecho de propiedad privada, fueron proclamados, enseñados y defendidos por la Iglesia preconciliar y que esta postura de la Iglesia "trae en su seno toda la maldad milenaria de la humanidad explotadora... injusticia que se agolpa de generación en generación y obtiene, por fin, su institucionalización más redonda y sistemática".
He aquí la dialéctica del materialismo histórico, que fatalmente nos lleva a admitir, justificar y llevar a la práctica los tenebrosos programas del comunismo internacional, para "luchar porque el derrocamiento del capitalismo (quiere decir de la propiedad privada) sea el de rrocamiento de toda injusticia".
De "toda injusticia", dice Miranda y de la Parra; pero debemos explicar muy claramente que ese "derrocamiento de toda injusticia" no incluye la injusticia de las injusticias, que es la esencia del marxismo, de su doctrina y del partido comunista; la que, afirmando la justicia social —entidad platónica, que sólo existe en la demagogia— niega toda justicia a los miembros de la sociedad, incluyendo los miembros subalternos del partido, exceptuando, claro está, tan sólo aquellos que han logrado escalar y conservar los puestos de comando, desde donde imponen, sin humanismo alguno, la odiosa tiranía del totalitarismo.
El comunismo dejaría de existir, cuando hiciese realidad sus falsas promesas, cuando los jefes del partido se dejasen impresionar, no digo ya por tina autoridad trascendente, sino por un mínimo sentimiento de humanitarismo. Que cesen los paredones y las purgas sangrientas; que se toleren los movimientos liberatorios, como lo vimos en Hungría y Checoeslovaquia y en Cuba; que se conceda libertad verdadera a los ciudadanos esclavizados, y el comunismo habrá terminado, la aparente igualdad de los esclavos volverá a desaparecr, porque "es conforme al orden establecido por Dios que en la sociedad humana haya gobernantes y gobernados, patronos y proletarios, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos". (San Pío X).
Pero, contra todas esas reacciones está siempre alerta la "mafia" satánica, que invisiblemente dirige el partido. La maldad milenaria del capitalismo y del imperialismo, que tanto impresionan y conmueven al jesuíta lagunero y a todos sus "camaradas" de la "nueva ola", está, sin duda alguna, superada e irreversiblemente instalada —hablo mirando las cosas humanamente— en las formas más esclavizantes del comunismo internacional, en los pueblos que han sucumbido bajo sus garras opresoras.
Entramos a otro punto del pensamiento jesuítico de vanguardia. "Sería, dice José Porfirio Miranda y de la Parra, adialéctico imaginar el capitalismo como una especie de hongo, brotado por generación expontánea, sin raíces en la historia anterior". Esta es la dialéctica del materialismo histórico.
NO HAY QUE CONFUNDIR LA PROPIEDAD PRIVADA CON EL LIBERALISMO ECONOMICO.
La Iglesia nunca aceptó el capitalismo liberal o el liberalismo económico, egoísta, despiadado, explotador; pero tampoco acepta, ni puede aceptar la conculcación brutal de la justicia conmutativa, con el pretexto fascinante de la justicia social. El error intolerable de Miranda y de la Parra, como de todos los actuales promotores de la así llamada justicia social, está en confundir el capitalismo, el imperialismo con el legítimo derecho de propiedad; el abuso con el legítimo derecho. Al defender el derecho de propiedad no es la injusticia la que erigimos "en universal inocuo, en quasi natura", en derecho inherente de la naturaleza humana, como dice José Porfirio; es el legítimo derecho, que tiene el hombre, todo hombre, para adquirir, por los debidos caminos, la propiedad privada, para poder proveer a sus necesidades presentes y futuras, personales y familiares.
El enorme sofisma de este insigne apóstol de la justicia social está en confundir la negación del derecho de propiedad con las limitaciones, naturales y legales, que emanan de la función social de la propiedad. Ni los Papas postconciliares han negado, ni pueden negar un derecho fundado en la misma naturaleza, en la ley eterna de Dios.
Para José Porfirio nada prueban los argumentos, que él sencillamente condena como "reaccionarios", según la filosofía y la terminología del partido, con los que la sana filosofía demuestra la legitimidad, la conveniencia y la necesidad del derecho de propiedad privada, sin el cual, la libertad, el progreso y la misma justicia no pueden existir. Insistiendo en su equívoco, haciendo el derecho de propiedad privada una equivalencia del capitalismo liberal y del imperialismo, según los postulados marxistas, Miranda y de la Parra nos quiere decir que el capitalismo y el imperialismo, inevitables secuelas del derecho de propiedad privada, fueron proclamados, enseñados y defendidos por la Iglesia preconciliar y que esta postura de la Iglesia "trae en su seno toda la maldad milenaria de la humanidad explotadora... injusticia que se agolpa de generación en generación y obtiene, por fin, su institucionalización más redonda y sistemática".
He aquí la dialéctica del materialismo histórico, que fatalmente nos lleva a admitir, justificar y llevar a la práctica los tenebrosos programas del comunismo internacional, para "luchar porque el derrocamiento del capitalismo (quiere decir de la propiedad privada) sea el de rrocamiento de toda injusticia".
JUSTICIA COMUNISTA, LA MAXIMA INJUSTICIA.
El comunismo dejaría de existir, cuando hiciese realidad sus falsas promesas, cuando los jefes del partido se dejasen impresionar, no digo ya por tina autoridad trascendente, sino por un mínimo sentimiento de humanitarismo. Que cesen los paredones y las purgas sangrientas; que se toleren los movimientos liberatorios, como lo vimos en Hungría y Checoeslovaquia y en Cuba; que se conceda libertad verdadera a los ciudadanos esclavizados, y el comunismo habrá terminado, la aparente igualdad de los esclavos volverá a desaparecr, porque "es conforme al orden establecido por Dios que en la sociedad humana haya gobernantes y gobernados, patronos y proletarios, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos". (San Pío X).
Pero, contra todas esas reacciones está siempre alerta la "mafia" satánica, que invisiblemente dirige el partido. La maldad milenaria del capitalismo y del imperialismo, que tanto impresionan y conmueven al jesuíta lagunero y a todos sus "camaradas" de la "nueva ola", está, sin duda alguna, superada e irreversiblemente instalada —hablo mirando las cosas humanamente— en las formas más esclavizantes del comunismo internacional, en los pueblos que han sucumbido bajo sus garras opresoras.
LAS RAICES DEL CAPITALISMO Y DEL MARXISMO.
Entramos a otro punto del pensamiento jesuítico de vanguardia. "Sería, dice José Porfirio Miranda y de la Parra, adialéctico imaginar el capitalismo como una especie de hongo, brotado por generación expontánea, sin raíces en la historia anterior". Esta es la dialéctica del materialismo histórico.
A pari, hermano, sería no sólo adialéctico, sino infantil, pensar que el marxismo y toda la actividad comunista y revolucionaria han brotado expontáneamente, por arte de magia o por el influjo y prédicas redentoras de Karl Marx, como una lógica e inevitable reacción, como una antítesis necesaria, contra esa maldad milenaria denunciada por tí. Como sería también muy peligroso el no discernir, como tú dices, "la pieza generadora" de toda esa subversión espantosa, que amenaza destruir, en poco tiempo, las esencias mismas de todo lo que somos, de todo lo que queremos, de todo lo que amamos, de todo lo que creemos.
Porque, para no diluir —como tú lo haces —todo nuestro raciocinio en el océano inmenso de la historia de la humanidad, para concretar nuestros juicios a lo que estamos palpando en los países de América Latina, debo empezar por hacerte una formal denuncia, que, sin duda, habrá de provocar, en tí y en otros, violentas reacciones.
Yo afirmo, pues, en primer lugar, que la subversión de tendencias francamente comunistas, que amenaza extenderse, como un incendio por un cañaveral, por todas las naciones de Centro, Sud América, y también México, no ha brotado expontáneamente, como una lógica e inevitable reacción contra el capitalismo de las oligarquías, contra el subdesarrollado escandaloso y artificialmente conservado de las mayorías, contra la existencia de un "tercer mundo", que despierta inesperadamente de un sueño secular, que toma conciencia de sus derechos conculcados y, destruyendo el pasado, recibe, al fin, en sus torpes manos, la complicada maquinaria de la economía, de la cultura, de la civilización occidental.
Esta subversión nos ha sido importada; ha venido de fuera; y formalmente señaló, como principales autores y propagadores, a los clérigos y especialmente a los jesuítas de la "nueva ola", que han cambiado el apostolado de Cristo por ese absurdo apostolado de la así llamada "justicia social", que es el apostolado de la violencia, de las guerrillas, del terrorismo, del pillaje y de la destrucción. Y acuso al CELAM y a los famosos documentos de Medellín, que circulan como la última edición del Evangelio, de ser los permanentes promotores en toda la América Latina de esta subversión, que ha culminado ya en dos países en la implantación del definitivo comunismo.
Y la mejor prueba de lo que llevo dicho es la actitud serena, pero resuelta de los gobiernos, que, plenamente conscientes del peligro que encierra esta subversión vestida de sotana, ha sabido preservar el orden, arrestando a los curas guerrilleros, sin temor a las anticanónicas censuras, que los altos dirigentes puedan fulminar. Por otra parte, pese a la reverencia que nuestra gente tiene a los ministros del altar y a la docilidad con que escucha su palabra, la subversión ha encontrado una resistencia no esperada en las mismas características de nuestros pueblos, que se niegan a verse convertidos en conejillos de laboratorio, en masas esclavizadas, en inconscientes e impotentes satélites del Leviatán monstruoso. Los países de América Latina hace ya tiempo que serían todos comunistas, si la subversión importada, por "equipos" de curas extranjeros, no hubiese encontrado esa noble, decidida y heroica resistencia.
Y afirmo, en segundo lugar, que esta subversión de eclesiásticos en la América Latina ha contado con la pasiva tolerancia de nuestras jerarquías, que, por falta de valor, por falta de cabeza o por falta de fe, se muestran ansiosas de cumplir las consignas de arriba, para no malograr su carrera, sus posibles ascensos, su púrpura cardenalicia, o, al menos, para poder conservar la pacífica posesión de sus actuales prebendas.
Y sigo adelante en mis denuncias, sin temor a las represalias, que, en este caso, pueden ser terribles, ya que los enemigos tienen el poder en sus manos: yo señalo a los jesuítas de la 'nueva ola", como ya lo indiqué y como lo prueba el mismo libro escrito por José Porfirio Miranda y de la Parra, publicado con el "Nihil obstat", con el "Imprimí potest" y con el "Imprimatur", a los jesuítas "arrupianos", a los traidores a San Ignacio y a la Santa Compañía de Jesús por él fundada, de ser los principales promotores, los autores intelectuales, en el mundo entero, de esta ya palpable subversión, que tiene en llamas a casi todos los países de América Latina. ¿Pruebas? Abundan. Para muestra, como ya indiqué, basta tu libro y los padrinos que lo avalan con los requisitos canónicos.
Y, sin embargo, América Latina resiste, lucha indómita. Nuestro mismo pueblo sencillo, nuestros obreros y campesinos no han creído las prédicas subversivas de esos traidores, que en vez de predicarnos a Cristo y a Cristo crucificado, nos hablan de Marx, de Lenin, de Troski, de Mao; en vez de trabajar por la Justicia del Reino de los Cielos, trabajan asalariados por la tan decantada justicia social, que acepta como inevitable el comunismo y busca acomodarse en él, para sus conveniencias.
Y no te olvides, José Porfirio Miranda y de la Parra, que quien esto escribe es un sacerdote, que fue jesuíta desde muy joven, a quien tú conoces muy bien, y que fui confesor y amigo de tu padre, con quien fundamos, en otros tiempos —¡Oh témpora, oh mores!— el INSTITUTO FRANCES DE LA LAGUNA, que yo mismo entregué en posesión a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Fui, dije, y en mi corazón, en mis principios, en mi afecto, en mis convicciones, en mi estilo guerrero, sigo siendo hijo de la Compañía Ignaciana, no de la "arupiana".
Por eso mi denuncia es certera; abunda en pruebas, que no quisiera usar jamás, pero que, en esta lucha apocalíptica pueden, tal vez, algún día, hacerse necesarias. Soy, aunque indigno, sacerdote de Cristo; vengo de una familia de profundo y secular raigambre católico, en la que hay y ha habido innumerables sacerdotes, algunos de los cuales sobresalieron por su virtud y por su ciencia, ocupando altos puestos en el gobierno de la Iglesia. Soy, tal vez, el ínfimo de los sacerdotes de Cristo; pero tengo una sólida formación, que recibí, en los tiempos áureos, en las más preclaras aulas de la Compañía de Jesús, logrando alcanzar en mis estudios —puedo comprobarlo— notas que superan la mediocridad. Lo digo, no por vanidad, sino para dar respaldo a mi denuncia.
Y afirmo, en tercer lugar, que los cambios espectaculares, que en la vida religiosa de la Compañía se han hecho, con asombro y escándalo de los mismos admiradores y adictos de los jesuítas, tienen esa evidente finalidad de facilitar la subversión socializante en el "pueblo de Dios" de América Latina. Es el trabajo celular, en equipo; son las "guerrillas intelectuales", que dan el golpe, sin dejar pruebas.
¿Quién iba a pensar que los teólogos y filósofos de "Río Hondo" estaban comprometidos con el Comité de Huelga de aquellos sangrientos disturbios, en aquel verano terrible de 1968? Y, sin embargo, el nombre de Raúl Zermeño no es el único, como bien lo sabe el R.P. Prepósito Provincial Enrique Gutiérrez Martín del Campo, S.J.
Ahora sí, José Porfirio Miranda y de la Parra, nos estamos metiendo a lo hondo; y no nos andamos por las ramas, ya no estamos en la superficie. Vamos a buscar "la pieza generadora de todo sistema de injusticias", que, según tú mismo, "existía desde mucho antes que su concreción capitalista, mucho antes de que ella misma generara el actual sistema omnipervasivo y auto justificante, que del hombre no deja sin esclavizar ni el ello, ni el yo, ni el superyo, y eso on los opresores, tanto o más que en los oprimidos".
El estilo es difícil, pero peor es la terminología. He copiado cuidadosamente y sin análisis. Vamos a ver qué nos dice el jesuíta revolucionario. Como demagogo es intolerable, como filósofo ininteligible. Seremos meticulosos al hacer nosotros el análisis.
La primera tesis, que, para identificar a Marx con la Biblia, nos presenta nuestro filósofo marxistoide es la siguiente: "La transformación del trabajo en mercancía, su fetichización en objeto, denunciada certeramente por Marx como eje del sistema social capitalista, ya estaba en raíz en la filosofía occidental y griega, que después se diversificó en múltiples ciencias especializadas".
Así es verdad: tanto la filosofía, que hoy llama Miranda occidental, como la griega, fundándose en la naturaleza misma del hombre, en su capacidad de transformar con su trabajo los seres materiales e irracionales, que le rodean; que puede, transformados, convertirlos en propio beneficio, utilidad o deleite, ha sido y es en cierto modo el eje, no sólo del sistema social capitalista, sino de todos los sistemas sociales, incluyendo paradójicamente el mismo sistema socialista y comunista. El trabajo humano es uno de los factores principales de la producción.
Pero, entendamos bien lo que por trabajo humano queremos decir. No es sólo el trabajo material, físico del obrero, sino también el trabajo espiritual del que concibe, del que crea, del que diseña, del que dirige, del que administra, del que controla los gastos específicos de la producción, las entradas, las salidas, las ganancias, las pérdidas, etc. etc., en función todo del mercado nacional e internacional y de las fluctuaciones constantes, que tienen los valores, en la competencia terrible de la vida moderna; y en función también de los riesgos, que la misma producción pueda tener.
Y no debe olvidar José Porfirio Miranda y de la Parra que, en esta competencia terrible de la producción, de la misma distribución de las riquezas, hay un factor invisible que, a través de los bancos, domina despóticamente las fuentes todas de la producción. Tal vez la sangre común, que ha identificado su pensamiento con el de Marx y Lenin, haga también que el jesuíta, sagaz y cuidadosamente oculte este factor interno, aunque extraño, que prostituye y corrompe los, así llamados, sistemas sociales.
"La falla principal, añade a continuación el jesuíta marxista,... de los empresarios, y de los economistas, y de los filósofos, y de la civilización occidental, en cuanto tal, es que la realidad sensible es captada solamente, bajo la forma de objeto de contemplación". ¿Qué quiere decir esto? Que la falla principal de nuestra civilización consistió en que su ciencia era meramente especulativa, no técnica, no encaminada a la producción de los bienes materiales? Es difícil saberlo. Tenemos que deducir su pensamiento de las palabras siguientes de Hans Georg Gadamer, citadas después por el mismo Miranda: "Saber de dominación es el saber de las modernas ciencias naturales en conjunto". Es decir, las modernas ciencias naturales tienden a dominar no sólo la naturaleza, sino también al hombre. "Cuando la ciencia moderna dice que algo es "en sí"... ello no tiene nada que ver con la diferencia ontológica entre el ser y el no ser, sino que se determina por un poder específicamente autoconsciente de poder manipular y voluntad de modificar... Como ha mostrado específicamente Max Scheler, lo "en sí" resulta ser relativo; relativo a una determinada manera de saber y de querer". Es decir, el "ser" en función del hombre, totalmente dependiente del hombre.
Y, lógico con su ideología, añade luego Miranda y de la Parra: "Con ello está nuestro siglo poniendo definitivamente en cuestión —es decir, en duda— el concepto mismo del "ser", lo "en sí", que constituye el criterio absoluto de la mente griega, que fue adoptado sin más por la cultura occidental (incluidas ahí sobresalientemente la filosofía y la teología 'cristianas') como norma indiscutible de verdad".
José Porfirio, no se puede filosofar sin ser filósofo; no es posible destruir con increíble ligereza, en una frase sin sentido, la filosofía del "ser", por más que los sistemas filosóficos, que fundametan el marxismo y que el jesuíta, por lo visto, no conoce o no entiende o no quiere explicarnos, se aparten de todos los principios inconmovibles, en los cuales se funda el raciocinio constructivo de nuestra mente.
Otro hebreo, Emmanuel Levinas, según dice Miranda y de la Parra, ha hecho el balance, con una puntería deslumbradora: "La ontología, como filosofía, que no pone en cuestión (en duda) el yo, es una filosofía del poder, es la filosofía de la injusticia".
Poner en duda el "ser" es caer en el más pavoroso escepticismo; es engendrar la confusión, es establecer el cambio constante, al capricho de nuestras conveniencias y pasiones; una verdad fluctuante, circunstancial e inconsistente. Poner en cuestión el "yo", relativizar al "yo" todas las cosas, ésta es la "manera determinada de saber y de querer", a que Marx Scheler se refiere.
Y concluye Miranda deduciendo de esos absurdos: "De la substancia de ese universo mental fueron paulatinamente formándose las ciencias occidentales y aun la definición misma, que discrimina entre lo que es científico y lo que no lo es". Filosofía atrevida que huele a inmanencia, a negación de las facultades congnoscitivas del hombre, a evolución, a teilhardianismo, a panteísmo, a negación de Dios, y de la misma objetividad ontológica de lo que corresponde a nuestros pensamientos.
La cita última de Marcuse, otro judío, no ilustra, sino que oscurece más el pensamiento borrascoso del jesuíta: "El método científico, que lleva a la dominación cada vez más efectiva de la naturaleza, llega a provocar así los conceptos puros, tanto como los instrumentos para la dominación cada vez más efectiva del hombre por el hombre, a través de la dominación de la naturaleza". José Porfirio nos había antes asegurado que la ontología es la ciencia del poder y de la injusticia; y ahora Marcuse nos dice que es el método científico (no el filosófico) EL QUE LLEVA A LA DOMINACION, CADA VEZ MAS EFECTIVA DEL HOMBRE POR EL HOMBRE, a través de la dominación de la naturaleza.
Porque, para no diluir —como tú lo haces —todo nuestro raciocinio en el océano inmenso de la historia de la humanidad, para concretar nuestros juicios a lo que estamos palpando en los países de América Latina, debo empezar por hacerte una formal denuncia, que, sin duda, habrá de provocar, en tí y en otros, violentas reacciones.
Yo afirmo, pues, en primer lugar, que la subversión de tendencias francamente comunistas, que amenaza extenderse, como un incendio por un cañaveral, por todas las naciones de Centro, Sud América, y también México, no ha brotado expontáneamente, como una lógica e inevitable reacción contra el capitalismo de las oligarquías, contra el subdesarrollado escandaloso y artificialmente conservado de las mayorías, contra la existencia de un "tercer mundo", que despierta inesperadamente de un sueño secular, que toma conciencia de sus derechos conculcados y, destruyendo el pasado, recibe, al fin, en sus torpes manos, la complicada maquinaria de la economía, de la cultura, de la civilización occidental.
Esta subversión nos ha sido importada; ha venido de fuera; y formalmente señaló, como principales autores y propagadores, a los clérigos y especialmente a los jesuítas de la "nueva ola", que han cambiado el apostolado de Cristo por ese absurdo apostolado de la así llamada "justicia social", que es el apostolado de la violencia, de las guerrillas, del terrorismo, del pillaje y de la destrucción. Y acuso al CELAM y a los famosos documentos de Medellín, que circulan como la última edición del Evangelio, de ser los permanentes promotores en toda la América Latina de esta subversión, que ha culminado ya en dos países en la implantación del definitivo comunismo.
Y la mejor prueba de lo que llevo dicho es la actitud serena, pero resuelta de los gobiernos, que, plenamente conscientes del peligro que encierra esta subversión vestida de sotana, ha sabido preservar el orden, arrestando a los curas guerrilleros, sin temor a las anticanónicas censuras, que los altos dirigentes puedan fulminar. Por otra parte, pese a la reverencia que nuestra gente tiene a los ministros del altar y a la docilidad con que escucha su palabra, la subversión ha encontrado una resistencia no esperada en las mismas características de nuestros pueblos, que se niegan a verse convertidos en conejillos de laboratorio, en masas esclavizadas, en inconscientes e impotentes satélites del Leviatán monstruoso. Los países de América Latina hace ya tiempo que serían todos comunistas, si la subversión importada, por "equipos" de curas extranjeros, no hubiese encontrado esa noble, decidida y heroica resistencia.
Y afirmo, en segundo lugar, que esta subversión de eclesiásticos en la América Latina ha contado con la pasiva tolerancia de nuestras jerarquías, que, por falta de valor, por falta de cabeza o por falta de fe, se muestran ansiosas de cumplir las consignas de arriba, para no malograr su carrera, sus posibles ascensos, su púrpura cardenalicia, o, al menos, para poder conservar la pacífica posesión de sus actuales prebendas.
Y sigo adelante en mis denuncias, sin temor a las represalias, que, en este caso, pueden ser terribles, ya que los enemigos tienen el poder en sus manos: yo señalo a los jesuítas de la 'nueva ola", como ya lo indiqué y como lo prueba el mismo libro escrito por José Porfirio Miranda y de la Parra, publicado con el "Nihil obstat", con el "Imprimí potest" y con el "Imprimatur", a los jesuítas "arrupianos", a los traidores a San Ignacio y a la Santa Compañía de Jesús por él fundada, de ser los principales promotores, los autores intelectuales, en el mundo entero, de esta ya palpable subversión, que tiene en llamas a casi todos los países de América Latina. ¿Pruebas? Abundan. Para muestra, como ya indiqué, basta tu libro y los padrinos que lo avalan con los requisitos canónicos.
Y, sin embargo, América Latina resiste, lucha indómita. Nuestro mismo pueblo sencillo, nuestros obreros y campesinos no han creído las prédicas subversivas de esos traidores, que en vez de predicarnos a Cristo y a Cristo crucificado, nos hablan de Marx, de Lenin, de Troski, de Mao; en vez de trabajar por la Justicia del Reino de los Cielos, trabajan asalariados por la tan decantada justicia social, que acepta como inevitable el comunismo y busca acomodarse en él, para sus conveniencias.
Y no te olvides, José Porfirio Miranda y de la Parra, que quien esto escribe es un sacerdote, que fue jesuíta desde muy joven, a quien tú conoces muy bien, y que fui confesor y amigo de tu padre, con quien fundamos, en otros tiempos —¡Oh témpora, oh mores!— el INSTITUTO FRANCES DE LA LAGUNA, que yo mismo entregué en posesión a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Fui, dije, y en mi corazón, en mis principios, en mi afecto, en mis convicciones, en mi estilo guerrero, sigo siendo hijo de la Compañía Ignaciana, no de la "arupiana".
Por eso mi denuncia es certera; abunda en pruebas, que no quisiera usar jamás, pero que, en esta lucha apocalíptica pueden, tal vez, algún día, hacerse necesarias. Soy, aunque indigno, sacerdote de Cristo; vengo de una familia de profundo y secular raigambre católico, en la que hay y ha habido innumerables sacerdotes, algunos de los cuales sobresalieron por su virtud y por su ciencia, ocupando altos puestos en el gobierno de la Iglesia. Soy, tal vez, el ínfimo de los sacerdotes de Cristo; pero tengo una sólida formación, que recibí, en los tiempos áureos, en las más preclaras aulas de la Compañía de Jesús, logrando alcanzar en mis estudios —puedo comprobarlo— notas que superan la mediocridad. Lo digo, no por vanidad, sino para dar respaldo a mi denuncia.
Y afirmo, en tercer lugar, que los cambios espectaculares, que en la vida religiosa de la Compañía se han hecho, con asombro y escándalo de los mismos admiradores y adictos de los jesuítas, tienen esa evidente finalidad de facilitar la subversión socializante en el "pueblo de Dios" de América Latina. Es el trabajo celular, en equipo; son las "guerrillas intelectuales", que dan el golpe, sin dejar pruebas.
¿Quién iba a pensar que los teólogos y filósofos de "Río Hondo" estaban comprometidos con el Comité de Huelga de aquellos sangrientos disturbios, en aquel verano terrible de 1968? Y, sin embargo, el nombre de Raúl Zermeño no es el único, como bien lo sabe el R.P. Prepósito Provincial Enrique Gutiérrez Martín del Campo, S.J.
Ahora sí, José Porfirio Miranda y de la Parra, nos estamos metiendo a lo hondo; y no nos andamos por las ramas, ya no estamos en la superficie. Vamos a buscar "la pieza generadora de todo sistema de injusticias", que, según tú mismo, "existía desde mucho antes que su concreción capitalista, mucho antes de que ella misma generara el actual sistema omnipervasivo y auto justificante, que del hombre no deja sin esclavizar ni el ello, ni el yo, ni el superyo, y eso on los opresores, tanto o más que en los oprimidos".
El estilo es difícil, pero peor es la terminología. He copiado cuidadosamente y sin análisis. Vamos a ver qué nos dice el jesuíta revolucionario. Como demagogo es intolerable, como filósofo ininteligible. Seremos meticulosos al hacer nosotros el análisis.
LA PRIMERA TESIS DE JOSE PORFIRIO.
La primera tesis, que, para identificar a Marx con la Biblia, nos presenta nuestro filósofo marxistoide es la siguiente: "La transformación del trabajo en mercancía, su fetichización en objeto, denunciada certeramente por Marx como eje del sistema social capitalista, ya estaba en raíz en la filosofía occidental y griega, que después se diversificó en múltiples ciencias especializadas".
Así es verdad: tanto la filosofía, que hoy llama Miranda occidental, como la griega, fundándose en la naturaleza misma del hombre, en su capacidad de transformar con su trabajo los seres materiales e irracionales, que le rodean; que puede, transformados, convertirlos en propio beneficio, utilidad o deleite, ha sido y es en cierto modo el eje, no sólo del sistema social capitalista, sino de todos los sistemas sociales, incluyendo paradójicamente el mismo sistema socialista y comunista. El trabajo humano es uno de los factores principales de la producción.
Pero, entendamos bien lo que por trabajo humano queremos decir. No es sólo el trabajo material, físico del obrero, sino también el trabajo espiritual del que concibe, del que crea, del que diseña, del que dirige, del que administra, del que controla los gastos específicos de la producción, las entradas, las salidas, las ganancias, las pérdidas, etc. etc., en función todo del mercado nacional e internacional y de las fluctuaciones constantes, que tienen los valores, en la competencia terrible de la vida moderna; y en función también de los riesgos, que la misma producción pueda tener.
Y no debe olvidar José Porfirio Miranda y de la Parra que, en esta competencia terrible de la producción, de la misma distribución de las riquezas, hay un factor invisible que, a través de los bancos, domina despóticamente las fuentes todas de la producción. Tal vez la sangre común, que ha identificado su pensamiento con el de Marx y Lenin, haga también que el jesuíta, sagaz y cuidadosamente oculte este factor interno, aunque extraño, que prostituye y corrompe los, así llamados, sistemas sociales.
"La falla principal, añade a continuación el jesuíta marxista,... de los empresarios, y de los economistas, y de los filósofos, y de la civilización occidental, en cuanto tal, es que la realidad sensible es captada solamente, bajo la forma de objeto de contemplación". ¿Qué quiere decir esto? Que la falla principal de nuestra civilización consistió en que su ciencia era meramente especulativa, no técnica, no encaminada a la producción de los bienes materiales? Es difícil saberlo. Tenemos que deducir su pensamiento de las palabras siguientes de Hans Georg Gadamer, citadas después por el mismo Miranda: "Saber de dominación es el saber de las modernas ciencias naturales en conjunto". Es decir, las modernas ciencias naturales tienden a dominar no sólo la naturaleza, sino también al hombre. "Cuando la ciencia moderna dice que algo es "en sí"... ello no tiene nada que ver con la diferencia ontológica entre el ser y el no ser, sino que se determina por un poder específicamente autoconsciente de poder manipular y voluntad de modificar... Como ha mostrado específicamente Max Scheler, lo "en sí" resulta ser relativo; relativo a una determinada manera de saber y de querer". Es decir, el "ser" en función del hombre, totalmente dependiente del hombre.
Y, lógico con su ideología, añade luego Miranda y de la Parra: "Con ello está nuestro siglo poniendo definitivamente en cuestión —es decir, en duda— el concepto mismo del "ser", lo "en sí", que constituye el criterio absoluto de la mente griega, que fue adoptado sin más por la cultura occidental (incluidas ahí sobresalientemente la filosofía y la teología 'cristianas') como norma indiscutible de verdad".
José Porfirio, no se puede filosofar sin ser filósofo; no es posible destruir con increíble ligereza, en una frase sin sentido, la filosofía del "ser", por más que los sistemas filosóficos, que fundametan el marxismo y que el jesuíta, por lo visto, no conoce o no entiende o no quiere explicarnos, se aparten de todos los principios inconmovibles, en los cuales se funda el raciocinio constructivo de nuestra mente.
Otro hebreo, Emmanuel Levinas, según dice Miranda y de la Parra, ha hecho el balance, con una puntería deslumbradora: "La ontología, como filosofía, que no pone en cuestión (en duda) el yo, es una filosofía del poder, es la filosofía de la injusticia".
Poner en duda el "ser" es caer en el más pavoroso escepticismo; es engendrar la confusión, es establecer el cambio constante, al capricho de nuestras conveniencias y pasiones; una verdad fluctuante, circunstancial e inconsistente. Poner en cuestión el "yo", relativizar al "yo" todas las cosas, ésta es la "manera determinada de saber y de querer", a que Marx Scheler se refiere.
Y concluye Miranda deduciendo de esos absurdos: "De la substancia de ese universo mental fueron paulatinamente formándose las ciencias occidentales y aun la definición misma, que discrimina entre lo que es científico y lo que no lo es". Filosofía atrevida que huele a inmanencia, a negación de las facultades congnoscitivas del hombre, a evolución, a teilhardianismo, a panteísmo, a negación de Dios, y de la misma objetividad ontológica de lo que corresponde a nuestros pensamientos.
La cita última de Marcuse, otro judío, no ilustra, sino que oscurece más el pensamiento borrascoso del jesuíta: "El método científico, que lleva a la dominación cada vez más efectiva de la naturaleza, llega a provocar así los conceptos puros, tanto como los instrumentos para la dominación cada vez más efectiva del hombre por el hombre, a través de la dominación de la naturaleza". José Porfirio nos había antes asegurado que la ontología es la ciencia del poder y de la injusticia; y ahora Marcuse nos dice que es el método científico (no el filosófico) EL QUE LLEVA A LA DOMINACION, CADA VEZ MAS EFECTIVA DEL HOMBRE POR EL HOMBRE, a través de la dominación de la naturaleza.
Pero el colmo de su exaltación revolucionaria y de su ignorancia filosófica la tiene José Porfirio Miranda y de la Parra, cuando escribe tanquam autoritatem habens: "De hecho, la filosofía griega nació para neutralizar la realidad y evitar que nos inquiete; reducirla a un cosmos en que todo está bien". En otras palabras, la filosofía griega desfigura, oculta, mutila la realidad, para que ésta no venga a interrumpir el dulce sopor, en que vivimos, en un mundo irreal, fantasmagórico y sumamente nocivo, en el que equivocadamente creemos que todas las cosas están bien.
Bultmann, otro judío de la biblioteca de José Porfirio, contrastando la filosofía helénica, y escolástica con la filosofía bíblica, le da al jesuíta la siguiente cita: "Esa gnosis griega, que se independiza; esa gnosis carente de obediencia, mira naturalmente sus objetos en carácter de 'lo que está en la mano'. No necesita someterse a ellos, no necesita 'oírlos'... que su conocer sea objetivo consiste en que el participar en lo conocido se reduzca a 'ver' ".
Aquí tenemos, pues, a nuestro rabínico jesuíta, sentado en su cátedra de filosofía hebraica, imbuido en todas las ideas y sistemas filocomunistas, prefabricados hábilmente por los mismos engendradores del marxismo, condenado definitivamente la filosofía helénica, neutralizadora de la realidad, que no es sólo objeto de contemplación, sino vivencia que tiene voz, que debe ser escuchada y "obedecida".
Yo pensaba que nuestras facultades síquicas, así sensitivas como espirituales, se reducían a tres grupos: el conocimiento, la tendencia y el afecto, o la pasión. Por el conocimiento (sensitivo o espiritual) el objeto, la realidad distinta de mí, es representado, individualmente definido, ya sea en la sensación visual, ya en el concepto de la inteligencia. Esta representación intelectual o sensible despierta el afecto (espiritual) o la pasión (sensible, material); y entonces nace la tendencia, el ir del sujeto que conoce al objeto conocido (o como subjetivamente fue representado). Todo esto es filosofía griega; todo esto explica nuestras relaciones con el mundo que nos rodea; todo significa no solo 'contemplar", "ver", como dicen José Porfirio y sus maestros hebreos, sino establecer una relación, una vivencia, entre el sujeto que contempla o ve y el objeto contemplado y visto.
Después de estas filosofías bíblicas, o talmúdicas, que mal expresa José Porfirio, vuelve de nuevo a su lirismo revolucionario: "El percatamos de que la opresión capitalista trae la carga de milenios de injusticia y de empedernimiento y de dureza de alma, no le quita a nuestra lucha ni urgencia, ni puntería; al contrario, le da su verdadera dimensión. Lo que está en juego es, en términos teilhardianos, "la mutación cualitativa del género humano"; en términos paulinos "el hombre nuevo" (Eph. IV, 24) "la nueva creación" (Gal. VI, 15) (II Cor. V, 17). Marx lo expresa diciendo que "termina la prehistoria y empieza la historia del hombre".
El identificar la palabra inspirada de San Pablo, que para nosotros es palabra de Dios, con las elocuciones de Teilhard o de Marx me parece atrevimiento intolerable de Miranda y de la Parra, que en el fondo arguye una falta completa de fe. "El hombre nuevo", la "nueva creación", de que habla San Pablo, se refieren a nuestra justificación por Jesucristo, a nuestra regeneración a la vida divina, que nada tiene que ver ni con la "mutación cualitativa del género humano" de Teilhard, ni con la "nueva historia del hombre" de Marx. Para el progresismo, la prehistoria del catolicismo terminó con la muerte de Pío XII; Juan XXIII inaugura la nueva historia de la Iglesia, que es la única en la que ha de cumplirse el mensaje de Cristo, en la implantación del comunismo.
Habla el jesuíta de la "opresión capitalista"; pero no dice nada de la "opresión del comunismo", que lleva consigo todo el odio, la maldad y toda la soberbia satánica, no de milenios de injusticia y de empedernimiento, sino de la irreformable perversión de los mismos demonios. Si para Marx la prehistoria ha terminado; para nosotros han empezado los tiempos apocalípticos, con la apostasía general, en la que, por desgracia para tí, y con dolor sincero para mí, te veo, José Porfirio, no sólo comprometido, engañado sino convertido en un activista, en un caudillo de la subversión infernal, por más que tu libro lleve todos los "Imprimí potest" y todos los "Imprimatur" de los pastores, que traicionaron a la Iglesia y a la doctrina recibida de Dios.
Antes de leer su libro, conocía yo muy bien el pensamiento totalmente marxista y comunista de Miranda y de la Parra. En una memorable conferencia, pronunciada, en la tristemente célebre Universidad Iberoamericana, el jesuíta del marxismo mexicano, ya muy conocido en diversas ciudades del país, afirmó solemnemente, después de haber hecho franca confesión de su fe revolucionaria y comunista: "la propiedad privada es un robo, porque es fruto del despojo o de la opresión". Es evidente que la meditación y el estudio empleado para redactar su libro, lejos de cambiar su mentalidad, la había confirmado. Veamos lo que nos dice ahora en su libelo.
Empieza por afirmar, (apoyándose en el dominico Tomás G. Allaz, bien conocido entre nosotros por sus pasadas fechorías y a quien su hermano el R.P. Ricardo Fuentes Castellanos, O.P. le dió una soberana paliza intelectual, que todavía saboreamos en México los que hemos luchado, luchamos y lucharemos contra el comunismo, pese a la inconfirmidad y amenazas de nuestros jerarcas), que el "derecho de propiedad" y, en general "la propiedad misma'' tiene, en las Encíclicas del Magisterio y en el lenguaje tradicional de la Iglesia, un sentido totalmente diverso al que dan a estos términos las legislaciones, los libros, los periódicos y el lenguaje común de todas las personas.
Bultmann, otro judío de la biblioteca de José Porfirio, contrastando la filosofía helénica, y escolástica con la filosofía bíblica, le da al jesuíta la siguiente cita: "Esa gnosis griega, que se independiza; esa gnosis carente de obediencia, mira naturalmente sus objetos en carácter de 'lo que está en la mano'. No necesita someterse a ellos, no necesita 'oírlos'... que su conocer sea objetivo consiste en que el participar en lo conocido se reduzca a 'ver' ".
Aquí tenemos, pues, a nuestro rabínico jesuíta, sentado en su cátedra de filosofía hebraica, imbuido en todas las ideas y sistemas filocomunistas, prefabricados hábilmente por los mismos engendradores del marxismo, condenado definitivamente la filosofía helénica, neutralizadora de la realidad, que no es sólo objeto de contemplación, sino vivencia que tiene voz, que debe ser escuchada y "obedecida".
Yo pensaba que nuestras facultades síquicas, así sensitivas como espirituales, se reducían a tres grupos: el conocimiento, la tendencia y el afecto, o la pasión. Por el conocimiento (sensitivo o espiritual) el objeto, la realidad distinta de mí, es representado, individualmente definido, ya sea en la sensación visual, ya en el concepto de la inteligencia. Esta representación intelectual o sensible despierta el afecto (espiritual) o la pasión (sensible, material); y entonces nace la tendencia, el ir del sujeto que conoce al objeto conocido (o como subjetivamente fue representado). Todo esto es filosofía griega; todo esto explica nuestras relaciones con el mundo que nos rodea; todo significa no solo 'contemplar", "ver", como dicen José Porfirio y sus maestros hebreos, sino establecer una relación, una vivencia, entre el sujeto que contempla o ve y el objeto contemplado y visto.
Después de estas filosofías bíblicas, o talmúdicas, que mal expresa José Porfirio, vuelve de nuevo a su lirismo revolucionario: "El percatamos de que la opresión capitalista trae la carga de milenios de injusticia y de empedernimiento y de dureza de alma, no le quita a nuestra lucha ni urgencia, ni puntería; al contrario, le da su verdadera dimensión. Lo que está en juego es, en términos teilhardianos, "la mutación cualitativa del género humano"; en términos paulinos "el hombre nuevo" (Eph. IV, 24) "la nueva creación" (Gal. VI, 15) (II Cor. V, 17). Marx lo expresa diciendo que "termina la prehistoria y empieza la historia del hombre".
El identificar la palabra inspirada de San Pablo, que para nosotros es palabra de Dios, con las elocuciones de Teilhard o de Marx me parece atrevimiento intolerable de Miranda y de la Parra, que en el fondo arguye una falta completa de fe. "El hombre nuevo", la "nueva creación", de que habla San Pablo, se refieren a nuestra justificación por Jesucristo, a nuestra regeneración a la vida divina, que nada tiene que ver ni con la "mutación cualitativa del género humano" de Teilhard, ni con la "nueva historia del hombre" de Marx. Para el progresismo, la prehistoria del catolicismo terminó con la muerte de Pío XII; Juan XXIII inaugura la nueva historia de la Iglesia, que es la única en la que ha de cumplirse el mensaje de Cristo, en la implantación del comunismo.
Habla el jesuíta de la "opresión capitalista"; pero no dice nada de la "opresión del comunismo", que lleva consigo todo el odio, la maldad y toda la soberbia satánica, no de milenios de injusticia y de empedernimiento, sino de la irreformable perversión de los mismos demonios. Si para Marx la prehistoria ha terminado; para nosotros han empezado los tiempos apocalípticos, con la apostasía general, en la que, por desgracia para tí, y con dolor sincero para mí, te veo, José Porfirio, no sólo comprometido, engañado sino convertido en un activista, en un caudillo de la subversión infernal, por más que tu libro lleve todos los "Imprimí potest" y todos los "Imprimatur" de los pastores, que traicionaron a la Iglesia y a la doctrina recibida de Dios.
LA PROPIEDAD PRIVADA ES FRUTO
DEL DESPOJO O DE LA OPRESION.
Antes de leer su libro, conocía yo muy bien el pensamiento totalmente marxista y comunista de Miranda y de la Parra. En una memorable conferencia, pronunciada, en la tristemente célebre Universidad Iberoamericana, el jesuíta del marxismo mexicano, ya muy conocido en diversas ciudades del país, afirmó solemnemente, después de haber hecho franca confesión de su fe revolucionaria y comunista: "la propiedad privada es un robo, porque es fruto del despojo o de la opresión". Es evidente que la meditación y el estudio empleado para redactar su libro, lejos de cambiar su mentalidad, la había confirmado. Veamos lo que nos dice ahora en su libelo.
Empieza por afirmar, (apoyándose en el dominico Tomás G. Allaz, bien conocido entre nosotros por sus pasadas fechorías y a quien su hermano el R.P. Ricardo Fuentes Castellanos, O.P. le dió una soberana paliza intelectual, que todavía saboreamos en México los que hemos luchado, luchamos y lucharemos contra el comunismo, pese a la inconfirmidad y amenazas de nuestros jerarcas), que el "derecho de propiedad" y, en general "la propiedad misma'' tiene, en las Encíclicas del Magisterio y en el lenguaje tradicional de la Iglesia, un sentido totalmente diverso al que dan a estos términos las legislaciones, los libros, los periódicos y el lenguaje común de todas las personas.
Con esta sutil distinción, que no es verdadera, sino que fue hábilmente excogitada por la subversión, el astuto jesuita quiere —él mismo lo advierte— curarse en salud. Al atacar después el derecho de propiedad, nadie podrá acusarlo de atacar la ley natural, la ley divina, la ley eclesiástica y la doctrina tradicional de la Iglesia, porque invariablemente él responderá, conforme a su prefabricada distinción, que él no ataca el derecho de propiedad en el sentido que le da la Iglesia, sino en el sentido anticristiano, antihumano, antisocial, que todo mundo suele darle.
¿Cuál es el sentido usual que las legislaciones, los libros, los periódicos, el lenguaje común suelen dar a la "propiedad privada", al "derecho a esa propiedad privada" y cuál es el sentido eclesiástico de dicho término? Antes de contestar, debo advertir primero que esta ambigüedad, esta polivalencia del término es inadmisible, ya que se trata de algo, que habitualmente, universalmente, debe regir las relaciones humanas. Lo "mío", lo "tuyo" no son atributos arbitrarios, que lo mismo puedan significar un derecho legítimo, inherente a la naturaleza humana, previsto y dispuesto por Dios, que un atropello, un despojo, una opresión. Si el significado del término, en el lenguaje eclesiástico es opuesto al significado del mismo término en el lenguaje común y corriente, deber tiene la Iglesia, su Magisterio, de cambiar el término, de precisar la doctrina, para no aparecer como defensora de un derecho, que en realidad no acepta. En la formulación del decálogo, por ejemplo, cuando la Iglesia dice: "no hurtarás", "no codiciarás los bienes ajenos", la Iglesia y su Magisterio deberían decirnos: "La propiedad, como la entienden los hombres, es un robo"; "no sólo puedes codiciar, sino puedes apoderarte de los bienes que indebidamente los hombres piensan que son suyos". No puede la Iglesia admitir términos equívocos para exponer, de una manera diáfana e inconfundible, la doctrina recibida, sobre todo cuando se trata de los deberes morales, que Dios mismo nos ha impuesto.
¿Cuál es el sentido usual que las legislaciones, los libros, los periódicos, el lenguaje común suelen dar a la "propiedad privada", al "derecho a esa propiedad privada" y cuál es el sentido eclesiástico de dicho término? Antes de contestar, debo advertir primero que esta ambigüedad, esta polivalencia del término es inadmisible, ya que se trata de algo, que habitualmente, universalmente, debe regir las relaciones humanas. Lo "mío", lo "tuyo" no son atributos arbitrarios, que lo mismo puedan significar un derecho legítimo, inherente a la naturaleza humana, previsto y dispuesto por Dios, que un atropello, un despojo, una opresión. Si el significado del término, en el lenguaje eclesiástico es opuesto al significado del mismo término en el lenguaje común y corriente, deber tiene la Iglesia, su Magisterio, de cambiar el término, de precisar la doctrina, para no aparecer como defensora de un derecho, que en realidad no acepta. En la formulación del decálogo, por ejemplo, cuando la Iglesia dice: "no hurtarás", "no codiciarás los bienes ajenos", la Iglesia y su Magisterio deberían decirnos: "La propiedad, como la entienden los hombres, es un robo"; "no sólo puedes codiciar, sino puedes apoderarte de los bienes que indebidamente los hombres piensan que son suyos". No puede la Iglesia admitir términos equívocos para exponer, de una manera diáfana e inconfundible, la doctrina recibida, sobre todo cuando se trata de los deberes morales, que Dios mismo nos ha impuesto.
En asunto tan vital y en momentos de tanto peligro, sería intolerable el uso de un término equívoco, en el lenguaje del Magisterio, que fuese entendido precisamente en un sentido opuesto, al que la doctrina católica debe darle. Esto seria una infidelidad inexplicable a la responsabilidad tremenda, que Cristo dio al Magisterio de su lglesia, que fue fundada no en beneficio de los pastores, sino in aedificationem corporis Christi, para edificación del Cuerpo de Cristo.
Por otra parte, debe recordar el comunistoide jesuíta que, para la Iglesia y para la no Iglesia, una cosa es el "derecho de propiedad privada" y otra cosa muy distinta "la función social de la propiedad", las limitaciones naturales, que como todo lo humano tiene la propiedad, y las limitaciones legítimas, que, en orden al bien común, la autoridad civil pueda imponer a esa misma propiedad.
Examinando la realidad de la actividad humana, descubrimos, en el hombre, esa tendencia innata y necesaria a apoderarse de los bienes exteriores, de los cuales necesita para satisfacer sus necesidades, presentes y futuras, así como las necesidades y el constante mejoramiento de su vida y de la vida de sus familiares, conforme a lo que exige su propia naturaleza. A esas tendencias necesarias y naturales responde siempre un objeto que las satisfaga, ya que es Dios Creador el que puso esas tendencias en el hombre. De otra manera la naturaleza pondría un elemento de disociación y de ruina en los seres reales, y éstos no podrían conseguir sus fines propios. El mismo sistema comunista supone y tiene que aceptar esas tendencias naturales, ya que sin ellas carecería de sentido toda su actividad.
El objeto de esa tendencia es evidentemente el acto de poseer y usar los bienes exteriores. Sin su posesión y uso, esa tendencia natural no puede quedar satisfecha y la naturaleza tendría que quedar forzosamente como en un estado violento, que haría imposible el desarrollo normal de las actividades del hombre y el juego natural de la vida. La satisfacción de esa tendencia natural e incoercible es la primera razón, que funda el derecho de propiedad. Todo sistema, que tienda a destruir o a imposibilitar esa legítima y natural tendencia, tiende a disociar la naturaleza y a poner al hombre en circunstancias en las que no pueda realizar los imperativos de su misma naturaleza. Este es el primer grande error del comunismo: el querer ir contra una tendencia natural del hombre, contradiciéndola, nulificándola; y contradiciéndose a sí mismo, porque, si, por una parte, desconoce esa tendencia en el individuo, por otra, la acepta y presupone en la colectividad, como si la colectividad fuera algo distinto de la suma de los individuos.
No es sólo esta tendencia universal, innata, natural, que es necesario satisfacer, la que impone a la vida el libre ejercicio del derecho de propiedad. Júntase a esta exigencia de satisfacer sus necesidades, que tienen los hombres, la tangible realidad de que (fuera de los casos extraordinarios, en los que los ideales de orden religioso, moral, patriótico puedan elevar a algunos a las alturas del heroísmo o de la santidad) el único estímulo, para impulsar a los humanos al trabajo, es el aliciente de la posesión de los bienes, que necesitamos y que sólo podemos alcanzar con fatiga y esfuerzo. Nadie trabaja por trabajar; todo hombre ve, como término natural de su trabajo, la adquisición de lo que, en términos generales, se llama la riqueza. Quitemos este estímulo, y habremos destruido el resorte, que hace progresar a los individuos, a las familias y a los pueblos.
Una última razón, podemos todavía dar: la justicia misma (a la que tanto apela nuestro jesuíta) la naturaleza misma de la justa distribución de los bienes materiales, exige el ejercicio del derecho de propiedad. El trabajo humano, como hemos dicho, tiene su retribución adecuada en la propiedad y posesión de los bienes exteriores. Al suprimir el derecho de propiedad privada, quitamos el único medio para que el trabajo humano consiga la íntegra retribución, a que tiende y aspira. Sin el uso exclusivo, sin el derecho exclusivo a usar en provecho propio el fruto de mi trabajo, mi trabajo no obtiene el valor íntegro e independiente, en su retribución justa. Supuesta la desigualdad objetiva de los hombres, en sus capacidades, en su dinamismo, en sus condiciones físicas y morales, la capacidad del trabajo no puede ser igual en todos, y, por lo mismo, tampoco puede ser igual la retribución correspondiente.
El comunismo y con él nuestro José Porfirio Miranda y de la Parra sostienen que la propiedad privada es un mal social y que, por lo tanto, el bien de la colectividad exige su plena y total abolición. Este nuevo sofisma es una simple demagogia. El mismo jesuíta, en la primera página se contradice, cuando asegura sus "derechos de autor", de un libro, que nadie tratará de plagiar, porque nadie querrá hacer alarde de tanta insensatez. Para demostrar lo absurdo de tal afirmación, basta suponer las consecuencias que a la sociedad acarrearía la eliminación de la propiedad. Ya nadie tendría su propia casa; ni tendría abrigo, ni alimento, ni propia ocupación, ni aliciente para trabajar. Cualquier desconocido podría entrar en nuestras habitaciones y llevarse lo que le gustase o conviniese, ¿Sería posible la paz, el progreso, la convivencia humana?
Por otra parte, y sea ésta una última consideración para refutar la tesis comunista de José Porfirio, sin el derecho de propiedad, la libertad del hombre es imposible; todos seríamos esclavos de los "pocos" que detentan el poder.
Pero, José Porfirio Miranda y de la Parra no acepta estos argumentos, ni nos deja duda sobre su pensamiento, cuando escribe: "Compréndase bien que aquí no se trata de criticar los 'abusos' (de la propiedad), dejando a salvo "la cosa en sí", que es (dice el jesuíta) una distinción frecuente, en los tratados conservadores, para defender el sistema. Aquí no se trata sólo de atacar la repartición, hoy vigente, de la propiedad, sino el derecho mismo de la propiedad diferenciante". "Propiedad diferenciante", propiedad que hace que no todos los hombres sean iguales, que no todos poseamos los mismos bienes. Pero, conviene recordar, José Porfirio, que no son los bienes naturales, las riquezas, los que nos hacen distintos; sino es la realidad humana, por la cual todos nacemos diferentes, y de esa natural diferencia viene la desigualdad económica, que tú atacas.
Por otra parte, debe recordar el comunistoide jesuíta que, para la Iglesia y para la no Iglesia, una cosa es el "derecho de propiedad privada" y otra cosa muy distinta "la función social de la propiedad", las limitaciones naturales, que como todo lo humano tiene la propiedad, y las limitaciones legítimas, que, en orden al bien común, la autoridad civil pueda imponer a esa misma propiedad.
Examinando la realidad de la actividad humana, descubrimos, en el hombre, esa tendencia innata y necesaria a apoderarse de los bienes exteriores, de los cuales necesita para satisfacer sus necesidades, presentes y futuras, así como las necesidades y el constante mejoramiento de su vida y de la vida de sus familiares, conforme a lo que exige su propia naturaleza. A esas tendencias necesarias y naturales responde siempre un objeto que las satisfaga, ya que es Dios Creador el que puso esas tendencias en el hombre. De otra manera la naturaleza pondría un elemento de disociación y de ruina en los seres reales, y éstos no podrían conseguir sus fines propios. El mismo sistema comunista supone y tiene que aceptar esas tendencias naturales, ya que sin ellas carecería de sentido toda su actividad.
El objeto de esa tendencia es evidentemente el acto de poseer y usar los bienes exteriores. Sin su posesión y uso, esa tendencia natural no puede quedar satisfecha y la naturaleza tendría que quedar forzosamente como en un estado violento, que haría imposible el desarrollo normal de las actividades del hombre y el juego natural de la vida. La satisfacción de esa tendencia natural e incoercible es la primera razón, que funda el derecho de propiedad. Todo sistema, que tienda a destruir o a imposibilitar esa legítima y natural tendencia, tiende a disociar la naturaleza y a poner al hombre en circunstancias en las que no pueda realizar los imperativos de su misma naturaleza. Este es el primer grande error del comunismo: el querer ir contra una tendencia natural del hombre, contradiciéndola, nulificándola; y contradiciéndose a sí mismo, porque, si, por una parte, desconoce esa tendencia en el individuo, por otra, la acepta y presupone en la colectividad, como si la colectividad fuera algo distinto de la suma de los individuos.
No es sólo esta tendencia universal, innata, natural, que es necesario satisfacer, la que impone a la vida el libre ejercicio del derecho de propiedad. Júntase a esta exigencia de satisfacer sus necesidades, que tienen los hombres, la tangible realidad de que (fuera de los casos extraordinarios, en los que los ideales de orden religioso, moral, patriótico puedan elevar a algunos a las alturas del heroísmo o de la santidad) el único estímulo, para impulsar a los humanos al trabajo, es el aliciente de la posesión de los bienes, que necesitamos y que sólo podemos alcanzar con fatiga y esfuerzo. Nadie trabaja por trabajar; todo hombre ve, como término natural de su trabajo, la adquisición de lo que, en términos generales, se llama la riqueza. Quitemos este estímulo, y habremos destruido el resorte, que hace progresar a los individuos, a las familias y a los pueblos.
Una última razón, podemos todavía dar: la justicia misma (a la que tanto apela nuestro jesuíta) la naturaleza misma de la justa distribución de los bienes materiales, exige el ejercicio del derecho de propiedad. El trabajo humano, como hemos dicho, tiene su retribución adecuada en la propiedad y posesión de los bienes exteriores. Al suprimir el derecho de propiedad privada, quitamos el único medio para que el trabajo humano consiga la íntegra retribución, a que tiende y aspira. Sin el uso exclusivo, sin el derecho exclusivo a usar en provecho propio el fruto de mi trabajo, mi trabajo no obtiene el valor íntegro e independiente, en su retribución justa. Supuesta la desigualdad objetiva de los hombres, en sus capacidades, en su dinamismo, en sus condiciones físicas y morales, la capacidad del trabajo no puede ser igual en todos, y, por lo mismo, tampoco puede ser igual la retribución correspondiente.
El comunismo y con él nuestro José Porfirio Miranda y de la Parra sostienen que la propiedad privada es un mal social y que, por lo tanto, el bien de la colectividad exige su plena y total abolición. Este nuevo sofisma es una simple demagogia. El mismo jesuíta, en la primera página se contradice, cuando asegura sus "derechos de autor", de un libro, que nadie tratará de plagiar, porque nadie querrá hacer alarde de tanta insensatez. Para demostrar lo absurdo de tal afirmación, basta suponer las consecuencias que a la sociedad acarrearía la eliminación de la propiedad. Ya nadie tendría su propia casa; ni tendría abrigo, ni alimento, ni propia ocupación, ni aliciente para trabajar. Cualquier desconocido podría entrar en nuestras habitaciones y llevarse lo que le gustase o conviniese, ¿Sería posible la paz, el progreso, la convivencia humana?
Por otra parte, y sea ésta una última consideración para refutar la tesis comunista de José Porfirio, sin el derecho de propiedad, la libertad del hombre es imposible; todos seríamos esclavos de los "pocos" que detentan el poder.
Pero, José Porfirio Miranda y de la Parra no acepta estos argumentos, ni nos deja duda sobre su pensamiento, cuando escribe: "Compréndase bien que aquí no se trata de criticar los 'abusos' (de la propiedad), dejando a salvo "la cosa en sí", que es (dice el jesuíta) una distinción frecuente, en los tratados conservadores, para defender el sistema. Aquí no se trata sólo de atacar la repartición, hoy vigente, de la propiedad, sino el derecho mismo de la propiedad diferenciante". "Propiedad diferenciante", propiedad que hace que no todos los hombres sean iguales, que no todos poseamos los mismos bienes. Pero, conviene recordar, José Porfirio, que no son los bienes naturales, las riquezas, los que nos hacen distintos; sino es la realidad humana, por la cual todos nacemos diferentes, y de esa natural diferencia viene la desigualdad económica, que tú atacas.
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