PRIMERA SESIÓN SOLEMNE
En el nombre de la Santísima e Individua Trinidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
El año del Señor de mil ochocientos noventa y nueve, el Domingo de la Santísima Trinidad, día veintiocho de Mayo, se celebró la primera y solemne sesión de apertura del Concilio Plenario de la América Latina, en la Iglesia del Colegio Pío Latino Americano. El elenco de los Illmos y Rmos Padres de este Concilio, se encuentra arriba en la página anterior. Además de los Obispos concurrieron los Maestros de ceremonias Apostólicas, los Consultores, los superiores y alumnos del Colegio Pío Latino Americano, y otros muchos miembros del clero secular y regular, como también no pocos fieles. Hubo asimismo la feliz coincidencia, de que a la solemne inauguración del Concilio, asistieran juntamente con los Obispos, muchos miembros de uno y otro clero, y del pueblo de la América Latina, que moran en Roma, y muchos que, por su sagrado ministerio o profesión religiosa, se consideran latino-americanos.
A las nueve y media, el Eminentísimo y Rmo Sr. Cardenal D. Angel di Pietro, Prefecto de la S. Congregación del Concilio, Delegado por N. S. Padre el Papa León XIII, revestido de la sagrada púrpura, hizo su entrada en el Colegio Pío Latino Americano, siendo recibido, con los honores debidos, por los dos Arzobispos y los dos Obispos más antiguos, asi como por los superiores y alumnos del Colegio, y subió a la Iglesia del mismo, convertida en Aula Conciliar, saliéndole al encuentro, hasta la puerta, los Reverendísimos Padres.
El Eminentísimo Señor Cardenal Delegado, después de rezar las oraciones, saludó cordialmente a los Padres, a nombre y por encargo de Su Santidad, y los exhortó a emprender con entusiasmo los trabajos sinodales, en la siguiente alocución:
« Illmos y Rñios Padres: Honor y gloria tribútense á Dios, dador de todo bien, que, rico en bondad, aun en los tiempos más aciagos, dispone con suavidad y fortaleza cuanto conviene a la Religión y a la iglesia. Merced a su divina Providencia, y vencidos felizmente los obstáculos que la impedían, vemos, por fin realizada esa reunión que tanto deseábamos, de un Sínodo plenario de toda la América Latina. Si para nosotros es motivo de alegría universal, esclarecidos Prelados, el que hayáis venido a Roma, con tanta presteza y de tierras tan lejanas, a celebrar este Concilio, sin que os arredraran las molestias y peligros de un largo viaje, ni las enormes distancias que tendríais que recorrer por mar y por tierra, esto mismo cede con sobrada razón en alabanza y honra vuestra. Nada, en consecuencia, podía serme más grato, que cumplir con las órdenes de Nuestro Santísimo Padre León XIII, de saludaros a Su augusto nombre con palabras llenas de benevolencia y amor, y auguraros de la bondad divina toda clase de bendiciones y prosperidades. El hecho solo de haberos convocado a esta ilustre Asamblea, con sabiduría y previsión admirables, os prueba la inmensidad del amor que el Sumo Pontífice os profesa a vosotros y a vuestras Iglesias.
« La tarea que emprendéis es, como no se os oculta, de inmensa importancia y gravedad. Acometéis una empresa en que muchas materias, todas de sumo peso y todas altamente venerandas, se enlazan entre sí estrechamente. Se trata nada menos que de la mayor gloria de Dios, la defensa y propagación de la fe católica, el aumiento de la piedad y la religiosidad, la salvación de las almas, el esplendor de vuestras Iglesias, el decoro y disciplina del clero, y la dignidad, salvaguardia y grandeza de vuestra Clase episcopal. Ahora bien, es claro que, cuando los asuntos comunes a una ley común se sujetan, se aumentan las fuerzas individuales, para defender con la fortaleza y constancia que conviene, y con la prudencia que debe acompañarlas, los derechos de Dios y de la Iglesia. Es claro que los vínculos de fraterna y cristiana caridad se robustecen, para que los unos a los otros, en cuanto lo permitan las circunstancias, de buena voluntad se ayuden en cuanto pudieren. Es claro que la emulación y la actividad se estimulan, para que cada uno desempeñe sus altas funciones, si no mejor, al menos con no menor celo que sus colegas.
«Importantes son estas materias, y bien merecen que les consagréis toda la atención y trabajo, que vuestra alta ciencia y virtud os sugieran. La larga experiencia que ha adquirido la Iglesia en estas asambleas de Prelados, justifica abundamente la esperanza que cifra en la utilidad de vuestros trabajos y estudios.
« Ea, pues, Excelentisimos Prelados : poned manos a la obra que ha de ser el monumento que perpetúe la memoria, y eternice el ejemplo de vuestro celo pastoral. Pero ante todo, es necesario que se nombre un Presidente, que dirija y gobierne el Concilio. Sobre este asunto, el Sumo Pontífice, sabedor de vuestros deseos, se ha dignado decretar y mandar, que todos los Arzobispos sean real y verdaderamente Presidentes; pero de tal suerte que cada uno, a nombre y por autorización del mismo Pontífice, y como Su Delegado especial, ejerza el cargo de Presidente, cierto número de días, por turno y guardando el orden de su nombramiento a la sede arzobispal. Además, Su Santidad, acogiendo vuestras súplicas, concede benignamente, que a las sesiones solemnes, asista, como Presidente simplemente de honor, uno de los Eminentísimos Señores Cardenales de la Santa Iglesia Romana.
«A vosotros toca, Padres Reverendísimos, designar a todos los funcionarios de vuestro Concilio, especialmente a los Secretarios. Permitidme, no obstante, que os proponga para sub-secretario a Monseñor Pedro Corvi, que se halla presente. Conociendo plenamente cuanto atañe al Concilio, versado además en los asuntos que se ventilan en las Sagradas Congregaciones Romanas, y en especial en la de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios, en la cual desempeña un importante empleo, os podrá prestar útiles servicios. Por lo que toca a los cargos inferiores, como son los de escribientes, ujieres etcétera, se podrán conferir, si os parece, a los alumnos más aprovechados de este Colegio Pío-Latino-Americano. Son vuestros súbditos, y cuando vuelvan a sus respectivas diócesis, a ellos también tocará obedecer y sujetarse a vuestros decretos.
«También debe el Concilio tener sus Consultores, así Teólogos como Canonistas; y nombraréis a los que quisiereis. Empero, para facilitar vuestra elección, me permitiréis que os proponga á algunos varones esclarecidos, versados en la Teología y el Derecho canónico, para que los nombréis vuestros Consultores. Casi todos tienen perfecto conocimiento de los estudios y conferencias que han precedido a la convocación de este Sínodo, y fácilmente os darán las explicaciones y aclaraciones que os vayan pareciendo oportunas y necesarias.
«Con las palabras que acabo de pronunciar, Ilustrisimos Prelados, he cumplido con la misión que me confiara Nuestro Santísimo Padre; y se ha llenado mi alma de regocijo, porque me ha sido dado asistir, siquiera un momento, a vuestra asamblea y dirigiros breve discurso. Dignaos ahora aceptar los votos fervientes que exhalo de lo más profundo de mi corazón, y elevo humildemente a Su Divina Majestad, por el feliz éxito de vuestras tareas. Al cerrarse esta solemne sesión, corporalmente me alejaré de vuestro Concilio, pero en espíritu no me apartaré de seguro, y rogaré a Dios de todas veras, que os ayude con la abundancia de sus gracias, en vuestros trabajos por Su gloria, por la honra de Su Iglesia y por el bien de vuestros rebaños, y que corone vuestras labores con el más próspero resultado. Su caridad, difundida en vuestros pechos, aumente vuestra paciencia y empeño, conserve la unidad, fomente la concordia: esa misma caridad, humilde y benignamente concilie las diferencias ó disentimientos que pudieren quizá resultar de la diversidad de pareceres. Ruego, por último, y rendidamente suplico a la Inmaculada Virgen María Madre de Dios, que se digne en su clemencia tomar este vuestro Concilio bajo su amparo; ruego a su castísimo Esposo José, a los gloriosos Príncipes de los Apóstoles, los celestiales patronos de vuestras Iglesias, que os miren desde lo alto con ojo propicio, y os asistan en vuestros trabajos».
Juntamente con el Eminentísimo Sr. Cardenal, y conforme a las reglas por él mismo comunicadas de orden del Sumo Pontífice, fue presidente de esta solemne sesión el Illmo Sr. Arzobispo de Santiago de Chile, el más antiguo de los Arzobispos. Ambos presidieron la procesión que en seguida se verificó. Cantó la Misa solemne el Illmo Sr. Arzobispo de Bahía, Primado del Brasil. Se cantaron luego los himnos y oraciones prescritas, y habiéndose pronunciado el extra omites (es decir, salgan los que no tienen lugar en el Concilio) el Illmo Sr. Arzobispo de Santiago de Chile, presidente efectivo, mandó promulgar los siguientes decretos, que fueron aprobados por los Padres, conforme al rito que prescribe el Ceremonial.
I. - De la Apertura del Concilio.
«En el nombre de la Santísima é Individua Trinidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo.
Nos, Don Mariano Casanova, Arzobispo de Santiago de Chile, Presidente y Delegado Apostólico, a la mayor gloria de Dios Todopoderoso y de Nuestro Salvador Jesucristo, en honor de la Bienaventurada Virgen María y de su castísimo Esposo S. José y en alabanza de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de los Santos Patronos y Protectores de la América Latina y de todos los Santos, para el incremento de la Fe y de la Religión, y con el fin de procurar la paz y concordia de los pueblos, mandamos y decretamos, con el consejo y asentimiento de los Reverendísimos Obispos de la misma América Latina, que este mismo día, Domingo de la Santísima Trinidad, 28 del mes de Mayo de 1899, con el favor divino, se haya de dar, como ya se ha dado, principio a este Concilio Plenario de la América Latina, que fue convocado por Nuestro Santísimo Padre el Papa León XIII, por sus Letras Apostólicas Cum diuturnum, de 25 de Diciembre de 1898, y fijado para este día y reglamentado, en virtud del mandato de Su misma Santidad, por la S. Congregación del Concilio, con fecha 7 del próximo pasado Enero. Quiera Dios que el principio de este Concilio I Miliario, sea en todo y por todo fausto y feliz, y para bien de la Santa Madre Iglesia y de los Estados de la América Latina.
II. - Del tenor de vida en el Concilio.
«Llamando a la memoria el oráculo del Espíritu Santo, que nos enseña que, si el Señor no edifica la casa, son vanos los trabajos de quien la construye; al empezar las tareas tan importantes que hemos emprendido, fuerza es que acudamos a Aquél de quien desciende toda dádiva excelente y todo don perfecto, al Padre de las luces, que da a manos llenas la sabiduría a los que la piden, y que concede así el querer como el ejecutar, según su buena voluntad. Por tanto, en la celebración de este Concilio Plenario, no confiados en nuestras fuerzas insignificantes, sino únicamente en el poder y el auxilio de Dios, le suplicamos rendidamente, por intercesión de la Santísima Virgen María, que envíe la sabiduría que asiste a Su trono, para que asista a los Padres de este Concilio y con ellos trabaje. Os rogamos, pues, Reverendísimos Obispos, Hermanos nuestros, y os exhortamos en el Señor, a que en provecho del Concilio contribuyáis con vuestras egregias cualidades, vuestros saludables consejos y vuestras santas oraciones. También, a los venerables Sacerdotes, que se hallan aquí congregados con nosotros, suplicamos con paterno amor, por las entrañas de Jesucristo, que ofrezcan á Dios el incruento Sacrificio, que edifiquen a los fieles con la santidad de su vida, y que con Animo sincero, cooperando todos a una, se empeñen en contribuir con cuanto juzguen conveniente y a propósito, al feliz éxito de este Concilio».
III. - Decreto prohibiendo que se establezcan precedentes.
«Si sucediere que a este Concilio Plenario es admitido alguno que no tiene derecho, o se sienta en un lugar que no le corresponde, o da su voto, o hace cualquiera otra cosa indebidamente; o si, por el contrario, no se le conceden, comoquiera que sea, los privilegios que le competen, declaramos y decretamos: que no por ello adquiere ningún derecho nuevo, ni se establece un precedente en favor o en contra; pues queremos que los derechos de cada uno permanezcan intactos e inviolables».
IV. - De la residencia y del secreto.
«A todos los que asisten a este Concilio Plenario, mandamos en virtud de santa obediencia, y bajo las penas esteblecidas por el derecho, que no se ausenten antes de que hayan visto terminarse el Sínodo, y firmado sus actas, salvo que, por causas justas y racionales, obtuviere alguno facultad legitima de partir. De igual manera, mandamos que no se revelen los secretos relativos al Sinodo».
V. - De los jueces de excusas y causas personales que ocurran en el Concilio,
"Para que se evite en el Concilio Plenario cuanto pudiera perturbar la paz y concordia, o impedir o de cualquier modo estorbar, la marcha favorable de sus deliberaciones: siguiendo la antigua práctica de los Concilios, hemos decretado nombrar algunos jueces de las causas personales, a quienes incumbe escuchar con diligencia, y, con mayor escrupulosidad, investigar las excusas que se les presenten, y las demás causas, y referirlas a Nos, para que, juntamente con los Padres los juzguemos y pronunciemos nuestra sentencia. Para estos cargos nombramos a... (se hallan los nombres arriba); bastará que dos conozcan en cada causa».
Hecha la promulgación, el Rmo Presidente, a instancia del Promotor, redactó el siguiente decreto.VI. - Decreto de la profesión de Fe.
«Por cuanto, entre todos los deberes de nuestro ministerio pastoral, el primero y principal ha de ser que la Fe Católica, que profesa la Sacrosanta Iglesia Romana, basada en la sólida Piedra fundamental, se conserve pura, y se aumente en nuestras Repúblicas, decretamos y mandamos , que con la profesión unánime de la misma Fe, que declaramos ser el principio y fundamento de la salvación del género humano, se dé principio y vida a los trabajos del presente Sinodo. Porque de corazón se cree para justicia, mas de boca se hace la confesión para salud. Por tanto, siguiendo con piadosa veneración el ejemplo de nuestros padres,y acatando la disposición del S. Concilio de Trento, mandamos, e invitamos tanto a los Reverendísimos Obispos, como a todos los demás miembros de este Sínodo, a que hagan la profesión de Fe, según la forma trazada por el Papa Pió IV, juntamente con la cláusula sobre el primado del Romano Pontífice y su infalible magisterio, que mandó añadir el Papa Pío IX, de feliz recordación».
Leído el decreto, el mismo Rmo Presidente efectivo, de rodillas, conforme al ceremonial, hizo la profesión de Fe, según la fórmula de Pío IV y Pió IX. Luego se acercaron al Presidente, uno tras otro los Arzobispos y Obispos, y puestos también de rodillas dijeron: Y yo, N. Arzobispo (ú Obispo) de N. recibo, prometo, ofrezco, profeso, detesto, anatematizo, protesto y juro, refiriéndome respectivamente a cada articulo de la profesión de Fe que acaba de leerse. Y poniendo ambas manos sobre el Evangelio, añadieron : Asi Dios me ayude y estos santos Evangelios.
Por último, habiéndose convocado la segunda sesión solemne, para el primer día oportuno, y rogándose á los Notarios que extendieran el acta respectiva, y después de la oración, como prescribe el ceremonial, el Eminentísimo Señor Cardenal, que presidió la sesión desde el trono, dió la bendición solemne.
En esta solemne sesión, el Illmo Sr. Arzobispo de Montevideo (Don Mariano Soler) dirigió a los Rmos Padres el siguiente sermón:
«Y llamaréis esle día solemnísimo y santísimo... Estatuto perpetuo será en todas vuestras generaciones». (Levitico, XXIII, 21).
«Teniendo yo, el menor de los Obispos, que dirigir solemnemente la palabra a los Venerables Padres, que con tanta diligencia hacen las veces de los Angeles en sus respectivas Iglesias, y santa y laudablemente desempeñan» su ministerio Apostólico, ¿qué diré, que pregonaré, que ellos no sepan mejor y más plenamente que yo? Con vuestra acostumbrada benignidad perdonadme y excusad mi atrevimiento, Eminentísimo Señor, Reverendísimos Padres; pero regocijémonos todos altamente porque, merced A la divina misericordia, este Concilio Plenario, que no lia tenido otro igual en su género, en tantos siglos como lia existido la Iglesia de Cristo, lia podido por fin verificarse.
«Despuntó, por fin, el día suspirado, en que se ha concedido A los Obispos de toda la América Latina, venir de lejanas tierras y reunirse para celebrar en este alma Ciudad el primer Concilio Plenario Latino-Americano. ¡Sin duda que éste era el lugar que convenía a un acontecimiento tan grande y tan fausto!
«¿Bajo qué mejores auspicios podemos inaugurarlo, que dando gracias de todo corazón, apenas hayamos celebrado el Santo Sacrificio en honor de Dios Todopoderoso, dador de todo bien, al Sumo Pontífice, a quien debemos principalmente este inmenso beneficio en favor nuestro propio y de nuestros rebaños? ¿Qué cosa más dulce que aprovecharnos de esta ocasión para manifestar nuestra sincera adhesión, nuestra gratitud y nuestro amor hacia el Pastor Supremo y la Sede Apostólica, que nos han concedido en esta Ciudad eterna, cordial y espléndida hospitalidad?
«Con tanto mayor regocijo cumplimos con esta parte de nuestro deber, cuanto más admiramos la invicta fortaleza, prudencia, celo, tino y sabiduría con que rige León y gobierna la Iglesia universal. Las pruebas que ha dado de firmeza y doctrina sin igual, han dejado estupefactos, a aquellos mismos que no profesan la Fe católica. A nosotros incumbe ademas, puesto que a él debemos el habernos podido reunir, el ver de qué manera conviene portarnos en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo.
«Lo que hace mucho tiempo, Ilustrísimos Prelados, era de desearse, y con ardor se deseaba, en las provincias de la América Latina, y que, en vista de tantas dificultades, casi se desesperaba de poder alcanzar, a saber, la convocación de un Sínodo Plenario de los Obispos de aquellas diez y ocho Repúblicas; hoy, día de la Santísima Trinidad, gracias a la singular providencia de nuestro Beatísimo Padre el Papa León XIII, lo emprendemos con presteza y alegría. Nuestro corazón palpita de gozo en el Señor, y no dudamos que vosotros también, Venerables Hermanos, estáis henchidos de alegría, al considerar cuánto honor y cuántos beneficios vais a alcanzar de esta asamblea para vuestras Iglesias.
«En este día faustísimo también se regocija la América Latina toda entera, porque lo que jamás se había verificado, a saber, una santa asamblea de todos los Obispos de sus Estados, debido a la sabiduría únicamente del Pontifice León, es por fin una venturosa realidad; y asi, en su gloriosísimo y largo pontificado, parece que ya nada le queda que emprender en provecho y para la salvación de la República Cristiana. ¡Cuan magníficas son las obras del gran León! Empresa semejante no se ha acometido en ninguno de los demás reinos.
«Este es el día que hizo el Señor; el día venturoso que debemos señalar con piedra blanca, en que es dado a los Pastores de las Iglesias de la América Latina, reunirse después de tantos siglos y saludarse por la vez primera. Este es el día, en que ligados mutuamente por el santo vínculo de la caridad, se adunan con unánime propósito para procurar la salvación de las ovejas a su cuidado cometidas; mientras el mundo entero prorrumpe en aplausos, al vernos acudir presurosos, de lejanas regiones, á esta Sede Apostólica, baluarte de la Fe, maestra de la verdad, sostén de la unidad católica; y de esta suerte poniéndonos como espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres, por la admirable unión del Pontificado con el Episcopado, de que nuestra sola presencia en Roma es prueba manifiesta, obligamos á todas las naciones á exclamar: Donde está Pedro, allí está la Iglesia.
"Este grande y fausto suceso, lo diré una vez más, se debe al ardiente celo de Nuestro Santísimo Padre el Papa León XIII, y a su sabiduría en el gobierno de las Iglesias. Él desde los principios de su Pontificado, con solicitud Apostólica y admirable acierto, ha prodigado generosamente beneficios ingentes en favor de la religión y de la sociedad civil. No cabe duda, que el providentísimo Vicario de Cristo, con no sé que instinto divino, preve que muy pronto brillará en América un porvenir más risueño para la Iglesia y para el Estado. De aquí nace la solicitud del Pontífice, y su afán por convocar este Sínodo, que con ansia se deseaba, como el medio más a propósito para el progreso de la fe y de la religión, de la paz y de la concordia en nuestros pueblos.
«En verdad, aunque los Concilios legítimamente celebrados, sean del género que fueren, han sido siempre utilísimos a la religión y a la sociedad, no obstante, cualquiera se convencerá fácilmente, de que la utilidad de este Concilio Plenario, será grandísima para la América Latina toda entera; pues en él, uniendo nuestros esfuerzos y proyectos, procuraremos determinar aquellas cosas, que más tarde en los Sínodos Provinciales y Diocesanos deberán tratarse, para la mayor gloria de Dios, la defensa de su Santa Iglesia y el provecho espiritual del pueblo cristiano. Porque, en esta santa Asamblea, debemos dirigir todos nuestros cuidados y afanes, a la discusión de aquellas materias que más hayan de fomentar en nuestras regiones, la disciplina, la santidad, la doctrina y celo del clero; y la moralidad, la piedad, el conocimiento más sólido de nuestra santa religión y la represión de perversas doctrinas en los pueblos a nuestro cuidado cometidos; y de esta suerte, como es evidente, trabajaremos en favor de la paz y prosperidad de los pueblos, que estriban principalmenle en la religión católica. De aquí nace la confianza que abrigamos de que, con la bendición de Dios, resultarán para nuestra América beneficios de no poca cuantía, pues la memoria de los tiempos pasados y la experiencia de los presentes, demuestran hasta la evidencia, que el remedio deseado para los males que aquejan a la República Cristiana, dimana casi siempre de estos Concilios, y toman grande incremento, la piedad en los pueblos, el fervor de la disciplina eclesiástica, y el espíritu de unión entre los mismos Pastores,
«Bendito sea Dios y el Padre de Nuestro Señor Jesucristo que, con la voz de Su Augusto Vicario, nos ha reunido a nosotros, sus ministros y Pastores de su Iglesia, en Concilio Plenario, para defender los derechos de la verdad y de la justicia, y para promulgar leyes en provecho del clero y del pueblo. Aunque tenemos conciencia de nuestra insuficiencia, nos alienta la confianza que, en las discusiones del Sinodo, nada se pensará, ni se tratará ni se sancionará, que no tienda al esplendor del clero y del mismo Episcopado, al incremento de las virtudes, a la extirpación de los vicios y á la paz y tranquilidad del Estado; seremos, por tanto, beneméritos de la Iglesia y de la sociedad civil, puesto que la religión para todo es útil.
«Pero ¿qué pensará al mundo, entre tanta variedad de opiniones, acerca de nuestras reuniones pastorales? Las declarará, tal vez, fórmulas y ritos estériles, vanas declamaciones, proyectos inútiles, sentencias sin fruto. Pero esto nada nos importa, porque hasta la historia profana demuestra, cuánto yerran los que de tal manera opinan.
«Trataremos de las cosas más altas y más sublimes; los asuntos más nobles y vitales, tocante al hombre y a la sociedad, ocupar en nuestra atención; construiremos, por decirlo asi, los gonces celestes, con que se abren las puertas de la felicidad a los individuos, a las familias y a las naciones; aunque, por otra parte, volando a las alturas de la Sión celestial, es decir, de la verdad divina, dejaremos, de propósito, esas minuciosidades que se llaman cuestiones de la política militante, alentados por más sublimes aspiraciones. La religión del Hombre-Dios, la religión de todos los siglos, por cuya causa fue creado y subsiste el mundo, y en la cual se encierra la verdadera vida de todos; he aquí cuál será el objeto de nuestras discusiones: hablo de esa religión en que, hace diez y nueve siglos, se cifran las esperanzas y las delicias del mundo, la salud y el progreso de las naciones. Congregados, pues, en su Santísimo nombre, esto será lo único que nos propondremos en este Sínodo, a saber, tomar con unánimes pareceres y perfecta concordia, aquellas determinaciones que sirvan, principalmente, para conservar íntegro e inviolable en nuestras respectivas diócesis el depósito de nuestra santa Fe, para defender los intereses y las saludables doctrinas de la Iglesia católica, para mantener intacta la disciplina del clero, formar en la ciencia y en la piedad a los jóvenes clérigos, proveer a la cristiana educación de la juventud de ambos sexos, y fomentar más y más cada día la moralidad, la religión y la piedad en sus corazones; para eliminar los vicios, instruir a los fieles en la saludable ciencia de la doctrina católica, y volver a traer á nuestros conciudadanos descarriados, á la senda de la religión y de la virtud.
«Esta es la sublime misión de la Iglesia por medio de sus Pastores, y si tiende principalmente a lo espiritual, no obstante, es tal la condición de nuestra Religión, que aunque por si y directamente mira a la salvación de las almas, no desdeña, sin embargo, la prosperidad temporal y la verdadera civilización, sino antes bien, las engendra y fomenta, como enseña nuestro gran León, citando las palabras de San Agustín, más eficazmente que si hubiera nacido tan solo para procurar y aumentar las comodidades e intereses de esta vida. De aqui resulta que la Iglesia es verdaderamente madre, propagadora y salvadora de la humanidad; y que las leyes promulgadas por la Iglesia para defender la fe, no se oponen a la verdadera libertad y civilización: por el contrario, sólo la Iglesia puede poner remedio a los males que aquejan a la sociedad moderna.
«Quiera Dios Todopoderoso, que esta nuestra Asamblea sirva para estrechar, cada día más, los fuertes lazos de fraternidad y cortesía que unen a las Repúblicas de la America Latina; el trabajar, con todas nuestras fuerzas, para conseguirlo, será para nosotros un santo y glorioso deber; pues nada puede sernos más dulce y agradable, que probar el paternal amor de nuestros corazones hacia nuestros rebaños, trabajando de consuno por la prosperidad y la gloria de Dios y de la Patria.
«Asi, pues, Eminentísimo Señor, Ilustrisimos Prelados, abrigamos la firme esperanza que nuestro Concilio sea tan importante y tan grande, que para gloria y honor de la Santa Sede y de la misma América Latina, podamos, en memoria suya, escribir con letras de oro en las páginas de la historia: Llamareis este día solemnísimo y santisimo... Estatuto perpetuo será en todas vuestras generaciones. (Levit. 23, v. 2 1).
«Antes de terminar este humilde discurso, os invitamos, Venerables Hermanos, a dar nuevamente gracias rendidas al Vicario de Jesucristo, por habernos permitido venir a celebrar el Concilio Plenario en esta Ciudad de los Papas, y nos haya hecho el altísimo honor de delegar a un Cardenal para presidirlo.
«Ea, pues, a una voz aclamemos unánimes al gran León, e invoquemos sobre él toda suerte de dichas y prosperidades. Viva largos años, y concédale el Señor fuerzas para gobernar la Iglesia Católica. Siga, como hasta aqui, defendiéndola con vigor , dirigiéndola con prudencia, adornándola con sus virtudes: guíenos, como Buen Pastor, con su ejemplo, apacentando ovejas y corderos con el celestial alimento; abrevándolos con las aguas de la divina sabiduría. Él es el maestro de la sana doctrina, el centro de la unidad, la luz indeficiente preparada para bien de las naciones por la eterna Sabiduría. El es la piedra fundamental de la misma Iglesia, contra la cual no prevalecerán jamás las potestades infernales. Entre tantas molestias y tantos trabajos, lo admiramos con la frente serena y el ánimo imperturbable, desempeñando las altas funciones de su sagrado ministerio, siempre invicto, siempre sabio, siempre valeroso. Y si para toda la Iglesia es todo esto un motivo justísimo de gloria, para nuestro corazón es un nuevo estímulo de gratitud y de amor, ese deseo de un Padre tan amoroso, por la salud y prosperidad de la América.
«Que Dios bendiga desde su cielo sacrosanto nuestras labores, nuestros afanes y nuestros deseos, a fin de que, cuanto vamos a emprender, sin descansar un instante, para la defensa y decoro de la Iglesia Católica, y la salud y progreso del Estado, sea por Él dirigido, hasta llegar al término anhelado.
«Bien sabéis, Reverendísimos Padres, cuánta vigilancia, cuánto cuidado necesitamos, los que hemos sido constituidos por el Señor sobre su familia, para que, en nuestros paises, aquella religión que es salvaguardia tanto de los que mandan como de los subditos, y madre y nutriz de la justicia y de la paz, se cultive por lo mismo, se conserve y se defienda por todos.
«Dignese el Espíritu del Señor, que ilumina los corazones, y enciende en el pecho y en la mente el fuego de su divina gracia, llenar nuestra América y renovar su faz por todos lados. Tenemos motivos para esperar que nuestros deseos se cumplan plenamente, sobre todo si Dios, escuchando las oraciones de todos, concede benignamente al sapientísimo Pontífice León larga vida, y salud y robustez perfecta, para que, cada día más vigoroso, pueda por mucho tiempo subvenir ¿las necesidades de la Iglesia en la escala que medita.
«Para vos, Eminentísimo Señor, en prenda de acendrada gratitud, imploramos del cielo toda clase de prosperidades.
«Entretanto, la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, y la comunicación del Espíritu Santo sea con todos nosotros, ahora y siempre, y en todas partes. Así sea ».
PRIMERA CONGREGACIÓN GENERAL.
El lunes 29 de Mayo de 1899, a las diez de la mañana, se reunieron en el Aula Conciliar los Rmos Padres, bajo la presidencia del Sr. Arzobispo de Santiago de Chile, Delegado Apostólico para este día. En esta sesión se aprobó la Carta Sinodal a Nuestro Santísimo Padre el Papa León XIII que, firmada por todos los Padres, se mandó que llevaran al Sumo Pontífice los dos Arzobispos (de Santiago de Chile y Bogotá) y los dos Obispos (de S. Luis de Potosí y S. José de Costaríca) más antiguos, quienes a nombre de todo el Concilio, deberían visitar también a los Señores Cardenales Rampolla, Secretario de Estado, y di Pietro, Prefecto de la S. Congregación del Concilio. No pareció necesaria la elección de Vice-presidentes, supuesta la designación de todos los Arzobispos a la presidencia por turno, con la dignidad de Delegados Apostólicos, benignamente concedida por Su Santidad. Fueron elegidos Secretarios del Concilio, iguales en rango y en oficio, los Obispos de S. Luis de Potosí y de Petrópolis, a quienes se agregó por aclamación como sub-secretario a Monseñor D. Pedro Córvi. Fueron luego elegidos los pro-secretarios, los jueces de excusas, los jueces de querellas, los promotores. Los Consultores del Concilio fueron nombrados por aclamación. La elección de los demás oficiales del Concilio, a saber, notarios, ujieres y porteros, se encomendó al Presidente y a los Secretarios. Sus nombres constan en el Elenco de los Oficiales del Concilio. Hacia la mitad de la sesión se vio obligado a retirarse, por enfermedad, el Señor presidente, y rogó al Illmo Sr. Arzobispo de Bogotá que ocupara la presidencia, como lo hizo. Después de las 12, rezadas las oraciones, se levantó la sesión.
SEGUNDA CONGREGACIÓN GENERAL
El martes 30 de Mayo de 1899, á las 9 de la mañana, en el Aula Conciliar, se reunieron los Padres bajo la presidencia, por delegación Apostólica, del Sr. Arzobispo de Bogotá. Se confirmó en esta sesión la elección de notarios, de que se habla tratado en la anterior; y éstos inmediatamente se sentaron a la mesa preparada al efecto, para empezar la redacción de las actas. Tratóse luego del reglamento que habla de normar las discusiones, teniendo en cuenta la plenísima libertad de los Padres, tanto acerca de los asuntos ya propuestos, o que se propusieran a las deliberaciones del Concilio, como acerca del orden de las mismas discusiones; y asi quedó confirmada una vez más, y sabiamente reglamentada por todo el Concilio, la libertad en discusiones, postulados y observaciones, que la Santa Sede quiso que fuese plena en todo y por todo. Decretaron los Rmos Padres que en adelante las Congregaciones generales se celebraran, en cuanto fuere posible, todos los dias, de las 9 a las 12 de la mañana, con excepción de los dias de Sesión solemne. Decretaron asimismo que no fuesen admitidos á dichas Congregaciones Generales los Consultores particulares de los Obispos, bastando al efecto los del Concilio en conjunto, cuyos nombres constan en el Elenco; dejando, empero, á los Obispos, la libertad de servirse de sus respectivos consultores en los estudios y juntas acerca de los negocios del Concilio, pero siempre obligándoseles al secreto.
TERCERA CONGREGACIÓN GENERAL
El miércoles 31 de Mayo de 1899, a las nueve de la mañana, se reunieron en el Aula Conciliar los Rmos Padres, con los Consultores y notarios, bajo la presidencia del Sr. Arzobispo de Bogotá, Delegado Apostólico para este dia. Se declaró que bien podían los Obispos presentar, juntamente con las propias, las observaciones de los Prelados ausentes, aun de otros países de la América Latina; pero que cada Padre no tendrá más que un voto, aunque represente a otros Obispos ausentes, ya sea de la suya propia ya sea de otra Provincia. Con este motivo, se tributaron merecidas alabanzas a los Metropolitanos tanto de Guatemala como de Bolivia, porque, aunque ausentes por justas causas, se han declarado presentes con el alma y el corazón. En seguida los Rmos Padres resolvieron dar principio a la discusión, en el orden del Schema (ó Proyecto general) Plugo, empero, a todos, que antes de cualquier decreto, se promulgase uno ordenando que se haga solemnemente en el Aula Conciliar la consagración de todo el Concilio Plenario, al Sagrado Corazón de Jesús y a la Purísima Concepción de María, Patrona principal de toda la América Latina, con una invocación a los Santos de la misma América Latina, el mismo día en que el Sumo Pontífice consagrará, la Ciudad Santa y el Orbe entero al dulcísimo Corazón de Jesús. Luego se trató de los primeros artículos del cap. Io, tit. Io. De Fide et Ecclesia Catholica, y se prescribieron reglas más circunstanciadas para las votaciones, con el fin de que, dejando a salvo la libertad de las discusiones, se procure, en cuanto sea posible, la brevedad. Mañana jueves, por ser la fiesta de Corpus Christi, no habrá Congregación.
CUARTA CONGREGACION GENERAL
El viernes 2 de Junio de 1899, a las nueve de la mañana, se reunieron en el Aula Conciliar los Rmos Padres, bajo la presidencia, por delegación Apostólica para este día, del Sr. Arzobispo de Bogotá. Se discutieron los demás artículos del c. Io tit. I. De Fide etc. y quedó aprobado todo el capítulo. Lo mismo se hizo con los artículos de los capítulos II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX y X, que quedaron aprobados con las modificaciones y adiciones admitidas por los Padres, salvo los artículos 68 y 69, que se reservaron para un estudio especial en la próxima congregación.
QUINTA CONGREGACION GENERAL
El sábado 3 de Junio de 1899, a las nueve de la mañana, se reunieron en el Aula Conciliar los Rmos Padres con los Consultores y notarios, bajo la presidencia del Sr. Arzobispo de Bogotá, Delegado Apostólico para este día. En esta sesión se aprobó el texto del decreto de consagración del Concilio al S. Corazón de Jesús y a la Purísima Concepción de María, de que se trató en la 3a congregación. Resolvieron los Padres que, además de la referida consagración en el Aula Conciliar, hicieran otra los Obispos, esa misma tarde, en la Iglesia dedicada al S. Corazón de Jesús, a la cual habían sido invitados con instancia. Luego, los artículos 68 y 69 modificados se refundieron en uno solo, que fue aprobado por los Padres. Por último, el capítulo XI y todo el título I, con las modificaciones y adiciones aceptadas, quedaron definitivamente aprobados. Se discutieron en seguida los dos primeros capítulos del titulo II De Fidei impedimentis et periculis, y previas las modificaciones y adicicciones admitidas, quedaron aprobados. Antes de terminar, los Rmos Padres, por aclamación, dieron las gracias al Sr. Arzobispo de Bogotá, por haber presidido con tanto tino tantas congregaciones, no sólo un nombre suyo propio, sino haciendo las veces del Sr. Arzobispo de Chile, cuando se ausentó por enfermedad; allanando asi el camino a los presidentes futuros, y conciliando perfectamente los derechos de la presidencia con la plena libertad de los Padres; de lo cual, con admirable unión y fraternal afecto, tuvieron todos los Padres especial cuidado desde la primera Congregación general, correspondiendo a maravilla a los deseos de la Santa Sede. No menos digno de alabanza se juzgó al Illmo Sr. Arzobispo de Santiago de Chile, decano de los Arzobispos, quien, a pesar de sus enfermedades, prestó grandes servicios al Concilio durante los días de su presidencia, y aun después, con sus excelentes direcciones.
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