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jueves, 27 de septiembre de 2012

EN UNA ENTRONIZACION

 Tú lo quisiste, y se extendió la noche
de la orfandad, en nuestro cielo triste;
y no hubo en nuestros labios un reproche,
 ni el gemido que exhala quien resiste 
al golpe del dolor... Tú lo quisiste!

Se deslizó en silencio nuestro llanto; 
en silencio sufrimos aquel frío 
que hiela nuestros huesos. El quebranto 
que causa en otras almas, desvarío, 
lo mitigaste Tú, Corazón Santo!

Tú nos habías colmado de alegrías 
y regado el camino con tus flores, 
¿Porqué no bendecirte en la agonía? 
Porqué no alzar un himno a tus amores 
Si contigo se fué la madre mía?

No hay en nuestra alma ni rencor ni encono, 
aunque el hogar dejaste hecho cenizas. 
¿No ves que alegre canción entono, 
y en los labios de todos hay sonrisas 
al ofrecerte, ¡Oh Rey! humilde trono?

Eres el Rey, y así nuestro destino 
en Ti, confiadamente, lo ponemos: 
¡y puedes alfombrar nuestro camino 
de espinas o de rosas...! ¡Te amaremos! 
¿Estás contento, Corazón Divino... ?

Oh, sin duda que sí; por eso ahora 
quiero dejar en este altar sagrado 
donde rendida nuestra fe te adora, 
un solo ruego, el mismo que ha elevado 
A Ti mi corazón a toda hora.

He aquí lo que te pido humildemente:
 Arranca de mi padre la tristeza, 
quiero otra vez mirarlo sonriente 
aunque ciña punzante mi cabeza 
la corona de espinas de su frente...!

Vuélvele la salud, si es necesario 
que la mirra se queme en nuestros lares, 
tienes mi corazón, sea el incensario
en cuyo fuego caigan los pesares, 
y a él, dale el Tabor; a mí, el Calvario!

El, desde niño, consumióse en fuego 
de tus amores: y por eso digo: 
Tú, que le diste la salud a un ciego 
que sin haberte amado alzó su ruego, 
¿desoirás la plegaria de un amigo...?

No, Tú me vas a escuchar. Siempre en el día 
de su entronización, saben los reyes 
conceder todo lo que el pueblo ansía 
suspendiendo la fuerza de las leyes. 
Tú has escuchado la plegaria mía...!

Mons. Vicente M. Camacho

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