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sábado, 28 de abril de 2012

Advertencia a los Padres para la educación de sus hijas.

Si tienes hijas, dice el Espíritu Santo, enséñalas el temor santo de Dios, y guarda sus cuerpos, no sea que te afrenten y te confundan (Eccl., VII, 20). No les muestres alegría de rostro, sino severidad benigna, para que no se crien liberales, sino modestas y muy atentas.
Antes les enseñarás a llorar que a reir, y que guarden modestia en sus ojos, para mirar con encogimiento y rubor; porque la muerte del alma entra por los ojos del cuerpo, dice en sus lamentos Jeremías, para perder a los jóvenes fuera de casa, y a las doncellas hacerlas combates con sus canciones y entretenimientos alegres.
A tales risas el Sabio desengañado las llamó errores, y a las alegrías las dijo, que eran engañosas. Y para la buena crianza de las hijas dijo, que el corazon de los padres sabios estaba en la tristeza, y el corazon de los padres estultos y necios se hallaba en la nimia alegría (Eccli., II, 2).
El hombre necio, como cosa de risa, juzga las prudentes y discretas advertencias, y riéndose comete muchas maldades, dice un proverbio de Salomon; y esto principalmente sucede con mujeres jóvenes, cuyo escándalo y espiritual ruina se tiene por entretenimiento y jocosidad de buen humor; pero el astuto enemigo no pierde ocasion alguna para la perdición de las almas. 
La hija suelta y audaz confunde a su pobre padre, dice el Espíritu Santo (Eccli., XXII, 5), por lo cual importa mucho tener cuidado a los principios, cuando tiene lugar el remedio; porque si se dejan crecer con malos vicios, se hará irreparable su perdición. Hay una hija mejor que otra, dice el sagrado texto, y también puede haber una hija peor que otra. Por esto te desvelará el cuidado de tu hija, para que no proceda de mal en peor, y a ti te confunda, y ella se pierda (Eccli., XXXVI, 23).
Atiende a tus hijas, y obsérvalas los pasos, porque en ellos conocerás si comienzan a perderse, y si son puros ó viciados sus pensamientos. Esta señal te da el Sabio; guíate por ella, y no te descuides en cosa que tanto te importa (Prov , XX, 11).
Cuida en tu hija el mirar de los ojos, que por ellos se conoce el estado del corazon y afectos del alma, y no la dejes de corregir hasta los ápices desordenados que advirtieres en ella (Eccli., XXVI, 11). No te dejes engañar de confianzas insipientes y necias; sino recélate lo peor, para que lu hija esté mas segura, y no se precipite en alguna ruindad. 
El fuego lujurioso no se puede esconder en el pecho, dice el Sabio, sin que se conozca en lo exterior. Anda con cuidado no sea que suspires engañado, cuando la decencia de tu hija y la tuya no tengan remedio.
La maldad de la mujer se conoce en la mutación de su rostro, dice el Espíritu Santo (Eccli., XXV, 24); y pues tienes la señal, no te descuides en lo que tanto te importa; porque la honra de tu hija es la tuya.
La infeliz Tamar no estuvo segura en la casa de su padre David (II Reg., XIV, 16). Teman los padres que no son tan santos, ni sus casas tan autorizadas, y no se pierdan de confiados; porque en el paño mas precioso se hace mas irreparable la fea mancha.  
No estaba léjos de sus padres la incauta de Dina; y por dejarse llevar de curiosidades peligrosas fué atropellado su honor, y se hizo público su delito, siendo hija de unos padres justificados y virtuosos. Todo quedó escrito para enseñanza de los mortales, dice san Pablo (Gen., XXXIV, 1 et seq.); y este caso enseña a velar a los padres que tienen hijas.
No se admire el padre discreto, si su hija disoluta le despreciare, dice el Espíritu Santo (Eccli., XXVI, 14), ni por eso desista de sus frecuentes correcciones; para que si la hija se perdiere, no sea por la culpa de su padre descuidado, y tenga que alegar en la presencia divina, que ya hizo de su parte cuanto le fué posible para el bien de su hija.
El desvelo prudente del padre cuidadoso con su hija, ha de ser muy disimulado; pero no ha de dormir a todas horas, no sea que su hija de pocos años, se haga en la malicia de muchos, y despues en la casa de su marido se haga despreciable y aborrecible, con rubor y confusion de su padre (Eccli., XIII, 9).
La hija recibe de su padre la vida temporal, y no conviene que la deje perder la vida eterna (II Par., XXII, 3). En la primera contrajo la deuda de cuidar de la segunda; esta, como mas importante, pide mayores cuidados.
Acuérdense los padres insipientes del cautiverio infeliz de las hijas de Sion, porque un santo profeta dice, padecieron esta desventura por los graves pecados de sus padres (Bar., IV, 14).
Acuérdense también los descuidados padres de aquellos hombres infelices que ofrecían sus hijas a los demonios; no sea que imitándolos en la tiranía con su mala crianza, lloren como ellos su perdición eterna (Deut., XII, 31).
El padre culpable en la perdición de su hija, es causa y ocasion de inumerables pecados; porque una vez perdida, se hace común a todos, y con ella se contamina la tierra, dice la divina Escritura (Levit., XIX, 29).
Verdad es que hay algunas hijas tan inquietas y malas, que no basta todo el cuidado de un pobre padre para reprimirlas, y seria conveniente que el padre resuelto las escupiese en la cara, dice el sagrado texto, para que ellas se confundiesen con el rubor de su fealdad, y pusiesen raya a sus malos pasos (Num., XII, 14).
El Espíritu Santo dice, que se pongan guardas a las hijas, y que sean guardas firmes y seguras: Firmam custodiam. Y no especificándose de quién, se han de guardar, debe entenderse que de todos, del doméstico, del pariente, del vecino, del anciano, y de todo hombre viviente. La infeliz Tamar no estuvo segura en la casa de su santo padre David, ni pudo fiarse de un hermano suyo, como nos lo dice el sagrado texto. (II Reg., XIII, 10 et seq.)
Los grandes y patentes peligros fácilmente se conocen y se previenen. Dios nos libre, y las madres libren a sus hijas de otros peligros disimulados, que por increíbles, y que parecen pequeños, no se advierten, y son causa de muchas ruinas espirituales. Estas son las vulpejas párvulas, que destruyen a muchas almas que son las viñas estimadas del Señor; de quienes habla Salomon en el misterioso libro de sus Cánticos.
La prudente madre ha de ser como la mujer fuerte; de la cual se dice en los Proverbios, que considera vigilante todas las sendas y caminos de su casa, por donde se pueden perder sus hijas: Consideravit semitas domus suae; y no duerme jamas a sueño suelto y sin cuidado, miéntras no tiene a sus hijas acomodadas y fuera de peligro.
El ingenioso político don Francisco Manuel Tesauro dijo, que a las señoras de este calaminoso tiempo les eran mas dañosas sus amigas, que sus enemigas; porque sus enemigaa no las sacaban de su casa, ni las llevaban a visitas, donde se perdian sus hijas; y aun las madres andan como descasadas, estando tanto tiempo fuera de su casa, segun lo advierte gracioso el venerable Palafox.
No permitan las madres a sus hijas, que tengan ni lean libros de comedias, que traten de amores profanos; porque la experiencia nos enseña, que son muy perjudiciales a la juventud. Los libros han de ser para edificación y consuelo espiritual, que para esto los tenían los insignes Macabeos (I Mac., XII, 9). Y soy de firme dictamen, que no conviene para la buena crianza de las hijas el enseñarlas a escribir.
Las habilidades de danzar, tañer y cantar, no acomodan a las mujeres; porque todos los hombres cuerdos quisieran para mujer propia a una señora, que ni hubiera sido vista ni oida, ni hubiera hecho ruido en el pueblo con semejantes habilidades, sino que profesase modestia y retiro, y supiese gobernar bien su casa. La danzante disoluta Herodias ya sabemos los escandalosos males que hizo (Matth., XIV, 6).
La señora doncella, que ha de ser perfectamente virgen, dice san Basilio, ha de tener puros y virginales todos sus sentidos, ojos, oídos, boca, manos y movimientos: Virgo sit virginis auditus, visus, gustus, et tactus, motusque omnis. En todo ha de ser modesta y recatada la hija de buenos padres, que la crian como deben criarla.
Si la enseñanza necesaria para que las hijas aprendan a leer, puede hacerse por aplicación de otra mujer, no la encomienden a hombre ninguno; para que del todo se cierren las puertas, y se quiten las ocasiones aun al remoto peligro. Así dispuso Dios nuestro Señor enviar una mujer inteligente para la enseñanza de las mujeres de su pueblo escogido: Misit Mariam ad docendum mulieres, dice la edición caldaica (Mich., VI, 4).
El apóstol san Pablo previene lo mismo, y dice, que las mujeres de mas años, que saben leer, enseñen a las jóvenes, y estas las atiendan a sus maestras (Tit., II, 4). Y un docto político dice lo mismo: Puellae a viris non instruantur, si possint habere mulieres, quae eas docere valeant.
No permitan las madres que sus hijas asistan en conversaciones largas con ningún género de hombres; y aun cuando en las noches dilatadas del invierno concurren a conversaciones los vecinos, tengan este cristiano desvelo, para que las hijas y criadas estén con el debido retiro; porque la vista, el pensamiento y el deseo distan muy poco, como dice san Gregorio Nacianceno. Justo es prevenir el daño antes que suceda.
El Espíritu Santo dice, que antes de la enfermedad apliques el preservativo: Ante languorem adhibe medecinam. La ocasion engendra la pasión, y la pasión precipita el efecto, y no atiende a la razón. La madre prudente que quisiere tener segura a su hija, apártela de ocasiones, aunque parezcan remotas; y créame, que este es el único remedio para tan deseado fin de la mayor seguridad de sus hijas.
Adviertan asimismo las prudentes madres, que muchas veces vuelvan a su casa de la iglesia y de la visita política ántes del tiempo que en su casa lo piensan, para que si la criada y la hija pensaban estar seguras de la venida de su señora, vean por la experiencia que no pueden fiarse, y vivan con este cuidado que el Señor quiere tengamos todos de su venida.
Las madres virtuosas y cristianas eviten cuanto puedan el criar perrillos de faldas, y créanme harán un grande servicio a Dios nuestro Señor, mortificándose en esto; y la comida de los perrillos estará mas bien empleada en los pobres de Cristo. Los que son mayores, ya sirven de mayor utilidad y servicio de su amo, como el de Tobías.
A ninguna hija se la permita especial amistad con alguna de las criadas; no solo por las discordias y emulaciones, que de tales amistades particulares resultan en la familia, sino también por otros inconvenientes que se siguen, y porque la hija dista mucho de la criada para secretearse con ella y profesar amistad íntima confidencial, como entre dos personas iguales.
En todas los familias se ha de celar mucho, que ningún varón, sea pequeño ó sea grande, trate con frecuencia, ni comunique (sino lo sumamente indispensable y preciso) con ninguna mujer; por lo que ya tenemos advertido. Háganse divisiones santas conforme a la voluntad de Cristo nuestro Señor (Matth., X, 5).
Jamás permita la madre a su hija, por muy niña que sea alga con su tema en cosa alguna, aunque parezca de leve momento; porque el Sabio dice, que si la criatura se la deja vivir a su voluntad, después confundirá a su madre (Prov., XX, 5).
Este punto de la buena crianza de las hijas es tan gravísimo, que según escribe san Clemente papa, estando para morir el príncipe de los apóstoles san Pedro, que era su maestro, le llamó aparte, y le dijo, que cuidara del bien espiritual de las doncellas, y de que sus padres las casasen a su tiempo, aunque se privasen de aquella parte de hacienda que las habían de dar, porque así se evitarían gravísimos pecados, y la condenación eterna de muchas almas (Ap. Vit. Vet. P. tom. i). Esta doctrína me ha puesto en asombro, mas que todo cuanto dejo escrito en este libro.
En algunas casas infelices se verifica lo que dice Salomon en sus Proverbios, que son camino del infierno: Viae inferni domus ejus. Y en otro capítulo dice lo mismo: Inclinata est enim ad mortem domus ejus, et ad inferos semitae ipsius; porque son padres insensatos y fatuos, que de cosa ninguna les pasa cuidado, y sus hijas viven como quieren, y no cuidan mas de acomodarlas, que si no fuesen hijas suyas.
A semejantes padres indignos amenaza Dios por uno de sus profetas, y les dice, que le buscarán, y no le hallarán, porque engendraron hijos ajenos (Osae, V, 7). Y dice ajenos, porque no tienen mas cuidado de ellos que si no los hubiesen engendrado, y no los crian para Dios, sino para el demonio. Pierden sus almas, y pierden las de sus hijos.
Asi parece la sucedió a aquella madre infeliz, de la cual se refiere, que era muy aficionada a músicas, visitas, galas y vanidades, y en todo la seguía sus malos pasos una hija suya; pero cuando menos pensaba vino la ira de Dios sobre ella, y poniéndose a morir, a cuantos la exhortaban para que se volviese a Dios, respondía rabiando, que no quería, porque ella estaba ya condenada (Carab., lect. 4). Así mueren las malas madres, que teniendo hijas viven así, perdiendo sus almas y las de sus infelices hijas.
La virtud mas necesaria en una doncella es la modestia; y conviene que por extremada, a todos sea notoria, según la doctrina del apóstol san Pablo: Modestia vestra nota sit ómnibus (Philip., VII, 5), para que si en el barrio sucede un escándalo, de la doncella tan recatada nadie crea cosa mala. Esto han de predicarlas buenas madres a sus hijas.
De la insigne Judith no habia en todo el pueblo quien dijese cosa mala: ¡singular privilegio de mujer afortunada! Pero tenia bien ganado su buen crédito, porque aun del bullicio de su misma casa se apartaba, como se dice en la divina Escritura (Jud., VIII).
Los ojos de la doncella han de ser como los de la paloma, y no como los del halcón, dice san Vicente Ferrer; porque el halcón es inquieto de ojos, y siempre está, traveseando con ellos en continuo movimiento, mirando sin quietud a una parte y a otra.
Las hijas ventaneras luego son notadas de ociosas y bulliciosas. Acuérdense de la desgraciada hija de Jacob, que por curiosa perdió su reputación, y puso en empeño ruidoso a toda la casa de su santo padre. Aquellas hijas inquietas, que en sintiendo el menor ruido en la calle, luego están en la ventana, deben ser reprendidas de sus madres, dice el mismo san Vicente.
La doncella recatada jamas ha de tocar la mano a ningún hombre, aunque sea, como dicen, sin mal fin. El apóstol san Pablo dice, que es bueno el no tocar a la mujer: Bonum est mulierem non tangere (1 Cor., VII, 1); y por lo mismo será bien que la mujer modesta no toque la mano del hombre. Los juegos de manos entre hombres y mujeres tienen muchos peligros, y no parecen bien.
Ya está condenada por escandalosa la falsa doctrina, que enseñaba que el ósculo del hombre con la mujer, que solo es por delectación carnal y sensible, sin otro fin de pasar a torpeza mayor, no era pecado. Esta mala doctrina se condenó por el sumo pontífice Alejandro séptimo (Prop., XI). Los mundanos extranjeros, que quieren introducir en España sus abusos, respondan al texto sagrado de san Pablo, y a la proposicion condenada de Alejandro.

R.P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA

viernes, 27 de abril de 2012

CEREMONIAS

Sacramentales y ceremonias. Catedrales. Incienso. Velas. Vía-crucis. Salir a misa. La señal de la cruz. Agua bendita. La ceniza. Los ramos. Campanas. Escapularios. Medallas.
 
¿Qué diferencia hay entre un sacramento y un sacramental?
Los sacramentos son siete. Los instituyó Jesucristo, y la Iglesia no tiene poder alguno para cambiar la sustancia de ninguno de ellos. Cuando son recibidos dignamente, confieren infaliblemente gracia por virtud propia. Los sacramentales no son más que ritos instituidos por la Iglesia, la cual los puede modificar y aun abolir. No dan gracia por sí mismos, sino que dejan ésta a merced de la devoción personal de los que los usan, mirando siempre a la intención de la Iglesia, manifestada en sus oraciones oficiales. Los sacramentales pueden mover a Dios a que conceda gracias actuales especiales que ayuden a vivir una vida cristiana más arreglada, como serían, entre otros, la bendición nupcial para los casados y la tonsura para los clérigos. Pueden protegernos contra las acometidas de Satanás y arrojar los espíritus malignos, como los exorcismos y el agua bendita. Con ellos dedicamos una cosa al servicio de Dios, como la bendición de una iglesia, de un altar, de un cáliz, etc. Asimismo tienen virtud para perdonarnos los pecados veniales moviendo el alma a penitencia, como la oración del Padrenuestro, el Yo pecador y la señal de la cruz. Finalmente, los sacramentales pueden alcanzarnos de Dios favores temporales si nos conviene, como la bendición, de una casa particular y la bendición de los campos y cosechas.
 
¿Por qué tienen los católicos tantas ceremonias tontas, vacías de todo significado? El culto entre los cristianos primitivos era sencillo; en cambio, hoy día la Iglesia católica tiene un ceremonial complicadísimo, ¿No pueden los cristianos adorar a Dios y darle culto sin ese cúmulo de ceremonias?
Sólo aquellos que ignoran el origen de las ceremonias católicas, o no saben su simbolismo, pueden llamarlas tontas y vacías de todo significado. No se dice una palabra, ni se hace un gesto, ni se ejecuta una acción que no tenga por fin levantar nuestro corazón a Dios y fomentar y aumentar nuestro amor hacia El. Claro está que se puede adorar a Dios y darle culto sin tantas ceremonias. Si un barco se estrella contra las rocas de una isla solitaria y los tripulantes se ven forzados a vivir en aquella isla cierto espacio de tiempo, pueden adorar a Dios allí y crecer más y más su amor sin las ceremonias de la Iglesia. No olvidemos que en los primeros siglos, cuando arreciaban las persecuciones de los Césares, los cristianos estaban dispensados de casi todas las ceremonias. Entonces se veían obligados a decir misa en los establos, en las cavernas de los montes, en casas particulares y dondequiera que podían reunirse sin ser descubiertos. Por eso era tan simple el ritual en los tiempos apostólicos. Aun en las mismás catacumbas no podían extenderse demasiado en ceremonias, pues andaban en su busca los esbirros del emperador para prenderlos y condenarlos a muerte. Si, pues, las ceremonias eran entonces simples y breves, se debía a la necesidad más que a la devoción.
Es de todos sabido que los hombres manifestamos con señales exteriores los sentimientos internos. Así, por ejemplo, un apretón de manos significa amistad; un beso significa amor y cariño, y con un puñetazo expresamos nuestra ira y furor. ¿Por qué, pues, no hemos de manifestar con señales exteriores el amor que profesamos a Dios y el odio que nos causa todo lo que va contra El? Las velas de los altares nos traen a la mente a Jesucristo, que es la luz del mundo, y nos avivan la fe en El; el humo del incienso nos trae a la memoria la oración; el lavatorio de los pies el día de Jueves Santo nos habla de la humildad, y la ceniza que recibimos el Miércoles de Ceniza nos recuerda la hora de nuestra muerte. Mostramos el amor que tenemos a una persona enviándole regalos, ya sea el día de su onomástica, ya con motivo de las Pascuas. Al ejército que vuelve victorioso y al aviador arrojado que atraviesa el océano de un solo vuelo se los agasaja con desfiles y condecoraciones. El hijo ausente envía flores a su madre y a la novia en prueba de que no las olvida. Finalmente, a los héroes de la patria se los honra con estatuas colosales levantadas en las plazas y jardines públicos. Ahora bien: ¿es justo que regateemos a Dios lo que tan profundamente concedemos a los hombres? Jesucristo está real y verdaderamente presente en los altares de las iglesias católicas. Por eso los católicos edificamos catedrales e iglesias suntuosas. Con ellas pretendemos honrar a Jesucristo y en ellas le adoramos y le rendimos vasallaje en mil maneras, enriqueciéndolas con los dones que El mismo se dignó darnos; oro, plata y flores, y los mejores productos del genio del hombre: música. pintura y escultura. Y en cuanto a las ceremonias, decimos que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento abundan en textos donde se describen varias clases de ceremonias. Basta leer los capítulos 26. 27 y 28 del Exodo, el Levítico y el Libro de los Números para ver hasta qué detalles descendía en este punto la ley mosaica. En el Nuevo Testamento leemos que Jesucristo: 
1.° se arrodilló para orar, se tendió en el suelo y miró al cielo para dar gracias (Luc XXII, 41; Marc XIV, 51; VI, 41);
2.° curó al sordomudo metiéndole el dedo en los oídos y tocándole la lengua con saliva. Al ciego también le curó tocándole con lodo hecho de saliva (Marc VII, 33; Juan IX, 6);
3.° alentó sobre los apóstoles y bendijo a sus discípulos cuando se alzó de la tierra para subir al cielo (Juan XXII, 22; Luc XXIV, 50).

Veamos, asimismo, que los apóstoles:
a) ungían con óleo a los enfermos y bautizaban con agua    (Marcos VI, 13; Hech II, 41);
b) ordenaban imponiendo las manos (I Tim IV, 14);
c) se valían de reliquias para obrar milagros (Hech XIX, 12), y
d) ejecutaban varias acciones simbólicas (Hech XXI, 11).

No negamos que haya aquí y allá católicos que hacen toda clase de ceremonias y no se resuelven a lo principal, que es confesarse y vivir en gracia; ni negamos que haya católicos que hagan la señal de la cruz y la genuflexión delante del Santísimo Sacramento sin parar mientes en lo que hacen. Pero de esto a decir que los católicos se satisfacen con un exteriorismo farisaico, hay un caos de diferencia. Sabemos, por otra parte, que muchos no católicos han salido de nuestros templos muy edificados de la compostura y recogimiento con que los católicos están en presencia del Santísimo Sacramento. Lo curioso, o por lo menos, lo ridículo, es que los que ponen dificultades contra las ceremonias católicas se complacen en el ritual de los masones y otras sociedades secretas. En cuanto a los reformadores protestantes, privados como fueron el siglo XVI de las ceremonias cristianas, buscan ahora ceremonias que ellos mismos inventan para satisfacer en algún modo el instinto natural del corazón.
 
¿Por qué gastan los católicos millares y millones de pesetas en levantar iglesias suntuosas, cuando alrededor de esas iglesias se amontonan las chozas y casas miserables de los pobres, que apenas tienen lo necesario para vivir?
Porque los católicos están persuadidos de que esas iglesias son la casa de Dios, y de que Jesucristo está en ellas real y verdaderamente presente. Los ricos del mundo levantan casas primorosas para dar en ellas la hospitalidad regia a sus esposas e hijos; .justo es, pues, que los católicos levantemos iglesias costosas para hospedar en ellas a nuestro Rey y Señor Jesucristo. Los judíos de la ley antigua contribuían magnánimamente con el oro y piedras preciosas que poseían, y así edificaron el magnífico templo (2 Paral III, 5), que, al fin y al cabo, no era más que una figura de las iglesias de la ley nueva. Esta pregunta nos trae a la memoria la escena de Judas Iscariote y la Magdalena. María Magdalena no vaciló en derramar sobre los pies de Jesús todo el vaso de ungüento precioso. Judas se malhumoró por esto, objetando que aquel ungüento podía haber sido vendido para dar el precio a los pobres (Juan XII, 3-8). No decía eso Judas porque a él le diesen cuidado los pobres, sino porque era ladrón, y pensaba quedarse con todo o parte del dinero. Pero Jesucristo, lejos de vituperar la acción de María, alabó a ésta por su amabilidad y generosidad.
La Iglesia católica ha sido siempre la defensora y remediadora universal de los pobres, y los sacerdotes católicos tienen siempre entrañas de caridad para los pobres y necesitados. El dinero gastado en la erección de los templos bien gastado está, pues es una prueba práctica del amor que la Iglesia tiene a Cristo y a los pobres, que son siempre bien venidos dentro de los templos católicos. Estos cristianos modernos que se excusan de ir a la iglesia, porque dicen que hacen oración fuera y se encomiendan a Dios en todas partes, en realidad de verdad ni hacen jamás oración ni se les ocurre nunca encomendarse a Dios. En cuanto a los incrédulos que prefieren dar el dinero a los pobres antes que darlo para la erección de una iglesia, decimos que lo que a ellos menos les interesa son los pobres; lo que les duele es que se dé culto externo a Dios, en quien no quieren creer, ni es raro descubrir en ellos un corazón de piedra para con los necesitados, imitando en esto a aquellos paganos de la antigüedad, que condenaban la limosna, porque con ella sólo se conseguía que los pobres alargasen más años su vida de padecimientos y miseria.
 
¿Por qué queman los católicos resinas olorosas durante los divinos oficios? ¿Qué es incienso?
Incienso es una sustancia aromática que se obtiene de una clase de árboles resinosos muy comunes en ciertos países tropicales de Oriente. Puesto sobre carbones encendidos, despide un humo abundante y de olor muy agradable. Es un símbolo de la oración del cristiano que sube a lo alto hasta el trono de Dios, y es agradable a sus ojos. El Salmista cantaba así: "Ascienda mi oración ante tu acatamiento, ¡oh Señor!, como el incienso" (Salmo 140, 2). Leemos que Moisés, por mandato de Dios, levantó un altar para ofrecer en él incienso (Exodo XXXI, 9), y había nombrado levitas especiales que tenían a su cargo ese altar (I Paral IX, 29). En el ritual judío el incienso desempeñaba un papel muy importante (Lev VI, 15); y aunque los escritores cristianos no nos hablan de él hasta el siglo IV (Egeria, Peregrinatorio, 2), la Iglesia primitiva debió de tomarlo de las ceremonias del templo (Apoc VIII, 3).

¿Por qué se encienden las velas durante el día en los altares católicos? ¿Por qué se encienden velas en los santuarios de los santos y alrededor de los cadáveres?
Cuando, en el siglo IV, Vigilancio, hereje, hizo esta misma pregunta, le respondió San Jerónimo que se encendían las velas durante el Evangelio "no para ahuyentar las tinieblas, sino en señal de gozo". San Lucas nos habla del "gran número de lámparas" que ardían en una estancia superior de Tróade, mientras San Pablo predicaba hasta la medianoche (Hech XXII, 7-8). Durante los primeros siglos se dio al bautismo el nombre de "iluminación", por el gran número de velas que ardían durante las ceremonias bautismales el Sábado Santo. Del emperador Constantino nos dice Eusebio que "transformó en luz meridiana la noche de la vigilia sagrada, encendiendo por toda la ciudad cirios gigantescos, al mismo tiempo que las lámparas iluminaban hasta los rincones más apartados, de suerte que esta vigilia mística vino a quedar más iluminada que el mismísimo día" (De Vita Const 4, 22). Según la tradición cristiana, la cera blanca de la vela simboliza la pureza de la carne de Jesucristo, la torcida es imagen de su alma santísima y la llama es figura de la personalidad divina del Verbo hecho carne, "la Luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Juan I, 9; VIII, 12). Las velas que arden en los santuarios de los santos simbolizan la plegaria y el sacrificio. En la Edad Media se usaba ofrecer a cierta ermita o santuario velas de la misma estatura del que esperaba obtener de Dios algún favor por intercesión del santo. Las velas que se ponen a los cadáveres simbolizan la fe del católico manifestada delante de los hombres por sus buenas obras. "Luzca vuestra luz delante de los hombres, de suerte que éstos vean vuestras buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre, que está en el cielo" (Mat V, 16).
 
¿Qué me dice usted de la ceremonia por la que "salen a misa" las madres que han dado a luz?
Esta ceremonia no es más que una bendición que da el sacerdote a las madres poco después de haber dado a luz. Probablemente, no es más que una reminiscencia del rito judaico de la purificación de las mujeres después de haber dado a luz (Lev 12). El contraste, sin embargo, de estos ritos es muy significativo; pues mientras que la madre judía recibía la bendición para quedar limpia de la mancha legal, la madre cristiana se presenta ante el altar para dar gracias a Dios por haber sobrevivido al parto. La ceremonia se reduce a recitar el salmo 23, más una bendición con el hisopo, y por fin esta hermosa oración: "Poderoso y eterno Dios, que por el parto de la Santísima Virgen María has cambiado en gozo los dolores de las que dan a luz; vuelve amable tus ojos sobre tu sierva que ha venido a tu templo gozosa para darte gracias, y concédela que después de esta vida, por los méritos e intercesión de la misma bienaventurada Virgen, tanto ella como su criatura merezcan alcanzar los gozos de la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo Nuestro Señor." Esta ceremonia no es en modo alguno obligatoria. El ritual la llama "costumbre piadosa y laudable" que se viene celebrando desde los primeros siglos del cristianismo.
 
¿Cuál es el origen y el significado del vía-crucis? 
El vía-crucis, o calvario, como le llaman en ciertas regiones, es una serie de cuadros o esculturas puestas en las paredes de las iglesias, aunque también pueden estar al aire libre, como puede verse en el Coliseo de Roma y otros sitios, y representan escenas de la Pasión. Las estaciones son catorce. Los católicos las recorren privada y públicamente en procesión, cantando himnos apropiados, rezando preces y meditando en los sufrimientos de Jesucristo durante su sagrada Pasión. Ya en los días del emperador Constantino se acostumbraba ir en peregrinación a Tierra Santa. San Jerónimo nos habla de las muchedumbres de peregrinos que iban a Jerusalén cuando él estaba allí. Para satisfacer la devoción de los católicos que no podían tomar parte en las peregrinaciones, San Petronio, en el siglo V, erigió en el monasterio de San Esteban, de Bolonia, varias capillas imitando las principales ermitas de Jerusalén. Al volver de Tierra Santa el beato Alvarez, en el siglo xv, levantó varias capillas en el monasterio de los dominicos de Córdoba, y pintó en las paredes las escenas principales de la Pasión. La erección de estaciones en las iglesias, tal como las vemos hoy, no se generalizó hasta fines del siglo XVII, cuando el Papa Inocencio XI concedió especiales indulgencias a los fieles que siguiesen a Cristo en el camino de la cruz.

¿Por qué se rocían los católicos con agua bendita, tanto en casa como al entrar en la iglesia? ¿No es ésta una superstición? ¿Dónde nos habla la Biblia de esta práctica?
Los católicos toman agua bendita para ahuyentar a los espíritus malignos y para traer a la memoria la pureza de corazón con que se deben presentar ante Jesucristo, que está real y verdaderamente presente en nuestros altares. El sacerdote, al bendecirla, echa en ella un poco de sal, que es símbolo de incorrupción e inmortalidad. Tomar agua bendita no es ninguna superstición, pues los católicos saben perfectamente que la virtud no está en el agua misma, sino en las oraciones de la Iglesia, que Dios escucha, y en la devoción del que la toma. San Pablo nos dice que: "Todas las criaturas de Dios son buenas..., pues son santificadas por la palabra de Dios y por la oración" (1 Tim IV, 4 5). La razón misma sugirió a los griegos y a los romanos que el agua, el elemento natural para limpiar, era símbolo de la pureza interior. Por eso la usaban frecuentemente en las ceremonias religiosas, así como para bendecir los campos, las ciudades y los ejércitos. Los judíos usaban con mucha frecuencia el agua bendita en el ritual, por ejemplo, en la ordenación de los sacerdotes y levitas (Exo XXIX, 4; Lev VIII, 6), antes de ofrecer el sacrificio (Exo XXX, 17), al acusar a uno de adulterio (Núm V, 17) y en las abluciones antes de las comidas y de las oraciones (Mar VII, 13). Entre el altar y el tabernáculo había una pila de bronce para las abluciones, bendecida con una bendición especial (Lev VIII, 11; Exo XXX. 18). En el templo de Salomón había diez pilas (3 Rey VII, 38). Siguiendo el mandato de Cristo, la Iglesia bautiza siempre con agua, y siguiendo el consejo del mismo Señor, acostumbra lavar los pies por devoción el día de Jueves Santo (Juan XIII, 8). De la bendición de la pila bautismal nos hablan San Agustín (serm 81) y San Ambrosio (Me Myst 3, 14). De la bendición del agua bendita con una oración para ahuyentar a los malos espíritus, nos hablan varios documentos del siglo IV, como las Constituciones apostólicas, el Testamento del Señor y el Pontifical de Serapión. San Epifanio habla de una cura milagrosa que se efectuó por el uso del agua bendita (Adv Haer 1, 30). En el siglo IV había en los vestíbulos de las iglesias cántaros con agua para lavarse las manos. Esto era muy natural, pues entonces la hostia no se depositaba en la boca, sino en la mano derecha. "Esté limpia—escribe San Jerónimo—esa mano que toca el Cuerpo de Jesucristo, y esté asimismo limpio el corazón que le recibe" (In Epist ad Tit). La pila de agua bendita que vemos hoy en nuestras iglesias data del siglo VI.
 
¿Por qué se les pone a los católicos ceniza en la cabeza el Miércoles de Ceniza?
La ceniza ha simbolizado siempre el llanto y el arrepentimiento (Jonás III, 5-0; Jer VI, 26). El Miércoles de Ceniza el sacerdote pone ceniza en la cabeza de los fieles diciendo al mismo tiempo estas palabras: "Acuérdate, hombre, de que eres polvo, y que en polvo te has de convertir", para recordar a los fieles que ya están en la Cuaresma, que es tiempo de ayuno y penitencia. Esta costumbre piadosa nació del deseo que tenían los fieles de participar, por devoción, en la humillación de los penitentes públicos de la Iglesia primitiva. Los penitentes entonces se vestían con sacos y se teñían con ceniza. Luego el obispo los expulsaba de la iglesia, en la que no eran admitidos hasta el día de Jueves Santo.
 
¿Por qué bendicen en las iglesias católicas ramos y palmas el domingo que precede a la Pascua?
El fin de esta ceremonia es recordar a los fieles la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén el primer Domingo de Ramos (Marc XI, 8). La romera española Egeria, que visitó Jerusalén el año 380, nos ha dejado una descripción muy viva sobre la procesión que allí tenía lugar el Domingo de Ramos. Dice así: "Después de largas oraciones, a eso de las seis se lee en voz alta aquel pasaje del Evangelio en que se dice que los niños con ramos y palmas alaban al Señor, gritando:"¡Bienaventurado el que viene en nombre del Señor!" A continuación se levanta el obispo, y con él todo el pueblo, y van en procesión hasta la cumbre del monte de los Olivos, todos a pie, precediendo el pueblo al obispo, y cantando salmos y antífonas, repitiendo siempre la estrofa: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" Y van todos los niños de los contornos con ramos y palmas, y los niños que no pueden aún andar son llevados en brazos. De esta manera vuelven a la ciudad trayendo en medio al obispo, como las turbas trajeron en otro tiempo al Señor."
 
¿Por qué bautizan los católicos las campanas? ¿No es esto una profanación del sacramento del Bautismo?
Nosotros no bautizamos a las campanas, las bendecimos, que no es lo mismo. A esta bendición se la suele llamar impropiamente "bautismo". La Iglesia jamás ha reconocido oficialmente esta expresión popular. Cierto que hay algún parecido superficial entre los dos ritos, como, por ejemplo, los exorcismos, el agua, la sal, la unción, la imposición del nombre, etc.; pero no hay en esta ceremonia nada que equivalga a la forma del bautismo.
 
¿Por qué llevan escapularios los católicos? Realmente, eso es una superstición, pues creen que con ellos se van a ver libres de todos los males.
Los católicos no creen, ni mucho menos, que el escapulario que llevan es una especie de panacea universal contra todos los males. El escapulario de lana, o la medalla, que desde 1910 le puede sustituir, no es más que una insignia de una fraternidad religiosa, asociada con alguna Orden religiosa, como los carmelitas, los servitas, los trinitarios, los pasionistas o los dominicos. Tiene la forma del escapulario monástico que esos religiosos llevan sobre la sotana. Los fieles que lo llevan participan en las obras buenas de la Orden, ganan indulgencias especiales y dan con eso muestras de ser devotos de Nuestro Señor, de la Virgen y de los santos.
 
Parece que la práctica de llevar medallas, como hacen los católicos, es una práctica supersticiosa, parecida a la costumbre pagana de llevar amuletos contra las enfermedades y peligros.
No hay tal superstición. Los paganos, ciertamente, atribuyen a sus amuletos un poder mágico contra las enfermedades, peligros y la misma muerte. Los católicos llevan medallas para honrar a Dios y a sus santos, para recordar con ellas ciertos artículos de la fe, o en señal de que son miembros de alguna cofradía piadosa. No atribuyen virtud alguna a la medalla; la llevan, sí, para fomentar la devoción. ¿Quién va a llamar supersticioso al hombre que lleva eri el ojal el retrato de su mujer? ¿O quién va a condenar al soldado que lleva una medalla ganada bizarramente en el campo de batalla? Entre las medallas más antiguas que se conocen está un medallón de bronce con los apóstoles San Pedro y San Pablo, descubierto en el cementerio de Domitila y atribuido por De Rossi al reinado de Alejandro Severo (220-235). En muchos de los vasos dorados de las catacumbas pueden verse las imágenes de Moisés, Tobías, la Santísima Virgen y Santa Inés. Los distintivos que los peregrinos medievales llevaban, ya en el sombrero, ya en el pecho, tenían con frecuencia la forma de medallas. Eran comunes entonces las ampollas de Cantorbery, las insignias de Asís, las conchas de Santiago de Compostela y las llaves de San Pedro. Las medallas modernas, llevadas por devoción, se generalizaron en el siglo xv, cuando las medallas del jubileo papal se extendieron por toda Europa. Un siglo más tarde, los Papas las bendijeron de una manera especial y las enriquecieron con muchas indulgencias.

                                                            BIBLIOGRAFIA.
Alameda, El Breviario romano
Besalduch, Enciclopedia del escapulario del Carmen
Cirera, Razón de la liturgia católica. 
Ferreres. El Breviario y las nuevas rúbricas. 
Idem, Las campanas.
Fisher, El culto católico
Lobera, El porqué de las ceremonias.
Malou, Práctica del vía-crucis
Prado, Curso popular de liturgia
R. L. H., El escapulario de la Virgen del Carmen
Gomá, La liturgia católica.

La Madre de Dios tuvo por modo excelentísimo las gracias "gratis datas"

La profecía y el discernimiento de espíritus, el don de lenguas y la interpretación de los discursos. 

Tiempo es ya de pasar al tercer grupo de los carísmas. Comencemos por los dos primeros: la profecía y el discernimiento de espíritus.
I. No hay, entre los cristianos, quien quiera o pueda negar a la Madre de Dios la gracia de profecía, en cualquier sentido que se tome. Si la tomamos en el sentido más estricto y más usual en el día de hoy, la Santísima Virgen fué la profetisa por excelencia. Si queréis una prueba irrecusable, leed su cántico "Magníficat": He aquí que todas las generaciones me llamarán Bienaventurada (San Lucas I, 48).

Nunca brillaron con mayor esplendor los caracteres todos de la profecía. ¿Qué cosa más manifiesta que el cumplimiento de estas palabras? Todos los siglos, todas las generaciones, todas las comarcas del mundo forman un inmenso y perpetuo concierto para llamarla Bienaventurada, la Bienaventurada Virgen María (Nadie quiza ha mostrado mejor el cumplimiento de esta profecía que el P. Poiré, en la Triple couronne de la B. V. Mére de Dieu. (trat., c. XII, T. I, p. 358-521)).  
Desafiamos al incrédulo más obstinado a que niegue con razones serias la realización de esas breves palabras, por poco que las medite: "De hoy en adelante, todas las generaciones me llamarán Bienaventurada." Hecho de tal modo indudable, que en todas las épocas, desde el tiempo de los primeros Padres hasta nuestros días, ha servido de argumento irrefragable de la divinidad de nuestra fe. "Ruégoos consideréis —decía, muchos siglos ha, un santo Obispo a su pueblo— todas las regiones que ilumina el sol, y veréis cómo apenas hay nación ni pueblo que no crea en Cristo, y cómo, por dondequiera Cristo es confesado y adorado, la venerable Madre de Dios es proclamada Bienaventurada. Por todo el universo, en toda lengua, digo, es la Virgen beatificada; tantos testigos como hombres; lo que Ella profetizó, todos lo cumplen" (San Hildeph., serm. 2 (Ínter dubia), in ap. P. L.. XCVI 253).
Del mismo modo que los latinos se expresan los griegos; véase, si no, este párrafo, tomado de uno de sus más sabios doctores: "Un mismo artista, el Espíritu de Dios, pulsaba las almas de Isabel y María, como dos liras hermanas. Isabel proclamaba a María Bienaventurada... Y María se daba la misma alabanza, o, mejor dicho, el Espíritu Santo, que había venido a Ella, profetizando por su boca virginal, decía: "No eres tú sola quien me llama bienaventurada; porque de aquí adelante todas las generaciones me llamarán así." ¿Qué generación, desde entonces, no llamó Bienaventurada a la Virgen María?... La palabra profética ha precedido, y los hechos han probado que esta palabra era la verdad misma" (Antipater Bostrens., hom. in S. Joan. H. P. G.. CXXXV. 1785, 1788, sq.). Por muchas vueltas que dé la incredulidad, no podrá jamás atenuar el valor y la certeza de esta profecía. Aquí no le es posible recurrir, ni con sombra de verosimilitud, a sus ordinarios subterfugios. Aquí el cumplimiento del oráculo no deja duda alguna, y las circunstancias de la predicción son de tal naturaleza, que excluyen toda previsión puramente humana, toda intervención de la casualidad. Porque, ¿cómo creer que una jovencita pobre, humilde, ignorada de toda la tierra y que se ignoraba a sí misma, hubiera podido sospechar humanamente ni prever para sí misma lo que ninguna hija de rey o de emperador se hubiera atrevido a esperar: la inmortalidad en el corazón y en el pensamiento de todas las generaciones? ¿Cómo creer, si no se admite una verdadera profecía, que esta virgencita afirmase su esperanza, no en términos dudosos, ni con palabras equívocas y capaces de diversos sentidos, a manera de los falsos oráculos, sino con certidumbre y claridad sin igual, y que esta esperanza y esta bienaventuranza tan claramente predichas se hayan realizado?
Sería tan necio el acudir a la casualidad, que juzgamos superfluo refutar semejante hipótesis. Menos aún se puede decir que el oráculo profético fuese posterior al hecho que es su cumplimiento. Porque el Magníficat no es un fragmento de data más reciente, fraudulentamente introducido en la obra de San Lucas. Forma íntimamente cuerpo con el Evangelio. Ahora bien: si el Evangelista mismo lo insertó en su relato, no hay duda que este cántico es de María. El tiempo en que escribió estaba aún cércano de los hechos que refiere, y así, no había dificultad en que las efusiones proféticas de María, Zacarías, Simeón y otros fuesen fielmente guardadas y transmitidas al Evangelista.
Y lo que da a esta profecía más claridad y evidencia es la manera como se cumple. Ex hoc, de hoy en adelante, desde este momento, todas las generaciones me llamarán Bienaventurada. "Bienaventurada eres", acaba de decirle su prima Isabel. Beatifícala ésta con profundo sentimiento de respeto, como a quien era Madre de su Señor. Y María le responde, con el corazón y la mirada fijos en el cielo: "De aquí adelante..." Treinta años después, de entre las turbas que rodean a Cristo saldrá una voz que dirá: "Bendito el vientre que te llevó." Aquellas dos mujeres representaban a la Iglesia católica, que perpetúa su homenaje. Y el cumplimiento del oráculo crece y se aumenta con las generaciones. En vano pretende el infierno ahogar el culto de la Madre de Dios. Nestorio, con todas sus astucias y todos sus esfuerzos, sólo consigue que se grite más alto: ¡Bienaventurada!, desde el mismo centro del cisma, en el seno mismo de la herejía, en el seno mismo del mahometismo.
Pídensenos pruebas de nuestra fe que estén en consonancia con el estado actual de la ciencia y del alma contemporáneas. Pues he aquí una: es una profecía cuyo anuncio y cuyo cumplimiento suponen manifiestamente la acción del Espíritu Santo. Si María no fuese la Madre de Dios, ¿le hubiese dado Dios este testimonio?; y si el testimonio viene de Dios, ¿cómo la fe basada sobre ese misterio no es ella misma también de Dios?
Se piden milagros; no milagros que se refieran, sino milagros que se puedan tocar con las manos y comprobar con los propios ojos. He aquí el milagro: el concierto universal beatificando a María como Madre de Dios; porque cuantas veces oigáis proclamar ese título de Bienaventurada, otras tantas podéis comprobar la verdad de una profecía cuyo autor sólo Dios puede ser
(Si el milagro, la resurrección de Lázaro, por ejemplo, tiene más fuerza para convencer a los testigos inmediatos del hecho, la profecía gana en fuerza de persuasión a medida que nos alejamos del tiempo en que se pronunció, porque el cumplimiento se hace cada vez más evidente y reviste más el carácter exterior de acontecimiento divino. Así lo demuestra admirablemente San Agustín en cuanto a las profecías que conciernen a la Iglesia. (L. de Fide rerum quae non videntur., n. 5-9. P. L., XL, 174, sqq.)).
Y no es esta la única profecía contenida en el Magníficat. No indicaremos más que otra, expresada por estas palabras: "Hizo en mí grandes cosas Aquel que es poderoso." ¿Qué grandes cosas son éstas? Sin duda alguna, la maternidad por la que llevaba en aquel momento mismo al Verbo encarnado en sus entrañas. Para mejor concebir cómo María profetiza en estas otras palabras de su cántico, consideróse que la profecía no se extiende solamente a las cosas futuras, aunque éstas son, en verdad, su principal objeto. Cuando Juan Bautista, mostrando a Jesús presente, decía de Él: "He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo", hacía acto de profeta; porque la profecía, aun en la acepción estricta de esta palabra, tiene por materia todo lo que sobrepuja nuestra actual potencia de conocer. Por consiguiente, cuanto una cosa está más fuera del alcance del saber humano, tanto más es objeto propio de la profecía. Ahora bien: para todos aquellos que son todavía viadores, el misterio del Verbo encarnado no puede ser conocido por las fuerzas naturales de la inteligencia, sino únicamente con luz divina. Es, pues, profetizar el conocerlo y el celebrarlo, como lo hizo en su cántico María. El conocimiento que nosotros tenemos de ese misterio es el de la simple fe, porque no lo conocemos únicamente por la revelación divina, sino también por la predicación de la Iglesia, depositaría y vehículo del testimonio de Dios.
El Angel de las Escuelas refiere al don de profecía el privilegio de gozar temporalmente de la vista de Dios en el estado de viador. Y no sin razón, porque esta visión, connatural en el estado de las almas glorificadas, no entra en el orden de las luces que corresponden al estado presente, es decir, al de la fe. ¿Puédese creer que la Santísima Virgen contemplase la divina esencia antes de su dichosa muerte? No se trata aquí de la intuición permanente, que fué privilegio incomunicable de Jesucristo en su Humanidad, sino sólo de una visión pasajera, en ciertas circunstancias memorables de la vida de María; por ejemplo, en la hora de su primera santificación, en la concepción de su divino Hijo, cuando Jesucristo se le mostró saliendo del sepulcro, glorificado. Las Sagradas Escrituras nada dicen acerca de este particular, y, por otra parte, la tradición de la Iglesia no suple su silencio.
A falta de pruebas expresas, hay un argumento en que podríamos apoyarnos para atribuir ese privilegio a la Madre de Dios, aunque sin afirmarlo con certidumbre. Es opinión de San Agustín que "la substancia misma de Dios ha podido revelarse intuitivamente" a algunos, pocos, privilegiados, en el curso de su vida mortal; por ejemplo, a Moisés, y más adelante a San Pablo, cuando, arrebatado hasta el tercer cielo, oyó palabras misteriosas que no es permitido al hombre referir
(San August., ep. 147, c. 13, nn. 31, 32; col. de Gen. ad litt., 1. XII, c. 28. P. L.. XXXIII, 610; XXXIV, 478). Algunos intérpretes y teólogos, y, por cierto, de los más graves, concuerdan con San Agustín, aunque no condenan la opinión contraria.
Ahora bien: admitido que esta gracia se concedió a Moisés y al Apóstol, con mayor razón ha de admitirse que se le concedió a María; así lo pide la regla invariable, formulada por los teólogos y por los Santos Padres, según la cual, toda prerrogativa de gracia concedida aun a rarísimos privilegiados, fué concedida también a María en una medida igual y aun superior. Por esto, así que se propuso explícitamente esta cuestión, gran número de autores insignes por su ciencia y por su santidad la resolvieron afirmativamente, siempre que la opinión de San Agustín sobre Moisés y San Pablo esté sólidamente fundada. No podían creer que Dios, solamente en esto, hubiese derogado una regla tan universalmente seguida por Él mismo en todo lo demás.
A los que pretenden que esta regla vale únicamente para las gracias encaminadas directamente a la santificación personal de los privilegiados, respóndeles Suárez, con harta razón, que a ese género de gracias pertenece, y por modo excelentísimo, la vista temporal de Dios. ¿Cómo, después de haber gozado de tal favor, perder la memoria de él?, y ¿cómo recordarlo sin sentir en sí ardientes, y continuos deseos de amar sobre todas cosas aquella Belleza amabilísima, contemplada en todo su esplendor?
(Suárez, de Myster. vitae Christi, D. 19, S. 4. Dico primo). Al decir de los Santos que han experimentado esas iluminaciones divinas, hay algunas que dejan al alma toda encendida en amor, y tan desasiada de los bienes perecederos, que los mira como estiércol y basura, con tal de ganar a Cristo (Véase Sta. Teresa en las Moradas. 6° morada). Y, ¿quedaría estéril y sin fruto la iluminación más excelente de todas? Si, pues, fuese cierto que Moisés o San Pablo, o cualquier otro, contemplaron por un momento la faz de Dios, en el tiempo de su peregrinación sobre la tierra, de cierto se habría de atribuir una gracia semejante, y aun mayor, a la Madre de Dios.
Tal es, en particular, el sentir de Santo Tomás de Villanueva. Describiendo el bienaventurado Obispo la aparición de Nuestro Señor a su Madre, en la mañana de la Resurrección, dice: "Creyera yo, y no me engaño, que entonces, particularmente, el alma virginal de María contempló por una visión intuitiva, no sólo la carne resplandeciente de Cristo, sino al mismo Verbo... y que vió claramente su propia gloria y su dignidad de Madre en ese Verbo nacido de Ella. ¿Dónde está la prueba de esto? No podré traer el testimonio de los Libros Santos; pero escuchad una conjetura de gran peso. No cabe dudar que la Virgen recibió para sí misma toda gracia y toda perfección concedida a cualquier Santo. Ahora bien: Pablo vió la divinidad según se afirma generalmente; Moisés vió, si no la esencia divina, al menos su gloriosa imagen. Pues con harta más razón la Madre de Dios contempló á Dios cara a cara, y con frecuencia, tal vez, en el curso de su vida mortal. Y porque ninguna circunstancia parece más a propósito para esta visión que la aparición del Señor a su Madre, me complazco en afirmar piadosamente y sin presunción temeraria que la Virgen vió entonces el mismo rostro de Dios" (in Resur. Dom., conc. n. 1. Opp. I. 498, sq.; coll. Medin., in 3, p. 27, a. 5; Salazar, de Concepta c. 32; I.acerda, Acad., 12, s. 4; etc.).
Hasta aquí todas las pruebas han supuesto como base y fundamento la interpretación del rapto de San Pablo dada por San Agustín. "Pero hay que confesar —dice Suárez— que esta interpretación es bastante dudosa; y lo mismo, cuando menos, se ha de decir de aquella otra que coloca a Moisés entre los videntes de la divinidad. Eso no obstante —prosigue el docto teólogo—, puédese todavía creer, bastante piadosa y probablemente, pie satis ac probaliter, que la Virgen Santísima contempló algunas veces la esencia divina, aun en esta vida; por ejemplo, el día de la Encarnación o de la Natividad del Salvador, por razón de la dignidad sublime de Madre de Dios, de que fué entonces investida; o el de la Resurrección del Señor, en premio de los increíbles dolores que había sufrido con Jesús paciente; y también en algunas otras ocasiones, según las disposiciones de la Eterna Sabiduría" (Suárez, de Myst. vitae Christi, D. 19, S. 5. Addo denique. No sin dificultad admitiríamos esta visión transitoria en el momento de la Concepción inmaculada de María ; porque con ella sería dificultoso explicar cómo esta Virgen bendita se dispuso, con un acto libre de amor, a recibir la gracia que le fué entonces tan liberalmente infundida. Bien sabemos que una dificultad semejante se ofrece respecto do los actos meritorios con que nos rescató su Hijo, puesto que era comprensor. Pero quizá es la dificultad menor en cuanto al Hombre-Dios que en cuanto a su Madre. Como quiera que sea, si no podemos eludir la dificultad respecto del Salvador, no hay necesidad de suscitarla respecto de María).
Detengámonos ya en esta investigación. Si nos es imposible llegar a la certidumbre, por falta de razones y testimonios convincentes, lo que hemos dicho bastará, al menos, para que esta gracia no sea rechazada como del todo improbable. Porque no es suficiente para negarla el alegar aquellos textos de la Escritura en que universalmente se dice que ningún mortal puede ver a Dios cara a cara. ¿No sabemos que la Virgen Santísima estuvo en muchas cosas fuera de las leyes comunes? Además, una cosa es la visión beatífica, y otra el acto transitorio de que hablamos aquí. Este no es más que un instante, y no supone el principio interior y permanente de la luz de la gloria; mientras que aquélla, procediendo de una inteligencia elevada por esta luz divina, no conoce ni eclipse ni término (S. Thom.. 2-2, q. 175, a. 2, ad 2).
Hasta aquí hemos estudiado la profecía en el sentido más estricto en que la suelen tomar los teólogos. Si pasamos a considerarla en la acepción más amplia que las Sagradas Escrituras, y particularmente San Pablo, dan a esta palabra, es cosa también manifiesta que la Madre de Dios estuvo adornada de esta gracia. Recordemos lo que dice el Apóstol: "El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación" (I Cor., XIV, 3). Tal era el oficio concedido por el Espíritu Santo a los cristianos de Corinto y de otras Iglesias, que hablaban bajo su inspiración especial en las asambleas de sus hermanos.
Aunque esta gracia se da en la Iglesia más raramente que en los primitivos tiempos del cristianismo, no se ha perdido por entero. ¡Cuántas veces, en el curso de los años, se han visto hombres ignorantes, o que descuidaban la elocuencia y el arte de bien decir, simples religiosos, y hasta simples fieles que vivían fuera de los claustros, transformar a las almas, "no por los discursos persuasivos de la sabiduría humana, sino por la locura de la predicación, por las señales sensibles del Espíritu y de la virtud"
( I Cor., 1, 2; II, 4) que sobreabundaba en ellos!
En esto consistía la gracia de la profecía descrita por el Apóstol, y esto mismo hubieron de producir y hubieron de ser las palabras de María, no en las exhortaciones públicas, sino en los familiares coloquios acerca de las cosas divinas. ¿Quién estuvo nunca inspirado y fué movido como Ella por el Espíritu Santo, cuyo órgano dócilísimo era en todas sus potencias y en todos sus miembros?
De Ella, después de su Hijo nuestro Salvador, se podían decir cuantos habían tenido la dicha de oírla: "¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba?"
(Luc., XXIV, 32). A Ella también, mejor que a ninguna otra criatura, le conviene con toda verdad aquella alabanza que el Esposo del Cantar de los Cantares hace de su Esposa: "Tus labios, Esposa mía, son como un panel de miel; miel y leche debajo de tu lengua" (Cant., IV, 2). Como su divino Hijo, Ella también es "hermosa entre los hijos de los hombres, y la gracia está derramada en sus labios" (Psalm. XLIV, 3); no esa gracia que adula y que agrada rebuscando palabras afectadas y blandas, sino la gracia sobrenatural que hace gustar las cosas de Dios, que disipa las nieblas del espíritu y del corazón, y lleva suavemente a cumplir el querer divino; la gracia, en fin, que hacía de toda palabra de esta Virgen una invitación poderosa y apremiante, que convidaba a amar a Dios.
De cierto, no se alargaría la Virgen María en prolijas conversaciones. Pero nos imaginamos, y no sin fundamento, que sus palabras serían como las que Cristo hablaba a sus discípulos, y habla hoy todavía al corazón de sus amigos predilectos: breves, vivas, substanciosas, llenas de sencillez y de unción divina. ¿Cómo aquella Madre, que había dado al mundo al Verbo de Dios, que había revestido de carne a la Palabra Unica en que Dios se dice a sí mismo todo cuanto sabe, todo cuanto piensa; cómo, decimos, habría tenido menester de encarnar sus pensamientos en multiplicidad de palabras para traducirlas al exterior?, o, ¿cómo, después de haber hecho sensible a Aquel que es todo amor y toda verdad, no tendría Ella el privilegio de expresar los misterios del mismo Verbo de la manera más apta para hacerlos amar? Nunca es más elocuente una madre que cuando habla de su hijo; de donde se puede juzgar cuán dulces, fuertes y persuasivos serían los coloquios de esta divina Madre cuando narraba las virtudes, las enseñanzas y la amorosa bondad de Jesús, su Hijo y su Dios.


II. En el texto de San Pablo, el discernimiento de espíritus es el complemento, o mejor dicho, es como una prolongación de la gracia de profecía. "Si todos profetizan —dice el Apóstol— y algún ignorante o infiel entra (en la Iglesia) es convencido por todos y juzgado por todos. Los secretos de su corazón son descubiertos, de suerte que, cayendo en tierra sobre su faz, adorará a Dios, declarando que está el Señor verdaderamente con vosotros" (I Cor., XIV, 24, 25).  
Así, el discernimiento de espíritus es, en su más alto grado, una luz sobrenatural que deja penetrar hasta los últimos repliegues de los corazones y conocer los pensamientos más secretos. Enséñanos la historia de los Santos que varios de ellos poseyeron este privilegio por modo admirable. En un sentido más amplio, el discernimiento es como un instinto, que es fruto, no de la naturaleza, sino del Espíritu Santo; instinto en cuya virtud distingue uno en sí mismo o en los otros de qué espíritu, es decir, de qué principio proceden los movimientos del alma y las impresiones que en ella se producen.
Ahora bien: de cualquiera de estas dos maneras que se considere el discernimiento de espíritus, lo tuvo la Santísima Virgen en grado tan eminente, que sólo se le aventajó Nuestro Señor. Lo tuvo para sondear los secretos de los corazones. El Evangelio, es cierto, no señala hecho alguno de donde podamos inferirlo; pero cuando vemos, no sólo directores de almas, como San Felipe Neri, por ejemplo, sino también vírgenes, como Santa María Magdalena de Pazzis, leer en el fondo de las conciencias las faltas y los pensamientos más secretos, no podemos persuadirnos de que la Madre universal de los hombres, la Cooperadora del Salvador, no recibiese de su Hijo gracia semejante.
Aún menos podemos admitir que careciese de esas iluminaciones del Espíritu divino que revelan la naturaleza, el origen y la tendencia de los movimientos del alma, y aun los fenómenos extraordinarios que tienen por causa o el bueno o el mal espíritu. Tal privación sería incompatible con la ciencia inefable de las cosas divinas que hemos admirado en esta Virgen benditísima.
Ciertamente, no había menester de estas luces para distinguir en sí misma los afectos santos de las malas inspiraciones, puesto que nunca sintió atractivo alguno hacia el mal. Pero esto mismo era necesario que lo supiese a ciencia cierta, y para eso le servía su gracia de discernimiento. ¿No tuvo pleno conocimiento del misterio obrado en sus castas entrañas? ¿No reconoció con absoluta certidumbre que el mensajero celestial que le anunciaba tantas maravillas era un ángel de luz, enviado por Dios? Aun cuando no podía ser tentada como nosotros, interiormente, posible es que el demonio, que engañó a Eva, siendo inocente, y que osó tentar al Salvador, intentase también seducirla a Ella. Pero si Satanás tuvo esta audacia fué al punto reconocido, como lo fueron siempre los ángeles de Dios.
Este conocimiento que para sí misma tenía, debía tenerlo también para los demás. Ya la consideremos en el templo, entre las hijas de Judá, consagrada al servicio de los altares, ya la contemplemos entre los primeros cristianos, en la Iglesia naciente, de cierto se le presentarían frecuentes ocasiones de consolar, sostener e iluminar las almas. Ni su caridad le permitía substraerse a este oficio, ni Dios podía faltarle para que lo cumpliese con toda perfección. ¿Puede alguien imaginarse a la Madre de Dios dando un consejo o inútil o perjudicial? Pues lo que repugna pensar hubiera sucedido si se le niega esta gracia de discernimiento.

III. Al tercer grupo pertenecen, en fin, otros dos dones, que, como los dos anteriores, se completan mutuamente: el don de hablar diversas lenguas y el de interpretarlas. Sabemos, por San Pablo, que el primero era distinto y con frecuencia estaba separado del segundo. Por esta razón, el Apóstol pone la simple glosoladía por debajo de la profecía
(I Cor., XIV, 1-5, 23-26). Por lo demás, supone también que estas dos gracias se hallaban a veces reunidas en un solo sujeto, cuando añade: "Aquel que hable una lengua, pida el don de interpretarla"; y, por consiguiente, entienda él primero lo que ha de explicar a los otros (Ib ídem, 13). De esta manera perfecta poseyeron los Apóstoles el don de lenguas, como quiera que habían de anunciar el Evangelio a tantos pueblos, no sólo de distintas costumbres y de distintos climas, sino también de diverso lenguaje.
Absolutamente hablando, es posible que aprendieran con un estudio personal el idioma de los hombres a los cuales debían llevar la palabra de salud; posible también en absoluto que enseñaran valiéndose de intérpretes. Pero no podemos resolvernos a creer que Dios, tan liberal en todo lo que era conducente a hacerlos dignos ministros de sus designios de misericordia, sólo en esto fuera parsimonioso hasta negarles una de las gracias más necesaria para el honor del apostolado (S. Thom., 2-2, q. 176, a. 1. El santo doctor muestra en el mismo lugar cómo esta gracia no es incompatible con el lenguaje, nada elegante y casi bárbaro, en que los Apóstoles anunciaron la Buena Nueva a las naciones. Dios no los enviaba para halagar a los delicados de la tierra. Bastaba que fuesen entendidos "con aquella locución ruda, con aquellas frases de acento extranjero". (Bossuet, Paneg. de S. Pablo, primer punto.) Una virtud celestial suplía a la rudeza de su hablar. Así, dice Santo Tomás, recibieron el don de sabiduría y el de ciencia; pero en la medida conveniente a su misión, sabiduría y ciencia de las cosas de Dios, que podía juntarse en ellos con la ignorancia en las cosas puramente humanas. (Ibíd., ad 1.)).  
Y, ciertamente, ¿con qué derecho les negaremos lo que los Padres y Doctores les han atribuido constantemente en sus discursos y comentarios del día de Pentecostés?
María, es verdad, no tenía misión de predicar el Evangelio en regiones lejanas. Quizá tampoco salió nunca de Judea, sino cuando huyó a Egipto, donde, hallando multitud de compatriotas, le era de poco momento el entender y hablar la lengua del país. Pero más adelante, después del santo día de Pentecostés, cuando hombres de toda raza y de toda lengua se apresuraron a entrar en la Iglesia, el don de lenguas y el de entenderlas se le hizo necesario de hecho y de derecho. Porque aquellos nuevos discípulos de Cristo acudían en gran número a Jerusalén, y ¿cómo no habían de desear, ante todas cosas, venerar a la Madre del Salvador y sacar de sus coloquios ánimo y consuelo para caminar por la senda indicada por su divino Hijo? Quien lea en los Hechos de los Apóstoles la numerosa concurrencia que se reunió el día de Pentecostés, se persuadirá de que Nuestro Señor hubiera defraudado la expectación general si hubiese negado a su Madre esa doble gracia que a tantos otros otorgó.

¿Rezaríamos con la misma devoción que ahora lo hacemos la Salutación Angélica, si pudiéramos sospechar que la Virgen no nos entiende cuando le hablamos en nuestro idioma nativo? Así, nos parece, aquellos cristianos de los primeros tiempos; aquellos, por lo menos, que ignoraban la lengua de Judea, la hubieran saludado con menos devoción, si no hubiesen podido hacerse entender de Ella. Y Nuestro Señor hubiese también contrariado los deseos de su Bienaventurada Madre obligándola a permanecer callada en presencia de sus hijos. Si nosotros hubiéramos tenido la dicha de presentarnos delante de la Virgen Santísima, cierto que nos hubiera sido cosa dulcísima el oír una palabra de su boca; y si algún intérprete hubiera querido mediar entre la Señora y nosotros hubiéramos dicho a nuestra Madre, con todo el ardor de nuestra alma, aquellas palabras del Cantar de los Cantares (Cant., II, 14): "Conjuróte que me muestres tu rostro y que me dejes oír tu voz; porque tu voz es dulcísima, y hermosísimo tu rostro."
Así, pues, no vacilemos en conceder a María la primacía de las gracias, gratis datas, conforme le hemos concedido la preeminencia de las gracias justificantes y santificantes (Gerson reconoció el don de lenguas a la Sma. Virgen. Debió de recibirlo en el Cenáculo, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella, en medio de los Apóstoles. (Opp., t. III, sem. 1 de Spiritus S., 1.245, sq.) Otros, como San Bernardino de Sena, entienden que lo poseía por lo menos desde su maternidad. Por esto se admira el Santo de que el Evangelio no refiera palabra alguna dirigida por ella a los Magos. "Puesto que la Virgen bendita podía entonces entender y hablar todas las lenguas, como quien estaba llena de ciencia desde la concepción de su Hijo divino, sería extraño que esta piadosísima Señora no fuera condescendiente con hijos tan fieles y abnegados, y no los hablara algunas de sus dulces palabras." (Serm. de Christ. Dom., a. 3. c. 3. Opp. IV, p. 17.) Algunos creen que le fué necesaria esta gracia durante su estancia en Egipto, como si no hubiese hallado allí mismo una colonia numerosa de hijos de Israel. Quizá parezca que hay en esto alguna exageración mezclada con sincera piedad).  
El privilegio de ser la Madre de Dios encarnado, es decir, de Aquel que es el origen de todos los dones sobrenaturales, pedía que, después de su Hijo, fuese la primera en todo. Si durante su vida mortal no tuvo siempre el uso universal de esas gracias, como enseña Santo Tomás de Aquino, y como nosotros mismos notamos, no fué porque faltase a Cristo liberalidad para con su Madre, sino por sabia disposición de la Providencia, aceptada así por el Hijo como por la Madre.
No temáis que por eso deje de ser María la Virgen Poderosa. Tampoco deja de ser, con toda verdad, Sede de la Divina Sabiduría, porque esta modestísima y humildísima Hija de Dios no tomase asiento, como algunos han pretendido, entre los jueces de la fe, ni presidiese el primer Concilio, como superior a los Apóstoles y al Príncipe de los Apóstoles
(Teoph. Raynaud ha dicho de esta piadosa invención: "Haec insulsitas ne refelli quidem debet." (Diptych. Marian., 1*. I, p. 10, n. 18.) Cuánto más que en la época del Concilio de Jerusalén de la Virgen Santísima había subido ya probablemente al cielo). Creemos del caso transcribir aquí un memorable párrafo con el cual termina San Alberto Magno sus Quaestiones sobre "las gracias comunes y especiales" de la Madre de Dios.) 
Tiene María su manto de Madre y de Reina, que basta eternamente para su gloria.







jueves, 26 de abril de 2012

PLEGARIA.


Corazón de Jesús, volcán hirviente 
De abrazador e inextinguible fuego! 
¡divino manantial cuya corriente 
Da vida al mundo en abundante riego. ..

Como el ciervo sediento va a la fuente. 
Para apagar su sed. a Ti me llego 
Transido de dolor. Oye elemente 
Las tristes quejas de mi humilde ruego:

Perdóname, peque, mi pecho implora 
piedad y compasión. Por siempre olvida 
Los crímenes pasados de mi vida... 
Mas ¡ay! si quieres castigarme ahora. 
¡Enciérrame en la cárcel de tu herida 
Y quémame en tu llama abrasadora!!

Mons. Vicente M. Camacho

DECRETOS DEL CONCILIO LATINOAMERICANO 1898 (V)

TITULO I
DE LA FE Y LA IGLESIA CATÓLICA
Capítulo IX.
De la Sociedad Doméstica.
 

74. La Sociedad doméstica, cuyo autor y rector es Dios mismo, de quien emana toda paternidad en el cielo y en la tierra (Ephes. V, 15), perturbada tristemente en nuestros días, no puede reponerse por manera alguna a su primitiva dignidad, sino por medio de aquellas leyes, bajo las cuales fue constituida la Iglesia por su mismo divino Fundador (León XIII, Inscrutabili); esto también interesa altamente al Estado.
75. A la verdad, el origen de la República proviene de la familia, y la suerte de los Estados se juega en gran parte en el fondo del hogar doméstico. Por consiguiente, los que pretenden arrancarles su espíritu cristiano, empezando por la raíz, acaban por corromper la sociedad doméstica. No los desvía de sus inicuos planes, ni el pensamiento de que esto no puede llevarse á cabo sin inferir grave injuria á los padres de familia, a quienes la naturaleza ha dado el derecho de formar á los hijos por ellos procreados, imponiéndoles el correlativo deber de procurar que la educación y la enseñanza que desde los primeros años den á su prole corresponda al alto fin para que el Señor se la concedió (León XIII, Sapientiae christianae).
76. El Matrimonio, cuyo vinculo es indisoluble y perpetuo, y es el fundamento de la vida doméstica, elevado por Cristo Nuestro Señor á la dignidad de sacramento, ha sido establecido, no sólo para propagar el género humano, sino para dar a la Iglesia una progenie de conciudadanos de los santos y familiares de la casa de Dios (Eph. II, 19); es decir para que el pueblo, como dice el Catecismo Romano, sea procreado y educado en el culto y la religión del verdadero Dios y Salvador Nuestro Jesucristo. El varón es el jefe de la familia y el superior de la mujer; y ésta, siendo carne de su carne y hueso de sus huesos, debe estar sujeta y obedecer al marido, pero no á guisa de esclava, sino de compañera; y de tal suerte que ni el pudor ni la dignidad se menoscaben con la obediencia  (Leon XIII, Arcanum).
77. Los hijos deben estar sujetos a sus padres, y obedecerlos y honrarlos como es debido, todo por conciencia; y a su vez los padres deben enderezar todos sus pensamientos y afanes á velar sobre sus hijos y a educarlos en la virtud. Cristo, por tanto, habiendo elevado el matrimonio a una dignidad tan grande y tan sublime, confió y encomendó a la Iglesia cuanto se refiere a su disciplina (Arcanum).
78. La Iglesia de tal manera modera el ejercicio de la potestad de los padres y de los amos y señores, que ésta sea suficiente para contener a los hijos y siervos en su deber, y al mismo tiempo no crezca de un modo excesivo. Conforme a la doctrina católica, la autoridad del Padre y Señor de los cielos se refleja en los padres y señores, y así como de Él toma su vigor y su origen, también es necesario que de Él imite su Índole y su naturaleza. A los criados y á los amos se propone por medio del Apóstol el divino precepto de que los unos sirvan á sus señores carnales como a Cristo... sirviéndoles de buena voluntad como al Señor; y que los otros dejen á un lado las amenazas, sabedores de que el Señor de todos está en los cielos, y que con Él no hay acepción de personas (Eph. VI. 5-9) (Leon XIII, Quod Apostolici)
 
Capítulo X.
De la Sociedad Civil.
 
79. Natural es en el hombre el vivir en sociedad civil; porque no pudiendo en la soledad conseguir lo necesario para la conservación y comodidades de la vida, ni para la perfección del ingenio y del entendimiento, la divina Providencia dispuso que naciera para vivir en unión de otros, formando una sociedad tanto doméstica como civil, que es la única que puede suministrar lo necesario para la perfección de la vida (León XIII, Immortale Dei).
80. Como no puede subsistir sociedad alguna, sin que alguien la presida, moviendo á todos los miembros al fin común, con impulso eficaz al par que uniforme, de aqui se sigue que la sociedad civil necesita una autoridad que la rija; y ésta, ni más ni menos que la sociedad, proviene de la naturaleza y por consiguiente de Dios mismo; siguiéndose de aqui que el poder público por sí mismo no viene sino de Dios (Immortale Dei).
81. El derecho de gobernar no está ligado por si mismo con determinada forma de gobierno; y puede con justicia adoptar una ú otra, con tal que de veras produzca la utilidad y el bien común. Pero sea cual fuere la forma de gobierno, los gobernantes deben tener presente que Dios es el supremo Gobernador del mundo y han de proponérselo como ejemplo y norma en la administración del Estado. Y si los que mandan se precipitan en la tiranía, si pecan por soberbia ó falta de tino, si no miran al bien de su pueblo, sepan que alguna vez han de dar cuenta á Dios, y que ésta ha de ser tanto más severa, cuanto más santos hayan sido sus deberes y más alta su dignidad. Los grandes sufrirán grandes tormentos (Sap. VII, 7).
82. No puede el Estado, sin hacerse reo de un gran crimen, manejarse como si Dios no existiese, ó desentenderse de la religión como de cosa extraña y que para nada sirve, ó indiferentemente adoptar entre muchas la que mejor le plazca. Para los gobernantes ha de ser santo el Nombre de Dios; y han de considerar uno de sus principales deberes, el otorgar á la religión su favor, el velar por ella con benevolencia, protegerla con la autoridad y el peso de las leyes, y nada emprender ni decretar que sea contrario á su incolumidad. Este es un deber que los liga igualmente para con los ciudadanos que gobiernan. La sociedad civil, formada para la utilidad común, al mirar por la prosperidad de la República, tiene por necesidad que atender á los ciudadanos de tal suerte, que no sólo no les ponga tropiezos, sino que de cuantas maneras sea posible les allane los caminos para la consecución y posesión de esa felicidad suma á la cual libremente aspiran. El principal es el trabajar para que se conserve inviolable y en toda su santidad la religión, que une al hombre con Dios (Immortale Dei).
83. Por consiguiente, el indiferentismo civil es la locura más extraña, y una maquinación de pésimo género contra los intereses del mismo Estado. El no proteger la religión públicamente, y en el arreglo y manejo de los negocios del Estado desentenderse de Dios como si no existiera, es una temeridad inaudita aun entre los paganos, cuyo entendimiento y corazón estaba tan profundamente grabada no sólo la creencia en los dioses sino la necesidad de una religión pública, que más fácilmente habrían concebido una ciudad sin terreno que sin Dios. Así como la voz de la naturaleza excita á los individuos á adorar á Dios con piedad y fervor, porque de El hemos recibido la vida, y todos los bienes que rodean la vida, así también y por la misma causa tiene que suceder con los pueblos y las naciones. Por tanto, los que pretenden que el Estado se desentienda de todo homenaje á la religión, no sólo pecan contraía justicia, sino que se muestran ignorantes é inconsecuentes (León XIII, Humanum genus).
84. Las relaciones entre gobernantes y gobernados están de tal manera ligadas, conforme á la doctrina y preceptos católicos, por mutuos deberes y derechos, que la tiranía se vuelve imposible, y la obediencia fácil, firme y nobilísima. En prueba de ello la Iglesia no cesa de inculcar á la multitud de gobernados el precepto del Apóstol: No hay potestad que no provenga de Dios: y Dios es el que ha establecido las que hay en el mundo. Por lo cual, quien desobedece á las potestades, á la ordenación ó voluntad de Dios desobedece. De consiguiente, los que tal hacen, ellos mismos se acarrean la condenación. Y más abaio manda á los fieles que esten sujetos no solo por temor al castigo, sino por obligación de conciencia, y que paguen á todos lo que se les debe; al que se debe tributo, el tributo, al que impuesto, el impuesto: al que temor, temor; al que honra, honra (Rom. XIII). El que ha creado y gobierna todas las cosas, ha dispuesto en su infinita sabiduría, que cada clase llegue á la consecución de sus fines, valiéndose la ínfima de la media, y la media de la más alta (Quod Apostolici).
85. Por consiguiente, para nadie es dudoso que en todo lo que sea justo hay que obedecer á los que mandan, para que se conserve el orden, que es la base de la salud pública; sin que de aquí se siga que esta obediencia implica la aprobación de lo que haya de injusto en la constitución ó en el gobierno del Estado (León XIII, Epist. Perlectae a Nobis)
86. Sólo hay un motivo para que los hombres no obedezcan: es á saber, cuando se les pida algo que abiertamente repugna al derecho natural ó al divino: porque es igualmente ilícito mandar y hacer aquellas cosas en que se viola le ley de la naturaleza ó la voluntad de Dios. Y no hay razón para que se acuse de faltar á la obediencia a los que de tal manera se portan; porque si la voluntad de los gobernantes se opone á la voluntad y las leyes de Dios, éstos se salen de la órbita de su poder y trastornan la justicia; y no puede en tal caso valer su autoridad, que es nula y de ningún valor donde no hay justicia León XIII, Diuturnum).
87. Tengan entendido todos los fieles, que contribuye mucho al bienestar público el cooperar con prudencia al gobierno del Estado; y en éste procurar y esforzarse sobremanera para que se provea á la educación religiosa y moral de la juventud como lo requiere una sociedad cristiana; pues de aquí depende en gran manera la prosperidad de las naciones. Es útil y justo que la acción de los católicos salga luego de este campo tan reducido á otro más vasto y se extienda al gobierno del Estado. Por lo cual se verá que es muy justo que los católicos aspiren á los puestos públicos, no porque lo hagan ó deban hacerlo con el objeto de aprobar lo que en estos tiempos hay de malo en diversos gobiernos, sino para que, en cuanto sea posible, encaminen á estos gobiernos hacia el bien público real y verdadero, teniendo por norma invariable, el introducir en las venas todas del Estado, á guisa de sangre y de jugo salubérrimo, la sabiduría y la virtud de la religión católica (Immortale Dei)

88. De esta doctrina de la Iglesia acerca de la sociedad civil, necesariamente se deduce que no al pueblo, sino á Dios, hay que atribuir el origen del poder público; que las revoluciones pugnan con la razón; que tanto en los individuos como en los Estados, es un crimen desentenderse del homenaje debido á la religión, ó el mirar a todas las religiones con igual indiferencia; y por último que la desenfrenada libertad de pensar ó de manifestar su opinión, no debe contarse entre los derechos del hombre, ni entre los principios que deben en modo alguno favorecerse ó patrocinarse (Immortale Dei).

Capítulo XI.
De la Iglesia y el Estado.


89. Dios ha distribuido el gobierno del género humano entre dos potestades, la eclesiástica y la civil, encomendando á la una los asuntos divinos y á la otra los humanos. Una y otra es soberana en su esfera, y una y otra tiene límites, fijos, determinados por la naturaleza y causa próxima de cada una. La misión principal é inmediata de la una, es cuidar de los intereses terrenos; la de la otra alcanzar los bienes celestiales y eternos. Por consiguiente, cuanto de algún modo puede llamarse sagrado en las cosas humanas, cuanto atañe á la salvación de las almas ó al culto divino ya por su propia naturaleza, ya porque tenga relación con aquella, cae todo bajo la potestad y arbitrio de la Iglesia; justo es, por el contrario, que las demás cosas que pertenecen al gobierno civil ó á la política, dependan de la autoridad civil, puesto que Jesucristo ha mandado dar al César lo que es del César y á Dios lo que es de Dios (Immortale Dei).
90. Entre ambas potestades es indispensable que haya cierta alianza bien ordenada; la cual no sin razón se compara con la unión que en el hombre coliga el alma con el cuerpo. Quiso, por tanto, Jesucristo, que en aquellos asuntos que, aunque por diverso motivo, son del mismo fuero y derecho común, la que está encargada de los negocios humanos dependa, de una manera oportuna y conveniente, de aquella á quien fueron confiados los intereses celestiales. Con este acuerdo, y aun puede decirse armonía, no sólo se consigue la perfección de ambas potestades, sino que se logra el modo más oportuno y eficaz de impulsar al género humano á una vida activa y al mismo tiempo á la esperanza de la vida eterna (Arcanum)
91. Con los principios expuestos fácil es conocer los errores, con que en nuestro siglo suelen trastornarse los Estados por las maquinaciones y falacias de los sectarios. Teniendo presente la doctrina genuina de la Iglesia sobre esta materia, guárdense los fieles y desechen de todo corazón las pretensiones de aquellos que dicen, que la potestad eclesiástica no debe ejercer su autoridad sin el permiso y asentimiento del gobierno civil; que á los Obispos, sin la venia del Gobierno no es lícito promulgar ni aun los Documentos Apostólicos; que las gracias concedidas por el Romano Pontífice han de considerarse nulas y de ningún valor, á no ser que se hayan alcanzado por medio del Gobierno; que al poder civil, aunque esté depositado en la persona de un infiel, compete la potestad indirecta y negativa sobre las cosas sagradas; que al mismo le corresponde, por tanto, no sólo el derecho llamado del exequátur, sino también el derecho de la apelación ab abusu, como suele denominarse; que en caso de conflicto, por último, entre las leyes de ambas potestades, debe prevalecer el derecho civil (Syllabus prop. 20, 28, 29, 41, 42).
92. La potestad civil no tiene per se el derecho de presentar á los Obispos, y está obligada á obedecer al Romano Pontífice en cuanto se refiere á la institución de obispados y Obispos (Syllabus Prop. 50-51); y sin hacerse rea de sacrilegio, no puede impedir el ejercicio de la potestad eclesiástica, ni imponer gravámenes á las Iglesias y á los clérigos, sin consultar á la Santa Sede.
93. De igual manera no hay que escuchar á aquellos que dicen que la autoridad civil puede mezclarse en los asuntos pertenecientes á la
religión, á la moral y al régimen espiritual; que puede juzgar de las instrucciones que los Pastores de la Iglesia, en el desempeño de sus funciones publican para norma de las conciencias, y que puede impedir la libre y reciproca comunicación de los Prelados y fieles con el Romano Pontífice (Syllabus).
94. Violan los derechos santísimos de la Iglesia los que pretenden que no sólo no debe en ningún caso condenar doctrinas filosóficas, sino que está obligada á tolerar sus errores, y dejar á la misma Filosofía que los corrija por sí sola. Los violan igualmente cuantos afirman que no es de la exclusiva competencia de la jurisdicción ecclesiástica el dirigir la enseñanza de la Teología; que á la autoridad civil corresponde por derecho la dirección de las escuelas en que se educa la juventud en las naciones cristianas, con excepción únicamente y hasta cierto punto de los seminarios episcopales; y que le corresponde tan plenamente, que á ninguna otra autoridad se le reconoce el derecho de mezclarse en la disciplina de las escuelas, en el método de estudios, en la colación de grados, en el nombramiento y la aprobación de maestros ; y no sólo, sino que aun en los mismos seminarios clericales debe someterse á la autoridad civil el plan de estudios que haya de seguirse (Syllabus).
95. Se desvían asimismo de la verdad y de le justicia los que afirman que el Gobierno tiene derecho de cambiar la edad requerida por la Iglesia para la profesion religiosa tanto de los varones como de las mujeres, y de ordenar á todas las comunidades religiosas que sin su permiso á nadie admitan á pronunciar los votos solemnes. Igual aberración cometen los que pretenden que se deroguen las leyes relativas á la estabilidad de las órdenes monásticas, á sus derechos y obligaciones (Syllabus)
96. Por último, yerran por completo cuantos afirman que los supremos Gobernantes de los Estados están exentos de la jurisdicción eclesiástica; y que la Iglesia ha de ser independiente del Estado, y el Estado de la Iglesia (Syllabus).

martes, 24 de abril de 2012

Declaración en Acapulco de la Sede Vacante

LA SEDE ESTA VACANTE:  LA NUEVA MISA ES HERETICA, ARZOBISPO THUC
DECLARACION EN ACAPULCO: APOYO DE 5 OBISPOS 

*    Angel Roncalli, Modernista: El Santo Oficio
*    Pablo VI y Juan Pablo II, Antropocentristas
*    La nueva misa es "Apostasía y nueva Religión"
*    Ya no es católica la Jerarquía Conciliar


Después de una reunión en que fueron analizados los problemas de la Iglesia Católica derivados del Concilio Ecuménico Vaticano II que proclama el liberalismo religioso, adopta una nueva misa estructurada por protestantes, práctica el antropocentrismo sobre el Teocentrismo, se adhiere a los planes de la ONU y crea la diplomacia filo-marxista de la Ostpolitik, el arzobispo Pietro Martino Ngo-Din Thuc y los obispos J. de Jesús Roberto Martínez G., Adolfo Zamora, Benigno Bravo, Moisés Carmona Rivera y Luis Vezelis, 0. F. M. afirmaron el 26 de mayo 1983 lo siguiente:

"Los obispos católicos, reunidos en torno del Excelentísimo Señor Arzobispo Petrus Martinus Ngo-Din Thuc, arzobispo católico, declaramos:
I.- Que nos adherimos a él en sus valientes declaraciones públicas que hiso acerca de la vacancia de la Santa Sede y de la invalidez e ilicitud de Nueva Misa.
Sostenemos como el Teólogo de Hierro, Sáenz Arriaga, que la Santa Sede está vacante desde la muere del Papa Pío XII, porque los que después de él fueron electos para sucederle, no reunían las condiciones necesarias para ser un legítimo Papa.

ANGELO RONCALLI
a).- En sus años jóvenes fue acusado de modernista por el Santo Oficio ("Documentación inédita de las Cartas Cavallanti").
b).- En sus clases como profesor de Historia de la Iglesia se valía del texto de Duchesne, "Historia de la Iglesia Antigua", obra que era considerada como modernizante hasta el punto que fue incluida más tarde en el INDICE (libros prohibidos, por la Iglesia) .
c).- El cardenal De Lai llamó a Roncalli al Santo Oficio y le invitó severamente a observar la recta doctrina.
d).- En el Santo Oficio había con su nombre lo que se llama "FASCICOLO NERO" y allí una tarjeta que lo denunciaba en sus relaciones con los modernistas.
e).- En el libro "Las PROFECIAS DE JUAN XXIII" escrito por Pierre Karpi, se da a entender que Angelo Roncalli, estando en Turquía en el año 1935, se inició en la secta de los Rosacruces.

Por todos estos motivos Angelo Roncalli no era papable, pues siendo el modernismo un conjunto de todas las herejías- como lo definió el Padre Santo San Pío X-, él por modernista, estaba fuera de la Iglesia Católica y por consiguiente no podía de ninguna manera ser Papa de la ilglesia Católica. Aún cuando haya sido electo, jamás podra ser considerado como un Papa legítimo. En efecto, tenemos un documento de gran valor que nulifica su exaltación y todos sus actos, este documento es nada menos que la "BULA  CUM
EX AP0ST0LATUS OFICIO" de S. S. Paulo IV, de la que copiaremos solamente lo que interesa para nuestro objeto: "...Agregamos también que si en algún tiempo cualquiera, aconteciese que un obispo, incluso de función de arzobispo, o de patriarca o de primado o un cardenal de la Iglesia Romana, incluso como se ha dicho en función de Legado; y también un Romano Pontífice, antes de sú promoción o antes de su asunción a la dignidad de Cardenal o de Romano Pontífice, se hubiese desviado de la Fe Católica, o hubiese caído en alguna herejía, o incurrido en cisma, o los hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si ésta hubiera ocurrido en acuerdo y unanimidad de todos los cardenales, es nula, irrita y sin efecto; y de ningún modo puede considerarse que tal asunción haya adquirído validez por la aceptación del cargo y por su consagración, o por la consiguiente posesión o casi posesión de gobierno y administración, o por la misma entronización del Romano Pontífice, o su adoración, o por la obediencia que todos le han prestado, cualquiera que sea el tiempo transcurrido, después de los supuestos entredichos. Tal asunción no será tenida por legítima en ninguna de sus partes... y cada uno de los pronunciamientos hechos, actos y resoluciónes y sus consecuentes efectos carecen de fuerza y no otorgan ninguna validez y ningún derecho a nadie"
Por lo tanto apoyados en esta Bula de S.S. Paulo IV, sostenemos que Angelo Roncalli nunca fue un legítimo Papa y sus actos, por lo mismo fueron también completamente nulos.

JUAN BAUTISTA MONTINI
Tampoco fue un legítimo Papa, porque por si la Bula "Cum ex Apostolatus Officio", Angelo Roncalli no fue legítimo Papa, y todos sus actos eran nulos y no otorgaban ninguna validez, la elección que hizo Montini para el cardenalato, fue nula. Montini no fue nunca cardenal y por consiguiente no era papable. El hecho de que haya sido electo no le dio ninguna validez, aparte de haber sido hereje antes de su elección.

LUCIANI EL DE LA SONRISA
Tampoco fue un Papa legítimo, porque aún en el supuesto de que no se hubiese desviado de la Fe, los cardenales, tanto los nombrados por Roncalli como los que nombró Montini - no fueron legítimos Papas - no eran legítimos cardenales y por esta causa no podían elegir Papa, pues estaban incapacitados ello.

WOJTYLA
Por la misma razón que no fueron legítimos Papas ni Roncalli ni Montini, ni Luciani, tampoco lo es Wojtyla. Su elección fue nula y nulos son también todos sus actos.
Queda pues,clara que la Santa Sede está vacante desde la muerte de Pío XII hasta nuestros días y no sabemos hasta cuando se irá a prolongar la vacancia.
Además tenemos abundantes pruebas de que estos cuatro antipapas cayeron en múltiples herejías,

INVALIDEZ DE LA NUEVA MISA
II.- Declaramos que la nueva misa es inválida para los católicos, porque toda ella es protestante y hecha por Max Thurián, Smith y Kennet, George y Sephard que son ministros protestantes.
 

¿PRUEBAS?
a).- Los cardenales Ottaviani y Bacci, en el "Examen Critico" que presentaron al ilegítimo Papa Montini, declararon que esa misa se aparta en conjunto y en detalle de la teología católica y se acerca de una manera sorprendente a la teología protestante.
b).- Monseñor Francesco Spadafora, profesor de la Universidad Pontificia, cita una de las grandes revistas protestantes que escribe: "Las nuevas plegarias eucarísticas católicas han dejado caer la falsa perspectiva de un sacrificio ofrecido a Dios". ("Lo Espechio" I2-VII-70).
Otros aseguran que esa misa es ambigua, es decir que es para los católicos y para los protestantes. Si es ambigua, es una misa que Dios detesta; pues en el libro de los Proverbios leemos que Dios detesta las ambigüedades.
Nosotros decimos y sostenemos que la aparición de esa nueva misa es también la aparición de una nueva religión, en la que ya no se adora a Dios, sino al hombre, en la que ya no importan los bienes del cielo, sino los de la tierra; en que la "felicidad" consiste en una sociedad sin clases. Los que han aceptado esa nueva misa en realidad y sin darse cuenta, han apostatado de la verdadera Fe. Se han apartado de la Verdadera Iglesia que Cristo instituyó y se están poniendo en peligro su salvación eterna. Por esta razón invitamos a los fieles a que reconsideren su actitud y vuelvan a su Fe, de la que han sido desviados.

EL FALSO ECUMENISMO
III.- Rechazamos ese ecumenismo judaico-masonico, que pretende la unión de todas las religiones en una sola Religión Universal, cada uno con su propio credo y con sus ritos. Ese ecumenismo no es el Ecumenismo de Cristo que quiere la unión de todos los hombres en su Verdad Divina. Ese ecumenismo nos está llevando al sincretismo y al desprecio de nuestra verdadera Fe.

LA LIBERTAD RELIGIOSA
IV.- Rechazamos el herético Decreto de la Libertad Religiosa, que pone en el mismo nivel la Religión Revelada con las falsas religiones y es el signo más claro de la ruptura de esa jerarquía apóstata y cismática con nuestras santas tradiciones.

EL COMUNISMO
V.- Declaramos -Como ya la Iglesia lo ha declarado- que el comunismo es "intrinsecamente perverso" por lo que lo condenó el Sumo Pontífice Pío XI de santa memoria y el Papa Pío XII lanzó excomunión sobre todos aquellos que con el colaborasen.

NUESTRAS "EXCOMUNIONES"
VI.- ¿Quienes en verdad, son los excomulgados. los que han renegado de La Fe Católica, los que han cambiado la Iglesia, los que enseñan ahora lo contrio de lo que antes enseñaban, los que han echado a la basura todos los sagrados Concilios y todas las enseñanzas de los Papas anteriores - o nosotros y 1os fieles que en nada nos hemos separado de esa Iglesia Santa, instituida por Cristo para que continuara su obra salvadora? Por otra parte ¿qué autoridad tienen los herejes para excomulgar a los que siguen fieles a la VERDAD DIVINA, que la Iglesia a predicado siempre y sin ninguna alteración predicando hasta la consumación de los siglos?.
LA GRAN ESTAFA
VII.- Denunciamos la gran estafa que está cometiendo esa jerarquía que no siendo ya católica, se presenta ante los fieles como si lo fuera, usurpando los templos que los católicos levantaron para el culto católico, que celebrando en ellos la "cena protestante", hace creer a sus ingenuos seguidores que es la Misa Católica; que predicando verdaderas herejías las presenta como verdades divinas.

Denunciamos los sacrilegios y profanaciones que se están cometiendo en los templos (antes sagrados y dignos de respeto), con esas espantosas abominaciones que están acabando con la Verdadera Fe, sembrando ante los fieles la más terrible indiferencia, llegando muchos a creer que es lo mismo ser católico que de otra religión cualquiera.

Los fieles deben saber que esos obispos que dócilmente y sin ningúna protesta de su parte, obedecen a los usurpadores del Trono de San Pedro y le siguen en sus perversas desviaciones, han apostatado de la verdadera Fe y han dejado de ser los auténticos pastores de la Iglesia y con sus heréticas predicaciones están conduciendo a la apostasia universal.

Por último declaramos que nadie puede obligarnos a que nos separemos de la  VERDADERA IGLESIA, de esa IGLESIA QUE CRISTO INSTITUYO y que tiene que durar hasta la consumación de los siglos, como El la instituyó y la única que debemos obedecer, so pena de eterna condenación. Por lo tanto, creemos todo cuanto ella, asistida por el Espiritu Santo y asistida por Cristo, su Divino Esposo, ha enseñado siempre y en todos los lugares, sin ninguna variación, porque la verdad es invariable, la verdad no cambia nunca, es inmutable, como inmutable es Dios.

Damos gracias a Dios por la integridad de nuestra Fe, que solamente con su ayuda conservamos y pedimos por quienes conciente o inconcientemente, la han perdido por aceptar los cambios fatídicos, que han dado origen a una nueva iglesia y por lo tanto, una nueva religión.

Acapulco, Gro. 26 de mayo de 1983

J. de Jesús Roberto Martínez Gutierrez
Obispo.

Benigno Bravo
Obispo

Adolfo Zamora
Obispo

Moisés Carmona Rivera 
Obispo.

Fr. Louis Vezelis 
Obispo.

Pietro Martino Ngo-Dinh Thuc 
Arzobispo.

Rúbricas.