Dime madre, cuando estaba ya dormido en tus rodillas,
Y, clavando tus miradas en mi frente y mis mejillas,
Te quedabas dormitando,
Te quedabas dormitando,
Sin dar fin a los cantares que me estaban arrullando,
Dime, madre, no tuviste
Dime, madre, no tuviste
Algún sueño misterioso que te puso el alma triste?
¿No era un cielo encapotado con siniestros nubarrones?
¿No era un bosque con rugidos de panteras y leones?...
¿No era un mar embravecido?
¿No era un mar embravecido?
¿No era un ave de alas rotas, medio muerta junto al nido?
¿O un mendigo triste y solo
Que pasaba tiritando bajo el cielo frio del polo?
¿Viste un árido desierto con espinas y zarzales,
O los vividos reflejos del blandir de cien puñales
Agitados en la sombra?
Agitados en la sombra?
O un larguísimo sendero tapizado con la alfombra
roja, cálida, humeante,
De los trozos arrancados a una carne palpitante?...
¿No soñaste en un calvario con su cruz ensangrentada?
¿No soñante en una sombra, triste, muda y enlutada
Que pasaba por el mundo
Que pasaba por el mundo
con la faz desencajada como faz de moribundo?
¿No soñaste una tristeza
¿No soñaste una tristeza
envolviendo como paño funeral, a una cabeza?
¿No soñaste a un pobrecito con la ropa hecha pedazos, Escondiendo sus harapos y miserias en los brazos
De una madre sonriente,
De una madre sonriente,
Cuyas manos, enjugaban los sudores de su frente.
Y diciéndole muy quedo:
Y diciéndole muy quedo:
"¡Madrecita, Madrecita! ¡Sufro mucho... ya no puedo...?"
Mira, madre: Estas preguntas te las hago por curioso,
Yo que tengo el alma henchida de ilusiones y de gozo.
Yo no estoy triste, ni enfermo:
Ya habrás visto, a todas horas,
Cuando velo y cuando duermo
En mis labios la sonrisa...
¡Yo no quiero preguntarte si tú fuiste profetisa...!
Si soñaste lo que digo, no hagas caso, madre mía.
¿No has oido mis cantares empapados de alegría?
¿No son todos mis abriles
¿No son todos mis abriles
Ni son todos mis acentos, cual mis juegos infantiles,
Siempre alegres y risueños?...
Siempre alegres y risueños?...
¡No hagas caso,... no hagas caso!
Eran sueños, eran sueños!...
Mons. Vicente M. Camacho
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