Hijo mío, hay un Dios, y nadie lo ha negado jamás sin mentir a la naturaleza y sin mentirse a sí mismo.
Lee los libros santos, interroga a los pensadores eternos, consulta a los pueblos que viven o que han vivido, interroga al Universo y pregúntale a tu alma y todo te responderá: ¡Hay un Dios!
Hay un Dios, porque es preciso que la cadena de seres suba hasta el primer Ser que no tiene la existencia más que por sí mismo.
Hay un Dios, porque hay demasiada armonía en el desorden del mundo para que el mundo sea fruto del azar.
Hay un Dios, porque hay una ley moral que se impone a la conciencia humana, y porque esa ley que la domina, no puede venir más que de Aquél que es la justicia increada.
Hay un Dios, en fin, porque hay el irresistible instinto de la conciencia, de proclamar que El existe, y que todas las generaciones, desde el principio, lo han adorado siempre, siempre El mismo bajo nombres diversos.
Dios existe, todas las cosas lo proclaman, y sólo el insensato dice: ¡no hay Dios!
Lo que es El, ni la razón, ni la idea lo pueden concebir, porque ¿dónde está aquél que ha visto a Dios?
Dios sobrepasa el pensamiento del hombre, como el vasto cielo que nos envuelve, y más aún, porque El traspasa el cielo mismo.
¡Dios es el que es! Es el Infinito, porque no tiene límites; es el Eterno, porque no hay para El ni pasado ni futuro; es el Inmutable, porque no puede adquirir nada ni perder nada; es el Inmenso, porque está presente en cada átomo del vasto mundo; en fin es Solo, ¡porque es todo el Ser!
Es soberanamente sabio, porque su sabiduría brilla en todo lo que ha hecho; es soberanamente bueno, porque todos los seres viven de sus beneficios; es soberanamente poderoso, porque es el Creador y hace lo que quiere; es santo, porque es el bien; es Providencia, porque vigila sobre todas sus criaturas.
Hay un Dios, porque hay demasiada armonía en el desorden del mundo para que el mundo sea fruto del azar.
Hay un Dios, porque hay una ley moral que se impone a la conciencia humana, y porque esa ley que la domina, no puede venir más que de Aquél que es la justicia increada.
Hay un Dios, en fin, porque hay el irresistible instinto de la conciencia, de proclamar que El existe, y que todas las generaciones, desde el principio, lo han adorado siempre, siempre El mismo bajo nombres diversos.
Dios existe, todas las cosas lo proclaman, y sólo el insensato dice: ¡no hay Dios!
Lo que es El, ni la razón, ni la idea lo pueden concebir, porque ¿dónde está aquél que ha visto a Dios?
Dios sobrepasa el pensamiento del hombre, como el vasto cielo que nos envuelve, y más aún, porque El traspasa el cielo mismo.
¡Dios es el que es! Es el Infinito, porque no tiene límites; es el Eterno, porque no hay para El ni pasado ni futuro; es el Inmutable, porque no puede adquirir nada ni perder nada; es el Inmenso, porque está presente en cada átomo del vasto mundo; en fin es Solo, ¡porque es todo el Ser!
Es soberanamente sabio, porque su sabiduría brilla en todo lo que ha hecho; es soberanamente bueno, porque todos los seres viven de sus beneficios; es soberanamente poderoso, porque es el Creador y hace lo que quiere; es santo, porque es el bien; es Providencia, porque vigila sobre todas sus criaturas.
¡Oh visión terrible y admirable! ¡Inclínate joven! ¡De rodillas, hijo mío, y adora a Aquél que tus labios no son ni siquiera dignos de nombrarle!
Es grande, respétalo. Es justo, témelo. Es bueno, ámalo.
Y ríndele testimonio en presencia de todos; no serás más que razonable y justo dirigiéndole a El tu homenaje.
Es grande, respétalo. Es justo, témelo. Es bueno, ámalo.
Y ríndele testimonio en presencia de todos; no serás más que razonable y justo dirigiéndole a El tu homenaje.
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