El hombre es hijo de su ambiente. Las circunstancias vitales que le rodean condicionan de tal modo su existencia en el tiempo y en el espacio, que todos serían distintos, si distinto fuera el ambiente que han vivido y viven. Las circunstancias ambientales son accidentes, sin duda alguna. Pero accidentes que dan la tónica diferencial a la vida humana, hasta el punto de que el coeficiente vital de nuestro ser, despojado de todos sus accidentes, quedaría reducido a la mínima expresión. El ambiente modela, forja, crea la personalidad.
Si esto es cierto en el orden natural, no lo es menos en el sobrenatural. La vida del Cristo místico a través de la historia crece y obra según las circunstancias temporales y espaciales por las que pasa, acomodándose a todos los tiempos y a todos los pueblos y razas. Es la prueba experimental de su poder ecuménico, universal. Y al asimilar los ambientes, las costumbres y la cultura de cada pueblo para bautizarlas, se impone la creación o modelación de figuras, de personalidades sobrenaturales, de miembros adecuados en el cuerpo místico, según lo exigen las necesidades circunstanciales en que ha de vivir. Esta es la razón de la diversidad caracterológica sobrenatural en la hagiografía cristiana y, de modo especial, en la fundación de las órdenes religiosas. Es la razón más profunda en lo sobrenatural de la división y distribución de las gracias "gratis dadas", repartidas por el Espíritu según los fines que el mismo Espíritu señala, que siempre responden a una necesidad actual de la Iglesia.
Vicente Ferrer es hijo de su ambiente. Está moldeado según las circunstancias naturales y sobrenaturales del tiempo y del espacio en que le cupo existir. Circunstancias, naturales y sobrenaturales, dispuestas por la Providencia, a cuya mirada eterna nada puede escapar.
Dos eran los graves problemas que aquejaban a la Iglesia cuando nuestro Taumaturgo inicia su carrera religioso-sacerdotal: el cisma de Occidente y la crisis religiosa general. El gran cisma sume a la cristiandad en una de las mayores postraciones históricas por las que ha pasado la obra de Cristo en la tierra. Quien viviera de veras la vida de Cristo no podía menos de sentir la escisión de los cimientos unitarios de la Iglesia. Y la decadencia religiosa general heria amargamente los espíritus selectos y sinceros. Hacia estos dos problemas se orienta la vida entera de Vicente Ferrer.
Esta doble crisis forja la figura de un Taumaturgo que, cansado de insistir ante el supuesto pontífice de Aviñón y desligado de la convivencia conventual, surca los caminos de la vieja Europa, conquistando posiciones para Cristo por el ideal de la "Cristiandad", haciendo germinar al conjuro de su verbo los más sólidos frutos de renovación y penitencia.
Por contraste providencial con los azares de su época, San Vicente aparece como el teólogo de la unidad y de la santidad de la Iglesia. Esta es la tesis que quisiéramos dejar bien sentada a través de la obra que hemos emprendido. Su vida polifacética gira alrededor de este eje unitario, cuyos polos caracterizan a nuestro Santo como eclesiólogo ecumenista y como maestro de vida espiritual, armónicamente conjuntadas en su persona la teoría y la práctica.
Para dar un conocimiento lo más objetivo posible de su figura y de su obra, comenzamos estudiando su formación religiosa y científica, con el fin de calibrar mejor su obra definitiva a través del legado literario y en su actuación apostólica. Dejamos para la segunda parte de esta Introducción la síntesis doctrinal de su teología del apostolado.
1. El convento de Predicadores de Valencia
El monarca Don Jaime I el Conquistador reconquistaba definitivamente la ciudad de Valencia el año 1239.
"Llamóse también Valencia del Cid, por haverla ganado a los moros don Rodrigo Díaz de Vivar, dicho El Cid Campeador, entrando en ella triunfante el día 1 de julio del año 1188. Y con mayoría de razón devía llamarse Valencia del Rei Conquistador, el Invictísimo Rei don Jayme Primero de Aragón, pues la sacó del poder de Moros víspera del Arcangel san Miguel, año de la Encarnación 1239, y del nacimiento de Christo 1238" (J. Teixidor, O. P, Vida de San Vicente Ferrer, Apóstol de Europa, Ms. Archivo del Convento de Predicadores de Valencia, n. 84, p. 2).
Al citar por vez primera al principe de los historiadores del convento y de la ciudad de Valencia, hacemos constar la parte que ha tenido en la elaboración de la parte histórica de nuestro trabajo. Le seguimos, casi siempre, convencidos de la seguridad crítica de sus argumentos. Los mejores historiadores modernos de San Vicente (padres Fages y Gorce) le siguen también, sacando de sus manuscritos documentos que hoy se hallan irremisiblemente perdidos. Afortunadamente, muchas de sus obras las conservamos aún y, aunque no son una síntesis histórica perfecta, son un arsenal de elementos históricos que esperan la mano apta y segura que les dé cuerpo científico,
Grupos de familias catalanas que seguían las hazañas del rey se establecieron en las nuevas tierras, ganadas para la fe por el católico monarca.
Los recién fundados frailes Predicadores acompañaban al rey conquistador en sus avanzadas por tierras de moros. A la conquista de Valencia le acompañan, por lo menos, dos religiosos: fray Pedro de Lérida y fray Miguel de Fabra. Don Jaime I, a pesar de algunos excesos poco virtuosos, era un monarca cristiano, deseoso de la evangelización de los infieles y muy devoto de Santa María. Y tenía por costumbre—no exclusiva—donar terrenos a los Predicadores para que edificaran conventos en los lugares conquistados y les ayudaba en todo, a fin de que ganaran almas para la causa de la fe.
En 1237 se hallaba en el Puig y hace una donación para que se edificara a la entrada de Valencia un convento de la Orden. El rey habla como un cruzado: "No sólo hemos expuesto el cuerpo para que los lirios del nombre cristiano crezcan en las tierras de paganos, sino también hemos trabajado con todas nuestras fuerzas para que la nueva fundación de la Orden de Predicadores florezca en las ciudades paganas que hemos conquistado recientemente.
Por tanto, Nos, Jaime, por la gracia de Dios rey de Aragón..., en beneficio de nuestra alma y por la salvación de nuestros padres, por las presentes donamos y concedemos libre y espontáneamente al Señor Dios, a la bienaventurada Virgen María, su Madre, a Santo Domingo y a la Orden de Predicadores perpetuamente un lugar en Valencia... para edificar iglesia y convento y para los otros usos de la dicha Orden".
El nuevo convento floreció desde sus principios, convirtiéndose en el centro religioso e intelectual del reino.
Vicente Ferrer, nacido en 1350, cuyo ascendiente genealógico se eleva a la sangre catalana que consigo trajo el Conquistador a Valencia, ingresa en calidad de novicio, el año 1367, en el convento de Predicadores de su ciudad, ya tonsurado desde 1357.
Antes de entrar en la Orden había cursado los estudios pertinentes a su edad. Algún indicio negativo nos dará luz sobre las materias en que estaba impuesto al iniciar sus estudios en la Orden. Los biógrafos primitivos afirman que "a los doce años era excelente gramático, comenzando el curso de Artes en 1362. En dos años salió aventajado lógico y filósofo, excediendo a todos sus condiscípulos; y aplicado con mayor empeño su perspicaz talento al estudio de la sagrada teología, logró muy en breve crecidos créditos de bien fundado y profundo teólogo".
2. Ambiente religioso de la época
San Vicente entra en acción en una época difícil, marcada con un sello de crisis religiosa. Muy heterogéneas son las causas de esta decadencia que, por contraste, crea figuras colosales que han de luchar hasta el heroísmo por restaurar la verdadera vida cristiana.
El cisma de Occidente tiene dividida la cristiandad en dos mitades, y más tarde en tres partes. Las eventualidades que lo determinaron no nos interesan ahora. Nos encontramos, de hecho, con dos representantes del poder de Pedro, que hacen valer por igual sus derechos. Ambos cuentan con el apoyo moral y político de santos y príncipes. Cada uno lanza excomuniones sobre el otro y sus partidarios, fomentando con ello la indiferencia entre el pueblo fiel.
Los descontentadizos y los hambrientos de privilegios encuentran oportunidad propicia para adherirse con facilidad a uno u otro, según la magnitud de los privilegios y gracias que los pontífices concedían de grado con el fin de aumentar los partidarios. La Iglesia se sumía en una relajación sin nombre.
La famosa "peste negra" había causado estragos por los días del nacimiento y niñez de nuestro Santo. Tal vez el más grave de todos fue una de sus inmediatas consecuencias. Religiosos y sacerdotes, conscientes de su misión apostólica, acuden a socorrer a los apestados corporal y espiritualmente. Muchos de ellos sucumben contagiados del mismo mal. Ante el agotamiento de los conventos y del clero, se admiten sujetos ineptos. Los claustros se pueblan de niños y jóvenes a quienes sus padres o tutores hacen religiosos, imponiendo condiciones de comodidad y peculio que no encajan en las antiguas reglas monásticas. Y los religiosos llegan a ser pobres o ricos, según las condiciones de sus familias o según las facultades personales de cada cual. La vida de pobreza en común decae verticalmente.
San Vicente se lamentará muy a menudo del estado a que había llegado la religión, de la poca ciencia y virtud que se exigía para el sacerdocio, de la poca observancia regular...
Especialmente en España, otra causa determina este estado miserable de decadencia. Los reyes de Castilla y Aragón iban conquistando palmo a palmo las tierras invadidas por los sarracenos. Muchos moros quedaban en sus posesiones fingiendo un cristianismo que no sentían. Y, sobre todo, los judíos, tan numerosos en España en tiempos de nuestro Santo. También ellos, por temor o por ejercer más libremente sus características raciales, fingían convertirse al cristianismo, aunque en privado seguían practicando su ley. Muchos hubo sinceramente convertidos; otros, en cambio, fueron la pesadilla de la Iglesia española. Las fechorías de los llamados conversos se multiplicaban por doquier. Algunos llegaron al sacerdocio y hasta el episcopado, sin la convicción de la fe que aparentaban.
Además de todo esto, hay que tener en cuenta que el Renacimiento empicara a pulular en el ambiente español. Veremos más adelante cómo se lamenta nuestro Taumaturgo de la decadencia de cultura eclesiástica a que se había llegado. La autoridad apostólica se fundaba en citas de autores paganos, contra los cuales se muestra implacable Vicente Ferrer.
En la Provincia dominicana de Aragón, de la que era hijo San Vicente, hubo deplorables acontecimientos en la época de plenitud del Santo, fruto del ambiente general. Tenemos una crónica contemporánea que nos pinta al vivo muchas escenas de mal gusto.
Lo que más interesa de la Crónica para nuestro fin es el reflejo del clima religioso que se respiraba. La Provincia era partidaria, oficialmente, del supuesto papa de Aviñón y obedecía al Maestro general del mismo bando. Las escenas raras que recoge la Crónica nunca tienen por actor a San Vicente. Siempre que Pedro d'Arenys habla del Santo es para ponderar su virtud y la eficacia de sus empresas apostólicas.
Estas calamidades harán clamar al hombre de Dios en si arrebatos oratorios contra los delincuentes, y vislumbrará en ellas el signo del anticristo, que anuncia el próximo fin del mundo. Y se exaltará predicando del espíritu de observancia qu animó a los primeros padres en la religión. Todo ello es la gra cruz de su santidad. ¡Qué bien suenan en las páginas del Tratado los consejos de vida religiosa! Las cosas que allí enjuicia de modo impersonal, las siente amargamente en su alma. Humanamente hablando, ¿no se podrían señalar estas flaquezas humanas como determinantes de su vida de peregrinación apostólica por el mundo? San Vicente, movido del Espíritu, no quiso volver a la Provincia cuando el papa Luna le dejó libre para ir a predicar por el mundo la legación de Cristo. Así se vería libre de estas pequeñeces y dependería directamente del General, a quien dará cuenta de sus andanzas apostólicas.
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