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lunes, 29 de octubre de 2012

La Esperanza

El hombre vive de esperanza casi tanto como de pan; es preciso este alimento para su pobre corazón ávido de infinito.
En efecto, no hay nadie aquí en la tierra que no espere algo. El escritor y el artista sueñan con la fama y la gloria; el funcionario y el soldado, con los ascensos indefinidos; el comerciante, con la fortuna; el obrero sueña con el descanso, y aquel cuyo destino parece fijo y sin mutación, sueña al menos una larga y apacible vejez.
Así, todos los hombres ocultan en lo más profundo de su ser una fuente inagotable de aspiraciones; todos los hombres se dirigen hacia un fin misterioso que los halaga y los atrae, quimera o realidad, todos se echan en brazos de la esperanza.
Y tú, hijo mío, ¿qué es lo que esperas? Puedes esperar todos los bienes legítimos y sólidos que la tierra promete a sus hijos; pero no te detengas en esas ambiciones.
Cristiano, tú no estás hecho sólo para esta tierra en que todas las esperanzas son burladas; eleva tus miradas hacia horizontes más altos y entrega tu corazón a la esperanza de la inmortalidad. Esta santa esperanza santificará los sueños que pueblan el ancho espacio que tu juventud percibe delante de ella, y es la que te dará también, en medio de los disgustos y abatimientos de la tierra, el valor de vivir, de trabajar y de morir.
Sí, entrega tu corazón a la divina esperanza; ella te abrirá el inmenso campo de las gracias presentes y de la felicidad futura.
Espera en Dios: El es bueno, justo, no sabrá faltar a sus promesas y es el único cuyo amor es fiel.
Espera en Dios: es el Padre de las almas penitentes, es el refugio de las almas fatigadas, es la palma y la corona de las almas esforzadas.
No detengas tu mirada en las cosas de la tierra; desprecia las satisfacciones vulgares mundanales: riquezas, honores y placeres, todo es frívolo y caduco en este mundo. Espera en Dios y déjate guiar por la Esperanza; ella conoce el camino del cielo y te conducirá a él.
Valor, hijo mío bien pronto serás un ciudadano de la eternidad, un compañero feliz de los santos, un habitante del reino de la paz, de la luz y del amor; porque la muerte, desde lejanos horizontes de la vida, viene hacia nosotros, con la rapidez del águila y es la que nos libera.
Espera hasta aquí: la Esperanza te ayudará a soportar el peso de la vida, sostendrá tus pasos en esos duros senderos y marcharás más aprisa, porque la carga es menos pesadas en las espaldas del viajero cuando sus ojos entreven la meta hacia la cual se dirige, que será el término que ha deseado para todos los males.

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