Puede parecer extraña, a primera vista, la reunión de estos dos órdenes de fenómenos. Pero, durante nuestra reseña, hemos encontrado diversas manifestaciones mediúmnicas —apariciones, telepatía, telestesía, premoniciones, levitaciones, etc.—, en que un elemento preternatural parece intervenir y nos queda solamente, desde este punto de vista, por examinar la invasión del médium por una entidad extraña, que habla por su boca o escribe por su mano: es una verdadera posesión. Dado que es la práctica más corriente y más típica del espiritismo, es por ella que podemos apreciarlo. Podríamos también definir la posesión demoníaca: una posesión espontánea, y la posesión espiritista, una posesión provocada.
Se sobreentiende que no nos ocuparemos aquí de las falsas posesiones: neurosis y delirios de posesión que se examinarán en su lugar y a su tiempo, en las cuestiones patológicas; lo mismo diremos de las falsas posesiones espiritistas: neurosis y delirios espiritistas. Aquí nos ocuparemos solamente de los verdaderos fenómenos fisiológicos.
Posesión diabólica
El Antiguo y el Nuevo Testamento la refieren a menudo. El Evangelio la menciona dieciocho veces. Uno de los episodios descritos con el máximun de pormenores es el de la posesa de Genezaret:
"Luego que saltó a tierra, le salió al encuentro un hombre, ya de mucho tiempo atrás endemoniado, que ni sufría ropa encima, ni moraba en casa, sino en las cuevas sepulcrales.
Este, pues, así que vió a Jesús, se arrojó a sus pies y le dijo a grandes gritos: ¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Ruégote que no me atormentes.
Y es que Jesús mandaba al espíritu inmundo que saliese de aquel hombre; porque hacía mucho tiempo que se había apoderado de él. por más que le ataban con cadenas y ponían grillos, rompía las prisiones, y acosado del demonio, huía a los desiertos.
Jesús le preguntó: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Legión porque eran muchos los demonios entrados en él.
Y le suplicaban éstos que no les mandase ir al abismo.
Andaba por allí una gran piara de cerdos paciendo en el monte: con esta ocasión le pedían que les permitiera entrar en ellos. Y se lo permitió.
Salieron, pues, del hombre los demonios, y entraron en los cerdos; y de repente toda la piara corrió a arrojarse por un precipicio al lago, y se anegó.
Viendo esto los que los guardaban, echaron a huir, y fuéronse a llevar la nueva a la ciudad y por los cortijos;
De donde salieron las gentes a ver lo que había ocurrido; y viniendo a Jesús, hallaron al hombre, de quien habían salido los demonios, sentado a sus pies, vestido, y en su sano juicio, y quedaron espantados".
La hagiografía refiere a menudo casos de posesión que ceden a la orden de un Santo o a los exorcismos practicados ritualmente.
Se cita en la historia de Santa Genoveva el caso de doce posesos que le fueron presentados. "Mientras ella rezaba por ellos, se lanzaron todos en el aire, de modo que ni sus manos tocaban el techo ni sus pies tocaban el suelo, y flotaban así suspendidos, emitiendo gritos dolorosos y quejándose de los suplicios que soportaban. La Santa hizo sobre ellos el signo de la Cruz y los envió a la iglesia de San Dionisio; ellos se fueron y quedaron libres de demonios". (Acta Sanctorum, 3 de enero).
Ambrosio de Sena relata, en la Vida de San Nicolás de Tolentino, un acontecimiento ocurrido en 1469 en Rimini, "que fue conocido en toda la ciudad y llenó de estupor a todos los que lo presenciaron". El Hermano Rafael, el Teutónico, de la Orden de los Ermitaños de San Agustín fue ocupado físicamente por un demonio, que le obligaba a golpear; se le encadenó, pero el desgraciado rompía las cadenas, pasaba a través de las rejas o de aberturas a través de las que no pasa un hombre; se le veía levantado en el aire. Finalmente, fue trasladado lo sobre una alta torre. Mas, habiendo invocado a San Nicolás, fue bajado sin daño hasta la iglesia donde entonó el Te Deum. Con eso terminó la posesión. El traductor de Ambrosio de Sena, Sardinus, pudo interrogar a los testigos de este hecho, entre ellos el Prior del convento y asegura la autenticidad del relato.
En una epoca muy reciente, se manifestaron muchos casos de posesión, como el de Helena Poirier (1834-1914), referido por el canónigo Champault, y el de los posesos de Illfurt. En este caso, dos niños de 8 y diez años, Thiébaut y José Burner, estuvieron en poder de una fuerza que les obligaba a experimentar fenómenos extraordinarios, durante 4 años desde 1864 a 1869: padecían de convulsiones, tenían visiones, aversion por los objetos religiosos, discernimiento de espíritus, telestesía, levitación, conocimiento de hechos ignorados por ellos y sus familiares, comprensión de idiomas extranjeros, etc. Ante la impotencia de los médicos se praticaron exorcismos que libraron a los niños.
El abate Sutter publicó en el libro en que refiere estos hechos, la observación personal de una joven Cafre, que estuvo en 1906 en estado de posesión; que ofrecía muchas semejanzas con el de los niños Burner. Presentaba especialmente fenómenos notables de levitación. Cuando la joven se levantaba en el aire, esto ocurría de manera muy particular, a veces horizontalmente, a veces verticalmente. Germana se elevaba horizontalmente del lecho en que reposaba, también lentamente, cada vez más alto, hasta los dos metros sobre el lecho y se detenía entonces también horizontalmente, planeando en el aire sin apoyo. Y los vestidos, en esa posición, no caían sobre los costados, sino que quedaban adherentes, convenientemente pegados al cuerpo y a las piernas. Luego de un largo rato, ella descendía lentamente.
A veces se elevaba verticalmente, hasta en la misma iglesia en presencia de todos los fieles de la parroquia. Permanecía a menudo a un metro y medio del suelo, manteniendo esa posición durante largo tiempo, sin que fuerza alguna la pudiera hacer descender. Aun reuniendo todas sus fuerzas, ni las Hermanas y varias mujeres indígenas podían lograrlo. Solamente rociándola de agua bendita podía ser bajada. Y esto ocurría entre protestas y explosiones de ira. Luego, se desplomaba y lloraba como un niño. Fue liberada el 24 de abril de 1907 por los exorcismos de monseñor Delalle, obispo de Natal, durante una sesión en la que, levantada en el aire cerca de dos metros del suelo, desafiaba al obispo, gritándole: "¡Vamos, obispo, no me mires asombrado! Vamos, obispo, ¡haz lo que yo!"
Fenómenos diabólicos muy curiosos se hallaban en la vida de María Teresa Noblet (1889-1930).
Posesión espiritista
La célebre médium de Flournoy, Helena Smith, encarnaba la personalidad de María Antonieta; el médium James, la de Dickens.
La señora Piper encarnó durante cierto lapso a un médico francés, que se decía de Metz, de nombre Phinuit, que hablaba por la voz de la Piper. Nunca se pudo hallar el apellido Phinuit en los archivos de esa ciudad. "Un día, Phinuit declaró que partiría y que sería reemplazado por otra persona. Esta fué Jorge Pelham (un seudónimo), de quien la Piper conocía solamente el nombre y que el 7 de marzo de 1888 asistió a una sesión dada por la Piper, sin haberse convencido. Jorge Pelham murió en febrero de 1892. Phinuit, en una de sus últimas sesiones, nombró a Jorge... tío de John Hart. Y de pronto dijo: "Hay otro Jorge que os desea hablar". Entonces, inmediatamente, el otro Jorge, es decir, Jorge Pelham, llegó, dió su nombre, su apellido, el nombre de sus amigos más íntimos e insistió para que su padre y su madre vinieran a conversar con él. Pidió también a otras personas y, al día siguiente y los sucesivos, no sólo el padre y la madre, sino también numerosos amigos de J. P. obtuvieron pormenores abundantes y exactos sobre varias conversaciones que tuvieran con Jorge Pelham, cuando estaba vivo... A un amigo de J. Pelham, la Piper, en el papel siempre de Jorge Pelham, escribió una larga carta conteniendo cosas muy íntimas, y después de haberla escrito y que M. H. la hubo leído, la retomó bruscamente y la rompió con violencia. Para transmitir las ideas y los recuerdos de J. Pelham, la Piper se sirve tanto de su voz como de la escritura, indistintamente." (C. Richet).
En 1904, tuvo lugar un incidente dramático. "El guía del médium era su propio padre, Luis. Pero ese día Luis estaba como aterrorizado y dijo que había espíritus malos alrededor del médium. Y, realmente, de pronto, L. D., el médium, se enfureció, mirando a su alrededor con ojos feroces, y se lanzó sobre cierto señor X. Echaba espuma por la rabia, y trataba de estrangular a X, gritando: "¡Te he encontrado, finalmente, miserable! He sido soldado de la marina real. ¿Te recuerdas de Oporto?... Tú me has asesinado, pero ahora me vengaré..." Su violencia fue tal, que el desgraciado X, quedó casi asfixiado. Con grandes esfuerzos se le pudo salvar, pero fue necesaria la colaboración de otro de los asistentes para separarlos". Ahora bien, X. había matado realmente, mucho tiempo antes, a un marinero italiano, que le insultara en Oporto" (C. Richet).
Aun descartando las observaciones espiritistas en que el médium habla o escribe bajo la influencia de una simple autosugestión, y tales casos son numerosos; aun descartando las observaciones que parecen explicables por telepatía, el espiritismo presenta un número importante de casos en que realmente un ente extraño al médium y a los asistentes, se hace presente, poseyendo al médium en forma efectiva.
Posesiones diversas
En todos los tiempos, en todos los países, en todas las religiones se ha observado la posesión. Es evidente que hay errores de diagnóstico y que casos de delirio de posesión han sido tomados por posesiones verdaderas; pero éstos no hacen más que simular, copiar casos de posesión auténtica.
Apreciación de los hechos
La Iglesia ha sido siempre muy prudente y muy severa en la aceptación de casos de posesión; como lo diremos al ocuparnos de las seudo-posesiones de origen neuropático, la Iglesia ha desconfiado constantemente de las mismas. El Ritual romano es el primero que aconseja no creer fácilmente en la posesión. Pero en las reconstrucciones históricas de neurosis y delirios de posesión a costa de los fenómenos presentados por las Ursulinas de loudun y otros casos análogos —reconstituciones obtenidas muy a menudo cortando los textos o tachando lo que incomoda- se podría seguramente oponer con razón: la verdad se halla probablemente mucho más cerca de la opinión de la gente de la época, que de la opinión de la crítica materialista.
De todo modo, los ejemplos citados nos muestran la mayoría de los caracteres admitidos por el Ritual como signos de posesión: hablar un idioma que no se ha aprendido, empleando muchas palabras del mismo o comprenderle en las mismas condiciones; revelar cosas que ocurren lejos o son desconocidas; dar prueba de fuerzas superiores a la edad del agente o desproporcionadas con las condiciones en que ocurren. Como título accesorio y mucho más comprobatorio que esos signos, se reunen otros numerosos: la suspensión en el aire sin apoyo, las contorciones o actitudes contrarias a las leyes orgánicas, los gritos, el aspecto diabólico, la curación o el alivio notable obtenido después de los exorcismos, la impresión provocada por la presencia o el contacto de objetos sagrados presentados a escondidas del sujeto.
El Ritual prohibe al exorcizador ejercer función de médico, al que corresponde toda la terapéutica natural. Finalmente, nadie puede realizar un exorcismo, para echar al demonio, sin una autorización especial y expresa del Ordinario (Can. 1151, párrafo 1). El médico tendrá, pues, siempre, la delicada e ingrata misión de hacer el primer examen y de tratar de esclarecer el caso.
En el espiritismo, el "espíritu" es invitado y se comporta generalmente, en forma correcta. No es evidentemente la entidad que pretende representarle; gusta pasar por algún personaje célebre, pero es fácil arrancarle la máscara; cuando quiere hacer creer que es alguien fallecido poco antes, se nota de su parte una ignorancia singular de la personalidad o de las ideas del difunto. "A pesar de eso —escribe C. Richet—, salvo ciertos casos sumamente graves, es tan grande el desacuerdo entre la mentalidad del desencarnado durante su vida y después de su muerte, que en la inmensa mayoría de los casos es absolutamente imposible admitir la supervivencia, aun como hipótesis muy provisoria. Yo supongo más fácilmente una inteligencia no humana, distinta a un tiempo de la inteligencia del médium y de la inteligencia del desencarnado, en lugar de la supervivencia mental del mismo".
Es interesante ver al Dr. C. Richet llegar por vía experimental a una conclusión cercana a la obtenida por el Cardenal Lépicier por vía filosófica y teológica, lo que demostraría una vez más, si fuera necesario, que todas las ciencias, ya de observación, ya deductivas, no pueden no conducir a la verdad y deben colaborar en la búsqueda de esta última.
En realidad, el Cardenal Lépicier escribe:
"Durante el tiempo en que el hombre vive sobre la tierra, es decir, mientras el alma permanece unida al cuerpo..., una comunicación puramente espiritual con las almas de ultratumba no es posible, sin una intervención inmediata de Dios... El alma separada —ya lo hemos dicho—, no tiene ningún poder sobre el cerebro humano y ¿quién podría sostener la opinión irrazonable de que toda comunicación hecha a los médiums es un verdadero milagro? Los ángeles... podrían manifestarnos, estrictamente hablando, los pensamientos de los difuntos con quienes se hallen en comunicación directa... Si una comunicación con los muertos ocurre por orden de Dios, tanto si eso acontece por medio de los ángeles buenos como si acontece mediante los malos, esa comunicación es siempre un milagro.
Ahora bien, es evidente que las comunicaciones obtenidas por los médiums en las sesiones espiritistas no son absolutamente milagros... Esas comunicaciones son debidas por consiguiente a la intervenció de los ángeles caídos que actúan solamente con permiso de Dios, y no por orden de Él..."
¿Son realmente las comunicaciones de las sesiones espiritistas comunicaciones con las almas de los difuntos por la mención de los ángeles caídos? El Cardenal Lépicier examina la cuestión y llega a esta conclusión:
"Debemos, pues, llegar a la conclusión de que las prácticas espiritistas no nos ponen en comunicación con las almas de los muertos condenados, por mediación del demonio. Por otra parte, es imposible, como ya hemos dicho, que los ángeles caídos representen a las almas de los santos que se hallen en el cielo o en el Purgatorio. Por consiguiente, las manifestaciones espiritistas, en cuanto pretenden ponernos en relación con las almas humanas desencarnadas, no son más que timos y nada más".
Y el Cardenal agrega:
"Si es de un espíritu sabio emplear la mayor prudencia antes de admitir, en determinados casos, la realidad de los hechos discutidos, seria -por otra parte— dar prueba de la mayor frivolidad de espíritu rechazar a priori la verdad objetiva de esos fenómenos en general".
La naturaleza diabólica de las manifestaciones espiritistas se conforme a la observación y a la razón.
Licitud, del espiritismo. — Se comprende de por sí que las practicas espiritistas no pueden ser más que condenadas por la Iglesia. Aun si la construcción de las doctrinas espiritistas no se presenta, por su temor, como una máquina bélica que ataque los dogmas del Cristianismo, toda la tradición religiosa bastaría para condenar el espiritismo.
Recordemos la frase del Levítico: "Si alguien se dirige a los magos y adivinos, para inclinarse ante ellos, yo volveré mi rostro contra ese hombre y le cortaré del medio de su pueblo" (XX, 6). Y también la del Deuteronomio: "Que no haya entre vosotros quien... consulte a los adivinos u observe los sueños y los augurios o use los maleficios, los sortilegios y los encantamientos o interrogue a los muertos para aprender la verdad..., porque el Señor tiene en abominación todas estas cosas" (XVIII, 10-12). San Pablo escribe: "Yo no quiero que os halleis en la sociedad de los demonios. No podéis beber en el vaso del Señor y en el vaso del diablo. No podéis caber en la mesa del Señor y en la mesa del diablo".
El 1° de febrero de 1882 la Penitenciaría Sagrada condenó la participación a las prácticas espiritistas. El 1° de abril de 1898 el Santo Oficio declaró: "Es absolutamente ilícito evocar las almas de los muertos, aun cuando se anteponga una protesta con la que se pretenda excluir toda intención de apelar a la intervación diabólica". Finalmente, el 27 de abril de 1917, la misma Congregación ha contestado NO a la pregunta: "¿Está permitido asistir a las conferencias o manifestaciones espiritistas, que tengan lugar ya con asistencia, ya sin asistencia del médium, con o sin hipnotismo, y cualesquiera puedan ser esas conferencias o manifestaciones, aun cuando parezcan inspirar confianza por una honestidad o piedad aparente, se trate de interrogar a las almas o espíritus o de oír sus contestaciones o también de ser solamente testigo, aun protestando, en la forma tácita o expresa, que no se quiere tener ninguna relación con los espíritus malos?" Y la respuesta negativa para todos estos casos ha sido aprobada por el papa Benedicto XV.
Brujería
La brujería es un comercio diabólico; se asemeja así a la posesión y al espiritismo. Consiste esencialmente en pretender obtener de los espíritus malos ciertos socorros o ciertos actos; las prácticas para lograr ese concurso son a menudo parodias del culto católico, como comienzo de juego y, en cierto modo, como garantía.
El Antiguo y el Nuevo Testamento nos refieren algunos prodigios efectuados por brujos. La historia de todos los países conserva la memoria de algunos notables, que no podrían negarse sin un criterio absolutamente irracional. Los misioneros comprueban aun hoy en día ejemplos innegables, y el libro de Dim Delobsom, Los secretos de los Brujos negros, que ha sido unánimemente alabado por la crítica, demuestra que, al lado de supersticiones pueriles, hay hechos que manifiestan netamente la intervención de entes espirituales.
Es pura fantasía querer relacionar la brujería con el conocimiento de misteriosos secretos heredados de la Antigüedad o del Oriente, que hubieran permitido a los brujos asombrar al hombre vulgar con fenómenos ulteriormente científicos. Los libros de magia de los brujos han reflejado siempre y solamente las supersticiones de su tiempo. Considerar la brujería como un delirio individual o colectivo, se contradice con los hechos. Todo está muy lejos de ser imaginación en los fenómenos de brujería. Y los delirios no ocurren más que como imitación de prototipos reales. Por otra parte, los fenómenos de posesión y de espiritismo son bastante elocuentes, para que comprendamos las posibilidades de la brujería.
¿Por qué los brujos parecen diluirse ante la civilización, perderse en el pasado o refugiarse entre poblaciones lejanas? ¿No hay en eso una prueba o un síntoma de su carácter en cierto modo mítico? ¿Es un mito el fuego, porque la civilización nos ha dado el radiador? Es evidente que ninguna práctica de brujería tiene el poder de atraer a un demonio. Mas el acto interior mediante el cual el brujo llama al demonio, la oración al demonio, no puede dejar a éste indiferente; y como toda superstición aleja de Dios, que es la Verdad, los espíritus malos no pueden hacer otra cosa que dar toda la confirmación posible a los ritos que alejan de la verdadera religión: ritos paganos o ritos diabólicos.
Esto provoca una observación muy importante: si los espíritus buenos o malos —como lo expone el Cardenal Lépicier— poseen en forma manifiesta un poder muy superior al del hombre sobre el mundo material, ¿cómo resulta que el mundo no se encuentre en constante cataclismo por su causa? Es verosímil que esto ocurre porque el hombre es el intermediario normal entre el mundo material y el mundo espiritual, y Dios ¿no le ha sometido explícitamente la Creación? En tales condiciones, parece que los ángeles buenos o malos no pueden actuar sobre el mundo material más que por orden o con autorización expresa de Dios (p. ej., en el caso de Job y de numerosos Santos), o por el hecho del consenso o de la llamada del hombre, rey de la Creación.
Normalmente, ángeles y demonios, seres espirituales, se comunican con nosotros espiritualmente; nos insuflan sus sugestiones o sus tentaciones; nosotros les prestamos poder sobre nosotros mismos con el consentimiento, la invocación o el encantamiento, y, probablemente, les brindamos la posibilidad de actuar sobre el mundo material, que es nuestro dominio: ellos aliviarán a nuestros enfermos o los postrarán más, ayudarán nuestras empresas o las contrariarán, sostendrán nuestro esfuerzo hacia el bien o nos precipitarán en el mal.
Además, los cambios de los fenómenos diabólicos materiales son comprensibles para nuestra inteligencia: por un lado, dependerían del llamado dirigido por los humanos a la colaboración diabólica; por otro lado, si para la tentación común basta el engaño del espíritu del hombre, resultan inútiles otras manifestaciones y hasta contrarias a la finalidad del diablo. En un mundo ateo, que niega a Dios, los fenómenos diabólicos aparentes que demuestran el mundo sobrenatural, serían un absurdo.
Hemos visto que el sobrenatural divino es más vivo, más difundido, más constante que nunca. Mas si se considera, por ejemplo, las curaciones milagrosas, que demuestran a Dios, o la santidad de una persona, o la legitimidad de una práctica o de una creencia religiosa, hay multitud de las que se realizan sin ruido, sin sello extraordinario; Dios sana al creyente que confiado le ha pedido sanar. Igualmente, lo sobrenatural diabólico ofrece todos los grados: las posesiones ruidosas se hallan allí donde más impresionan a los espíritus; en los países donde reinan los "sin Dios", son bien inútiles, puesto que todo se hace de acuerdo con los deseos del demonio o sus sugestiones; dondequiera la gente vive en el olvido de Dios, del destino humano, y está absorbida por las preocupaciones materiales, por las distracciones y los placeres a ras de tierra, la obra diabólica se realiza normalmente. Si la evocación de los brujos se transforma en invocación espiritista, no importa; se trata de una religión que alejará del culto verdadero y se le dará consistencia. Examinando el conjunto de los hechos, tanto como lo sobrenatural divino, tampoco ha disminuido lo sobrenatural diabólico su acción en el mundo: las formas varían según las épocas, los lugares, las mentalidades; ninguna desaparece. Y a través de las edades, el drama de la lucha entre el bien y el mal, para la conquista del alma humana, sigue enconado: mas todos aquellos que abren el surco de su alma al grano de la gracia del divino Sembrador de Galilea, la Cruz de la Redención asegura el triunfo ineluctable de la voluntad divina y la integración de la humanidad en el lugar señalado por el plan del Creador.
V. - LA METAPSIQUICA
La metapsíquica, nos dice C. Richet, es "una ciencia que tiene por objeto los fenómenos mecánicos o psicológicos, debidos a fuerzas que parecen inteligentes o a potencias desconocidas latentes en la inteligencia humana".
La ciencia católica tiene la gran ventaja, sobre la ciencia materialista, de buscar la verdad con todos los medios; es decir, no sólo por las comprobaciones únicas a ras de tierra y no sospechables de origen extra-material, sino también por toda la rica documentación de los hechos religiosos, por toda la experiencia mística, por los datos de la filosofía y la teología. Así es fácil enumerar muy a menudo las fuerzas que parecen inteligentes y que son la causa de los fenómenos mecánicos o psicológicos tratados. En este caso, ellos se clasifican entre los fenómenos biológicos de carácter religioso y forman de esta manera parte integrante de la medicina católica.
Mas lo que en el campo natural puede simular esas acciones de entidades extrañas a la humanidad, o lo que depende de potencias desconocidas latentes en la inteligencia humana, es constituye verdaderamente una ciencia separada, una metapsiquica, y hay que agradecer mucho a C. Richet el haberla aislado y el haber reunido y puesto sus cimientos.
Si es posible abrir un absceso o cerrar una llaga con la simple persuasión; si es posible hacernos incombustibles, sustraernos a la ley de la gravedad y trasladarnos con la sola voluntad; ni podemos emitir luz fuera de nosotros, emanar perfumes agradables cuando nos atacan enfermedades repugnantes; si podemos leer un documento de archivo sin hacerlo sacar de su sitio, ... conversar mentalmente con un corresponsal alejado, no dudamos absolutamente que todo bien... y también todo mal no puede surgir de tal estado de cosas. Mas, sin creer que la Metapsiquica pueda realizar semejante reino de la Utopía —por que la mayoría de los hechos enumerados son netamente de origen sobrenatural—, parece que es de sus esbozos que pueden depender casi siempre de una exaltación extraordinaria de nues facultades y menos de un fenómeno creado a placer.
Investigar y buscar esos embriones de facultad, desarrollarlos, reconocer sus posibilidades y sus límites, ese es el papel de Metapsíquica. Y vertiendo luz sobre muchos hechos poco o mal conocidos, mal clasificados, perturbadores, ella disminuye el campo de acción de los espíritus perversos, disipa las supersticiones y nos hace conocer mejor la obra de Dios. La ciencia y la religión no pueden más que ganar con el estudio metódico y preciso de la Metapsíquica.
BIBLIOGRAFIA
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Champault, Canónigo: Une Possédée contemporaine (1834-1914), Tequi, París, 1924.
Comte, Dr.: Rapport sur les exhumations de Bernardette, en Bull. de l'Ass. med. de N. D. de Lourdes, 1928.
Dim Delobsom: les Secrets des Sorciers noirs, Nourry, París, 1934.
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Gombault, Abbé F.: L'inmagination et les étates preternaturels, Migault, Blois, 1920.
Lepicier, Cardenal: Le monde invisible. París, 1925.
Leroy, Olivier: Les Hommes Salamandres, Desclée, Paris 1931.
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Marín, Max: L'ame humaine et sa vie future, Desclée, Paris 1925
Orfilia Dr.: Traité des exhumations juridiques, Béchet, Paris, 1931
Richet, Dr. Charles: Traité des Métapsychique, Paris 1923.
Scognamiglio, Padre Pío: La Manna di San Nicola, S. T. E., Bari, 1925
Sutter, Padre: Le Diable dans les Possedés d'Illfurt, Brunet, Arras, 1926.
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