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lunes, 31 de diciembre de 2012

¡APOSTATA! (8)

POR EL Pbro. Dr. JOAQUIN SAENZ Y ARRIAGA
LA APOSTASIA DEL JESUITA
JOSE PORFIRIO MIRANDA Y DE LA PARRA
México 1971
(pag. 100 -111

LA LEY DE DIOS, SEGUN MIRANDA Y DE LA PARRA. 

     No vale la pena detenernos en tratar de interpretar lo que no tiene interpretación, porque, además de que nuestro jesuíta nos quiere abrumar con toda clase de citas, si su pensamiento es oscuro, su lenguaje es sencillamente intolerable. Inventa palabras, las modifica a su gusto, les da sentidos algunas veces contradictorios, castellanizando palabras de otras lenguas, sin tener en cuenta las reglas más elementales de la filología. Por otra parte, las mismas ideas, ya expuestas y refutadas, son las que con nuevo título vuelve a expresarnos.
     Nos va a presentar ahora, nueva prueba de su tesis sobre el Dios de la Biblia, la teología del Decálogo, promulgado por Dios en el Sinaí, tratando de interpretar e interpolar, a su antojo o al antojo de exégetas, que no son católicos, los textos del Deuteronomio. Indiscutiblemente hay textos, que se explican y complementan con otros textos de los Libros Sagrados; pero esto no puede hacerse a gusto y criterio propio, sino, según las normas hermenéuticas, aprobadas por la Iglesia. La promulgación del Decálogo se encuentra en el capítulo X del Deuteronomio, como en el capítulo XX del Exodo, aunque, en otros pasajes de esos mismos Libros Sagrados se encuentre la explicación más profunda de alguno de esos preceptos. El Magisterio de la Iglesia, fiel a la Escritura y a la Tradición ha simplificado después la palabra de Dios en los textos catequísticos del Decálogo, que todos conocemos. Debemos recordar a Miranda y de la Parra, que esa ley, además de haber sido promulgada por Dios, la llevamos todos escrita con caracteres indelebles en nuestro propio corazón: es esa ley, que no arguye con nosotros, sino que categóricamente nos dice el bien que hemos de hacer y el mal que hemos de evitar. Presentaré aquí sin embargo los textos, citados por José Porfirio, del Deuteronomio, para hacer ver, una vez por todas, la fidelidad con que nuestro escriturista presenta y analiza los textos sagrados.
     En el capítulo V, leemos: Después del Proemio histórico: "Ista est lex, quam proposuit Moyses coram filiis Israel", esta es la ley, que promulgó Moisés delante de los hijos de Israel. "Y llamó Moisés a todo el pueblo de Israel y le dijo: Oye, Israel, los estatutos y los preceptos, que yo pronuncio hoy en vuestros oídos; y aprendedlos y guardadlos, para ponerlos por obra. Yavé, nuestro Dios, hizo pacto con nosotros en Horeb. No con nuestros padres hizo Yavé este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos. Cara a cara nos habló Yavé en el monte, de en medio del fuego. Yo estaba entonces entre Yavé y vosotros, para denunciaros la palabra de Yavé, porque vosotros tuvisteis miedo al fuego y no subisteis al monte. Y dijo Yavé: Yo soy Yavé tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de aquel estado de servidumbre. No tendrás dioses extraños, delante de mí. No harás para tí escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, o abajo en la tierra, o en las aguas debajo de la tierra. No las adorarás, ni las servirás; porque Yo soy el Señor tu Dios, Dios celoso, que castiga la iniquidad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación de aquellos, que me odiaron; y que hago misericordia a millares, que me aman y guardan mis mandamientos.
"No tomarás en vano el nombre de Yavé, porque no quedará sin castigo el que tomare su nombre en vano.
"Observa el día del sábado, para santificarlo, como Yavé tu Dios te ha mandado. Seis días trabajarás y harás tu obra: mas, el séptimo es reposo a Yavé tu Dios: ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni tu peregrino, que está dentro de tus puertas; porque descanse tu siervo y tu sierva, como tú. Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto y que Yavé tu Dios te sacó de allá, con mano fuerte y con brazo extendido; por lo cual Yavé tu Dios te ha mandado que guardes el día sábado.
"Honra a tu padre y a tu madre, como Yavé tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Yavé tu Dios te ha de dar.
"No matarás.
"No fornicarás.
"No hurtarás.
"No dirás falso testimonio contra tu prójimo.
"No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su casa, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni ninguna cosa que sea de tu prójimo.
     He aquí el Decálogo, promulgado por Dios, enseñado por Moisés a los hijos de Israel, que todos los hombres llevamos escrito en nuestro propio corazón, como ley de nuestra naturaleza.
     Moisés, en estos sus discursos a su pueblo, trataba de inculcar esa ley divina, que él había escuchado de Dios, en el Sinaí, al pueblo de Israel. Por eso vuelve sobre los mismos temas y explica o precisa el sentido de esos mandamientos del Señor. Así, por ejemplo, en el capítulo VI del mismo Deuteronomio, en el versículo 5, expone, clarifica y maravillosamente precisa el alcance del primero y más importante, como el mismo Jesucristo nos enseña, de todos los divinos preceptos: "Amarás a Yavé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". Y, en el capítulo X, versículo 16 y siguientes, en otra exhortación a obedecer los divinos preceptos, ya antes promulgados, Moisés dijo a su pueblo: "Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón (la metáfora era muy comprensible para los hebreos) y no endurescais más vuestra cerviz. Porque Yavé vuestro Dios es el Dios de los dioses (frase bíblica, que, en manera alguna, significa que el escritor sagrado piense que haya otros dioses verdaderos, sino que repudia la idolatría reinante), y Señor de los señores, Dios grande, poderoso y terrible, que no es aceptador de personas, ni sabe de cohecho. (Lo que sigue es una mera exhortación, ante la santidad de Dios, para que los israeli tas cumplan sus deberes entre sí; no que en eso consista, como pretenden Miranda y de la Parra, con sus exégetas judíos, kabalistas, talmúdicos, fariseos y protestantes, el amor de los hombres a Yavé). En el Exodo, encontramos una exposición, casi idéntica, de la ley de la Antigua Alianza, a la que ya cité antes, del capítulo VI del Deuteronomio.
     Pero, para nuestro jesuíta, todas estas explicaciones salen sobrando. Para él, poco importa si Dios existe (ESSE) o no existe —esto es metafísica; ni si hay otros dioses, además de nuestro Dios— también esto entra en el campo del ser, sobre el que disputan sus exégetas, que es punto de arranque de la filosofía aristotélica, escolástica y católica. "Eso es lo más significativo —escribe nuestro filósofo laureado— que los otros dioses sean entes o no, es una cuestión, que tiene a los autores bíblicos muy sin cuidado; de lo contrario, no estarían hoy todavía los exégetas con perplegidades al respecto. El carácter único del Dios de Israel, por muchos esfuerzos y analogías, que haga la filosofía, derivada de los griegos, que cree poder entenderlo todo en términos de ser, es irreductible a cuestiones ontológicas".
     Ya en este plan, si la esencia divina no es su aseidad (que sea el ser en cuya esencia está la existencia), si su misma existencia no es importante para conocer a Yavé, el Dios de la Biblia, ¿qué valor pueden tener sus mandamientos? El mismo que Miranda y de la Parra da a la esencia y la existencia de Yavé: el imperativo personal que tenemos los hombres de hacer justicia interhumana.
   La exclusividad monolátrica de Yavé (primer precepto del Decálogo). "Amarás a Yavé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas" (Amarás a Dios, sobre todas las cosas, según la fórmula consagrada por el cristianismo) no significa, dice José Porfirio, culto, sino justicia interhumana. Por eso es Yavé, explica José Porfirio, el Dios de los dioses, porque es el único que se nos manifiesta con ese implacable imperativo moral de hacer justicia interhumana, "porque es el único dios, al que no podemos tener por Dios, sino en la justicia para con el prójimo, porque es el Dios que se reveló haciendo justicia. El segundo precepto prohibe el perjurio, porque "engaña al prójimo", no porque sea ofensa personal al mismo Dios. "El sábado fue hecho por causa del hombre"; no habla de "culto' sino de descanso de los hombres". Nada nos dice del cuarto y quinto precepto; pasa al sexto, que limita al adulterio, que es injusticia interhumana. Se salta nuevamente el séptimo y octavo precepto. Evidentemente, el "no hurtarás", que a no dudarlo supone el derecho de propiedad, no tiene sentido alguno en la teología mirandesca. El actual noveno mandamiento: "No codiciarás la mujer de tu prójimo", lo interpreta el jesuita y sus autores, como "cualquier deseo que vaya contra la justicia". El adulterio "es injusticia interhumana"; hay que descartar el sentido sexual-ascético, que la tradición moral le dió a la palabra latina 'concupiscencia'.
     Y, en su exégesis heterodoxa, dice José Porfirio Miranda y de la Parra: "La supresión, en el Decálogo cristiano, de la prohibición de imágenes, hizo que este último mandamiento se dividiera en dos para completar el número; ello facilitó que el no codiciar la mujer del prójimo se entendiera como prohibición independiente del no codiciar las cosas, que el prójimo posee, para su vida diaria. (Esas últimas palabras, que son del jesuita, no se encuentran en la Biblia, pero son indispensables, para sostener el castillo de naipes mirandesco). Pero, lo que a continuación escribe José Porfirio es asombroso: "sólo así fue posible pensar que en el Decálogo las motivaciones sexuales desempeñaban algún papel".
     Según Miranda y de la Parra "las motivaciones sexuales" no tienen, no deben tener ningún lugar en el Decálogo, que integro es "justicia interhumana". No hay pecado sexual, sino cuando hay de por medio una injusticia. ¿No se acuerda el jesuita que, en virtud de santa obediencia, es decir, bajo pena de incurrir en pecado mortal, ningún jesuita puede (o al menos, podía) defender que hubiese parvedad de materia en estas cosas (in re turpi)? ¿No se acuerda de lo que dicen las Constituciones: Lo que toca al voto de castidad no pide interpretación, constando cuan perfectamente deban guardarlo, procurando imitar la puridad angélica, en la limpieza de cuerpo y mente?

LA INTERVENCION DE DIOS EN LA HISTORIA. 

     Empieza su nueva exposición, el revolucionario jesuita, con una frase, que, a pesar de su marcado tinte heterodoxo, no llamó la atención a los censores, ni impidió el "Imprimi potest" del Prepósito Provincial, ni el "Imprimatur" impresionante de Su Eminencia Reverendísima: "Como la creación es un tema captable en términos ontológicos, reducible a categorías de causa y efecto, de ente o no ente, de ser o no ser, Occidente ha centrado la diferencia entre el Dios de la Biblia y el de la filosofía, en el hecho de que el primero es Creador y el otro no. Pero, respecto de la Biblia, eso constituye un recorrimiento tal de acento, que equivale a falsificación. A los ojos de la Biblia, Yavé es el Dios que irrumpe, en la historia humana, para libertar a los oprimidos".
     Ante la crítica filosófica de nuestro iluminado jesuita, poco importa el que Dios exista o no exista, que sea o no sea el "SER"; poco importa que nosotros, seres contingentes, dependamos o no dependamos en el ser y en el obrar de El; poco importa el hecho mismo de la creación. "Para los autores bíblicos, escribe el jesuita, el tema creacional funge siempre como recurso teológico, que ponga de relieve las intervenciones de Yavé, que rescatan de la opresión y de la injusticia". En otras palabras. Yavé interviene en la historia humana, no como Creador, conservador, Dios providente; no como Redentor, como justificador, ni remunerador, sino como una exigencia de justicia. "Yavé es presentado como Creador, dice Miranda, para darle importancia a su intervención justiciera". Es decir, el título de Creador, que damos a Yavé, es una mera figura retórica, usada por los hagiógrafos, para hacer más urgente el imperativo de la justicia interhumana.
     No me voy a detener, en examinar separadamente las dos secciones de este capítulo del libro de José Porfirio. A pesar de haber antes ya dicho que el Dios de la Biblia no era el Dios de nosotros; ahora dedica otra sección de su nuevo capítulo, para hablarnos del Dios del Exodo, como si el Dios del Exodo no fuera tampoco el Dios de la Biblia, que antes nos definió. Lo que no quedó claro es si, a juicio de nuestro rabínico jesuita, el Dios de la Biblia es o no es un Dios trascendente, es o no es un Dios vivo y personal, distinto del mundo y del hombre.
     A esta pregunta debo contestar diciendo que la preexistencia de Dios, de Yavé, antes de la existencia de la creación, en ninguna parte ha aparecido en los dos primeros capítulos del libro, que estamos criticando. En la exégesis revolucionaria de Miranda y de la Parra, "Dios irrumpe en la historia humana, para libertar a los oprimidos". Pero, ¿de dónde viene ese Dios? ¿Quién es? ¿por qué interviene en nuestra vida? Estos son puntos secundarios, que no distinguen a Yavé de los demás dioses. Al hablarnos del "Dios del Exodo" es cuando aparece, al fin, la idea de un Dios Creador, a quien antes había rechazado claramente, con frase precisa de blasfemia y apostasía, José Porfirio Miranda y de la Parra. Pero la idea de "Creador" es, en la exégesis mirandesca, nada más como un instrumento de trabajo, como un recurso, para hacer más imperativa la exigencia de la justicia. "Esta exigencia se vuelve mucho más fuerte e irresistible, si la hace como Creador del cielo y de la tierra, pues entonces es inmenso el poder de ese Dios, que irrumpe para realizar la justicia". "Yavé es presentado como Creador, para darle importancia a su intervención justiciera". El Génesis es prehistoria, prólogo, preparación del hecho esencial: la liberación de los esclavos de Egipto.
     Estudia el jesuita las diversas fórmulas, con que se presenta Dios ante el pueblo de Israel: "Yo soy Yavé""Yo soy Yavé vuestro Dios""Yo, Yavé, soy vuestro Dios""Yo soy Yavé, que os saqué de Egipto""Yo soy Yavé, vuestro Dios, que os saqué de Egipto...""Conoceréis que Yo soy Yavé""Conoceréis que Yo soy Yavé vuestro Dios""Conoceréis que Yo, Yavé, soy vuestro Dios".
     Advierte Miranda que la diferencia de algunas de estas últimas fórmulas se debe no al texto original, sino a la puntuación, que dieron al texto original, mil y pico de años después de escrito, los Masoretas y a las discrepancias de los Setenta con los Masoretas. Distingue entre fórmulas breves, fórmulas de nobleza y de soberanía, que, explícitamente o implícitamente, contienen la afirmación teológica: "Vuestro Dios", y fórmulas de "explicitación histórica", que constituyen un grupo aparte. De hecho, según Rendtorff, las fórmulas breves son una abreviación tardía de las fórmulas de "explicitación histórica", aunque tal opinión no agrada a nuestro exégeta. "El punto está, dice después, en que ni las fórmulas cortas, ni las largas pretenden hacer una predicación de tipo histórico, sobre un sujeto, Yavé, cuya esencia permanece, en cierto modo, inexplorada: Israel sabe que 'en el nombre de Yavé' puede clamar y será escuchado, mientras que el adorador de otro Dios 'clama a él, pero no le responde, ni lo salva de su aflicción'.
     Evidentemente, la gran prueba de la existencia de Dios, de sus infinitas perfecciones y de su divina revelación, es el milagro, ese hecho sensible e histórico, que supera las fuerzas todas de la naturaleza, conocidas o por conocer, y que sólo puede atribuirse al poder de Dios, Creador, Señor y Dueño de todo cuanto existe. Así en el Antiguo, como en el Nuevo Testamento, Dios ha apelado a sus milagros, para probar al hombre, que El es el que habla. El hombre, antes de aceptar la voz de Dios, tiene que ver que Dios existe y que El es el que habla. En esas fórmulas explícitas, que José Porfirio llama "de explicitación histórica", Dios apela a sus antiguos y manifiestos favores, para que el pueblo acepte lo que ahora les dice o les impone. Lo que caracteriza a Yavé de los demás dioses, es que Yavé habla y prueba o garantiza su palabra, mientras que los demás dioses, obra de las manos o de la imaginación del hombre, permanecen mudos.
     Podemos, por la luz de la razón, probar la existencia de Dios, la historicidad de la divina revelación; pero para aceptar esa divina revelación, como el mensaje que Dios nos hace, es necesario la prueba contundente del milagro. Para Miranda y de la Parra la única credencial, con la que Dios se presenta es la de hacer justicia. "Conoceréis que Yo soy Yavé... pues, contra los injustos, se efectúa, en todo caso, la salvación de los oprimidos: contra un pueblo, en que reina la injusticia es siempre Yavé-justicia, el que se revela interviniendo. "Me parece, dice el jesuíta, que la continuidad de todas estas fórmulas se impone por sí sola: el que se revela interviniendo en nuestra historia es siempre Yavé, como salvador de los oprimidos y castigador de los opresores".
     No quiero negar que la infinita y esencial justicia de Dios, que se identifica con la inefable bondad y misericordia del Señor, en la simplicidad de la esencia divina, no ha de restablecer, tarde o temprano, el orden perturbado por el abuso de la libertad humana. Lo que no encuentro ni explicable, ni sensato es el querer compendiar todas las divinas manifestaciones y comunicaciones de Dios a los hombres, en una sola de esas manifestaciones, que es la de su exigencia por la justicia interhumana y la liberación de los oprimidos. El pueblo de Israel, a pesar de ser un pueblo elegido por Dios para preparar el advenimiento del Mesías y para preservar el depósito de la divina revelación, era un pueblo "de dura cerviz", contaminado por el trato de la gentilidad pagana, sumergida en las tinieblas del error y del pecado. La historia de Israel, pue de decirse, fue una lucha constante entre los designios amorosos de Dios y la rebeldía, la ingratitud y la perversidad de su pueblo. Por eso Dios, en la Escritura, apela tantas veces a las maravillas, que su infinita bondad había obrado, en beneficio de los Israelitas, para apartarlos de los caminos de la maldad y atraerlos al cumplimiento de los divinos preceptos.
     No es esta la opinión de Miranda y de la Parra; "Tales esfuerzos (o explicaciones) obedecen a un equívoco extendí simo: creen que se trata de vengar y castigar irreligiosidades o cualquier clase de pecados. Les parece —a mi juicio (a juicio de Miranda), con razón—, indigno de Dios el vengar tales cosas. Pero, dice el jesuíta, este es un falso problema, porque el único pecado por el que Dios interviene, consta exégeticamente, (inclusive en la intervención llamada juicio final) "es específico: la injusticia y opresión de los débiles por los prepotentes". Para Dios, ni la negación de Dios, ni la blasfemia, ni el sacrilegio, ni la profanación, ni la infidelidad, ni los pecados carnales más abominables tienen importancia, ni le obligan a intervenir, ni a restablecer el orden, sino la injusticia y opresión de los débiles, por los prepotentes.
     Toca después otro punto, desviando hacia su tesis comunista el sentido y las enseñanzas de la Sagrada Escritura. Dice Isaías: "¿Quién lo anunció de antemano, para que se conociera; por adelantado para que dijéramos 'eres el Justo'? "Ingenuidad poética y religiosa", según Duhm, porque, "cualquier creyente de otra religión lo habría refutado y se habría reído de su afirmación de que sólo en la religión israelita había predicciones...; pero nuestro profeta no tiene ni el más pequeño granito de autocrítica, cree que, con sólo pronunciar sus propias convicciones, quedan demostradas". Puede haber predicciones en otras religiones ¿quién lo duda?; lo importante y probativo es que esas predicciones se cumplan. La profecía es, como el milagro, uno de los argumentos fehacientes, como Miranda bien lo sabe, de la realidad divina. Mas, así como puede haber falsos milagros; así puede haber falsas profecías, que la crítica rechaza como imposturas.
     Zimmerli, a quien nuestro exégeta cita frecuentemente, dice: "en toda esta polémica monolátrica", la sostenida por los profetas contra la idolatría, encontramos la "continuación y profundización de la epifanía de Yavé, que constituye el hilo condctor del Antiguo Testamento". "Es un aserto de auto-apertura, una palabra revelante en la que el Yo en su carácter de Yo se da a conocer". YO SOY YAVE, pero Yavé significa, "el que realiza compasión, derecho y justicia en la tierra".
     "No se puede confundir, advierte José Porfirio, la teología de la historia, que la Biblia nos da, con la teología de la Providencia, que Occidente ha heredado de los grecoromanos y que es estática, porque contempla los instantes como puntos aislados, además de no ser específica. Para la Biblia es intervención de Yavé, no cualquier suceso bueno y laudable, sino la realización de la justicia. El Dios de la Biblia tiene un plan; se ha propuesto convertir este nuestro mundo en un mundo de justicia; en la historia, dentro de la historia, hay un éschaton, un últimum, hacia el cual van encaminadas todas las realizaciones parciales de la justicia".
     La teología de la historia, que la Biblia nos da no es la teología de la Providencia. Así, como el Dios de la Biblia no es el Dios de Occidente, el Dios que hasta ahora habíamos los católicos adorado. No nos dice en qué consista el estatismo de esa teología de la Providencia, aunque, por lo que sigue, podríamos pensar que, en nuestra teología de la Providencia, Dios, sin plan alguno de su parte, deja hacer a las creaturas racionales, deja que el mundo ruede tranquilamente; por eso nuestra teología contempla los instantes como puntos aislados; por eso no es específica. Mientras que, en la concepción bíblica, Dios tiene un plan; ¿cuál es? convertir este mundo en un mundo de justicia. Ese es el "ultimum", esa es la finalidad que busca Dios en la historia del mundo. "Aquí, dice José Porfirio Miranda y de la Parra, triunfante al ver la coincidencia, no puedo sino señalar que ese "ultimum", que ese "novum" caracteriza también a la filosofía de MARX".
     Marx es el primero en darnos la correcta teología de la historia, aunque Marx no crea en Dios, ni acepte ninguna religión. Marx, sin conocer ni aceptar la divina revelación nos dio el idéntico y recóndito sentido de esa divina revelación. Marx, al identificar su mensaje con el de la Biblia está por encima de la Iglesia de dos mil años. Pero veamos, en la segunda sección del tercer capítulo del libro de Miranda y de la Parra, el plan de Yavé, que Marx vio e hizo suyo.

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