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martes, 24 de junio de 2014

Gomaristas

     Secta de teólogos calvinistas contraria a la de los arminianos. Los primeros tienen su nombre de Gomar, profesor de la universidad de Leiden y después de la de Groninga; se llaman también contra-remontrantes, en contraposición a los arminianos conocidos por el nombre de remontrantes.
     La doctrina de los gomaristas fácilmente se conoce por la sencilla exposición hicimos de las opiniones de los remontrantes en el artículo Arminianismo: la teología de los unos es diametralmente opuesta a la de los otros respecto a la gracia, predestinación, perseverancia, etc. Se puede consultar la Historia de las variaciones por M. Bossuet, lib. 14, número 18 y siguientes, donde se expone la disputa de estas dos sectas con la mayor extensión y claridad posible.
     Algunos literatos de poca instrucción se explicaron con mucha impropiedad, cuando dijeron que los gomaristas son respecto de los arminianos lo que los tomistas y los agustinianos respecto de los molinistas: la diferencia que hay es tan clara que salta a los ojos de todo aquel que sabe un poco de teología. Los tomistas y agustinianos nunca enseñaron, como los gomaristas, que Dios reprueba a los pecadores por un decreto absoluto e inmutable, sin atender a la previsión de su impenitencia; que no quiere sinceramente la salvación de todos los hombres; que Jesucristo murió solo por los predestinados; que el estado de gracia es inadmisible para ellos, y que la gracia es irresistible. Tales son los dogmas de los gomaristas consagrados en su sínodo de Dordrecht, que los teólogos católicos condenan como otras tantas herejías.
     Por otra parte, los llamados molinistas nunca negaron la necesidad de la gracia preveniente para hacer buenas obras, incluso el deseo de la gracia de la fe y de la vida eterna admiten la predestinación gratuita a la fe, a la justificación y a la perseverencia, y si no la damiten respecto a la gloria eterna, se fundan en que esta no es un don puramente gratuito, sino una verdadera recompensa. Cuando dicen, que Dios predestino a sus escogidos consiguientemente a la previsión de sus méritos, entienden de unos méritos adquiridos por la gracia, y no por las fuerzas naturales del libre albedrío, como querían los pelagianos. Estos son unos puntos esenciales en que nunca se explicaron con claridad los arminianos. Por lo mismo no hay comparación alguna entre las diversas opiniones de las escuelas católicas y los errores de los protestantes, bien sean arminianos o gomaristas.
     Las disputas de estos causaron en Holanda las mayores turbulencias, hicieron un negocio de política entre los dos partidos, que trabajaban cada uno por su lado en apoderarse de la autoridad pública.
     Acusando Lutero de pelagianismo a la Iglesia romana, le sucedió lo que casi siempre; cayo en el extremo opuesto: estableció respecto a la gracia y predestinación una doctrina rígida, de la cual se sigue con toda evidencia, que Dios es autor del pecado, y que el hombre no puede ser responsable de los que cometa. Mas moderado Melanchton, le atrajo a ensanchar algún tanto sus primeras opiniones. Desde entonces siguieron con Melanchton los teólogos de la confesión de Augsburgo, abrazando sus opiniones sobre está materia. Estos acomodamientos desazonaron a Calvino: este reformador y su discípulo Teodoro Beza sostuvieron el mas rigoroso predestinacianismo, y le añadieron los falsos dogmas de la certidumbre de la salvación y de la inadmisibilidad de la justificación para los predestinados.
     Esta doctrina estaba casi universalmente recibida en Holanda, cuando Arminio, profesor de la universidad de Leiden, se declaró por el partido opuesto y se aproximó a la creencia católica, bien pronto le siguió un partido numeroso; pero encontró un fuerte contrario en la persona de Gomar, quien estaba por el rigorismo de Calvino. Se multiplicaron las disputas, penetrando en los colegios de las demás ciudades, y después en los consistorios y en las iglesias. La primera conferencia celebrada en el Haya entre los arminianos y gomaristas en el año de 1608, la segunda en 1610, la tercera en Delft en 1612, y la cuarta en Rotterdam en 1615, no fueron bastante para ponerlos de acuerdo.
     Tres decretos de los estados de Holanda y de West-Frisia, que mandaban el silencio y la paz, tampoco produjeron fruto alguno. Como la última conferencia había sido favorable a los arminianos, los gomaristas la hicieron anular por el príncipe Mauricio y los estados generales. Se aumentaron las turbulencias, y en muchas ciudades llegaron a las manos los dos partidos. Para calmar el desorden, decretaron los estados genérales a principios del año 1618, que el príncipe Mauricio marchase con tropas a deponer los magistrados arminianos, a deshacer los cuerpos que habían levantado, y a desterrar a sus ministros. Después de haber hecho esta expedición a las provincias de Gueldres, Over-Issel y Utrecht, hizo arrestar al gran pensionario Barneveldt, a Hoogerbets y a Grocio, como principales cabezas del partido de los arminianos; recorrió las provincias de Holanda y West-Frisia, depuso en todas las ciudades a los magistrados arminianos,desterró a los principales ministros y teólogos de esta secta, y les quitó las iglesias para darlas a los gomaristas.
     Estos reclamaban hacia mucho tiempo un sínodo nacional, y esperaban adquirir en él la supremacía: los arminianos querían evitarlo; pero después de haberse visto abatidos, trataron de que se verificase. Esto sínodo debía representar toda la iglesia belga: fueron invitados también para él varios doctores y ministros de todas las iglesias reformadas de la Europa, con el fin de hacer callar a los arminianos y remontrantes, quienes decían que si un sínodo provincial no bastase para terminar las disputas, seria también insuficiente para el mismo fin un sínodo nacional, y que por consiguiente sería mucho mejor en este caso convocar un sínodo ecuménico. Por lo demás, bien fácil era prever que un sínodo nacional, ni ecuménico, no seria favorable a los remontrantes, que componían un partido débil: los diputados que se nombraron en los sínodos particulares casi todos eran gomaristas; por este motivo se vieron precisados los remontrantes a protestar de antemano contra todo procedimiento. El sínodo general o ecuménico se convocaba para Dordrecht, y su apertura se hizo el 13 de noviembre del año 1618: los arminianos fueron unánimemente condenados en él: sus opiniones se declararon contrarias a la Escritura y a la doctrina de los primeros reformadores. Añadieron una censura personal contra los arminianos citados al sínodo. Los declaró convictos de haber corrompido la religión y atentado contra la unidad de la Iglesia: por este motivo les prohibía todos los oficios eclesiásticos; los deponia de sus vocaciones, y los juzgaba indignos de los oficios académicos. Declaraba que todo el mundo estuviese obligado a renunciar las cinco proposiciones de los arminianos, y que los nombres de remontrantes y contra-remontrantes se aboliesen y olvidasen para siempre. Si las penas pronunciadas contra sus adversarios no fueron aun mas rigorosas, no quedo por los gomaristas.
     Hicieron los mayores esfuerzos porque los arminianos fuesen condenados como enemigos de la patria y perturbadores del orden publico; pero los teólogos extranjeros se resistieron absolutamente a dar su aprobación a la sentencia del sínodo sobre esto punto. Para satisfacer la animosidad de los gomaristas, los estados generales publicaron un edicto el 2 de julio del año siguiente, aprobando y mandando que se ejecutasen la sentencia del sínodo y sus decretos. Proscribieron a los arminianos, desterrando a unos, confinando a otros, y confiscando los bienes de muchos. Tal fue la dulzura y la caridad de una iglesia que pretende llamarse reformada, cuyos fundadores se limitaban a pedir humildemente la libertad de conciencia, y cuyos ministros no cesan aun de declamar contra la intolerancia y la tiranía de la Iglesia romana.
     El suplicio de Barneveldt, gran pensionista de Holanda, se verificó poco después de la decisión del sínodo; el príncipe de Orange mandó pronunciar contra él una sentencia de muerte, en la cual, entre otros cargos en lo civil, se le acusaba de haber aconsejado la tolerancia del arrianismo, de haber turbado la religión y contristado a la Iglesia de Dios. Al presente todo el mundo está convencido de que este hombre célebre fue mártir de las leyes y de la libertad de su país, mas bien que de las opiniones de los arminianos, por mas que las hubiese adoptado.
     El príncipe Mauricio de Orange, penetrado de la ambición de hacerse soberano de los Países Bajos, era contradecido en sus designios por los magistrados de las ciudades y por los estados particulares de las provincias, singularmente de las de Holanda y West-Frisia, a cuya cabeza se hallaban Barneveldt y Grocio. Se sirvió hábilmente de las querellas de religión para abatir a estos republicanos, y oprimir enteramente la libertad de la Holanda, so color de extirpar el arminianismo. Si los gomaristas no penetraron sus designios, fueron unos estúpidos; y si los conocieron, se obstinaron sin embargo en favorecerlos y fueron traidores a su patria.
     Pero bajo el estatuderado de Guillermo II, hijo del príncipe Enrique, se estableció poco a poco en Holanda la tolerancia eclesiástica y civil: era preciso que viniesen a caer en ella por la multitud de sectas que allí se habían refugiado. Se permitió pues a los arminianos el tener iglesias en algunas ciudades de las Provincias Unidas: la doctrina que acababa de proscribirse con tanto rigor en el sínodo de Dordrecht, no pareció ya tan abominable a los ojos de los holandeses. La Iglesia arminiana de Amsterdam tuvo por pastores a muchos hombres célebres, Episcopio, de Courcelles, de Limborch, al sabio Le Clerc y otros. Casi todos se hicieron sospechosos de socianismo; y es difícil que no los acuse el que lea sus escritos. Todos manifiestan mucha aversión a las opiniones de San Agustín, las cuales confunden malamente con las de Calvino; y en materia de gracia y de predestinación abrazaron el pelagianismo.
     Sin embargo, los gomaristas, son siempre el partido dominante en la secta de Calvino; y los arminianos se miran en ella como una especie de cismáticos, por lo menos en cuanto a la policía exterior de la religión.
     En las cátedras y en las escuelas se profesan aun los dogmas rígidos de los primeros reformadores; se expresan en todas las fórmulas de fe, y hay obligación de conformarse con ellos para llegar a los empleos eclesiásticos. Hubo un tiempo en que sucedió lo mismo en Inglaterra, en cuyo reino sostenían las opiniones de Calvíno en materia de gracia y de predestinación, así los episcopales como los presbiterianos. Pero en el día una gran parte de los ministros y teólogos de las diferentes comuniones protestantes se aproximan a los sentimientos de los arminianos, y por consiguiente al pelagianismo. (Bossuet, ibid., g 84 y sig.).
     De donde fácilmente se infiere que los protestantes en general cambian sus dogmas y su creencia, según lo exigen las circunstancias y el interés político; y hablando en rigor, en nada se fijan sino en el odio contra la Iglesia romana. Sea de esto lo que fuere, la disputa entre arminianos y gomaristas ninguna turbación causa ya en Holanda, y la tolerancia, según ellos, va reparando los males que había causado el furor de las persecuciones. En hora buena; pero esta conducta demuestra también la inconsecuencia o inestabilidad de los principios de los protestantes. Habían juzgado solemnemente que el arminianismo era intolerable, puesto que habían excluido de los cargos públicos, del ministerio y de las cátedras de teología a los arminianos. Por política tuvieron después a bien el tolerarlos, concederles iglesias y el ejercicio público de religión; esto prueba que nunca tuvieron una regla invariable, y que son tolerantes o intolerantes, según las circunstancias e interés del momento.
     A los ojos de los católicos, el sínodo de Dordrecht cubrió de un oprobio indeleble a los calvinistas. Los arminianos no cesaron de oponer contra el juicio de esta asamblea los mismos agravios que los protestantes habían alegado contra las condenaciones pronunciadas contra ellos y contra el concilio de Trento. Dijeron que los jueces que los condenaban eran partes al mismo tiempo, y que por consiguiente no tenían mas autoridad que ellos en materias de religión; que las disputas de este género debían terminarse por la Sagrada Escritura y no por una pretendida tradición, o a la pluralidad de votos y no por sentencia de proscripción; que esto era someter la palabra de Dios al juicio de los hombres y usurpar la autoridad divina, etc. Los gomaristas, apoyados en el brazo secular, despreciaron estas razones, e hicieron que cediese a su propio interés el principio fundamental de la reforma.
     Es preciso no olvidar que el sínodo de Dordrecht no solo se componía de los calvinistas de Holanda, sino también de los diputados de las Iglesias protestantes de Alemania, Suiza e Inglaterra; que los decretos de Dordrecht fueron adoptados por los calvinistas de Francia en el sínodo de Charenton. Por consiguiente, la sociedad universal de los calvinistas se apropió el derecho de censurar la doctrina, de componer y formular confesiones de fe y de proceder contra los herejes: cuyo derecho siempre disputó a la Iglesia católica, y aun lo hace al presente. ¡Qué triunfo para los protestantes, si pudiesen acusar de iguales contradicciones ¡a la Iglesia romana!

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