Nombre de unos herejes que aparecieron en España hacia el año 1575, y a quienes los españoles llamaban alumbrados. Sus jefes eran Juan de Villalpando, natural de Tenerife, y una carmelita, llamada Catalina de Jesús. Muchos de sus discípulos entraron en la Inquisición y sufrieron la pena de muerte en Córdoba; otros abjuraron sus errores.
Los principales que se les atribuyen son, que por la oración sublime a la cual llegaban, entraban en un estado tan perfecto que ya no necesitaban de sacramentos, ni de obras buenas; que podrían entregarse sin pecar las acciones mas infames. Molinos y sus discípulos siguieron algún tiempo después esta misma doctrina.
Esta secta fue renovada en Francia en 1634, y los guerinos, discípulos de Pedro Guerin, se agregaron a estos sectarios; pero Luis XIII hizo que los persiguiesen con tanta eficacia, que fueron destruidos al momento. Pretendían que Dios había revelado a uno de ellos llamado Fr. Antonio Bocquet, una practica de fe y de vida supereminente, desconocida hasta entonces en toda la cristiandad; que por este medio se podía llevar en poco tiempo al mismo grado de perfección que los Santos y la Virgen María, quienes en el concepto de estos herejes no habían tenido mas que virtudes comunes. Añadían que por este medio se llegaba a una unión con Dios tan estrecha, que todas las acciones de los hombres quedaban desfiguradas; que llegando a esta unión, era preciso dejar obrar en nosotros a Dios solo, sin hacer nada por nuestra parte. Sostenían que todos los doctores de la Iglesia habían ignorado lo que es la verdadera devoción; que San Pedro, hombre sencillo, no entendió nada de la espiritualidad, igualmente que San Pablo; que toda la Iglesia estaba en las tinieblas y en la mayor ignorancia sobre la verdadera practica del Credo. Decían que no era permitido hacer todo lo que dicta la conciencia; que Dios a nadie ama mas que así mismo; que era preciso que su doctrina se extendiese dentro de diez años por todo el mundo, y que entonces ya no habría necesidad de mas sacerdotes, ni religiosos, ni curas, ni obispos, ni otros superiores eclesiásticos.
ILUMINADOS AVIÑONESES
Pernety, benedictino, abad de Burkol, bibliotecario del Rey de Prusia; el Conde Grabianka, estaroste polaco; Brumore, hermano del químico Guyton-Morveau; Merinval, que era empleado de hacienda, y algunos otros se habían reunido en Berlin, para ocuparse de ciencias ocultas. Buscando los secretos del porvenir en la combinación de los números, no hacían nada sin consultar la santa cabala; así es como llamaban el arte ilusorio de obtener del Cielo respuestas a las preguntas que le dirigían. Algunos años antes de la revolución creyeron que una voz sobrenatural, emanada del poder divino, les ordenaba el partir para Aviñon. Grabianka y Pernety adquirieron en esta ciudad cierta especie de crédito, y fundaron una secta de iluminados, que tuvo muchos partidarios ahí y en otras partes.
Bajo el nombre del Padre Pani, dominico, comisario del santo Oficio, se publicó en Roma en 1791 una colección de documentos concernientes a esta sociedad: el Padre Pani dice que Aviñon a visto nacer después de algunos años una secta que pretende estar designada por el Cielo para reformar el mundo, estableciendo un nuevo pueblo de Dios, Sus miembros, sin excepción de edad ni de sexo, se distinguieron no por sus nombres, sino por una cifra. Los jefes, que residen en Aviñon, son consagrados por un rito supersticioso. Ellos se dicen muy apegados a la religión católica, pero pretenden estar asistidos de los ángeles, tener sueños e inspiraciones para interpretar la Biblia. El que preside a las operaciones cabalísticas se llama patriarca o pontífice. Hay también un rey destinado para gobernar este nuevo pueblo de Dios. Octavio Cappelli, sucesivamente criado y jardinero, que estaba en correspondencia con estos iluminados, pretendía tener respuestas del Arcángel San Rafael, y haber compuesto un rito para la recepción de los miembros: la inquisición le formó un proceso, y le condenó a siete años de detención. La misma sentencia persigue a esta sociedad, por atribuirse falsamente apariciones angélicas, sospechosas de herejía; prohíbe agregarse a ella, hacer su elogio, y manda denunciar sus adictos a los tribunales eclesiásticos. Pernety, nacido en Ruan en 1716, muerto en Valencia (de Francia) en 1801, tradujo del latín, de Swedenborg, las maravillas del cielo y del infierno. Los swedenborgianos se habían jactado de tener correligionarios en Aviñon; pero esta esperanza se desvaneció al saber que los iluminados aviñoneses adoraban a la Santísima Virgen, de quien hacían una cuarta persona, agregada a la Trinidad. Este error no era nuevo, porque los coliridianos atribuían la divinidad a la Santísima Virgen y le ofrecían sacrificios. Klotzio habla de un tal Borr, que pretendía que la santísima Virgen era Dios, que el Espíritu Santo había encarnado en el cuerpo de Santa Ana, que la Virgen santísima, contenida con Jesucristo en la Eucaristía, debía por consiguiente ser adorada como él: este Borr o Borri fue quemado en efigie en Roma, y sus escritos lo fueron en realidad el 2 de enero de 1661.
Los iluminados aviñoneses se dice que renovaban también las opiniones de los milenarios; se les ha acusado hasta de admitir la comunidad de mujeres; mas la clandestinidad de sus asambleas ha podido favorecer semejante imputación, sin ser por eso una prueba de que sea fundada.
Habiendo muerto Pernety, la sociedad que en 1787 se componía de una centena de individuos, se halló reducida, en 1804, a seis o siete. De este número era Beaufort, autor de una traducción con comentarios del Salmo Exsurgat. En ella sostiene que el Arca de la Alianza, el maná, las varas de Aaron, ocultas en un rincón de Judea, reaparecerán un día, cuando los judíos entren en el seno de la Iglesia.
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