1. El apóstol
Fray Vicente Ferrer en la plenitud de su vida es un apóstol,
un predicador, en el sentido vicentino más específico. Sus ideales se
identifican con los ideales de la cristiandad del mundo medieval, porque
Vicente piensa y vive las esencias de la Edad Media. Toda su doctrina y su obra
se deslizan bajo un signo de unidad universal tan característico de la época
más grande de la Iglesia.
La concepción vicentina del predicador, que impregna sus ideales de plenitud, es la clave de su
vida y de su obra doctrinal y apostólica. Vicente Ferrer, filósofo, estudiante
de teología y Escritura sagrada, de lenguas, universitario, en una palabra, se
ha metamorfoseado en predicador, en
pastor de almas. Si en sus años mozos el ideal de la "claridad de
ciencia"—utilizando su misma expresión—regía su vida y su obra, después,
en la plenitud, la "santidad de vida" son sus palabras— informa todo
su ser y su obrar. Claridad de ciencia y santidad de vida conjuntamente,
íntimamente maridadas en el ideal de la Orden por él profesado y elevado a su
máximo exponente.
Las obras de su juventud marcan una trayectoria muy distinta
de la que caracterizará la vida del taumaturgo en los siglos posteriores. Son,
con todo, la base de lo que él mismo proponía como uno de los elementos
necesario para constituir el predicador:
Claritas scientiae.
En su vida apostólica no podía escribir mucho. La incuria
del tiempo o la dejadez de sus discípulos nos han privado de la doctrina que
expondría el Santo en las lecciones de la Seo de Valencia. Eran lecciones de
teología escolástica, dadas por un competente maestro a los iniciados en
teología. Serían, sin duda alguna, el mejor legado para reconstruir su
pensamiento teológico.
La vida ministerial, en su plenitud, le absorbía totalmente
el tiempo del día y de la noche, de modo que ni siquiera al padre Maestro
general podía escribir para comunicarle sus andanzas apostólicas. Testimonio de
ello es el encabezamiento de una valiosísima carta confidencial, conservada
hasta nuestros días: "No he podido escribir a vuestra Paternidad
reverendísima, según debía, por las increíbles ocupaciones en que me he visto.
A la verdad, después que os partisteis de Roma hasta hoy me ha sido preciso, confluyendo
las gentes de todas partes, predicar cada día, y muchos dos y tres sermones,
sin la misa cantada con toda solemnidad. De lo que estoy tan alcanzado de
tiempo, que casi no me sobra para caminar, comer, dormir y otras cosas
precisas, y aun los sermones caminando los voy componiendo. Con todo esto,
porque la falta de escribir no se me impute a descuido o poco aprecio, he
procurado ir hurtando algún tiempo en el discurso de muchos días, semanas y
meses, entre tantas ocupaciones, para poderos dar siquiera una breve relación
de la vereda que he recorrido".
Todas las obras de esta época son ocasionales, poco
literarias, estilo sermonario, pero de gran vitalidad y de un sabor netamente
vicentino.
2. Época científica
San Vicente comienza su carrera publicitaria con dos
opúsculos filosóficos, más importantes por lo que representan que por la
doctrina que contienen, siempre en consonancia con los cánones de la filosofía
tradicional.
El primero en importancia es el titulado De suppositionibus dialecticis. En una
apostilla a guisa de prólogo, de tiempo posterior a su redacción, tenemos un
dato de interés para fijar la cronología de la obra: fue compuesta en Valencia,
el año 1374 La doctrina es netamente aristotélico-tomista, sin desviarse lo más
mínimo de la trayectoria que marcaron los maestros. La oportunidad es singular,
puesto que combate, contra Occam, las dos cuestiones fundamentales de la
filosofía puestas entonces sobre el tapete.
El otro tratado lógico es Quaestio solemnis de unitate universalis. No sabemos exactamente
cuándo lo escribió, pero no debió distar mucho del anterior. ¿Sería una lección
pública tenida en Lérida, durante los años de profesorado? ¿Sería la
publicación de notas acumuladas para las clases? No lo sabemos con precisión.
También en éste, como en el anterior, la originalidad
estriba en la oportunidad de aplicar la doctrina aristotélico-tomista a los
problemas del día. Las fuentes son las mismas.
La difusión de estos dos opúsculos, con la dedicación a la
enseñanza de la filosofía y a los estudios de teología, harían suponer a
cuantos le rodeaban que fray Vicente llegaría a ser un excelente profesor y
escritor escolástico. Tal vez alguno de sus hermanos de hábito sintiera cierta
emulación mal reprimida por las cualidades y éxitos del padre Ferrer.
Conjugada con sus tareas escolares, se notaba en él una
predilección muy marcada por la vida apostólica. Ya sacerdote y profesor de
teología en la Seo de Valencia, no dejará la predicación. Sin duda alguna,
según la apreciación humana de los hechos, su prestigio científico sería uno de
los postulados más firmes de su éxito ministerial, y más teniendo en cuenta el
ascendiente moral sin igual que había adquirido sobre toda la región y sobre
todas las categorías sociales el convento de Predicadores de Valencia, en el
que transcurre la época más reposada de su vida sacerdotal.
3. Época apostólica
Con todo, la Providencia le depara circunstancias propicias
para abandonar totalmente su vida científica, y le enfrenta directamente con
problemas vitales de enorme trascendencia: el cisma y la experiencia de la vida
cristiana, débilmente vivida en casi todas las esferas sociales. No quiere esto
decir que antes no sintiera el Santo estos acontecimientos trascendentes de la
cristiandad, sino que ahora los vive más ecuménicamente y con un sentido de
mayor responsabilidad, Son los últimos treinta años de su vida. Su misión en
ellos es enteramente apostólica. Las intervenciones políticas, de signo civil o
religioso, que tiene que efectuar, están selladas con esta impronta apostólica.
Es la época de plenitud, de consagración de su persona como teólogo de la
Iglesia (teórico y práctico; más práctico que teórico) y maestro de la vida
espiritual (con idénticas características).
En estos años, desde 1391 hasta el fin de su vida, escribirá
los tratados teológicos y espirituales, de contextura polarmente opuesta a sus
primeros ensayos filosóficos. Las circunstancias le obligan a escribir y a
hacerlo del modo que lo hace.
En una ocasión será un religioso joven, que le pide consejos,
como a maestro experimentado, para ser útil a las almas de sus prójimos. Y le
contestará en forma epistolar y casi confidencial con lo que se ha dado en
llamar Tratado de la vida espiritual.
Unos años antes, socio del cardenal legado en las cortes de
Castilla y Aragón, don Pedro de Luna, ante la insistente negativa del rey de
Aragón Don Pedro IV el "Ceremonioso", para más obligar su conciencia
a determinarse por uno u otro papa, pero induciéndole a que lo haga por el de
Aviñón, escribió el Tratado del Cisma.
Otra vez, quizá un religioso cartujo de Scala Dei, atormentado por tentaciones y escrúpulos, acudirá al
maestro para que le dé aliento. Y le resumirá unos capítulos de la obra de
Guillermo Peraldo, que los posteriores intitularán Tratado de remedios contra las tentaciones espirituales.
Los penitentes que le seguían debían sujetarse a ciertas
normas comunes para el buen orden en la marcha de la cofradía. Para ellos
escribirá sus Ordenaciones. Y para
que pudieran seguir espiritualmente la misa, el gran acto litúrgico de la vida
apostólica de San Vicente, compilará un sermón predicado en Mallorca, que es
una explicación alegórica del santo sacrificio.
En 1414, a requerimiento de Benedicto XIII de Aviñón, debe
intervenir en unos coloquios públicos, habidos en la ciudad de Tortosa contra
los judíos, en colaboración con otros doctores católicos. Y entonces tomará
parte en la composición del Tratado
contra los judíos. Este es el menos característico de Vicente Ferrer. No
sabemos la parte que tuvo en su composición; pero lo más que podemos admitir es
que expresa sólo de modo esquemático la doctrina vicentina, que otros se
encargarían de rellenar literariamente.
Exceptuado este último, de ningún otro podemos precisar la
fecha exacta de composición. Ni la crítica externa ni la interna nos han
proporcionado datos ciertos.
El estilo literario es muy homogéneo en todos ellos, y
tienen un carácter marcadamente alegórico, simbólico, el de los judíos y el de
las propiedades de la misa. Todos ellos casan de modo excelente, tanto
literaria como doctrinalmente, con los esquemas de sermones que conservamos,
todos de la época de madurez del Santo.
Escritos rápidamente, con plagios que el Santo no pretende
disimular, tienen un sabor eminentemente pastoral muy propio del autor, con
imágenes y metáforas domésticas, con recursos de detalles muy singulares, que
revelan, sin lugar a duda, la pintura más acabada de su vida integral.
Tendremos ocasión de completar esta idea más adelante, cuando hagamos la síntesis
de su pensamiento, reflejo de su vida apostólica. Son algo como las memorias de
una gran personalidad histórica.
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