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domingo, 11 de septiembre de 2011

Catecismo sobre la Misa (3)

CAPITULO III
EL TEMPLO CATÓLICO
Num. 64-94

"Me pondría yo a morir mil muertes por la menor ceremonia de la Iglesia"
(Santa Teresa de Jesús)

64. ¿Cuál fue el primer templo cristiano?
El primer templo cristiano fue el Cenáculo de Jerusalen, es decir, una sala grande y bien adornada — Lc. 22, 12— que solía estar situada en la parte alta de la casa. Hechos Apost., 20, 7.

65. ¿Y por qué fue el Cenáculo el primer templo cristiano?
Porque allí celebró Jesús la Primera -Misa, allí descendió el Espíritu Santo sobre los Apóstoles, y allí se reunían los primeros fieles para celebrar la Cena del Señor y para la oración.

66. ¿En qué otros lugares celebraban los primeros cristianos los sagrados misterios?
En las casas particulares de los mismos cristianos; así nos consta que en Efeso se escogieron las casas de Aquila y de Priscila—1 Cor. 16, 19—,y en Roma, la del senador Pudens, la de Lucina, la de Entropía y la de Cecilia.
Con el tiempo algunas de estas casas quedaron exclusivamente dedicadas al culto, y aun llegaron a construirse algunas modestas iglesias; de las cuales, sin embargo, ningún vestigio nos ha quedado. Sólo durante la persecución de Diocleciano sabemos que fueron destruidos cuarenta de estos edificios. Cf. Duchesne; Origines du culte chretien, pág. 406; Ensebio: Histor. Eccl. 8, I (Kirch, n. 403).

67. Y al levantarse las persecuciones, ¿dónde se reunían?
En cualquier sitio. Como dice el historiador Eusebio — Histor. Eccl. 7, 2—, «cualquier lugar en que pasábamos nuestros trabajos, el campo, la soledad, una nave, el establo, la cárcel nos servían de templo para congregarnos en asamblea»,
Según Allard, la Iglesia atravesó 6 años de sufrimientos, el s. I, 86 el II, 24 el III, 13 al principio del IV: por consiguiente fue perseguida durante ciento veintinueve años, y gozó de paz relativa por un espacio de ciento veinte años.
Sobre las persecuciones de los cristianos, en los tres primeros siglos, puede consultarse, por ejemplo, a Garcia Villada: Rosas de Martirio, c. I.

68. Pero, sobre todo, ¿dónde se reunían durante las persecuciones?
Para celebrar las «memorias», o aniversarias de los mártires, se reunían en las catacumbas, galerías subterráneas, largas y estrechas, que sirvieron de sepultura, de Osario, etc., y en cuyas altas paredes se cavaban nichos, donde los cristianos guardaban con veneración las reliquias de sus mártires y los despojos mortales de los demás fieles. En las explanadas que había de trecho en trecho, adornadas con pinturas e inscripciones, iluminadas con la luz de las lámparas o antorchas, celebraban la Sagrada Liturgia, sirviéndoles de altar los arcosolios, que se abrían junto a las tumbas de los mártires.
Sobre las catacumbas puede verse, García Villada: o. c. c. 13; P. Allard: El Martirio, c. 7; Wiseman: Fabiola, p. 2, cc. 1-5; y, sobre todo, el Manual de Spencer y Bronwlow: Rome souterraine, resumé des decouvertes de M. ROSSI. (Trad. franc. por P. Allard.)

69. ¿Cuándo aparecieron, por fin, los nuevos y magníficos limpios?
Después que Constantino publicó el famoso Edicto de Milán, año 313, por el que se concedía completa libertad religiosa a los cristianos y se disponía la restitución de los bienes que injustamente se les habían arrebatado.

70. ¿Cómo se llamaron generalmente estos templos?
Se llamaron «basílicas», palabra con que se designaban ciertas grandes salas públicas, divididas en tres naves con tribuna y hemiciclo, donde se traficaba y se administraba justicia.

71. ¿Y por qué se llamaron basílicas?
Ya porque algunos de estos edificios, gracias a la generosidad de Constantino, fueron entonces elegidos y consagrados al culto divino; ya también, porque de la estructura de la basílica pagana, tomó el templo cristiano sus formas arquitectónicas.

72. ¿Es importante conocer la forma de las primitivas basílicas cristianas?
Es importantísimo, porque sirvieron de modelo a los demás templos cristianos. Cfr. Naval: Arqueología y Bellas Artes, tom. T, n. 125 ; Sintherrf: Roma Sacra (traducción de Brates, S. .T.): Prólogo pp. 21-32.

73. ¿I)e qué partes constaba la primitiva basílica cristiana?
De tres: ATRIO, NAVE y ABSIDE o presbiterio.

74. ¿Cómo era el atrio?
Como el de las casas romanas, el atrio venía a ser un patio cuadrado, al aire libre, casi siempre con un claustro alrededor.
En el centro había un pilón de agua de lluvia, impluvium, o fuente donde los fieles, antes de penetrar en el templo, se lavaban las manos y la cara, expresando así la limpieza del alma; y además porque para comulgar, solían recibir en sus manos el Pan consagrado. (Véase n. 49.)
Aquí está el origen de nuestras pilas de agua bendita.
«De muchas veces tengo experiencia — dice Santa Teresa, hablando del agua bendita — que no hay cosa con que huyan más los demonios para no tornar, como el agua bendita. De la cruz también huyen, mas vuelven luego. Debe ser grande la virtud del agua bendita: para mí es particular y muy conocida consolación la que siente mi alma cuando la tomo. Es cierto que es lo muy ordinario es sentir una recreación, que no sabría yo darla a entender con un deleite interior, que toda el alma me conforta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha acaecido sólo una vez, sino muchas; y mirándolo con gran advertencia, digamos como si uno estuviese con mucho calor y sed, y bebiese un jarro de agua fría, que parece todo él sintió refrigerio. Considero yo qué grande cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia, y regálame mucho el ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que así la pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace a la que no es bendita». Autobiograf. c. 31. S. Aicardo, abad de Jumieges, en el s. VII, tenía la costumbre de recorrer todas las noches los dormitorios del monasterio, una vez acostados los monjes, rociando todos los sitios con agua bendita y haciendo la señal de la Cruz. Durante este piadoso acto tuvo muchas visiones celestiales, que le sirvieron para mejor gobernar a sus súbditos.

75. ¿Quiénes se colocaban en el atrio?
En el atrio de las basílicas se colocaban los penitentes más culpables por sus escándalos y pecados públicos, y se llamaban flentes, porque arrodillados y cubierta la cabeza de ceniza lloraban sus culpas, implorando las oraciones de los fieles, que penetraban en el templo.
Los pobres a las puertas de las iglesias. Dando la razón por qué la Iglesia permite que pidan a las puertas de sus templos, dice San Juan Crisóstomo: «Esto es para que todos puedan purificar sus manos y su conciencia por medio de la limosna antes de entrar en el templo. La costumbre de establecer fuentes delante de las puertas de las iglesias, para que se puedan lavar las manos antes de entrar y orar en ellas, es sin duda muy laudable y santa; pero más santa y más necesaria es todavía la de colocar a los pobres en la puerta de nuestras iglesias para lavar las manchas de nuestra alma antes de presentarnos ante la majestad de Dios, tres veces Santo... Asi es que nuestros padres pusieron a los pobres en las puertas de las iglesias como fuentes de purificación, pues la limosna es más eficaz para purificar nuestras almas que el agua para lavar nuestras manos». De verbis Apostoli: "habentes autem eundem spiritum», n. II. P. G. t. 51, c. 300.

76. ¿Qué venía a continuación del atrio?
A continuación venía una especie de vestíbulo interior, llamado nartex, donde solían estar los catecúmenos y los penitentes ordinarios, llamados audientes, porque eran despedidos después de haber iodo el sermón.

77. Después del atrio y del nartex, ¿qué seguía?
La nave, donde se colocaban los fieles, a un lado los hombres y al otro las mujeres.
Cuando las naves eran tres, separadas por hileras de columnas, entonces la nave central era más alta y más ancha que las laterales y tenía pintadas curiosas escenas del Antiguo y Nuevo Testamento en las paredes de encima de las arcadas.
Separándola del ábside y cruzando la nave mayor, había otra nave transversal, que con aquélla formaba el crucero.

78. ¿Qué solía haber en la pared frontal donde terminaba la nave central y comenzaba el ábside?
Solía haber un arco, llamado «triunfal», porque a imitación del arco de triunfo, que los romanos levantaban a sus generales vencedores, estaba ricamente decorado, y era como la entrada del santuario.

79. ¿Cuál era la parte más principal de la basílica?
Era el ábside o presbiterio: situado en plano superior al de las naves, era de forma abovedada y semicircular, con el techo decorado con preciosos mosaicos. En el mismo fondo y arrimado a la pared se alzaba el trono o sede del Obispo; y en plano inferior, rodeando en semicírculo al trono, estaban los asientos de los presbíteros.
Delante del presbiterio, se levantaba el altar, que venía a caer precisamente encima de la tumbaconfesión de un mártir, enterrado en la cripta o bóveda subterránea.
Y en fin, sobre este altar, único en toda la basílica y severamente desprovisto durante la celebración de todo lo que no fuera la materia del Santo Sacrificio, se elevaba el Ciborium.

80. ¿Qué era el Ciborium?
Era un alto templete o pabellón, formado por cuatro columnas, unidas por otras cuatro arcadas falsas — o simuladas, cuya luz estaba cegada por una superficie vertical—, y coronadas por una a manera de copa invertida, que eso significa la palabra griega correspondiente.

81. ¿Para que servía el Ciborium?
Servia para tener suspendida con una cadena, desde su techo, sobre el altar la torrecilla o paloma eucaristica (véase n. 55).
Al Ciborium sucedió el Baldaquino, uno de cuyos mejores ejemplares es el de S. l'edro de ltoma, que mide 30 metros de altura.

83. ¿Cuál es la iglesia, madre de todas las iglesias católicas del mundo?
Es la Archibasílica del Salvador, en Roma, conocida, desde el siglo XII, en que fue dedicada a S. Juan Bautista, con el título de San Juan de Letrán.
Situada en el monte Celio, donde Fausta, esposa de Constantino, tenía sus palacios, fue generosamente cedida por el Emperador al Papa San Silvestre, quien la consagró al culto el 9 de noviembre del año 324. Cfr. Wiseman: Fabiola, p. 2, c. 6.

84. ¿Cuál es el lugar del templo donde se verifican los más sublimes misterios de la religión católica?
Es el ALTAR: lugar alto, como dice su nombre — alta res —, es el centro de toda la grandiosa arquitectura de nuestros templos y el foco luminoso de la fe, adoración y piedad a donde convergen las miradas y los corazones de todos los fieles, y de donde irradia la vida divina, que incesantemente comunica Dios a su Iglesia.
Antiguamente los fieles nunca se acercaban al altar sin besarlo. Los soldados, que la emperatriz Justina envió a la iglesia, donde San Ambrosio estaba reunido con los fieles, apenas entendieron que el Emperador había revocado la orden de asaltar la basílica, se acercaron al altar como mansos corderos para besarlo en señal de respeto y de paz. S. Ambros. Epist. ad Mar. sor., n. 26.
Como se sabe, no había más que un solo altar en cada iglesia, costumbre que aun se guarda en el Oriente. En Occidente se ha procedido muy diversamente. Batiffol, en una de sus obras, ha reunido con gran precisión histórica las diversas fases de la evolución de la multiplicidad de los altares: «la antigüedad cristiana construyó sus basílicas como demostración de la unidad de la iglesia local. Una plebs, un obispo, una cátedra, un altar con su obispo en los días de la Misa estacional. Esta es la arquitectura de los siglos III y IV. Después fue necesario separar de la Misa estacional la Misa per parochias et per coemeteria. Vinieron las misas de devoción o las Misas privadas; y, por último, llegó el día en que estas Misas tuvieron lugar en las basílicas. En aquel día, que remonta al s. V-VI, fue sacrificado el principio de la unidad del sacrificio». Batiffol: Lecons sur la Messe (citado por Gubianas: o. c., p. 236).

85. ¿Qué forma tenían y de qué materia eran los primeros altares?
Eran sencillamente mesas de madera, como aquella del Cenáculo en que Jesús celebró la Primera Misa; después, al ofrecerse el Santo Sacrificio junto al sepulcro de los mártires, en sus capillas, o bajo el arcosolio que coronaba esos mismos sepulcros, los altares comenzaron a ser de piedra y a labrarse en forma de arca o sarcófago.
Los altares paganos, aunque en un principio eran simples elevaciones del terreno, y después fueron de piedra, en la época de más refinamiento artístico llegaron a ser monumentos ricos y grandiosos: el altar de Zeus (Júpiter), en Olimpia, media de circunferencia 125 pies, y de altura 32; y el de Pérgamo, descubierto no hace muchos años, y que se ha reconstruido en el museo de Berlín, tenía 12 metros de altura. En general, los altares paganos más se parecían a pedestales de estatua que a nuestros actuales altares cristianos. Los cristianos no quedaron rezagados en la fabricación y ornamentación de sus altares; y aunque el altar en que celebraba S. Pedro y que hoy se conserva en S. Juan de Letrán es de madera, sabemos que también los hubo de plata, de oro y aua de piedras preciosas. Sozomeno nos cuenta que la emperatriz Pulquería, hermana del emperador Teodosio, regaló a la iglesia de Constantinopla un riquísimo altar, casi todo de oro, como confirmación del voto de castidad que habia lucho a Jesucristo. (Histor. I. IX, c. 1). Y Constantino regaló a la misma basílica siete altares de plata, que pesaban 200 libras; uno de oro a la basílica de la Sta. Cruz, que llegaba a pesar 250 libras; y otros de parecido valor a las más famosas basílicas de Boma. Anasilisio: Vida de S. Silvestre. P-L., t. 34 y 128, c. 1519 y 1515. (Cita de Diez tíut. ONéil, o. u.)

86. ¿Cuáles son las partes esenciales del altar?
Son estas cuatro: el ara, los manteles, la luz litúrgica v el Crucifijo.

87. EL ARA es una piedra rectangular, consagrada, que contiene en una pequeña concavidad — sepulcro — algunas reliquias de santos, especialmente de mártires.
Sobre esta piedra, reducido sepulcro de algún mártir de Cristo, se han de colocar los corporales, y sobre éstos la Hostia y el Cáliz: ¡no podía haberse encontrado sitio más digno!
De San Luciano, presbítero de Antioquía, nos refiere San Juan Crisóstomo que la víspera de su muerte — iba a ser dividido su cuerpo en cuatro partes y a ser arrojados al mar los pedazos —, para complacer a sus discípulos, que así se lo rogaban, como no tuviese a mano ningún altar, celebró el Santo Sacrificio dentro de la cárcel, sirviéndole de altar su mismo pecho. Cfr. n. 157.

88. TRES MANTELES de lino deben cubrir el altar, ya por la reverencia debida al mismo altar, ya para recibir la preciosa sangre en caso de derramamiento.
El mantel que, en otros tiempos, cubría por completo los cuatro lados del altar, hoy, desde que éste quedó adosado a la pared y comenzaron a usarse los frontales — hacia el siglo XI—, sólo llega hasta el suelo por los lados.

89. LA LUZ LITURGICA. En las vigilias nocturnas, lo mismo que en las misas y ágapes cristianos, y sobre todo en las galerías subterráneas de las catacumbas, era imprescindible el uso de abundantes luminarias: Hechos Apost. 20, 8.: v. n. 133.
Se usaban entonces, sobre todo, lámparas de aceite, las lucernas romanas, que eran unas copas o vasos alargados de barro o de bronce, con su asa y una o varias mechas, y que solían colocarse sobre algún mueble o pedestal, o también suspenderse del techo: lucerna pensilis.
Muy pronto estas lámparas comenzaron a usarse en las catacumbas y en otros recintos sagrados para señalar algunos sepulcros notables: así comenzaba a brillar la luz litúrgica, que para el cristiano, más que su natural utilidad, encerraba múltiple y maravilloso simbolismo y venía a difundir en su alma honda y significativa alegría.
Las dos velas que arden en la Misa rezada, las cuatro o seis de la Misa solemne, la lámpara del Santísimo, la vela del bautismo, la de la primera comunión, la de la Extrema Unción, las de los funerales, la profusión de luces en las grandes solemnidades, para los ojos del alma cristiana son todavía más brillantes, que para los del cuerpo.
Para conocer el maravilloso simbolismo de la luz en la liturgia católica hay que leer y meditar atentamente el «Exsultet», o bellísima «Angélica» del Sábado de Gloria: «En la liturgia romana no hay, tal vez, composición de más subido lirismo y emoción que ésta, llamada la Angélica, atribuida ordinariamente a S. Agustín. Su mismo canto es algo inimitable y sublime, en melio de su ática sencillez.» Lefebvre.
La «Angélica», todo luz y alegría, desarrolla poéticamente el simbolismo del Cirio Pascual y entreteje un florido elogio — mucho más amplio en los misales antiguos — a la pequeña e industriosa abeja, que con tanto arte fabrica la cera de nuestros altares. Cfr. Juan B. Ferreres, S. J.: Historia del Misal Eomano, nn. 931-941.
90. EL CRUCIFIJO.
Podemos distinguir, con Gomá — El valor educativo de la Liturgia Católica, pág. 244 y sig. —, estas fases o conquistas del culto de la Cruz en la Liturgia: Cruz-acción; Cruz-procesional; Cruz de altar y Altar del crucifijo.
De la Cruz-Acción, informando la vida del cristiano, ya nos habla Tertuliano, en el siglo III, y lo hace casi en los mismos términos en que lo hará catorce siglos después el P. Astete en su áureo catecismo:
«Siempre que andamos y nos movemos, cuando entramos, al vestirnos y calzarnos, en la mesa y en el baño, al sentarnos y al acostarnos, marcamos nuestra frente con la señal de la Cruz». De Corona Milit. 3, 11: Kirch. n. 189.
En los primeros siglos, la señal de la cruz sólo se trazaba sobre la frente. Con frecuencia también se hacía en la boca y, a veces, en el pecho, según las regiones. Al introducirse el modo actual, se tocaba primero la sien derecha y después la izquierda, como todavía se hace en el rito griego. En el modo de disponer los dedos, existieron y aun existen curiosas variedades: el modo mas común en la Iglesia latina era situar los tres primeros dedos de la mano derecha extendidos y unidos, cerrando los otros dos; estos dos dedos asi cerrados y unidos a la palma de la mano simbolizaban las dos naturalezas de Jesucristo contra los Eutiquianos, que admitían una sola ; los otros tres indicaban el misterio de la Trinidad. El Papa, al impartir su bendición, observa esta antigua disposición de los dedos. Los griegos cruzan primero el dedo pulgar con el anular de la mano derecha, doblan el meñique dándole la forma de una C; tienen derecho el índice y, doblado el dedo medio como el meñique, alzan la mano y trazan la señal de la cruz: los dedos así dispuestos forman las primeras letras de la palabra «Jesucristo», en griego: 1-X.
La Crúz-Procesional y la Cruz del Altar, están Intimamente relacionadas, tanto que litúrgicamente son una misma cruz.
Cuando la asamblea de los fieles que solía reunirse en una iglesia, iglesia de la reunión — en latín ecclesia collecta —, avanzaba procesionalmente hacia la otra iglesia — iglesia estacional — donde iba a celebrarse la Misa, la cruz que venía presidiendo esta procesión era la misma del altar que, para este fin, te adaptaba al asta y luego se volvía a poner a un lado del altar, y, más tarde, en el mismo altar. Grea: La Sainte Liturgie, pág. 171. Cfr. 141.
El Altar del Crucifijo: la Cruz en el altar, ya por sus dimensiones, ya por la distancia, queda relegada a un segundo término; por eso, a la entrada de los templos y en nuestras catedrales, en el centro del coro, la piedad de nuestros mayores ha dedicado un altar al Crucifijo, o ha situado estas gigantescas imágenes, suspendiéndolas a veces de los arcos triunfales, para que se ofrecieran de una manera más visible a los ojos del pueblo. Gomá: o. c., página 245.
La costumbre de colocar en los altares crucifijos exageradamente pequeños, que se pierden y sepultan entre multitud de candelabros, ángeles, flores y otros adornos del altar, no puede ser más antilitúrgica, y ha sido expresamente reprobada por el Papa Benedicto XIV: «Son violadas las leyes de la Iglesia cuando se coloca solamente una diminuta imagen del Crucifijo, que sea más pequeña que el cuadro o estatua del Santo.»
LA CRUZ, que informa y anima la vida cristiana en sus actos más grandes y más sencillos, alcanza su máxima exaltación en la Misa:
HASTA TREINTA Y CINCO VECES, sólo en la Misa de los fieles, traza el sacerdote la señal sacrosanta de la Redención, ya sobre sí mismo, ya sobre los sagrados objetos o personas que le rodean. Cfr. 210 y 223.
La Cruz abre las fuentes divinas de todos los Sacramentos, la Cruz corona las torres y campanarios, preside la sacristía y está, en fin, grabada profusamente en los ornamentos, en los corporales, purificadores, sacras, misales, etc.

91. ¿Cuándo aparecen los retablos en los altares?
Los retablos — retro-tabula—, detrás de la tabla o mesa del altar, aparecen en el siglo XII, y probablemente traen su origen de los antiguos dípticos. Véase n. 217. Los dípticos eran unas placas de madera, marfil o metal, decoradas con pinturas y relieves, de dos o más hojasdípticos, trípticos— que se plegaban como las tapas de un libro, y en las cuales constaban los nombres de personas beneméritas de la Iglesia; había dípticos de vivos y dípticos de difuntos — de ellos provienen los Mementos de la Misa—, y sus nombres se leían durante el Santo Sacrificio; de estos dípticos eclesiásticos, y sobre todo de los dípticos piadosos, que eran como retablos portátiles y pequeños oratorios, proceden los retablos.
Como se sabe, los retablos españoles descuellan entre todos los del mundo por su incomparable riqueza. Los mismos autores extranjeros — por ejemplo Abel Fabre; Pages d'Art Chretien (tercera serie)— citan estos diez, como los mejores, pertenecientes al arte del Renacimiento: el de la catedral de Vich, de 1420; el de la de Tarragona, de 1426; el de la Seo de Zaragoza, de 1445; el de la Cartuja de Miradores, de 1496; el de la catedral de Sevilla, de 1497; el de la de Toledo, de 1500; los de Burgos, el de S. Nicolás y el de la catedral, de 1503; el de Nuestra Señora del Pilar, de Zaragoza, de 1511, y el de la primacial de Teruel, de 1536.

92. ¿Y el culto en las iglesias comenzó muy pronto?
Aunque los cristianos, al principio, vivían entre los judíos, y a éstos, por su tenaz propensión a la idolatría, les había Dios prohibido fabricarse imágenes y estatuas, Exodo 20, 4; Deut. 5, 8, pronto, sin embargo, comenzó este culto entre los cristianos, como se ve en los numerosos y variados frescos de las catacumbas, en las estatuas tan conocidas del Buen Pastor, en los sarcófagos, lámparas, vasos o vidrios, embellecidos con diversas figuras y escenas bíblicas, si bien, por hallarse entonces los cristianos mezclados y casi absorbidos por el elemento pagano, groseramente idólatra, no pudo el culto de las imágenes hacer grandes progresos hasta después del siglo IV, en que cesó ese impedimento.
Cfr. la revista «Bíblica», vol. 15, año 1934, pp. 265-300: La cuestión de las imágenes entre los judíos, a la luz de loa recientes descubrimientos, por J. B. Fret, c. s. Sp.
«Actualmente, en el altar mayor suele estar la imagen del santo, a quien la iglesia está particularmente, dedicada y de quien toma el nombre. Con todo eso, en las iglesias modernas es más frecuente consagrar el altar mayor a CRISTO, colocando alguna de sus imágenes (el Sagrado Corazón, vgr.) en la parte superior, y en el centro, el trono o tabernáculo para la exposición del Santísimo Sacramento. Las devociones a los Santos patronos (San Martín, San Boque, etc.), tan absorbentes en la Edad Media, van colocándose en segundo término, dejando el centro para las Personas de la Sagrada Familia, Jesús, María y José: mudanza en la cual no es posible desconocer el progreso de la cultura cristiana.» Fisher-Ruiz Amado: El Culto Católico, p. 14.

LECTURAS

93. EL TABERNACULO, FIGURA DEL TEMPLO CATOLICO:

Fue el templo portátil de los Israelitas durante su larga peregrinación por el desierto; como indica su nombre era una tienda de campaña de 30 codos de largo, es decir, de unos 15 metros (pues el codo agrado mide Om. 525) y de 10 codos de alto, y de ancho, sostenida por soportes de madera, recubierta de las más preciosas telas y protegida exteriormente por tapices de piel de camello.
EL ATRIO: A su alrededor corría un gran atrio o patio rectangular de 100 codos de largo por 50 de ancho; aquí, en el atrio, por el lado oriental donde estaba la puerta, se hallaba primero, el altar de los holocaustos y después, un gran recipiente donde los sacerdotes tenían abundante agua para lavarse manos y pies antes de acercarse al altar o de entrar en el tabernáculo. Cfr. n. 74.
LAS DOS PARTES PRINCIPALES DEL TABERNACULO eran el Santo y el Santo de los Santos — o Santísimo, pues éste es uno de los modos de expresar en hebreo el superlativo —; un riquísimo velo separaba entre si el Santo y el Santo de los Santos, velo que se rasgó de alto a abajo en el momento de expirar N. S. Jesucristo, dejando visible y accesible a todos el interior del Santo de los Santos. Cfr. n. 156.
¿QUE HABIA EN EL SANTO? Según se entraba a mano izquierda, se encontraba el candelero de siete ramos o brazos, todo de oro purísimo y cuyas luces debían brillar toda la noche; a la derecha, y enfrente del candelero, estaba la mesa con los doce panes — uno por cada tribu — de la proposición, así llamados porque estaban siempre expuestos ante el Señor. Estos panes se elaboraban con la harina más pura y se presentaban ante el Señor, cuando todavía estaban calientes, todos los sábados, retirándose los añejos, que sólo podían ser comidos por los sacerdotes.
Esta mesa con los panes de la proposición es viva imagen de la mesa eucaristica siempre abastecida con el pan vivo e indeficiente, Jesucristo.
Por fin, en el fondo, y entre el candelero y la mesa, se hallaba el altar de los perfumes, donde se quemaban los más finos inciensos.
¿QUE HABIA EN EL SANTO DE LOS SANTOS? Estaba el ARCA DE LA ALIANZA, donde el pueblo de Dios guardaba sus más queridos recuerdos.
En este pequeño cofre de madera preciosa, aproximadamente de lm-30 de largo por 0,80 de ancho y de alto, recubierto por dentro y por fuera con láminas de oro y con cuatro anillas, fijas en sus cuatro ángulos para poder ser transportado más fácilmente, se guardaban en otro tiempo: 1-las dos nuevas tablas de la ley; 2-el Pentateuco, o sea los cinco libros de Moisés; 3-la vara florida de Aarón, y 4-el vaso de oro con un poco de maná.
LA CUBIERTA DEL ARCA era una placa de oro con dos magníficos querubines del mismo metal, uno a cada lado que, mirándose uno al otro en actitud de extática adoración, desplegaban hacia lo alto sus amplias alas, formando una bóveda, que cobijaba el Arca sagrada: ésta era EL PROPICIATORIO: aquí, en el Santo de tos Santos, entre los dos querubines y sobre el Arca de la Alianza, había asentado Dios su trono entre los hombres; aquí venía «el amigo de Dios», Moisés, a consultar al Señor; aquí se mostraba Dios propicio y misericordioso con su pueblo.
En el SANTO DE LOS SANTOS, sólo entraba el Sumo Sacerdote, y una sola vez al año, en el gran día de la Fiesta de las Expiaciones.
EL TABERNACULO es, sobre todo, figura de nuestros SAGRARIOS, verdaderas tiendas de campaña, donde Dios, durante nuestra breve peregrinación por este mundo, vive y habita entre nosotros.
LOS TRES CELEBRES TEMPLOS que después habían de construir los judíos, el grandioso de Salomón, el más humilde de Zorobabel y el de Herodes el Grande, sólo comparable al de Salomón, reproducían el plan del tabernáculo de Moisés. (Cfr. Exod. 25-27.)

94. EL CRUCIFIJO: Está compuesto de dos elementos, Cruz y figura o Cristo.
Estos dos elementos no aparecen juntos desde el principio.
REPRESENTACIONES DIRECTAS de la Cruz sola — elemento que aparece en las Catacumbas primero, y ya muy conocido desde la más remota antigüedad —, no se encuentran más que unas veinte, según Mgr. Wilpert: y por cierto, algo disimuladas entre las palabras de un epitafio, o entre las letras de un nombre propio.
Sus formas preferidas, son: la forma de Tan, T, la griega de cuatro brazos iguales +, la latina -J- y, por fin, la de aspa o de San Andrés, X.
REPRESENTACIONES INDIRECTAS, en cambio, existen muchas y muy variadas: el tridente solo o con un pez enroscado en él; este pez ya sabemos a quién representaba: V. n. 27; el áncora es la cruz salvadora del naufragio durante la vida, por eso aparece junto al nombre de un difunto y acompañando a una paloma, símbolo del alma cristiana libertada por la muerte; el martillo, la lanza del coche dirigida hacia lo alto, el pájaro con las alas desplegadas, un simple cruce de líneas, hablaban bien elocuentemente al corazón de los cristianos, así como nada decían al profano. En fin, la cruz aparece simbolizada en el hombre, que está orando de pie y con los brazos levantados, y en el navio, que se desliza sobre las olas a velas desplegadas, y con el mástil cruzado por un travesaño horizontal.
La letra griega X (JI) análoga a la cruz en aspas, era abreviatura de XPIXTOE; la cruz ansada o con asa con una argolla encima y la cruz gamada o suástica, formada de cuatro gammas acopladas, signo este último antiquísimo, que se encuentra ya veinte siglos antes de Cristo, ofrecieron a los primeros cristianos imágenes del leño redentor.
La Invención de la verdadera Cruz en Jerusalén por la emperatriz Santa Elena y la aparición de la cruz luminosa a Constantino, introducen definitivamente en el arte cristiano la Señal de la Redención; la Cruz sale entonces de las Catacumbas y se ostenta en el pecho de los fieles, y aparece en la fachada de sus casas, en el sarcófago de sus difuntos, en las monedas imperiales, en los dípticos consulares, sobre los estandartes, sobre el cetro y la diadema del mismo Emperador, que regala a la tumba de San Pedro, una cruz de oro, de 150 libras de peso, y coloca otra, también de oro y de piedras preciosas, en el artesonado de la sala principal de su palacio de Constantinopla.
Pero la Cruz toma ahora un nuevo significado, del triunfo de Cristo sobre el paganismo: Cristo aparece como Rey en su trono, con real diadema en vez de corona de espinas, con vestido de púrpura en lugar de tosco sayal; todavía no se manifiesta doloroso, paciente, muriendo en un patíbulo.
Hacia el siglo VI, como fuerte reacción contra los herejes monofisitas, que absorbían la naturaleza humana de Jesucristo en su divinidad y como pública afirmación de la naturaleza humana y pasible de Cristo y de la realidad de su Pasión dolorosa, aparece ya Cristo muriendo en la cruz; aunque siguió prevaleciendo el simbolismo triunfal, hasta que vinieron las decisiones de los Concilios — siglo VIII— que recomendaban expresamente la representación del Crucifijo bajo una forma directa «Jesucristo muriendo en la Cruz», abandonando ya los emblemas y símbolos antiguos. Abel Fabre: Pagos d'Art Chré-tien: Premiére serie, Le Crucifix.
Véase: Obras de Mella: Vol. XX. Filosofía: Teología: Apologética II, pp. 228-238; La Catedral: ibid ; Ideario III, p. 284; El beso al Crucifijo: Imagen de la agonía del sabio. Coloma. G: Sermones varios: t. II; Los Novisimos: muerte, s. 3. V: El Crucifijo entre las manos de un moribundo; Toth. Tihamer: El Joven y Cristo. c. 3, XV: El Crucifijo en la mesa del estudiante.

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