Las nobilísimas condiciones de la caridad perfecta las explica el apóstol san Pablo en una de sus cartas, diciendo, que la caridad es paciente, benigna y afable, sin emulaciones ni envidias, que no hace mal a nadie con falsedades, no se ensoberbece, no es envidiosa, no es amiga de su propio ínteres, no se irrita ni se enfurece con ninguna criatura, no admite juicios temerarios, no se alegra sóbrela iniquidad, sino que se llena de gozo por la verdad; todo lo sufre con paciencia, cree todo lo bueno, espera en su Dios, y todo lo sufre por su divino amor. (I Cor., XIII, 4 et seq.)
Si en las casas y familias reinase esta preciosa virtud, vivirían como ángeles en la tierra; y aunque por otra parte tuviesen muchos defectos, parecieran como santos; porque la verdadera caridad encubre todos los delitos, según la sentencia del Sabio (Prov., X, 12).
Lo primero, dice san Pablo, que la caridad es paciente; de lo cual se infiere que las frecuentes impaciencias, inquietudes y turbaciones de las familias provienen de que en ellas no reine la perfecta caridad; y por esto se llenan de imperfectísimas impaciencias unas criaturas con otras, y se las siguen muchos daños, conforme a un proverbio de Salomon (Proverb., XIX, 19).
Lo segundo, es la verdadera caridad muy benigna: Charitas benigna est; y el Espíritu de Dios es humano, benigno, afable, piadoso y misericordioso. Consideren las criaturas impacientes cuán lejos están de tener del espíritu del Señor.
Si en las casas y familias reinase esta preciosa virtud, vivirían como ángeles en la tierra; y aunque por otra parte tuviesen muchos defectos, parecieran como santos; porque la verdadera caridad encubre todos los delitos, según la sentencia del Sabio (Prov., X, 12).
Lo primero, dice san Pablo, que la caridad es paciente; de lo cual se infiere que las frecuentes impaciencias, inquietudes y turbaciones de las familias provienen de que en ellas no reine la perfecta caridad; y por esto se llenan de imperfectísimas impaciencias unas criaturas con otras, y se las siguen muchos daños, conforme a un proverbio de Salomon (Proverb., XIX, 19).
Lo segundo, es la verdadera caridad muy benigna: Charitas benigna est; y el Espíritu de Dios es humano, benigno, afable, piadoso y misericordioso. Consideren las criaturas impacientes cuán lejos están de tener del espíritu del Señor.
El apóstol san Pablo dice, que unas criaturas con otras sean benignas, afables y amorosas, y no se persigan con emulaciones ni envidias, porque la afabilidad cristiana induce grande sosiego eu el cuerpo y en el alma; y por el contrário, las personas inquietas ni tienen paz consigo, ni con su prójimo, y viven una vida mísera, aun para su propia conveniencia.
Nuestro Señor Jesucristo dice, que son bienaventurados los mansos de corazon: Beati mites (Matth., V, 4); y aun en esta vida les da el premio de su virtud; porque llevan una vida de pacífico sosiego, que ya parece es participación de la vida eterna que han de tener en el cielo.
El mismo Señor nos dice, que el medio mas eficaz para vivir con descanso y sosiego en este mundo, es el ser humildes de corazón, benignos, suaves, amorosos y piadosos con nuestro prójimo; y el apóstol san Pablo nos advierte, que ninguna criatura del mundo puede poner distinto fundamento a la virtud que el que Cristo la puso.
La verdadera caridad no se compone bien con las envidias y emulaciones, dice el apóstol san Pablo: Charitas non aemulatur; y el Sabio dice, que la vida de los envidiosos es como vida de infierno, donde no hay quietud, paz ni sosiego, sino turbación, rabia y horror sempiterno.
También dice san Pablo, que la caridad verdadera no es amiga de falsedades ni mentiras, errores, embustes ni chismes, porque la criatura que tiene caridad perfecta mas bien conoce los defectos propios que los ajenos. Primero se acusa el justo a sí mismo, que a su prójimo, dice una sentencia de la divina Escritura (Prov., XVIII, 17).La condición infernal del demonio es estar siempre acusando a todas horas a las criaturas humanas, como se dice en el misterioso libro del Apocalipsis; por lo cual aquellas personas maliciosas que siempre están pensando en acusaciones ajenas, imitan al enemigo cruel de las almas, que viéndose perdido, quiere perder a los demás.
No es contraria esta doctrina a la que dejámos escrita, enseñando a los domésticos que tienen obligación en conciencia de dar aviso a los padres de familia de los dispendios graves ocultos que padece su casa: solo queremos decir, que se eviten las acusaciones impertinentes de faltillas cuotidianas y geniales, cuyas acusaciones solo sirven para turbar la familia y la paz de todos.
Nuestro Señor Jesucristo dice, que son bienaventurados los mansos de corazon: Beati mites (Matth., V, 4); y aun en esta vida les da el premio de su virtud; porque llevan una vida de pacífico sosiego, que ya parece es participación de la vida eterna que han de tener en el cielo.
El mismo Señor nos dice, que el medio mas eficaz para vivir con descanso y sosiego en este mundo, es el ser humildes de corazón, benignos, suaves, amorosos y piadosos con nuestro prójimo; y el apóstol san Pablo nos advierte, que ninguna criatura del mundo puede poner distinto fundamento a la virtud que el que Cristo la puso.
La verdadera caridad no se compone bien con las envidias y emulaciones, dice el apóstol san Pablo: Charitas non aemulatur; y el Sabio dice, que la vida de los envidiosos es como vida de infierno, donde no hay quietud, paz ni sosiego, sino turbación, rabia y horror sempiterno.
También dice san Pablo, que la caridad verdadera no es amiga de falsedades ni mentiras, errores, embustes ni chismes, porque la criatura que tiene caridad perfecta mas bien conoce los defectos propios que los ajenos. Primero se acusa el justo a sí mismo, que a su prójimo, dice una sentencia de la divina Escritura (Prov., XVIII, 17).La condición infernal del demonio es estar siempre acusando a todas horas a las criaturas humanas, como se dice en el misterioso libro del Apocalipsis; por lo cual aquellas personas maliciosas que siempre están pensando en acusaciones ajenas, imitan al enemigo cruel de las almas, que viéndose perdido, quiere perder a los demás.
No es contraria esta doctrina a la que dejámos escrita, enseñando a los domésticos que tienen obligación en conciencia de dar aviso a los padres de familia de los dispendios graves ocultos que padece su casa: solo queremos decir, que se eviten las acusaciones impertinentes de faltillas cuotidianas y geniales, cuyas acusaciones solo sirven para turbar la familia y la paz de todos.
Los avisos que se deben dar a los padres de familia han de ser aquellos defectos perniciosos, a los cuales ya no se les halla otro remedio, sino que los señores pongan su mano para atajarlos. Se debe avisar también si algún niño ó niña de los hijos de casa comen tierra ó sal, ó cosa mala que les hace perder la salud, ó si tienen algún indecente divertimiento dentro ó fuera de casa, para cuyo remedio no basta de la correcciou fraterna, ó se conoce que no ha de ser de provecho.
Otras faltas casuales que suceden a los más avisados y cuidadosos, no son asunto para acusaciones criminales, ni otro ningún defecto, en que prudentemente se conoce no tiene voluntad de reincidir en él quien le cometió, porque el defecto que ya está remediado no necesita de acusación para su remedio.
Otras muchas faltas hay en las criaturas que piden enmendarse con la corrección fraterna, según el Señor nos lo tiene enseñado en su santo evangelio (Matth., XVIII); y si la corrección caritativa y amorosa no fuere bastante, será bien dar el aviso para que los padres de familia lo remedien.
Estas correcciones fraternas se han de hacer caritativamente, conforme el Señor lo dice en su santo evangelio. La primera corrección ha de ser en oculto: la segunda delante de dos personas de buena confianza, previniéndola a la delincuente, que si aquellas correcciones amorosas no bastaren, se dará noticia a quien pueda y deba poner el remedio que se desea para el mayor bien de su alma, y estimación de su persona.
El fin del precepto de Cristo Señor nuestro es la caridad bien ordenada, como nos lo advierte el apóstol san Pablo (I Tim., I, 5); por lo cual la criatura virtuosa que se emplea en este género de correcciones, ha de tener mucho cuidado que no la mueva para ella su propio ínteres, ni otro afecto vicioso, sino puramente el amor del bien espiritual de su prójimo.
El mismo santo apóstol también nos avisa, que semejantes correcciones se hagan con mucha paciencia, porque muchas veces sucede resultar mal del bien, y alterarse demasiado la persona corregida, teniendo por ofensa lo que fué caridad y amor; y para tales casos es menester mucha paciencia.
Otras faltas casuales que suceden a los más avisados y cuidadosos, no son asunto para acusaciones criminales, ni otro ningún defecto, en que prudentemente se conoce no tiene voluntad de reincidir en él quien le cometió, porque el defecto que ya está remediado no necesita de acusación para su remedio.
Otras muchas faltas hay en las criaturas que piden enmendarse con la corrección fraterna, según el Señor nos lo tiene enseñado en su santo evangelio (Matth., XVIII); y si la corrección caritativa y amorosa no fuere bastante, será bien dar el aviso para que los padres de familia lo remedien.
Estas correcciones fraternas se han de hacer caritativamente, conforme el Señor lo dice en su santo evangelio. La primera corrección ha de ser en oculto: la segunda delante de dos personas de buena confianza, previniéndola a la delincuente, que si aquellas correcciones amorosas no bastaren, se dará noticia a quien pueda y deba poner el remedio que se desea para el mayor bien de su alma, y estimación de su persona.
El fin del precepto de Cristo Señor nuestro es la caridad bien ordenada, como nos lo advierte el apóstol san Pablo (I Tim., I, 5); por lo cual la criatura virtuosa que se emplea en este género de correcciones, ha de tener mucho cuidado que no la mueva para ella su propio ínteres, ni otro afecto vicioso, sino puramente el amor del bien espiritual de su prójimo.
El mismo santo apóstol también nos avisa, que semejantes correcciones se hagan con mucha paciencia, porque muchas veces sucede resultar mal del bien, y alterarse demasiado la persona corregida, teniendo por ofensa lo que fué caridad y amor; y para tales casos es menester mucha paciencia.
Asimismo se ha de prevenir que la caridad de Dios no se compone bien con la soberbia del corazon humano, como dice san Pablo: Non inflatur. Y por esto las personas arrogantes y soberbias no son buenas para correcciones caritativas; porque estas edifican y la soberbia destruye, y comunmente nada se recibe bien del ánimo presuntuoso y soberbio.
Entre las criaturas soberbias siempre hay continuas discordias, dice la divina Escritura: Inter superbos semper jurgia sunt (Prov., VI, 4). Y por esta razón en algunas casas infelices nunca se ve la paz verdadera, ni la caridad perfecta; porque la soberbia interior les tiene inquietos los corazones, y mientras no se humillen, apenas hallarán sosiego.
Al contrario sucede en las familias dichosas, donde no reina la soberbia, y triunfa la verdadera caridad y el amor fraternal; porque aun en este mundo viven como en una semejanza del cielo, amándose unos a otros, como Cristo Señor nuestro lo enseña (I Joan., IV, 8); y estimando las correcciones como grandes beneficios, y así lo son, si se consideran bien.
El príncipe de los apóstoles san Pedro dice en la primera de sus cartas, que la verdadera caridad y amor fraternal encubre la multitud de los pecados; por lo cual, aquellas casas y familias dichosas donde triunfa y reina la caridad de Dios, y el amor fraternal de unos con otros, parece casa de santos; porque en ellos no se ve pecado alguno, no porque no los tengan (que ninguno vive sin faltas: Nemo sine crimine vivit), sino porque el amor, paz y caridad encubre todos los defectos.
¡Dichosas las familias donde todos viven en sana paz! Para conservar esta grande felicidad importará mucho que se repriman los juicios temerarios de unos con otros; porque dice David, que los que juzgan iniquidades de su prójimo en su malicioso corazon, todo el dia lo pasan maquinando disturbios y disensiones (Psalm. CXXXIX, 3).
Han de amar la verdad, y aborrecer los chismes, enredos y mentiras; porque dice el Espíritu santo, que los engaños y mentiras son oprobio de las criaturas humanas (Eccli., XX, 19).
Se han de guardar la reputación, la fama y el secreto natural unas con otras las personas honradas que viven en una familia virtuosa; y desengáñense, que el quebrantar el secreto natural en materia grave es pecado mortal, de que se han de confesar en el octavo mandamiento. El Espíritu Santo dice, que si oyeres alguna cosa contra tu projimo, se sepulte en tu pecho, y no lo digas, que no reventaras por callarla: Non enim te disrumpet (Eccli., XIX, 10).Aborrece las murmuraciones, si quieres vivir en paz con la familia, porque es abominación de los hombres el murmurador, dice el Sabio: Abominatio hominum detractor (Prov., XXIV, 9). No puede ocultarse el mal que dice de los otros, y por último cae la piedra sobre su cabeza. Á muchos les pierde su maldita lengua.
Algunas personas infelices tienen lengua de áspides, dice un santo profeta (Psalm. XIII, 3); y el veneno de áspid es insanable, como también se dice en un misterioso cántico, porque algunas personas murmuradoras dicen tales horrores, que despues no tienen curación.
Bienaventurada es la criatura que sabe gobernar su lengua, y a nadie ofende con ella, dice el Espíritu Santo, porque en esta vida vivirá con quietud y estimación de mi persona; y los que fueren inconsiderados en hablar sentirán muchísimos males, no tendrán sosiego interior ui exterior, y serán aborrecidos en las familias, como perturbadores de la paz común, y enemigos de la verdadera caridad y amor de sus prójimos. El Señor los corrija. Amen.
Entre las criaturas soberbias siempre hay continuas discordias, dice la divina Escritura: Inter superbos semper jurgia sunt (Prov., VI, 4). Y por esta razón en algunas casas infelices nunca se ve la paz verdadera, ni la caridad perfecta; porque la soberbia interior les tiene inquietos los corazones, y mientras no se humillen, apenas hallarán sosiego.
Al contrario sucede en las familias dichosas, donde no reina la soberbia, y triunfa la verdadera caridad y el amor fraternal; porque aun en este mundo viven como en una semejanza del cielo, amándose unos a otros, como Cristo Señor nuestro lo enseña (I Joan., IV, 8); y estimando las correcciones como grandes beneficios, y así lo son, si se consideran bien.
El príncipe de los apóstoles san Pedro dice en la primera de sus cartas, que la verdadera caridad y amor fraternal encubre la multitud de los pecados; por lo cual, aquellas casas y familias dichosas donde triunfa y reina la caridad de Dios, y el amor fraternal de unos con otros, parece casa de santos; porque en ellos no se ve pecado alguno, no porque no los tengan (que ninguno vive sin faltas: Nemo sine crimine vivit), sino porque el amor, paz y caridad encubre todos los defectos.
¡Dichosas las familias donde todos viven en sana paz! Para conservar esta grande felicidad importará mucho que se repriman los juicios temerarios de unos con otros; porque dice David, que los que juzgan iniquidades de su prójimo en su malicioso corazon, todo el dia lo pasan maquinando disturbios y disensiones (Psalm. CXXXIX, 3).
Han de amar la verdad, y aborrecer los chismes, enredos y mentiras; porque dice el Espíritu santo, que los engaños y mentiras son oprobio de las criaturas humanas (Eccli., XX, 19).
Se han de guardar la reputación, la fama y el secreto natural unas con otras las personas honradas que viven en una familia virtuosa; y desengáñense, que el quebrantar el secreto natural en materia grave es pecado mortal, de que se han de confesar en el octavo mandamiento. El Espíritu Santo dice, que si oyeres alguna cosa contra tu projimo, se sepulte en tu pecho, y no lo digas, que no reventaras por callarla: Non enim te disrumpet (Eccli., XIX, 10).Aborrece las murmuraciones, si quieres vivir en paz con la familia, porque es abominación de los hombres el murmurador, dice el Sabio: Abominatio hominum detractor (Prov., XXIV, 9). No puede ocultarse el mal que dice de los otros, y por último cae la piedra sobre su cabeza. Á muchos les pierde su maldita lengua.
Algunas personas infelices tienen lengua de áspides, dice un santo profeta (Psalm. XIII, 3); y el veneno de áspid es insanable, como también se dice en un misterioso cántico, porque algunas personas murmuradoras dicen tales horrores, que despues no tienen curación.
Bienaventurada es la criatura que sabe gobernar su lengua, y a nadie ofende con ella, dice el Espíritu Santo, porque en esta vida vivirá con quietud y estimación de mi persona; y los que fueren inconsiderados en hablar sentirán muchísimos males, no tendrán sosiego interior ui exterior, y serán aborrecidos en las familias, como perturbadores de la paz común, y enemigos de la verdadera caridad y amor de sus prójimos. El Señor los corrija. Amen.
R. P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA
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