Tú lo quisiste, y se extendió la noche
de la orfandad, en nuestro cielo triste;
y no hubo en nuestros labios un reproche,
ni el gemido que exhala quien resiste
al golpe del dolor... Tú lo quisiste!
Se deslizó en silencio nuestro llanto;
Se deslizó en silencio nuestro llanto;
en silencio sufrimos aquel frío
que hiela nuestros huesos. El quebranto
que causa en otras almas, desvarío,
lo mitigaste Tú, Corazón Santo!
Tú nos habías colmado de alegrías
Tú nos habías colmado de alegrías
y regado el camino con tus flores,
¿Porqué no bendecirte en la agonía?
Porqué no alzar un himno a tus amores
Si contigo se fué la madre mía?
No hay en nuestra alma ni rencor ni encono,
No hay en nuestra alma ni rencor ni encono,
aunque el hogar dejaste hecho cenizas.
¿No ves que alegre canción entono,
y en los labios de todos hay sonrisas
al ofrecerte, ¡Oh Rey! humilde trono?
Eres el Rey, y así nuestro destino
Eres el Rey, y así nuestro destino
en Ti, confiadamente, lo ponemos:
¡y puedes alfombrar nuestro camino
de espinas o de rosas...! ¡Te amaremos!
¿Estás contento, Corazón Divino... ?
Oh, sin duda que sí; por eso ahora
Oh, sin duda que sí; por eso ahora
quiero dejar en este altar sagrado
donde rendida nuestra fe te adora,
un solo ruego, el mismo que ha elevado
A Ti mi corazón a toda hora.
He aquí lo que te pido humildemente:
He aquí lo que te pido humildemente:
Arranca de mi padre la tristeza,
quiero otra vez mirarlo sonriente
aunque ciña punzante mi cabeza
la corona de espinas de su frente...!
Vuélvele la salud, si es necesario
que la mirra se queme en nuestros lares,
tienes mi corazón, sea el incensario
en cuyo fuego caigan los pesares,
y a él, dale el Tabor; a mí, el Calvario!
El, desde niño, consumióse en fuego
El, desde niño, consumióse en fuego
de tus amores: y por eso digo:
Tú, que le diste la salud a un ciego
que sin haberte amado alzó su ruego,
¿desoirás la plegaria de un amigo...?
No, Tú me vas a escuchar. Siempre en el día
No, Tú me vas a escuchar. Siempre en el día
de su entronización, saben los reyes
conceder todo lo que el pueblo ansía
suspendiendo la fuerza de las leyes.
Tú has escuchado la plegaria mía...!
Mons. Vicente M. Camacho
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