¿Conoces la leyenda del camino que conduce al reino de la felicidad?
En la espesura de una floresta había una amplia encrucijada de la cual partían varios caminos. Al comienzo de cada uno de ellos había una lápida con un letrero que aseguraba ser ese el único camino que conduciría al reino de la felicidad.
Sabíase sin embargo que todos, excepto uno terminaba en un laberinto, o en un pantano, donde el incauto pasajero perecía miserablemente.
A lo largo del camino se presentaban otras encrucijadas menores, pero no menos insidiosas, porque la dirección que había que escoger era muchas veces un sendero casi imperceptible.
Solamente los que daban con la verdadera dirección llegaban a la meta y después podían regresar para ser guías de quienes confiaran en su experiencia.
El viaje de que habla la leyenda es el viaje de la vida.
En la espesura de una floresta había una amplia encrucijada de la cual partían varios caminos. Al comienzo de cada uno de ellos había una lápida con un letrero que aseguraba ser ese el único camino que conduciría al reino de la felicidad.
Sabíase sin embargo que todos, excepto uno terminaba en un laberinto, o en un pantano, donde el incauto pasajero perecía miserablemente.
A lo largo del camino se presentaban otras encrucijadas menores, pero no menos insidiosas, porque la dirección que había que escoger era muchas veces un sendero casi imperceptible.
Solamente los que daban con la verdadera dirección llegaban a la meta y después podían regresar para ser guías de quienes confiaran en su experiencia.
El viaje de que habla la leyenda es el viaje de la vida.
La primera encrucijada es la edad a la que has llegado tú, jovencita, edad en la cual buscas el camino que te ha de conducir al reino de la felicidad.
¿Pero, cuál será para ti ese camino?
¿Deberás formar una familia en la condición social en que te encuentras?
¿Deberás preferir el estado virginal en el mundo?
¿O consagrarte por entero a Dios en la vida religiosa?
Una equivocación en esta elección podría ser fatal.
Es pues conveniente que hagas como el que teniendo que ir a algún país lejano, para llegar a buen fin, se vuelve a quien ya es experto y puede guiarlo.
¿Pero, cuál será para ti ese camino?
¿Deberás formar una familia en la condición social en que te encuentras?
¿Deberás preferir el estado virginal en el mundo?
¿O consagrarte por entero a Dios en la vida religiosa?
Una equivocación en esta elección podría ser fatal.
Es pues conveniente que hagas como el que teniendo que ir a algún país lejano, para llegar a buen fin, se vuelve a quien ya es experto y puede guiarlo.
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¿Quieres en conciencia, plantear el problema de tu porvenir?
Aconséjate con Dios mediante la oración confiada y perseverante. Oración que llegue al trono de Dios, dador de todas las luces, por medio de la Sma. Virgen, medianera de todas las gracias.
Pide consejo a tu director espiritual. A él manifiéstate tal como eres, con tus inclinaciones, tus costumbres y tus debilidades... y escucha con serenidad su juicio. El sacerdote, en las funciones de su ministerio, tiene luces particulares y sus palabras son la garantía de la voluntad divina.
Aconséjate contigo misma, es decir, reflexiona, explora tu alma, tu corazón, tus gustos, repugnancias, aptitudes físicas y morales. Hazte a menudo esta pregunta: ¿Qué aconsejaría a una amiga que se encontrara en mi caso?
En punto de muerte: ¿Qué preferiría haber sido en vida?
Evita la ansiosa preocupación de los nerviosos, como también la indiferencia de los apáticos. No te abandones a la aventura, ni confies demasiado en ti misma, sino espera serenamente, con el alma siempre pronta a vibrar al toque del llamado divino.
Sólo así podrás apartarte del camino errado que podría hacerte llorar amargamente todos los días de tu vida.
Aconséjate con Dios mediante la oración confiada y perseverante. Oración que llegue al trono de Dios, dador de todas las luces, por medio de la Sma. Virgen, medianera de todas las gracias.
Pide consejo a tu director espiritual. A él manifiéstate tal como eres, con tus inclinaciones, tus costumbres y tus debilidades... y escucha con serenidad su juicio. El sacerdote, en las funciones de su ministerio, tiene luces particulares y sus palabras son la garantía de la voluntad divina.
Aconséjate contigo misma, es decir, reflexiona, explora tu alma, tu corazón, tus gustos, repugnancias, aptitudes físicas y morales. Hazte a menudo esta pregunta: ¿Qué aconsejaría a una amiga que se encontrara en mi caso?
En punto de muerte: ¿Qué preferiría haber sido en vida?
Evita la ansiosa preocupación de los nerviosos, como también la indiferencia de los apáticos. No te abandones a la aventura, ni confies demasiado en ti misma, sino espera serenamente, con el alma siempre pronta a vibrar al toque del llamado divino.
Sólo así podrás apartarte del camino errado que podría hacerte llorar amargamente todos los días de tu vida.
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