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martes, 18 de septiembre de 2012

UNA MAGNIFICA ACTITUD

En las paredes del oratorio de Tombetta en Verona, Italia, se contemplan treinta cuadros alegóricos que representan el camino de la infancia espiritual seguido y enseñado por la Santa de Lisieux.
Uno de ellos llama particularmente la atención de los visitantes.
La joven carmelita, se encuentra en un desierto vasto, sembrado de cruces. El fondo plomizo simboliza el anuncio de una tempestad en el cielo.
Pero la joven parece no percatarse de ello. A la sombra de una majestuosa figura que representa al Divino Maestro permanece inmóvil y tranquila en una magnífica "actitud": rodillas en tierra, la vista en alto, el corazón en llamas y manos al arpa.
 Sencillas pinceladas que expresan todo el programa de la pequeña y grande santa.
La vida de la joven carmelita es aparentemente serena, pero en realidad está tapizada de cruces. A cada instante las encuentra y a cada momento el dolor la prueba.
Dolores físicos que destrozan los delicados tejidos de su organismo; dolores morales y espirituales que laceran poco a poco su corazón; dolores de toda clase y de toda intensidad que constituyen su pan diario en este valle de lágrimas.
Pero ¿qué debe hacer: Rebelarse, imprecar, maldecir?
Muy prudente es la "jovencita".
Ciertamente, su naturaleza se estremece y quisiera substraerse de un peso que parece insoportable. Pero la fe la detiene, porque le mayor bien.
Solamente en El puede encontrar alivio en su dolor y fuerza para superarlo.
Vedla ahí. Consciente de su propia debilidad, se pone de rodillas y levanta suplicante su mirada a Dios, para que venga en su ayuda, dice que en el cielo hay un Padre que tiene cuidado de ella y que todo lo dispone para su socorro.
Pero lo sabe: para que Dios no niegue nada a su creatura conviene que ésta no le niegue tampoco nada a El, su dueño absoluto.
¡A qué elevado grado de generosidad llega la joven religiosa, cuyo corazón quiere arder en un incendio de puro amor! Y se ofrece víctima del amor misericordioso.
Su corazón está completamente ocupado en la voluntad de Dios, que le hace no solamente aceptar placenteramente, sino también desear todo lo que El quiere darle, inclusive las mismas tentaciones y la aridez de espíritu.
Las cruces y las dificultades le parecen cubiertas de flores. Mejor dicho ella misma se industria por cubrirlas aceptándolas con generosidad espontánea.
No sólo llega a esto. Su amor es generoso y delicado. "Dios ama al que da con alegría", dice el apóstol San Pablo.
Ella comenta: "Al Señor que nos ama tanto, le cuesta mucho verse obligado a dejarnos en esta tierra, para terminar en ella nuestra prueba. Sin necesidad de que continuamente le digamos que nos encontramos mal, debemos fingir no percatarnos de ello".
Comparándose entonces a una niña exclama: ¡"Pues bien, la pequeña niña embalsamará con su perfume el trono divino, cantará con su voz argentina el canto del amor"!
"Sí, —continúa —, cantaré, cantaré siembre, aunque deba recoger las rosas entre las espinas (rosas son los pequeños sacrificios diarios). Mi canto será tanto más melodioso cuanto más punzantes sean esas espinas".
Por eso completa la "actitud", el acto de tener las manos al arpa, en el momento de pulsar la cuerda más delicada, la del dolor, ya que de todas es la que más armonía da a las melodías y por eso llena de dulzura el corazón de Jesús.
Jovencita, ¿te gusta la figura, la actitud de la simpática santita de Lisieux: rodillas a tierra, vista al cielo, corazón en llamas y manos al arpa?
Es la mejor actitud que pueda tener la criatura frente a su Creador. La actitud perenne que me gustaría para ti, para tantas jóvenes en todas las horas alegres y especialmente en todas las horas tristes de la vida
.

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