Por RENE CAPISTRAN GARZA
En publicación desplegada —única forma en que la libertad doméstica de expresión me permite expresarme con libertad— impugné el Decreto de Excomunión que el señor Cardenal Arzobispo don Miguel Darío Miranda y Gómez, Primado de México, dictó contra el señor Pbro. el doctor don Joaquín Sáenz Arriaga, por una serie de hechos aparentemente gravísimos que enumera, sin probarlos, el propio Decreto Cardenalicio. El desplegado en cuestión se tituló: "La Excomunión del Padre Sáenz es Antijurídica y Anticanónica"; apareció en EL UNIVERSAL, el día 17, y en "El Heraldo de México" el día 18. Llamo libertad doméstica de expresión, no a la libertad consagrada por las leyes y respetada excrupulosamente por el Poder Público, sino a la libertad condicionada y limitativa que priva intramuros de algunos periódicos oscilantes.
En dicho desplegado demostré, en forma contundente —no desmentida, ni aclarada, ni rectificada hasta ahora, ni por la Sagrada Mitra, ni por ningún comentarista de los muchos que disintieron con todo derecho de mi parecer, y transcurridas ya más de dos semanas de su aparición— dos cosas básicas: que el famoso Decreto de Excomunión, posteriormente negado, dándole la vuelta de que el propio Sáenz Arriaga se había autoexcomulgado y que en el Decreto sólo se daba al interesado noticia oficial del susodicho acontecimiento, y que el dignatario excomulgador excomulgó fundándose en un Canon derogado por el Derecho Canónico Postconciliar —aunque no hubiera sido derogado dicho Canon, como lo fue— tampoco hubiera podido excomulgar el excomulgador ni el P. Sáenz ni a nadie, porque a su vez el excomulgador sí había caído en el delito de herejía al conceder el Imprimatur al libro blasfemo "Marx y la Biblia", del P. Porfirio Miranda y de la Parra, S. J., siendo como es doctrina vigente de la Iglesia (Decretal citada de Graciano) que el excomulgado pierde, por el hecho de serlo, la potestad de excomulgar. Estas dos incuestionables cuestiones fueron el objetivo concreto —y concretamente contenido— del desplegado que publiqué libremente, gracias a la libertad de expresión imperante en el periódico donde tuve el inseguro y transitorio honor de escribir durante siete años.
Como era total e indefectiblemente imposible probar la no derogación del Canon que establecía anteriormente la pena de excomunión por publicar un católico obras calificadas de contrarias a la fe, de opuestas a la Iglesia y de impugnadoras de la conducta del Pontífice, como en el caso atribuyó por sí y ante sí el señor Cardenal a "La Nueva Iglesia Montiniana", del P. Sáenz, y como esa derogación clara y patente la apoyé en textos precisos, incontrovertibles e irrecusables del Código Vigente, no ha quedado a los defensores de la actuación cardenalicia otro camino que el inaudito y casi inconcebible de negar, en una o en otra forma, lo antijurídico y anticanónico de la postura del eminente prelado para eludir lo arbitrario e ilegal de la excomunión, aunque sin presentar un solo texto de la ley que la justifique, ni exculparlo a él de la intervención SUYA en el Imprimatur SUYO a "Marx y la Biblia".
Pero más que escurrir el cuerpo a lo improcedente de la excomunión, que de suyo es cosa de máxima gravedad, resulta penosamente notorio el denodado empeño de sus puntales en la curia para negar —pasando sobre toda lógica, sobre el sentido común, sobre el Derecho y sobre la verdad— que del Imprimatur del señor Cardenal a "Marx y la Biblia" no tiene la menor culpa ni la menor responsabilidad el señor Cardenal. Evidentemente que si del Imprimatur del señor Cardenal a "Marx y la Biblia" no es responsable ni de lejos el señor Cardenal, el señor Cardenal no ha incurrido en herejía alguna y conserva incólume la potestad —que usa tan a gusto— de excomulgar a malvados heresiarcas como el marginado Sáenz Arriaga.
De entre todo el fárrago de anhelosas y acezantes defensas que se han publicado en los periódicos de ambas cosas ilícitas —aplicar una ley inexistente para excomulgar a Sáenz Arriaga, y negar un imprimatur existente que aparece impreso y firmado en cada ejemplar de "Marx y la Biblia", para exculpar y rehabilitar al señor Cardenal devolviéndole la potestad excomulgadora, sobresalen dos documentos de excepcional importancia por la inconsistencia, vacuidad y raquitismo de su argumentación y por la calidad también excepcional que por su vasta cultura y personal categoría debe suponerse en sus ilustrados autores: "Sobre una Excomunión", por el P. Antonio Brambila, publicado en "El Sol de México" del 22 de enero, y la Declaración del Provincial de la Compañía de Jesús, sobre el libro "Marx y la Biblia", que apareció en varios diarios del día 26 del propio mes.
El P. Brambila empieza por darnos una conmocionante sorpresa. En tanto que muchedumbre de comentaristas —entre ellos el inefable Moyita, de EL UNIVERSAL— han venido sosteniendo a marchamartillo y a rajatabla, que es inexacto, falso y mentiroso, que el señor Cardenal Arzobispo haya excomulgado al P. Sáenz Arriaga —sino que fue el propio P. Sáenz Arriaga quien al escribir su nefando libróse autoexcomulgó, colocándose, claro, por sí mismo y voluntariamente, fuera de la Iglesia, tanto por el contenido de la obra cuanto por haberla publicado sin el debido Imprimatur— el estimable y reconocidamente veraz P. Brambila empieza su artículo diciendo: "La excomunión del P. Joaquín Sáenz Arriaga, publicada en un Decreto del señor Arzobispo de México fechada el 18 del pasado diciembre, ha provocado, como era de prever, un cierto revuelo..."
¡Ah! ¿Pero entonces hubo acaso un Decreto de excomunión, excomunión que nadie había declarado, contra el P. Sáenz Arriaga, publicado y firmado el 18 de diciembre por el señor Arzobispo de México? Contra el desautorizado parecer de todos los que lo niegan, está el autorizado parecer del P. Brambila que lo afirma. Hubo una excomunión. Nadie la declaró. Esa excomunión se publicó en un Decreto —no en un informe— del señor Arzobispo. Cualquiera de los muchos necios que en el mundo somos, sabe que la excomunión de un sacerdote o de un seglar, sólo puede dictarla el Ordinario —el Ordinario, no se interprete mal— es el Obispo con jurisdicción sobre el excomulgado; no por este o por aquél Obispo cualquiera, por Ordinario que fuere, sino por el Obispo correspondiente. Se exceptúa en estos casos comunes, el caso extraordinario de una excomunión dictada por la Santa Sede. Claro que lo que puede el Obispo lo puede con mucha mayor suma de razón, el Papa.
Pero el P. don Antonio Brambila, además de ser veraz, no es tonto; no es ignorante. Muy por el contrario, es inteligente y es ilustrado. Y para no caer en sus propias redes afirma que el señor Arzobispo NO EXCOMULGO a Sáenz Arriaga, sino que "simplemente lo declaró excomulgado". ¿Por qué? Es muy diferente que un Obispo excomulgue a alguien, a que un Obispo "declare excomulgado" a alguien a quien no se sabe quién excomulgó. De ahí la brillante tesis de que Sáenz Arriaga no fue excomulgado, ni mucho menos, por el señor Arzobispo, sino que tormpemente se autoexcomulgó a sí mismo y por sí mismo, debido a sus nefandos errores, entre ellos el principal, señalar al Papa como responsable de que varios obispos y cardenales esparcidos por todo el Orbe y aún él mismo, acaudillen la desviación de la doctrina, tanto en lo religioso consintiendo confusiones dogmáticas, como en lo político, social y cívico, dirigiendo la proa de la Barca de San Pedro hacia el "casi" victorioso marxismo-leninismo. El señor Arzobispo no excomulgó a Sáenz Arriaga; el señor Arzobispo solamente declaró que Sáenz Arriaga había incurrido en excomunión y él, el Prelado, se limita simplemente a hacerlo constar. Como lo haría un notario con Mitra. Es, dice el P. Brambila para que lo entiendan mejor sus lectores, una pena "a iure" —establecida por el Derecho mismo— y no una pena "Ab homine", que no la impone el Derecho, sino el hombre, es decir, el Obispo. El no sabe nada; él acaba de llegar. Allá Sáenz Arriaga que "a iure" incurrió en su propia excomunión. Pero, ¿quién califica que Sáenz Arriaga incurrió "a iure" en su propia excomunión de la que el Arzobispo sólo dio fe para que la gente buena se enterease y no osara ponerlo en duda? Pues califica el mismo señor Arzobispo —que dio el Imprimatur a "Marx y la Biblia" sin leer la obra blasfema y herética del P. Porfirio Miranda, S. J. Esta atrocidad de autorizar sin leer, no la afirmo yo. La afirma el R. P. Provincial de la Compañía de Jesús, Enrique Gutiérrez, S. J., que textualmente dice ("Novedades", 26 de enero, pág. 12): "Con toda sinceridad sentimos que la censura eclesiástica dada por Buena Prensa al libro del P. Porfirio Miranda, haya provocado desorientación entre algunos lectores, e indignos ataques al Excelentísimo Cardenal Miguel Darío Miranda, QUIEN CIERTAMENTE NO LEYO DICHO LIBRO ANTES DE SU APARICION AL PUBLICO, COMO NI TAMPOCO LOS CENSORES ORDINARIOS DE LA SAGRADA MITRA". Esto, nada menos que esto, lo dice el Padre Provincial de la Compañía de Jesús. ¿Qué había pasado, pues? ¿Por qué un libro que no había leído el señor Cardenal aparece con el Imprimatur del señor Cardenal? Nos lo va a explicar, afortunadamente, el solícito señor presbítero Brambila que está, como el señor Provincial de la Compañía, tan indignado por los indignos ataques de que está siendo objeto Su Eminencia.
El libro del P. Porfirio Miranda, S. J. "Marx y la Biblia" circula con el Imprimatur del señor Cardenal Arzobispo, desde hace más de medio año. ¡Hace más de medio año, pues, que el Imprimatur cardenalicio a un libro herético y blasfemo, sirve de pasaporte, causando escándalo en los fieles, en el supuesto remoto de que todavía los fieles sean capaces de escandalizarse por algo!
¡Ah! ¿Pero ustedes creen que el Imprimatur del señor Cardenal lo puso el señor Cardenal? Pues están sus mercedes completa y totalmente equivocados. El, ciertamente, no había leído el libro, según nos lo informa el Padre Provincial; pero "otros" pusieron el Imprimatur. ¿Y quiénes fueron los temerarios? ¿Quiénes fueron esos otros que pusieron el Imprimatur? Ni tampoco lo pusieron, agrega amablemente el P. Brambila, "ninguna de las autoridades secundarias que en ausencia del Prelado tienen capacidad de darlo". El Vicario General de la Arquidiócesis "se enteró con algún retraso de la salida del libro; de que ostentaba el Imprimatura y de que estaba lleno de graves errores. Y acaso por el retardo y porque el señor Cardenal estaba ausente, no se apresuró a hacer una rectificación". Acaso habrá sido por eso. Era preferible el escándalo inevitable. Pero —agrega Brambila— "regresado el Cardenal, seguramente por el cúmulo de atenciones diversas y por haber pasado un poco la actualidad del asunto, tampoco le pareció prudente volverlo a suscitar". Entretanto, el libro seguía circulando con el airoso Imprimatur. Era preferible que con el Imprimatur del señor Cardenal circularan la blasfemia y la herejía de que el marxismo es la auténtica expresión del cristianismo, a que el señor Cardenal se recargara demasiado de trabajo y "actualizara" errores que ya hacía como medio año circulaban con su aval. Tenemos, pues, que el tiempo, en primer lugar, y las ocupaciones, en segundo, hacen lícito dejar correr la barbaridad de que la herejía se halla dentro del dogma católico, que es a lo que equivale el Imprimatur en una obra.
¿Pero si ni el señor Cardenal, ni las autoridades secundarias que en ausencia suya podían haberlo hecho, pusieron el Imprimatur, quién fue, entonces, el fantasma que lo puso? Porque el P. Brambila declara enfáticamente en el artículo citado: "Me consta que el señor Arzobispo NO concedió dicho Imprimatur". Menos mal que después nos aclara que le consta también que sí lo concedió. Dice Brambila: "Lo que pasó con ese Imprimatur se llama en castellano franco, simplemente abuso". Y aquí la sensacional revelación: "los padres jesuítas que trabajan en la Editorial Buena Prensa, han gozado de tiempo atrás de una autorización para censurar ellos mismos la publicaciones que editan... es asunto de confianza, y hasta aquí los jesuítas se la habían merecido justamente... pero —agrega Brambila— la aprobación del Arzobispo de México no fue ni pedida, ni dada. Y NO FUE LA EDITORIAL BUENA PRENSA la que editó el libro... simplemente se cometió el abuso de poner el Imprimatur diciéndole al impresor que lo pusiera. Lo cierto es que el Arzobispo de México no aprueba de manera alguna el pernicioso libro del marxista Miranda". Hasta aquí el P. Brambila. ¿Pero no es lícito, natural y casi obligatorio preguntar por qué, después de medio año de circular "el pernicioso libro", y de que muchos comentamos con asombro el pequeño abuso del Imprimatur cardenalicio cometido por los jesuítas, el señor Cardenal guardó absoluto silencio dejando correr la herejía, como doctrina conforme en todo a la ortodoxia cristiana, para no "actualizar" una cuestión que ya, en seis meses, se caía de puro vieja?
Resulta, por tanto, de lo dicho, redicho, afirmado, reafirmado y confirmado por el P. Brambila —"El Sol de México", 22 de enero, pág. 4— que la aprobación del Arzobispo de México para "Marx y la Biblia", no fue pedida ni fue dada; que fue un abuso de los reverendos padres jesuítas poner el Imprimatur al pernicioso libro y que "no fue la EDITORIAL BUENA PRENSA la que lo editó".
Debo ilustrar al lector acerca del hecho de que la Editorial Buena Prensa es propiedad de los reverendos padres jesuítas, que según el P. Brambila cometieron el abuso de poner, sin permiso, el Imprimatur del Cardenal al pernicioso libro. Y al P. Brambila le "parece injusto y dañoso que se acuse al Prelado de complacencia con un hereje de izquierda, mientras declara excomulgado a otro hereje que es de derecha". Al mismo nivel el hereje Miranda y el "hereje" Sáenz. Pero para el uno el Decreto declarando que estaba excomulgado y para el otro el Imprimatur, pequeño abuso no rectificado por falta de tiempo y elegante desdén a la "actualización" de un hecho con medio año de antigüedad.
Pero no nos extendamos demasiado e innecesariamente en poner las cosas en su sitio en relación con lo dicho por el buen P. Brambila, que al fin y al cabo defiende lo suyo y a los suyos. Eso si, con mucha cortesía, gran caridad y ejemplar sensatez, como cuando dice que Sáenz Arriaga hace una afirmación "soberanamente tonta" y agrega que el propio P. Sáenz dice —lo que no es cierto— que "la verdadera Iglesia está formada por él y un pequeño grupo de energúmenos", entre los cuales energúmenos se encuentra este energúmeno servidor de ustedes que "firma al calce", como decía un diputado de los de antes, y otras expresiones así de caritativas y evangélicas cuando las emplea él, pero insufriblemente ofensivas cuando las usamos los pobres. Ahora voy a ocuparme —mejor dicho a desocuparme— de algunas fantásticas cosas que dice en su declaración ("novedades", 26 de enero, pág. 12) el Rvdo. P. Enrique Gutiérrez, S. J., Provincial de la Compañía de Jesús en México, en relación con lo afirmado por el cuidadoso P. Brambila.
Este nos informó ya que la Compañía de Jesús —Buena Prensa, o sean los jesuítas— ha gozado de tiempo atrás una autorización para censurar ellos mismos las publicaciones que editan... y que en este caso ABUSARON de esa confianza, porque ni solicitaron ni obtuvieron el Imprimatur cardenalicio con que circula gloriosamente "Marx y la Biblia".
Había fallecido el anterior Primado, Mons. Luís María Martínez y —dice el P. Provincial en el periódico y fecha indicados ("Novedades", 26 de enero)— "en 1962 se pidió al señor Arzobispo Miguel Darío Miranda, la renovación de esa facultad. Existen numerosos datos PARA PENSAR que fue otorgada. Desde esa fecha hasta el presente. Buena Prensa ha extendido la censura eclesiástica a nombre del señor Arzobispo, a más de cíen libros entre otros, en 1965, a uno del mismo P. Porfirio Miranda, S. J.: "Hambre y Sed de Justicia", sin que nunca haya habido alguna aclaración en contrarío por parte de la Sagrada Mitra de México".
Como se advierte sin mayor esfuerzo intelectual "existen numerosos datos PARA PENSAR QUE FUE OTORGADA". Pero sólo para pensarlo, no para asegurarlo ni para probarlo, lo que significa que no hay CERTEZA, seguridad documental de que haya sido otorgada nuevamente la dicha facultad. Eso, no obstante, continúa el P. Provincial: "En esta CERTEZA —¿cuál certeza si sólo había numerosos datos para presumir que se la habían otorgado? — Buena Prensa recibió para dar la censura eclesiástica de la Arquidiócesis, el libro "Marx y la Biblia", que ya tenía la aprobación de la Compañía de Jesús". Esto es una declaración, yo diría una confesión formal, clara, ineludible e innegable de que la Editorial Buena Prensa publicó "Marx y la Biblia", desmintiendo categóricamente la afirmación categórica del P. Brambila: "y no fue la Editorial Buena Prensa la que editó el libro..." ("El Sol de México", 22 de enero, pág. cuatro).
Brambila: "No fue la Editorial Buena Prensa la que publicó el libro". El Provincial de la Compañía: "En esta certeza Buena Prensa recibió para dar la censura eclesiástica de la Arquidiócesis el libro "Marx y la Biblia", que ya tenía la aprobación de la Compañía de Jesús... Buena prensa concedió la censura basada en que los censores de la Orden eran competentes para descubrir una falla contra la fe..."
¿En qué quedamos, veraz y sereno padre Brambila? ¿En qué quedamos prudente y sabio Provincial de la Compañía de Jesús? Pues quedamos en dos cosas; a ver quién ata esa mosca por la cola; en que "Marx y la Biblia" no fue editado por Buena Prensa, de los Padres Jesuítas; y en que "Marx y la Biblia" sí fue editado por Buena Prensa de los Padres Jesuítas.
El recurso es altamente filosófico, teológico, cristiano y evangélico, y hasta un poco folclórico, para justificar que "Marx y la Biblia" circule por doble partida con bandera ortodoxa, en tanto que a Sáenz Arriaga, hereje, cismático, energúmeno y rebelde, se le "declaró" excomulgado —no se le excomulgó— por dar la batalla en pro de la Iglesia de siempre contra la Nueva Iglesia acaudillada por Paulo VI y sus Obispos y Cardenales, tipo Méndez Arceo, de Cuernavaca; Helder Cámara, de Recife y Olinda; Suenens, de Bélgica; Alfrink, de Holanda; Willdebrandt, de Alemania; Tarancón, de España, y tantos y tantos Obispos y Cardenales más, a quienes no hicimos cardenales u obispos ni un servidor de ustedes ni los amables lectores. Ni tampoco los sostenemos nosotros en tan altas dignidades así estén demoliendo la Iglesia y demoliendo al Papado, en medio de la honda preocupación que abruma y desgarra a Paulo VI, que nombró a unos y sostiene a todos.
El estimable y decidido adalid pacífico y cordial, comprensivo y condescendiente en todo pleito con todos los que pleitean —porque éste, dígase lo que se diga, es un pleito de mucha altura pero es un pleito al que nos ha conducido el progresismo— señor presbítero Brambila, publicó en "El Sol de México" el viernes 28 de enero otra amable y serena paliza que propina a los reverendos padres jesuítas en la respetable persona de su Provincial en México.
De ese artículo se desprende directamente que en tratándose de cuestiones clericales es aceptable que el poderdante desconozca actos de su apoderado cometidos por éste seis o siete meses antes. No otra cosa ha sido el desconocimiento que del Imprimatur cardenalicio a "Marx y la Biblia" hace —no el señor Cardenal— sino el P. Brambila. ¡Cuidado, P. Brambila, que en este mundo de componendas, transacciones, y valores entendidos, usted está actuando como apoderado y el señor Cardenal como poderdante! Un día de estos resulta —o puede resultar— que el señor Cardenal ignorara lo que está usted haciendo y refrende su confianza a los reverendos padres de la Compañía, tan poco merecedores de ella, según usted, y yo, y muchas personas más.
Porque todas sus explicaciones son muy convincentes, pero la espera de más de medio año para declarar que siempre no está la herejía dentro de la ortodoxia, como que no acabo yo de entenderlo bien, ni usted de explícarlo ni bien ni mal.
En esta especie de recopilación de necedades en que se atrincheran quienes tienen ojos y no ven y tienen oídos y no oyen, quiero señalar el novísimo truco de quienes ponen sus más nobles empeños en desconcertar a esta sociedad al garete, y desconcertarla nada menos que en el nombre de Dios. Los dinamiteros de las bases cristianas de una humanidad en plena crisis han encontrado una posición teórica, aparentemente respetable y equilibrada; una posición de altura, inmune a los corpúsculos infectados de una cultura en decadencia. Es la posición suicida del término medio. Es la posición que estructuran la falsa tesis de los "dos" extremismos: ni progresistas, ni tradicionalistas. ¡Qué buenas personas!
Esta aparente moderación no es más que un vistoso disfraz de sensatez, que encubre la más peligrosa de las insensateces. Son los progresistas conscientes del repudio que empieza a serles universal, los que en un esfuerzo para eludir sus responsabilidades, simulan considerar al progresismo y al tradicionalismo como "dos" extremos iguales de signo contrario. Hay que estar, dicen, contra todos los extremismos. Expresión que suena agradablemente y parece constructiva. Sólo que no existe esa falsa equivalencia en este caso. El progresismo sí es una forma de extremismo. El tradicionalismo, que en rigor debiera llamarse ortodoxia del orden y del pensamiento, tanto en lo religioso como en lo político y lo social, lejos de significar extremismo significa sentido de equilibrio, de responsabilidad, de desarrollo espiritual y físico dentro de un sistema humano homogéneo, compacto y congruente.
Hablar de que progresismo y tradicionalismo representan una posición mental extremista de signos opuestos, equivale a declararlos a ambos igualmente fatales e igualmente destructores. Los dos son, dentro de ese moderno sofisma, igualmente funestos y estériles. Esto apenas es una maniobra primaria para combatir la supervivencia social desde otra forma diferente pero falsa de supervivencia social. Huir de esos "dos" extremismos, es caer a plomo en el único de los dos que es verdaderamente extremista: el progresismo.
En lo social, en lo político, y sobre todo en lo religioso, el progresismo, el extremismo, es la libertad irresponsable, de la destrucción sistemática, la desmoralización ilimitada fuera y dentro de la familia y de la patria. La claudicación de la civilización y la falsificación de la cultura. Es lo que engendra los Tlatelolcos, los Diez de Junios y los Pol¡foros epatantes. Lo que ahora llaman maliciosa y despectivamente tradicionalismo es en lo político y en lo social la reacción salvadora contra toda forma infrahumana de vida, contra toda forma de regresión a la barbarie, la que propugna el desenvolvimiento fecundamente normal de la normalidad en la especia y en el espíritu. Y en lo dogmático y religioso es la fidelidad —no la petrificación— del pasado viviente; la adhesión a un conjunto de verdades trascendentes e indiscutibles que constituyen, en síntesis, la Verdad; Verdad inherente a la naturaleza sobrenatural y eterna del destino humano. Es la ortodoxia y la verticalidad en la Verdad inamovible, inconmovible e irreversible sin la cual retrogradaríamos a un nuevo primitivismo despótico y salvaje: el comunismo materialista y ateo. El hombre escogerá su camino: Hombre o Bestia. Cuando no, y eso sería lo más trágico, el Hombre Bestia, que es la meta feérica de la falsa supercivilización deshumanizada a donde nos lanza como en un torbellino la docta falsificación de la fe y la temeraria creación de un Dios homocéntrico. No podemos admitir y no admitimos la trampa seudosociológica de los "dos" extremos reprobables. Nunca cabe nivelación posible entre el bien y el mal, entre la sombra y la luz. Hay un solo extremismo legítimo en la vida: el extremismo de la Verdad, el extremismo del Orden, el extremismo de la Justicia. Cualquiera otro extremismo es un fraude y una acechanza de la fiera agazapada en cada ser humano. Y sólo Dios es el domador de esa temible fiera. Por eso, atentar contra la justicia inmanente, falsificar los hechos, burlarse de la honradez, equiparar progresismo con autenticidad, es un crimen al que es preciso enfrentar toda la energía del hombre como un muro invulnerable a la falacia, a la mentira y al fraude. Aunque la falacia, la mentira y el fraude recubran sus llagas purulentas con las vestiduras sagradas de una fe de utilería, que no por ser de utilería, o precisamente por ser de utilería, es una fe satánica.
Pero dejando aparte —con indulgencia parecida a la que caracteriza al P. Brambila en sus batallas periodísticas— la mayor o menor responsabilidad de los jesuítas en estas trapisondas que al alimón han expuesto el P. Brambila y el P. Provincial, queda en pie, más sólido y más firme que las pirámides de Egipto, este hecho incontrovertible: que en el año 1962 los jesuítas editaron con el Imprimatur de la Sagrada Mitra más de cien libros sin que el Ordinario, es decir, el Obispo, se tomara el trabajo de leerlos. De entonces acá, agrega el Provincial, han sido muchísimas las obras editadas en las mismas circunstancias, con Imprimatur de quien las ignoraba. ¡Cuántas cosas más, cuántos errores, cuántas herejías andarán por ahí avaladas y amparadas ante la conciencia de los fieles, por una autoridad moral, la autoridad del Pastor custodio de la Fe, sin que éste tenga ni la más remota idea del daño y el estrago que en las almas de los católicos estén produciéndose! ¡Y aún así le parece al P. Brambila "injusto y dañoso" que se acuse al Prelado de complacencia con un hereje de izquierda, mientras declara excomulgado a un hereje que es de derecha! ¡Tanta filosofía para tan poca lógica!.
Y en última instancia ¿por qué no explica estos enigmas el propio Cardenal en vez de delegar su defensa en apoderados expuestos a que los desapoderen? No puedo creer que los ratones hayan cometido la irreverencia de comerle la lengua al dignatario.
Si bien el P. Brambila con sus argumentos se siente satisfecho y cree haber librado de toda mácula al señor Cardenal, la triste realidad es bien distinta, porque suponiendo como supusieron él y el Provincial de los Jesuítas que era válida la supuesta autorización del Cardenal Miranda para estampar su firma en los libros de la Compañía, y al no haber protestado éste después de más de 100 veces en que le jugaron rudo, lógico es y nadie lo puede dudar que la responsabilidad total la tiene Su Eminencia don Miguel Darío Miranda y Gómez al permitir el uso de su firma en las publicaciones jesuítas aunque no se haya enterado de su contenido.
Más aún, es su Eminencia responsable absoluto de la publicación y difusión de las herejías de otro Miranda por no haber condenado e impedido a tiempo la circulación de "Marx y la Biblia". Luego incurrió en herejía. Luego no puede excomulgar.
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