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lunes, 30 de junio de 2014

SAN IGNACIO DE LOYOLA (11)

Capitulo Noveno 
(Segunda parte)
EL MAESTRO DE ARTES DE PARIS 
(Febrero 1528 a marzo 1535) 
     ¿El nuevo licenciado llegaría a tomar también el birrete de Maestro de Artes? Aquello era una cuestión de dinero. En la historia de la Universidad, en el capítulo de abusos, los gastos hechos o exigidos con ocasión de los grados se mencionan frecuentemente. Los reformadores, las asambleas de la Nación de Francia, los Consejos de la Facultad de Artes constatan, reprenden, prohíben u ordenan. La dureza de los bedeles, la ambición de los regentes, las turbulentas exigencias de los escolares rompían las barreras de los reglamentos; en manos ávidas se mantenían los regalos, los banquetes y los gastos acostumbrados, a un tipo ruinoso para los estudiantes pobres. Desde el bachillerato, Iñigo de Loyola había interrogado al profesor Peña para saber de él, qué conducta había de seguir, dada su firme voluntad de vivir como un pobre diablo (39). Peña debió decirle, que era difícil pedir una excepción para un estudiante que no era religioso. Porque en los términos del reglamento, los “martinetes” mismos tenían su cuota señalada; lo mejor sería pues seguir la manera común. Quizás Peña dio su consejo acompañado con algunas palabritas dichas al Procurador de la Nación de Francia; porque en estas materias, los procuradores tenían un poder discrecional previsto por los estatutos (40). A pesar de lo cual las propinas a los bedeles, los derechos de cancillería por las letras testimoniales, los regalos a los regentes, que lo habían preparado a los grados, la nota a pagar por los dos banquetes de la elección, y por el banquete de la licenciatura, vaciaron la bolsa de Iñigo de Loyola y le obligaron a pedir prestado. El 13 de junio de 1533, escribía a la generosa Inés Pascual: “en esta Cuaresma he tomado el grado de maestro (es el de la licenciatura de lo que habla) y por eso he gastado en cosas inevitables mas de lo que podía mi bolsa y exigía mi condición, de manera que me he quedado agotado. Será muy necesario que Dios Nuestro Señor venga en mi ayuda” (41). 

REINA Y MADRE

LOS PROBLEMAS DE LA MODERNA MARIOLOGIA
I. — NECESIDADES APREMIANTES DE LA LITERATURA MARIANA CONTEMPORÁNEA

     Se escribe mucho sobre la Santísima Virgen, pero, según frase de un ilustre monólogo contemporáneo, «la calidad está muy lejos de igualar a la cantidad». Existe una tendencia muy generalizada de dar el predominio al corazón y al piadoso deseo de encumbrar a María, con mengua del estudio y utilización de las dos fuentes primarias de toda teología digna de este nombre: la Biblia y la Tradición.
     Satisfechos con la idea de que la Maternidad de María tuvo por término a Dios y que nada hay más grande que Dios y de que a la Madre de Dios nada puede negarse, muchos se creen con derecho a reclamar para Ella cualesquiera prerrogativas, gracias y privilegios, sin necesidad de ir en busca de nuevos argumentos a las fuentes primarias de la Revelación. Alegan, es verdad, algunos textos de la Escritura, pero tales, que hacen la impresión de que los citan por citarlos. Se diría que comparten la idea protestante de que la Biblia es desfavorable a María y de que resulta peligroso para los católicos recurrir a ella (Véase: P. Santiago Alameda. O. S. B.: Estudios Marianos, órgano de la Sociedad Mariológica Española. Vol. I. Madrid, 1942. La Mariología y las Fuentes de la Revelación, pág. 42).
     La teología es con verdad una ciencia, pero una ciencia esencialmente sobrenatural: doctrina ex revelatione hausta. Para ella la Revelación es lo que para la mies la semilla, para el fruto el árbol, para la prole la madre, para el edificio el fundamento, para el arroyo el manantial. Bien están las elucubraciones filosóficas, los profundos análisis, las sabias analogías; pero importan mucho más las palabras y dichos del Espíritu Santo.

martes, 24 de junio de 2014

Gomaristas

     Secta de teólogos calvinistas contraria a la de los arminianos. Los primeros tienen su nombre de Gomar, profesor de la universidad de Leiden y después de la de Groninga; se llaman también contra-remontrantes, en contraposición a los arminianos conocidos por el nombre de remontrantes.
     La doctrina de los gomaristas fácilmente se conoce por la sencilla exposición hicimos de las opiniones de los remontrantes en el artículo Arminianismo: la teología de los unos es diametralmente opuesta a la de los otros respecto a la gracia, predestinación, perseverancia, etc. Se puede consultar la Historia de las variaciones por M. Bossuet, lib. 14, número 18 y siguientes, donde se expone la disputa de estas dos sectas con la mayor extensión y claridad posible.
     Algunos literatos de poca instrucción se explicaron con mucha impropiedad, cuando dijeron que los gomaristas son respecto de los arminianos lo que los tomistas y los agustinianos respecto de los molinistas: la diferencia que hay es tan clara que salta a los ojos de todo aquel que sabe un poco de teología. Los tomistas y agustinianos nunca enseñaron, como los gomaristas, que Dios reprueba a los pecadores por un decreto absoluto e inmutable, sin atender a la previsión de su impenitencia; que no quiere sinceramente la salvación de todos los hombres; que Jesucristo murió solo por los predestinados; que el estado de gracia es inadmisible para ellos, y que la gracia es irresistible. Tales son los dogmas de los gomaristas consagrados en su sínodo de Dordrecht, que los teólogos católicos condenan como otras tantas herejías.

lunes, 23 de junio de 2014

VENGO DE DIOS

"Yo —peregrino— voy sin saber nada de mi visión dorada...”
(E. González Mz.)

     Tú, peregrino y forastero, tienes que saber de dónde vienes, a dónde vas.
     Hace unos años yo no era. Ahora estoy aquí, activa la inteligencia, inquieto mi corazón, con los milagros de mis sentidos abiertos infantilmente al gran milagro del mundo; con estos mis ojos, en cuya pequeñez cabe la millonada de astros que contemplo en las noches limpias y serenas.
     Aquí estoy, “polvo consciente, 
asombrado de ser y no haber sido...”
(R. de Garcíasol.)
     No me crió la nada, inexistente e inoperante.
     No mis padres, meros instrumentos de un designio superior, eslabones de una familia universal.
     Eras nada, menos que el polvo, menos que el humo.
     Y ahora te avecinas al ángel.
     “El hombres es criado...” Crear es sacar de la nada. Y esto sólo Dios lo puede hacer.
     ¡Vengo de Dios! Tus manos, oh Señor, me hicieron y me plasmaron. “Fecerunt me et plasmaverunt me totum Tus manos de artista supremo y de padre amoroso.
     ¡Qué gozo! ¡Qué alegría! ¡Qué responsabilidad!
     Actuó la Omnipotencia, actuó el Amor de Dios y salvó el abismo infinito y ahora voy peregrino, con el arca de mis valores eternos... “¡Poeta, ya sé mucho de mi visión dorada!”
     Y Dios me creó en un acto purísimo de amor. Porque El lo dijo: "con amor eterno te amé”. (Jerem. XXXI, 3).
     Y me prefirió a infinidad de criaturas posibles.
     Y me constituyó sobre las obras de sus manos, un grado abajo del ángel...
     Y su acción creadora me sigue sosteniendo.
     Vengo de Dios.
     Dios me dio el ser; luego soy esencialmente de Dios.
     Dios me dio el primer ser; soy primariamente de Dios.
     Me dio todo el ser; soy totalmente de Dios.
     El solo me dio el ser; soy solamente de Dios.
      Y me lo da cada momento; soy incesantemente de Dios.
     Y me dio un ser inmortal; soy de Dios para siempre.
     “¿Quid habes quod non accepisti?” ¿Qué tienes tú que no hayas recibido?, me preguntaré con San Pablo. (1.a Cor, IV, 71).
     Creador, Señor y Padre mío: humillado todo, la frente en el polvo originario y el alma en ascuas, te digo: Eres mi Dueño esencial, primero, único, total, eterno.
     Soy tu siervo incondicional, absoluto, exclusivo, perpetuo.
“Vuestro soy, pues me creasteis;
¿qué mandáis, Señor, de mí?”.
Vuestra soy, para Vos nací;
¿qué mandáis, señor, de mí?
R.P. Carlos E. Mesa, C.M.F.
CONSIGNAS Y SUGERENCIAS PARA MILITANTES DE CRISTO

DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO (1)

CAPITULO VI (1)
DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

     104. Consideraciones básicas.— La intervención del médico en los anteriores Sacramentos no alcanza, sin disputa, el rango y la trascendencia que en el del matrimonio tiene. Es, en efecto, la institución matrimonial el cauce legítimo y fecundo de la especie humana. Pues ese cauce está en las manos del médico el conservarle dentro de los designios de Dios o desviarle por derroteros los más contrarios a la fecundidad y a la sanidad de la especie. Desde que el materialismo consiguió alistar en sus filas a una parte muy considerable de la parte médica, las mayores aberraciones derivadas del concepto materialista de la vida, o han tenido por autores a miembros de esa benemérita clase, o han encontrado el más firme apoyo en las lucubraciones de la ciencia médica, convertida de reina y señora en esclava de la filosofia materialista.
     No podíamos, por tanto, prescindir de asunto de la importancia del que hemos insinuado. En otro libro nos hemos ocupado del mismo (Código de Deontología Médica, títs. III y IV). Pero ni allí está dicho todo lo que hay que decir, ni está de más repetir algunas cosas que revisten máximo interés. Dividiremos la materia en los dos artículos siguientes:
     1.° Antes del matrimonio debe el médico procurar que los clientes lo contraigan en las mejores condiciones que aseguren una descendencia sana.
     2.° Durante el matrimonio debe tutelar la procreación y, de un modo especial, el período de gestación de la vida humana.
     Nos referimos al matrimonio cristiano; esto es: "al contrato matrimonial entre bautizados, que Cristo Nuestro Señor elevó a la dignidad de Sacramento» (Código de Derecho Canónico, can. 1012, 1). Pero los deberes del médico no dejan de ser graves y trascendentales en el hecho, aunque sea ilegítimo, de la propagación de la vida humana. Dondequiera que alumbre una vida, allí debe estar la Medicina para ser su amparo. Antes del hecho y después de él, el médico debe inspirar su conducta en los altos principios de la Moral cristiana, que es la única verdadera, como procedente de un Poder independiente, imparcial, universal, infalible en la interpretación de los principios naturales.

Artículo primero 
Deontología médica prematrimonial.
§ 1. De la continencia.
     105. Ventajas de la continencia. 106. Pornografía. 107. La prostitución. 108. Educación sexual. 109. Profilaxis. 110. Terapéutica de los vicios: comercio sexual ilícito, espermocultivo, rejuvenecimiento, hipnotismo, psicoanálisis.

viernes, 20 de junio de 2014

¿ERRORES DE LA INQUISICIÓN?

Cien problemas sobre cuestiones de fe
52
     En la respuesta anterior sobre la Inquisición se excusan sus crueldades apelando a la época y recordando cuánto más hicieron los herejes con los católicos. Además, la culpa, se dijo allí, fue más de la autoridad civil que de la Iglesia.
     Nada de esto borra la grave mancha de la Iglesia que, de acuerdo con el Evangelio del amor, debiera haber reaccionado contra aquellas costumbres crueles (como otras veces se opuso a los gobiernos, aun a costa que de ello se siguiese, por ejemplo, la separación de Inglaterra) y, en cuanto a la propia defensa misma, imitando a Jesús, a los Apóstoles y a los mártires, que en lugar de reaccionar violentamente se dejaron matar.
     Distíngase —¡por caridad!— la Iglesia divina de la parte humana y reconózcase —sin anteojeras— y confiésese honradamente la culpa de ésta. Si no, hagamos como los comunistas, para quienes todo lo que ellos hacen está bien hecho. (A. M.—Turín.)

     Ilustre amigo A. M., haga el favor de volver a leer cortesmente la respuesta anterior, sin... anteojeras, y se dará cuenta de que, como usted, con razón, defiende que es obligatorio, yo no he excusado ilegítimamente nada precisamente. Tanto que al final he dicho: «Es inútil repetir con el poder civil... la Inquisición medieval... la Iglesia la quiso.»
     Por amor a la imparcialidad, era necesario solamente —contra algunas afirmaciones erróneas corrientes y la actitud de los pobres corderitos llevados al matadero, que gusta a los herejes adoptar—recordar las proporciones.
     La larga campaña difamatoria contra la Iglesia sobre este tema y las referentes historias novelescas extendidas por el público han ofuscado efectivamente la imparcialidad de juicio de muchos católicos; pero en sentido inverso al que usted supone.
     Aun más generalmente se nota en los católicos cultos, no rara vez, la tendencia —opuesta a la que lamentamos en los comunistas— de hacer concesiones con demasiada facilidad al adversario; lo cual, aun arrancando de una noble preocupación por ser leal, se transforma en una infundada autolesión.
      Diré, en especial, que en cuanto a la distinción entre elementos humano y divino de la Iglesia, que usted ha querido subrayar fuertemente, no vale la pena de insistir en ella, tan clara es la cosa; «Si bien el espíritu está pronto, mas la carne es flaca» (Mateo, XXVI, 41).
     Sin embargo, no debe entenderse a medias. Esa distinción vale propiamente para las debilidades personales, no para las órdenes públicas, aunque terrenas, de la Iglesia, las cuales, yendo siempre unidas —sin excluir la política— a los intereses religiosos, aun no siendo infalibles, gozan de una especial asistencia del Espíritu Santo. Incluso un Alejandro VI —personalmente indigno— dio muestras de notable prudencia en el gobernar, incluso en política.
     La inclinación a aprobar las iniciativas públicas de la Iglesia, aun no siendo infalibles, no es, pues, una conducta arbitraria y unilateral —con anteojeras— como la confianza en sí mismos de los comunistas, sino una conducta razonable y obligada en los creyentes. Los comunistas son inexcusables cuando creen a jefes animados del espíritu anti-evangélico de odio y opresión y del espíritu satánico de mentira, empleada como arma fundamental de penetración (como el colosal engaño de Stalin debería haber demostrado aun a los más ciegos). Los católicos, en cambio, tienen mucha razón en fiarse de la Iglesia de Cristo.
     Esta actitud de confianza hacia las disposiciones secundarias aún no estrictamente religiosas de la Iglesia, puede, en casos particulares, razonablemente ceder sólo ante claros argumentos en contra.
     Consiguientemente, no hay razón para que esa confianza no deba valer también en el tema de la Inquisición, prescindiendo, se entiende, de las responsabilidades de los tribunales locales, las cuales se incluyen en las deficiencias personales de cada cual.
     Para juzgarla con imparcialidad —como ya dije— es indispensable trasladarse a la situación y mentalidad de entonces. Teniéndose que intervenir, en el terreno jurídico práctico, para defender la unidad religiosa y el orden social de las tenebrosas fuerzas disgregadoras de la herejía, había necesariamente que poner en movimiento la máquina penal adecuada a la mentalidad y a la dureza de la época —aun con las dulcificaciones repetidamente recomendadas por Roma—, única capaz de refrenar con saludable temor. No se trataba, pues, de aprobar ningún desorden intrínseco, al que la Iglesia se habría opuesto indudablemente a toda costa, como siempre ha hecho e hizo, por ejemplo, con Enrique VIII de Inglaterra.
     ¿Por qué no intervino para ilustrar la legislación y el procedimiento relativo con el espíritu de dulzura del Evangelio? Para responder hay que encuadrar nuestro problema de mansedumbre con el de la dulcificación de todas las costumbres públicas, que sólo la lenta maduración de los siglos habría podido producir. La Iglesia presentó íntegros los principios desde el comienzo. Su penetración en las costumbres dependió, en cambio, de una multitud de circunstancias prácticas y de la lenta fructificación de la gracia en los corazones. Recuérdense las parábolas de la levadura y de la semilla de mostaza.
     La divina visión de la Iglesia no se confunde con una falsa visión milagrera. La rapidez de fermentación de la masa humana con la levadura de su enseñanza depende de la respuesta de los individuos.
     Además es inexacto ese recuerdo de los mártires, que, imitando a Jesús, en lugar de defenderse, se inmolaron. Se da la habitual confusión, tocada ya en anteriores respuestas, entre el espíritu interior de perdón y la acción jurídica exterior defensiva.
     Esta en determinados casos, puede ser no sólo lícita, sino estrictamente obligatoria.

BIBLIOGRAFIA
Bibliografía de la consulta 23. Para la sumisión a la Iglesia, consulta 17. Para el perdón, consulta 32.
Pier Carlo Landucci
CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE

miércoles, 18 de junio de 2014

DOCUMENTOS BIBLICOS LEON XIII (1878-1903) (1)

     Carta encíclica «Etsi Nos», a los obispos de Italia, 15 de febrero de 1882
     León XIII sienta ya en esta encíclica a los obispos de Italia el principio apologético de que se deben emplear para refutar a los adversarios de la fe las mismas armas de que ellos se sirven, e impone, consiguientemente, la sabia norma pedagógica de procurar a los futuros sacerdotes en los seminarios una formación al día en las ciencias positivas relacionadas con la Sagrada Escritura.
     En la encíclica Providentissimus insistirá repetidamente sobre este punto b. 

75
     Por esta causa, venerables hermanos, con razón los seminarios clericales exigen las más asiduas y máximas atenciones de vuestro ánimo, consejo y vigilancia. Por lo que afecta a las virtudes y costumbres, no se ocultan a vuestra sabiduría los preceptos y normas que necesita la edad juvenil de los clérigos. Y en las disciplinas más importantes, ya nuestras letras encíclicas Aeterni Patris indicaron el camino y el método mejor de los estudios. Mas, como en este gran movimiento intelectual se han descubierto sabia y útilmente muchas cosas que no conviene pasar por alto, visto sobre todo que los impíos acostumbran emplear como armas nuevas contra las verdades divinas todos los adelantos de nuestros días en estas materias, procurad, venerables hermanos, en la medida de vuestras fuerzas, que la juventud que se prepara para el sacerdocio no sólo esté cada día mejor instruida en ia investigación de la naturaleza, sino también perfectamente preparada en aquellas materias que guarden relación con la interpretación y autoridad de las Sagradas Letras.

martes, 17 de junio de 2014

Quanto Conficiamur

Encíclica de PÍO IX
Sobre la Iglesia y las misiones
Del día 10 de agosto de 1863
Amados Hijos y Venerables Hermanos Nuestros, salud y bendición apostólica
1. Introducción: El Papa congratula a los Obispos por su valiente y heroica conducta
Todos fácilmente comprenderéis, Amados Hijos Nuestros y Venerables Hermanos, cómo nos agobia la tristeza a causa de la encarnizada y sacrílega guerra que, en casi todas partes del mundo, se ha desatado contra la Iglesia en estos azarosos tiempos, y ante todo en la infeliz Italia, donde ella desde hace muchos años fue declarada por el gobierno piamontés y estimulada de día en día; pero en medio de Nuestras gravísimas angustias, volviendo la vista a vosotros, Nos llenamos de sumo gozo y consuelo, pues vosotros, a pesar de haber sufrido contumelias, con toda clase de injusticias y de violencias, arrancados de vuestra grey, enviados al destierro, y hasta encerrados en la cárcel, sin embargo, revestidos con la fuerza de lo alto, nunca habéis dejado, ya de palabra, ya por escrito, de defender denodadamente la causa, los derechos y la doctrina de Dios, de su Iglesia y de esta Sede Apostólica, y de proveer a la salud de vuestro rebaño. Por esto, de todo corazón os congratulamos por vuestra alegría de haber sufrido contumelias por el nombre de Jesús y os tributamos las merecidas alabanzas, sirviéndonos de las palabras de Nuestro predecesores San León cuando dijo: Aunque me compadezca con todo mi corazón de los sufrimientos que habéis soportado por la defensa de la fe católica y de lo que vosotros habéis padecido; sin embargo, comprendo que hay más motivo para alegrarse que para entristecerse, al ver que, fortificados por Nuestro Señor Jesucristo, habéis permanecido invencibles en la doctrina evangélica y apostólica... Y mientras los enemigos de la fe cristiana os arrojaban de vuestras sedes, preferisteis sufrir las amargura del exilio a mancillaros con cualquier categoría de impiedad.

lunes, 16 de junio de 2014

ACEFALÍA: SENTENCIA IMPÍA Y BLASFEMA

Por el Dr. Homero Johas
 DOGMA DE FE
Es dogma de fe que Jesucristo instituyó una Cabeza visible en la Iglesia militante (D.s. 3055). Quien niega esta Cabeza visible, o su naturaleza monárquica, queriendo una Cabeza humana, venida de los votos del pueblo niega la forma del régimen instituido por Jesucristo (D.s. 3205, 4). Tal Cabeza visible es perpetua, como la Iglesia: “para la perpetua salud y bien de la Iglesia”: “jugiter durare necesse est” (D.S. 3056). La acefalía está contra el bien de la Iglesia. La Cabeza visible es el “principio perpetuo de la unidad y el fundamento visible” de la unidad de fe y de comunión (D.S. 3051); es la “Cabeza y columna de la fe y el fundamento de la Iglesia Católica”, que “siempre” existió en la Iglesia. Luego, quien quiera la vacancia prolongada, indefinida o perenne, atenta contra el bien de la Iglesia, contra su unidad, quiere la muerte de la Iglesia.

domingo, 15 de junio de 2014

TRABAJO

     —¿A qué te dedicas?
     —A nada.
     —Ya supongo que no tienes ninguna profesión ni vas a ninguna oficina; pero harás algo en casa.
     —Nada.
     —¿No ayudas en las labores domésticas?
     —No; eso lo hace el servicio.
     —Desde luego; pero tú colaborarás con tu mamá en la dirección y organizació n de la casa.
     —No.
     —Entonces, ¿qué haces en todo el día?
     —Nada.


     Pues muy mal. «El hombre nace para trabajar, como el pájaro para volar», dice Job.
     Y Goossens añade a la cita este comentario, que brindo a tu reflexión:
     «Hay pájaros que no vuelan: los pavos, los pingüinos, los gansos. Si deseas que te contemos entre ellos, ya sabes el camino» (Alberto Goossens, S.J.: "¿Qué debo hacer hoy?").
          Toda persona humana ha traído a la vida la obligación de trabajar, y si no lo hace, no cumple con su deber.
     «El que no quiere trabajar, que no coma», escribía San Pablo a los de Salónica.
     ¿Quieres comer? Pues trabaja, y si no lo haces, no tienes derecho a la comida.
     ¿Dices que tu padre trabaja por ti?
     Ante la sociedad cumplirás con el trabajo de tu padre; ante Dios, no. Eres tú la que tienes que trabajar.
     No es necesario que te dediques a esos trabajos con que, por regla general, se ganan la vida otras chicas; pero es menester que trabajes de alguna manera.
     Hay un trabajo del cual difícilmente te excusarás, el más femenino y, en una forma u otra, adaptable a todas las condiciones sociales: la organización y arreglo de la casa.
     ¿Tú crees que una mujer podrá cumplir su misión en un hogar sin dedicarse a estas labores?
     ¿Tú crees que una mujer que no maneja nunca la escoba y la aguja puede llenar esos deberes, de que se viene hablando en este libro?
     ¿Calificarías de completa a la chica que no sabe coser, a la que no ha hecho nunca una cama ni se ha acercado alguna vez a la cocina?
     Yo creo que no; esa chica ha esterilizado alguna de las aptitudes que Dios le ha dado para hacer feliz a los suyos; le falta algo.
     No voy a ser tan pequeño que crea imposible la felicidad sin uno de estos detalles. Lo que sí te aseguro es que el bienestar aquí posible no exige para su logro grandes cosas, sino que, en la práctica, es la resultante de una serie de detalles pequeños bien engranados.
     Falta un engranaje y se produce una intermitencia; la repetición de las intermitencias, a lo largo resulta peligrosa y degenera en anormalidad.
     La vida está sujeta a multitud de azares; encontramos con frecuencia antiguas señoras pidiendo limosna o devorando a solas su miseria, ocultada con grandes esfuerzos. ¿Cuál será tu mañana? No lo sabes.
     Santa Isabel de Hungría nació en un palacio real, hizo una buena boda con el landgrave de Turingia, y de viuda pudo comer y dar de comer a sus hijos, porque sabía hilar y coser.
     El caso de Santa Isabel no es único; en la actualidad se repite con demasiada frecuencia. Los sacerdotes estamos muy acostumbrados a intervenir en ellos.
     Cuando la señora venida a menos está acostumbrada a trabajar, con facilidad se encuentra una solución decorosa; lo horrible es cuando nos dicen lo que escuché de labios de una desgraciada: «Padre, yo no sé hacer nada. ¿No ve usted que cuando era chica tenía dinero, y nos parecía que con el dinero lo teníamos todo?»
     El porvenir es incierto y hay que asegurarlo. Un factor que no falla es el trabajo.
     Pero prescindamos de estos extremos y supongamos que mañana conservarás la posición de hoy. ¿No te fallará, 
en un momento dado, la servidumbre, y te sentirás indefensa, si tú no sabes hacer las cosas?
     —Teniendo dinero, nunca falta quien sirva.
     Así parece; y, sin embargo, la práctica se goza en mostrarnos ocasiones en que, aun con dinero, no se encuentra el servicio adecuado.
     —Entonces se acude a un hotel.
     Esta solución supone la salida del hogar; por tanto, no resulta aceptable.
     Don Leandro Fernández de Moratín escribió, hace siglo y medio, una obra de teatro, llena de sátira, titulada La comedia nueva, que obtuvo un éxito estruendoso en las tablas.
     En ella ridiculiza a doña Angustias, muy aficionada a dedicarse, con su marido, a la literatura, «y entre tanto ni se barre el cuarto, ni la ropa se lava, ni las medias se cosen; y, lo que es peor, ni se come ni se cena».
     Y alaba a doña Mariquita, muchacha de dieciséis años, en cuyos labios pone estas frases:
     «Yo sé escribir y ajustar una cuenta, sé guisar, sé planchar, sé coser, sé zurcir, sé bordar, sé cuidar de una casa; yo cuidaré de la mía y de mi marido y de mis hijos, y yo me los criaré. Pues, señor, ¿no es bastante? ¡Que por fuerza he de ser doctora y marisabidilla, y que he de aprender la gramática y que he de hacer coplas? ¿Para qué? ¿Para perder el juicio?»
     No pierde el juicio una mujer por cultivar la literatura y las ciencias; pero, desengañémonos, lo pierden quienes se entregan a estudios y otros trabajos, abandonando sus deberes hogareños.
     Me dan pena esas chicas que saben muchas Matemáticas y mucha Historia y no saben hacer una cama, limpiar una habitación o guisar una comida sencilla; saben ordenar un fichero y no saben ordenar un ropero o lo hacen atadas por la falta de costumbre.
     ¿Cómo podrán corregir a la criada y enseñarle a hacer las cosas a su gusto, si ellas no saben hacerlas?
     Cuando se casen, ¿no se resentirá fácilmente la organización y la administración de la casa? ¿No se sentirán demasiado ligadas a su servidumbre?
     Más pena me dan todavía las que muestran disgusto por estas labores; no puede dudarse que la mujer, a fuerza de pretender confundirse con el hombre, va perdiendo feminidad.
     El instinto enseña a las niñas a jugar a casitas. Disfrutan con los pequeños cacharritos de cocina, regalo de sus papás, y si no los tienen, los inventan con cajitas o botes. El progreso moderno enseña a las jóvenes a despreciar las lecciones del instinto y sentir desgana por lo casero.
     En las labores domésticas, lo importante no es lo material; es algo insensible, espiritual, algo que las valoriza de hogareñas; y este tono de bienestar no lo da la criada, lo da únicamente el corazón de una mujer buena, que, al realizar los trabajos, va derramando en ellos algo de su corazón. Esto sólo puede hacerlo la madre, la esposa, la hija.
     La casa está estupendamente ordenada, todos los resortes responden a las mil maravillas, los diversos servicios se realizan con precisión; en el puesto de mando está la mujer amada, y sus manos en los momentos oportunos han descendido a ciertos detalles, donde han impreso sus huellas...
     ¿Huellas dactilares? Huellas de un corazón. Por eso allí hay calor.
     Entrénate, muchacha, en las labores domésticas. Haz tu habitación; si entra en ella la criada, que sea tan sólo para el trabajo más grueso. Los detalles deben ser tuyos. Tu sello personal por todos los rincones.
     Ese cuartito tuyo es una semilla que un día más o menos cercano crecerá y se convertirá en un piso o en una villa donde vivirá con su marido la señora de ...X.
     Para obtener una buena planta hay que sembrar buena semilla. ¿Cómo es tu cuarto? ¿Cómo estará tu casa?
     Si en vez de convertirse en casa se transforma en celda, sobre las lisas paredes encaladas y el catre desnudo proyectará luz el cuarto juvenil de la que en su propio trabajo encontró elemento de perfeccionamiento e instrumento de virtud.
     El símbolo del trabajo femenino es la aguja. Física
mente es pequeña, moralmente es muy grande. Usada con espíritu cristiano, sirve para santificar.
     Horas calladas para coser una prenda, confeccionar un vestido, hacer un bordado, zurcir un remiendo... Afanes, ilusiones, sueños, meditaciones, sonrisas de amor, lágrimas de pena..., todo ello ensartado en el pensamiento al ritmo de los hilvanes de la aguja.
     En la iglesia monasterial de la Encarnación de Madrid ocupa el retablo mayor un precioso lienzo que reproduce el instante dichoso en que el arcángel San Gabriel anunció a María su próxima maternidad.
     La Virgencita bellísima y recatada aparece arrodillada junto al cestillo de la costura.
     La Madre de Dios manejó la aguja; las muchachas, hijas suyas,, deben manejarla muchas veces.
     Cuando el Espíritu Santo quiere trazamos en las páginas del libro de los Proverbios el retrato de la mujer fuerte, nos dice:
     «Buscó la lana y el lino y lo trabajó con la industria de sus manos... Se aplicó a los quehaceres domésticos, aunque fatigosos, y sus dedos manejaron el huso... Hizo para sí un vestido acolchado, tejió delicados lienzos y los vendió.»
     A Isabel de Castilla nos la presentan sus biógrafos cosiendo las camisas de su marido y bordando, en compañía de sus damas, ornamentos religiosos.
     Doña Catalina de Austria, reina de Portugal e hija de Doña Juana la Loca, pasaba largas horas hilando, hacía corporales para las iglesias y bordaba el equipo que había de traer a España su hija María para casarse con Felipe II.
     No es despreciable la aguja que manejaron manos reales y que no desdeñó la Madre de Dios.

Canonigo Emilio Enciso Viana
LA MUCHACHA EN EL HOGAR

martes, 10 de junio de 2014

Defuncti sunt enim

Porque ya han muerto
     Habían pasado años trabajosos en el destierro.
     Huyendo de Herodes, habían llegado a aquellas remotas tierras de Egipto.
     El rey tirano había pretendido hacer desaparecer al NIÑO.
     Mas José recibió, por medio de un ángel, la orden de partir.
     Y tomó al niño, que era el Hijo de Dios, y a la Madre, que era María, la Virgen de las vírgenes, y con ellos partió para el duro destierro.
     No sabía cuánto tiempo había de permanecer allí.
     Pero estaba tranquilo.
     Y el ángel volvía ahora.
     Traía una buena nueva:
     los desterrados podían volver a la patria.
     Y añadió la razón: Defuncti sunt enim qui quarebant animam pueri. Porque ya han muerto los que perseguían al NIÑO.
     ¡Han muerto!
     Palabras llenas de enseñanzas.
     ¡Han muerto!
     Ya pasaron los tiranos; los asesinos, los perseguidores, ya desaparecieron del mundo de los vivos; han muerto.
     Ya no podrán hacer daño.
     Se levantan persecuciones violentas contra Cristo, contra su Iglesia.
     Se les destierra de muchas partes.
     Se pretende destruirlos. Enterrarlos para siempre en el olvido.
     Los enemigos parecen a veces triunfantes, como triunfante se creía Herodes después de la muerte de los inocentes.
     Pero llegará un día muy pronto —mucho más pronto de lo que ellos piensan, y de lo que nosotros pensamos— la palabra fatal: ¡Han muerto!
     Esos perseguidores morirán.
     Esos enemigos perecerán.
     Esos tiranos pasarán.
     Y morirán, y perecerán, y pasarán... para siempre.
     Y, en cambio:
     Tú, ¡oh Señor!, Tú eres siempre el mismo, inmutable, eterno, y tus años no pasan. Tú no mueres.
     Tú no tienes prisa de castigar a esos tiranos, a esos perseguidores, a esos asesinos, porque Tú eres eterno.
     Pero cuando llegue su hora, cuando de ellos se diga han muerto, entonces se habrán presentado ante tu Tribunal.
     Y tu Iglesia volverá a entonar el himno de la victoria y de la libertad. Ella espera tranquila..., porque Tú no mueres.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

lunes, 9 de junio de 2014

Sagrada Comunión por los fieles difuntos

ORACIONES ANTES DE LA COMUNIÓN
     OMNIPOTENTE y Eterno Dios, concededme, que reciba no sólo el Sacramento del cuerpo y sangre de nuestro Señor, sino también el fruto y la virtud del Sacramento. ¡Oh Dios misericordiosísimo!, concededme recibir el cuerpo de tu Unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, nacido de la Virgen María, para que yo sea digno de ser incorporado a su cuerpo místico y contado entre sus miembros. ¡Oh amantísimo Padre!: concededme que algún día contemple para siempre cara a cara a tu Hijo querido, al cual voy ahora a recibir bajo el velo eucarístico. Que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén. (Santo Tomás)
     SEÑOR mío Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre Eterno, y la cooperación del Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo: líbrame por este tu sacrosanto Cuerpo y Sangre de todas mis iniquidades y de todo mal; haz que yo siempre cumpla fielmente tus mandamientos, y no permitas que jamás me separe de Ti; que con el mismo Dios Padre y el Espíritu Santo vives y reinas. Dios por los siglos de los siglos. Amén.
     La participación de tu Cuerpo, Señor mío Jesucristo, que yo, indigno, me dispongo a recibir, no se convierta para mí en sentencia de condenación; pero por tu misericordia, sírvame de defensa para el alma y para el cuerpo, y de medicina saludable. Tú que siendo Dios, vives y reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Dómine, Non Sum Dignus!...
      SEÑOR, yo no soy digno de                                                                      Señor, como ninguno
                 que en la vil morada                                                                      soy pobre en tu presencia;
             de mi abatido pecho                                                                          desnudo de virtudes, 
       te llegue a hospedar;                                                                                en Ti las hallaré...
             en tu presencia santa                                                                           Mi pequeñez es tanta 
           soy pobre y desgraciado,                                                                   cual es tu omnipotencia;
          soy átomo impalpable,                                                                       pero te adoro humilde, 
    soy menos que la nada;                                                                           y toda mi existencia 
      ¡ignoro cómo puedo                                                                             la diera por tu gloria, 
         llegarme hasta tu altar!                                                                           que siempre ambicioné.

¡Señor, yo no soy digno!...                                                                         ¡Ven, pues, delicia pura 
 Los cielos y la tierra                                                                          del Serafín ardiente, 
tu inmensidad sublime                                                                                 encanto de los ángeles, 
no pueden contener;                                                                                      que en torno del altar 
es polvo cuanto el orbe                                                                                te adoran noche y día!... 
de noble y grande encierra                                                                          Con ansiedad creciente
si a Ti se le compara.                                                                                           te busco fatigado;
Tu majestad me aterra,                                                                                        Señor omnipotente,
¡tu majestad, que apenas                                                                               ¡Tú sólo eres quien puede
acierto a comprender!                                                                                             mi espíritu llenar!

¡Señor, yo no soy digno!...                                                                        Grandeza incomprensible, 
Pero con ansia ardiente,                                                                           desciende hasta la nada, 
con gran afán te busca,                                                                            desciende hasta tu siervo,
te llama el corazón;                                                                                       y elévala hasta Ti.
Señor, una palabra                                                                                  ¡Oh, ven, dulce consuelo 
pronuncia solamente,                                                                                      del alma acongojada, 
y el alma, recobrando                                                                                    la vida de mi vida,
sus fuerzas de repente,                                                                                       la prenda idolatrada  
te rendirá, entusiasta,                                                                                        del alma que te adora 
sublime adoración.                                                                                          con ciego frenesí!

¡Oh grandes maravillas,                                                                                  Ven y reposa amante 
misterio soberano                                                                                           dentro del pecho mío;
de amor, de paz, de gloria,                                                                                    anímame en la lucha
de inmensa caridad!                                                                                          terrible contra el mal;
¡Oh dulce Sacramento                                                                                           sostenme si vacilo, 
que al pobre ser humano                                                                                    que en tu bondad confío; 
infundas nueva vida,                                                                                     bajo tu dulce amparo
y desde el polvo vano                                                                                         las penas desafío,
lo elevas hasta el cielo                                                                                              y espero resignada 
con noble majestad!...                                                                                           la gloria celestial.

Cuando asombrado admiro                                                                         Ven, y con flecha ardiente 
 
la gloria que atesoras                                                                                              mi corazón hiriendo, 
y al hombre comunicas                                                                                           despréndeme de todo, 
con infinito amor,                                                                                                 consuma en mí tu unión.
olvídome del mundo...                                                                                      Que, amante cual ninguna, 
deslizanse las horas                                                                                                 feliz vaya siguiendo 
veloces como el rayo...,                                                                                              la huella de tu planta; 
y dulces, seductoras,                                                                                           Señor, haz que, existiendo 
visiones inefables                                                                                                       tan sólo para amarte, 
consuelan mi dolor.                                                                                                          repose el corazón.

Entonces aborrezco                                                                                               Y que al llegar la muerte,
 
lo que antes adoraba,                                                                                                      la dulce mensajera 
conozco lo que vales,                                                                                                 que nadie sin espanto 
comprendo lo que soy,                                                                                                contempla junto a sí,
suspiro por la dicha                                                                                                         gozosa te reciba
feliz que no se acaba...                                                                                                con dicha placentera, 
Recuerdo que la gracia                                                                                                dulcísimo Amor mío, 
constante me llamaba                                                                                             para que alegra muera... 
desde mi edad temprana,                                                                                         ¡La muerte da la vida, 
y el corazón te doy;                                                                                               pues nos acerca a Ti!

que Tú eres el compendio 
de cuanto grande admiro, 
y en Ti su omnipotencia 
reconcentró el Señor.
Allí dentro el Santuario, 
oculto en el retiro, 
existes, ¡oh prodigio de 
amor a que yo aspiro, 
y a quien celebra el cielo 
con cánticos de amor!

Deseos de Comulgar
     ¡Oh, gran Señor, quién tuviera los deseos de todos los Santos y Santas que con más fervorosos afectos han deseado recibiros, los de Santa Marta para hospedaros, y los de su hermana para no apartarme un punto de vuestros pies!
     ¡Quién tuviera los encendidísimos deseos y afectos de la Santísima Virgen para recibiros, agradaros y serviros!
     ¡Quién tuviera la grandeza de los cielos, la pureza de los ángeles y el abrasado amor de los serafines!
     ¡Quién poseyera todas las virtudes, para convidaros, Señor, que vinierais a mi morada!
     ¡Oh, qué dichoso fuera yo si en gracia recibiera el autor de la vida, para tenerle en mi alma!
     ¡Qué rico estuviera yo poseyéndoos en gracia y con pureza!
      Venid, Señor, a mí, pues podéis, que si yo pudiera, no salierais de mí eternamente.
     ¡Oh Señora mía benditísima! Alcanzadme este bien de vuestro amado Hijo.
     Virgen santísima, serafines, almas que amáis a Dios con puro amor: comunicadme vuestros afectos para que haga la compañía que debo a mi amado Señor.

Para después de la Comunión
     DIOS mío y Señor mío, os doy gracias de la merced que me habéis hecho de venir a habitar en mi pobre alma; yo quisiera daros un agradecimiento digno de vuestra Majestad y del grande honor que me habéis hecho.
     Mi Madre y Señora María santísima, Santos mis abogados, ángel de mi guarda, almas que vivís abrasadas en el amor de Dios, venid a ver y admirar el excesivo favor que ahora me hace, y dadle por mí las gracias.

Acto de Ofrecimiento
     ¡SEÑOR! Ya que os dignasteis visitar la pobre casa de mi alma, yo os la ofrezco con toda mi libertad y voluntad; Vos os habéis entregado todo a mí, y yo me quiero dar todo a Vos; sí, mis potencias y sentidos sean ya todos vuestros, para que no se empleen sino en vuestro obsequio; el entendimiento sólo me sirva para pensar en vuestra infinita bondad, y la voluntad, sólo para amaros. También os consagro y ofrezco todo cuanto tengo, mis pensamientos, mis afectos, mis deseos, mis gustos, mis inclinaciones y mi libertad. En fin: en vuestras manos entrego mi cuerpo y mi alma.
     Aceptad, ¡oh Majestad infinita!, el sacrificio que de sí mismo os hace el pecador más ingrato que ha habido sobre la tierra, pero que ahora se entrega y pone todo sin reservas en vuestras divinas manos. Haced, Señor, de mí lo que os agrade. ¡Venid, oh fuego consumidor, oh amor divino! Destruid en mi todo lo que no agrada a vuestros purísimos ojos; haced que de hoy en adelante sea todo vuestro y viva solamente para cumplir y obedecer, no sólo vuestros preceptos y consejos, sino también vuestros santos deseos y vuestro mayor gusto.
Rev. J. M. Lelen
EL DEVOTO DEL PURGATORIO