Vistas de página en total

viernes, 26 de octubre de 2012

MARTIRIO DE SAN IRENEO, OBISPO DE SIRMIO, EL 25 DE MARZO DE 304

Martirio de San Ireneo, obispo de Sirmio, bajo Diocleciano.

I. Como se hubiese desencadenado la persecución bajo Diocleciano y Maximiano, los cristianos, luchando en todo linaje de combates, abrazando con alma entregada a Dios los suplicios infligidos por aquellos tiranos, se hacían merecedores de premios eternos. Tal aconteció con el siervo de Dios Ireneo, cuyo combate os voy a narrar y mostrar su corona. Ireneo, por su ingénita modestia y por el temor de Dios, a quien servía con buenas obras, fue hallado digno de su propio nombre.

II. Prendido, pues, fue presentado al presidente de Panonia, Probo.
El presidente Probo le dijo:
—Por obediencia a los divinos preceptos, sacrifica a los dioses.
El obispo Ireneo respondió:
—El que sacrifica a los dioses y no a Dios, será exterminado.
El presidente Probo:
—Nuestros clementísimos príncipes han mandado que o sacrificáis o habéis de ser sometidos a los tormentos.
Ireneo:
—A mi se me ha mandado aceptar antes los tormentos que no renegar de Dios, sacrificando a los demonios.
Probo:
—O sacrificas o te hago atormentar.
Ireneo:
—Me alegraré si lo haces, para llegar a ser partícipe de los sufrimientos de mi Señor.
El presidente Probo dió orden de que se le aplicara el tormento. Y mientras se le torturaba durísimamente, el presidente le dijo:
—¿Qué dices, Ireneo? Sacrifica.
Ireneo respondió:
—Por mi buena confesión, sacrificando estoy a mi Dios, a quien siempre he sacrificado.

III. En aquel momento llegaron sus familiares, y, al verle en el tormento, le suplicaban. Por un lado, los niños, abrazándose a sus pies, le decían: "Padre, ten lástima de ti y de nosotros." Por otro, las esposas le suplicaban por su rostro y su edad. Lloraban y se dolían sobre él sus parientes todos, gemían los criados de la casa, gritaban los vecinos y se lamentaban los amigos y, como formando un coro, le decían:
—Ten compasión de tu poca edad.
Mas, como ya se ha dicho, poseído de mejor deseo, tenía ante sus ojos la sentencia del Señor, que dijo: Si alguno me negare delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos. Mirándolos, pues, a todos desde lo alto, a ninguno respondió, pues tenía prisa en llegar a la esperanza de su vocación de arriba.
El presidente Probo dijo:
—¿Qué dices a todo esto? Dobleguen tu locura las lágrimas de tantos, y, mirando por tu juventud, sacrifica.
Ireneo respondió:
—Si no sacrificare, entonces sí que miraré por mí para siempre.
Probo dió entonces órdenes de que se le guardara en la cárcel. Y encerrado allí por muchos días, fue sometido a diversas penas.

IV. Después de tiempo, a media noche, sentado en su tribunal el presidente Probo, fue de nuevo introducido el beatísimo mártir Ireneo. Probo le dijo:
—Sacrifica por fin, Ireneo, y te ahorrarás penas.
Ireneo respondió:
—Haz lo que se te ha mandado; pero no esperes de mí tal cosa.
Indignado, Probo mandó que se le azotara con varas.
Ireneo respondió:
—Yo tengo Dios, a quien aprendí a dar culto desde mi primera edad; a Él adoro, que me fortalece en todas las cosas; a Él también sacrifico; a dioses, empero, hechos a mano, yo no los puedo adorar.
Probo dijo:
—Ahórrate la muerte: bástente ya los tormentos que has soportado.
Ireneo respondió:
—La muerte me ahorro siempre que, por esas que tú piensas son para mí penas, y que yo, por Dios no siento, recibo la vida eterna.
Probo:
—¿Tienes mujer?
Ireneo:
—No tengo.
Probo:
—¿Tienes hijos?
Ireneo:
—No tengo.
Probo:
—¿Tienes parientes?
Ireneo:
—No tengo.
Probo:
—Pues ¿quiénes eran aquellos que lloraban en la sesión pasada?
Ireneo:
—Hay un precepto de mi Señor Jesucristo que dice: El que ama a su padre, o a su madre, o a su esposa, o a sus hijos, o a sus hermanos, o a sus parientes por encima de mí, no es digno de mí.
Así, mirando hacia el cielo, a Dios, y puesta su mente en las promesas de Él, todo lo despreció, confesando no conocer ni tener pariente alguno sin Él.
Probo dijo:
—Siquiera por ellos, sacrifica.
Ireneo respondió:
—Mis hijos tienen el mismo Dios que yo, que puede salvarlos. Peró tú haz lo que te han mandado.
Probo dijo:
—Mira por ti, joven. Sacrifica, si no quieres que te consuma a tormentos.
Ireneo respondió:
—Haz lo que quieras. Ya verás ahora la constancia que el Señor Jesucristo me dará contra todas tus asechanzas.
Probo dijo:
—Voy a dar sentencia contra ti.
Ireneo respondió:
—Si lo haces, te felicito.
Probo, dictando sentencia, dijo:
—Mando que Ireneo, por inobediente a los mandatos imperiales, sea arrojado al rio.
Ireneo respondió:
—Me estaba esperando muchedumbre de amenazas y tormentos de tu parte, y después de ello, pasarme a cuchillo; pero nada de esto has hecho. Yo te ruego que lo hagas, para que veas cómo acostumbran los cristianos, por su fe en Dios, despreciar la muerte.

 V. Irritado, pues, Probo por la libertad con que hablaba el varón santísimo, dió orden también de que fuera pasado a filo de espada. Mas el santo mártir de Dios, como quien recibe en ello segunda palma, daba gracias a Dios diciendo:
—¡Gracias te doy, Señor Jesucristo, que me das paciencia entre la variedad de penas y tormentos y te has dignado hacerme partícipe de la gloria eterna!
Llegado que hubieron al puente que llaman de Básente, él mismo se despojó de sus vestidos y, levantando las manos al cielo, oró diciendo:
—Señor Jesucristo, que te dignaste sufrir por la salvación del mundo, ábranse tus cielos y reciban los ángeles el espíritu de tu siervo Ireneo, que sufre esto por tu nombre y por tu pueblo de la Iglesia católica de Sirmio. Yo te pido, y a tu misericordia suplico, que a mí te dignes recibirme y a éstos los confirmes en la fe.
De este modo, herido por la espada, fue arrojado por los verdugos al río Savo.

VI. Fue martirizado el siervo de Dios San Ireneo, obispo de la ciudad de Sirmio, el ocho antes de los idus de abril, bajo el imperio de Diocleciano, siendo presidente Probo, reinando nuestro Señor Jesucristo, a quien es gloria por los siglos de los siglos. Amén.

No hay comentarios: