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jueves, 31 de mayo de 2012

TERAPEUTICA OBSTETRICA Y GINECOLOGICA

Conflicto posible entro la vida de la madre y la del hijo. Tendencia a sacrificar al hijo.
Aborto terapéutico. — Usado entre los paganos. El cristianismo lo condena. Constitución de Sixto Y y de Gregorio XIV. Decisiones del Santo Oficio en 1889, 1895 y 1898, prohibiendo una operación cualquiera, que atente directamente a la vida del feto y de la madre. Conformidad de esta tesis con la moral civilizada. Derechos del hijo, derechos de Dios, derechos de la Sociedad desde la concepción: los padres no pueden disponer ya del hijo. Instabilidad, variabilidad, eficacia dudosa y peligros del aborto llamado terapéutico. Prohibición civil y religiosa. Excomunión. Palabras de Pió XI. 
Histerectomía durante la gravidez. — Contemporización hasta la vitalidad del feto.
Embriotomía. —- Sobre el feto vivo, condenada por las mismas reglas y las decisiones del Santo Oficio de 1884, 1889. Posibilidad médica de evitarlo. Deber de vigilar el embarazo para prevenir las complicaciones.
Embarazos extra-uterinos. — Interdicción de intervenir perjudicialmente sobre el feto. Decisiones del Santo Oficio de 1889, 1898 y 1902. Aplicación: embarazo extra-uterino sin incidentes: expectativa armada; incidentes que hacen presumir la muerte del feto como probable: intervención con bautismo si el caso falla; legitimidad de la expectativa armada: sus éxitos. Solicitud de la Iglesia por la madre y por el hijo; sus directivas concilian la ley divina, la ciencia y la humanidad, 
Bibliografía.

La obstetricia plantea un grave problema de conciencia, desde el punto de vista moral: en caso de complicaciones, dos vidas están en peligro, y puede ocurrir que el médico tenga que decidirse sobre la conservación de una de esas vidas a costa de la otra, y hasta se vea llevado a arriesgar a las dos, para evitar de sacrificar deliberadamente una de ellas.
La poca importancia volumétrica del feto, la ignorancia al respecto de su personalidad, su imposibilidad de protestar, la posibilidad de tener otro hijo más adelante, la frecuencia de los abortos espontáneos o de los falsos partos, que lleva implícita la idea de que en ese caso se ha perdido solamente la ocasión de tener a un niño, los vínculos afectivos, el valor personal y familiar de la madre, determinan que familias y parteras tiendan siempre a sacrificar al hijo. Este sacrificio se puede hacer de dos maneras: antes de la vitalidad del niño, que se llama aborto terapéutico; durante el parto, que se llama embriotomía.

Aborto Terapéutico
Según Josefo, estaba en uso entre los Hebreos. Platón y Aristóteles preven su empleo por lo que se llama Indicaciones sociales. Sorano de Efeso escribe: "Hay mujeres, que por el hecho de la concepción se encuentran en un estado peligroso a causa de la estrechez del cuello uterino o porque la matriz entera es demasiado reducida y no puede bastar a la alimentación del hijo, o porque en el orificio de la matriz existen condilomas, fisuras u otros defectos naturales de tal naturaleza que hubiera sido mejor si la mujer no hubiera concebido; si ella está embarazada, sería preferible matar en seguida el feto en lugar de cortarlo más adelante". Hipócrates no parece admitir el aborto más que después de la muerte del niño. En cambio los autores latinos y árabes lo preconizan incondicionalmente, en interés de la madre.
El cristianismo aporta un nuevo punto de vista: el embrión, el feto, tiene un alma; importa pues proporcionar la gracia del bautismo a esa alma, para asegurarle la felicidad eterna; por otra parte, se trata de una persona humana y no hay derecho para matar a un inocente. Sin duda, Tertuliano dice que "cuando el parto natural es imposible, el hijo es inmolado por una cruel necesidad, hasta en el seno de la madre, de la que sería el asesino, si no se le sacrificara"; pero ésta parece una simple comprobación de los hechos y no la opinión de la Iglesia, porque ésta rehusa el sacerdocio a quien haya causado un aborto y porque en otro lugar el mismo Tertuliano escribe: "Para nosotros, a quienes está prohibido todo homicidio, está igualmente prohibido destruir el fruto de una madre en su seno. Aun antes de que el ser humano esté formado, es un homicidio anticipado impedir el nacimiento". Verdad es que la teoría de la animación tardía pudo permitir cierta amplitud y dejar lugar a abortos precoces. De cualquier modo, la Edad Media parece haber practicado muy poco o nada el aborto terapéutico.
El siglo XVI, con Guillemeau y la partera Luisa Bourgeois, lo puso otra vez en boga y Mauriceau en el siglo XVII lo recomienda cuando hay hemorragia amenazadora. El doctor Harteman, en su tesis, cita los textos de Sánchez, de San Alfonso de Ligorio, para demostrar que esos teólogos no se oponían a esa práctica. En realidad, esos textos dicen simplemente que una mujer enferma, para salvar su propia vida, puede tomar todos los remedios convenientes, aun cuando eso pueda provocar un aborto. Y si se recuerda la Constitución de Sixto V, que amenaza con la excomunión mayor y reserva el caso a la Santa Sede, para el aborto tanto del fruto animado como del feto presumido no animado; si se considera que esta Constitución, levemente modificada desde el punto de vista disciplinario, es mantenida integralmente en sus penalidades por Gregorio XIV, se ve que la doctrina de la Iglesia ha sido siempre formal.
No cabe, pues, asombrarse, si cuando el materialismo del siglo XIX, olvidando los derechos del hijo y el valor espiritual de la persona humana, se dejó arrastrar por teorías médicas, algunas ya superadas, y quiso colocar al aborto en la terapéutica médica, chocó con el non formal de parte de la Iglesia.
A una cuestión de monseñor Sonnois, arzobispo de Cambrai, acerca de lo que debía enseñarse en las Universidades Católicas al respecto, el Santo Oficio respondió el 19 de agosto de 1889: "No se puede enseñar como doctrina cierta que es lícito practicar una operación cualquiera, directamente atentatoria a la vida del feto o de la madre". Y en 1895, a la facultad católica de Lila, que preguntó si el aborto médico podía practicarse únicamente para salvar a la madre en peligro, sin atentar directamente al feto, más en un momento en que éste no alcanzando la edad de la vitalidad no podría seguramente sobrevivir, el Santo Oficio dió una contestación negativa. Lo mismo ocurrió en el año 1898.
Esta prohibición de matar a un ser, aun para salvar a otro, es una regla moral normal entre todos los pueblos civilizados: nunca se consideraría legítimo que un hombre, aunque se tratara de un genio, precipitara entre las llamas de un incendio al débil, que, empleando la misma escalera, trabara su huida y amenazara causar su muerte; nunca se admitiría —como lo hace notar el doctor Pierre Mauriac— que el capitán de un barco náufrago, aunque bajo el pretexto de que es el más apto para dirigir las embarcaciones de salvamento, abandonara su nave sin ser el último, aunque no pueda hacerlo en el momento requerido y tenga que perder la vida.
Ahora bien, los padres tienen toda la libertad de concebir o no al feto; pueden no casarse, pueden vivir en continencia; nada los obliga a dar la vida a un nuevo ser. Esa vida la dan libre, voluntariamente; es su derecho; pero no tienen el derecho de retomar esa vida que han dado, porque no es una cosa lo que han engendrado, sino un ser humano. Han dado las células generadoras, pero Dios ha aportado el alma, que ha infundiólo a las células en el instante de su conjugación. El nuevo ser pertenece a Dios más que a ellos; y también la sociedad civil lo reivindica, por un lado como una de sus unidades, por el otro como un ser débil y sin defensa, que tiene el deber de proteger. Como castiga a los padres indignos que maltratan a sus hijos, así castiga el infanticidio y pena el aborto. Todo ser apenas concebido es un ente en potencia de no se sabe qué porvenir, que no hay derecho a trabar; es una criatura social, una criatura de Dios que tiene derecho formal a la vida, derecho que no está subordinado a ninguna otra vida. El doctor Vidal, en su notable tesis sobre el aborto no terapéutico, le opone argumentos de derecho natural: derecho del individuo, derechos de la familia, derechos de la sociedad, que no pierden en absoluto nada de su valor frente al aborto terapéutico. Y cita la frase de Bossuet: "No hay derecho contra el derecho".
Por otra parte, el hijo que los padres han querido engendrar, tiene un derecho formal a la beatitud eterna a la que concede la entrada el bautismo. Pero no insistiremos sobre este punto, por cuanto el bautismo puede ser asegurado durante el curso del aborto.
Otra razón accesoria, pero no menos grave, se opone también a la legitimidad del aborto terapéutico: la divergencia y la instabilidad de las teorías médicas. Basta establecer la lista de las afecciones para las que se ha preconizado el aborto terapéutico, para demostrar la ligereza y la ausencia no sólo de sentido moral, sino también de espíritu médico con que se ha propuesto esa intervención:
Indicaciones absolutas: vómitos incoercibles, neuritis viscerales u ópticas, albuminurias graves, retinitis, anemia perniciosa, corea, hemorragias uterinas, afecciones cardíacas, nefritis crónica, pielitis.
Indicaciones relativas: tuberculosis pulmonar, enfermedades mentales, diabetes, enfermedad de Basedow, otoesclerosis, desprendimiento de la retina, várices graves, hernias, tumores abdominales, apendicitis, colelitiasis, debilidad general.
Ahora bien, si consideramos como ejemplo la más importante de las indicaciones absolutas, los vómitos incoercibles, y la más importante de las relativas, la tuberculosis pulmonar, ¿hallamos tal vez una opinión médica unánime?
El doctor Eugenio Vincent escribía en 1908:
"En 30 años que atiendo partos, nunca me hallé en presencia de indicaciones clínicas de una provocación de aborto necesaria para salvar a la madre". En 1910 el mismo insistía: "Declaro que durante mi larga práctica obstétrica en la Maternidad de Lyon y en la ciudad, no he visto un solo caso de vómito incoercible que haya causado la muerte". Cree pues que una terapéutica paciente y prudente permite siempre vencer la enfermedad.
Por otra parte, cita casos de fallecimientos a raíz del aborto por vómitos incoercibles. El doctor Dauchez escribía en 1910: "En la Clínica de la Facultad, he visto al profesor Depaul procurar el aborto por vómitos incoercibles dos veces y en ambos casos la mujer sucumbió, una vez por agotamiento, otra por retención de placenta e infección".

Desde el punto de vista de la tuberculosis pulmonar, Rist, León Bernard, Dumarest, como tisiólogos, Pinard, Hergott, Couvelaire, Fruhinsholz como parteros, reputan que el aborto nunca está justificado (doctor Hartemann).
"No me reconozco hoy el derecho de imponer en forma habitual un aborto a una mujer atacada por tuberculosis pulmonar, agravada por la gestación. Y estoy dispuesto a rehusar para mí ese derecho, por cuanto no estoy en condiciones de ofrecer a la madre ventajas ciertas, para ella, que puedan compensar la pérdida real de su hijo" (Dr. Couvelaire, en París Medical, 17, XII, 1932). El doctor León Bernard dice: "Lo más a menudo en los primeros momentos del embarazo, la tuberculosis se presenta de tal modo, que se puede esperar que su evolución podrá detenerse o por lo menos estar vigilada para que no llegue a ser mortal; mas no se puede afirmar por anticipado la detención de las lesiones por aborto" (Information médicale, 1924). Los doctores Rist y Joltras han demostrado recientemente en la Academia de Medicina los resultados muy satisfactorios obtenidos por el neumotorax en las gestantes tuberculosas (mayo de 1935). Una tuberculosa que no mejore por el neumotorax, que actúa directamente sobre la lesión y posee un efecto traumático casi nulo, no lo será ya bajo la acción del aborto, infinitamente más grave como intervención y sin acción efectiva sobre el pulmón. "El aborto —dice por otra parte el doctor Dumarest— es siempre inadmisible, porque en los casos benignos es inútil y por lo mismo criminal, y en los casos graves, si la intervención no mata inmediatamente a las dos víctimas, la madre no sobrevivirá mucho al hijo".

Finalmente no se debe olvidar que el aborto es por sí mismo un factor morboso y de mortalidad. El Congreso Panucraniano de parteros y ginecólogos, reunido en Kiew en 1927, demostró que entre las clientes de los abortistas (mujeres no enfermas, por lo tanto infinitamente más resistentes que aquellas para las que se recomienda el aborto terapéutico) la mortalidad es de 0,28 a 0,70 por ciento; la septicemia aparece en 1,25 % de los casos y las complicaciones inflamatorias en más del 10%. Por otra parte, ulteriormente, aparecen metritis, salpingitis, amenorrea, abortos espontáneos en los embarazos siguientes, embarazos extrauterinos frecuentes, mortinatalidad y complicaciones en los partos sucesivos, esterilidad; finalmente se han señalado trastornos endocrinos y trastornos mentales.
El Congreso dejó por lo tanto la siguiente conclusión: "Después de amplias discusiones, que han demostrado el daño que el aborto impone a la mujer en muchos aspectos, el Congreso concluye que es absolutamente necesario poner en guardia una gran parte de la población contra la creencia que el aborto es cosa sin importancia, haciéndole conocer las consecuencias perjudiciales de la interrupción del embarazo".
Así en mayo de 1935, la Academia francesa de Medicina, en contestación a una pregunta del Ministro de Salud Pública, votó unánimemente un texto que recuerda las conclusiones del Congreso panucraniano y termina diciendo: "Los resultados prácticos de la experiencia soviética sobre la legislación del aborto, como nos los cita el Congreso panucraniano de 1927, no pueden a título alguno constituir un argumento a favor de esa legislación".

El aborto terapéutico se presenta, pues, desde el punto de vista estrictamente médico, como una intervención inmediatamente peligrosa, cargada de graves riesgos para el futuro y sin eficacia cierta. Lejos de imponerse profesionalmente, el aborto llamado terapéutico no tiene como justificación más que el deseo de "hacer algo". Y éste es un motivo bien pobre para destruir a un ser y para creerse más sabio que las leyes civiles y religiosas.
La ley francesa reprime, en realidad, el aborto con el artículo 317 del Código penal, modificado por la ley del 27 de marzo de 1923:
"Quienquiera con alimentos, bebidas, medicinas, maniobras, violencias o cualquier otro medio, provoque o trate de provocar el aborto de una mujer embarazada, sea con su consentimiento o sin él, será penado con prisión de uno a cinco años y una multa de 500 a 10.000 francos... Los médicos, oficiales sanitarios, parteras, cirujanos-dentistas, farmacéuticos, como los estudiantes de medicina y los estudiantes o empleados de farmacia, etc., que hayan indicado, favorecido o practicado esos medios serán condenados a las penas previstas en el párrafo primero. La suspensión temporaria o la incapacidad absoluta en el ejercicio de la profesión pueden dictarse contra los culpables...".
No ha sido prevista ninguna excepción para el aborto terapéutico y ya hemos visto que tal excepción no se justificaría en absoluto desde el punto de vista médico, mientras que podrían ocurrir múltiples inconvenientes sociales. El doctor Fruhinsholz dice: "No es el único caso en que el individuo debe inclinarse a las pretensiones del Estado, aunque sufra en ello su salud; el servicio militar obligatorio también a veces ataca casos de salud individualmente interesantes, sin que el médico tenga el derecho de oponerse. Yo comprendo que a veces la conciencia profesional del médico se rebela frente a tal obligación, pero yo creo que corresponde a la conciencia pura y elevada del hombre calmar sus alarmas".
La ley religiosa, por su parte, sentencia en el canon 2350: "Los que procuran el aborto, incluso la madre, incurren, si hay el efecto buscado, en la excomunión latae sententiae (sentencia anticipada), reservada al Ordinario, y si son clérigos, serán además privados de sus funciones". Y el papa Pío XI habla del aborto con estas palabras: "Ya hemos dicho cómo sentimos piedad por la madre que en el cumplimiento del deber natural expone a graves peligros su salud y hasta su vida. Mas ¿qué causa podría bastar para justificar en alguna manera el asesinato directo de un inocente? Porque de esto se trata aquí, que se dé muerte a la madre o al niño, está contra el precepto de Dios y contra los caminos de la naturaleza: "No matarás". La vida de una y otro es igualmente sagrada; nadie, ni los mismos poderes públicos, podrán tener nunca el derecho de atentar contra ella".
Desprovisto de base médica firme, lleno de peligros inmediatos y futuros, de eficacia incierta, condenado por la filosofía en razón de los derechos y de la naturaleza del hijo, condenado por el sentido moral que no admite el sacrificio de los débiles bajo la ley del más fuerte, condenado por las leyes civiles y religiosas, el aborto llamado terapéutico no puede tener derecho de ciudadanía en la medicina católica.

Histerectomía durante el embarazo
En ciertos casos, por ejemplo, en el de tumor uterino, se ha discutido mucho sobre el derecho del cirujano a practicar la histerectomía. Una controversia importante se desarrolló al respecto entre el Padre A. Vermeersch y el Padre Gemelli en la Nouvelle Revue théologique de Lovaina, en 1933. Esto demuestra la dificultad de una regla general. Entretanto, de acuerdo con lo que acabamos de exponer y de lo que diremos del embarazo extrauterino, parece que se debe contemporizar hasta la vitalidad del feto, salvo el caso en que haya la seguridad absoluta de que el feto sucumbirá antes de llegar a ese estado. Además se sabe que las extracciones de tumores más o menos pediculados pudieron ser practicadas con éxito en úteros embarazados, y que, por otra parte, el cáncer del cuello uterino es especialmente sensible al radio, sin que puedan aparecer inconvenientes para el feto.

Embriotomía
La embriotomía sobre el feto vivo, cualquiera sea el procedimiento empleado, cae bajo las mismas condenas que corresponden al aborto. El Santo Oficio la ha condenado bajo el nombre de craneotomía el 21 de mayo de 1884, y la contestación del 19 de agosto de 1889, que condena "toda operación directamente atentatoria a la vida del feto y de la madre", es formal.
Por otra parte, los perfeccionamientos de las técnicas quirúrgicas, la facilidad y rapidez de los medios de transporte, la difusión de los cirujanos en los pequeños centros, permiten recurrir a las sinfisiotomías, pubiotomías, cesáreas altas y bajas, con preferencia a la embriotomía, que se indica solamente para el feto muerto.
De cualquier manera, para evitar situaciones de esta gravedad, importa difundir en el público la noción de la necesidad de la vigilancia médica del embarazo. Es necesario que los médicos cumplan esa vigilancia con el mayor cuidado y envíen a los parteros y ginecólogos especializados todos los casos dudosos, para que en tiempo oportuno se practique la versión, el parto prematuro provocado, la cesárea, etc. ("La aceleración del parto no es ilícita en sí, si es practicada por causas justas y en un tiempo y en un modo que de acuerdo con lo que ocurre comúnmente, provea a la vida de la madre y del hijo. Respuesta del Santo Oficio al obispo de México, del 4 de mayo de 1898). Una buena medicina personal y social es la mejor profilaxis de los casos de conciencia en que parecen enfrentarse la vida de la madre y la del hijo.

Embarazo extra-uterino
La respuesta del Santo Oficio del 19 de agosto de 1889 se aplica naturalmente en estos casos y prohibe toda intervención mediante tóxicos, electricidad, etc., que detienen la evolución de ese embarazo, provocando la muerte del feto. Estos casos fueron sometidos explícitamente al examen del Santo Oficio.
Desde el punto de vista de la cirugía, la contestación precedente es la que debe aplicarse. Además fueron dadas otras dos contestaciones especiales:
Pregunta: ¿Está permitida la laparatomía, si se trata de embarazos o concepciones extrauterinas?
Respuesta del 4 de mayo de 1889: Si la necesidad lo impone, la laparatomía es permitida para extraer las concepciones del seno de la madre, previendo en lo posible que se vigile seria y útilmente para salvar la vida del feto y de la madre. 
Pregunta: ¿Está a veces permitido, antes del 7.° mes después de la concepción, extraer del seno de la madre a los fetos extrauterinos, que no han madurado todavía?
Respuesta del Santo Oficio, del 5 de mayo de 1902: No, de acuerdo con el decreto del 4 de mayo de 1898, por el cual en lo posible se debe salvaguardar seria y útilmente la vida del feto y la de la madre. Por lo que respecta al tiempo, el consultante recordará que por el mismo decreto no está permitido adelantar el parto antes del tiempo necesario, si no es después del tiempo fijado y después del empleo de los medios ordinarios, apropiados para salvaguardar la vida de la madre y del feto.
Estas resoluciones han dado lugar a muchas discusiones desde el punto de vista de la aplicación en los casos particulares. Creemos que las siguientes líneas directivas, dadas por el doctor Ockinczyk, y citadas por el doctor Marcos Riviére, permitirán resolver la mayoría de los casos:
"No asombra en absoluto, que la enseñanza de la Facultad se halle a veces en contradicción con nuestras obligaciones de conciencia católica: hay que tomar su partido y quedar del lado de la verdad. Esta misma noche leía yo en un periódico médico un artículo sobre la fecundación artificial, que desconoce la santidad del matrimonio. Mas una opinión personal no puede tener valor de ley, aun dentro de nuestra profesión, y nosotros debemos buscar más alto las reglas que nos deben guiar.
"Hay un artículo del Decálogo, que impone: "No matarás". Esta es la ley y la verdad, y sobre este punto no puede haber arreglos. Si me pedís, por lo tanto, un principio general en materia de embarazo extrauterino, yo contestaré: "Si el feto no es vital, en el momento del diagnóstico de embarazo extrauterino en evolución, no tenemos el derecho de interrumpir esta evolución, porque la intervención importa la muerte del feto. Fijada esta ley general, veamos las particulares.
"Es evidente que cuando la Iglesia nos recuerda el precepto divino, no entiende llevar las consecuencias de la prohibición hasta el absurdo. La abstención frente a un embarazo extrauterino, siempre y en todas las circunstancias, sería realmente un absurdo que arriesgaria, además de implicar en caso de ruptura, la muerte del feto y de la madre. Eso no es lo que quiere la Iglesia, ¿no es verdad?
"Para guiarnos, tengamos siempre presente, pues, el precepto y en cada caso contemplemos las modalidades que pueden presentarse.
I. Caso. — Una mujer se cree encinta. La evolución de su embarazo no presenta anomalía alguna; pero en el curso de un examen para la confirmación del embarazo, el médico comprueba que el embarazo es probable, pero que se desarrolla no ya en el útero, sino en la trompa. Hay lugar para suponer que el feto vive. En este caso, salvo cualquier accidente del momento (actual), la Facultad enseña que hay que intervenir para prevenir el accidente y por consiguiente  extraer un feto, destinado necesariamente a la muerte. Como médico católico, pienso, en cambio, que no tenemos derecho de proceder así, por dos razones: la primera, porque la intervención dirigida directamente sobre el feto lo condena a la muerte, y no tenemos derecho de matar; la segunda, porque por raros que sean, los casos de embarazo extrauterino evolucionan a veces al final y nuestra intervención a plazo conserva la vida del niño y la de la madre.
"En este caso la actitud del médico católico debe ser, a mi juicio, la siguiente: prevenir a la enferma y a los familiares que el embarazo se presenta anormalmente y que es necesario que la enferma sea vigilada de cerca; que sería preferible el traslado a una clínica, puesta a reposo absoluto, y cerca de quien pueda intervenir con urgencia en caso de accidente. Nuestro deber no puede pasar de esto.
II. Caso. — Una enferma, que presenta un embarazo extrauterino, viene a consultar a causa de pequeños accidentes que la inquietan: dolores, pequeñas pérdidas de sangre negra. La experiencia nos ha enseñado que en esos casos el embarazo —tres veces sobre cuatro— está interrumpido por una hemorragia intratubular, sin que haya ruptura.
"Pero en ese caso hay la seguridad de un accidente actual, además de la verosimilitud de la muerte del feto. Creo, pues, que podemos y debemos intervenir, teniendo por fin directo de la operación el hematoma tubular. Si por casualidad, durante o después de la intervención, hallamos un feto viviente, nuestro deber será administrarle el bautismo.
III. Caso. — Nos llaman con urgencia a ver a una enferma en peligro de muerte, por la ruptura de la trompa grávida y hemorragia grave intraperitoneal. En este caso no tenemos por qué preocuparnos en saber si el feto está vivo o muerto; en presencia de un accidente actual, de un peligro de muerte que amenaza a la vez a la madre y al hijo, debemos intervenir. Nuestra intervención se dirige directamente contra la hemorragia y no extrae más que indirectamente el feto. Y también en este caso, si el feto está vivo, debemos preocuparnos por bautizarlo. Creo que lo más simple, durante una intervención que ha de ser rápida, en el interés de la madre, es confiar a los ayudantes el feto, para el bautismo, o bien proceder al bautismo por inmersión, que tal vez puede realizarse más rápida y simplemente por el mismo operador durante la operación.
"No pretendo fijar estas reglas como absolutas; después de madura reflexión, son las que me han parecido adecuadas para establecer un acuerdo entre mi conciencia católica y mi deber profesional".

Esta regla de la expectativa armada se justifica más todavía, si gracias a las precauciones se alcanza el quinto mes, porque entonces hay grandes probabilidades para que el embarazo llegue a su término normal. En la Pratique de l´art des accouchements de Bar, Brindeau y Chambrelent, leemos realmente:
"Sabemos que los accidentes son relativamente raros después del quinto mes; habrá pues todas las ventajas en esperar que el feto sea vital, para tener un niño vivo. Respecto a la época de la operación, se elegirá el comienzo del noveno mes, siempre que el estado de la enferma no fuerce la mano al cirujano. Esta conducta ha dado excelentes resultados a diferentes autores. No citaremos más que los nombres de Pinard, Jurinka, Neugebauer, Sittner, Mosbius, Werder, etc. Este último pudo reunir 148 casos, de los cuales 3 personales".

No deben olvidarse los embarazos intrauterinos anormales, que constituyen el objeto de la tesis del doctor de Batz; que el embarazo se desarrolle en un ángulo del útero, en un útero desviado lateralmente, en un útero mal formado, el diagnóstico diferencial con un embarazo extrauterino es a menudo muy difícil y hasta imposible. Los errores de diagnóstico son frecuentes. La expectativa armada, en todo lo que se asemeja a un embarazo extra-uterino, previene operaciones inútiles y no exentas de riesgos para la madre y para el niño.
Las líneas directivas de la Iglesia concuerdan perfectamente con los resultados que la medicina puede esperar con cuidados juiciosos. Y como no hay derecho para matar a un apestado o a un enfermo de viruela, a pesar de los peligros que implican para la sociedad, por la misma razón no hay derecho a sacrificar un feto, a pesar del riesgo que representa para la madre. Corresponde a la ciencia médica reducir en los dos casos el peligro al mínimum: el médico tiene el deber de hacerlo todo para conservar la vida, menos matar.
Hemos visto que ésta es la tesis de la Iglesia: ella insiste siempre sobre la necesidad de hacer todo lo posible para conservar la vida del hijo y de la madre, y ni el deseo de procurar el bautismo a un niño puede hacerla ceder sobre esta ley de Non occides. Es por ello que Santo Tomás, reprimiendo un apresuramiento intempestivo, declara: "No se debe sacrificar a la madre para bautizar a un hijo". Todas las miserias, todas las angustias humanas, la Iglesia las conoce y las pesa con solicitud, y si las reglas que ella dicta parecen penosas en ciertos casos, reflexionando se verá que gracias al espíritu divino que la guía, a la ciencia que ella escucha, a la prudencia que ella observa, la solución que ella ofrece es siempre la más justa y la más humana.

BIBLIOGRAFIA
Tesis de medicina: (1)
Hatz, Padre M. J. de: Des grossesses intra-utérines anormales pouvant en imposer pour des gestations ectopiques, Burdeos, 1926. 
Hartemann, Juan: Le malaise de l'avortement therapeutique, Nancy, 1925. 
Vidal, J.: Le droit a l'avortement, Tolosa, 1907.

Obras varias:
Mauriac, Dr. Pedro: L'intransigeance de l'Eglise, en "Journal méd. Bordeaux", 25 de marzo de 1925.  Riviére, Dr. Marcos: Les interventions dans les grossesses extra-utérines et la inórale catholique, en Bull. Soc. méd. St. Lúe., 1931, 1 161. 
Vincent, Dr. Eugenio: L'avortement doit-il étre soumis a une législation nouvelle, en Bull. Soc. méd. St. Luc., 1908, pág. 109.
Doctor Henri Bon
MEDICINA CATOLICA

Otros milagros de San Vicente Ferrer

Rolando Bondic, marinero, estuvo siete años muy trabajado con un ahogamiento de pechos, que no podía resollar sino con grande angustia. Tomó para estos las medicinas que pudo, y al cabo, en el año de 1453, se determinó de dejarlas todas como cosas desaprovechadas. Pasado un mes que no tomaba medicina alguna, como se sintiese muy trabajado, se fue al sepulcro del Santo y allí oró con devoción, y nunca más sintió aquella enfermedad.
Enrique, carnicero de los arrabales de Vannes, tuvo un hijo de tres meses no más, que se hinchó de tal manera que él, de puro mohino, se fue al sepulcro del Santo, tres veces en un día, rogándole que le sanase su hijo o le alcanzase de Dios que se muriese. Y no defiendo su oración, porque no sustento aquí conclusiones de casos de conciencia. Pero a la tercera vez que volvió a su casa, halló a su hijo riendo, y tras la risa súbitamente se murió. Bien tenía de qué reír y holgarse aquel angelito pues salía de este miserable cautiverio e iba a gozar de nuestro Dios para siempre.
A una mujer se le hicieron unas hinchazones y apostema tras la oreja derecha, y con ellas vino a perder la vista del ojo izquierdo, y aun del derecho se podía ver muy poco. Cayéronsele todos los cabellos y tenía todo el cuero de la cabeza como quemado. Debía ser esa enfermedad la que decimos de lamparones y aquí en Valencia se llama porcellanes. Estúvose así diez días la pobre sin comer, y no bebió sino una copa de agua en todos ellos; mas no por eso sintió algún alivio. Finalmente, su madre la llevó al sepulcro del Santo e hizo allí oración por ella con estas palabras: Maestro Vicente, si vuestra alma está en el cielo, como yo creo, rogad por la salud de mi hija, para que a lo menos dentro de tres días esté sana. A esta oración añadió cierto voto. Al otro día la mujer vio de los dos ojos y cesó su enfermedad, ni aquellas apostemas le salieron más, sino que sanó antes de los tres días.
A otra mujer de Bretaña se le hinchó la cara tanto que perdió la vista y estuvo cuatro días sin comer ni beber (porque la dieta era muy ordinaria medicina entre aquella gente); al cabo, hizo voto a San Vicente de ofrecerle una cara de cera si la curaba. Y en continente comenzó a ver y la hinchazón se le fue deshaciendo. Pero, después de quince días, volvió a recaer en la mesma enfermedad, porque había tardado en cumplir su voto; y así, conociendo su negligencia, prometió otro tanto que la primera vez y, pasados tres días, cobró salud.
Juan Anahelet estuvo dos años bien cumplidos enfermo de dolor de corazón y de pecho, con gran tos; por estas enfermedades no podía estar en la cama sino sentado, con el trabajo que cada cual puede pensar por ser la enfermedad tan larga. Pero, en fin, acordó de pedir favor al glorioso Santo y en no más de dos días estuvo sano.
Cerca del año del Señor de 1420, un hombre noble llamado Rodulfo de Bosco peleaba en el ejército del rey de Francia contra el de Inglaterra, que tenía su campo en Normandía, y como hubiese dado en manos de los ingleses, fue por ellos muy maltratado y echado en un lago o pantano como muerto, porque estaba muy herido. Estúvose allí como media hora, sin ver, ni hablar, ni moverse; mas, cobrando ánimo, levantó la cabeza y vióse rodeado de ingleses que se ocupaban en acabar de matar a otros franceses y bretones, compañeros de este Rodulfo, que estaban en el mesmo lago. Visto esto, túvose a si mesmo por muerto, y así se encomendó a Nuestra Señora de las virtudes y al maestro Vicente, rogándoles le favoreciesen, que él prometía visitar la imagen de Nuestra Señora de aquella invocación y el sepulcro del maestro Vicente y ofrecer allí algún presente. Apenas había hecho el voto, cuando vió a una parte del lago a un caballo ensillado y enfrenado, como a punto de caminar. Y aunque él estaba tan fatigado y maltratado, tomó fuerza con el favor de nuestra Señora y de San Vicente para levantarse e ir hacia el caballo, el cual se estaba muy quedo y esperándole muy domésticamente y le dejó cabalgar como si fuera su propio dueño. Y aun dice aquel testigo que estaba tan a su propósito como si él lo hubiera hecho aparejar de aquella manera. De suerte que no fué menester detenerse nada, sino ponerse luego en cobro; proveyendo Nuestro Señor que los ingleses no le pudiesen haber a manos.
Una mujer que había visto al Santo predicar en Dinanno, que está no muy lejos del obispado de Vannes, un año después de su muerte tuvo por espacio de más de un mes la cara muy sangrienta y sarnosa. Las medicinas que buscó no fueron parte para sanársela, sino que con ellas se le hinchó y encendió grandemente. Entonces ella prometió al maestro Vicente de ir a visitar el lugar donde él había predicado en la ya dicha villa. Luego sintió en la cara algún refresco y blandura, y después, cumplido el voto, estuvo muy buena.
Juan Quelas, un poco tiempo después de la muerte del duque Francisco de Bretaña, tenía un pleito en el consejo ducal de Bretaña contra Juan de Vannes; y debía de ser este otro tan poderoso, que él no halló en tres días quien quisiese abogar en su favor contra el otro (disfavor bien ordinario de algunos letrados para los pobres y menesterosos). Al cuarto día fuese al sepulcro de San Vicente y rogóle que quisiese proveerla en aquella necesidad. Salido de allí, encontró con un abogado, el cual no solamente tomó la causa de buena gana, mas luego la despachó a favor de su cliéntulo. Aquí quiero notar de paso que, según mi cuenta, este duque Francisco, de quien se ha hecho mención en este milagro, es aquel de quien escribe el papa Pío II en su Europa, en el capítulo de Francia, un otro caso bien semejante a los que nuestros españoles suelen contar del Rey don Fernando IV de Castilla y del rey don Pedro, también IV, pero de Aragón.
No solamente hizo el santo muchos milagros con los hombres, pero también con los animales brutos. En especial refiere un pobre hombre en el proceso que tuvo un buey suyo tan malo por espacio de seis semanas, que no podía comer. Buscó por muchas partes remedios para sanarle y no pudo hallar cosa que fuese al proposito. Y como sea verdad que tanto es un buy para un pobre villano que gana la vida con sus labranzas y trabajos, cuanto una ciudad para un rey. Con esa congoja encomendó al glorioso Santo su animal, y prometió ofrecerle no más de cinco dineros, y súbitamente sanó el buey.
Fray Justiniano Antist
VIDA DE SAN VICENTE FERRER

miércoles, 30 de mayo de 2012

¿SON NUESTROS "HERMANOS SEPARADOS" LOS PROTESTANTES? (8 y último)

APENDICE I .
Lutero con los protestantes, afirman que ellos le dieron a conocer al pueblo las sagradas Escrituras y los modernistas o progresistas predican a gritos que sólo después del Concilio Vaticano II, la Iglesia le hizo llegar al pueblo el texto de las sagradas Escrituras. Nada de esto es cierto. Esas afirmaciones son mentirosas. Eso se le dice a un pueblo ignorante que se manipula para llevarlo al error y a condenar a la Iglesia de antes del cacareado Concilio Vaticano. Veamos:
En el siglo II, los coptos tradujeron la Biblia a su idioma vernáculo. En Etiopía se hizo lo mismo en el siglo IV. Las versiones árabes que existen, datan del siglo VIII al XIII. Las versiones siríacas datan del año 460, 466 y 616. Esta última realizada por Pablo de Telia. El corepíscopo Policarpo, tradujo la Biblia en 508. La versión armenia hecha por Taciano es del siglo V. La versión geórgica es del siglo VI. La versión eslava es hecha en 869 por San Cirilo y en 885 por San Metodio. La versión gótica hecha por el Obispo Ulfilas es del año 381. Las versiones latinas anteriores a la Vulgata son varias, y la misma Vulgata de San Jerónimo. 
Además, alrededor de setecientos tratados de distintos autores sobre la Vulgata existen antes del siglo IX, y reproducciones completas vienen a probar la labor de la Iglesia para difundir la Biblia entre los fieles. Entre esas reproducciones completas, están: Turonensis o Pentateuco de Tours (siglo VI), Biblioteca Nacional de París; el Codex Sangallensis (Evangelios) del siglo VI en San Gallen; Codex Fuldensis (Nuevo Testamento) del siglo VI en Fulda; el Codex Otobonianus (Heptateuco) del siglo VII que está en la Biblioteca Vaticana; el Codex Foroiuliensis (Evangelios) del siglo VII en Cividale; Codex Oxoniensis (Evangelios) del siglo VII, en la Biblioteca Bodleiense de Oxford; el Codex Dunelmensis (Evangelios) del siglo VII-VIII en Durham; el Codex Lindisfarnensis (Evangelios) del siglo VII-VIII en el British Museum; el Codex Amiatinus (Biblia completa), del siglo VIII, que está en la Biblioteca Laurenciana de Florencia; la Biblia de Mordranme del siglo VIII; la Biblia Toletanus; la Biblia Cavensis del siglo IX; la Biblia Vallicellianus del siglo IX; el Codex Laudianus (Deuteronomio y Ruth) del siglo XI; la Biblia Complutensis del siglo IX; la Biblia Legionensis del siglo X, etc. 
En el año de 1860, animado por el Papa Pío IX, Carlos Versellone después de profundos estudios sobre los originales textos de San Jerónimo, publicó, una obra en varios volúmenes que abarcaban del Génesis a Reyes, llamada VARIAE LECTIONES VULGATAE LATINAE BIBLIORUM EDITIONIS. Dos sabios ingleses, Wordsworth, obispo de Salisbury, y Enrique J. White, hasta 1889, publicaron largos estudios bíblicos, y en 1907 el Papa San Pío X, nombra una comisión pontificia para la revisión y estudio de la Biblia.
La Biblia fue uno de los primeros libros traducidos al francés en el siglo XII, aunque ya desde los siglos VIII y IX se leían versiones en latín. Hay traducciones en el dialecto normando que datan del año 1100. Existe la Biblia Ang1o-normanda del siglo XIV, la Biblia del Rey Juan el Bueno, la Biblia de Carlos V, la de Févre de Etaples del siglo XVI, la Biblia de Sacy del siglo XVII, la de Claire y Crampón de 1871 y 1894 respectivamente, etc.
Había además, 19 ediciones de la Biblia en idioma alemán, entre las que están: versión de Faust and Schoffer, 1462, Maniz; la de Johan Mentelin, 1466, Estrasburgo; la de Pflanzmann, 1475, Augsburgo; la de Andreas Frizner, 1470, Nurenberg; la de Gunter Zainer, 1470, Augsburgo; la de Antón Sorg, 1477, Augsburgo; la de Antón Koburger, 1483 Nuremberg; otra de Antón Koburger, 1485, Estrasburgo; la de Hans Setro Schansperger, 1487, Augsburgo; la de Hans Otmar, 1507, Augsburgo; la de Silvan Otmar, 1518, Augsburgo. 
Juan Gensfleisch, conocido comúnmente como Gutenberg, no inventó la imprenta como se cree, pues ya era conocida antes de que naciera, pero asociado con Juan Fust y con Schoefer, la perfeccionaron y su sistema de impresión con letras movibles. El imprimió la Biblia llamada "de cuarenta líneas" y el Salterio. Murió en 1468.
¿Se han notado las fechas anteriores a Lutero de versiones a disposición del pueblo?. Muchos católicos envenenados por los progresistas han llegado a creer que la Iglesia impedía la lectura de la Biblia, pero esta es una calumnia de los protestantes y de los progresistas. Se ha dicho otra cosa contra la Iglesia que se me hace estúpida. Que encadenaba las biblias en las bibliotecas. Antiguamente los libros eran encadenados en las bibliotecas. Un libro valía una fortuna y años de trabajo esforzado. 
Todos los libros de la Biblioteca de Florencia, por ejemplo, como los de Malatesta en Cesena estaban encadenados. Los ricos señores cuando morían dejaban sus biblias y otros libros costosos a las bibliotecas públicas, para que el pueblo los leyera libremente. Eran encadenados para evitar robos irreparables a fin de que el pueblo leyera con libertad. Así lo hizo/ por ejemplo Federico de Heildelberg y el Conde de Ormond. También los protestantes encadenaban sus biblias. En las bibliotecas protestantes de Manchester, Cirencester y Llandadarm, apenas en el siglo XIX, los libros fueron desencadenados y las biblias que allá había.
La Biblia en un libro católico. No es un libro protestante. La Iglesia la formó, la cuidó, la defendió y se preocupó porque llegara a través de la historia a todos los hombres. 
La Biblia inicialmente estaba dividida en libros solamente. Su división en capítulos es de apenas del siglo XIII. Se debe a Esteban Langton (que murió en 1228), profesor de la Universidad de París, luego Arzobispo de Cantorberry y luego Cardenal de la Iglesia. Esta división fue introducida primero en la Biblia llamada "Parisiense" y luego con la aprobación de la Iglesia, en todas las Biblias, hasta en las protestantes. 
Aún así, era complicado el manejo de la Biblia, por lo que en 1551, -¡antes de Lutero!-, el célebre impresor Roberto Estienne y el fraile dominico Pagnini la dividen toda en versículos con la aprobación de la Iglesia, lo cual permanece hasta nuestros días incluso en las biblias protestantes. ¡Vergüenza les debería de dar a los jefes protestantes mentir tan cínica y descaradamente manteniendo a sus fieles en la ignorancia!, ¡vergüenza les debería dar a los progresistas decir que la Iglesia descubrió la Biblia luego del Concilio Vaticano II!. 
La Iglesia lo que reprobó con suma dureza es la lectura o difusión de las sagradas Escrituras mutiladas o alteradas y sobre esto hay innúmeros documentos del Magisterio -que ahora no mencionaremos-, porque si a alguna institución se debe que la Biblia haya llegado a nuestros días sin alteraciones, es exclusivamente a la Iglesia Católico Romana y no a esa caterva de herejes que sueltos o en monton, la han mutilado o alterado hasta llegar a lo estúpido.

APENDICE II.
Una de las banderas de los protestantes contra la Iglesia, e increíblemente una cantinela repetida como cacatúas por los católicos envenenados por las doctrinas esparcidas por el Concilio Vaticano II es que la Iglesia escondió la Biblia al pueblo. Vamos a ver si esto es cierto:
SAN CLEMENTE ROMANO, año 102 decía: "Vosotros, amados hijos, sabéis bien las sagradas Escrituras, tenéis profundo conocimiento de la Palabra de Dios. ¡Guardadlas para recordarlas!". (Epístola a los Corintios, 53) .
SAN POLICARPO DE ESMIRNA, año 156: "Confío en que estén bien versados en las sagradas Escrituras" (Epístola a los Filipos).
SAN JUSTINO MARTIR, año 165: "Siempre nos acompaña nuestro caudillo, la Palabra de Dios" (Epístola a los Griegos, 5).
SAN IRENEO, OBISPO, año 180: "Leed con el mayor empeño el Evangelio..." (En Contra Heréticos, 4, 66).
CLEMENTE DE ALEJANDRIA, año 200: "En la lectura de las sagradas Escrituras, el uno, se fortalece en la fe, el otro, en las costumbres, el tercero, renuncia a la superstición" (Comentario al II de Para1ipómenos , 49 ) .
ORIGENES, año 254: "Ojalá que todos cumpliéramos lo que está escrito. Escudriñad las Escrituras" (En Sobre Isaías, Cap. 7).
SAN CIPRIANO, año 256: "El cristiano que tiene fe, se dedica a la lectura de las sagradas Escrituras" (En Sobre los Espectáculos).
¿No es un consejo que cobra actualidad contra esas legiones de hombres que no solamente pierden tantas horas sentadas frente a la televisión o frente a la computadora, sino que se están envenenando el alma con tanta inmoralidad que por medio de esos medios electrónicos penetran hasta los más íntimos lugares de la familia y del alma?, ¿quién es capaz en nuestro tiempo de detener esa paganización y esa bestialización de los hombres?.
SAN ANTONIO ABAD, año 356: "Empéñate en leer las sagradas Escrituras, porque ellas te darán amparo" (Instrucción a los monjes).
SAN HILARIO DE POITIERS, año 366: "Dios habla para nosotros y no para sí, en la redacción de Sus Escrituras". (Explicación al Salmo 126) .
SAN ATANASIO, año 373: "La Palabra de Dios no se aleje de tu boca, ni de día ni de noche. En todo tiempo consista tu obra en la meditación de las sagradas Escrituras" (Tratado sobre las vírgenes, 12).
SAN EFREN, año 373: "Cuida de leer frecuentemente los Libros Sagrados. Si no sabes leer, recurre a otra persona de la cual puedas oirlos" (Sermón 60).
SAN BASILIO, año 379: "Obedezcamos el mandato del Señor. Es ne cesario escudriñar las Escrituras" (Del Bautismo, 4).
SAN CIRILO, año 386: "Recrea tu alma con la lectura de los Santos Libros, especialmente en este tiempo de Cuaresma" (Catequesis I).
SAN GREGORIO NAZIANCENO, año 389: "Adquiere los grandes tesoros de ambos Testamentos... emplea toda tu aplicación y celo en leerlos pues en ellos podrás aprender cómo servir al único y verdadero Dios, con ánimo devoto" (Carm. I - I - 12).
SAN AMBROSIO DE MILAN, año 397: "No deje nuestra alma de dedicarse a la lectura de las sagradas Letras" (De Abraham, 5).
SAN JUAN CRISOSTOMO, año 407: "Es necesario no sólo oír la lectura de las sagradas Escrituras en la iglesia, sino leerlas también en casa y hacer que la lectura sea provechosa" (Sobre el Génesis, 9). "La verdadera causa de nuestros males es la ignorancia de la Palabra de Dios" (Ep. ad Col. 2). "Aunque no entendáis los secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura es saludable" (Sobre Lázaro, 3).
SAN JERONIMO, año 420: "Ignorar las Escrituras, es ignorar al mismo Cristo". (Prólogo sobre Isaías). "Relee con frecuencia las sagradas Escrituras, aún más, que el Libro santo no se aparte jamás de tus manos. Nos alimentamos con Cristo, no solamente en el Misterio, sino también leyendo las Escrituras" (Ep. 52, 7).
SAN AGUSTIN, año 430: "Leed las sagradas Escrituras porque en ellas encontraréis normas sobre lo que habéis de hacer y evitar" (Sermón 48). Sin embargo, dice en su carta a Honorio XX, 17: "¿Puede haber algo más orgullosamente temerario que pretender conocer los Libros Santos que contienen los secretos divinos, sin el auxilio de quienes son sus propios intérpretes?". En Sobre San Juan, 26, 12, dice: "El verdadero Cristo se haya entre nosotros, tanto en la Palabra (en la Biblia), como en la Carne (o sea en la Eucaristía)".
SAN GREGORIO MAGNO, año 604: "¿Qué otra cosa es la sagrada Escritura, sino una carta que el Señor todopoderoso ha querido por su bondad dirigir a la creatura?. Aprende por la Palabra de Dios..." (Carta a Teodoreto, 31).
SAN ISIDRO, año 636: "El camino que conduce a Cristo es la sagrada Escritura" (Del Sumo Bien, I, 13).
SAN BEDA, año 735: "Te ruego encarecidamente que te dediques en primer lugar a la lectura de los Libros Sagrados" (Cart. a Wigbert).
PAPA NICOLAS PRIMERO, año 867: "Exhorto a los fieles al descanso dominical para que el cristiano pueda dedicarse a la oración y ocuparse de la sagrada Escritura" (Epist. a los búlgaros).
SAN PEDRO DAMIAN, año 1072: "Dedícate siempre a la lectura de la sagrada Escritura. Entrégate enteramente a esto. Vive y persevera en ello" (Epist. a Steph., 29).
SAN ANSELMO, año 1109: "Nuestro sermón resulta sin provecho... si no tiene su fuente y orientación en las sagradas Escrituras.
SAN BERNARDO, año 1153: "Si te combaten ejércitos de enemigos, toma la espada del espíritu que es la Palabra de Dios, y con ella, fácilmente alcanzarás la victoria" (Sermón 14).
HUGO DE SAN VICTOR (teólogo), año 1141: "La sagrada Escritura es como un maestro público que siempre ha de estar en medio del pueblo" (Miscel, I).
PAPA INOCENCIO III, año 1216: "Acudamos a las sagradas Escrituras, cada vez que tengamos que luchar con graves tentaciones" (Sermón Cuar. III Dom.).
PAPA GREGORIO IX, año 1241: "Todos tienen que leer o escuchar las sagradas Escrituras, siendo que está probado que la ignorancia de la Escritura ha originado muchos errores y herejías" (Ep. 6 ad Gerranum).
ALEJANDRO DE HALES (teólogo) año 1245: "El fin de toca especulación teológica es penetrar profundamente en el conocimiento :e la sagrada Escritura" (Sum. T. p. 1).
SAN BUENAVENTURA, año 1274: "Todo nuestro saber debe tener como fundamento el conocimiento de las sagradas Escrituras" (En Las Artes y la Teología).
PAPA CLEMENTE V, durante el siglo XIV, por su iniciativa se enseñaba públicamente el griego, el hebreo, el caldeo y el árabe. En Roma se establecieron incluso, escuelas al aire libre. Se ordenó lo mismo a las universidades católicas de Oxford, Bolonia y Salamanca. La de París también se sumó a este movimiento. La intención de este gran Papa, era hacer brotar por el estudio de estas lenguas un conocimiento más profundo de las sagradas Escrituras. También propuso este Papa que se leyeran las sagradas Escrituras en sus lenguajes originales.
TOMAS DE KEMPIS, año 1471: "Así que me diste como a enfermo, su sagrado Cuerpo... y pusiste para guiar mis pasos, una candela que es Tu palabra. Sin estas dos cosas, ya no podría yo vivir bien" (Imitación de Cristo, IV, 2 ) .
PAPA ADRIANO VI, año 1523: "Aunque no quiero obligar a nadie a leerlos, tampoco puedo eximir a todos la lectura de las sagradas Escrituras" (Crítica, 121).
SANTA TERESA, año 1582: "Llegados a verdades de las sagradas Escrituras, hacemos lo que debemos. De devociones a bobas, líbrenos Dios" (Vida, XIII) .
SAN FRANCISCO DE SALES, año 1622: "El gustar de la Palabra de Dios, es señal bastante segura de la salud espiritual del alma".
MGR. J. J. OLIER, sulpiciano, año 1650: "La sagrada Escritura es un copón en el cual Dios ha querido esconderse para entregarse a nosotros".
PASCAL, año 1662: "En la Escritura hay bastante luz para iluminar a los cue buscan a Dios" (Pensamientos).
MONS. J. B. BOSSUET, año 1704: "El Cuerpo de Cristo en el adorable Sacramento no es más real que la verdad de Jesucristo en la predicación del Evangelio" (A la visitación).
PAPA PIO VII, año 1823: "Nada puede ser más provechoso, más consolador y más confortable para el pueblo, que leer las sagradas Escrituras" (Carta a los Obispos Ingleses).
TORRES AMAT, obispo y autor de una versión de la Biblia, año 1847: "La Iglesia siempre ha querido y procurado que los fieles lean y mediten las sagradas Escrituras" (Sobre las Escrituras).
Si fuera verdad que la Iglesia ha escondido la Biblia al pueblo, ávida de poder y de hacer lo que le viene en gana, ¿no te parece que sería estúpido esconder un libro en el que se apoya su autoridad divina que manda al pueblo obedecerla?, ¿no son más bien los estúpidos quienes afirman esto?.
E. LACORDAIRE, año 1861: "Su vida espiritual me inspira un temor, y es que Ud. no lea nunca, o lea sin provecho las sagradas Escrituras" (Carta a un joven).
CARDENAL GIBBONS, año 1884: "No será necesario recordaros que la sagrada Escritura debe ser el más precioso tesoro en cada hogar, y el que ha de usarse con más frecuencia y cariño" (Concilio de Baltimore).
PAPA LEON XIII, año 1903: "Los que deben defender la verdad Católica, sea entre los doctores o entre los ignorantes, no encontrarán er ninguna parte enseñanzas tan amplias como en las sagradas Escrituras" (Encíclica Providentissimus) .
SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS, año 1897: "En cuanto a mí, ya no encuentro nada en los libros, si no es en el Evangelio. Este libro me basta" (Novíssima Verba).
PAPA SAN PIO X, año 1914: "Queriendo renovarlo todo en Cristo nada deseamos más, que nuestros hijos se acostumbren a tener la sagrada Escritura para la lección cotidiana".
PAPA BENEDICTO XV, año 1922: "Los más preciosos servicios se prestan a la causa católica, por aquellos que en diversos países han puesto y ponen lo mejor de su celo en difundir...el Nuevo y el Antiguo Testamento" (Spiritus Paraclitus). En una carta a la organización inglesa THE CATHOLIC TRUTH SOCIETY, afirmaba este Papa: "No fue motivo de pequeño consuelo para el Santo Padre, el conocer la obra de la Sociedad y su diligencia en propagar mas y más los ejemplares de las sagradas Escrituras y de los Evangelios, multiplicando esos ejemplares para que lleguen a las manos de todos los hombres de buena voluntad... De todo corazón, por consiguiente, Su Santidad bendice a todos aquéllos que han puesto su cooperación en tan exelente trabajo: y encarecidamente exhorta a todos a perseverar con ardor en tan santa empresa".
L. CL. FILION: "Los sacerdotes no se dan cuenta perfecta del bien que puede producir en los laicos, la lectura de las sagradas Escrituras hecha con buenas disposiciones" (Etudes, B. 107).
CARDENAL DUBOIS: "Demasiado tiempo se ha descuidado el uso diario de la lectura de los Libros santos, como alimento espiritual" (Prefacio de la Biblia).
CARDENAL GOMA, año 1938: "El primer deber del predicador, es estudiar las sagradas Escrituras" (Biblia y Predicación).
MONS. LUIS CIVARDI: "Se impone un retorno a los orígenes, es necesario abrir el libro de los Evangelios" (Dirección de Acción Católica) .
PAPA PIO XII, año 1958: ¿Qué cosa hay más sublime que escudriñar, explicar, exponer...la Palabra misma de Dios, dada a los hombres por inspiración del Espíritu Santo?. Vivir entre esto, sólo esco buscar, ¿no parece así ya habitar en la Tierra el Reino de los Cielos? (Encíclica Divino Aflante).
En en el libro protestante COMPENDIO MANUEL DE LA BIBLIA, Pág. 16 y siguientes, se dan testimonios a favor de la lectura y conocimiento de las sagradas Escrituras de hombres famosos en la historia humana. La inmensa mayoría de estos testimonios son de católicos-romanos.
Los testimonios que he aportado, no son ni lejanamente exaustivos. ¡Hay mucho más, mucho más en increíble cantidad!. ¡Cómo se atreven los protestantes a decir que la Iglesia Católica ha prohibido la lectura de la Biblia, o que le ha escondido la Biblia al pueblo!. Se necesita ser muy ignorante para decirlo. Y ¿cómo se atreven los progresistas a decir que la Iglesia después del Concilio Vaticano II "descubrió" la Biblia?, ¿no han llegado algunos hasta a decir que esto se lo debemos los católicos al Protestantismo?.
Es cierto que luego del Concilio Vaticano II se ha promovido la lectura de la Biblia, pero en una forma desviada que está arrancando la Fe al pueblo y que está destruyendo la unidad de Doctrina y la unidad de espíritu requerida por San Pablo, por los Apóstoles y por el mismo Cristo. Basta comprender la técnica que están usando para lograr esto.
Primero, se promueven los grupos en los que "dizque" se estudian las sagradas Escrituras. Como es de suponer, esa cantidad de grupos bíblicos, no pueden ser supervisados en ninguna forma. Suponiendo que veinte grupos de estos se reúnen un día a estudiar sobre el mismo texto, a discutir y a expresar diversísimas opiniones, que no son más que los sistemas luteranos de la libre interpretación personal, llevados a estos grupos católicos de "estudio"
¿Cuál puede ser el resultado de esta baraúnda?, pues muy sencillo. Que los reunidos en cada una de esa células, salen con muy distinta opinión y doctrina deducidas del mismísimo texto. ¿No es esta una verdadera atomización de la Iglesia propiciada por los mismos que se dicen sus pastores?, ¿esto es progreso, es esto un avance en el conocimiento de la Palabra de Dios, o lo que está sucediendo realmente es que la confusión de Babel nos está invadiendo por todas partes, reforzada por la soberbia humana que quiere imponer las propias opiniones y por ese prurito moderno de seguir opiniones más que doctrinas?, ¿qué ha producido el Vaticano II que haya sido provechoso para la Iglesia?.


La bestializada humanidad de hoy, ha perdido el interés por las cosas del espíritu y participa con excelencia de los cinco sentidos con cinco animales: del lince la vista; del cerdo el oído; de la mona el gusto: del buitre el olfato; de la araña el tacto.

LINS VISU; SUS AUDITU; SIMIA GUSTU;
VULTUR  ODORATUS; PRAECELLIT ARANEA TACTU.

CON CRISTO O CONTRA CRISTO

 CON CRISTO O CONTRA CRISTO
R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga
 (Páginas 1-6)

Pbro. Moisés Villegas R.
Apdo. Postal #1.
Hermosillo Sonora
Julio 27 de 1966.

Rev. Padre:
Por encargo del Excmo. Sr. D. Juan Navarrete he remitido a S. R. el comentario que anteriormente había enviado al Excmo. Sr., para su consideración. Adjunto encontrará el documento de aprobación del Sr. Navarrete para que dicho comentario sea divulgado en esta Arquidiócesis.
Espero que todo llegue a sus manos a entera satisfacción.

Quedo de S. R. Afmo. en Cristo.
Pbro. Moisés Villegas R.


Hemos leído con detención y ponderado seriamente los conceptos expresados por el Dr. D. Joaquín Sáenz Arriaga en su comentario a los artículos del Sr. Josep Koddy (Revista look, Enero 25 de 1966), acerca de la Declaración que el Concilio Ecuménico Vaticano II ha hecho sobre el problema judío, y nada hemos encontrado que de alguna manera se oponga al Dogma Católico. Por esta razón autorizamos al expresado Sr. Pbro. y Doctor Sáenz Arriaga para que divulgue su opusculo en esta Arquidiocesis.

Hermosillo, Son., Julio 23 de 1966.

JUAN NAVARRETE
Arz. de Hermosillo.



DOS PALABRAS DE INTRODUCCION
Al escribir este comentario, hemos buscado tan sólo el servicio de Dios. Nos pareció irritante el que nuestros enemigos ataquen la indefectibilidad de la Iglesia y quieran hacer pensar al mundo que ellos con su dinero y con su intriga han podido cambiar la doctrina católica. Yo creo en la Iglesia de los Papas y de los Concilios, no en la Iglesia de un Papa o de un Concilio. Es absurdo querer desvincular las enseñanzas dogmáticas, disciplinares o pastorales del Concilio Vaticano II de la contextura veinte veces secular de la doctrina apostólica, de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, de la doctrina de los Concilios y de los Papas precedentes, de la doctrina secular de toda la teología católica. Cualquier progreso, que desconozca el pasado, no es progreso, sino ruina y destrucción; cualquier sentido contrario al que los dogmas han tenido, no es interpretación, es claudicación.
Si los teólogos progresistas pueden escribir y defender sus locuras, creo que hay derecho también para que la voz de la tradición doctrinaria pueda escucharse. Creo en la Iglesia, cuyas notas distintivas son: "Una, Santa, Católica y Apostólica". Y la Apostolicidad de la Iglesia significa precisamente esto: su indeficiente tradición que, arrancando de los Apóstoles y de la Iglesia primitiva, conserva incólume el Depósito de la Divina Revelación.
Esa doctrina tradicional de la Iglesia, que rudimentaria, pero claramente aprendí en mi familia y en el Instituto de Ciencias del Sagrado Corazón de Jesús en Morena, (de los Hermanos de las Escuelas Cristianas) quedó después esclarecida y arraigada en mi alma en la sólida formación filosófica y teológica de la antigua y santa Compañía de Jesús.

Pbro. Dr. Joaquín Sáenz y Arriaga.


Los dos últimos esquemas conciliares de la Declaración, publicados por la revista LOOK.
El primero fue aprobado el 20 de noviembre de 1964, el segundo lo promulgó Paulo VI, el 28 de octubre de 1965.
1) Texto aprobado el 20 de noviembre de 1964:
"Este Sínodo, al rechazar las injusticias de cualquier clase, que en cualquier ocasión se hagan a los hombres, teniendo en cuenta el común patrimonio (entre judíos y católicos), deplora, más aún, condena, el odio y la persecución contra los judíos, ya haya sido hecha, en tiempos pasados o ya se esté haciendo en nuestros días".
"Procuren, pues, todos, que en la enseñanza del catecismo y predicación no se enseñe nada que pueda traducirse en odio o desprecio a los judíos en el corazón de los cristianos. Que nunca presenten al pueblo judío como rechazado, maldito o reo del Deicidio. Todo lo que sufrió Cristo en su pasión en manera alguna puede atribuirse a todo el pueblo (judío) que entonces vivía y muchos menos el pueblo (judío) que ahora vive".

2) La Declaración promulgada el 28 de octubre de 1965:
 "Aunque las autoridades judías y aquellos que les seguían presionaron para obtener la muerte de Cristo (cf. Juan XIX, 6), sin embargo, lo que sufrió Cristo en su pasión no puede ser atribuido, sin distinción alguna, a los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Aunque la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, los judíos no deben presentarse como rechazados de Dios o malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura. Vean, pues, todos, que en la obra catequista o en la predicación de la palabra de Dios no se enseñe nada que sea inconsistente con la verdad del Evangelio y con el espíritu de Cristo.
"Mas todavía, la Iglesia, que rechaza cualquier persecución contra cualquier hombre, teniendo presente el común patrimonio con los judíos y movida no por razones políticas, sino por el espiritual amor del Evangelio, deplora el odio, las persecuciones y los movimientos de anti-semitismo, que hayan sido promovidos contra los judíos en cualquier tiempo y por cualquier persona".

martes, 29 de mayo de 2012

Carta «Quarto abeunte saeculo»

De León por la divina Providencia Papa XIII,
a los Arzobispos y Obispos de España,
de Italia y de ambas Américas
Sobre Cristóbal Colón
 

1. Al cumplirse cuatrocientos años desde que un hombre ligur, con el auspicio de Dios, llegó por primera vez a las ignotas costas que se encuentran al otro lado del Océano Atlántico, los hombres desean con ansias celebrar la memoria de este evento de grato recuerdo, así como ensalzar a su autor. Y ciertamente no se encontrará fácilmente causa más digna de mover los ánimos e inflamar las voluntades. En efecto, este evento es por sí mismo el más grande y hermoso de todos los que tiempo alguno haya visto jamás; y aquél que lo realizó es comparable con pocos hombres por la magnitud de su valor e ingenio. Por obra suya emergió de la inexplorada profundidad del océano un nuevo mundo: cientos de miles de mortales fueron restituidos del olvido y las tinieblas a la comunidad del género humano, fueron trasladados de un culto salvaje a la mansedumbre y a la humanidad, y lo que es muchísimo más, fueron llamados nuevamente de la muerte a la vida eterna por la participación en los bienes que nos trajo Jesucristo.
Europa, atónita por el milagro y la novedad de este súbito suceso, ha conocido después, poco a poco, cuánto le debe a Colón, cuando debido al establecimiento de colonias en América, los asiduos viajes, los intercambios comerciales, los negocios marítimos, se abrió increíblemente el acceso al conocimiento de la naturaleza, y al bien común, y creció con ello de modo admirable el prestigio del nombre de Europa.
Así pues, en tan grandiosa manifestación de honor, y entre tal sinfonía de voces agradecidas, la Iglesia ciertamente no ha de permanecer en silencio, sobre todo cuando ha tenido por costumbre e institución suya aprobar gustosamente y tratar de fomentar todo cuanto haya visto de honesto y laudable. Ésta conserva los singulares y mayores honores a las virtudes más destacadas y que conducen a la salvación eterna del alma. No por ello, sin embargo, desdeña o estima en poco a las demás; más aún, con gran voluntad ha solido siempre promover y honrar de modo especial los méritos obtenidos por la sociedad civil de los hombres, también si han alcanzado la inmortalidad en la historia. Admirable, en efecto, es Dios sobre todo en sus santos; no obstan te, su divino poder deja también huellas en aquellos en quienes brilla una fuerza extraordinaria en el alma y en la mente, pues no de otro lugar viene a los hombres la luz del ingenio y la grandeza del alma, sino tan sólo de Dios, su Creador. 

2. Hay además otra causa, ciertamente singular, por la que creemos que se ha de recordar con grata memoria este hecho inmortal: Colón es de los nuestros. Si por un momento se examina cuál habría sido la causa principal que lo llevó a decidir conquistar el mar tenebroso, y por qué motivo se esforzó en obtenerlo, no se puede poner en duda la gran importancia de la fe católica en el inicio y realización de este evento, al punto que también por esto es no poco lo que debe a la Iglesia el género humano. 

3. En efecto, no son pocos los hombres fuertes y experimentados que tanto antes como después de Colón buscaron con esfuerzo pertinaz tales tierras ignotas y tales aún más ignotos mares. Su memoria es y será justamente predicada por su fama y el recuerdo de sus beneficios, ya que propagaron los fines de las ciencias y de la humanidad, e incrementaron la común prosperidad, no fácilmente, sino con gran esfuerzo, y no raramente a través de inmensos peligros.
Ocurre, sin embargo, que hay una gran diferencia entre aquéllos y aquel de quien hablamos en esta ocasión. Una característica distingue principalmente a Colón: al recorrer una y otra vez los inmensos espacios del océano iba tras algo mucho más grande y elevado que todos los demás. Esto no quiere decir que no lo moviese en nada el honestísimo deseo de conocer o de ser bien apreciado por la sociedad humana, o que desdeñase la gloria, cuyas penas más ásperas suelen estar en los hombres más valerosos, o que despreciase del todo la esperanza de obtener riquezas. No obstante, mucho más decisiva que todas estas razones humanas fue para él la religión de sus padres, que ciertamente le dio mente y voluntad indubitables, y lo proveyó a menudo de con stancia y solaz en las mayores dificultades. Consta, pues, que esta idea y este propósito residían en su ánimo: acercar y hacer patente el Evangelio en nuevas tierras y mares. 

4. Esto podrá parecer poco verosímil para quien reduzca su pensamiento y sus intereses a esta naturaleza que se percibe con los sentidos, y se niegue a mirar realidades más altas. Por el contrario, suele suceder que los más grandes ingenios desean elevarse cada vez más, y así están preparados mejor que nadie para acoger el influjo y la inspiración de la fe divina. Ciertamente Colón unió el estudio de la naturaleza al de la religión, y conformó su mente a los preceptos que emanan de la íntima fe católica. Por ello, al descubrir por medio de la astronomía y el estudio de los antiguos la existencia hacia el occidente de un gran espacio de tierra más allá de los límites del orbe conocido, pensaba en la inmensa multitud que estaría aún confusa en miserables tinieblas, crueles ritos y supersticiones de dioses vanos. Triste es vivir un culto agreste y costumbres salvajes; más triste es carecer de noticia de mayores realidades, y permanecer en la ignorancia del único Dios verdadero. Así pues, agitándose esto en su ánimo, fue el primero en emprender la tarea de extender al occidente el nombre cristiano y los beneficios de la caridad cristiana. Y esto se puede comprobar en la entera historia de su proeza.
Cuando se dirigió por primera vez a Fernando e Isabel, reyes de España, por miedo a que rechazasen emprender esta tarea, les expuso con claridad su objetivo: para que creciera su gloria hasta la inmortalidad, si determinasen llevar el nombre y la doctrina de Jesucristo a regiones tan lejanas. Y habiendo alcanzado no mucho después sus deseos, dio testimonio de que pidió a Dios que con su gracia y auxilios quieran los reyes continuar en su deseo de imbuir estas nuevas costas con el Evangelio. Se apresuró entonces a dirigir una carta al Sumo Pontífice Alejandro VI pidiéndole hombres apostólicos. Allí le dice: confío, con la ayuda de Dios, en poder algún día propagar lo más ampliamente posible el sacrosanto nombre de Jesucristo y su Evangelio. Juzgamos que también debe haberse visto transportado por el gozo cuando al retornar por primera vez de la India escribió desde Lisboa a Rafael Sánchez que había dado inmortales gracias a Dios por haberle concedido benignamente tan prósperos éxitos, y que había que alegrarse y vitorear a Jesucristo en la tierra y en el cielo por estar la salvación ya próxima a innumerables gentes que estaban antes perdidas en la muerte. Y para mover a Fernando e Isabel para que sólo dejasen que cristianos católicos llegaran hasta el Nuevo Mundo e iniciaran las relaciones con los indígenas, les dio como motivo el que no buscaba nada más que el incremento y la honra de la religión cristiana. Esto fue comprendido excelentemente por Isabel, que entendió mejor que nadie el propósito de este gran varón. Más aún, se sabe que esta piadosísima mujer, de viril ingenio y gran alma, no tuvo sino el mismo propósito. De Colón afirmó que con gusto se dirigiría al vasto océano para realizar esta empresa tan insigne para gloria de Dios. Y cuando retornó por segunda vez escribió a Colón que habían sido óptimamente empleados los aportes que había dado a las expediciones a las Indias, y que habría de mantenerlos, pues con ellos habría de conseguir la difusión del catolicismo. 

5. De otro modo, si no hubiese sido por esta causa mayor que toda causa humana, ¿de dónde podría haber obtenido la constancia y la fortaleza de ánimo para soportar, incluso hasta el extremo, cuando tuvo que soportar y sufrir? Sabemos que le eran contrarias las opiniones de los eruditos, los rechazos de los hombres más importantes, las tempestades del furioso océano, las continuas vigilias, por las que más de una vez perdió el uso de la vista. Experimentó guerras con los bárbaros, la infidelidad de sus amigos y compañeros, infames conspiraciones, la perfidia de los envidiosos, las calumnias de sus detractores, los grillos que le impusieron siendo inocente. Por necesidad tendría que haber sucumbido ante tan grandes sufrimientos y ataques, si no lo hubiese sostenido la conciencia de la hermosísima tarea, gloriosa para el nombre cristiano y saludable para una infinita multitud, que sabía que iba a realizar.
Que esto sucedió así lo ilustra admirablemente cuanto sucedió en aquel tiempo, pues Colón abrió el camino a América en un momento en que estaba cercana a iniciarse una gran tempestad en la Iglesia. Por eso, en cuanto sea lícito considerar los caminos de la Providencia a partir de los eventos acontecidos, parece que este adorno de la Liguria nació por un designio verdaderamente singular de Dios, para reparar los daños que en Europa se infligirían al nombre católico. 

6. Llamar al género de los Indios a la vida cristiana era ciertamente tarea y misión de la Iglesia. Y ciertamente la emprendió en seguida desde el inicio, y sigue haciéndolo, habiendo llegado recientemente hasta la más lejana Patagonia. Por su parte, Colón orientó todo su esfuerzo con su pensamiento profundamente arraigado en la tarea de preparar y disponer los caminos al Evangelio, y no hizo casi nada sin tener como guía a la religión y a la piedad como compañera. Conmemoramos realidades muy conocidas, pero que han de ser declaradas por ser insignes en la mente y el ánimo de aquél hombre. A saber, obligado por los portugueses y por los genoveses a partir sin ver cumplida su tarea, se dirigió a España y maduró al interior de las paredes de una casa religiosa su gran decisión de meditada exploración, teniendo como compañero y confesor a un religioso discípulo de San Francisco de Asís. Siete años después, cuando iba a partir al océano, atendió a cuanto era preciso para la expiación de su alma. Rezó a la Reina del Cielo para que esté presente en los inicios y dirija su recorrido. Y ordenó que no se soltase vela alguna antes de ser implorado el nombre de la Trinidad. Luego, estando en aguas profundas, ante un cruel mar y las vociferaciones de la tripulación, era amparado por una tranquila constancia de ánimo, pues Dios era su apoyo.
El propósito de este hombre se ve también en los nombres mismos que puso a las nuevas islas. Al llegar a cada una, adoraba suplicante a Dios omnipotente, y tomaba posesión siempre en el nombre de Jesucristo. Al pisar cada orilla, lo primero que hizo fue fijar en la costa el sacrosanto estandarte de la Cruz; y fue el primero en pronunciar en las nuevas islas el divino nombre del Redentor, que a menudo había cantado en mar abierto ante el sonido de las murmurantes olas. También por esta causa empezó a edificar en la Española sobre las ruinas del templo, y hacía preceder las celebraciones populares por las santísimas ceremonias. 

7. He aquí, pues, adónde miraba y qué hizo Colón al explorar tan grandes extensiones de mar y tierra, inaccesibles e incultas hasta esa fecha, pero cuya humanidad, nombre y riqueza habría luego de crecer rápidamente a tanta amplitud como vemos hoy. Por todo ello, la magnitud del hecho, así como la importancia y la variedad de los beneficios que le siguieron, demandan ciertamente que sea celebrada con grato recuerdo y todo honor; pero ante todo habrá que reconocer y venerar de modo singular la voluntad y el designio de la Eterna Sabiduría, a quien abiertamente obedeció y sirvió el descubridor del Nuevo Mundo. 

8. Así pues, para que el aniversario de Colón se realice dignamente y de acuerdo a la verdad, ha de añadirse la santidad al decoro de las celebraciones civiles. Y por ello, tal como cuando se recibió la noticia del descubrimiento se dio públicamente gracias a Dios inmortal y providentísimo por indicación del Sumo Pontífice, así también ahora consideramos que se haga lo mismo para renovar la memoria de este feliz evento. Decretamos por ello que el día 12 de octubre, o el siguiente día domingo, si así lo juzga apropiado el Ordinario del lugar, se celebre después del Oficio del día el solemne rito de la Misa de la Santísima Trinidad en las iglesias Catedrales y conventuales de España, Italia y de ambas Américas. Confiamos asimismo en que, ade más de las naciones arriba mencionadas, las demás realicen lo mismo por consejo sus Obispos, pues cuanto fue un bien para todos conviene que sea piadosa y gratamente celebrado por todos. 

9. Entre tanto, deseándoles los bienes divinos y como testimonio de Nuestra paternal benevolencia, os impartimos de corazón, a vosotros Venerables Hermanos, lo mismo que a vuestro clero y pueblo, la bendición apostólica en el Señor.
Dado en Roma, en San Pedro, el día 16 de julio del año 1892, decimoquinto de Nuestro Pontificado.
León PP. XIII

MARTIRIO DE SAN MARINO, CENTURION, BAJO GALIENO


(Eus., HE, VII, 15 ss,)
El año 259 o, a más tardar, el 260, Valeriano cae prisionero del rey de los persas, Sapor I, el poderoso sasánida que soñaba reconstruir bajo su cetro el antiguo imperio de Darío. Aquel inmenso desastre a orillas del Eufrates, que estuvo a punto de poner en manos del rey persa todo el Asia romana, fué juntamente el más ignominioso oprobio que jamás sufriera el nombre romano. 
El rey Sapor, entre vituperios y risas, hacía doblar la espalda al mísero cautivo para poner sobre ella su planta vencedora siempre que tenía que montar a su coche o a su caballo. A su muerte, le arrancan la piel, la tiñen de púrpura y la cuelgan, como trofeo, en sus bárbaros templos. Los embajadores romanos de tiempos posteriores tuvieron que pasar por el sonrojo de contemplar aquel lerrible remedo de la púrpura imperial que sus seculares enemigos se complacían en mostrarles "para que no confiaran demasiado en sus fuerzas".
Galieno, hijo de Valeriano, asociado hacía siete años al Imperio, se guardó muy bien de seguir por el camino de su padre en su trato a la Iglesia. Impresionado quizá por su trágica suerte y cediendo muy probablemente a blandas sugerencias femeninas (su mujer Salonina se ha pensado fuera cristiana), el nuevo emperador se apresuró a devolver la paz a la Iglesia, publicando un edicto de libertad o tolerancia que pudo haber adelantado en medio siglo la era constantiniana. Galieno, sin embargo, estaba muy lejos de ser un Constantino.
Por de pronto, la unidad del Imperio estaba deshecha. En las Galias, con adhesión de España y Bretaña, imperaba Postumo. En las provincias danubianas había tomado la púrpura un antiguo general de Valeriano, el ambicioso Auréolo, con quien, de momento, hubo de pactar Galieno. En Oriente, el cruel e insaciable Macriano, genio malo que fuera del infortunado Valeriano, traidor suyo en el momento de la catástrofe, acaba de recibir la autoridad suprema del ejército de Asia o, más bien, había dado la púrpura a sus dos hijos, reservándose él gobernar efectivamente en su nombre. En la turbia época del infausto siglo III, conocida con el nombre de "los treinta tiranos", la paz promulgada por Galieno se mantuvo en todo el Occidente; pero, dueño Macriano de Oriente, la persecución, o, por lo menos, el estado de inseguridad, se prolongó allí, y a su tiempo de dominio, 261-262, hay que referir el martirio de San Marino, oficial cristiano del ejército, cuyo relato nos da Eusebio. Es del tenor siguiente:

Martirio de San Marino.
Por este tiempo, a pesar de que las Iglesias gozaban de paz por todas partes, en Cesarea de Palestino, Marino, que pertenecía a la oficialidad del ejército, hombre además notable por su familia y riquezas, fué decapitado por haber dado testimonio de Cristo. La ocasión fué la siguiente: El sarmiento es entre los romanos una insignia de honor que distingue a los centuriones. Vacando una plaza de este grado, la situación de Marino le llamaba a este ascenso; mas, cuando ya estaba a punto de recibirlo, se presentó otro ante el tribunal, acusándole de ser cristiano y negarse a sacrificar a los emperadores; por lo que, conforme a las antiguas leyes, no tenía derecho a dignidad alguna de los romanos; a él, en cambio, le correspondía aquel puesto. El juez (éste era Aqueo) se sintió impresionado sobre el caso y, ante todo, interrogó al propio Marino que dijera su sentir. Marino confesó constantemente que era cristiano, y en vista de ello, Aqueo le concedió tres horas de plazo para reílexionar.
Saliendo fuera del tribunal, acercóse Teotecno, obispo de Cesarea y, entrando en conversación con él, le llevó de la mano a la Iglesia. Dentro ya del templo, paróse ante el altar, y levantando un pliegue de la clámide de Marino, le mostró la espada que llevaba colgada, a par que le presentaba el libro de los divinos Evangelios. Entonces el obispo mandó al soldado que escogiera entre Evangelio y espada lo que hubiera decidido. Mas él, sin vacilar un momento, tendió su diestra y tomó el libro divino.
Mantente, pues—le dijo entonces Teotecno—, mantente asido a Dios, y quiera Él que alcances, fortalecido por su gracia, lo que has escogido, y vete en paz.
En el momento mismo en que salía de la Iglesia, el pregonero le llamaba nuevamente ante el tribunal, pues había expirado el plazo concedido. Y, en efecto, presentándose ante el juez, manifestó todavía mayor fervor en confesar su fe, por lo que conducido, tal como estaba, al suplicio, consumó el martirio.
Con esta ocasión, se recuerda un caso de religioso valor de Astirio. Pertenecía éste al orden senatorial, gozaba del título de amigo de los Augustos y era conocido de todos tanto por su nobleza como por su fortuna. Astirio se halló presente a la ejecución del mártir y, consumado el martirio, cargando sobre sus hombros el cadáver, sin hacer caso de la blanca y preciosa túnica que vestía, lo trasladó a la sepultura, donde le hizo exequias dignas de su riqueza. De Astirio cuentan mil otras cosas maravillosas sus familiares y conocidos que han alcanzado nuestro tiempo...