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sábado, 15 de diciembre de 2012

¡APOSTATA! (7)

POR EL Pbro. Dr. JOAQUIN SAENZ Y ARRIAGA
LA APOSTASIA DEL JESUITA
JOSE PORFIRIO MIRANDA Y DE LA PARRA
México 1971
(pag. 85-100) 

EL POR QUE DEL ANTICULTO. 
   Una de las características del progresismo contemporáneo, de esa peste, que tantos estragos ha hecho en la Iglesia, así como del comunismo y de la kábala judaica, con los que está tan íntimamente emparentado, es el procurar guardar los términos, las palabras usuales, tradicionales, ordinarias, pero darles después un nuevo sentido, no sólo distinto, sino contradictorio. Ese es el truco de todo el libro de nuestro ingenioso jesuíta. La propiedad privada, no es propiedad sino robo, por eso "la limosna", tan recomendada en la Sagrada Escritura, no es un acto de desprendimiento, que se hace por amor de Dios, para remediar la necesidad del pobre, sino es una restitución, un acto de justicia, de lo que se había robado al pobre. Dios no es el ser necesario, Creador de todo el universo, Creador nuestro, providente, misericordioso, justiciero, Dueño y Señor de todo cuanto existe; Dios es el imperativo de la conciencia para hacer justicia al pobre, "tratar de captarlo con alguna otra facultad del alma equivale necesariamente a falsearlo". En otras palabras, Dios no es un ser cognoscible, sino es la voz que penetra hasta lo íntimo de la conciencia, para imponernos su mandato supremo, que no es su servicio, su reverencia, su amor, sino el servicio del hombre, la justicia al hombre, y no a todo hombre, sino exclusivamente a los proletarios.
     Ahora, nos va a demostrar que el culto, que todos los hombres, aun los que tenían errores gravísimos sobre la naturaleza de Dios, aun los que vivían en el politeísmo o en las sombras del paganismo y de la idolatría, siempre han dado a Dios (o a lo que ellos tenían por Dios), es, según el testimonio bíblico, algo inaceptable, algo indigno de ese Dios de la Biblia, que José Porfirio nos ha presentado y que nosotros no conocíamos. Este "particularísimo conocimiento de Dios, que no es una tradición en medio de la Biblia, sino LA TRADICION BIBLICA, la novedad irreductible del mensaje de la Biblia, la diferencia inconfundible de Yavé, en contraposición con todos los otros dioses, la conciencia única, que los hagiógrafos tienen de que a Israel se le reveló el verdadero Dios".
     Más todavía; —nos dice Miranda y de la Parra— "éste es el centro de toda la revelación". El centro de la revelación no es Cristo, Alfa y Omega, principio y fin; el centro es el hombre, la justicia social, la tesis clave del marxismo. De ahí nace "el radicalismo e intransigencia de los Profetas". ¿Sobre qué punto versaba ese radicalismo profético, según la originalísima exégesis del jesuíta de vanguardia? es la polémica anticúltica, que no es un problema aislado, de importancia confinada; no es "un arranque oratorio de predicador bien intencionado, cuyas afirmaciones han de tomarse con un poco de sal cum mica salis. Dar este sentido a esta polémica, afirma José Porfirio, es anticientífico, porque lo mismo podría entonces hacerse con toda la Biblia y va contra las reglas de su hermenéutica, pues, al considerar exagerados a los Profetas, nos suponemos mejores conocedores de Yavé y de la revelación que ellos, toda vez que, a nuestro juicio, queda el discriminar cuándo hay exageración y cuándo no, y entonces la Biblia no puede modificar nuestra jerarquía de valores, que equivale a que no puede decirnos nada nuevo". No reconoce Miranda y de la Par
ra ninguna otra norma suprema, ninguna autoridad superior, para interpretar correctamente la Biblia; se olvida que hay en la Iglesia, fundada por el Hijo de Dios, un Magisterio vivo, auténtico, infalible, el único que puede darnos el verdadero sentido de los textos sagrados. El trabajo hermenéutico de los exégetas sirve indiscutiblemente, en el orden de la Providencia, para esclarecer, precisar, aquilatar los conceptos, los puntos oscuros de la Sagrada Escritura; pero este trabajo se basa siempre en la auténtica tradición de la Iglesia, en los pronunciamientos del Magisterio, y está siempre sujeto a la ratificación o rectificación de ese mismo Magisterio.
     Ningún conocedor de la Biblia aceptaría la tesis totalmente anticatólica de José Porfirio Miranda y de la Parra. El mensaje de la Biblia no es anticúltico, como afirma el rabínico jesuita. Por el contrario, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan del culto, suponen el culto, protegen el culto, que le es debido a Dios, como a Ser Supremo y Señor Universal. Exigen, es verdad, los textos sagrados que ese culto externo, que la naturaleza misma del hombre exige —como dice el Tridentino, al hablarnos de la institución del Sacrificio del Altar— vayá acompañado del culto interno, que es el que da valor a los ritos externos; pero, en manera alguna, pretenden asentar la peregrina tesis de que el culto es "en sí mismo" indigno de Dios, contrario a la verdadera religión.
     Mas, para nuestro jesuita, poco cuentan el sentido común, la naturaleza de las cosas, la enseñanza milenaria de la Iglesia, su liturgia, que arranca desde los tiempos apostólicos. Su raciocinio, totalmente desviado hacia las tesis comunistas, parece querer decimos: no hay otra religión sino la religión del hombre; no hay otro culto, sino el culto del hombre, que es la justicia social, interpretada por el genio luminoso de Karl Marx. Por eso escribe: "Tampoco sería objetivo resumir (EL MENSAJE DE LA BIBLIA, ejemplificado por Amos) como si dijese a secas: NO QUIERO CULTO. Esto es inseparable de lo que sigue y que, por cierto, lleva el acento: NO QUIERO CULTO, SINO JUSTICIA INTERHUMANA".
    El dilema, que, según nuestro iluminado exégeta, plantea la Biblia es el siguiente: o culto o justicia; o oración a Dios o compadecerse de los pobres. Las dos cosas, por lo visto, no son compatibles, porque de esa incompatibilidad depende que se entienda la diferencia entre el único Dios verdadero y todos los otros dioses, con imágenes o filosofías o teologías o religiones, creadas por los hombres. "Se plantea el dilema entre justicia y culto, porque, mientras haya injusticia en un pueblo, la adoración y la oración no tienen como objeto a Yavé, aunque 'hagamos la intención' formal y sincera de dirigirnos al Dios verdadero".
     Esta afirmación se parece no poco a la tesis protestante y herética de que, siendo el hombre pecador, todo lo que haga tiene que ser pecado. Siendo el hombre injusto o habiendo siempre en el mundo injusticias, el culto al verdadero Dios es también injusticia, es maldad, es pecado. Da la razón José Porfirio, conforme siempre con sus anteriores desviaciones y locuras, diciendo: "Conocer a Yavé es hacer justicia (interhumana)... Si se tratara de un dios accesible (cognoscible), por conocimiento directo, i. e., de un dios no trascendente, el dilema no se plantearía; la esencia del ídolo está en eso, en que podemos abordarlo directamente; es ente, es el ser mismo, no es el implacable imperativo moral de justicia".
     Cuantos errores, en tan pocas palabras. Dios es el SER, el Ser necesario, el Ser a se ipso, el Ser que tiene en su esencia la existencia. Y nuestra fe católica nos dice, conforme enseña el Vaticano I, que "la Santa, católica y apostólica Iglesia Romana cree y confiesa que hay un verdadero y vivo Dios, Creador y Señor del cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, inmenso, incomprensible, infinito en su inteligencia, en su voluntad y en toda perfección, el cual siendo una substancia espiritual, singular, absolutamente simple e incomunicable, debe ser confesado en Sí y en Su esencia totalmente distinto del mundo, en Sí y por Sí infinitamente feliz y excelso sobre todo lo que fuera de El existe o puede concebirse, de una manera inefable".
     Vamos a citar, siguiendo aquí la admirable síntesis del P. Julio Meinvielle, las grandes tesis de la metafísica tomista, que Miranda y de la Parra no conoce o, por lo menos tiene olvidadas. Estas tesis "se oponen radicalmente al pensamiento kabalístico y gnóstico, en todas las formas y variantes, en que éste se ha ido expresando a través de la historia". Esta síntesis viene a echar por tierra "el dios de la Biblia", "el conocimiento de Yavé", "el anticulto", que José Porfirio, contaminado por la kábala judía, había planteado, para sacar su definitiva consecuencia: el cambio de las estructuras por la implantación del comunismo. MARX Y LA BIBLIA EXIGEN ESE CAMBIO AUDAZ, COMPLETO, INAPLAZABLE DE TODAS NUESTRAS ESTRUCTURAS.
     La religión católica no es, propiamente hablando, una filosofía. Es una revelación, que Dios nos ha dado, en la que encontramos las verdades que hemos de creer, los mandamientos que hemos de guardar, los sacramentos y ritos, por donde hemos de recibir la vida divina que Cristo vino a darnos, para que la tuviéramos y la tuviéramos abundantemente. Santo Tomás nos presenta, en síntesis no igualada, las verdades todas de nuestra religión católica:


     "a) El ser inteligible y los primeros principios. Santo Tomás enseña, siguiendo a Aristóteles, (y Aristóteles sigue el camino de búsqueda de la verdad) que el primer objeto conocido por nuestra inteligencia, es el ser inteligible de las cosas sensibles; es el objeto de la primera aprehensión intelectual, que precede al juicio. Lo primero, que cae, en la concepción del entendimiento es el ente; porque, según esto, cada cosa es cognoscible, en cuanto está en acto; de donde el ser es el propio objeto del entendimiento, y así también es el primer inteligible, como el sonido es el primer audible. (Suma Teológ. I, 5,2).
     "En el ser inteligible, así conocido, nuestra inteligencia capta primeramente su oposición al no-ser, que es expresada en el principio de contradicción, el ser no es el no ser. Nuestro entendimiento naturalmente conoce el ser y las cosas que de suyo son del ser, en cuanto tal, en el cual conocimiento se funda el conocimiento de los primeros principios, como no se puede afirmar y negar al mismo tiempo (o la oposición entre el ser y el no-ser) y otros semejantes. (Contra gentes, I, II, cap. 83).
     "Así nuestro entendimiento conoce el ser inteligible y su oposición a la nada, antes de conocer explícitamente la distinción del "yo" y del "no-yo". Enseguida, por reflexión sobre su acto de conocimiento, juzga sobre la existencia actual de éste y del sujeto pensante, y después de tal cosa sensible singular, captada por el sentido. (Suma Teol. I, 86,1.). La inteligencia conoce primero los universales, mientras que los sentidos alcanzan lo sensible y lo singular.
     "El primer principio enuncia la oposición del "ser" y de la "nada"; su fórmula negativa es el principio de contradicción. Su fórmula positiva es el principio de identidad: lo que es, es; lo que no es, no es. Al principio de contradicción o de identidad se subordina el principio de razón de ser, tomado en toda su generalidad: todo lo que es, tiene razón en sí, si existe por sí; en otro, si no existe por sí. La pregunta del por qué sí, pregunta por la causa; pero a la pregunta del por qué sí, no se responde sino con alguna de las cuatro causas".
     "Al principio de razón suficiente se subordina el principio de causalidad, que se formula así: todo lo que llega a la existencia tiene una causa suficiente, o también, todo ser contingente, aunque existiera ab aeterno, tiene necesidad de una causa eficiente, y, en último análisis, de una causa incausada.
     "Como lo señala Gilson, el realismo tomista no se funda sobre un postulado, sino sobre la aprehensión intelectual del ser inteligible de las cosas sentidas, sobre la evidencia de esta proposición fundamental: aquello que primero concibe el entendimiento como conocidísimo y en lo cual todas las concepciones se resuelven, es el ente. Sin este primer principio, no sería verdad el principio de Descartes: Cogito, ergo sum.


     "b) Las vías tomistas de la existencia de Dios. Sobre el principio de causalidad descansan las pruebas clásicas de la existencia de Dios. Si en el mundo hay seres, que llegan a la existencia y que enseguida desaparecen, si en él hay seres que tienen una vida temporaria y perecedera, hombres de una sabiduría muy limitada, de una bondad muy restringida, de una santidad que tiene siempre sus imperfecciones, es necesario que haya en la cima de todo, Aquel, que es de toda la eternidad, el Ser mismo, la Vida misma, la Sabiduría misma, la Bondad misma, la Santidad misma. De otra suerte, lo más saldría de lo menos. Esta prueba general contiene virtualmente todas las otras pruebas a posteriori, que están fundadas sobre el principio de causalidad.
     "Santo Tomás demuestra muy bien que la cumbre de las pruebas de la existencia de Dios no es otra que el Esse subsistens, el mismo ser suficiente. Estas cinco vías no son sino arcos, que rematan en la misma clave de la bóveda. Cada una, en efecto, termina en un atributo divino: primer motor de cuerpos y espíritus, primera causa eficiente, primer necesario, ser supremo, inteligencia suprema, que dirige todo. Ahora bien, cada uno de estos atributos no puede pertenecer sino a Aquel, que es el Ser mismo Subsistente y que solo puede decir: EGO SUM QUI SUM, Yo soy el que soy.


     "c) La trascendencia del esse, del ser de los entes. Al hacer del esse el constitutivo mismo de la esencia divina, se plantea la cuestión de que el esse no puede identificarse con la esencia creada y, por lo mismo, debe ser una actualidad nueva añadida a la esencia creada y por la que ésta existe. Es decir que toda esencia creada existente lo es por "un acto del esse". Esto atrae la trascendencia del "acto de esse" o del esse sobre la existencia real, como principio y como acto. Es más importante que el sujeto o el contenido sobre el que actúa.
     "Por consiguiente, mientras la existencia como "hecho" es una cosa fundada, el esse es el acto que la funda, y la esencia una posibilidad, realizada por el esse en la existencia. El hombre no emerge sino por un referirse, típicamente suyo, al esse de las cosas que encuentra y no propiamente por un referirse al mundo de las esencias, como lo piensan los filósofos formalistas, es decir, en último término, esencialistas.
     "El ser de los entes es entonces lo importante y lo originario de la metafísica tomista y cristiana; es lo que trasciende todo el universo creado, incluido el hombre. Pero el ser de los entes no es sino una participación o una imitación o una asimilación del ESSE subsistens. Este ser de los entes creados es comunicado por Dios a las creaturas por vía de causalidad eficiente, por vía de causalidad ejemplar y por vía de causalidad cuasi-formal. Lo que hace que las cosas sean no son las esencias sino el "esse", el ser que les es comunicado por Dios, por vía de causalidad eficiente, produciendo ese "esse", ser de las cosas, y a través de ese "esse", el ser y la cosa misma. Si hay causalidad eficiente, el que causa, es decir Dios, queda fuera del efecto causado. Dios queda fuera de la creatura. La creatura es ontológicamente otra cosa que el Creador. El ser de la creatura no es el ser del Creador, aunque el Creador esté íntimamente presente en la creatura, sosteniendo su ser, el cual se disiparía y se reduciría a la nada, si Dios dejase de sostenerla.
     "Dios comunica el ser, por vía de ejemplaridad, es decir, que Dios, inteligente y libre, para crear, concibe primeramente en su mente divina y lo concibe desde la eternidad, todo el orden de las cosas creadas, en sus infinitas relaciones. Todo ese orden de lo que las cosas son y de las relaciones de las cosas entre sí, que representa un eidos, una idea, una forma inteligente, una esencia y un orden esencial, viene también de Dios.
     "Finalmente, Dios comunica el ser por vía de causalidad cuasi-formal, por cuanto ese ser de las creaturas, salvada la infinita distancia, es ser que deriva y que participa del Ser del Creador. Así como el fuego viene del Fuego mismo, y la luz de la luz, el ser de la creatura viene del "Esse subsistens". No recibiría el esse la creatura, si Dios no fuese "Esse" en su esencia, que lo comunica al orden creado. Por eso, el esse de las creaturas es, en cierto modo el Esse del Creador extendido a la creación. La misma forma del Esse se extiende a las creaturas. Esto en cierto modo. Por eso decimos cuasi-formal. Porque no es el mismísimo e idéntico ser de Dios el que se comunica a la creatura —sería absurdo panteísmo afirmarlo—, sino otro ser nuevo, participado, distinto del Creador y, sin embargo, en la más íntima y esencial realidad, esse, porque brota de la fuente del Esse Subsistens.
     (Nota: no he querido entrar en el problema metafísico, en el que la antigua escuela de los jesuítas —cuando eran escolásticos— diferían de la escuela tomista, al identificar la esencia y la existencia en los seres craedos; no viene a cuento. Sin embargo, creo que para salvar la absoluta trascendencia de Dios, la tesis tomista parece más lógica).


     "d) El "esse" de la creación. Hemos dicho que es propio de Dios, cuya esencia es el "Esse", comunicar el primer y más universal esse de las creaturas. "Porque es necesario, dice Santo Tomás, que los efectos más universales se reduzcan a causas más universales y más elevadas; mas, entre todos los efectos, el más universal es el ser mismo. Por lo cual es preciso que sea efecto propio de la causa primera y universalísima, que es Dios. Por eso mismo, se dice en el libro De causis QUE NI LA INTELIGENCIA, NI EL ALMA dan el ser, sino en cuanto obran por la operación divina. Ahora bien, producir el ser absolutamente, no en cuanto es éste o tal ser, es lo que constituye la acción de crear. Luego es manifiesto que la creación es acción exclusiva de Dios.
     "El esse de la creación debe ser necesariamente múltiple, distinto y desigual. Santo Tomás demuestra, contra los filósofos paganos, que la distinción y multitud de las cosas desiguales provienen de la intención del primer agente, que es Dios. En efecto, sacó Dios las creaturas al ser, para comunicarles su bondad y representarla por ellas. Y, como esta bondad no podía representarse convenientemente por una sola creatura, produjo muchas y diversas, a fin de que lo que faltaba a cada una, para representar la divina bondad, se supliese por las otras. Porque la bondad, que en Dios es simple y uniforme, en las creaturas es múltiple y dividida. Así la bondad de Dios está representada y participada de un modo más perfecto por todo el universo en conjunto, que lo estaría por una sola creatura, cualquiera que ésta fuese. Y como la divina sabiduría es causa de la distinción de las cosas, con miras a la perfección del universo, así lo es también de la desigualdad, porque no sería perfecto el universo si en las cosas hubiese un solo grado de bondad. (Suma Teol. I, 47,1 y 2).     "Junto con la multiplicidad y desigualdad de las cosas hay que tener en cuenta también la unidad, porque el mismo orden existente en las cosas creadas manifiesta la unidad del mundo puesta por Dios. El mundo se dice uno, con unidad de orden, en cuanto unas cosas se ordenan con respecto a las otros. De donde es necesario que todo pertenezca a un único mundo. Y los que pusieron varios mundos, como Demócrito, no pusieron la sabiduría divina como ordenadora del mundo, sino la casualidad.


     "e) La creación es acto libre de la inteligencia y de la voluntad del Creador. La causa ejemplar de la creación. Dios es causa de las cosas por su entendimiento y voluntad, como lo es el artífice de sus artefactos. El artífice obra según la concepción de su entendimiento y por el amor de su voluntad hacia un fin. La ciencia del artífice es causa de lo fabricado, porque el artífice obra guiado por su pensamiento, por lo cual, la forma, que tiene en el entendimiento, es principio de la operación, como el calor lo es de la calefacción.
     "Esto pone de relieve la importancia de la causa ejemplar en la creación. La creación no es efecto del puro y solo poder de Dios, de la causa eficiente, sino de la causa eficiente dirigida por la sabiduría del entendimiento, por la causa ejemplar. La causa ejemplar dirige y da forma a la acción omnipotente divina. Esta causa ejemplar no se impone a Dios desde fuera; la encuentra en sí contemplando su esencia. Por el hecho mismo de que El es el Ser, pone, como posibles, todos los seres finitos. Estas ideas ejemplares no son momentos distintos realmente de la inteligencia divina, sino que no tienen otra existencia que la existencia de Dios, y existen ab aeterno en la simplicidad de su esencia. El número de estas ideas ejemplares es infinito, en el sentido de que la esencia divina, siendo infinita, asegura la posibilidad de producir una infinidad de tipos o especies infinitos y aun la infinidad de individuos del mismo tipo.


     "f) La Creación del hombre y su elevación al orden sobrenatural. El hombre es un compuesto de alma espiritual y de cuerpo. El alma no está hecha de la substancia de Dios, como enseña la kábala con los gnósticos, sino que ha sido creada por Dios (Suma Teol. I, 90, 1). El alma racional es una forma subsistente, de donde propiamente le compete el existir y el ser producido. Y, como no puede ser hecha de materia anterior ni corporea —ni espiritual—, porque en este caso las substancias espirituales se transmutarían unas en otras, debe decirse que no es producida más que por creación. Si es producida por creación, lo es inmediatamente y sólo por Dios. Y no fue creada, como decía Orígenes, antes que el cuerpo, sino en el momento de la producción del cuerpo.

     "g) Elevación del hombre al orden sobrenatural. El hombre no es Dios por su naturaleza, que es creada y finita. El alma no es una chispa divina, como se empeña en sostener la Kábala. Pero el hombre puede llegar a ser hijo de Dios por adopción, mediante el don divino de la gracia. Por la gracia hay en el hombre, algo sobrenatural —una nueva naturaleza, un nuevo principio de operaciones— que proviene de Dios, de suerte que, al consumar su vida temporal y merced al lumen gloriae, a la luz de la gloria, puede ver a Dios, cara a cara, y amarle, como El se ama a sí mismo. La gracia entra en la categoría de una segunda naturaleza y es un hábito permanente, infundido por Dios, por el cual el hombre puede tener movimiento e inclinaciones que lo muevan a conseguir el bien eterno y divino de la gloria. La gracia levanta al hombre y le hace participante analógicamente de la naturaleza misma de Dios, ya que por ella el hombre puede llevar una vida semejante a la misma vida de Dios, vida que empieza en el tiempo y que debe prolongarse en la eternidad, según dice San Pedro: 'Nos hizo merced de preciosas y ricas promesas, para hacernos así partícipes de la naturaleza divina' (II Petr. I,4). La gracia la recibimos, en nuestra justificación por Jesucristo, mediante una especie de nueva generación o creación".
     Hasta aquí la síntesis tomista del P. Julio Mainvielle. Prosigamos ahora, por nuestra cuenta, la exposición de las verdades de nuestra fe, en orden a nuestra vida religiosa. El ser Dios el Ser subsistens, el ser necesario, y el ser nosotros seres contingentes, que hemos venido a la existencia por la obra creadora de Dios, hace fundar en nuestra misma naturaleza ciertos deberes esenciales hacia nuestro Creador, nuestro Señor y Dueño. Dependemos de Dios, no sólo en el ser, sino también en el obrar. Somos libres, pero nuestra libertad está siempre limitada (moralmente, no físicamente) por la Voluntad Santísima de Dios. El conjunto de estos deberes constituye la esencia de la religión, ya que ellos ordenan al hombre respecto a Dios, su Creador; respecto a los hombres, sus semejantes y respecto a sí mismo, según el orden establecido por la sabiduría y el poder infinitos del Creador.
     Por lo que toca a nuestros deberes esenciales hacia Dios, nuestro Creador Conservador y Dueño, está, en primer lugar, la adoración y el culto, que le debemos como a Ser Supremo y Señor universal; culto, que se llama de latría. Está el deber de nuestra gratitud, de nuestra acción de gracias, porque todo lo que somos y tenemos, así en el orden natural como en el orden sobrenatural, lo hemos recibido y lo estamos recibiendo de su largueza infinita. Está el deber de la expiación, ya que hemos pecado, somos pecadores. Y, finalmente, el deber de la impetración, por la indigencia esencial, que tenemos, de los dones divinos sin los cuales, nada somos, ni podemos. Estos deberes, que la humanidad siempre ha reconocido, los ha procurado cumplir en el "sacrificio". Pero, después de su pecado, la humanidad era impotente para cumplir por sí debidamente estos deberes; necesitaba un "mediator", en cuya persona estuvieran representadas la Infinita Majestad de Dios ofendido y las miserias todas del hombre pecador. Sus sacrificios no tenían, ante Dios, la eficacia necesaria ni para aplacar a Dios, ni para regenerar al hombre.
     Y Dios desde toda la eternidad, tuvo el designio de salvar a esa humanidad prevaricadora, y nos envió a su Divino Hijo, el Verbo, la segunda persona de la Augusta Trinidad, quien, hecho hombre, sin dejar de ser Dios, fue nuestro Mediador y en la Cruz hizo el único Sacrificio acepto, reconciliando a la humanidad prevaricadora con Dios y devolviéndonos la vida divina, que, por el pecado habíamos perdido.
     Pudo Jesucristo habernos dado esos frutos preciosos de su redención, sin pedirnos nuestra personal y libre colaboración; pero no lo hizo, sino que instituyó su Iglesia, y en ella instituyó sus sacramentos y otro nuevo Sacrificio, verdadero y real sacrificio, como nos dice Trento, en el cual los hombres, —como lo pide su misma naturaleza— puedan, con Cristo, por Cristo y en Cristo, perpetuando el Sacrificio redentor de la Cruz, cumplir sus deberes esenciales, que tienen con su Creador, Señor y Dueño. Los sacrificios de la Antigua Alianza, en tanto eran aceptos a Dios, en cuanto representaban este único Sacrificio del único Sacerdote y de la única víctima acepta, que es el que se perpetúa y repite en nuestros altares.
     Aquí tenemos ya el culto de latría, como elemento esencial de nuestra religión católica, aunque ahora José Porfirio Miranda y de la Parra venga a decirnos que la Biblia plantea un dilema entre justicia y culto, entre sacrificio a Dios y justicia interhumana. "No hay, nos dice el jesuíta, en toda la Biblia, mensaje más serio y central que éste, pues de ahí depende que se entienda la diferencia entre el único Dios verdadero y todos los otros dioses, que, con imágenes o filosofías o teologías o religiones creamos los hombres".
     José Porfirio, resueltamente tú no conoces la Biblia, sino a través de tus lecturas kabalísticas, talmúdicas, rabínicas o progresistas. Tú te has lanzado, sin tener en cuenta las enseñanzas del Magisterio, por el mar borrascoso de la interpretación personal y arbitraria de la divina revelación. Por eso, para tí y para tu correligionario Emmanuel Levinas, la Biblia es incompatible con la filosofía griega, con la filosofía escolástica y cristiana, porque "la ontología, como filosofía primera que no pone en cuestión al yo, (que no pone el imperativo de la justicia) es una filosofía de injusticia".
     Tú mismo planteas una válida objeción, contra tu postura contraria al culto y que atribuyes a la Biblia: Sólo podrá haber culto acepto, cuando se realice la justicia interhumana. Es así que la justicia interhumana, total y permanente, ni se ha realizado, ni se realiza, ni se realizará, sin un milagro, sin una intervención sobrenatural de Dios, sin una transformación total del hombre. Luego nunca habrá culto (acepto, entiendo) sin la nueva redención, que tú propones. Contra tu raciocinio y tus premisas tengo, sin embargo, graves objeciones. Porque, en primer lugar, tú intentas cambiar toda la economía de la gracia. Tú pones en la justicia interhumana casi la esencia de nuestra justificación por Jesucristo. Tu niegas la eficacia intrínseca que tiene el Sacrificio de Cristo, el de la Cruz y el del Altar, para nuestra salvación. Tú te olvidas que el Sacrificio de Cristo tiene valor, no por nuestros méritos, ni por nuestra justicia interhumana, sino por la excelsa y divina dignidad de nuestro Mediador, Cristo Jesús, por quien, en quien y con quien nuestra oración llega hasta el Padre, por indignos y pecadores que nosotros seamos. Y, en segundo lugar, tú niegas validez a todo el culto, tanto representativo del Antiguo Testamento, como el culto látrico y sacrifical, en el que se cumple la promesa, del Nuevo Testamento, porque, desde el primer pecado, no ha habido, según pareces admitir tú mismo, justicia interhumana completa. La profecía de Malaquías, que el Magisterio de la Iglesia, ha siempre referido al Sacrificio Eucarístico, no se ha cumplido. El Sacrificio de Cristo no ha sido acepto, porque está condicionado a la justicia interhumana. En cuanto al mañana, es siempre oscuro el sentido escatológico.
     Otra nueva objeción, contra su tesis plantea el mismo Miranda y de la Parra: Si el pueblo se aleja del culto, menos esperanzas podemos tener de que aprenda justicia, porque, para hacer justicia se necesita la gracia de Dios. Pero, José Porfirio responde: niego que los hombres se puedan acercar a Dios y alcanzar su gracia, sin hacer justicia. El Dios de la Biblia es un Dios diferente. Esta diferencia va mucho más allá de todas las cuestiones metafísicas, y "sólo así se explica, dice el jesuíta, la falta de interés de la Biblia en el problema de si los otros dioses existen o no existen, pues esta cuestión se mueve en la línea del "ser", MIENTRAS QUE EL DIOS DE LA BIBLIA SE CONOCE EN EL IMPLACABLE IMPERATIVO MORAL DE LA CONCIENCIA.
     Explica todavía más lo inexplicable de su pensamiento nuestro filósofo jesuíta: "... la inaccesibilidad directa de Dios no ha de entenderse como en la filosofía griega: lo inmaterial es incognoscible para la vista y para los otros sentidos, porque son materiales, pero cognoscible para el entendimiento, que es inmaterial... Indudablemente se trata de un Dios, que sólo es Dios en el revelarse, en el interpelar; pero esa revelación, esa interpelación no es directa: es posible únicamente, mediante el prójimo que debe ser amado (entendiendo aquí amor en el sentido indicando: amor-justicia). Para (San) Juan, no está en juego la limitación y defectuosidad de nuestros órganos (¿querrá decir facultades?) cognoscitivos, ante un objeto de categoría demasiado elevada para ellos, pero que sería cognoscible, para algún entendimiento sobrehumano; en la tesis de (San) Juan no hay ni sombra de esa problemática epistemológica. Sino que Dios no es Dios, cuando pretendemos acceder (pensar, acercarnos) a él esquivando al prójimo. Es exactamente la enseñanza anticúltica de los Profetas: no quiere culto, sino justicia interhumana.

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