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martes, 13 de septiembre de 2011

El cuidado que han de tener los padres, para que no se introduzcan en su casa las emulaciones, envidias y chismes.

Siete cosas aborrece Dios, y la séptima es detestable y abominable para su divina Majestad, dice el Sabio: la primera, son los ojos altaneros; la segunda, la lengua mentirosa; la tercera, las manos vengativas; la cuarta, el corazon fabricador de pensamientos pésimos; la quinta, los piés veloces para el mal; la sexta, el testigo falso; la séptima, el que siembre discordias entre los que viven en paz (Prov., VI, 16).
Esta séptima perversa condicion es la que sobre todas aborrece Dios: Septimum detestatur anima ejus; porque el malévolo chismoso, que siembra zizañas y discordias en una familia que vive en sana paz, es el hombre enemigo, de quien dice el santo evangelio, que durmiendo las guardas y centinelas, confundió la buena semilla del grano puro, y causó tanto daño, que no pudo remediarse en mucho tiempo (Matth., XIII, 28).
Con esta misteriosa parábola despierta el Señora los padres de familia, para que vivan desvelados y cuidadosos, no sea que el demonio, enemigo de paz, introduzca en sus casas la maldita zizaña de la discordia, que es el origen de divisiones, combates, disturbios, y de muchas pesadumbres, como dice el Sabio.
La vida sin quietud es tan amarga, que pone a los hombres de juicio en displicencia de su misma vida, como se contiene en los vaticinios de Jeremías profeta; por lo cual importa mucho, que los diligentes padres de familia celen sobre todas las cosas la verdadera paz de su casa, castigando severamente, y aun arrojando de ella á cuantos se la quisieren perturbar con sus inicuos genios y malos naturales.
Las emulaciones envidiosas son duras y fuertes como el mismo infierno, según la sentencia del Sabio: Dura sicut infernus aemulatio; y ya se sabe, que en el infierno no hay sosiego ni quietud, ni orden, ni concierto, ni paz, ni caridad, sino confusion y horror sempiterno. Así se ponen las casas infelices, donde prevalecen las emulaciones, envidias y chismes.
Son malignantes los chismosos, y se buscan su misma perdición y fatal exterminio, dice David (Psalm. XXXVIII, 8). Se les come la envidia el corazón, y llevan podridos sus huesos: nada remedian, todo lo conturban, y a la casa que debe ser de Dios, la hacen como casa del infierno, donde no hay sosiego ni quietud.
El apóstol san Pablo dice, que la perfecta caridad no tiene emulaciones: Charitas non aemulatur. De lo cual se infiere, que las personas malignantes, que inquietan y perturban las casas y familias con envidiosas emulaciones y perniciosos chismes, no tienen Dios, ni caridad, ni temor santo, sino que están llenas de feísimos vicios, y son causa de muchísimos pecados.
El santo profeta Ezequiel advirtió, que en la puerta del Aquilón estaba el ídolo del celo para provocar a emulaciones con capa de virtud: Idolum coeli ad provocandam aemulationem. Y debe notarse, que según la divina Escritura, por el Aquilón viene todo el mal: Ab aquilone pandetur omne malum; porque donde prevalecen las envidias, emulaciones y chismes, con pretexto y capa de celo, allí se congregan todos los males, y se hace un agregado horroroso de iniquidades.
Por esto el apóstol san Pablo, cuando nos exhorta para repeler todas las obras del príncipe de las tinieblas, que es el demonio, y nos enseña a vivir honestamente, luego nos advierte, que nos apartemos de contenciones y emulaciones: Honeste ambulemus, non in contentione, et aemulatione etc. (Rom., XIII, 13). Porque donde reinan estos feísimos vicios de envidias, chismes, altercados y porfías malévolas, no hay que esperar cosa buena.
El mismo santo apóstol habla en otra carta de estos perjudiciales vicios, y pone juntos a los que se llaman unos a otros, diciendo, que las contenciones, emulaciones, iras, enemistades, discordias, disensiones, pleitos,envidias y homicidios, tienen exclusiva de la gloria eterna, de tal manera, que los manchados con esas fealdades no poseerán el reino de Dios: Qui talia agunt, regnum Dei non possidebunt (Gal., V, 20). Y se ha de notar, que todos los dichos vicios se ponen juntos, porque se hacen inseparables por la malicia de las criaturas envidiosas, que de dia en dia van de mal en peor.
En el sagrado libro de la Sabiduría se halla una eficaz confirmación de esta misma doctrina, pues hablándose de los efectos criminosos de la envidia, luego se dice, van mezclados con ella el homicidio, la ficción, el perjurio, el tumulto, el olvido de Dios y la perdición de las almas: Omnia commixta sunt, sanguis, homicidium, fictio, turbado, perjurium, tumultus, Dei immemoratio, animarum inquinatio, etc.
Por el contrário, la casa feliz donde no reina la envidia, ni el celo criminoso, se llena de prosperidades, la asiste Dios, y vienen sobre ella las bendiciones del cielo. Por esto la dichosa familia de los insignes Macabeos prosperó tanto, y se hizo tan gloriosa en el mundo; porque en ella no se introdujo la envidia maldita, sino que todos obedecian con gusto al que elegian por cabeza, como se dice en el sagrado texto.
Castiga Dios la malicia del envidioso, haciendo favores al envidiado; por lo cual se aumenta la envidia, y llega a corromper el corazon y los huesos del impío y malévolo envidioso, como dice Salomon: Putredo ossium invidia (Prov., XIV, 30).
Así prosperó el Señor a la virtuosa Ana, madre feliz del fuerte Samuel, que se hallaba afligida por las emulaciones y envidias de su compañera Fenena, como se dice en el libro primero de los Reyes. Lo mismo le sucedió al santo David, a quien prosperó Dios por las envidias mortales del reprobado Saúl.
Así también al justo José le llenó de prosperidades el cielo, castigando la envidia tirana de sus ingratos hermanos, que por los sueños misteriosos de quien no les hacia mal ninguno, despertaron de tal manera su rabiosa envidia, que quisieron quitarle la vida (Gen., XXVII, 11).
La profunda consideración de estos efectos abominables de la envidia afligió tanto al sabio Salomon, que llego a decir en el sagrado libro de sus prácticos desengaños, tenia por mas feliz al que no habia nacido en el mundo, que el ver sin remedio esta execrable calamidad que padecen los calumniados, sin hallar humana consolacion.
Los diligentes padres de familia han de vivir muy desvelados, para que en su casa no entre semejante pestilencia, que así llama el Espíritu Santo a la envidia maldita: Ne invidia contaminatus, etc. (Eccl., XXXI, 10); porque si una vez llega la familia a tocarse de semejante contagio, se hará difícil, o imposible, su curación.
Si los inferiores que viven juntos en una casa, conocen inclinados a los padres de familia para oir chismes y mentiras, cada dia les tendrán con nuevos enredos, y pondrán su casa como un infierno, y no hallarán quien les diga fielmente la verdad. Así lo dice el Sabio en uno de sus proverbios: Qui libenter audit verba mendacii, omnes ministros habet impíos. Esto dice del que gobierna el reino, y a proporcion debe también entenderse de los que gobiernan una casa; porque Platón llegó a decir, que cada familia es como un reino.
El extremo contrario de no llegar a los oídos de los padres de familia todo lo que sucede en su casa, tiene también gravísimos inconvenientes, porque no se puede remediar lo que no se sabe, y se hubiera perdido toda la hacienda de una casa bien acomodada, como la pinta el santo evangelio, si no hubiera llegado a noticia del señor el desperdicio con que obraba su criado (Luc. XIX, 2 et seq.)
El medio término prudente para evitar los extremos viciosos en esta materia determinada, nos lo da el apóstol Santiago, diciendo, que sea el hombre pronto para oir, tardo para hablar, y tardo para la ira: Sit omnis homo velox ad audiendum, tardus autem ad loquendum, et tardus ad iram. Han de ser prontos y diligentes los padres de familia para oir todo cuanto les digan de lo que sucede en su casa; pero no sean prontos para manifestar lo que les han dicho, ni para tomar impaciencia por ello, ni para creer luego lo malo que les avisan.
El hombre inocente cree luego todo lo que le dicen, como lo afirma un proverbio del Sabio; pero el hombre astuto se detiene, y considera todas las cosas, para no errar en sus determinaciones (Prov., XIV, 15).
El Espíritu Santo dice, que es leve de corazon el que luego cree cuanto oye: Qui cito credit, levis est corde: por lo cual es conveniente para obrar con discreción y prudencia, tomarse tiempo el hombre discreto, y examinar bien si tiene sólido fundamento lo que le han denunciado.
Aun el mismo Dios, que tiene infinita sabiduría para enseñar a los hombres la detención prudente que han de tener en juzgar los defectos y pecados de sus prójimos, dijo, como habia llegado a sus oídos el clamor de los gravísimos pecados nefandos de los sodomitas, pero que no obstante, bajaría a ver si era así, como el clamor lo denunciaba: Descendam, et videbo (Gen., XVIII, 21).
Las cosas de reputación son materias muy graves, y conviene manejarlas con muchísimo tiento, sin precipitarse los hombres por los primeros informes, que pueden ser maliciosos chismes. Por un chisme que llevó Doeg a Saúl, quitó la vida el precipitado rey sacrilegamente a ochenta y cinco ministros de Dios (I Reg., XXII, 18). Estos efectos atroces tienen los enredos y chismes, si no hay prudente detención en quien los oye.
Mas debe notarse mucho, que el avisar lo que es digno de remedio en las casas, no es chisme, sino obligación; y de no cumplir con ella, se debe tener escrúpulo grande como diremos en el libro quinto. Y los avisos se han de dar a tiempo oportuno, principalmente si tocan en punto de honra y estimación de la casa, o en el dispendio y malbarato de la hacienda.
No fue chisme el avisarle al patriarca Jacob, que en sus hijos se introducian unos vicios feos, y crímenes pésimos. Ni fue chisme el aviso caritativo que se dió al infeliz Helí, de que sus hijos eran escandalosos en el pueblo. Ni fue chisme el aviso que se le dió al padre de familia, diciéndole, que su mayordomo le disipaba los bienes temporales de su casa (Luc., XVI, 1).
Chismes son los avisos falsos y malévolos que se dan a los dueños, sin otro fundamento que las envidias y emulaciones de que abundan algunas infelices casas y familias, por lo cual nunca llegan a tener paz cristiana y verdadera. Tales fueron las acusaciones criminosas que se dieron contra la Reina de los ángeles María santísima en el templo, como se dice en la divina historia de la Mística Ciudad de Dios.
Si las acusaciones se encaminan a poner discordia y disidencia en el marido con su mujer, y en la mujer con su marido, procuren andar con tiento, y no creerlas, sino tenerlas por chismes y enredos del demonio, para poner fuego infernal de discordia en la casa, que lo acabe todo. Treinta años anduvo Satanas buscando diversos medios para introducir discordia entre dos casados que vivían en paz, y una mala vieja en tres dias los puso en tanta guerra, que hasta el fin de la vida no volvieron a tener paz. Esto lo consiguió, diciendo mal a la mujer de su marido, y al marido de su mujer, y el demonio salió con su depravado intento (Carabant., in exempt. 15).
En todo género de acusaciones deben andar con mucha detención para creerlas los prudentes padres de familia; mas tampoco dejen de oirlas, no para gobernarse por ellas, sino para hacer cumplido examen de la verdad. Regularmente las mentiras son hijas de algo, y cuando no sea tanto como dijo la acusación, mas valdrá remediar lo poco que lo mucho, y que sea del mal el menos. De una pequeña centella se suele encender un grande fuego, si no se apaga al principio, como dice el Espíritu Santo (Eccli., XI, 31; XXVIII, 14).
Sea también regla general, que los discretos padres de familia no manifesten la persona que les ha dado el aviso, porque se podrían seguir otros graves inconvenientes de sangrienta discordia entre el acusante y el acusado, y porque nadie en adelante les quería dar aviso de lo que en su casa fuese digno de remedio. El padre de familia que esta puesto por ejemplar en el santo evangelio, no manifestó quién le habia dado los avisos contra su infiel mayordomo, ni el infeliz Helí dijo a sus escandalosos hijos quién le habia dado la noticia de sus malos procederes.
Otra regla general para los mismos padres de familia sea, que a ninguno le reprendan, ni menos le castiguen, sin hacerle primero cargo de su culpa; y para que el acusado la confiese, denle a entender que no han creido lo que de él les han dicho, y preguntándole, como lo hizo el padre de familia del santo evangelio, diciendo: ¿qué es esto que oigo de vuestro proceder? Quid enim audio de te, etc.? Y si confiesa su culpa, repréndanle, y corríjanle con piedad; pero con véras y eficacia, conforme lo pidiere la materia.
Á ninguno castiguen sin oirle su descargo, porque ya es proloquio común decir: Etiam diabolus est audiendus; pero si negare su culpa, y la tuvieren bien probada con dos o tres testigos, según el santo evangelio: In ore duorum, vel trium testium stat omne verbum (Matth., XVIII, 16); carguen la mano en la corrección y en el castigo, hasta echarle de casa, si la materia lo pide.
Al que convencieren de acusador falso y chismoso, apliquenle todo el castigo que merecía el acusado, sino fuese verdad lo que ha dicho contra él; porque esta es la pena justificada del talión, que el Señor dispuso para reprimir a los malévolos y falsos acusadores (Deuter. IX, 6); y si conocieren que alguno tiene genio chismoso, quitenle de casa, porque no les perturbe la paz estimable de la familia.
Del venerable ilustrísimo Yepes se refiere, que haciendo oración por dos personas difuntas, le respondió el Señor, que no orasen por ellas, porque sus chismosas lenguas las habian hecho tizones del infierno, atropellando con la honra y estimación de sus prójimos.
Y en el Prado espiritual se refiere, que un condenado estaba continuamente despedazándose su maldita lengua en el infierno, porque en esta vida con falsedades, enredos y chismes habia despadazado él las honras de sus prójimos.
Otro ejemplo espantoso refiere, que en el infierno a un maldito chismoso le salian de la boca dos lenguas horrorosas, que las roían continuamente unos asquerosos gusanos, porque en esta vida habia sido de dos lenguas malditas, para turbar la paz de las familias, según aquel sagrado texto del Espíritu Santo: Denotatio pessima super bilinguen, etc. El Señor nos infunda perfecta caridad. Amen.
R.P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA

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