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domingo, 9 de septiembre de 2012

¡APOSTATA!

POR EL Pbro. Dr. JOAQUIN SAENZ Y ARRIAGA
LA APOSTASIA DEL JESUITA
JOSE PORFIRIO MIRANDA Y DE LA PARRA
México 1971
(Pág. 1-16)

Estuve en Roma. Mi salida coincidió con la publicación del libro más escandaloso, más satánico, que han publicado los jesuitas de la "nueva ola", siguiendo, con ciega obediencia, las consignas reformistas, que vienen de Roma.
Me llevé un ejemplar, para leerlo, en los pocos ratos de ocio, que tuve disponibles. No soy turista, ni me interesan mucho los deleites estéticos, que las incontables obras de arte, que hay en Europa, puedan proporcionarme. Hago lo que tengo que hacer; habló con quien necesito hablar, y el tiempo restante procuro aprovecharlo, leyendo lo mucho que hay que leer, estudiando lo que hace falta estudiar o escribiendo lo que hay que escribir.
Esta vez vengo de Europa con la respuesta escrita al libro de José Porfirio Miranda y de la Parra, que, como un contrataque, ofrezco al público de México y América Latina, con la esperanza de que, ante la evidencia, al fin abran los ojos y se den cuenta de la gravísima situación, que estamos pasando. A muchos los salva, es cierto, su falta de visión, su invencible ignorancia; pero a otros —¡Dios quiera no sean muchos!— no los excusa su crasa ignorancia o su falta de decisión o su cobardía, para no ver al enemigo y combatir valiente y cristianamente, en esta lucha espantosa, que compromete fatalmente las esencias mismas de lo que somos, de lo que amamos y de lo que tenemos.
Un tal P. Rivera, sacerdote de la "nueva ola" y vocero oficial, según dicen, de la oficina de prensa de la Curia Metropolitana de México, comentó con insultos personales y con una "desaprobación" mis declaraciones, hechas en Roma, delante de un grupo numeroso de sacerdotes —algunos de ellos eminentes y reconocidos teólogos— algunos también miembros de las Sagradas Congregaciones de la Curia Romana.
Para darle margen a una respuesta más teológica, hecha más a conciencia, con mayor caridad, con un espíritu conciliar más auténtico, voy a repetir lo que dije en Roma. Fue en una conferencia de prensa, y la versión de mis palabras está debidamente conservada y a disposición del vocero, que me ha atacado.
Uno de los periodistas italianos, sobrino de Paulo VI. el Doctor Montini, dijo que él veía, en la nueva misa vernácula, una especie de repetición de Pentecostés, cuando los Apóstoles predicaron el misterio de Cristo a multitudes de diversas lenguas, razas, religiones, y nacionalidades, y todos entendieron, como si los Apóstoles hubieran predicado en su propia lengua.
Contestó con mucho acierto, el Abbé Noel Barbara a este pensamiento metafórico del Dr. Montini diciendo que "para nosotros, el problema de la lengua, con ser tan importante, no era, en manera alguna, el más importante. Preferiríamos, dijo, decir la Misa de San Pío V, la del Concilio de Trento, la Misa de siempre, en lengua vernácula, a admitir como católica esa nueva misa, confeccionada por Bugnini y por cuatro pastores protestantes, que ha suprimido el sacrificio, que se puede adaptar a todas las sectas cristianas, no católicas, que es equívoca y que ha degenerado en tantos sacrilegios y en tantas profanaciones. Este es un Pentecostés puesto al revés: aquí se hablan muchas lenguas, pero nadie entiende. La división existe aun en las mismas familias cristianas, entre padres e hijos, En el verdadero Pentecostés, los Apóstoles hablaban una sola lengua, y todos entendían. Como pasaba en la Iglesia preconciliar, cuando el lenguaje de todos los sacerdotes del rito latino era un solo latín, y, sin embargo, todos entendían".
Entonces fue cuando me levanté yo, para Completar el pensamiento del P. Barbara y demostrar teológicamente que la nueva misa no es una verdadera Misa Católica, como lo demuestra la tradición indeficiente de la Iglesia Católica.
"Sr. Montini, dije, antes de exponer mi demostración teológica, debo recordarle que el CONCILIO ECUMENICO DE TRENTO fue un verdadero Concilio de la Iglesia Católica; un concilio dogmático, en el que se nos precisó definitiva y dogmáticamente, la doctrina católica sobre nuestra justificación por Jesucristo, contra las herejías y falsas pretensiones de Lutero y sus secuaces. El Concilio Ecuménico de Trento fue un Concilio DOGMATICO, no "pastoral". El que niegue sus definiciones o cambie su formulación a su sentido, ha caído ipso facto, en la herejía; está fuera de la Iglesia. Esto equivale a decir que dicho Concilio está en plena vigencia para los que somos y queremos ser verdaderos católicos. Creo que Ud. estará de acuerdo conmigo, porque, de lo contrario, negaría la "INERRANCIA" de la verdadera y única Iglesia fundada por Jesucristo; usted dejaría de ser católico y pasaría a la categoría postconciliar de "hermano separado". Esto presupuesto, expondré mi argumento:
Mayor del silogismo: Para que una Misa sea válida y lícita, se necesita que el celebrante tenga la misma intención, que tuvo Cristo, al instituir el Santo Sacrificio del Altar, la Misa.
Menor del silogismo: Es así que el sacerdote que celebra la Misa, según el "Novus Ordo", en lengua vernácula, no sólo no tiene, sino que positivamente excluye la intención de Cristo.
Luego: LA NUEVA MISA NO ES VALIDA, NI LICITA.


La premisa mayor del silogismo es evidente, ya que el celebrante debe hacer lo que Cristo hizo, según la misma intención de Cristo, según aquellas palabras del Salvador: "HOC FACITE IN MEAM COMMEMORATIONEM", haced lo mismo que yo hice, con la misma intención, en memoria mía.
Pruebo la menor: Cristo, que debía morir, de una manera cruenta, en el Calvario, para obrar la redención de todos los hombres, quiso, en la Ultima Cena, instituir otro sacrificio, verdadero sacrificio, como nos enseña Trento, para aplicarnos los frutos de su redención. Dos son, pues, los sacrificios de Cristo, uno cruento y otro incruento; uno para redimir a todo el género humano, y el otro para aplicarnos los frutos de su redención. La intención de Cristo en el Calvario fue la redención; la intención de Cristo en la Eucaristía no era la redención, sino la justificación, la salvación de los hombres, por la aplicación de los frutos de su redención.
La redención fue para todos los hombres, para todo el género humano. No así la aplicación de los frutos redentores, que sólo se nos dan por los medios instituidos por Cristo para este fin. Citemos a Trento:
"Is igitur Deus et Dominus noster, etsi semel se ipsum, ni ara crucis, morte intercedente, Deo Patri oblaturus erat, ut aeternam illis (ómnibus hominibus) redemptionem operatur... in coena novissima, qua nocte tradabatur, ut dilectae suae sponsae Ecclesiae visibile (sicut hominum natura exigit) relinqueret sacrificium, eiusque memoria in finem usque saeculi permaneret, ATQUE ILLIUS SALUTARIS VIRTUS IN REMISSIONEM EORUM, QUAE A NOBIS COMMITUNTUR, PECCATORUM APPLICARETUR... corpus et sanguinem suum, sub speciebus panis et vini Deo Patri obtulit ac sub earundem rerum symbolis Apostolis... ut sumerent, tradidit, et eisdem eorumque in sacerdotio succesoribus, ut offerrent, praecepit... uti semper catholica Ecclesia intellexit et docuit"... (Este, pues, nuestro Dios y Señor, aunque una vez tan sólo había de ofrecerse a sí mismo, en el ara de la Cruz, por medio de su muerte, a Dios Padre, para obrar la redención de todo el género humano... en la última cena, en la noche en que iba a ser entregado, para dejar a su esposa muy amada, la Iglesia, un sacrificio visible, como lo pide la naturaleza de los hombres, que hasta el fin de los tiempos recordase su memoria y para que la virtud saludable de este sacrificio nos fuese aplicada, para remisión de nuestros pecados, que cometemos... ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre, bajo las apariencias de pan y vino, y bajo las apariencias de estas mismas cosas, ordenó a sus Apóstoles y en ellos a sus sucesores en el sacerdocio, que ofreciesen este sacrificio, como siempre lo ha entendido y enseñado la Iglesia Católica).
De estas palabras de Trento se sigue claramente:
1) Cristo se ofreció, de una manera cruenta y por su muerte, una sola vez en la Cruz.
2) La intención de Cristo en el Calvario fue obrar la redención de todo el género humano.
3) En la última cena, en el día, que iba a ser entregado, quiso ofrecer otro sacrificio de su Cuerpo y Sangre, de una manera incruenta, bajo las apariencias del pan y del vino.
4) Las intenciones de Cristo fueron: dejar un verdadero y visible sacrificio a su Iglesia, que nos recordase siempre su memoria y en el cual se nos aplicasen los frutos de su redención, para remisión de nuestros pecados.
5) La intención de Cristo, pues, al instituir este sacrificio eucarístico, no fue obrar nuestra redención —ésta la había de hacer en la Cruz— sino aplicarnos los frutos de su redención, presupuesta la libre correspondencia de nuestra libertad.


Así pues, aunque el Sacrifico de la Cruz y el Sacrificio Eucarístico convergen en que ambos tienen el mismo Sacerdote y la misma víctima; sin embargo, difieren, en el modo y en el fin, o sea, en la intención de Cristo: en la Cruz hubo sangre y hubo muerte; pero no en el altar, porque Cristo resucitado ya no puede sufrir, ni morir; en la Cruz, Cristo obró la redención de todo el género humano; ese fue el fin de ese sacrificio, esa la intención de Cristo. En cambio, la intención del Sacrificio del Altar fue darnos el medio para apropiarnos los frutos de esa redención.
Ahora bien, sabemos por la fe católica, que no todos los hombres han de alcanzar los frutos de la redención, que no todos han de salvarse. Al admitir el celebrante la fórmula, en la consagración del vino: "Este es el cáliz de mi Sangre... que será derramada por vosotros y por todos los hombres", el sacerdote está adulterando, excluyendo la intención de Cristo, al instituir el Sacrificio Eucarístico, la está confundiendo con la intención de Cristo en el Calvario, en donde sí murió por todos los hombres. Esta adulteración fraudulenta, en las traducciones vernáculas, hace que la nueva misa sea inválida, sea ilícita, no sea un sacrificio.
En algunos cánones antiguos se omitía parte de la fórmula: Este es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros. Esta omisión, supuesta la intención del celebrante de hacer lo que hizo Cristo, no hacía inválida la Misa. En absoluto, si sólo se dijese: Este es el cáliz de mi sangre, podría haber consagración, porque no se niega ni excluye la intención de Cristo. Pero, en las versiones vernáculas del "Novus Ordo", positivamente se excluye la intención de Cristo, al decir POR TODOS LOS HOMBRES, confundiendo el dogma de la redención (POR TODOS) con el dogma de la justificación o salvación (POR MUCHOS). Esta confusión es la doctrina luterana.
Padre Rivera, le recomiendo lea en el Denzinger la sesión XXII del Tridentino y, para mayor claridad y abundamiento, el Catecismo del Concilio de Trento, página 206, n° 24.
En llamarme "indisciplinado" no me injuria, porque HAY QUE OBEDECER A DIOS ANTES QUE A LOS HOMBRES. Yo podría hablar; sé muchas cosas; pero la caridad me obliga a callar... ¿me entiende?
Volviendo al libro de José Porfirio Miranda y de la Parra, veo que el demoledor jesuíta ha tenido más suerte que yo, porque está dentro de las consignas socializantes de Roma. Mis lectores juzgarán la objetividad con que se opina y juzga en la Curia Metropolitana del Arzobispado de México.



EL PROLOGO QUE PONE A SU LIBRO 
JOSE PORFIRIO Y DE LA PARRA.

 Basta leer y analizar las primeras páginas del libro, recién publicado, del ya muy conocido e impetuoso jesuita de la "nueva ola", para darnos cuenta —por una confesión de parte— de que es la Compañía de Jesús (hablo de la reformada, de la "arrupiana", no de la que fundó San Ignacio) la que ha recibido la consigna salvadora de justificar el marxismo y declararlo —¡razón tenía, por lo visto, su Excelencia Reverendísima Don Sergio Méndez Arceo, el VII obispo de Cuernavaca!— la nueva expresión del pensamiento cristiano; la que derrumbando "la filosofía de la opresión, perfeccionada, a través de civilizaciones, como una verdadera cultura de la injusticia", ha logrado incorporar a la moderna teología "las aportaciones" redentoras del judío clarividente, Karl Marx.
No quiero pecar de exagerado, ni atribuir a la ya "mal ferida" Compañía de Jesús (¡Ay, Jesús, qué Compañía!) ni glorias, ni vituperios, que no le pertenecen. Procuraré ser objetivo y citaré cuantas veces pueda —aunque mis citas alarguen mi crítica— las propias palabras, los mismos conceptos del escandaloso libro del P. José Porfirio Miranda y de la Parra, que, como pinta, lleva el mismo camino de sus correligionarios Felipe Pardinas y Pierre Teilhard de Chardin, máximos exponentes de la actual subversión que hay en la Iglesia de Dios.
Desde luego nos sorprende encontrar en la primera página del libro, que vamos a comentar, los preconciliares y anacrónicos prerrequisitos del Derecho Canónico, que antiguamente avalaban las buenas lecturas, pero que ahora solo sirven para aumentar la confusión reinante, ya que los libros más nocivos, para la integridad y pureza de la fe y buenas costumbres, circulan hoy con esas formalidades jurídicas, que carecen de sentido, después de que el Vaticano II proclamó solemnemente la libertad de conciencia, fundada en la dignidad de la persona humana.
Dos son los censores de la ínclita Compañía de Jesús, que con su ciencia teológica nos aseguran el "nihil obstat", es decir, salen garantízadores de la purísima ortodoxia del libro de José Porfirio: los Reverendos Padres Jorge Manzano —antiguo discípulo mío— y Luis G. del Valle, ambos miembros de la ínclita. El muy conocido y liberal P. Enrique Gutiérrez Martín del Campo, Prepósito Provincial de la Provincia de México, da después la luz verde, es decir, concede el "Imprimí potest" al fruto engendrado por la calenturienta y revolucionaria inteligencia de José Porfirio; y Su Eminencia Reverendísima, Miguel Darío Cardenal Miranda y Gómez, Arzobispo Primado de México, otorga al fin graciosamente el "IMPRIMATUR", no sin lavarse antes las manos, como Pilato, con una nota marginal, en la que hace notar al público tres cosas de suma importancia y gravedad:
a) La aprobación de Su Eminencia como del más alto jerarca de la Iglesia en México no significa necesariamente que ésta haga suyas las afirmaciones del autor, sus tesis revolucionarias;
b) sino que es tan sólo una prueba fehaciente de que Su Eminencia Reverendísima permite siempre en su arquidiócesis "la sana libertad de expresión"; y 

c) que el Primado de México considera que esta publicación está dentro del dogma católico; en nada se opone a nuestra fe.

Yo, sin embargo, a pesar de tantos y tan preclaros garantízadores, me atrevo a decir —¡pecador de mí!— ya desde el principio, que los censores o no leyeron el libro, o no saben teología, o traicionaron, comprometidos, su conciencia. Y me atrevo también a decir que el R.P. Enrique Gutiérrez Martín del Campo, S.J., Prepósito Provincial de la Provincia jesuítica de México, es grandemente responsable, delante de Dios y de los hombres, de haber autorizado, con su suprema autoridad, la publicación de todos esos enormes errores del mentado aborto de ese inquieto y alocado súbdito; errores, que, con razón, tienen azorados a todos los católicos, que no están adormecidos o no han perdido su fe. Y, finalmente, y con la reverencia que se debe a la sagrada púrpura del Señor Cardenal, Arzobispo Primado de la Arquidiócesis de México, afirmó que el libro, cuya publicación él ordenó con su "Imprimatur", sí está, abierta, descarada y perversamente, contra el dogma católico, contra la religión que fundó Cristo y contra toda religión: que ésa, que él llama "sana libertad de expresión" es sencillamente la difusión diabólica y nociva de errores gravísimos, ya repetidamente condenados por Papas y Concilios; y que, haciendo o no haciendo suyas las tesis de José Porfirio Miranda y de la Parra, él, Su Eminencia, es el principal responsable de todo el daño que ese libro infame produzca.
Mi primera acusación es, pues, —lo digo sin temor y con plena conciencia de mis actos— contra los que, con su firma, avalan el libelo, desorientan a los crédulos católicos y facilitan así la subversión religiosa, social y política de los pueblos, que, en frase de un conocido y extraordinario escritor, es "CAOS EN LA IGLESIA Y TRAICION AL ESTADO".



 MIRANDA Y DE LA PARRA SE CURA EN SALUD.

El despanpanante jesuíta, para curarse en salud, para ganarse la simpatía y el apoyo incondicional de los Cándidos lectores, empieza por apoyar sus tesis y su subversión, de manera taimada, en la discutible y discutida encíclica del actual Pontífice, la POPULORUM PROGRESSIO. Como si quisiera decirnos: si Paulo VI y su valioso documento han sido atacados despiadadamente por críticos sin conciencia, ¿qué importancia pueden tener las invectivas, que me dirijan a mí los inconformes?
A muchos críticos —europeos y norteamericanos— la POPULORUM PROGRESSIO les pareció ser "el resumen completo de los lugares comunes, marxistas y filomarxistas" o, como diría otro crítico, "un marxismo recalentado". Miranda y de la Parra no se indigna por estos comentarios contra el documento papal; los acepta, más bien, los reconoce, porque quiere hacer a Paulo VI defensor y abanderado de sus mismísimas ideas, claramente subversivas, abiertamente comunistas. Como si José Porfirio quisiera decirnos: Paulo VI piensa como pienso yo; dice lo que digo yo; estamos en las mismas trincheras.
Por otra parte, ya en 1951, otro jesuíta, —como si dijéramos lo sumo de la inteligencia y de la ciencia—, el P. Oswald von Nell-Brenning, había ya escrito: "Este análisis de la sociedad económica y —por lo que hace a los países industrializados— de la sociedad a secas, es el mérito imperecedero de Karl Marx". El juicio de este jesuíta tiene para nuestro escritor mexicano el mismo valor que una frase evangélica.
Aquí tenemos, pues, a Marx —a quien José Porfirio Miranda y de la Parra va a identificar con el pensamiento salvífico de la Biblia— rehabilitado, nada menos que por Paulo VI y los jesuítas de la "nueva ola", y exaltado a la categoría de un profeta, de un vidente, que rebasa, en cierto modo, el mensaje evangélico de nuestra salud, o, por lo menos, lo actualiza, lo "aggiorna". Por eso, el mismo jesuíta emite este definitivo y asombroso juicio: "Todos nosotros estamos sobre los hombros de Carlos Marx".
Abunda en este juicio proselitista José Porfirio y, para probarlo, cita el testimonio de las Encíclicas Sociales de los Papas, que vergonzosamente —¡dolor causa decirlo!— han inspirado en Marx, no en Cristo, su doctrina. Los Papas, dice José Porfirio, toman del marxismo, —para citar tan sólo algunos ejemplos— los siguientes puntos centrales de su doctrina social:
a) el diagnóstico de una sociedad dividida en clases;
b) la inevitabilidad del enfrentamiento, de la lucha de clases;
c) la necesidad de la transformación de las estructuras y de las instituciones; y, sobre todo,
d) a pensar con mentalidad histórica acerca del problema social. Es decir, explicaré yo, con mentalidad dialéctica.


Difícil les sería a nuestro jesuíta demostrar su afirmación en las encíclicas de León XIII, de San Pío X, Pío XI y Pío XII; por eso se refugia, como todos los progresistas, en el Vaticano II y los dos últimos Pontífices, y sugiere "un elenco de pasajes y argumentos de la POPULORUM PROGRESSIO, que derivan de Marx". Por lo visto, no estuvieron, pues, muy equivocados los críticos de Paulo VI, a los que el inquieto y revolucionario Miranda y de la Parra cataloga despectivamente como "resentidos conservadores".
Sin embargo, no obstante la identidad del pensamiento de Paulo VI con la luminosa mente de Miranda y de la Parra, ni él escapa a la furia sacrosanta del jesuíta mexicano, por la expresión irreverente del Pontífice contra "los mesianismos, cargados de promesas, pero fabricadores de ilusiones".



MARX, ANTES QUE LA IGLESIA, 
VIO Y SOLUCIONO EL PROBLEMA SOCIAL. 

Contra esta crítica realista del Pontífice, el jesuíta Miranda hace una observación demoledora: estos socialistas, como Marx, "se jugaron la vida" por la justicia social. (Miranda y de la Parra también se la jugó en aquellos inolvidables motines de 1968 y también en los disturbios de Chihuahua). La Iglesia, en cambio, ante lo inevitable, tardíamente "toma conciencia", ante este aspecto "mesiánico" (de Marx), "polarizador de inmensas masas proletarias", empuñando en su brazo, ya agotado, la bandera redentora del marxismo. Los papas intervienen, cuando ya no hay peligro alguno, cuando "el riesgo era mucho menor", cuando las ideas de Marx habían dominado al mundo o, por lo menos, cuando "la aceptabilidad de esas doctrinas era mucho mayor". Compendiando el pensamiento de José Porfirio Miranda y de la Parra; añadiré yo: los Papas —hablando en plata y a la mexicana— se han ido a la cargada, es decir, siguieron la corriente; cambiaron la verdad inmutable, por una verdad circunstancial, movediza y en constante evolución.
Marx, sin tener asegurado su "status social", en medio de la "ilegalidad", "que las legislaciones capitalistas le amañaban", sacrificó TODO, "nuevo mesías y redentor del mundo", a la causa de los pobres y oprimidos, luchando incluso contra la misma Iglesia.
El contraste es manifiesto, entre la sinceridad incuestionable para el jesuita de Karl Marx y la postura hipócrita, acomodaticia y convenenciera de la Iglesia, que hoy acepta lo que ayer condenó; y hoy condena lo que ayer proclamó y enseñó por los órganos de su Magisterio. ¡Este es el poder de la dialéctica evolucionista, que, invirtiendo la jerarquía de los valores, hace que hoy sea verdad lo que ayer era error, era mentira; y, al revés, hoy puede ser error intolerable aquella verdad, por la que murieron heroicamente los mártires!
Al final, dice José Porfirio, l'enfant terrible de la subversión eclesiástica en México, la Iglesia ha adoptado, sin confesarlo, las ideas, las instituciones, la dialéctica, el materialismo histórico del marxismo. Y estas monstruosas afirmaciones están avaladas por el "Imprimatur" del Cardenal Miranda y por el "Imprimí potest" del R.P. Prepósito Provincial de la ínclita Compañía en México.

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