Lo que la hace Madre de los hombres es que Ella es para ellos, después de Jesucristo y por Jesucristo, la fuente de la vida sobrenatural; en otros términos, que Ella nos ha dado al Verbo hecho carne, nuestra salvación y nuestra vida.
I. El hecho de la maternidad espiritual de la Santísima Virgen está fuera de toda réplica. Aunque más de una vez hemos ya indicado, por lo menos de paso, la naturaleza y las razones de esta maternidad, vamos ahora a estudiarla más profunda y extensamente. De este modo veremos con mayor evidencia aún que María es la Madre Universal de los hombres en el orden de la gracia y según el espíritu.
Verdad es, ante todo, profesada siempre en el Cristianismo, que por Ella hemos recibido la vida de la gracia y cuanto a esta misma vida se refiere, sea en su producción, sea en su conservación, sea en su perfeccionamiento. Y esto, ¿no es, por ventura para María, como el habernos dado a luz a la vida divina, y ser, por consiguiente, nuestra Madre?
El nombre de madre tiene varias significaciones: es el título merecido por una mujer con relación a aquellos que ha salvado con su valor o su abnegación. "Los fuertes de Israel desfallecieron —leemos en el canto triunfal de Débora y de Barac—, su valor estaba postrado, hasta que Débora se levantó, hasta que una madre se elevó en medio de Israel" (Judic., V, 7).
Es también un nombre dado como testimonio de veneración respetuosa y de afecto santo: "Saludad —dice el Apóstol— a Rufo, el elegido del Señor, y a su madre, que lo es también mía" (Rom., XVI., 13).Venancio Fortunato, hablando de Santa Radegunda y de San Germán de París, que ambos a un tiempo se disputaban el tenerlo a su lado, dice así: "Por una parte, me retiene mi madre, por la otra, un padre me reclama" (3).
Es igualmente un nombre que conviene a personas respetables por su edad y por la profesión especial que han hecho de la vida religiosa. Ocioso es traer aquí ejemplos. Por todas esas significaciones y otras de igual género se borran ante una, que es la primera y la más universal: la madre es aquella mujer de quien hemos recibido el ser y la vida. Tal es la madre por excelencia.
Ahora bien; desde el punto de vista sobrenatural, es de María de quien tenemos, después de Dios, la vida de hijos de Dios. Sin ella estaríamos en la muerte. Esto es lo que nos dicen su título de nueva Eva y los infinitos testimonios que se lo garantizan (II parte, 1. I, c. 1).
He aquí lo que han enseñado unánimemente los Padres todos, desde los primeros tiempos del Cristianismo, y lo que después de ellos han predicado constantemente los maestros de la doctrina católica. Y puesto que en estos mismos instantes en que estamos escribiendo estas líneas la Iglesia hace recitar a sus sacerdotes una homilía de San Cirilo de Alejandría, homilía donde esta verdad es altamente proclamada, prestemos oído a tan ilustre doctor; pero no olvidemos al escucharle quién era y delante del auditorio que hablaba. San Cirilo fue, con el Papa Celestino, que le hizo su legado en Efeso, fue, decimos, el mayor defensor de la maternidad divina de María, assertorem invictum, como lo llaman León XIII y la Iglesia en la oración de su oficio litúrgico. Hablaba delante de los Padres reunidos en Concilio Ecuménico, para vengar a la Virgen Santísima de las impiedades que los nestorianos habían vomitado contra Ella, y en el seno de aquella augusta asamblea, ni una sola voz se elevó para protestar contra las palabras del santo. Lo que su lengua predicaba, todos, excepto los herejes, lo sentían en sus corazones.
Pudo, pues, cantar a María este himno de triunfo, con una autoridad sin igual:
"Salve a Ti, Madre de Dios, Virgen Madre, Vaso sin mácula. Salve, Virgen María, madre y sierva... Salve a Ti, Madre de Dios, de la cual salió la inefable gracia, que dice el Apóstol: "Apareció a todos los hombres la gracia de Dios Salvador..." (Tit. II, 11). Salve a Ti, Madre de Dios, por quien se ha levantado la Luz sobre los míseros, sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte... (Isa., IX, 2). Salve a Ti, Madre de Dios, por quien... las iglesias ortodoxas se han multiplicado en las ciudades, en las aldeas y en las islas. Salve a Ti, Madre de Dios, por quien nos ha venido el Vencedor de la muerte y el Exterminador del infierno... Salve a Ti, Madre de Dios, por quien se salva toda alma fiel..." (San Cyril. Alex., encom. in S. M. Deip.. P. G„ LXXVII, 1033).
Por otra parte, nada dijo aquí San Cirilo que otros Padres antes y después de él no lo hayan expresado en términos igualmente gloriosos para nuestra celestial Madre:
"Tú eres verdaderamente bendita entre las mujeres, puesto que has cambiado en bendición la maldición de Eva, porque Adán, que gemía doliente y execrado, ha sido gracias a Ti levantado y bendecido. Tú eres verdaderamente bendita entre las mujeres, puesto que la bendición del Padre se ha derramado por Ti sobre todos los hombres y los ha librado de la antigua reprobación. Tú eres, en verdad, bendita entre las mujeres, puesto que tus antepasados hallan por Ti la salud; porque parirás al Salvador que les procurará la salud divina... Bendita eres verdaderamente entre las mujeres, puesto que aun siendo simple mujer por tu condición natural, serás con toda realidad Madre de Dios" (San Sophron., serm. 10, in B. M. V. Annunciat., n. 22. P. G.. LXXXVII, 3241).
Este texto es de San Sofronio.
He aquí otro muy semejante, que proviene también de la Iglesia griega. Después de haber descrito el autor magníficamente "las incomprensibles y asombrosas prerrogativas" de la Madre de Dios, continúa de este modo:
"Los ángeles acusaban a Eva; ahora glorifican a María, que la ha levantado de su caída y ha hecho subir a los cielos a Adán, arrojado del Paraíso... Por Ti, en efecto, Virgen Santa, ha sido derribado el muro de separación; por Ti la paz del cielo ha sido dada al mundo; por Ti, los hombres se han convertido en Angeles...; por Ti, la cruz ha resplandecido en toda la tierra, esa Cruz donde fue clavado tu Hijo, Cristo nuestro Dios; por Ti, la muerte es destruida y despojado el infierno; por Ti, han caído los ídolos y la doctrina celestial ha conquistado el mundo; por Ti, hemos conocido al Hijo Unico de Dios, que Tú has dado a luz, Virgen Santa, Nuestro Señor Jesucristo, adorado de los Angeles y de los hombres; por Ti, en fin, confesamos al Padre eterno y sin principio y glorificamos a la indivisibles y consubstancial Trinidad de Personas, por todos los siglos de los siglos" (Homil. 5. in Laudes S. M. Deip., inter Opp. S. Epiphanii. P. G., XLIII, 501).
Aunque la homilía de donde hemos sacado este párrafo no parece de San Epifanio, a quien durante mucho tiempo ha sido atribuida, no cabe duda, sin embargo, que expresa sus mismas ideas y las de los otros Padres griegos.
Testigo, San Juan Damasceno, en su homilía sobre la Anunciación de la Santísima Virgen. Todo el discurso no es otra cosa que una larga serie de salutaciones a la Madre de Dios. Allí recuerda todos sus títulos, todos sus privilegios, todas sus glorias, todas las imágenes y todos los símbolos que la representan a la devoción de los fieles, y esto con gran elocuencia, diciendo: "Salve a Ti, por quien la Trinidad, Creadora del mundo y principio de toda vida, nos ha sido manifestada. Salve a Ti, por quien somos pueblo cristiano que lleva el nombre de tu Hijo, nuestro Dios. Salve a Ti, por quien somos alistados en la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica. Salve a Ti, por quien rendimos homenajes a la adorable y saludable cruz. Salve a Ti, Señora, por quien poseemos la fe, que ilumina y salva nuestras almas. Salve a Ti, por quien participamos de la temible y purísima carne del Dios hecho hombre y gustamos el verdadero pan de la inmortalidad. Salve a Ti, por quien, arrancados de las puertas del infierno, somos elevados hasta el cielo. Salve a Ti, por quien, rescatados de la maldición, somos inundados de inexplicable alegría... Salve, Señora, a Ti, por quien pisoteamos los ídolos y las sacrilegas imágenes de los demonios. Salve a Ti, por quien resistimos al antiguo y soberbio enemigo del género humano..." (San Joan. Damasc., hom. in Annunc. B. M. V., P. G., XCVI, 656, 657).
Imposible citarlo todo. Contentémonos con añadir algunas palabras entresacadas de largos discursos: "¡Oh Santa Madre de Dios! Por tu parto virginal y sobre la naturaleza has reparado la ruina de nuestra libertad... Por Ti ha vuelto el género humano del destierro a la patria; por Ti hemos recobrado el gozo inmortal del Paraíso...; por Ti hemos recibido las prendas de la resurrección gloriosa; por Ti esperamos conseguir el reino de los cielos" (Georg. Nicom., Orat. 6, in S. S. Deip. ingressum. P. G., C, 1437, seqq.).
"¡Oh Reina de todos los hombres! Tú has llevado en tus entrañas la Sabiduría y el Verbo substancial del Padre...; por esto eres la Vida de los vivientes y la causa de nuestra vida" (S. Andr. Cret., hom. in Dormit. S. M. 3. P. G., XCVII. 1108).
"¡Oh Virgen Madre de Dios! El hombre se ha hecho espiritual cuando el Espíritu Santo descendió a Ti, como a su templo. Y así, nadie tiene conocimiento de Dios, sino por Ti, ¡oh Santísima!; nadie, ¡oh Madre de Dios!, se salva sino por Ti; ninguno, ¡oh Virgen Madre!, se escapa de la muerte sino por Ti; nadie, ¡oh Madre!, es rescatado sino por Ti; ni recibe el beneficio de la misericordia sino por Ti; por Ti, que has merecido llevar a Dios en tu purísimo vientre" (San Germán. Const., hom. in Dormit. M. Deip. 2. P. G., XCVIII, 349).
He aquí lo que piensa y lo que dice la Iglesia griega por boca de sus más ilustres y santos representantes. Igual fe profesan las otras Iglesias de Oriente. Apelamos a San Efrén, gloria de los cristianos del rito siríaco. Este Santo saluda a María como "la única esperanza de los cristianos, la gloria de los profetas, la predicación de los Apóstoles, la honra de los mártires, el gozo de los santos, el concierto de las jerarquías ... Porque, añade al fin, por Ti hemos sido reconciliados (No olvidemos que la reconciliación del pecador no puede hacerse sin la gracia. Ser reconciliado es pasar de la muerte a la vida. No hay término medio en la economía aobrenatural de la salvación) con Cristo, nuestro Dios y dulcísimo Hijo tuyo" (San Efrén Cyr., Opp., t. III (graece-Iat), 575).
Diréis que este discurso sobre las alabanzas de la Virgen Santísima no es, con toda certeza, de San Efrén; pues he aquí otras expresiones de no dudosa autenticidad: "Se engaña, hermanos míos, el que quiera comparar el día de la reparación al día de la creación primera. En el principio creó Dios la tierra; hoy la renueva. En el principio la maldijo por el pecado de Adán; hoy le son devueltas la paz y la seguridad. Al principio, la muerte pasó a todos los hombres por la prevaricación de Adán, nuestro primer padre; hoy por María, pasamos de la muerte a la vida. Al principio, el demonio, apoderándose del oído de Eva, deslizó en él un veneno que se extendió por todo su cuerpo; hoy María, prestando el oído de la fe a la palabra de Dios, ha introducido por este medio en nuestra naturaleza humana al Autor de la eterna felicidad. Así, lo que fue antes instrumento de la muerte, se ha convertido en causa de la vida" (Serm. 4°, 18 serm. de Diversis. Opp., t. III (syr. et lat.), 607).
Después de oír este universal concierto de los orientales, recorred las obras de sus hermanos de Occidente, más cercanos a la Iglesia madre y maestra de todas las Iglesias, siempre hallaréis la misma fe, la misma creencia en la influencia universal de María sobre la salvación del mundo, y, por consiguiente, en el privilegio y en la causa de su maternidad según la gracia. Se prueba esto, aparte de todo otro texto sacado de los escritos de Occidente, porque la Iglesia Romana ha introducido en su Liturgia la mayor parte de los textos orientales que acabamos de citar, y ha consignado además en cien lugares testimonios equivalentes, como, por ejemplo, cuando nombra a la Virgen Santísima, con gran escándalo de los heréticos, "nuestra vida, nuestra dulzura, nuestra esperanza" (Salve Regina, vita, dulcedo et spes nostra), y ve en su nacimiento dichoso "el principio de nuestra salud" (B. M. V. partus extitit salutis exordium. Orat. pro fest. Nativ. B. M. V.).Prueban igualmente aquella consonancia doctrinal los textos de los Padres latinos, oponiendo a Eva, María, y proponiendo unánimemente a esta Señora como el principio de la vida sobrenatural y divina (II parte, 1. I, c. 1).
¿Deseáis otros testimonios no menos explícitos? Leed, siquiera sea de paso, las plegarias que San Anselmo dirige a la Madre de Dios: "¿Qué diré que digno sea de la Madre de mi Creador y de mi Redentor; de Aquella que por su santidad me purifica de mis culpas, por su integridad me da la incorrupción, por su virginidad me hace amable a su Señor y desposa mi alma con Dios? ¿Qué acciones de gracias serán dignas de la Madre de mi Señor y de mi Dios? Cautivo estaba, y Ella me ha rescatado por su purísima fecundidad; condenado a muerte eterna, y Ella me ha librado con su virginal alumbramiento; perdido, y he sido recobrado y rescatado del destierro más miserable a la patria dichosa, por el Fruto bendito de sus entrañas. ¡Oh, bendita entre las mujeres!, todo esto me ha venido por tu Hijo, en el bautismo, ya en esperanza, ya en realidad... Por tu fecundidad, ¡oh Señora nuestra!, el mundo pecador es justificado, salvado el mundo perdido, vuelto a su verdadera patria el mundo desterrado. ¡Sí! Tu virginal parto ha rescatado al mundo cautivo, curado al mundo enfermo, resucitado al mundo muerto.
"El cielo y los astros, la tierra y los ríos, el día y la noche, en una palabra, todo lo que está sometido al poder del hombre o todo lo que le es provechoso, todos se felicitan de haber recobrado por Ti su antigua belleza, de haber sido adornados por Ti con nuevas e inefables gracias... Porque todos estos beneficios nos han venido por el Fruto bendito de tu vientre, ¡oh Virgen Santísima!
"Pero, ¿para qué decir solamente que el mundo está lleno de tus beneficios, cuando éstos penetran hasta los infiernos y se elevan más allá de los cielos? Por la plenitud de la gracia tuya, los que estaban en los infiernos (Es decir, en el limbo) se regocijan de haber sido librados por Ti, y los que estaban por encima del mundo, de haber sido restaurados. Por el mismo glorioso Hijo de tu gloriosa Virginidad, todos los justos, muertos antes de su muerte vivificante, se estremecen de alegría, viendo rotas sus cadenas, y los ángeles se congratulan viendo la renovación de su ciudad, medio destruida..." (San Anselm., Orat. 52 ad B. M. V. P. L. CLVIII, 953, sqq.)
Para poner más en evidencia la parte escogidísima que toca a María en la obra de nuestra salud, comparemos lo que la tradición católica ha proclamado de Ella, con lo que las Escrituras nos enseñan del mismo Salvador. Ahora bien; según las Sagradas Letras, Jesucristo es el Reparador de nuestra naturaleza, el Autor de la vida (Act., III, 15), el Autor de la fe, sin la cual no hay vida sobrenatural (Hebr., XII, 2), el Autor de la salud (Hebr., II, 12).
Y María, ¿qué es? Si la consideráis en sus relaciones con Jesús, Salvador universal, Ella es, según el testimonio de los Padres y los monumentos litúrgicos, las primicias de la salvación, primitiae salutis, primitiae nostrae salutis (Pasaglia, de inmaculato Deip. semper Virginis conceptu, s. 6. n. 1374), porque le pertenecía singularmente haber sido salvada de un modo más sublime, siendo la primera en el orden de los redimidos. Pero si la consideráis en su relación con la raza humana degradada y reparada después, la veréis siempre y en todas partes saludada como principio y causa de nuestra salud; caput salutis nostrae, salutis universalis causam (Passagl., ibíd., n. 1374); como la Madre de la salud de todos, como la salud de los fieles, la salud del mundo, matrem salutis, salutem generis christiani, salvatricem mundi (Idem, ibíd., nn. 1875, 1376).No les bastó a los Padres haber hecho a la Virgen Santísima después de su divino Hijo causa de nuestra salud; le atribuyen, además, todo lo que la palabra salvación encierra de bienes y gracias para la Naturaleza redimida. María es, después de Jesús, la redención de Adán y de Eva, la redención de los mortales, el precio mismo de la redención del mundo (Passagl.. de Inmanculato Deip. semper Virginis conceptu, n. 1387).Por Ella hemos sido librados; por Ella, el demonio, nuestro tirano, ha sido vencido, su poder derribado, sus cautivos arrancados de la esclavitud; por Ella se ha apaciguado la cólera del Justo Juez y la maldición primera ha sido revocada (Idem, ibíd., nn. 1383, 1388, sq.).
En fin, para que esta Bienaventurada Virgen tenga parte en todas las gracias que nos han venido de su Hijo, nuestro Salvador y Redentor, Ella es la que ha regenerado a los hombres, concebidos en miseria: turpiter conceptos generasti; Ella quien une a los fieles con Dios; Ella la que nos hace pasar de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida; Ella, por último, es la causa de toda renovación espiritual, de toda bienaventuranza y de toda perfección.
Verdad es, ante todo, profesada siempre en el Cristianismo, que por Ella hemos recibido la vida de la gracia y cuanto a esta misma vida se refiere, sea en su producción, sea en su conservación, sea en su perfeccionamiento. Y esto, ¿no es, por ventura para María, como el habernos dado a luz a la vida divina, y ser, por consiguiente, nuestra Madre?
El nombre de madre tiene varias significaciones: es el título merecido por una mujer con relación a aquellos que ha salvado con su valor o su abnegación. "Los fuertes de Israel desfallecieron —leemos en el canto triunfal de Débora y de Barac—, su valor estaba postrado, hasta que Débora se levantó, hasta que una madre se elevó en medio de Israel" (Judic., V, 7).
Es también un nombre dado como testimonio de veneración respetuosa y de afecto santo: "Saludad —dice el Apóstol— a Rufo, el elegido del Señor, y a su madre, que lo es también mía" (Rom., XVI., 13).Venancio Fortunato, hablando de Santa Radegunda y de San Germán de París, que ambos a un tiempo se disputaban el tenerlo a su lado, dice así: "Por una parte, me retiene mi madre, por la otra, un padre me reclama" (3).
Es igualmente un nombre que conviene a personas respetables por su edad y por la profesión especial que han hecho de la vida religiosa. Ocioso es traer aquí ejemplos. Por todas esas significaciones y otras de igual género se borran ante una, que es la primera y la más universal: la madre es aquella mujer de quien hemos recibido el ser y la vida. Tal es la madre por excelencia.
Ahora bien; desde el punto de vista sobrenatural, es de María de quien tenemos, después de Dios, la vida de hijos de Dios. Sin ella estaríamos en la muerte. Esto es lo que nos dicen su título de nueva Eva y los infinitos testimonios que se lo garantizan (II parte, 1. I, c. 1).
He aquí lo que han enseñado unánimemente los Padres todos, desde los primeros tiempos del Cristianismo, y lo que después de ellos han predicado constantemente los maestros de la doctrina católica. Y puesto que en estos mismos instantes en que estamos escribiendo estas líneas la Iglesia hace recitar a sus sacerdotes una homilía de San Cirilo de Alejandría, homilía donde esta verdad es altamente proclamada, prestemos oído a tan ilustre doctor; pero no olvidemos al escucharle quién era y delante del auditorio que hablaba. San Cirilo fue, con el Papa Celestino, que le hizo su legado en Efeso, fue, decimos, el mayor defensor de la maternidad divina de María, assertorem invictum, como lo llaman León XIII y la Iglesia en la oración de su oficio litúrgico. Hablaba delante de los Padres reunidos en Concilio Ecuménico, para vengar a la Virgen Santísima de las impiedades que los nestorianos habían vomitado contra Ella, y en el seno de aquella augusta asamblea, ni una sola voz se elevó para protestar contra las palabras del santo. Lo que su lengua predicaba, todos, excepto los herejes, lo sentían en sus corazones.
Pudo, pues, cantar a María este himno de triunfo, con una autoridad sin igual:
"Salve a Ti, Madre de Dios, Virgen Madre, Vaso sin mácula. Salve, Virgen María, madre y sierva... Salve a Ti, Madre de Dios, de la cual salió la inefable gracia, que dice el Apóstol: "Apareció a todos los hombres la gracia de Dios Salvador..." (Tit. II, 11). Salve a Ti, Madre de Dios, por quien se ha levantado la Luz sobre los míseros, sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte... (Isa., IX, 2). Salve a Ti, Madre de Dios, por quien... las iglesias ortodoxas se han multiplicado en las ciudades, en las aldeas y en las islas. Salve a Ti, Madre de Dios, por quien nos ha venido el Vencedor de la muerte y el Exterminador del infierno... Salve a Ti, Madre de Dios, por quien se salva toda alma fiel..." (San Cyril. Alex., encom. in S. M. Deip.. P. G„ LXXVII, 1033).
Por otra parte, nada dijo aquí San Cirilo que otros Padres antes y después de él no lo hayan expresado en términos igualmente gloriosos para nuestra celestial Madre:
"Tú eres verdaderamente bendita entre las mujeres, puesto que has cambiado en bendición la maldición de Eva, porque Adán, que gemía doliente y execrado, ha sido gracias a Ti levantado y bendecido. Tú eres verdaderamente bendita entre las mujeres, puesto que la bendición del Padre se ha derramado por Ti sobre todos los hombres y los ha librado de la antigua reprobación. Tú eres, en verdad, bendita entre las mujeres, puesto que tus antepasados hallan por Ti la salud; porque parirás al Salvador que les procurará la salud divina... Bendita eres verdaderamente entre las mujeres, puesto que aun siendo simple mujer por tu condición natural, serás con toda realidad Madre de Dios" (San Sophron., serm. 10, in B. M. V. Annunciat., n. 22. P. G.. LXXXVII, 3241).
Este texto es de San Sofronio.
He aquí otro muy semejante, que proviene también de la Iglesia griega. Después de haber descrito el autor magníficamente "las incomprensibles y asombrosas prerrogativas" de la Madre de Dios, continúa de este modo:
"Los ángeles acusaban a Eva; ahora glorifican a María, que la ha levantado de su caída y ha hecho subir a los cielos a Adán, arrojado del Paraíso... Por Ti, en efecto, Virgen Santa, ha sido derribado el muro de separación; por Ti la paz del cielo ha sido dada al mundo; por Ti, los hombres se han convertido en Angeles...; por Ti, la cruz ha resplandecido en toda la tierra, esa Cruz donde fue clavado tu Hijo, Cristo nuestro Dios; por Ti, la muerte es destruida y despojado el infierno; por Ti, han caído los ídolos y la doctrina celestial ha conquistado el mundo; por Ti, hemos conocido al Hijo Unico de Dios, que Tú has dado a luz, Virgen Santa, Nuestro Señor Jesucristo, adorado de los Angeles y de los hombres; por Ti, en fin, confesamos al Padre eterno y sin principio y glorificamos a la indivisibles y consubstancial Trinidad de Personas, por todos los siglos de los siglos" (Homil. 5. in Laudes S. M. Deip., inter Opp. S. Epiphanii. P. G., XLIII, 501).
Aunque la homilía de donde hemos sacado este párrafo no parece de San Epifanio, a quien durante mucho tiempo ha sido atribuida, no cabe duda, sin embargo, que expresa sus mismas ideas y las de los otros Padres griegos.
Testigo, San Juan Damasceno, en su homilía sobre la Anunciación de la Santísima Virgen. Todo el discurso no es otra cosa que una larga serie de salutaciones a la Madre de Dios. Allí recuerda todos sus títulos, todos sus privilegios, todas sus glorias, todas las imágenes y todos los símbolos que la representan a la devoción de los fieles, y esto con gran elocuencia, diciendo: "Salve a Ti, por quien la Trinidad, Creadora del mundo y principio de toda vida, nos ha sido manifestada. Salve a Ti, por quien somos pueblo cristiano que lleva el nombre de tu Hijo, nuestro Dios. Salve a Ti, por quien somos alistados en la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica. Salve a Ti, por quien rendimos homenajes a la adorable y saludable cruz. Salve a Ti, Señora, por quien poseemos la fe, que ilumina y salva nuestras almas. Salve a Ti, por quien participamos de la temible y purísima carne del Dios hecho hombre y gustamos el verdadero pan de la inmortalidad. Salve a Ti, por quien, arrancados de las puertas del infierno, somos elevados hasta el cielo. Salve a Ti, por quien, rescatados de la maldición, somos inundados de inexplicable alegría... Salve, Señora, a Ti, por quien pisoteamos los ídolos y las sacrilegas imágenes de los demonios. Salve a Ti, por quien resistimos al antiguo y soberbio enemigo del género humano..." (San Joan. Damasc., hom. in Annunc. B. M. V., P. G., XCVI, 656, 657).
Imposible citarlo todo. Contentémonos con añadir algunas palabras entresacadas de largos discursos: "¡Oh Santa Madre de Dios! Por tu parto virginal y sobre la naturaleza has reparado la ruina de nuestra libertad... Por Ti ha vuelto el género humano del destierro a la patria; por Ti hemos recobrado el gozo inmortal del Paraíso...; por Ti hemos recibido las prendas de la resurrección gloriosa; por Ti esperamos conseguir el reino de los cielos" (Georg. Nicom., Orat. 6, in S. S. Deip. ingressum. P. G., C, 1437, seqq.).
"¡Oh Reina de todos los hombres! Tú has llevado en tus entrañas la Sabiduría y el Verbo substancial del Padre...; por esto eres la Vida de los vivientes y la causa de nuestra vida" (S. Andr. Cret., hom. in Dormit. S. M. 3. P. G., XCVII. 1108).
"¡Oh Virgen Madre de Dios! El hombre se ha hecho espiritual cuando el Espíritu Santo descendió a Ti, como a su templo. Y así, nadie tiene conocimiento de Dios, sino por Ti, ¡oh Santísima!; nadie, ¡oh Madre de Dios!, se salva sino por Ti; ninguno, ¡oh Virgen Madre!, se escapa de la muerte sino por Ti; nadie, ¡oh Madre!, es rescatado sino por Ti; ni recibe el beneficio de la misericordia sino por Ti; por Ti, que has merecido llevar a Dios en tu purísimo vientre" (San Germán. Const., hom. in Dormit. M. Deip. 2. P. G., XCVIII, 349).
He aquí lo que piensa y lo que dice la Iglesia griega por boca de sus más ilustres y santos representantes. Igual fe profesan las otras Iglesias de Oriente. Apelamos a San Efrén, gloria de los cristianos del rito siríaco. Este Santo saluda a María como "la única esperanza de los cristianos, la gloria de los profetas, la predicación de los Apóstoles, la honra de los mártires, el gozo de los santos, el concierto de las jerarquías ... Porque, añade al fin, por Ti hemos sido reconciliados (No olvidemos que la reconciliación del pecador no puede hacerse sin la gracia. Ser reconciliado es pasar de la muerte a la vida. No hay término medio en la economía aobrenatural de la salvación) con Cristo, nuestro Dios y dulcísimo Hijo tuyo" (San Efrén Cyr., Opp., t. III (graece-Iat), 575).
Diréis que este discurso sobre las alabanzas de la Virgen Santísima no es, con toda certeza, de San Efrén; pues he aquí otras expresiones de no dudosa autenticidad: "Se engaña, hermanos míos, el que quiera comparar el día de la reparación al día de la creación primera. En el principio creó Dios la tierra; hoy la renueva. En el principio la maldijo por el pecado de Adán; hoy le son devueltas la paz y la seguridad. Al principio, la muerte pasó a todos los hombres por la prevaricación de Adán, nuestro primer padre; hoy por María, pasamos de la muerte a la vida. Al principio, el demonio, apoderándose del oído de Eva, deslizó en él un veneno que se extendió por todo su cuerpo; hoy María, prestando el oído de la fe a la palabra de Dios, ha introducido por este medio en nuestra naturaleza humana al Autor de la eterna felicidad. Así, lo que fue antes instrumento de la muerte, se ha convertido en causa de la vida" (Serm. 4°, 18 serm. de Diversis. Opp., t. III (syr. et lat.), 607).
Después de oír este universal concierto de los orientales, recorred las obras de sus hermanos de Occidente, más cercanos a la Iglesia madre y maestra de todas las Iglesias, siempre hallaréis la misma fe, la misma creencia en la influencia universal de María sobre la salvación del mundo, y, por consiguiente, en el privilegio y en la causa de su maternidad según la gracia. Se prueba esto, aparte de todo otro texto sacado de los escritos de Occidente, porque la Iglesia Romana ha introducido en su Liturgia la mayor parte de los textos orientales que acabamos de citar, y ha consignado además en cien lugares testimonios equivalentes, como, por ejemplo, cuando nombra a la Virgen Santísima, con gran escándalo de los heréticos, "nuestra vida, nuestra dulzura, nuestra esperanza" (Salve Regina, vita, dulcedo et spes nostra), y ve en su nacimiento dichoso "el principio de nuestra salud" (B. M. V. partus extitit salutis exordium. Orat. pro fest. Nativ. B. M. V.).Prueban igualmente aquella consonancia doctrinal los textos de los Padres latinos, oponiendo a Eva, María, y proponiendo unánimemente a esta Señora como el principio de la vida sobrenatural y divina (II parte, 1. I, c. 1).
¿Deseáis otros testimonios no menos explícitos? Leed, siquiera sea de paso, las plegarias que San Anselmo dirige a la Madre de Dios: "¿Qué diré que digno sea de la Madre de mi Creador y de mi Redentor; de Aquella que por su santidad me purifica de mis culpas, por su integridad me da la incorrupción, por su virginidad me hace amable a su Señor y desposa mi alma con Dios? ¿Qué acciones de gracias serán dignas de la Madre de mi Señor y de mi Dios? Cautivo estaba, y Ella me ha rescatado por su purísima fecundidad; condenado a muerte eterna, y Ella me ha librado con su virginal alumbramiento; perdido, y he sido recobrado y rescatado del destierro más miserable a la patria dichosa, por el Fruto bendito de sus entrañas. ¡Oh, bendita entre las mujeres!, todo esto me ha venido por tu Hijo, en el bautismo, ya en esperanza, ya en realidad... Por tu fecundidad, ¡oh Señora nuestra!, el mundo pecador es justificado, salvado el mundo perdido, vuelto a su verdadera patria el mundo desterrado. ¡Sí! Tu virginal parto ha rescatado al mundo cautivo, curado al mundo enfermo, resucitado al mundo muerto.
"El cielo y los astros, la tierra y los ríos, el día y la noche, en una palabra, todo lo que está sometido al poder del hombre o todo lo que le es provechoso, todos se felicitan de haber recobrado por Ti su antigua belleza, de haber sido adornados por Ti con nuevas e inefables gracias... Porque todos estos beneficios nos han venido por el Fruto bendito de tu vientre, ¡oh Virgen Santísima!
"Pero, ¿para qué decir solamente que el mundo está lleno de tus beneficios, cuando éstos penetran hasta los infiernos y se elevan más allá de los cielos? Por la plenitud de la gracia tuya, los que estaban en los infiernos (Es decir, en el limbo) se regocijan de haber sido librados por Ti, y los que estaban por encima del mundo, de haber sido restaurados. Por el mismo glorioso Hijo de tu gloriosa Virginidad, todos los justos, muertos antes de su muerte vivificante, se estremecen de alegría, viendo rotas sus cadenas, y los ángeles se congratulan viendo la renovación de su ciudad, medio destruida..." (San Anselm., Orat. 52 ad B. M. V. P. L. CLVIII, 953, sqq.)
Para poner más en evidencia la parte escogidísima que toca a María en la obra de nuestra salud, comparemos lo que la tradición católica ha proclamado de Ella, con lo que las Escrituras nos enseñan del mismo Salvador. Ahora bien; según las Sagradas Letras, Jesucristo es el Reparador de nuestra naturaleza, el Autor de la vida (Act., III, 15), el Autor de la fe, sin la cual no hay vida sobrenatural (Hebr., XII, 2), el Autor de la salud (Hebr., II, 12).
Y María, ¿qué es? Si la consideráis en sus relaciones con Jesús, Salvador universal, Ella es, según el testimonio de los Padres y los monumentos litúrgicos, las primicias de la salvación, primitiae salutis, primitiae nostrae salutis (Pasaglia, de inmaculato Deip. semper Virginis conceptu, s. 6. n. 1374), porque le pertenecía singularmente haber sido salvada de un modo más sublime, siendo la primera en el orden de los redimidos. Pero si la consideráis en su relación con la raza humana degradada y reparada después, la veréis siempre y en todas partes saludada como principio y causa de nuestra salud; caput salutis nostrae, salutis universalis causam (Passagl., ibíd., n. 1374); como la Madre de la salud de todos, como la salud de los fieles, la salud del mundo, matrem salutis, salutem generis christiani, salvatricem mundi (Idem, ibíd., nn. 1875, 1376).No les bastó a los Padres haber hecho a la Virgen Santísima después de su divino Hijo causa de nuestra salud; le atribuyen, además, todo lo que la palabra salvación encierra de bienes y gracias para la Naturaleza redimida. María es, después de Jesús, la redención de Adán y de Eva, la redención de los mortales, el precio mismo de la redención del mundo (Passagl.. de Inmanculato Deip. semper Virginis conceptu, n. 1387).Por Ella hemos sido librados; por Ella, el demonio, nuestro tirano, ha sido vencido, su poder derribado, sus cautivos arrancados de la esclavitud; por Ella se ha apaciguado la cólera del Justo Juez y la maldición primera ha sido revocada (Idem, ibíd., nn. 1383, 1388, sq.).
En fin, para que esta Bienaventurada Virgen tenga parte en todas las gracias que nos han venido de su Hijo, nuestro Salvador y Redentor, Ella es la que ha regenerado a los hombres, concebidos en miseria: turpiter conceptos generasti; Ella quien une a los fieles con Dios; Ella la que nos hace pasar de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida; Ella, por último, es la causa de toda renovación espiritual, de toda bienaventuranza y de toda perfección.
II. Pero, ¿de dónde le viene esta participación general en comunicación que se nos hace por Jesucristo de los bienes sobrenaturales, por los cuales somos levantados, rescatados, liberados y vivificados? ¿De dónde? De su maternidad divina. Aquí nos llevan los Padres constantemente, cuando quieren mostrarnos el origen de la influencia universal ejercida por María en la obra de la redención del mundo y de nuestra santificación.
No lo olvidemos:
"Dios no se encarnó, ni sufrió muerte de cruz sólo para tomar
sobre sí nuestras culpas y librarnos de su peso, sino también para
imprimir en nosotros la participación de su naturaleza y la imagen de su divinidad" (Joan. Geómetra, in SS. Deip. Annunc., n. 7. P. G., CVI,
817): porque sólo produce en nosotros un nuevo ser, el ser sobrenatural y divino, la vida de los hijos de Dios. Por esto, María, al concurrir
con Jesucristo para procurar a los hombres los frutos de la Redención,
hizo y hace verdaderamente el oficio de Madre.
Para convencernos, basta volver a los textos que preceden. Todos se resumen más o menos explícitamente en este axioma de San Epifanio: "María, la nueva Eva, es Madre de los vivientes, fuente para ellos de la vida divina, porque el Viviente por excelencia nos ha sido dado por ella." Por esto canta la Iglesia en sus Himnos: "Lo que la triste Eva nos arrebató, Tú nos lo devuelves por tu Germen bendito".
"¡Oh, Señora nuestra! Todo cuanto podamos pensar, concebir o decir, es como nada, coparado con los bienes que nos han venido por Ti... El género humano, despojado de la gloria de la eternidad, ha sido restablecido por Ti, por el fruto virginal de tu fecundidad admirable, en su primitivo estado. Has anulado las leyes del infierno por la victoria de tu Hijo sobre el Príncipe de la muerte... Por Ti, ¡oh, Señora nuestra! hemos recobrado en tu Hijo único la vida que perdida teníamos; a Ti te debemos lo que hay en nosotros de ser, de poder y de bondad; por Ti esperamos llegar a la eterna gloria" (Auctor. tract. de Concept. A. M. V. P. L.. CLIX. 315).Sin duda será grato que propongamos estas verdades en una hermosa página de Guerrico, el piadoso y sabio abad, amigo de San Bernardo. Después de un vehemente apostrofe contra Helvidio, que pretendía sacrilegamente que Jesús no era el Unigénito de la Virgen en la tierra, como es el Unigénito de su Padre en el cielo. Guerrico prosigue en estos términos: "Y, sin embargo, esta Unica Virgen Madre, que justamente se gloría de haber dado a luz al Unigénito del Padre, abraza a ese mismo Hijo Unico en todos sus miembros, y no rehusa el ser llamada Madre por todos aquellos en los cuales ve formarse a su Jesucristo. Aquella Eva antigua, más que madre, madrastra; Eva, que sometió sus hijos a la sentencia de muerte antes de darlos a luz, fue nombrada la madre de los vivientes, aunque en realidad fue más bien asesina de los vivientes y madre de los que mueren, porque lo que concibe, lo concibe, para la muerte.
"Y porque Eva no supo realizar fielmente la significación de su nombre, María, así como la Iglesia, de la cual es el tipo y la forma, es, con toda verdad, la Madre de cuantos renacen a la vida. ¿No es Ella, en efecto, la Madre de la Vida, por la que vivimos todos, y al engendrarla de su substancia, no engendró en cierto modo a todos los que deben vivir de esta Vida? Engendraba a su Unigénito, y nosotros mismos éramos todos regenerados, porque, según la ley de la regeneración, todos estábamos contenidos en El. De igual modo que en el origen de la Humanidad estábamos todos en Adán, por razón del principio seminal que preside en toda generación según la carne, así también por la semilla de la regeneración, según el espíritu, estábamos en Cristo Salvador nuestro, aun antes del principio" (Guerric. Abbat., sermo in Ássumpt. B. M. I. n. 2. P. L., CLXXXV. 188.).
Deberíamos parar aquí, pues sólo esto atañe inmediatamente a la presente cuestión. Pero lo que sigue es tan notable, que juzgamos muy útil el transcribirlo, tanto más cuanto que servirá de preparación a las materias que más adelante hemos de tratar. "Ahora bien —continúa Guerrico—; la Madre de Cristo, porque se reconoce en virtud del misterio madre de los cristianos, se muestra también su Madre por una solicitud y afecto más que maternales. No es Ella dura con sus hijos, como si no fueran suyos; Ella, cuyas entrañas fecundas por una sola vez no son jamás estériles ni dejan de dar a luz el fruto de la piedad... Y es que Jesús, nacido de Ti una sola vez, ¡oh, Virgen bendita!, permanece siempre en Ti, como en el jardín cerrado de la castidad virginal, para alimentar sobreabundantemente la fuente de la caridad, fuente inagotable que, aunque sellada, mana al exterior y derrama en nosotros sus aguas vivificantes... Si el siervo de Cristo no cesa de engendrar a sus hijitos, filiolos, con un cuidado y un amor admirables, hasta que Cristo sea formado en ellos (Galat., IV, 19), ¡cuánto más la propia Madre de Cristo! Pablo los engendraba predicando el Verbo de la Verdad, que los regeneraba: María los engendró de una manera incomparablemente más santa y divina, engendrando el Verbo mismo. Cierto que alabo en el Apóstol el misterio de la predicación; pero, ¡cuánto más admiro y venero en María el misterio de la generación!
"Y ved si los hijos mismos no parecen reconocer en Ella a su Madre: empujados como por un instinto natural de devoción filial, que les inspira la fe, acuden a ella ante todo, y antes que a nadie, en todas sus necesidades y peligros invocando su nombre bendito; son verdaderos hijos que se refugian en el seno de su Madre" (Galat., IV. 19, n. 3 y 4: 188, sq.).
Puédense ver estos dos textos del abad Guerrico, insertados casi palabra por palabra, en el tratado de Ricardo de San Lorenzo sobre las Alabanzas de la Virgen María (Advertimos que esta última obra es la misma que se halla entre las obras de Alberto Magno (t. XX de la edición de Lyon, 1551), y que se acostumbra a citar bajo el título de Mariale Alberto Magni).
Sin embargo, este último autor añade una idea, o, mejor dicho, una comparación que, bien comprendida, no dejará de sernos útil: "Aunque María —¡dice él— no haya engendrado corporalmente sino un Hijo, es por El madre espiritualmente de una multitud inmensa de hijos: No sin razón se escribe de Ella en el Evangelio de San Lucas: "Dió a luz su primogénito..." De igual modo que Eva fué llamada "madre de todos los vivientes" según la naturaleza (Gen., II, 20), así la Bienaventurada Virgen es la Madre de todos los que viven según la gracia... Por esto fue figurada por Sara que, aun cuando dió un solo hijo a su esposo Abraham, padre de los creyentes, es, sin embargo, llamada por la Escritura la madre de todo el pueblo de Israel. ¿No leemos, acaso, en Isaías: "Acordaos de vuestro padre Abraham y de Sara, que os ha dado a luz?" (Isa., LI, 2).
María, como Sara, no tuvo jamás sino un hijo según la carne, el verdadero Isaac, nuestra Risa y nuestra alegría; pero, según el espíritu, es la madre universal del pueblo de Dios... Porque nos ha devuelto la vida divina que habíamos recibido originalmente y perdido por Eva" (Ricard. a S. Laurent., op. cit., 1. VI, c. 1. Opp. Albert. M.. t. XX, p. 187).
Para convencernos, basta volver a los textos que preceden. Todos se resumen más o menos explícitamente en este axioma de San Epifanio: "María, la nueva Eva, es Madre de los vivientes, fuente para ellos de la vida divina, porque el Viviente por excelencia nos ha sido dado por ella." Por esto canta la Iglesia en sus Himnos: "Lo que la triste Eva nos arrebató, Tú nos lo devuelves por tu Germen bendito".
"¡Oh, Señora nuestra! Todo cuanto podamos pensar, concebir o decir, es como nada, coparado con los bienes que nos han venido por Ti... El género humano, despojado de la gloria de la eternidad, ha sido restablecido por Ti, por el fruto virginal de tu fecundidad admirable, en su primitivo estado. Has anulado las leyes del infierno por la victoria de tu Hijo sobre el Príncipe de la muerte... Por Ti, ¡oh, Señora nuestra! hemos recobrado en tu Hijo único la vida que perdida teníamos; a Ti te debemos lo que hay en nosotros de ser, de poder y de bondad; por Ti esperamos llegar a la eterna gloria" (Auctor. tract. de Concept. A. M. V. P. L.. CLIX. 315).Sin duda será grato que propongamos estas verdades en una hermosa página de Guerrico, el piadoso y sabio abad, amigo de San Bernardo. Después de un vehemente apostrofe contra Helvidio, que pretendía sacrilegamente que Jesús no era el Unigénito de la Virgen en la tierra, como es el Unigénito de su Padre en el cielo. Guerrico prosigue en estos términos: "Y, sin embargo, esta Unica Virgen Madre, que justamente se gloría de haber dado a luz al Unigénito del Padre, abraza a ese mismo Hijo Unico en todos sus miembros, y no rehusa el ser llamada Madre por todos aquellos en los cuales ve formarse a su Jesucristo. Aquella Eva antigua, más que madre, madrastra; Eva, que sometió sus hijos a la sentencia de muerte antes de darlos a luz, fue nombrada la madre de los vivientes, aunque en realidad fue más bien asesina de los vivientes y madre de los que mueren, porque lo que concibe, lo concibe, para la muerte.
"Y porque Eva no supo realizar fielmente la significación de su nombre, María, así como la Iglesia, de la cual es el tipo y la forma, es, con toda verdad, la Madre de cuantos renacen a la vida. ¿No es Ella, en efecto, la Madre de la Vida, por la que vivimos todos, y al engendrarla de su substancia, no engendró en cierto modo a todos los que deben vivir de esta Vida? Engendraba a su Unigénito, y nosotros mismos éramos todos regenerados, porque, según la ley de la regeneración, todos estábamos contenidos en El. De igual modo que en el origen de la Humanidad estábamos todos en Adán, por razón del principio seminal que preside en toda generación según la carne, así también por la semilla de la regeneración, según el espíritu, estábamos en Cristo Salvador nuestro, aun antes del principio" (Guerric. Abbat., sermo in Ássumpt. B. M. I. n. 2. P. L., CLXXXV. 188.).
Deberíamos parar aquí, pues sólo esto atañe inmediatamente a la presente cuestión. Pero lo que sigue es tan notable, que juzgamos muy útil el transcribirlo, tanto más cuanto que servirá de preparación a las materias que más adelante hemos de tratar. "Ahora bien —continúa Guerrico—; la Madre de Cristo, porque se reconoce en virtud del misterio madre de los cristianos, se muestra también su Madre por una solicitud y afecto más que maternales. No es Ella dura con sus hijos, como si no fueran suyos; Ella, cuyas entrañas fecundas por una sola vez no son jamás estériles ni dejan de dar a luz el fruto de la piedad... Y es que Jesús, nacido de Ti una sola vez, ¡oh, Virgen bendita!, permanece siempre en Ti, como en el jardín cerrado de la castidad virginal, para alimentar sobreabundantemente la fuente de la caridad, fuente inagotable que, aunque sellada, mana al exterior y derrama en nosotros sus aguas vivificantes... Si el siervo de Cristo no cesa de engendrar a sus hijitos, filiolos, con un cuidado y un amor admirables, hasta que Cristo sea formado en ellos (Galat., IV, 19), ¡cuánto más la propia Madre de Cristo! Pablo los engendraba predicando el Verbo de la Verdad, que los regeneraba: María los engendró de una manera incomparablemente más santa y divina, engendrando el Verbo mismo. Cierto que alabo en el Apóstol el misterio de la predicación; pero, ¡cuánto más admiro y venero en María el misterio de la generación!
"Y ved si los hijos mismos no parecen reconocer en Ella a su Madre: empujados como por un instinto natural de devoción filial, que les inspira la fe, acuden a ella ante todo, y antes que a nadie, en todas sus necesidades y peligros invocando su nombre bendito; son verdaderos hijos que se refugian en el seno de su Madre" (Galat., IV. 19, n. 3 y 4: 188, sq.).
Puédense ver estos dos textos del abad Guerrico, insertados casi palabra por palabra, en el tratado de Ricardo de San Lorenzo sobre las Alabanzas de la Virgen María (Advertimos que esta última obra es la misma que se halla entre las obras de Alberto Magno (t. XX de la edición de Lyon, 1551), y que se acostumbra a citar bajo el título de Mariale Alberto Magni).
Sin embargo, este último autor añade una idea, o, mejor dicho, una comparación que, bien comprendida, no dejará de sernos útil: "Aunque María —¡dice él— no haya engendrado corporalmente sino un Hijo, es por El madre espiritualmente de una multitud inmensa de hijos: No sin razón se escribe de Ella en el Evangelio de San Lucas: "Dió a luz su primogénito..." De igual modo que Eva fué llamada "madre de todos los vivientes" según la naturaleza (Gen., II, 20), así la Bienaventurada Virgen es la Madre de todos los que viven según la gracia... Por esto fue figurada por Sara que, aun cuando dió un solo hijo a su esposo Abraham, padre de los creyentes, es, sin embargo, llamada por la Escritura la madre de todo el pueblo de Israel. ¿No leemos, acaso, en Isaías: "Acordaos de vuestro padre Abraham y de Sara, que os ha dado a luz?" (Isa., LI, 2).
María, como Sara, no tuvo jamás sino un hijo según la carne, el verdadero Isaac, nuestra Risa y nuestra alegría; pero, según el espíritu, es la madre universal del pueblo de Dios... Porque nos ha devuelto la vida divina que habíamos recibido originalmente y perdido por Eva" (Ricard. a S. Laurent., op. cit., 1. VI, c. 1. Opp. Albert. M.. t. XX, p. 187).
Tal es, pues, la última y fundamental razón de la maternidad espiritual de María; tenemos de Ella y por Ella todos los principios de la vida que nos hace hijos de Dios. No hay uno solo de esos principios, desde el menor al más elevado, de que no debamos darle gracias. Y porque dió a luz a Dios hecho hombre, al Cristo Salvador, causa de toda gracia y de toda vida sobrenatural, por esto nos ha hecho esos dones; en otros términos, es nuestra Madre según el espíritu y según la gracia, porque es Madre según la carne y la naturaleza de Dios Salvador.
Esto es lo que no se cansan de repetir los antiguos panegiristas de María. Aunque no hay gran necesidad de dar más textos, citaremos, sin embargo, nuevos testimonios, siquiera para familiarizar a nuestros lectores con estos escritores eclesiásticos, que merecerían ser más conocidos. Escuchemos, primero, a Guillermo el Pequeño: "El Fruto de la Virgen es único, el Fruto que se llama Jesús, porque es la Causa eficiente de la salud de los hombres; pero en este Fruto Unico, ¡qué multitud de frutos hay! En su Jesús, Salvador universal, María ha engendrado numerosos hijos a la gracia; engendrado la Vida, nos ha engendrado también a nosotros para la vida... Por aquello mismo que es Madre de la Cabeza, es Madre de una infinidad de miembros. ¡Sí! La Madre de Cristo es la Madre de los miembros de Cristo, porque la Cabeza y los miembros forman un solo Cristo; dar a luz corporalmente a la Cabeza es dar a luz espiritualmente a los miembros. Así, pues, todos le dan con pleno derecho el dulce nombre de Madre y le rinden el culto de filial veneración que reclama este título".
¿Quién era, en realidad, este Guillermo el Pequeño? Créese comúnmente que era Abad de Bec, aunque esto es sólo una hipótesis, según la cual habría vivido hacia fines del siglo XII y principios del XIII. El P. Cornelio Alápide, comentando el Cantar de los Cantares, y sobre todo el P. Martín del Río, en la interpretación que nos ha dejado sobre el mismo libro, citan largos fragmentos de la obra de Guillermo, entonces inédita. "Dabo ex illo praecipua ex Miss. Collegii Societ. J. Lovaniensis", dice el segundo de estos autores, c. 5, p. 13, en la introducción de su Comentario. Por lo demás, no se cansa de celebrar la doctrina, y sobre todo la piedad y la unción de este antiguo autor. "Auctus, doctus, pius fuit" (1. cit.). Martín del Río lo llama también mellilegulum, melliloquum... Y en verdad que no le adula. El mismo San Bernardo no ha merecido más que él estos títulos, como podrá convencerse cualquiera que haya recorrido ese comentario. En medio de estos elogios, ha creído, sin embargo, el panegirista que debía hacer algunas restricciones: "Hactenus ille —dice, a propósito de una interpretación demasiado fantíistica— accommodatius ad pie meditandum et contemplandum, quam ad explicandam in scholis aut pulpitis germanam loci interpretationem et seriem Cantici Canticorum" (in Cant., IX, 13). En lo que llama del Río "mixtainterpretatio quae est de B. V." es donde cita en todas las secciones de los capítulos, párrafos tomados de los manuscritos del Abad Guillermo. Hállanse en ellos, a veces, cosas delicadísimas y de una elevación y sencillez verdaderamente encantadoras, donde se refleja al vivo el amor filial del devoto Abad a la Madre de Dios.
Esto es lo que no se cansan de repetir los antiguos panegiristas de María. Aunque no hay gran necesidad de dar más textos, citaremos, sin embargo, nuevos testimonios, siquiera para familiarizar a nuestros lectores con estos escritores eclesiásticos, que merecerían ser más conocidos. Escuchemos, primero, a Guillermo el Pequeño: "El Fruto de la Virgen es único, el Fruto que se llama Jesús, porque es la Causa eficiente de la salud de los hombres; pero en este Fruto Unico, ¡qué multitud de frutos hay! En su Jesús, Salvador universal, María ha engendrado numerosos hijos a la gracia; engendrado la Vida, nos ha engendrado también a nosotros para la vida... Por aquello mismo que es Madre de la Cabeza, es Madre de una infinidad de miembros. ¡Sí! La Madre de Cristo es la Madre de los miembros de Cristo, porque la Cabeza y los miembros forman un solo Cristo; dar a luz corporalmente a la Cabeza es dar a luz espiritualmente a los miembros. Así, pues, todos le dan con pleno derecho el dulce nombre de Madre y le rinden el culto de filial veneración que reclama este título".
¿Quién era, en realidad, este Guillermo el Pequeño? Créese comúnmente que era Abad de Bec, aunque esto es sólo una hipótesis, según la cual habría vivido hacia fines del siglo XII y principios del XIII. El P. Cornelio Alápide, comentando el Cantar de los Cantares, y sobre todo el P. Martín del Río, en la interpretación que nos ha dejado sobre el mismo libro, citan largos fragmentos de la obra de Guillermo, entonces inédita. "Dabo ex illo praecipua ex Miss. Collegii Societ. J. Lovaniensis", dice el segundo de estos autores, c. 5, p. 13, en la introducción de su Comentario. Por lo demás, no se cansa de celebrar la doctrina, y sobre todo la piedad y la unción de este antiguo autor. "Auctus, doctus, pius fuit" (1. cit.). Martín del Río lo llama también mellilegulum, melliloquum... Y en verdad que no le adula. El mismo San Bernardo no ha merecido más que él estos títulos, como podrá convencerse cualquiera que haya recorrido ese comentario. En medio de estos elogios, ha creído, sin embargo, el panegirista que debía hacer algunas restricciones: "Hactenus ille —dice, a propósito de una interpretación demasiado fantíistica— accommodatius ad pie meditandum et contemplandum, quam ad explicandam in scholis aut pulpitis germanam loci interpretationem et seriem Cantici Canticorum" (in Cant., IX, 13). En lo que llama del Río "mixtainterpretatio quae est de B. V." es donde cita en todas las secciones de los capítulos, párrafos tomados de los manuscritos del Abad Guillermo. Hállanse en ellos, a veces, cosas delicadísimas y de una elevación y sencillez verdaderamente encantadoras, donde se refleja al vivo el amor filial del devoto Abad a la Madre de Dios.
Otro autor, casi del mismo tiempo que Guillermo el Pequeño, predica igual verdad en términos casi idénticos. Es el ilustre abad de Vendóme, Godofredo. Después de haber cantado en una oración rimada (O María gloriosa Jesse proles generosa.
Per Quam fuit mors damnata. Atque vita reparata. Virgo semper speciosa stella maris, coeli porta, Ex qua mundo lux est orta. Mundi salus, mors peccati, Summi facta parens nati... Godefrid. Vindob. P. L.. CLVII, 234. sq.) las glorias de María como Reparadora de la vida, Exterminadora de la muerte y Salud del mundo; como la Puerta celestial por la cual se nos manifestó la Luz Eterna; como refugio de los pecadores y nuestra Protectora poderosísima ante Dios, Godofredo nos habla de su dulce Maternidad: "En verdad —exclama—, que la Santísima María ha engendrado a Cristo, y en Cristo a todos los cristianos. Así, pues, la Madre de Cristo es la Madre de todos los cristianos. Y si la Madre de Cristo es Madre de los cristianos, claro es que Cristo y los cristianos son hermanos" (Serm. de Purif. S. M. Ibíd., 255, 256. Más adelante volveremos a este sermón y al siguiente, porque describe con singular unción lo que María hace por nosotros y lo que debemos ser para Ella).
Un siglo más tarde, el autor del Espejo de la Virgen escribía a su vez: "María no es solamente la Madre de Cristo individualmente considerada, sino también la Madre universal de todos los fieles. Por esto, el bienaventurado Ambrosio decía: "Si Cristo es el Padre de los Creyentes, ¿por qué no ha de ser Madre de ellos la que engendró a Cristo?". Por eso, amados míos, regocijémonos y repitamos llenos de alegría: Bendito sea el Hermano por quien María es nuestra Madre, y bendita sea la Madre por quien tenemos a Cristo por Hermano".
Digamos, en fin, que en el mismo siglo el bienaventurado Alberto Magno, en nombre de la Teología, proclamaba altamente la maternidad espiritual de la Madre de Dios y la fundaba en los mismos títulos. El párrafo de sus obras que sigue es tanto más notable cuanto que nos ofrece, en resumen, toda la doctrina contenida en este capítulo y en los siguientes: "Ha sido —dice— voluntad de Dios que María tuviese su parte en la obra de la recreación de nuestra naturaleza, y esto según los cuatro géneros de causa.
"Ella ha sido, después de Dios, con Dios y bajo Dios, la causa eficients de nuestra regeneración, porque Ella ha engendrado a nuestro Regenerador, y por sus virtudes ha merecido, con un mérito congruente, este honor incomparable. Ella ha sido la causa material, porque el Espíritu Santo, por el intermedio de su consentimiento, consensu mediante, ha formado de su purísima carne y sangre, la carne de la cual ha hecho el cuerpo inmolado por la redención del mundo. Ella ha sido la causa final, porque la grande Obra de la Redención, ordenada principalmente a la gloria de Dios, debía redundar secundariamente en honor de esta Virgen. Ella es, por último, la causa formal, puesto que con la luz de su vida tan deiforme es el ejemplar universal que nos muestra el camino para salir de nuestras tinieblas y la dirección para llegar a la visión de la Eterna Luz" (Albert. M., Quaest. super Missus est, q. 14G. Opp., t. XX. p. 100).
Lo que demuestra con cuánto derecho había el mismo Doctor afirmado de María, en la cuestión precedente, que es nuestra Madre, según todas las propiedades encerradas en la significación de este título.
Un siglo más tarde, el autor del Espejo de la Virgen escribía a su vez: "María no es solamente la Madre de Cristo individualmente considerada, sino también la Madre universal de todos los fieles. Por esto, el bienaventurado Ambrosio decía: "Si Cristo es el Padre de los Creyentes, ¿por qué no ha de ser Madre de ellos la que engendró a Cristo?". Por eso, amados míos, regocijémonos y repitamos llenos de alegría: Bendito sea el Hermano por quien María es nuestra Madre, y bendita sea la Madre por quien tenemos a Cristo por Hermano".
Digamos, en fin, que en el mismo siglo el bienaventurado Alberto Magno, en nombre de la Teología, proclamaba altamente la maternidad espiritual de la Madre de Dios y la fundaba en los mismos títulos. El párrafo de sus obras que sigue es tanto más notable cuanto que nos ofrece, en resumen, toda la doctrina contenida en este capítulo y en los siguientes: "Ha sido —dice— voluntad de Dios que María tuviese su parte en la obra de la recreación de nuestra naturaleza, y esto según los cuatro géneros de causa.
"Ella ha sido, después de Dios, con Dios y bajo Dios, la causa eficients de nuestra regeneración, porque Ella ha engendrado a nuestro Regenerador, y por sus virtudes ha merecido, con un mérito congruente, este honor incomparable. Ella ha sido la causa material, porque el Espíritu Santo, por el intermedio de su consentimiento, consensu mediante, ha formado de su purísima carne y sangre, la carne de la cual ha hecho el cuerpo inmolado por la redención del mundo. Ella ha sido la causa final, porque la grande Obra de la Redención, ordenada principalmente a la gloria de Dios, debía redundar secundariamente en honor de esta Virgen. Ella es, por último, la causa formal, puesto que con la luz de su vida tan deiforme es el ejemplar universal que nos muestra el camino para salir de nuestras tinieblas y la dirección para llegar a la visión de la Eterna Luz" (Albert. M., Quaest. super Missus est, q. 14G. Opp., t. XX. p. 100).
Lo que demuestra con cuánto derecho había el mismo Doctor afirmado de María, en la cuestión precedente, que es nuestra Madre, según todas las propiedades encerradas en la significación de este título.
J. B. Terrien S. J.
MADRE DE DIOS Y ... (II)
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