En los campos de batalla, en los encuentros con el enemigo, ordinariamente no se ve más que a hombres. Pero en el campo de la conciencia puede decirse que no hay nada, ni hombre ni mujer, y en particular no hay joven, que no sea combatiente. Son en efecto continuas y sin número las batallas de toda especie que, queriendo o no queriendo, toda joven debe sostener.
Batallas, a veces, con una salud deficiente, o contra las dificultades inevitables de la vida a menudo muy difícil.
Batallas por conservar la paz en la propia familia y en el propio ambiente.
Batallas, mucho más difíciles por custodiar y practicar la virtud.
Es verdad, hay jóvenes privilegiadas que pasan, como blancas palomas, sobre las fealdades del mundo, sin ofuscar en lo más mínimo el candor de su inocencia.
Sus excepciones ante las cuales hay que inclinarse, pero que no impiden a la mayoría de las jóvenes ser criaturas sujetas a muchas y violentas tentaciones.
Lo revelan ciertas miradas ardientes que traicionan la exuberancia de la fantasía y el incendio del corazón. Lo revela la expresión impetuosa de caprichos extravagantes, el deseo insaciable de agradar, que agita el alma. Lo revelan aquellas poses rebuscadas; aquellos ardonos estudiados; aquellas palabras melifluas y fingidas que se oyen muy a menudo; aquellas lecturas y aquellas diversiones vanas o tontas, a través de las cuales muchas jóvenes se imaginan que tienen que vivir una vida muy distinta de la real.
Una joven que quiere conservarse inocente, casta, seria, debe combatir enérgicamente contra todas estas ocasiones peligrosas, que encuentran a cada instante, y sobre todo debe combatir contra las propias malas inclinaciones.
La victoria exige, a veces, esfuerzos ligerísimos, como el mortificar una curiosidad morbosa, o una emoción peligrosa, el suspender una lectura, el callar una palabra. A veces, en cambio, exige un esfuerzo mayor, como cuando se trata de renunciar a una diversión, alejarse de un centro de reunión, cortar una amistad, someterse a una obediencia y cosas semejantes.
No has observado, joven lectora, una gota de agua sobre una hoja mecida por el viento? Está siempre en peligro de caer, y convertirse, de perla cristalina, antes de caer, en lodo despreciable después de la caída.
He aquí tu situación.
Por la edad, por el ambiente en que vives, te encuentras muchas veces en una alternativa entre el bien y el mal, entre la virtud y el vicio.
Si sabes tener la mirada fija en lo alto, si sabes arrostrar y vencer las pequeñas batallas serás capaz de vencer las grandes, inevitables para defender el tesoro de tu pudor.
Solo así conservarás tu valor, tu bondad.
De lo contrario te harás artífice de tu infelicidad y de la ajena.
Batallas, a veces, con una salud deficiente, o contra las dificultades inevitables de la vida a menudo muy difícil.
Batallas por conservar la paz en la propia familia y en el propio ambiente.
Batallas, mucho más difíciles por custodiar y practicar la virtud.
Es verdad, hay jóvenes privilegiadas que pasan, como blancas palomas, sobre las fealdades del mundo, sin ofuscar en lo más mínimo el candor de su inocencia.
Sus excepciones ante las cuales hay que inclinarse, pero que no impiden a la mayoría de las jóvenes ser criaturas sujetas a muchas y violentas tentaciones.
Lo revelan ciertas miradas ardientes que traicionan la exuberancia de la fantasía y el incendio del corazón. Lo revela la expresión impetuosa de caprichos extravagantes, el deseo insaciable de agradar, que agita el alma. Lo revelan aquellas poses rebuscadas; aquellos ardonos estudiados; aquellas palabras melifluas y fingidas que se oyen muy a menudo; aquellas lecturas y aquellas diversiones vanas o tontas, a través de las cuales muchas jóvenes se imaginan que tienen que vivir una vida muy distinta de la real.
Una joven que quiere conservarse inocente, casta, seria, debe combatir enérgicamente contra todas estas ocasiones peligrosas, que encuentran a cada instante, y sobre todo debe combatir contra las propias malas inclinaciones.
La victoria exige, a veces, esfuerzos ligerísimos, como el mortificar una curiosidad morbosa, o una emoción peligrosa, el suspender una lectura, el callar una palabra. A veces, en cambio, exige un esfuerzo mayor, como cuando se trata de renunciar a una diversión, alejarse de un centro de reunión, cortar una amistad, someterse a una obediencia y cosas semejantes.
No has observado, joven lectora, una gota de agua sobre una hoja mecida por el viento? Está siempre en peligro de caer, y convertirse, de perla cristalina, antes de caer, en lodo despreciable después de la caída.
He aquí tu situación.
Por la edad, por el ambiente en que vives, te encuentras muchas veces en una alternativa entre el bien y el mal, entre la virtud y el vicio.
Si sabes tener la mirada fija en lo alto, si sabes arrostrar y vencer las pequeñas batallas serás capaz de vencer las grandes, inevitables para defender el tesoro de tu pudor.
Solo así conservarás tu valor, tu bondad.
De lo contrario te harás artífice de tu infelicidad y de la ajena.
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