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martes, 8 de abril de 2014

¡UN DIOS QUE SUDA SANGRE!

CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE
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¡UN DIOS QUE SUDA SANGRE!

     San Lucas, en su Evangelio, dice que habiéndose alejado Jesús a orar en el huerto de los Olivos, «se le apareció un ángel del cielo, confortándole. Y entrando en agonía, oraba con mayor intensión. Y vínole un sudor como de gotas de sangre, que chorreaba hasta el suelo» (22, 43-44). ¿Por qué sufrió Jesús esta agonía? (T. A.—Fano.)

     Cuando se conforta a uno que sufre, el resultado debe ser una atenuación de la pena y una tranquilización. En cambio en Getsemani Jesús, después de confortarlo el ángel, entró en tan intensa agonía y anhelosa oración, ¡que sudó sangre! ¿Qué consuelo fue aquél? (P. L__Arezzo.)

     Es un profundo y para nosotros dulcísimo misterio, que para explicarlo sería preciso escribir un libro. Y además, ¿qué digo: explicar? ¡Para nuestra pobre mente humana se trataría sólo de una conjetura!
     E indudablemente se subraya la sorprendente unión del consuelo del ángel con la sangrante agonía. ¡Bonito consuelo, que puso a Jesús en semejante estado!
     Las causas de tanto dolor pueden de todos modos reducirse a estas tres: la repugnancia ilimitada de su Corazón santísimo de nuestros pecados y la consiguiente maldición de Dios que Él, para purificarnos de ellos, había como tomado sobre sí: «A Él le ha cargado el Señor sobre las espaldas la iniquidad de todos nosotros» (Isaías, 53, 6; véase 2 Corintios, 5, 21; 1 Pedro, 2, 24); la previsión de la inminente pasión; la previsión de las almas que rechazarían los frutos de gracia de su inmolación. Lo cual tiene alguna confirmación aun en la misma terminología evangélica de San Mateo (26, 37) y San Marcos (14, 33), fijándonos en las expresiones originales griegas. La tristeza, el espanto y el tedio angustioso expresan tonalidades de pena correspondientes a las causas dichas: la tristeza del ofendido, el espanto estupefacto por sucesos temibles, la repugnancia extenuante por la derrota.
     En ese cuadro el consuelo del ángel puede concebirse como que tendía a neutralizar la tercera causa de pena, animando a Jesús al hacerle ver la correspondencia de los buenos. Es como cuando se anima a un soldado dándole la seguridad de la victoria: confortado con esa perspectiva, el soldado se lanza con redoblado impulso a la batalla. Así hizo Jesús, dilatando aún más su corazón en la oblación heroica de sí, combatiendo y superando con fervor más intenso la aflictiva repugnancia de la naturaleza (dejada en libertad de sentir toda la inclinación propia): hasta la culminación de la agonía y la efusión de sangre. En este sentido las almas que correspondiesen con más generosidad, aliviando además la tercera causa de su pena, ¡costaron a Jesús la más atormentadora agonía! Por ellas, con ímpetu más intenso, ansió Él, abrazó y ofreció su propio holocausto. Motivo, para los buenos, de más conmovido amor agradecido.

BIBLIOGRAFIA
G. Filograssi: II sudore di sangue, EC., I, págs. 498-9.
G. Ricciotti: Vida de Jesucristo. Versión española por don Ramón Roquer Vilarrasa, 7.a ed., Editorial «Luis Miracle», Barcelona, 1960:
Baraban: Agonie du Christi: la sueur de sang, DThC,. I. págs. 621-24;
U. Holzmeister: Exempla sudoris sanguinei («Verbum Domini», 1938, págs. 73-81; 1943, págs. 71-6).

Pier Carlo Landucci
CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE

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