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sábado, 19 de mayo de 2012

Sobre la buena educación de las hijas

Todo es poco para lo que importa mucho; y siempre queda mucho que decir, cuando todo cuanto se dice no es bastante. La malicia de las criaturas de día en día va de aumento, y perdiendo el camino recto de la vida eterna, se hacen investigables y vagos todos sus pasos, como dice el Sabio (Prov., V, 6).
La lepra volátil y vaga debe curarse con fuego, decía una ley del sagrado Levítico: Lepra votatilis, et vaga, debet igne comburi. Y así con rigor deben irse curando los malos vicios de las criaturas, que hoy despuntan con uno y mañana con otro; y no conviene dejarles hacer asiento á los malos resabios, porque si pasan á ser habituales, tienen dificultoso remedio.
Las niñas se pierden con las delicias, dice llorando Jeremías profeta: Usquequo deliciis dissolveris filia vaga. Y si no se las tiene continuamente la rienda, correrá mucho peligro la precipitación de la hija regalona, y que la desdichada madre llore lo mucho que se rió con ella.
No deben cansarse, ni desistir jamas los buenos padres de la cuidadosa educación de sus hijas, unas veces con rigor, y otras con discreta templanza, para que si se perdieren, no sea por culpa de quien las ha criado, sino por sobra de su malicia (II Cor., XII, 14); y también para que si después han de ser herederas de los bienes temporales de sus padres, lo sean mejor de sus bienes espirituales, asistiendo el Señor para su restauración y conservación.
Sobre la hija lujuriosa, dice el Espíritu Santo, que los padres doblen el cuidado; no sea que los ponga en oprobio y confusión, y en murmuración común de la ciudad, y en desprecio de la plebe, atribuyendo al descuido de sus padres la perdición lamentable de su hija. (Eccli., XIII, 11 et seq.)
Si el padre conociere que la mala hija no se quiere apartar del peligro de su torpeza, dice el Espíritu Santo, que la ponga firme custodia; no sea que hallando la ocasión, ella se pierda, y confunda a su padre, y con su propio deshonor desprecie la estimación humana de quien la engendró (Eccli., XXVI, 13).
La mujer precipitada, dice también el Espíritu Santo, que hallando la ocasión, atropellará con todo, y no hará reparo de que sea con este ni con el otro la caída de su crédito, por lo cual deben atender mucho los padres el grado de resolución diabólica que sus hijas tienen: si conocen que importa, pónganlas en firme custodia, y enciérrenlas; para que si ellas no atienden a su reputación ni a la de sus padres, si no quieren por grado, se contengan por fuerza.
La mucha sed no distingue las aguas, y la pasión desenfrenada en nada repara, dice otro sagrado texto; por lo cual si el padre viere precipitada y resuelta a su hija, no fié de su palabra, porque si halla la ocasión, se arrojará sin reparo a todo su daño.
Tiene la hija lujuriosa uno de los tres insaciables, que menciona Salomón, que es el os vulvae (Prov., XXX, 15). Ande el honrado padre con el debido cuidado, y crea firmemente que tiene en su casa mas trabajo del que parece: Esto vigilans. Véase en el Espejo del varón sabio todo el capitulo tercero del libro sexto.
Las malas madres acostumbran ser las mas culpadas en la perdición de las hijas; porque no las enseñan a llorar, como se lo avisa Jeremías profeta, sino a reír y jugar, y después hallan el merecido de su mala crianza.
Mejor es con las hijas la severidad que la risa, según la sentencia de Salomón; porque con la tristeza del rostro se corrige el ánimo delincuente
(Eccli., VII, 4).
Llorará la madre mala sobre su hija lujuriosa y desahogada, y tendrá por felices y dichosas a las mujeres que no tuvieron semejantes malas hijas (San Lucas, XXIII, 28).
Las madres con amor bien regulado, y templado con el temor divino, son buenas madres (Eccli., XXIV, 34). Así lo fue la santa madre del grande Agustino, que con lágrimas y oraciones fervorosas le hizo tan grande santo a su hijo.
Aquella insigne mujer, que fue digna madre de los siete mártires macabeos, mereció bien las grandes alabanzas que de ella dice la divina Escritura; porque atendiendo mas a Dios que a la vida terrena y mortal de sus propios hijos, hizo de todos ellos cumplido sacrificio. (II Mac., VII, 20 et seq.)
Al contrario son aquellas mujeres insensatas, de las cuales dice el sagrado libro de la Sabiduría, que crían malísimas hijas, indómitas, inquietas y lujuriosas, que después las dan el pago con sus infamias.
De tales hijas y madres dice el profeta Ezequiel, que se compone una casa desesperada, porque son de dura cerviz y de indómito corazón, y de día en día se endurecen mas en el alma, y pasan á obstinación confirmada.
Cristo Señor nuestro las comparaba a la generación perversa de las víboras, que del veneno mortífero de la madre, pasa el veneno a la hija
(San Lucas, III, 7); y así de la madre envenenada sale también envenenada la hija, y de la madre lujuriosa se cría la hija tal como su madre.
De esta misma generación maldita serán aquellas hijas y madres, de las cuales dice un santo profeta, que la hija se levantará contra su madre, y la despreciará y atropellará, y se hará su mortal enemiga: esta será pena del pecado de la madre, que crió mal a su hija, y así llevará su merecido (Mich., VII, 6).
Ya es antiguo proverbio, que cual es la madre, tal es la hija. Velad, señoras madres, sobre vuestras hijas, y enseñadlas con ejemplo la modestia, el retiro, el silencio, el no estar ociosas, y el tener santas devociones para el bien espiritual de sus almas. Mirad lo que hacéis delante de ellas, porque antes aprenderán lo malo que lo bueno.
La madre leona, dice un profeta del Señor, crió a sus hijuelos según su natural inclinación, y luego aprendieron a robar y hacer mil atrocidades.
(Ezech., XIX, 1 eí seq.) Aprendieron de la madre: así hacen las hijas, aprenden de sus madres, y si estas son malas, poco habrá que esperar en las hijas cosa buena.
La maldita Herodías parió una hija saltatriz y bailadora, de quien procedió la maldad execrable de la muerte del Bautista, que era el mayor de los nacidos
(Matth., XIV, 8). De una madre adúltera y tirana, ¿qué se podrá esperar sino una hija petulante, cruel y sin vergüenza?
Otra madre reconocida, que tenia una hija endemoniada, le pidió a nuestro Señor Jesucristo que tuviese misericordia con ella, esto es, con la madre
(Matth., XV, 22); porque si bien la hija era la paciente, la madre se confesaba la culpable; y esto es lo regular, que si la hija tiene demonio, la culpa está en la madre.
En el pecado de la hija mal criada haga penitencia la madre, porque sin duda en ella hay mayor pecado que en la hija; y es justo venga el bien por donde se introdujo el mal, y se cure la causa, para quitar el mal efecto.
El daño que hacia un animal inquieto, disponía Dios nuestro Señor que le pagase el dueño del bruto, porque le dejó suelto
(Exod,., XXI, 29). Pague, pues, la indigna madre el pecado de la hija inquieta, pues no supo criarla ni guardarla .
El ave que estaba sobre sus polluelos, tenia privilegio de Dios para que nadie la tocase, ni la hiciese daño; mas no tenia tal inmunidad la que se hallaba lejos de sus hijos. Si la madre se aparta de sus hijas, estas y la madre tendrán la culpa del mal que les suceda.
Las hijas de la sanguijela siempre van hambrientas, dice un proverbio de Salomón; porque son insaciables, como su madre, y lo llevan por herencia. Así se crió su madre, y así se crían sus hijas, y así estas criarán a otras hijas que tuvieren. Es lástima que tenga tan dificultoso remedio un tan grave daño.
En la ley antigua disponía Dios nuestro Señor, que en la leche de la madre no cociesen al cabritillo; porque no era justo que sirviese para la muerte del hijo la leche que su madre le había prevenido para su natural vida y alimento. Atended, señoras madres, que no sirváis para la muerte eterna de vuestras hijas.
Si viere la piadosa madre que su hija está poseída del demonio, ó sea de alguna pasión endemoniada, haga luego la diligencia saludable que hizo aquella mujer Sirofenisa del evangelio
(Marc., VII, 26), y recurra con santos ejercicios, confesiones y comuniones a nuestro Señor Jesucristo, para que de su hija ahuyente al enemigo de su alma.
El Espíritu Santo da un soberano remedio a los padres para que descansen del cuidado de sus hijas; y es, que las casen luego con varón honesto, que tenga cuidado de ellas. Esto dice el sagrado texto al padre sabio; y añade, que hará para su quietud estimable un grande negocio: Grande opus feceris
(Eccli., VII, 27).
Entregue el padre diligente a su hija por legítimo matrimonio a un hombre de juicio, que él la guardará, y su padre tendrá descanso: Homini sensato da illam. Haga el padre esta importante diligencia en tiempo oportuno, antes que su hija inconsiderada se precipite.
El apóstol San Pablo da ciertas señales para que el prudente padre conozca cuando será el tiempo mas urgente para la referida diligencia (I Tim., V, 11). En todo caso, con el sano consejo de personas doctas, temenrosas de Dios, y desapasionadas, se consigue el acierto. Estímese mas la quietud, que el interes.
Decía un hombre sabio, que tres cosas se hacen en el mundo por sí mismas, si los hombres no las hacen; la primera es el orden, que si no se pone en la casa, él se pone, porque se acaba todo. La segunda es: Anus extergitur, si tu non exterseris eum. La tercera es: Adulta filia nubetur, si tu non nupseris eam; y nunca falta tercera para esta tercera.
No entregues tu hija a varón indigno, porque con él se degradará tu estimable linaje, y te harás ignominioso en el pueblo. El hijo del cardo, dice el sagrado texto, que se quiso casar con la hija del cedro, y llevó repulsa (IV Reg., XIV, 9). Todo lo bueno nos enseña la divina Escritura.
Cuando los padres casaren a sus hijas, las han de dar sanos consejos para que estimen a sus maridos, rijan con discreción su familia, gobiernen con cuidado su casa, y ellas se conserven irreprensibles en los ojos de Dios y de los hombres.
(Tob., X, 12 et seq.)
Enséñenlas también la prudencia y justificación que han de guardar en todas sus operaciones, estimando a sus maridos, amando cristianamente a sus hijos, y que en todo sean prudentes, castas, circunspectas y sobrias; teniendo cuidado de su casa, y portándose benignas, afables, y sujetas a sus varones, para que el santo nombre del Señor no sea blasfemado (Tit., II, 4).
Enséñenlas el santo fin que han de llevar en su santo matrimonio, entrando en él con temor de Dios, y no por el afecto viciado de torpe sensualidad, como las gentes que ignoran a Dios; y no por causa de lujuria, sino por el motivo decente de la propagación humana, y sucesión de su casa con la bendición divina (Tob., IX, 1-2; et VIII, 5).
Encarguen a su hija que sea atenta con su suegra (Rut., IV, 15), si la tuviere, para que así viva en paz y edificación del pueblo, y se prospere de ambas felicidades, y su suegra la tenga por hija suya, y ella la respete y la venere como a su verdadera madre.
Es una plaga intolerable lo que sucede con las nueras y suegras; y un profeta del Señor dice, que es manifiesta señal de acabarse todo, cuando la nuera se ensoberbece contra la suegra, de lo cual se siguen los pleitos, gritos, discordias y perturbaciones, y la división de la casa, que es la cierta señal de su ruina
(Mich., VII, 6).
Así comenzó la destrucción fatal de la casa de Esaú, levantándose la nuera contra los suegros; y como el infeliz se habia casado contra la voluntad de sus padres, no veía otra cosa que trabajos sobre trabajos (Gen., XXVI, 35).
A las hijas se las ha de dar el dote que las toca por su legítima; y no conviene tenerlas disgustadas, ni a sus maridos descontentos, para que así vivan en paz, y alaben al Señor. En la divina Escritura se refiere, que pidiendo ciertas señoras el dote de su legítima, salió por ellas la justa sentencia (Num., XXVII, 5 ; et XXXVI, 2).
Si en la casa se hallaren hijas de dos matrimonios, no conviene confundir los intereses de unas con otras; sino qne con aprobada justificación lleve cada uno lo que de derecho le pertenece, sin dejarse arrebatar el padre del amor especial que tiene a unas mas que a otras. Esta es prevención de Dios. (Deut., XXI, 15 et seq.)
La diligencia que mas importa es desengañar a los padres, que no den el estado a sus hijas contra su propia voluntad, haciendo religiosa a la que quiere ser casada, ni casada a la que tiene vocacion de ser religiosa; porque uno y otro es materia abominable. El indiscreto Jepté quiso consagrar a Dios su hija, y ella murió llorando; porque no tenia la voluntad por este camino. (Judic., XI, 37, cum antec.)
El santo concilio Tridentino fulmina excomunión mayor, ipso facto incurrenda, contra todos los padres que violentan a sus hijas para ser religiosas contra su voluntad [Ses. XXV, r. 18). Es un horror lo que pasa sobre esta materia; porque algunas pobres señoras viven y mueren llorando desconsoladas sobre el estado que las dieron sin vocacion suya.
Mas debe notarse que el criar las niñas en algunos conventos para su mas cristiana educación y conveniente seguridad, aunque de esto se siga que las mismas niñas se inclinen a ser religiosas, no es obrar contra el santo concilio, suponiendo que los padres siempre dicen a sus hijas, que están en perfecta libertad para escoger el estado que mas bien le pareciere; porque no está prohibido a los padres el explicar a sus hijas el estado mas perfecto, como lo aconseja el apóstol
(I Cor , XII, 31).
Otra cosa seria si los padres se mostrasen enojados y de mal gesto, y diesen pesadumbres a sus hijas, porque no quieren ser religiosas. En esto hay gravísimo daño, y deben entender los padres, que los ruegos excesivos con tales displicencias son en su modo paliada violencia, y deben temer la contravención al sacrosanto concilio; y desengañensen, que los ruegos importunos muy autorizados, son equivalente violencia, prohibida también por la santa Iglesia. (Com. Theol. ap. Villal. in Sanct.) 
E1 extremo contrário de violentar a las hijas que quieren ser religiosas, para que no lo sean, y se casen, también es materia desesperada, y de malísimas consecuencias, y este grave desórden debe llamarse necedad de los padres. Así dijo Cristo Señor nuestro a la madre de los hijos del Zebedeo, que no sabia lo que deseaba para sus hijos (Matth., XX, 22).
En este reino tenemos un ejemplo novísimo de cierta señora virtuosa que había hecho voto de tomar el hábito en un convento de religiosas muy observante: y queriendo sus padres casarla por sus fines particulares, sacaron dispensación del voto de la hija, y la casaron; pero en el estado del matrimonio no tuvo dia feliz, ni sus padres la lograron, porque en breve tiempo acabó con la vida mortal, suspirando siempre la vida religiosa que sus padres tiranos la habian embarazado; y estos con la hija, perdieron juntamente muchos bienes temporales en pena de su temeridad.
Últimamente se previene a los padres discretos y cristianos, que no dilaten demasiado el dar estado conveniente a sus hijas; porque de esto se siguen muchos graves inconvenientes, que son notorios, y otros muchos ocultos, que se verán patentes en el dia del juicio, para confusion de los padres descuidados, que por no hacerse un poco de desconveniencia, pierden tal vez las almas de sus pobres hijas.
R. P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA

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