Tres cosas
principales deben los hijos a sus padres, que son el honor, la obediencia, y el
socorro competente para el remedio de sus necesidades. El precepto divino dice:
Honrarás padre y madre. Y el
catecismo romano explica, que por este divino mandamiento están obligados los
hijos al honor y reverencia de sus padres, a obedecerlos en todo lo justo, y a darles el alimento decente, conforme a su necesidad. En este capítulo
hablaremos del punto primero.
El santo Job dice, que los
hombres sabios confiesan y conocen a
sus padres, y no los niegan ni se esconden de ellos, aunque sean de baja
esfera, y de poco estimables condiciones, sino que los honran, los veneran y
los obedecen, conforme al precepto del Altísimo Dios (Job, XV, 18).
El Sabio dice, que es honra del
padre la sabiduría del hijo, y por eso le enseña y gasta sus intereses con él;
por lo cual debe el hijo corresponder a su padre y venerarlo después de Dios,
que le ha criado, y le ha dado el ser que tiene.
El hombre necio y estulto
desprecia la doctrina y disciplina de su padre, dice un proverbio de Salomón;
pero el padre sabio y de sano juicio estima las palabras y doctrinas del hombre
que le engendró, y las conserva en su corazón (Prov., XV, 5).
El Espíritu Santo dice, que
aunque te halles en muy alta y elevada fortuna, te acuerdes de tu padre y de tu
madre, a quien debes el ser que tienes después de tu Criador y Señor (Eccli., XXIII,
18).
Aunque tu padre llegare al estado
miserable de perder el juicio y la razón, has de tener piedad con el; y no le
niegues de padre, ni le desprecies, porque así te lo manda Dios (Eccli, III, 15).
Si despreciares a tu padre, teme
no sea que Dios te ponga en olvido, y quedes infatuado, y padezcas el común improperio
de todo el pueblo, y maldigas el día de tu nacimiento en castigo de tu
ingratitud. Dios te manda que temas todos estos males, si fueres irreverente e ingrato con tus padres (Eccli., XXIII, 19 et 20).
El Sabio dice, que es abominable
el hijo que maldice a su padre, y no obedece a su madre (Prov., XXX, 11). No
hallarás sino desventuras en esta vida mortal, y te harás detestable y
aborrecible de Dios y de los hombres.
Los hijos malditos de Can se
dicen comúnmente canalla, porque
proceden de un hijo desatento, que en vez de ocultar la indecencia de su padre,
hizo burla de él, y le despreció como ingrato.
Por esto se dice en el sagrado
libro del Eclesiástico, que es hombre de mala fama, y digno de ignominia el que
no estima a su padre tal cual fuere; y es maldito de Dios el que exaspera y
desconsuela a su madre (Eccli., III, 18).
Por esto también se llaman hijos
del diablo los que no atienden a los sanos consejos de los padres; y deben
justamente recelarse, y temer que Dios les quite la vida, como lo quiso hacer
con los desatentos hijos Ophni y Finees (I Reg., II, 25).
Los hijos atentos y respetuosos a
sus padres se labran su buena fortuna en esta vida mortal y en la eterna ;
porque en este mundo se les aumenta el honor, y aseguran su prosperidad, como
dice Salomón (Prov., I, 18).
El mismo Sabio, ilustrado del
cielo, le dice que oigas y atiendas a tu padre, y estimes sus palabras, para
que aprendas la prudencia, y se multipliquen los días de tu vida (Prov., IV,
6).
Los hijos ingratos y descorteses con
sus padres teman el riguroso castigo que Dios hizo con el desatento Abimelech,
de quien dice la divina Escritura, que fue severamente castigado de Dios por
este feo delito del desprecio de su padre (Judic., IX, 56).
Semejantes hijos ingratos se
llaman en las sagradas letras hijos mentirosos, infames y despreciables; porque
degeneran de la virtud y nobleza de sus padres, que deseándolos criar bien con
ejemplos y palabras, ellos corresponden con ignominiosas obras.
Por esto dice el apóstol san
Pablo, que no todos los que proceden de Abrahán son hijos suyos, porque si
degeneran con sus malas obras de sus virtuosos padres, es justo pierdan la
honra y estimación de llamarse hijos suyos.
Los verdaderos hijos atienden a
sus padres para darles gusto, y los llenan de alegría con su humilde
rendimiento, dice Salomón; pero los hijos necios y estultos desprecian a su
madre, y se hacen ignominiosos, dándola molestias a la que tanto padeció y
sufrió para criarlos y defenderles la vida en sus primeros años (Prov., XV,
20).
Por esto dice el mismo Sabio en
otro proverbio, que el hijo necio y estulto ha nacido en este mundo para su
ignominia, y para tormento de sus pobres padres, que se corren y avergüenzan de
tener un hijo fatuo, que se hace la fábula del pueblo.
En el sagrado libro del
Eclesiástico se dice, que las malas operaciones del hijo ingrato y estulto se
convierten en confusión y contumelia de su pobre padre, el cual se halla
corrido y avergonzado de las descortesías y torpes obras de su hijo.
Deben aprender los hijos sabios y bien criados del ilustrado Salomón, el cual públicamente honró u su madre, y habiéndola
adorado, la puso sobre su majestuoso trono.
Aprendan también del santo joven Tobías, de quien dice la
divina Escritura, que antes de dar principio a su largo viaje, tomó con
humildad la bendición de su padre y de su madre, para que Dios le prosperase en
su camino.
El hijo necio y estulto menosprecia estos debidos obsequios,
se ríe de los sanos consejos de sus padres, y no hace caso de sus amorosas
correcciones; pero el hijo astuto y avisado observa las palabras de su padre y
de su madre, y de día en día se hace mas prudente, como dice un proverbio de Salomón.
El hijo temeroso de Dios honra a su padre y a su madre, y los
sirve como a sus señores, dice el Espíritu Santo, y considera que le dieron el
ser después de ellos; por lo cual todo se le hace fácil en obsequio,
veneración y respeto de los que le han criado.
En otro lugar dice la sagrada Escritura, que el hijo sabio
venera y honra a sus padres en obras y palabras, y en toda paciencia: Honora
patrem tuum in omni patientia (Eccli., III, 9). Y estas palabras universales del
Espíritu Santo en poco dicen mucho, porque no dejan caso singular en que el
hijo respetuoso no deba tener paciencia con sus padres.
Aun en esta vida mortal concede Dios nuestro Señor grandes
premios a los hijos atentos, que veneran, aman y reverencian a sus padres, y
expresamente se dice en un sagrado texto, que merece larga y dichosa vida el
hijo reverente a sus padres, que le dieron el ser: Honora patrem tuum, et sis
longaevus super terram (Exod., XX, 12).
Lo mismo dice el apóstol san Pablo en una de sus celestiales
cartas, añadiendo, que el Señor colma de bienes espirituales y temporales a los
hijos atentos a sus padres (Ephes, VI, 2). Esta católica verdad se hallará
contestada en otros muchos lugares de la sagrada Escritura.
En el libro del Eclesiástico se dicen unas misteriosas
palabras, para explicar la dicha grande de los hijos atentos y obsequiosos con
sus padres. Las palabras son: Sicut qui thesaurizat, ita qui honorificat
matrem suam (Eccli., III, 5). Considérese la buena fortuna del que tiene un tesoro para pasar su vida.
En otra parte se dice, que la bendición del padre hace
firmes las casas de los hijos; y la maldición de la madre arranca hasta los
fundamentos, porque es maldito de Dios el que exaspera a su madre (Eccli., III, 11). Aquí tienen
los hijos premio y castigo, para que de todos modos sean compelidos a cumplir
con su obligación.
En otra sagrado texto hay un vaticinio formidable contra los
hijos ingratos y desatentos (Prov., XXX, 17), y es, anunciarles que si
desprecian y desconsuelan a su padre y a su madre, los cuervos del torrente les
saquen los ojos para que estén ciegos en el cuerpo, ya que lo están con fea
ingratitud en el alma.
Un ejemplo horroroso se hallará en el erudito Alejandro:
sucedió en el siglo próximo pasado, y es de un mozo infeliz, que de Silva pasó a las Indias, donde le sucedieron extraordinarias fatalidades. Y preguntándole un
amigo suyo por el motivo de un sumo desconsuelo en que se hallaba, le respondió: que sus males no tenían remedio; porque su madre le había llenado de
maldiciones, y todas se le iban cumpliendo, porque fue desatento con ella. Todo
le sucedía mal, y por fin desastrado perdió su vida pasando un caudaloso río.
Otro caso espantoso, para que tiemblen los hijos ingratos,
se hallará en la prodigiosa vida del serafín de Padua san Antonio, donde se
refiere, que habiéndose confesado con el santo un mozo disoluto de que había
dado un puntapié a su madre, le dijo el santo con ardiente fervor, que
semejante pie debía estar cortado. El joven lleno de confusión, hizo a la
letra mas de lo que el glorioso santo disponía. Cortóse el pie, y habiéndose
llenado de alboroto y escándalo su casa, el serafín apostólico le curó para
consuelo de sus padres, dejando bien enseñado al mundo sobre la fea gravedad de
su delito.
En las casas bien gobernadas, todos los hijos y las hijas
han de besar la mano de su padre y de su madre, y de sus abuelos (si están
presentes) cuando han de salir de casa, ó vuelven de fuera de ella; porque esta
es señal de humilde veneración y buena crianza (III Reg., XIX, 18.)
También han de besar la mano a sus padres cuando de ellos
reciben inmediatamente alguna cosa (Eccli., XX, 6 ; y a los pobres de Cristo,
cuando les dan limosna; y a los sacerdotes del Altísimo, siempre que se les
ofreciere ocasión oportuna, porque de sus manos consagradas recibimos los
mayores sacramentos, y hacen las veces de Dios en la tierra.
No entren sin consideración en el templo santo del Señor atado
el cabello, ni con cofia o tocador, como mujeres: ni estén arrodillados en la
iglesia con la una rodilla sola, como ballesteros, ni tomen tabaco en el templo
santo, como disolutos y rufianes; porque la casa de Dios pide toda veneración y
santidad. Los que se burlaban del Señor le doblaban la una rodilla sola, como
lo dice el santo evangelio (Matth., XXVII).
En el día de la comunión lávense la cara, y adórnense con
decencia virtuosa, porque van a ponerse delante del Rey de los reyes, y Señor
de los señores, en cuya divina presencia tiemblan las potestades del cielo:
Tremunt potestates.
No se detengan a hablar con mujer alguna en la plaza, ni en
la calle, ni menos en la iglesia. Es un horror lo que sucede en este calamitoso
tiempo, que la gente piadosa y temerosa de Dios se horroriza de estar en los
templos, y aun de andar por las calles, por no ver las infamias, insolencias y
desenvolturas que nos han traído las guerras y las naciones extrañas, bien tendría que hacer el ardiente celo de Finees (Numer., XXV, 8).
Y porque la cristiana política, cortesía y urbanidad
respetuosa de los hijos cede en mayor honra y crédito de sus padres, que los
tienen bien criados, vean los capítulos del libro antecedente, que tratan de la
política racional en las operaciones humanas, y ajusten sus acciones y palabras
con aquellos preceptos.
Desengáñense los hijos; que del mismo modo que ellos traten á
sus padres, dispondrá o permitirá Dios nuestro Señor, que sus hijos los traten a ellos.
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