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miércoles, 27 de julio de 2011

La Inquisición. No es parte esencial de la constitución de la Iglesia. La Inquisición española.

¿No es cierto que los católicos están obligados a defender la Inquisición, con sus crueldades e injusticias, como una parte esencial de la constitución de la Iglesia? ¿Fueron infalibles los procedimientos de la Inquisición? Si el Papa tuviese poder para hacer cumplir sus leyes y la estableciese de nuevo, ¿estarían los católicos obligados a llevarla adelante?
Los católicos no estamos obligados a defender la Inquisición en todos sus detalles y pormenores. En ella se ve de una manera manifiesta el modo peculiar que en aquellos tiempos se seguía para administrar justicia, aunque suavizado, generalmente hablando, si se le compara con el usado en los Tribunales civiles. No nos detenemos a discutir una serie de hechos que tal vez fueron verdaderos, como, por ejemplo, que sus procesos, vistos a través de la mentalidad moderna, dejaban algo que desear; que siguiendo las huellas de los Tribunales seglares, dio lugar a abusos; que sus oficiales eran a veces personas de quienes se podía sospechar que obraban por motivos ruines; que impuso castigos arbitrarios, crueles e injustos, etcétera, etc.; pero de aquí no se sigue que la institución en sí no estuviese garantizada por el espíritu de la época, o que se opusiese a las ideas que entonces reinaban. La Inquisición imponía castigos corporales por ofensas espirituales y se valía del tormento para arrancar la confesión de la verdad, no por ser un Tribunal católico, sino por ser medieval. Se engaña el que se base en las historias de la Inquisición para argüir que la Iglesia católica no es la Iglesia de Cristo. Lo que Cristo prometió a su Iglesia fue que no dejaría jamás de existir a pesar de todas las persecuciones y conjuraciones del infierno, y que, merced a la asistencia especial del Espíritu Santo y la suya, jamás enseñaría error alguno en la definición de la doctrina revelada.
Por lo demás, como la Iglesia no son las paredes de los templos, sino la congregación de los fieles cristianos bajo la dirección del Papa, no hay por qué hacerse cruces si en cuestiones de disciplina se ven de cuando en cuando en ella las flaquezas que no pueden faltar tratándose de hombres. Ahora bien: la Inquisición no fue producto de una definición dogmática, sino simplemente un Tribunal comprendido en la esfera de las cuestiones disciplinares. Por tanto, aun en el caso de que la Iglesia condenase hoy la Inquisición que en otro tiempo estableció, su autoridad divina no sufriría el más mínimo menoscabo. Su oficio es transmitir de generación en generación el depósito de las verdades reveladas necesarias para nuestra salvación. Si para guardar fielmente ese tesoro usa en una época medios que luego reprueba, lo único que se sigue es que, en asuntos de disciplina, la Iglesia se adapta al ambiente y a las ideas que están en boga en las diversas generaciones.
Una persona culta y educada no debiera mirar los usos y privanzas del siglo XII desde el punto de vista de la mentalidad del siglo XX. Las masas de la Edad Media tenían la herejía por el mayor de los crímenes, y en un momento de furor quemaban un hereje, como hoy los blancos del Sur de los Estados Unidos linchan al negro sospechoso de atacar a una mujer blanca. No fue la ley positiva la que creó la hoguera para los herejes, sino la costumbre popular, aceptada luego y elevada a la calidad de ley. Además, el hecho de que la Iglesia pudiese invocar el auxilio del brazo secular para castigar las rebeliones contra su doctrina, prueban apodícticamente que los hombres de entonces consideraban la doctrina de la Iglesia necesaria para el bienestar de la sociedad. Los indiferentes de nuestros días no pueden comprender esto, pues para ellos la religión es cuestión de conveniencia u opinión. Creen que el hombre es libre para aceptar una religión cualquiera o para no aceptar ninguna, como es libre para escoger el corte y color del traje, o para dar su nombre a este o aquel partido político. Para esos tales, la religión ya no es una verdad objetiva: es que ya no creen en la revelación divina.
Tampoco conviene olvidar que en la Edad Media la herejía iba unida frecuentísimamente a una secta antisocial que, como el anarquismo y bolcheviquismo modernos, amenazaba la paz y bienestar y aun la existencia misma del Estado. Los "cáthari" o "puros" del siglo XII no sólo negaban la autoridad de la Iglesia, la supremacía del Papa y la institución divina de los sacramentos, sino que negaban asimismo y rechazaban el juramento de fidelidad, condenaban el matrimonio como inmoral y defendían que el suicidio era el supremo deber de los "perfectos".
Al rechazar el juramento de fidelidad pretendían romper los vínculos que unían a los príncipes con sus vasallos; su oposición a las contribuciones y a la guerra no podía ser más antipatriótica; y si hubiesen prevalecido sus ideas sobre el matrimonio y el suicidio, a estas fechas la Humanidad no existiría. Se ve, pues, que convenía una acción combinada de la Iglesia y del Estado para acabar con aquella herejía antisocial. Asimismo, si del número de quemados por la Inquisición se descuentan los que lo fueron por crímenes y alborotos anarquistas, se verá que los quemados por "herejía" propiamente dicha fueron relativamente pocos.
Respondiendo ya a la última pregunta de la dificultad, decimos que únicamente los que no son católicos creen que la Iglesia restauraría la Inquisición si tuviera poder para ello. La mayoría de los teólogos modernos opinan que, aunque es cierto que la Iglesia tiene poder para reprimir abusos e infracciones de la ley usando medios coercitivos, tanto internos como externos, sin embargo, se contenta con imponer castigos internos, como excomuniones, y nunca fuerza los externos o corporales, como cuando impone ayunos y otras asperezas.
No concebimos hoy que la Iglesia encarcele a un católico por no ir a misa los domingos pudiendo, o por quebrantar a sabiendas la ley del ayuno. Por eso decimos que aunque la Iglesia tuviese hoy el poder de que disponía en los siglos medios, se acomodaría al espíritu de nuestro tiempo y traería hacia sí los hombres como los atrae ahora, con espíritu de caridad, invitándolos con la verdad de sus argumentos a que se alisten bajo su bandera para ser corderos del rebaño de Jesucristo, apacentado por el sucesor de Pedro, su Vicario.

¿No es cierto que se debe a la Reforma protestante el que los hombres hoy no sean torturados, encarcelados o condenados a muerte por el crimen de herejía?
De ninguna manera. Los caudillos de la Reforma, tanto en Inglaterra como en el continente, siguieron a la letra la doctrina de intolerancia de los siglos medios.
Harnack dice de Lutero: "Saludar a Lutero como el hombre de una nueva era o como el creador del espíritu moderno y héroe de la civilización, es mirar las cosas por un solo lado y empeñarse en desfigurar los hechos."
Nos dice Irisar que en Sajonia se desterraba a los católicos y zwinglianos que no estaban conformes con las doctrinas de Lutero, y que los anabaptistas, aunque no enseñaban abiertamente doctrinas sediciosas, eran condenados a muerte.
Melanchton, en una carta que escribió a Calvino el año 1554, le alababa por haber quemado al español Miguel Servet. "Estoy enteramente de acuerdo con esa sentencia—le decía—, y declaro que tus jueces han obrado sabiamente al condenar a muerte a aquel blasfemo."
Calvino quemó a Servet porque éste negaba la Trinidad y había escrito un libro para defender su posición. En 1553 escribía Farel a Calvino: "Algunos no quieren que persigamos a los herejes. Pero ya que el Papa condena a los fieles (los hugonotes) por el crimen de herejía, justo es que nosotros condenemos a muerte a los herejes para robustecer a los fieles." Y Teodoro de Beza escribía el año 1554: "¿Qué crimen puede haber mayor que el de herejía, que menosprecia la palabra de Dios y la disciplina eclesiástica? Magistrados cristianos, cumplid con vuestro deber y servid a Dios, que ha puesto en vuestras manos la espada para que salgáis por el honor de su Majestad; herid con valentía a estos monstruos disfrazados de hombres." (Véase Vacandard, The Inquisition, 222-24.)
La historia de las leyes penales británicas durante los reinados de Enrique VIII, Isabel, Eduardo VI, Jacobo I, Carlos I, Cromwell, Carlos II y Guillermo III es una historia de multas, encarcelamientos, destierros, torturas y penas de muerte por practicar la fe católica, tanto en Inglaterra como en Irlanda. Por eso Leckey, en su Historia del racionalismo en Europa, después de afirmar que la Iglesia católica descansaba en el principio de autoridad y se defendía contra cualquiera agresión o innovación, añade: "¿Pero qué diremos de una Iglesia que era de ayer, sin culto aún y sin poder presentar su hoja de servicios hechos en favor de la humanidad, una Iglesia engendrada y dada a luz por el juicio privado en medio del barullo y de las intrigas de una corte corrompida, que, sin embargo, se pone a suprimir por la fuerza aquel culto que las muchedumbres juzgaban necesario para la salvación eterna y mueve todos los resortes y despliega todas sus energías para perseguir a los que pedían se les dejase practicar la religión de sus padres?"
Decir, pues, que los protestantes del siglo XVI no perseguían a los que juzgaban heterodoxos en materia de religión, es simplemente no saber Historia. Basta un barniz de erudición para saber que entonces los soberanos no toleraban otra religión que la que ellos practicaban, y que las sectas protestantes nacieron con el pecado original de la persecución por motivos religiosos. Las dos religiones, la católica y la protestante, dieron ejemplo de intolerancia, con la diferencia de que la protestante consideró la intolerancia como parte esencial de su doctrina, y sólo toleró a los contrarios cuando se vio forzada a ello por las circunstancias; mientras que la religión católica defendía siempre el principio de libertad, y sólo circunstancias externas de defensa propia y defensa de la verdad objetiva la hicieron echar mano de la coerción.

¿No es cierto que la Inquisición española fue una de las instituciones más crueles que registra la Historia? ¿No fueron los Papas los que se valieron de su autoridad para urgir a la católica España a reprimir y castigar la herejía?
Si hablamos de crueldad e inhumanidad, crueles e inhumanas fueron la Inquisición luterana en Sajonia, la calvinista en Ginebra y la inglesa en los reinados de Isabel, Jacobo I y Cromwell.
El día 1 de noviembre de 1478, Su Santidad Sixto IV dio plenos poderes a los Reyes Católicos para que estableciesen en España la Inquisición. En sus principios, la Inquisición iba dirigida contra los judíos falsamente convertidos, que, después de un alboroto popular contra ellos por su avaricia y usura sin límites, se bautizaban para librarse de las iras de la plebe, pero sin intención de vivir como cristianos. Es de notar que la influencia excesiva de los judíos en España llegó entonces a constituir un serio peligro, tanto para la nación como para la fe católica practicada por el pueblo. Los judaizantes se arreglaban para obtener cargos de importancia, tanto en el terreno eclesiástico, hasta el punto de llegar a ser obispos, como en el civil, poseyendo dignidades y oficios altos en el reino y casándose con los nobles y familias influyentes del país. Estas posiciones ventajosas y su riqueza extraordinaria eran hábilmente manejadas para subyugar gradualmente a los españoles y traerlos poco a poco a que favoreciesen la causa de los judíos y el judaismo en general, con el detrimento que se deja suponer para la causa española y para la religión multisecular allí devotamente practicada.
La toma de Granada en 1492, que puso fin a la dominación árabe en terreno español, dio por resultado la conversión meramente nominal de no pocos moriscos que aparentaron recibir el bautismo con sinceridad, pero que seguían siendo tan mahometanos como antes. Los sucesivos levantamientos de estos moriscos en las abruptas Alpujarras ponían en serio peligro la unidad nacional, y fue menester declararles la guerra en toda regla para evitar aquel peligro, como los reyes franceses se la habían declarado tiempo atrás a los hugonotes separatistas. Más tarde, Felipe II se valió de la Inquisición para evitar la entrada del protestantismo, que hubiera equivalido a la división del reino, como acaecía en los países infestados por la herejía.
No negamos que a veces los monarcas españoles se valieron del peligro de los judíos y moriscos falsamente convertidos para perseguir a algún poderoso enemigo de la corona, confiscando capitales y propiedades para llenar los cofres del vacío erario, y esto a costa de ciudadanos que no siempre eran culpables. Asimismo sabemos que algunos inquisidores eran instrumentos del rey, como dice el Breve de Sixto IV de 29 de enero de 1482, que también menciona otros hechos lamentables, como el encarcelamiento sin proceso, torturas y confiscaciones injustas; pero de estos hechos particulares no es lógico concluir que la Inquisición en sí no fuese un tribunal justísimo, sino que participó de las costumbres algo rudas de su siglo, y tuvo, como toda institución humana, sus defectos. Pero mereció, y con creces, el título que comúnmente se le ha dado de Tribunal Santo.
Porque no debiéramos olvidar que la Inquisición española se instituyó en el siglo XV y no en el XX, y, por tanto, no pudo organizarse según las costumbres modernas (sin meternos ahora en agudezas sobre si son mejores o peores que las antiguas), sino que debió organizarse, y de hecho se organizó, según las costumbres civiles de aquel tiempo, que admitían la pena de fuego como la cosa más ordinaria; y si el castigo es graye, recuérdese lo que dijimos atrás sobre la gravedad de la herejía para los cristianos de aquellos tiempos de fe.
La Inquisición española fue un tribunal mixto. Como el delito principal en que intervenía era la herejía, la instrucción del proceso corría particularmente a cargo de la autoridad eclesiástica. La aplicación del castigo estaba principalmente a cargo de la autoridad civil. Una y otra autoridad inquisitorial eran elegidas por el rey; pero éste las elegía como delegado de la Santa Sede y con autoridad de ella recibida. Caso raro, por cierto, en la historia eclesiástica, pero que prueba con toda evidencia las buenas relaciones que entonces había entre la Iglesia y el Estado.
Menéndez y Pelayo, refiriéndose a cuatro, o cinco autos de fe verificados en Sevilla y Valladolid, dice en su prólogo de los Heterodoxos: "La ponderada efusión de sangre fue mucho menor que la que en nuestros días emplea cualquier Gobierno liberal y tolerante para castigar o reprimir una conspiración militar o un motín de plazuela."

BIBLIOGRAFÍA.
Apostolado de la Prensa, Felipe II y la Inquisición.
Carpa, La Inquisición española.
Márquez, Fundamentos de religión.
Montes, El crimen de herejía.
Ortí y Lara, La Inquisición.
Montaña, Felipe II "el Prudente" y su política.
Rodrigo, Historia verdadera de la Inquisición.

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