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domingo, 18 de septiembre de 2011

Catecismo sobre la Misa (4)

CAPITULO IV
ORNAMENTOS Y VASOS SAGRADOS. EL MISAL
(Números 95-124)

"Todos los días en nuestras Iglesias es Viernes Santo".
(Bossuet)

95. ¿Al principio existía alguna diferencia entre las vestiduras profanas y las sagradas?
Ninguna diferencia existía, pues la Misa se celebraba con los mismos vestidos preciosos de los nobles romanos —no con los de la gente plebeya— que se usaban en la vida civil.

96. ¿Y después?
Aun habiendo pasado de moda el traje talar en los seglares y habiéndose introducido los vestidos cortos y ceñidos, la Iglesia, sin embargo, continuó usando las principales prendas del antiguo traje romano, si bien en el transcurso de los siglos y con el desarrollo siempre creciente y admirable de su majestuosa liturgia, fue embelleciéndolos y adaptándolos cada vez más a sus usos y ceremonias sagradas.

97. ¿Cuáles son los principales ornamentos sagrados?
Son estos seis y por el orden con que se los reviste el sacerdote:
EL AMITO, EL ALBA, EL CINGULO, EL MANIPULO, LA ESTOLA y LA CASULLA.
Además, en la Misa solemne, el diácono y el subdiácono usan la dalmática.

98. ¿Dónde hay que buscar el simbolismo sólido y bien fundado de los ornamentos sagrados?
En las oraciones que pone la Iglesia en los labios del sacerdote cuando éste se los reviste: estas oraciones se deben en toda probabilidad al abad Autpert, muerto hacia el 780.

99. EL AMITO —de amicire, cubrir— es un trozo cuadrado de tela blanca, que primero se coloca sobre la cabeza como un casco de salvación para rechazar los asaltos del demonio, y luego se ciñe alrededor del cuello para indicar al ministro —como dice el Pontifical—la circunspección que debe observar en sus palabras.
Primitivamente, el amito, además de servir, como ahora, para rodear el cuello e impedir que el sudor pasara a los ornamentos, se utilizaba también como capucha para cubrir la cabeza, como todavía lo usan algunos religiosos en la misa; hasta que a fines de la Edad Media, vino a sustituirle en este menester el birrete o bonete. Así se explica la oración que se dice al revestírselo y la ceremonia de ponérselo primero en la cabeza.
También se llamó humerale, superhumerale, porque cubre los hombros: el Ordo Romanus lo llama anagolai, porque ciñe el cuello (gula).
Los romanos, como los griegos, por lo regular, no usaban sombrero, si no eran los enfermos, los viajeros o los que por su oficio tenían que estar al sol mucho tiempo; ordinariamente se contentaban con taparse la cabeza con la punta de la toga. En cambio, en los sacrificios, el sacerdote pagano rodeaba su cabeza con guirnaldas y la adornaba con flores y vendas sagradas, para tratar de ahuyentar, según parece, los pensamientos tristes que pudieran conturbarle. Entre los judíos, los sacerdotes de la antigua Ley usaban en las funciones litúrgicas la mitra, una especie de turbante de lino fino.
ORACION: Pon, Señor, sobre mi cabeza el yelmo de salvación, para rechazar los asaltos del demonio.

100. EL ALBA. Vestido interior, largo, generalmente de lino, de color blanco y, a veces, de púrpura, que en sus orígenes tenía mangas muy cortas o carecía de ellas, aunque ya en el siglo III, por influjo de las costumbres orientales, se usaban albas «manicatae», es decir, albas, que llegaban hasta las muñecas.
Se llamó también túnica alba, o túnica talaris, porque en las mujeres bajaba hasta los talones, aunque en los hombres, al principio, no pasaba de las rodillas.
El Concilio de Cartago, año 398, prescribe «que el diácono use el alba solamente en el tiempo de la oblación y de la lección»: señal de que los obispos y sacerdotes la usaban aun fuera de las funciones litúrgicas.
Por su misma blancura designa la inocencia blanqueada por la sangre del Cordero, y por eso la vestían los neófitos durante la semana pascual.
En las antiguas representaciones cristianas lleva dos galones que corren por delante y detrás, desde los hombros hasta los pies.
Del alba se derivaron el roquete y la sobrepelliz; pero el roquete tiene las mangas más largas y estrechas, sencillamente como las del alba; la sobrepelliz debe su nombre a la sotana de pieles, abrigo ordinario de piel usado por los antiguos eclesiásticos, sobre todo cuando acudían al coro.
ORACION: Blanquéame, Señor, y limpia mi corazón, para que blanqueado con la sangre del Cordero disfrute los gozos eternos.

101. EL CINGULO, es el cordón que ciñe el alba al cuerpo.
También se llamaba cinctura, zona, cestus y balteus; servia, además, para llevar colgados de él la bolsa, la espada o cuchillo, las tablillas u otros objetos. Era de cuero, de cuerda o a manera de cadena con su cerradura — grafe — en el extremo.

En los romanos nobles, llevar el cíngulo de la túnica demasiado flojo, male cinctum esse, o andar del todo desceñido, Aiscinctum esse, era señal de costumbres relajadas :
Haud paravero — derla Horario: Epod. I, 32—
quod aut avarus ut Chremes térra premam,
Discinctus aut perdam nepos.

«No amontonaré lo que vaya después a ocultar bajo tierra, como el avaro Cremes, o a perderlo como un disoluto disipador de sus bienes.»
De ahí su significado de continencia, de castidad, de severidad de costumbres.
ORACION: Cíñeme, Señor, con el cingulo de la pureza y apaga en mi carne el fuego de la concupiscencia, para que permanezca en mi la virtud de la continencia y de la castidad.

102. EL MANIPULO, hoy franja estrecha de tela y, antiguamente, pañuelo que los romanos llevaban en la mano y los sacerdotes en el brazo izquierdo, para enjugarse el sudor y las lágrimas; e indica que por las lágrimas y el dolor se merece recibir con alegría la recompensa del trabajo.
ORACION: Merezca, Señor, llevar el manípulo del llanto y del dolor, para que pueda con alegría recibir el premio del trabajo.

103. LA ESTOLA, que el sacerdote lleva cruzada ante el pecho y el diácono en el lado izquierdo, es el distintivo de la dignidad eclesiástica, y por eso se usa en la predicación y sobre todo en la administración de los Sacramentos.
Mencionada ya por la Biblia, la estola era una vestidura de honor que los personajes nobles y aun las matronas romanas usaban antiguamente.
ORACION: Devuélveme, Señor, la estola de la inmortalidad, que perdí con la prevaricación del primer padre, y aunque indigno me acerco a tu sagrado misterio, merezca, sin embargo, el gozo sempiterno.

104. LA CASULLA, es el ornamento sacerdotal más noble.
Como la paenula de los romanos, que era un capote de agua y de viaje, sin mangas, la casulla antigua fue un amplio manto cerrado por todas partes y con una sola abertura en el centro para introducir la cabeza como en un yugo... «el yugo suave y la carga ligera del Señor».
El sacerdote venía así a quedar como encerrado en una especie de tienda o casita — casula en latín — que le dió su nombre de casulla.
La molestia que suponía para el sacerdote sacar los brazos, y sobre todo alzarlos en las elevaciones de la Hostia y del Cáliz, en las incensaciones, etc. — pues tenia que replegar el amplio manto sobre los brazos —, dió origen a la costumbre de alzarle un poco la casulla en esas acciones, lo cual todavía sigue practicándose, aunque aquella molestia ha cesado después que las casullas se han abierto y notablemente recortado por ambos lados.
Esta forma de la antigua casulla también explica el origen de la rúbrica, que todavía se observa hoy en las Misas celebradas por los obispos, y antes se observaba en todas las Misas: después del Confíteor y al terminar el Indulgentiam, el preste ayudante se acerca al obispo celebrante para colocarle en el brazo izquierdo el manípulo, pues hasta ahora el celebrante ha tenido brazos y manos completamente cubiertos por la casulla, pero al acercarse al altar y al tener que sacar los brazos, es el momento oportuno de colocarle el manipulo.
San Pablo tenía su paenula o casulla: «la paenula que dejé en Tróade, en casa de Carpo, tráela contigo, cuando vengas», dice a su discípulo Timoteo (II-4, 13). Y por Tertuliano sabemos que los cristianos la usaban cuando oraban. De Orst. XV.
ORACION: Señor, que dijiste: Mi yugo es suave y mi carga ligera; haz que lo lleve de tal manera que consiga tu gracia. Amén.

105. LA DALMATICA, era una túnica con mangas, que los romanos adoptaron de los Dálmatas, y llegó a ser un traje de distinción: ordinariamente era blanco, con franja de púrpura.
Primeramente fue llevada por los obispos y por el Papa, reservándose después para los diáconos. Sin embargo, es tal la fuerza de la tradición que, en memoria del uso primitivo, el Obispo en las misas pontificales viste aún debajo de la casulla, dalmática y túnica, llamadas entonces tunicelas, que han venido a ser traje de los diáconos y de los subdiáconos. Cabrol, La Oración de la Iglesia, c. 31, p. 436.

106. ¿Cuáles son los colores litúrgicos, su significado y su uso?
Aunque en los primeros siglos sólo se usaba el color blanco, ya en el siglo VII aparece el rojo, y después otros colores, hasta que en el siglo XIII encontramos, ya reglamentado con rúbrica fija, el uso de los cuatro colores principales: blanco, rojo, verde y negro; a los que se añade muy pronto el morado, que fue en otros tiempos el color de la realeza, de las fabulosas riquezas y altas dignidades. Históricamente significa la realeza y el imperio de la gracia, fruto de la maceración y de la penitencia.
El blanco significa alegría, inocencia, virginidad, y se usa en las fiestas del Señor, de la Virgen, de los Angeles y de los Santos no mártires.
El rojo indica sangre y amor, y se usa en las fiestas de los Mártires, de Pentecostés y de la Preciosísima Sangre de N. S. J. C.
El verde expresa esperanza, y se usa en los domingos y ferias, desde la Octava de Epifanía hasta Septuagésima, y desde la Octava de Pentecostés hasta el Adviento.
El negro denota duelo y tristeza, y se usa en las Misas de difuntos y el día de Viernes Santo.
El morado simboliza la penitencia, y se usa en Adviento y Cuaresma, en las Témporas, excepto las de Pentecostés, y en las Vigilias.
También puede usarse el color rosa en las dominicas «Gaudete» (tercera de Adviento) y «Laetare» (cuarta de Cuaresma); y el color azul celeste en la fiesta de la Inmaculada, donde está concedido.
En los primeros siglos, nada se reparaba en el color de los ornamentos. Y aun hoy dia, entre los orientales, no se usan determinados colores, prefiriendo de ordinario el color blanco. Los días de luto celebran con ornamentos encarnados, por ser éste el color que simboliza entre ellos la tristeza; y por la misma razón emplean este color en los días de ayuno y de penitencia. La tendencia a clasificar con determinado simbolismo los colores, se inició hacia el siglo XII, época en que comienza a estudiarse el simbolismo como manantial de belleza y de arte.

107. ¿Cuáles son los principales vasos sagrados?
Son EL CALIZ, LA PATENA, EL COPON y LAS VINAJERAS.
EL CALIZ, o copa en que se consagra la sangre de Jesucristo y que hoy tiene que ser de algún metal precioso, fue primero probablemente de vidrio, después de oro y de plata, y más tarde, hasta de piedra preciosa, como ónix o ágata—como el famoso cáliz, llamado de la Cena, que posee la catedral de Valencia—, y aun llegaron a ser de madera.
Curiosa es la respuesta de S. Bonifacio, obispo de Maguncia, en el Concilio Tiburiense (c. 8), cuando le preguntaron si podían usarse cálices de madera: «En otros tiempos — contestó el Santo —, sacerdotes de oro usaban cálices de madera: ahora, al contrario, sacerdotes de madera usan cálices de oro.»
Acerca de los cálices de vidrio, 8. Gregorio de Tours, en su obra «Miraculorum», nos refiere que cierto diácono, en la Basílica de San Lorenzo de Milán, mientras se atareaba recogiendo los ornamentos en la solemnidad que acababa de celebrarse, cayósele al suelo un cáliz de vidrio, que, naturalmente, se hizo añicos. Al pobre diácono no se le ocurrió otra cosa que recoger cuidadosamente todos los fragmentos y depositarlos sobre las reliquias de un mártir. Toda la noche veló en oración rogando a Dios volviese a juntar las partes del cáliz... A la mañana siguiente apareció el cáliz tan nuevo y entero que ni las señales de las junturas se conocían. Admirado el pueblo, no paró hasta conseguir una solemnidad especial para conmemorar el hecho. (Citado por Diez Gut., o. c.)
En el siglo IV ya se hizo bastante común usar vasos sagrados de metales preciosos: cuando Juliano, el Apóstata, ordenó saquear las iglesias de Antioquía, el oficial encargado de esta orden exclamó, al ver los vasos preciosos de la iglesia: «He aquí los suntuosos vasos en que se sirve al Hijo de María».
Y según nos refiere S. Gregorio de Tours (Histor. Franc., 1.3, c. 10; P. L., t. 71, c. 250), el rey francés Childeberto se llevó de España a Francia muchos objetos preciosísimos, entre ellos 60 cálices y 40 patenas. Y cuando Recaredo, rey de España, anunciaba a San Gregorio Magno su propia conversión y la de todo el pueblo español, le regalaba al mismo tiempo un magnífico cáliz de oro cuajado de piedras preciosas.
LOS CALICES MINISTERIALES servían para administrar la Sangre de Jesucristo a los fieles, cuando éstos comulgaban también bajo la especie de vino: véase n. 50.
Eran estos cálices muy grandes y con dos asas, por donde el diácono los sostenía junto al Pontífice, mientras los fieles tomaban el Sanguis.
LOS CALICES OFERTORIOS se utilizaban para recoger el vino que los mismos fieles traían para la ofrenda. Cf. n. 193.

108. ACCESORIOS DEL CALIZ son el purificador para limpiarlo y limpiarse el sacerdote los dedos y labios; los corporales, «nuevo sudario del Cuerpo de Jesucristo», como los llama la Iglesia, y que antiguamente eran mucho más amplios, hasta llegar a cubrir con sus bordes el cáliz, como lo hace ahora la palia que, a modo de palio, lo tapa desde el Ofertorio.

109. LA PATENA es como el plato (patena en latín), plato ancho donde se deposita el Pan Eucarístico.
Había también patenas ministeriales, más grandes y hondas que las nuestras, pues en ellas se recibía el pan que el pueblo ofrecía como materia del Sacrificio, y con ellas se distribuía la Comunión a los fieles, que entonces comulgaban todos dentro de la Misa. Cf. n. 44.
Su forma primitiva era como de anchas bandejas con grandes asas, y algunas pesaban 25 y más libras. Constantino regaló a la Basílica de Letrán 20 patenas, 7 de oro y 13 de plata, que cada una pesaba 30 libras.
Corno estas grandes patenas si se colocaban sobre el altar estorbaban durante el Santo Sacrificio, el subdiácono las retiraba y estaba sosteniendo mientras no eran necesarias, ceremonia que todavía se observa con nuestras patenas en la Misi solemne, después del Ofertorio. V. n. 197.

110. EL COPON es el vaso sagrado donde se guardan las Hostias que han de distribuirse a los fieles en la comunión.
En la antigüedad tenía la forma de una arquita o caja. En la Iglesia Oriental, la Comunión sigue dándose en la patena, como también se hacía en la Occidental, y se reserva el Santísimo para los enfermos en una cajita de plata; no se conocen, por lo tanto, nuestros copones.
Custodias u Ostensorios. Comenzaron a usarse con las procesiones y exposiciones, hacia el siglo XV. «En nuestras catedrales, monasterios e iglesias, existen más de 60, que son verdaderas obras de arte. Se deben citar, entre las más notables, la de Sevilla, obra de Arfe: mide tres metros y medio de altura y consta de cuatro cuerpos sostenidos por columnas estriadas, y es rica en filigranas y emblemas. La de Toledo, hecha también por Enrique de Arfe durante los años 1517-1528, tiene doscientas pequeñas estatuas, ciento cuarenta y ocho kilos de plata y catorce de oro. La de Barcelona, con más de tres mil piedras finas y un peso total de doscientos sesenta kilos, labrada, segi'in se cree, en 1408.» Gubianas, o. c., p. 253.

111. LAS VINAJERAS, como hoy se usan, de cristal o metal, y que sirven para llevar al altar el vino y agua necesarios para la Misa, vinieron a reemplazar a las antiguas ánforas o grandes cálices donde se depositaba el vino ofrecido por los fieles, y de donde se trasegaba después al cáliz más pequeño «ministerial» la cantidad que se necesitaba para la Misa del día.

112. ¿Cuál es, después ile las Sagradas Escrituras, el libro más santo?
El Misal: y por eso es el mejor devocionario, asi como la Misa es la mejor de las devociones. Cfr. Gomá. El valor educativo de la Liturgia Católica, 2.a parte, 3.a sec., c. 2, pág. 351.
Misales manuales para uso de los fieles existen, entro, otros, los siguientes:
F. T. D.: Misal cotidiano.
F. T. D.: Misal breve. Con las misas de los domingos y fiestas principales.
F. T. D.: Misalito romano. Para niños.
Gubianas: Misal de los Fieles.
Lefebvre (Trad. Prado): Misal diario y vesperal.
Lefebvre-Prado: Misal diario popular.
Lefebvre (Trad. López Jáuregui): Misal breve diario. Adaptado para niños.
Molina: Misal completo.
Molina: Misalito litúrgico. Para niños.
Sánchez Euiz: Misal completo latino-español.
Rambla: Misal romano.
Pérez de Urbel-Díez: Misal con Devocionario y Ritual.

113. ¿Qué es el Misal?
Es el libro litúrgico por excelencia, donde se contienen las misas de todos los días del año con las rúbricas y los ritos o ceremonias que acompañan la celebración del Santo Sacrificio.

114. En la primera Misa del mundo, el día del Jueves Santo, usó N. S. Jesucristo algún libro?
Ningún libro usó entonces; ni tampoco parece que después los Apóstoles, por lo menos al principio, usaron ningún otro libro más que la Biblia.

115. ¿Cómo se llamó el primer núcleo de oraciones y fórmulas usadas en el Santo Sacrificio?
Se llamó «Oración Eucarística», y estaba compuesta, fundamental y substancialmente, de las palabras que pronunció Jesucristo en la Cena Eucarística, y de los actos que entonces realizó: 1, Consagraciones (del pan y del vino); 2, Fracción del Pan, y 3, Distribución o Comunión.
En torno a las palabras y actos de Jesucristo, con el tiempo, se fueron entretejiendo oraciones verdaderamente eucaristicas o de acción de gracias, que parece que eran más o menos improvisadas por el celebrante.
Si a esta oración eucarística, en su parte substancial, verdadero canon ya fijo e inmutable, añadimos — como después se añadieron —, algunos formularios independientes entre sí, como dípticos, preces litánicas, bendición, etc., tendremos el misal primitivo y más sencillo de los cuatro primeros siglos. Cfr. Bojo del Pozo: La Misa y su Liturgia, c. 35.

116. Para conocer la historia de la composición del misal, ¿qué hay que tener presente?
Hay que tener presente que en la antigüedad: 1, por regla general todas las misas eran solemnes y cantadas, y al intervenir en su celebración además del celebrante otros ministros, como el diácono, subdiácono y los cantores, cada uno de estos tenía su libro correspondiente: el celebrante tenía el Sacramentario, que era propiamente el misal de aquellos tiempos, ya que contenía todo lo que debía decir el obispo o sacerdote celebrante; el diácono tenía el Evangeliario; el subdiácono, el Epistolario, y los cantores, el Gradual o Antifonario; y 2, que el celebrante no leía nada de lo que los demás ministros o el coro leían o cantaban.

117. ¿Cuál de estos libros influyó más en la composición del misal?
Naturalmente, los que más influyeron y los que pueden llamarse verdaderas fuentes del misal son los Sacraméntanos.

118. ¿Qué contenían los Sacraméntarios?
Los Sacramentarios — así llamados porque estaban destinados a la confección de los sacramentos y especialmente el de la Eucaristía — contenían: 1, las oraciones (colectas, secretas, postcomuniones); 2, los prefacios (muchos más que el actual misal); 3, el CANON de la Misa, ya entonces fijo y completo, y 4, los ritos para la administración de los demás sacramentos íntimamente relacionados con la Misa.
«La fórmula del bautismo y de la confirmación se hallaba formando parte de la vigilia de Pascua de Resurrección; la de la absolución formaba parte de los ritos para la reconciliación de los pecadores el Jueves Santo; las preces de la extrema Unción seguían a la absolución de los enfermos ad sucurrendum, antes de la Misa y del Viático (reconciliatio paenitentis ad mortem): los Ordenes se hallaban compenetrados con las ceremonias de la Estación que se tenía por la noche en San Pedro, el sábado de las Cuatro Témporas, y la bendición nupcial formaba parte de la Misa votiva pro sponsis». Ferreres: o. c., n. 24.

119. ¿Cuáles son los principales Sacramentarlos?
Son estos tres: el LEONIANO, el GELASIANO y el GREGORIANO.
EL LEONIANO fue coleccionado en tiempos de S. León I (440-461), y muchas de sus oraciones han pasado al misal romano actual y algunas al mismo ordinario de la Misa: como el «Aufer a nobis», «Detis qui humanae substantiae», que perteneció a la Misa primera de Navidad, el «Quod ore sumpsimus».
EL GELASIANO, que parece de principios del siglo V, y es atribuido al Papa S. Gelasio: por ser el más metódico y completo, y porque sus fórmulas pasaron en gran parte al Sacramentarlo Gregoriano, y de éste al misal romano, es llamado por Cabrol «el documento más importante de la Liturgia romana».
EL GREGORIANO, obra de S. Gregorio Magno (590-604), que pasó a formar nuestro misal, aunque con múltiples adiciones, que le hicieron cada nación e iglesias en particular, adiciones que, entonces, de ninguna manera estaban prohibidas.

120. Necesitándose entonces tantos libros para poder decir Misa, ¿que sucedió cuando comenzaron a generalizarse las misas rezadas?
Al multiplicarse las Misas rezadas, antes muy raras, y en la Edad Media ya muy frecuentes, sobre todo desde el siglo XIII, con la fundación de las Ordenes Mendicantes, hubo necesidad de simplificar las ceremonias, de reducir los ministros y, sobre todo, de reunir, para mayor comodidad del celebrante, todos aquellos libros en un solo volumen pleno y completo: asi nacieron primero, hacia el siglo VII, los misales votivosmissale parvum o charta missalis—, que contenían algunas misas votivas completas o casi completas; y desde el siglo XI, lenta y gradualmente, fueron apareciendo, por fin, los misales plenarios y completos.

121. ¿Cuáles eran las principales características de estos misales?
En CUANTO AL DOMINICAL O TEMPORAL —misas de dominicas y de ferias—, venía a ocupar la mayor parte del misal, pues las misas que entonces se celebraban eran casi todas de dominica o de feria, al arbitrio del celebrante, que las escogía de un COMUN. Ferreres: o. c-, nn. 739 y sig. 2. En cambio, EL SANTORAL o PROPIO DE SANTOS tenía muy poca extensión, de tal manera que en los primeros siglos sólo se celebraban fiestas de los mártires (Cf. n. 218, b), y solamente más tarde comenzaron a celebrarse las de los Confesores, entre los que ocupó uno de los primeros lugares el popularísimo S. Martin de Tours.
El Santoral, principalmente desde el siglo XII, en que Alejandro III (1150-1181) consideró como derecho exclusivo de la Santa Sede la canonización, e introdujo en el misal muchas misas de santos de diversas naciones, va tomando un carácter más universal e invadiendo de tal manera el mismo dominical que, contra esta tendencia, han tenido que luchar siempre todas las reformas del misal — y paralelamente las del Breviario — desde S. Pío V hasta Pío X.
Hasta Alejandro III, los Obispos hacían la canonización para sus diócesis — elevatio ossium — y los Concilios para circunscripciones más extensas; es cierto que no precedían a la canonización las largas y minuciosas informaciones que ahora se estilan, pero todas aquellas canonizaciones tenían lugar bajo el testimonio unánime y digno de fe de la voz popular — fama sanctitatis et miraculorum.
Las fiestas do los Santos tienen su origen en la celebración de los dies natales, o aniversarios de los mártires, cerca de las tumbas, donde reposaban sus restos.
Advertimos, sobre todo, una gran variedad de Misas y aun de ritos en cada misal, pues los obispos y monasterios tenían derecho a introducir fiestas y ritos especiales para sus respectivas jurisdicciones; fiestas que muchas veces fueron adoptadas por el Papa y prescritas a toda la Iglesia, como la Conmemoración de los Fieles Difuntos, las fiestas de la SS. Trinidad, Transfiguración del Señor, Inmaculada, Santa Ana., San José, etc. Cfr. Ferreres: o. c., n. 1229.

122. La unificación de todos estos misales en uno solo, como el que ahora usamos nosotros, ¿cuándo se llevó a cabo?
Se llevó a cabo en el año 1570, cuando el Papa San Pío V, atendiendo a los deseos del Concilio Tridentino, que pedía urgente reforma en punto tan importante para la unidad de la Iglesia, publicó el MISAL ROMANO como obligatorio para toda la Iglesia latina, aunque dejando subsistentes los misales que ya en esta fecha tuvieran por lo menos doscientos años — como el de los dominicos, el de los carmelitas y otros—, y respetando también los ritos mozárabe y ambrosiano, que se reducen, el mozárabe a una capilla de la catedral de Toledo, y el ambrosiano a algunas parroquias de las diócesis de Milán, Bérgamo, Novara...
El misal que sirvió como tipo y fundamento para esta reforma fue el llamado «Misal de Curia», o sea el usado en la Curia Romana o capilla Papal; así se explica por qué el misal actual tiene tantos Santos y festividades de la ciudad de Boma, y el Canon recuerda Santos, en su mayor parte romanos o que, por lo menos, tenían iglesia propia en Roma. Cf. n. 218 (b).

123. ¿Cómo están distribuidas las misas en el Misal Romano?
Están distribuidas en tres grandes grupos:
1. CICLO TEMPORAL, o Misas del Propio del Tiempo: es decir, las misas de las dominicas, ferias y vigilias desde el Adviento hasta el domingo XXIV después de Pentecostés.
2. CICLO SANTORAL o misas propias de los Santos, con su Común de las Vírgenes, Apóstoles, Mártires, Confesores, etc.
EL COMUN DE LOS SANTOS o conjunto de Misas pura las fiestas que no tienen fórmulas litúrgicas propias, debe su origen a algunas fiestas particulares: las Misas de los Apóstoles Pedro y Pablo, la de S. Lorenzo, la de S. Martín, la de Sta. Cecilia, etc., comenzaron a utilizarse en las fiestas de la misma categoría, apóstoles, mártires, confesores, vírgenes... El Misal actual contiene doce Misas comunes.
MISAS VOTIVAS y oraciones diversas, que puede decir el sacerdote con las Misas de difuntos y las propias de algunos lugares.
EL ORDINARIO DE LA MISA, o sea la parte más sagrada del misal, se encuentra hacia el centro del misal, en medio del Ciclo Temporal, entre el Sábado Santo y el día de Pascua, sin duda para mayor comodidad del celebrante y mejor conservación del libro.
Como APENDICE suele traer las misas propias de algún reino o nación y también las de alguna Orden religiosa.
En fin, como INTRODUCCION se hallan las Constituciones de algunos Papas que lo han reformado, el Calendario de la Iglesia Universal, las rúbricas del misal, sus ceremonias, los defectos que pueden ocurrir en su celebración, y la Preparación y Acción de Oracias.
Tiempo que se emplea en celebrar la Misa.
¿Cuál es la Misa más breve? La de Difuntos, que sabemos que tiene 15.702 letras.
Ahora bien: una curiosa experiencia nos prueba que en quince minutos no pueden leerse más de:
10.374 letras con una lectura atenta y devota.
12.959 » » » » regular y correcta.
14.959 » » » apresurada e incorrecta.
La consecuencia inmediata que de esto se desprende es: que para decir una Misa de Difuntos de modo apresurado e incorrecto se necesitan algo más de quince minutos, exactamente 15' 44" ; para decirla regular y correctamente, se necesitan 18' 10", y para decirla devota y atentamente, 22' 42".
Pero adviértase que no contamos las interrupciones y pausas, que son más de treinta; y que son más de cien las palabras que tienen que pronunciarse en correspondencia con las acciones.
Luego se puede decir (prescindiendo de ciertas pronunciaciones excepcionalmente rápidas, y a pesar de eso correctas) que, por lo regular, la duración de la misa tendrá que acercarse a los veinticinco minutos.

LECTURAS

124. EL SIMBOLISMO DE NUESTRA LITURGIA.
1. LA MANO. ¡Cuántos sentimientos se pueden expresar con la mano! Basta observar a dos hombres que hablan: la mano repentinamente levantada, un movimiento casi imperceptible, un mudo gesto, dice más que la palabra más clara. Pues bien, si el espíritu se manifiesta en la postura y el movimiento de las manos, al hablar dos hombres entre sí, ¡cuánto más ha de manifestarse cuando el hombre habla con Dios! Por lo tanto, es un error lo que muchos creen: que no importa el juntar las manos para orar, o tenerlas en el bolsillo, porque lo principal es el espíritu.
¿Cómo no ha de importar?
a) El que habla con Dios en una oración silenciosa, tranquila, humilde, ¿cómo tiene las manos? Las tiene juntas. ¿Por qué? Porque con esto expresa respeto, suplica y confianza. No parece sino que juntamos las manos para ponernos en las manos de Dios:
«¡Señor, sois nuestro Padre!»
Mira a un niño de tres o cuatro años de edad al pedir algo a su madre: «|Mamaíta, dámelo!». ¿No tiene las manos juntas, aunque nadie se lo haya enseñado?
b) El devoto que en el momento santo del rezo queda completamente absorto en Dios, ¿como tiene las manos? Las tiene cruzadas y apretadas contra su pecho. Como si quisiera guardar, con una especie de temor, la santa y preciosa fuerza que inunda su alma, para que nada se pierda, sino que pase de una mano a la otra y así vuelva de nuevo a su pecho... ¿No es natural este gesto?
c) La oración tiene también sus momentos de éxtasis. Momentos en que no parece sino que un órgano entona el Te Déum en nuestro interior y el alma está radiante de alegría. ¿Cómo rezamos en estos momentos? Como el sacerdote, cuando canta el texto magnífico del «Prefacio», exaltando a Dios: con los brazos extendidos y las manos completamente abiertas, para que sean como antenas de una emisora de radio, y envíen nuestra gratitud hacia Dios.
Pero vienen los momentos de las tentaciones vehementes o de las grandes desgracias, en que necesitamos de un modo perentorio la gracia de DIOS. En estos trances rezamos con los brazos en alto, para que sean como antenas de una receptora que recojan la corriente amplia de la ayuda divina.
¿Verdad que es natural esta postura? ¡Con tal que no haya nada de teatral! ¡Con tal que no sea todo un gesto vacío! ¡Con tal que vibre nuestro espíritu detrás de las formas exteriores!
d) Cosa grande y santa: el santiguarnos.
¡Ah! El que sabe lo que significa la cruz, no se santigua como avergonzado, aprisa y a hurtadillas. Hay algunos que al llegar a la iglesia, dan como un pasito corto y se tocan el pecho con las puntas de los dedos. ¿Qué quieren hacer? ¿Arrodillarse y santiguarse? ¿Este gesto raquítico, este movimiento apenas esbozado, esto es «santiguarse»? No. La señal de la cruz se hace bien, despacio, con dignidad. Y mientras llevo la mano de la frente al pecho, y de un hombro al otro, me parece sentir cómo se extiende sobre mí y me ampara por completo la santa cruz del Redentor, y toma posesión de mi entendimiento, de mi corazón, de mis actos. Cristo me redimió en la cruz y me santifica con su cruz. Me santiguo antes de la oración, para que durante el rezo sean suyos todos mis pensamientos. Me santiguo después de la oración, para que Cristo se quede conmigo. Me santiguo en el peligro, para que me salve. Me santiguo en la tentación para no caer. Y trazo la señal de la cruz para bendecir a otro, para que lo bendiga N. S. Jesucristo. Pero la señal de la cruz ha de trazarse bien, despacio, con conciencia, con devoción.
2. LA GENUFLEXION. Con el mismo espíritu hemos de hacer la genuflexión. Es otro símbolo. El orgulloso yergue la cabeza y enarca el pecho: «¡No soy como tú!». Pero el que siente que está en la presencia de un señor más poderoso que él, inclina la cabeza, lanto más profundamente, cuanto más distinguido es el señor con quien trata. Y ¿si ese señor es Dios? Entonces llega al extremo de doblar la rodilla en el suelo. ¿No es natural?
Cuando la conciencia de nuestra pequeñez se apodera de nosotros en el augusto acatamiento de Dios, y queremos humillarnos, entonces nos arrodillamos. ¿Hay cosa más noble y bella que un hombre de alma pura, hincado de rodillas ante Dios?...
Pero en este punto quiero llamar la atención sobre el modo de arrodillarnos. No hincamos la rodilla, a no ser ante Dios, y la augusta majestad de Dios reclama que ante El hinquemos la rodilla de verdad y no nos contentemos con una apariencia de genuflexión. No hemos de arrodillarnos con precipitación, corriendo. Hemos de hacerlo con verdadero espíritu. Si salgo de la iglesia o si entro en ella, volviéndome hacia el Santísimo Sacramento, doblaré la rodilla despacio, con respeto, profundamente hasta el suelo, y al mismo tiempo se rendirá también mi alma, mi corazón: «Dios mío todopoderoso...».
Sí; esta es la genuflexión verdadera, vivificadora.
3. EL PONERSE EN PIE. Hay todavía otra manera de rendir homenaje. Lo contrario de la genuflexión: el ponerse en pie.
Estás sentado en tu escritorio. Llaman. «Adelante». Entra un señor distinguido. ¿Qué haces tú entonces? Te levantas sin demora.
Y estás de pie ante el rey o ante el tribunal. Estás de pie, porque el sentarse en estos casos es falta de respeto, es una desatención, que no se consiente. Estoy de pie; es decir: espero como el siervo fiel; estoy preparado como el soldado valiente. Al leerse el Evangelio en la Misa, nos levantamos por respeto.
Cuando los padrinos hacen la promesa bautismal por su pequeño ahijado, cuando los niños de primera comunión renuevan las promesas del bautismo, cuando los novios se prometen fidelidad eterna delante del altar, todos están de pie... y es muy natural, prometen una cosa ruda, seria; han de estar preparados para la lucha.
4. EL ALTAR. Es un vocablo que oímos con frecuencia, un vocablo que no suscita pensamientos: «altar, altar». Y, sin embargo, el espíritu creador del hombre no puede prasentar una obra, que muestre de un lado más sublime nuestra naturaleza, que el hecho, al parecer insignificante, de levantar altares. El hombre levanta rascacielos de cincuenta y ocho pisos, y con ello demuestra que es dueño de la arquitectura. Levanta estaciones de radios con inmensas antenas, y con ello demuestra que es dueño de la electricidad. Levanta chimeneas de fábricas, construye campos de aviación, estaciones ferroviarias, y con ello demuestra que no hay ser superior a él en esta tierra... Pero levanta también altares, ante los cuales dobla las rodillas y se postra en el polvo, y con ello demuestra que hay alguien por encima de él: el Dios lleno de majestad. Ofrece sacrificios a Dios en el templo de piedra, sobre el altar de piedra; pero sabe que esto no basta, porque Dios exige además otro sacrificio: un sacrificio que se ofrece en el templo vivo del ser humano, en el altar vivo del corazón. Este sacrificio, es una vida según la voluntad de Dios.
5. LOS GOLPES DE PECHO. Empieza la santa Misa. El sacerdote no se atreve todavía a subir al altar. Antes, reza delante de las gradas. Hace la confesión de sus pecados. «Confíteor Deo omnipotenti...» «Confieso al Dios topoderoso...» «Mea culpa... Por mi culpa...», dice tres veces, dándose al mismo tiempo tres golpes de pecho. Y siempre que la conciencia del pecado se apodera de nosotros, siempre que preparándonos para la confesión, nos movemos a arrepentimiento; siempre que en el confesonario repetimos: «Me arrepiento de todo corazón...», o decimos en la letanía: «Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo», o recordamos nuestra calidad de pecadores cuando vemos la Hostia santa, momentos antes de la comunión, y decimos: «Señor, no soy digno...», nos damos golpes de pecho. ¡Hermoso símbolo! Llamamos... ¿Cuándo solemos llamar a la puerta? Cuando alguno duerme y hay que despertarlo. ¿A quién queremos despertar allá dentro en nuestro interior? A nuestra alma soñolienta y soñadora, que tranquilamente agoniza... ¡Cuidado! ¡Despiértate! ¡Medita! No te duermas en la muerte del pecado. ¿No es natural este simbolismo?
6. LA LUZ. Y ahí están las velas, las lámparas, el fuego, la luz, la llama; símbolos de los más sugestivos en la liturgia. ¡Velas encendidas en el altar del sacrificio! ¡Lámpara delante del Santísimo Sacramento! ¡Un cirio en el bautismo! ¡Otro cirio en la primera comunión! ¡Otro a la cabecera del moribundo! ¡Velas encendidas en el entierro...!
Pero este culto de la luz, ¿no brota de lo más profundo de la naturaleza humana? Una noche de tardío otoño... Estamos sentados en un cuarto oscuro... El ambiente es tan frío, tan adusto... Encendemos el fuego en la chimenea... cruje la leña seca..., danzan las lenguas de fuego, y todo el cuarto se transforma, un ambiente de intimidad lo envuelve.
¡El fuego! ¡La claridad! ¡La luz! ¡La llama! El símbolo más hermoso de la vida es la llama: calienta, alumbra y con llamarada intranquila sube de continuo hacia arriba. Sopla una leve brisa y marca su propia dirección a la llama. Juega con ella a su antojo. ¿Se la lleva también consigo? ¡Ah, no! De esto no es capaz.
La llama, después de una inclinación momentánea, vuelve al núcleo del fuego, y al volver la calma, se dirige otra vez a las alturas... ¿No véis en esta llama nuestro propio espíritu? Los soplos de la tentación la desvían de tiempo en tiempo, pero ella no puede separarse definitivamente de Dios, y después de vacilar algún tiempo, su llamarada anhela otra vez las alturas santas.
La lámpara que arde en el tabernáculo, la veja encendida en el altar, son tu símbolo. Arden y despiden luz, pero entre tanto se menguan, y llegan a consumirse por completo...
—¡Ah! — me dices—, ¿qué sabe de esto la pobre lamparilla? No tiene alma. Tienes razón. Pues infúndescla tú. ¡Llénala de alma! Por esto la enciende nuestra Madre la Iglesia. La lámpara nada es en sí, si no hay en ella un alma humana: un alma que dice: «Señor, te amo tanto que ardo por Ti. Señor, toda mi vida está tan cerca de tus mandamientos, como está de Ti esta lamparilla, que de día y de noche arde delante del labernáculo. ¡Señor, soy yo quien ardo aquí delante de Ti!».
¡Cuánto calor, cuánta suavidad, cuánta poesía, qué fino sentimiento hay en nuestras simbólicas ceremonias! Son bellas, son amables, son útiles... Con tal que en ellas haya un espíritu vivo, una vida fervorosa. Tihamer Toth: Los Diez Mandamientos, t. I, pp. 277-284.
Sobre este mismo punto puede verse a Cabrol: La Oración de la Iglesia, c. 8: De la disposición del cuerpo durante la oración, y las acciones litúrgicas; y el c. 24: Los elementos santificados: agua, sal, ceniza, fuego y luz; el incienso y las campanas en la liturgia; a Gomá: El valor educativo de la Liturgia Católica: 2.a parte. I sec., c. 4; Elementos propiamente litúrgicos: Diez Gut., o. c., c. II: El Incienso.

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