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domingo, 18 de septiembre de 2011

DOMINICA DECIMOCUARTA DESPUES DE PENTECOSTES

EL SERVICIO DE DIOS
"Dijo Jesús a sus discípulos :
"—Nadie puede servir a dos señores, pues o bien aborreciendo al uno amará al otro, o bien adhiriéndose al uno menospreciará al otro. No podéis servir a Dios v a las riquezas. Por esto os digo: No os inquietéis por vuestra vida sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo sobre qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Mirad los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No os preocupéis, pues, diciendo: "¿Qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos?" Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura." (Mt., VI, 24-33).
* * *
Jesucristo nos dice en este Evangelio una cosa muy natural, que también nos sugiere el sentido común, cual es que debemos servir a Dios. ¿Acaso no estamos en la tierra para eso? Si a un chico del Catecismo le preguntamos: "¿Quién te ha creado?", responderá inmediatamente: "Me ha creado Dios." Y si se le interroga: "¿Para qué fin te ha creado Dios?", dirá: "Dios me ha creado para conocerle, amarle y servirle en esta vida, y después verle y gozarle por siempre en el cielo en la otra." Y eso mismo es lo que Jesucristo viene a decirnos en el Evangelio que acabamos de leer.
Vamos a hablar: 1.° De la obligación que todos tenemos de servir al Señor. 2.° Del modo que debemos servirle. 3.° De la recompensa que da Dios a quien le sirve fielmente.

I.—Obligación de servir a Dios.
1. Deber general.—Todos tenemos obligación de servir a Dios. ¿Acaso no es nuestro dueño absoluto? ¿No nos ha creado y no nos conserva? ¿No ha de ser también El quien premie o castigue nuestros actos? Dios tiene, por consiguiente, todos los derechos sobre nosotros y estamos en la imprescindible obligación de servirle, es decir, emplear nuestras facultades y cuanto poseemos en procurar su gloria, cumplir su voluntad con evitación de todo lo que prohibe y realizando lo que manda. Si alguien obrare de modo diferente y prestase a las criaturas el servicio debido únicamente a Dios, cometerá un verdadero hurto y violará los derechos de la divinidad.
Esto mismo nos lo da a entender claramente el Señor. Cuando los israelitas intentaron sustraerse al divino servicio, les dijo Dios: "He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Diles: —Entre dos luces comeréis carne y mañana os hartaréis de pan y sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios" (Exod., XVI, 12).
Además, nos ha dado el oportuno mandamiento: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a El solo servirás."
Si dirigimos una mirada a nuestro alrededor veremos que hasta las criaturas irracionales sirven al Señor, como bellamente dijo el poeta al escribir:
"Y el ave, el insecto, el bruto,
campos, arroyos y flores,
todos cantan tus loores
y te dan, Señor, tributo."

Si ello es así, ¿no habrá de servirle el hombre? Todo ser humano debe sentir un insuperable honor sirviendo a un Rey tan grande y poderoso. Los hombres tienen a gala servir a los príncipes de la tierra. Y ¿qué son todos los reyes y grandes de la tierra en comparación de Dios? ¡Cuanto más noble, honroso y útil es servir a Dios!

2. El deber de los jóvenes.-¿Están, por ventura, exentos los jóvenes de servir a Dios? Algunos creen que sí, y por eso sólo piensan en jugar y divertirse, dejando para más adelante entregarse al servicio de Dios.
Pero no ha de ser así, mis queridos niños, porque los mandamientos no están hechos sólo para los adultos, para las personas de edad, sino para todos los mortales, independientemente de su edad y condición. A este respecto os dice a cada uno de vosotros el Señor: "Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud" (Eclesiástico, XII, 1). Y luego añade: "Bueno es al hombre soportar el yugo desde la mocedad" (Jer., Lamentaciones, II, 27). Así, pues, también los niños adolescentes y jóvenes están obligados a servir a Dios.

* Las primicias de San Tiburcio.—Durante la persecución de Diocleciano, entre los cristianos de Roma había un muchacho de quince años, Tiburcio, hijo del prefecto Cromacio.
Habiendo oído que el Sumo Pontífice, San Cayo, había dicho que debía alejarse de la ciudad, se presentó a él y le dijo: "¿No son las primicias, santísimo Padre, lo que más gusta al Señor? Que se vayan, pues, los viejos. Yo me quedaré aquí para ofrecer a Dios la flor de mi juventud mediante el martirio." El Sumo Pontífice no pudo contener las lágrimas. Tiburcio permaneció en Roma y murió mártir de la fe, en supremo servicio de Dios.

3. Nadie está seguro de vivir mucho.—La muerte no respeta a nadie. Se muere a toda edad y en cualquier estado o condición. La guadaña fatal no se detiene ante los adolescentes ni ante los niños, ni siquiera recién nacidos. Pero supongamos que todos vosotros llegáis a viejos y alcanzáis la edad de Matusalén. que vivió novecientos años. ¿Serviríais al Señor de viejos si no le hubiereis servido de jóvenes? El Espíritu Santo responde negativamente y predice lo que sucede: "Los huesos, llenos aun de juvenil vigor, bajarán con él al polvo del sepulcro" (Job, XX, 11). ¿Por qué sucede así? Porque los vicios crecen con el correr de los años, y, si se espera a corregirlos en edad avanzada, no se logrará nada práctico (1). Cuando un árbol se hace mayor y ha crecido torcidamente, ya no es posible enderezarlo. Hagamos caso del Espíritu Santo, que nos dice: "Instruye al niño en su camino, que aun de viejo no se apartará de él' (Prov., XXII, 6).

4. ¿Han de darse las sobras a Dios?—Si esperáis servir al Señor cuando seáis viejos, es que queréis darle las sobras, y eso no puede pareceros bien. ¿No se dan, acaso, las sobras de la mesa a los perros? Pues algo parecido haríais pretendiendo dar a Dios vuestra vejez y no los años del vigor y de la juventud, cuando el hombre se halla en el apogeo de su vida (2).

5. No cabe promediar entre Dios y el mundo.— El demonio y el mundo quieren acaparar a los hombres y se esfuerzan por que éstos les sirvan incondicionalmente; pero no hay que hacerles caso. Hay chicos que desearían estar bien con Dios y con el mundo, con el Señor y el demonio; es decir, servir a dos señores, tener dos amos a la vez. Querrían dar una de cal y otra de arena; hacer cosas buenas y malas a la vez; proferir palabrotas y mentiras, y rezar; desobedecer y no cumplir sus obligaciones y cubrir las apariencias de buenos yendo a misa.
¿Creen esos infelices que pueden engañar a Dios? No, no es posible servir a dos señores que son enemigos e incompatibles entre sí. Nos lo dice con toda claridad el Evangelio de hoy: "Nadie puede servir a dos señores, pues o bien aborrecerá al uno y amará al otro, o bien adhiriéndose al uno menospreciará al otro" (Mt., VI, 24). Por eso, el que pretende servir a dos señores niega su servicio a Dios, puesto que quien no está con El está contra El, como dijo Jesucristo: "Quien no está conmigo está contra mí; y el que conmigo no recoge, derrama" (Lucas, XI, 23). También ha dicho el Espíritu Santo: "No prosperará el corazón con dos caminos."

II.—Las recompensas.
Veamos ahora las recompensas que da Dios a sus fieles servidores y las que dan el mundo y el diablo.

1. Las de Dios.-Dios, que es nuestro verdadero y natural Señor, no nos promete muchos bienes y placeres en esta vida por servirle; antes al contrario, nos dice Jesús: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame" (Mt., XVI, 24). Sin embargo, nos advierte al mismo tiempo que su yugo es suave y ligero su peso. Así, pues, el que sirva al Señor en esta vida tendrá una paz que no conocerán los secuaces del maligno, y probará en sí que servir a Dios es reinar. Sin embargo, el premio de verdad vendrá después, en la otra vida, y consistirá en la posesión de Dios en el Paraíso por toda la eternidad. Ya veis, hijos míos, por un poco de servicio al Señor en esta vida, que en fin de cuentas son cuatro días, como aquel que dice, ganar nada menos que al mismo Dios, y con El una felicidad que no tendrá fin. ¿Cabe más?

2. Las del mundo.-¿Qué recompensa dan el mundo y el demonio a sus servidores? Ellos dicen: "Servidnos y ya veréis qué bien lo pasáis." Pero esta promesa es falaz y dista muchísimo de la realidad, porque sirviéndoles se encuentra la muerte y no la vida. Escuchad lo que dice el Espíritu Santo de quienes sirven al mundo y al demonio: "Todos van descarriados, todos a una se han corrompido; no hay quien haga el bien, no hay uno solo" (Salmo XIII, 3).

* Adán y Eva y el fruto prohibido.—Nuestros primeros padres, en vez de servir lealmente a Dios y obedecerle en el Paraíso terrenal, sirvieron al demonio y creveron en sus promesas. "No, no moriréis; el día que de él comiereis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal", les dijo el diablo. En cambio, ¿qué les sucedió? Que fueron arrojados del Paraíso terrenal con la maldición de Dios sobre ellos, y fuera fiel Paraíso llevaron una vida miserable, teniéndose que ganar el pan con el sudor de su frente, porque la tierra empezó a dar abrojos y espinas. (Cfr. Gén., III) (3).
¡Esa fue la ganancia que obtuvieron!
Lo mismo sucede a todo el que sirve al demonio y corre tras las vanidades, siguiendo las pervertidas máximas del mundo. Sólo conocerá en esta vida desengaños y tribulaciones, y, por último, la condenación eterna.

III.-—¿Cómo debe servirse a Dios?
Alguien podrá creer que sea preciso abandonar el mundo para poder servir a Dios. ¡Nada de eso! Todos pueden servirle en las circunstancias y condiciones que Dios los coloque en la vida. He aquí lo que ha de hacerse:

1. Romper toda relación y amistad con el demonio y con el mundo. Esto se consigue apartándose de las malas compañías, abandonando las malas costumbres y recuperando la gracia de Dios con una buena confesión.
No creáis en modo alguno que sirviendo a Dios va a ser vuestra vida melancólica y triste. El que sirve a Dios siente una gran alegría. Lo que da verdadera tristeza en la vida es el pecado. ¡Cuántos santos ha habido comunicativos y sumamente alegres! Ahí están para demostrarlo San Luis Gonzaga, San Felipe Neri, San Vicente de Paúl, San Juan Bosco y su discípulo Santo Domingo Savio, y tantos otros.

2. Orar y ofrecerlo todo a Dios.—Con la oración podréis manteneros fácilmente en gracia de Dios. Rezad bien vuestras oraciones de mañana y noche, y elevad con frecuencia vuestro corazón a Dios durante vuestra jornada de estudio o trabajo.
Debéis ofrecer a Dios cuanto hagáis con la recta intención de agradarle. Ofrecedle también vuestros sufrimientos, el calor y el frío, el cansancio, la pobreza, las enfermedades, las ofensas... Ofrecédselo todo, diciéndole: "¡Todo sea por vuestro amor. Señor mío!"

3. Combatir las tentaciones y las pasiones.— Esto será algo duro; pero tened presente lo que dijo Job: "Milicia es la vida del hombre sobre la tierra" (Job, VII, 1). Y nuestro Señor Jesucristo nos advierte: "Es entrado por fuerza el reino de los cielos, y los violentos lo arrebatan" (Mt., XI, 12).
Por lo demás, no debe desanimaros este pensamiento teniendo en cuenta que está Dios a nuestro lado y debemos confiar plenamente en El.

Conclusión.—Espero os hayáis compenetrado de la obligación que tenemos todos de servir a Dios y de las recompensas que con ese servicio nos ganamos. También conocéis el pago que dan el mundo y el demonio a sus secuaces. Ahora os toca a vosotros decidir el señor al que queréis servir. ¡No elijáis la muerte, que es la recompensa que encuentran los servidores del diablo! Decid resueltamente al maligno: "¡Apártate de mí, Satanás! Conmigo pierdes el tiempo, porque tengo decidido servir únicamente a Dios. A El le daré todo mi corazón, porque sólo El tiene derecho a mi afecto y a todo mi ser, y únicamente El puede hacerme completamente feliz en esta vida y en la otra."

(1) En el bosque de cipreses.—Cierto día se hallaba el monje San Doroteo (siglo VI), juntamente con algunos discípulos suyos, en un bosque de cipreses, en Egipto, y, queriendo darles una lección ocasional, mandó a uno de sus oyentes que arrancase un tierno arbolito recién nacido. El discípulo lo hizo, empleando una sola mano, con gran facilidad. Luego le mandó arrancar otro algo crecidito, lo que también consiguió el discípulo empleándose a fondo. Por fin le mandó arrancar un ciprés corpulento, y, aunque tuvo la ayuda de sus compañeros, no lograron entre todos ni siquiera moverlo. El santo dijo entonces: "Lo mismo sucede con las pasiones: se vencen al principio, cuando todavía no están bien arraigadas son débiles; pero si se las deja crecer y hacerse viejas, entonces no es posible dominarlas. Los que de pequeños son viciosos, también lo serán de viejos."
Así dijo aquel monje, que tenia mucha experiencia de la vida.

(2) ¿Las heces para Dios?.- Un hombre rico, que había vivido gran parte de su vida entregado a los placeres del mundo, se dio cuenta de que había otra vida en la que seremos dichosos o desgraciados, según nos lo merezcamos por nuestro comportamiento en ésta, y entró en religión. Mas al principio de su nueva vida se sintió bastante desalentado y confuso, porque una voz interior le decía:
"¡Valiente siervo de Dios! ¡Vaya una manera de renunciar al mundo! Tú vienes a dar a Dios la corteza del limón que has exprimido, después de haber dado el zumo al mundo y al demonio. Has entregado al mundo la flor del vino y reservas para Dios las heces... ¿Puede agradar a Dios tu ofrenda?"
Con estas reflexiones, el infeliz estaba para volverse loco o desesperarse.

(3) Cómo paga el mundo.— Una recompensa de Jerjes. — Cuando, después de las derrotas sufridas en Grecia, huía Jerjes por mar a Persia, fue sorprendido por una furiosa tempestad. Viendo el peligro en que se hallaba la embarcación, mandó arrojar bastante lastre al mar, después de lo cual preguntó al piloto si ya había esperanza de salvación.
El piloto respondió que todavía hacía falta aligerar más el barco, y Jerjes se dirigió entonces a los generales que iban con él y les dijo:
—Ahora es cuando tenéis que demostrarme vuestra fidelidad y el amor que me profesáis. ¡Arrojaos al mar!
Los fieles servidores del monarca obedecieron al punto la voz de Jerjes y se lanzaron al agua, y con su sacrificio pudo arribar la embarcación a puerto seguro. Pero, ya en tierra, el tiránico rey ordenó que cortaran la cabeza al piloto por ser la causa, según él, de que hubiesen perecido la flor y nata de sus caballeros.
He ahí la recompensa que dio Jerjes a sus fieles servidores y al piloto que le salvó la vida.
Así es como pagan el mundo y el demonio a quienes les sirven.

G. Mortarino
MANNA PARVULORUM

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