Juan Alvaro, de Valencia, canónigo regular, atestigua en el proceso que en la ciudad de Zaragoza un hombre demasiadamente celoso dió una puñalada en la teta derecha a su mujer. Y procurando ella descabullirse y huir, le dió otra por la espalda izquierda; y así con el un golpe como con el otro, la pasó de parte a parte, invocando ella siempre al maestro Vicente. Mas, como los golpes eran mortales, cayó en tierra sin quedarle sentido alguno, y así estuvo fuera de sí por espacio de ocho días, al cabo de los cuales cobró el espíritu y dijo en presencia del canónigo y de otros que tenían cargo de ella, que San Vicente le había tomado a su cargo, y que no moriría de aquélla; y, así sanó totalmente en el año 1446, poco más o menos.
Oliverio Duquerisec, senescal del duque de Bretaña, oyendo las voces de cierta mujer, a cuyo hijo le había sobrevenido una tan mala indisposición que actualmente se estaba muriendo, entró con otros a ver lo que era, y halló el hombre ya perdida la habla, y que no se esperaba de él menos que la muerte. Por donde, arrodillándose con los demás, ofreció a San Vicente el enfermo; y luego conocieron que mejoró un poco. Visto esto, curó el dicho Oliverio de no comer y beber, hasta que hubiese visitado el sepulcro del Santo. Pues, como él cumpliese la mesma noche su juramento, luego el enfermo alcanzó perfecta salud. Fue esto cerca del año 1448.
Un otro hombre principal, de Bretaña, confiesa cómo San Vicente volvió casi de muerte a vida a un hijo suyo. Y como él no hizo al Santo las debidas gracias, otra vez de allí a poco vino su hijo al punto de la muerte; y entonces acordándose de San Vicente, en una iglesia se lo encomendó; y volviendo a su casa, le halló sano. Pero descuidándose este otra vez también de llevarle al sepulcro del Santo para hacerle gracias, vió que el niño comenzaba a ir de mala manera. Dando, pues, en la cuenta de su descuido, le envió allá vestido de blanco, e hizo publicar el milagro, y así sanó totalmente.
Ivo Ouset, morador de los arrabales de Vannes, estuvo enfermo tres años, y los dos sin poderse menear. A la postre estuvo cuatro días sin hablar, ni sentir casi nada. Pero haciendo como pudo un voto a San Vicente, luego se sintió mejor; y dentro de ocho días se halló perfectamente sano. Después de esto cada año visitaba el sepulcro y ofrecía cierta cantidad de monedas.
En el año de 1453, por San Lucas, vinieron al sepulcro del Santo un hombre y una mujer, que traían consigo una hija suya de quince años, y un ataúd, con que la habían querido enterrar; porque era llegada al punto de la muerte y por espacio de ocho días estuvo sin comer. Y en prometiéndola a San Vicente fue de mejoría, hasta que no quedó en ella rastro de enfermedad.
En el mesmo año, una mochacha de doce años, por cierta hinchazón que se hizo en la garganta, apenas pudo pasar por ella en espacio de tres semanas un poco de agua. Con la falta de comer vino al cabo, y expiró en presencia de otros que la ayudaban a bien morir. Y con no más de un voto que hicieron por ella, luego volvió en sí y al cabo de ocho días sanó. He puesto aquí este milagro, y no en el capítulo pasado, porque un testigo dice, que a su parecer murió: y otro no afirma sino que fue grande el peligro en que se vió. Y es bien que nosotros vendamos cada cosa por lo que es; lo cierto como cierto y lo dudoso como tal.
En Vannes cayó un marinero de una ventana que estaba cuarenta pies en alto. Con el gran golpe que dió, perdió el sentido y movimiento; y aunque le llevaron luego a la lumbre para que cobrase calor, y volviese en su sentido, no aprovechó nada la diligencia; y así una buena persona que allí se halló le encomendó muy de veras a San Vicente. La mesma persona atestigua que aun estaba arrodillada, y con las manos juntas, cuando ya el marinero gimió, y se movió, y al otro día se fue a su tierra sano.
También se refiere en el proceso que Jaime Isalguero, hombre muy noble de Tolosa, teniendo a su hija ya desahuciada de los médicos y cirujanos, y que no llevaba camino de escapar de aquella enfermedad, la encomendó con cierto voto a San Vicente, a quien el sobredicho caballero había conocida en Tolosa. Y después del voto la recibió sana. Bien pudiera traer aquí otros muchos hombres a quien San Vicente libró de la muerte estando ellos ya al saltadero, que dicen. Pero quedarse han para los capítulos siguientes en los cuales iremos poco a poco discurriendo por muchos milagros que hizo nuestro Padre con enfermos de diversas enfermedades. Y aunque de mejor gana escribo las cosas que se pueden imitar que los milagros, los cuales más sirven para admiración que para imitación, todavía soy obligado a escribirlos, pues ésta es la costumbre antigua de todos los que escriben vidas de santos. Cuánto más que aprovecha mucho saber los milagros que ellos han hecho, para que en nuestras enfermedades y trabajos nos socorramos de ellos, entendiendo que pueden mucho con Dios y que hacen muchos favores a sus devotos, a pesar de los desatinados herejes de nuestros tiempos.
Fray Justiniano Antist O.P.
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
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