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viernes, 12 de agosto de 2011

TESTAMENTO.


Si el puñal homicida
ha de cortar el hilo de mi vida,
y tengo que exhalar mi último aliento
por la ancha boca de profunda herida;
si, como lo presiento,
no estará junto a mí cuando agonice
ninguno de los seres que, en el mundo
con toda el alma quise;
si no tendrá mi rostro moribundo
quien le enjugue el sudor de la agonía;
si mi cabeza, en su regazo amante
no podrá reclinar la madre mía...
si es preciso que muera
sin que nadie contemple la postrera
contracción de dolor de mi semblante,
si, como lo presiento,
el puñal homicida
debe cortar el hilo de mi vida,
quiero escribir mi pobre testamento:
contar aquí lo que mi boca fría
a nadie contará, cuando se abra
al temblor de la última agonía,
sin poder pronunciar ni una palabra.. .

Mi alma.. . Tú lo sabes, Virgen mía;
desde hace mucho tiempo, cuando tierno niño,
en brazos de mi madre me dormía,
mi alma fue tuya, tuyo mi cariño;
Tú el ensueño más blanco de mi alma,
de mi aurora lejana, Tú el lucero;
la dulce Virgen de mi amor primero;
bajo el ardiente sol, mi fresca palma,
Tú la estrella polar de mis tormentas;
en mis horas de lucha, Tú mi escudo;
de mis angustias en mis horas lentas,
fuiste el único ser que darme pudo
resignación y paz. . .! Madre bendita,
el charco de la sangre que derrame,
con voz potente grita:
¡Madre del corazón, cuánto te amo. . .!
En mi arpa sollozante,
vibraron celestiales melodías
cuando vieron mis ojos tu semblante;
y nunca fueron las canciones mías
sino el eco feliz de tus arrullos. . .
Tú trocaste mis ayes en sonrisas
y mis duras espinas en capullos
y en beso tibio de aromadas brisas
del huracán el abrasado aliento;
el llanto en himno; el estertor crugiente
en plegaria de amor, y el pensamiento
sin Tí gusano, se sintió potente,
naciéronle alas, y rasgó las brumas
y, con vuelo de águila altanera
cruzó el espacio y empapó sus plumas
del almo Sol, en la candente hoguera...
Madre del corazón, cuando me muera,
cuando el puñal mi corazón taladre,
en el ronco gemido
que brote de mi pecho dividido,
ya sabes que te grito: ¡Madre! ¡Madre!
Y mi alma enamorada
del limpio cielo de tu faz sonriente,
del fulgor celestial de tu mirada,
de la aurora de nácar de tu frente,
del perfume de nardo de tu aliento,
de la palma gentil de tu cintura,
de tu casta ternura
de Virgen-Madre; del clavel sangriento
que entreabre su cáliz en tu boca;
del manojo de sombras de tu pelo. . .
Mi alma enamorada, allá en tu cielo,
loca de amor, enteramente loca,
feliz enteramente en su locura
prorrumpirá en un himno a tu hermosura. . .
¡Madre del corazón! Desde hace mucho,
desde que, triste, con la vida lucho,
mil veces y otras mil, solo por verte,
abrí los brazos y llamé a la muerte!!

Mi cuerpo... lo sabéis: en "el Santuario" (1)
tiene que descansar, siquiera un poco;
allí fué mi Tabor y mi Calvario,
allí de dicha y de pesar, fui un loco:
Cuando cantaba mi Primera Misa...
Cuando lloré sobre mi padre muerto...
¡Sí! que descienda a mi ataúd abierto
del Encanto de mi alma, la sonrisa...!

Después si en mi sepulcro algunas flores
llegan a abrirse, por piedad, tomadlas
y, en nombre del ausente, deshojadlas
ante el Sublime Ideal de mis amores...

Mi amado Crucifijo.
la herencia de mi padre, el compañero
de todas mis tristezas... Ah, yo quiero
que lo guarde mi amada madrecita,
empapado en la sangre de su hijo...!
si mañana, mi madre necesita
consuelo y fortaleza
al recordar a los amados muertos,
reclinará, doliente su cabeza,
en los brazos del Cristo, siempre abiertos...
y dirá sollozando:
aquí hay llanto y hay sangre de los dos
que, con voces de amor, me están llamando
desde el seno de Dios!

Recordáis, hermanitas. . . Rodeados
del lecho de mi padre moribundo
nos hallábamos todos
en medio del silencio profundo,
con los ojos clavados
en aquella su frente ensombrecida,
en aquella su boca ardiente y seca,
en aquellos sus ojos ya sin vida...!

Con voz temblona y hueca
porque estrujó la angustia mi garganta,
yo, como sacerdote, repetía
las oraciones de la Iglesia Santa...
Y se acercó el final de la agonía:
y yo tomé una Imagen de mi Madre
de Guadalupe, me incliné hacia el lecho
y salieron del fondo de mi pecho
con voz potente, ¡con la voz de un loco!
estas mismas, palabras: "¡Padre, Padre!"
"No tengas miedo, estás bajo su manto
y corres por su cuenta"... Poco a poco
los dulces ojos de mi padre santo
se volvieron a mí, luego claváronse
con ternura infinita,
en las pupilas de mi Madre Indita...
Se estremeció mi padre... y ...
...........................desatáronse
de la orfandad los vientos que, rugientes,
azotan desde entonces nuestras frentes...!

Aquella Imagen Santa, en que palpita
la mirada postrera
de nuestro padre muerto,
ha sido la constante compañera
de mis horas de luto en el desierto
obscuro de mi vida. Cuando muera,
hermanitas, guardadla con cariño,
con el cariño que mi padre santo
me enseñó a consagrarle desde niño;
con el amor que se traduce en llanto
de esperanza y consuelo:
con el amor que se traduce en cielo.

Y cuando
esté también mi madre agonizando,
llevad mi hermosa Imagen junto al lecho
de mi madre adorada,
a que reciba su postrer mirada,
y el último suspiro de su pecho...!

Y después, en las noches solitarias
de la doble orfandad, cuando dolientes,
se inclinen a la tierra vuestras frentes
al peso del dolor... vuestras plegarias
alzad ante mi Virgen, y del cielo,
al ver mis padres ¡ay! vuestra agonía,
hasta vosotras tenderán el vuelo
las bendiciones de ellos, y la mía!

(1) El templo del Santuario de Guadalupe en Guadalajara, Jalisco, Mex.
Mons. Vicente M. Camacho
1927 - 1928.

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