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lunes, 12 de septiembre de 2011

Medida de la gracia inicial

La gracia de santificación recibida por la Madre de Dios en su Concepción,es decir, en el primer instante
de su existencia, supera a la gracia consumada
de todas las criaturas.


I. — La inmaculada Concepción implica para María la exención de la mancha original; entre todos los hijos de los hombres, sola esta Virgen bendita entró en el mundo limpia de todo pecado, libre de la universal esclavitud. Mas éste es sólo, por decirlo así, el aspecto negativo del privilegio. El privilegio tiene también su aspecto positivo, al que los fieles no suelen atender suficientemente, y este aspecto consiste en que María, en el primer instante de su existencia, al mismo tiempo que se ofrece a la vista de Dios y de sus ángeles revestida de inocencia y sin mancha ninguna, ofrécese también enriquecida con todos los dones de la gracia. Si hemos entendido bien la naturaleza del pecado original, fácilmente entenderemos también que, si fue inmaculada en su Concepción, lo fue porque fue concebida en gracia. Supongamos que viene a la vida sin la gracia santificante, que es aquella que, depositada en el fondo de las almas en unión de sus anejos inseparables las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, nos transforman en imágenes sobrenaturales de Dios; en esta hipótesis, María, hija de Adán, no sería en su primer instante la amiga de Dios, sino su enemiga; concebida sin la gracia, tendría en sí misma, como todos los demás miembros de la familia humana, la culpa y la mancha original; sería hija de ira, antes de ser hija de Dios.
Más, lejos de nosotros pensar que entre esta gracia inicial de la Santísima Virgen y la gracia que purifica a los bautizados cuando renacen en Cristo, no hay otra diferencia que la del tiempo de su respectiva infusión. Porque, si nos preguntaren cuál fue la perfección de la gracia en María cuando salió esplendorosa de las manos, mejor dicho, del corazón de Dios, he aquí una primera respuesta indubitable: nunca criatura alguna recibió gracia igual en su primera santificación. Proposición es ésta que apenas necesita que nos detengamos en demostrarla: tan claramente se colige de lo que hemos dicho ya mil veces. Recordemos aquel gran principio: todos los dones de gracia que la liberalidad divina haya concedido a cualquier criatura, sea la que fuere, los recibió María en igual medida o superior. Por tanto, siendo la perfección de la gracia inicial, sin controversia alguna, un beneficio sobrenatural de Dios, cosa llana es que María goza de este privilegio en grado eminente.
Además, la intensidad de la gracia se manifiesta por sus efectos. Ahora bien: uno de los efectos de la primera gracia en María fue preservarla para siempre de toda propensión al mal y confirmarla absolutamente en el bien. Así, pues, también, por este título María aventaja a todos los hombres y a todos los ángeles, en cuanto a la primera gracia, porque ni en los unos ni en los otros tuvo la santificación inicial esos dos efectos en el grado en que los tuvo la de María. Por último, es norma de la Sabiduría Eterna dar a cada cosa naturaleza y propiedades en consonancia con la excelencia de sus fines. Ahora bien: en el orden superior, del cual únicamente hablamos aquí, la gracia es como una segunda naturaleza, y las virtudes hacen las veces de propiedades. Por otro lado, destino de María en la tierra fue, no sólo ser una sierva de Dios, como las demás criaturas racionales, sino, además, ser su Madre. Luego también por este título la gracia inicial de María debió sobrepujar a toda otra gracia.
¿Decís que bastaba que tuviera esta sombreeminencia cuando llegase el momento de ser Madre de Dios? Decir esto fuera olvidar que el término debe responder al principio, y viceversa, y que el fundamento debe ser proporcionado al edificio que ha de sustentar. En el orden de la Providencia todo está perfectamente dispuesto y ajustado, como no sea que la acción de la criatura intervenga para perturbar la concatenación y la economía admirable de la acción de Dios. Mas no insisteremos en esta primera proposición, porque brilla con tal evidencia, que huelga detenerse en ella por más tiempo.

II.- La segunda proposición fue así formulada por Suárez: "Es piadoso creer, y es verosímil, que la gracia recibida por la Bienaventurada Virgen en su primera santificación fué más intensa y más perfecta que la gracia consumada de los ángeles y de los hombres" (Suár., de Myster. vitae Ciristi. D. 4, sect. I, "Quarto addo..."). Puede decirse que esta proposición del ilustre teólogo es común entre los autores de los últimos siglos, que son los únicos que de intento han tratado de esta materia. Las pruebas de la misma, como las de la proposición anterior, se deducen de los principios ya asentados en el curso de esta obra. En efecto, ya desde el primer instante de su existencia, la Santísima Virgen era más amada de Dios que el más excelso y glorioso de los Serafines, porque veía en Ella a su Madre. Ahora bien: la gracia que Dios da a las almas corresponde al amor que les tiene, como quiera que, para Dios, amar es dar (San Laurent. Justin., serm. de Nativit. Virg. Mar.). Además, desde entonces tenía la Santísima Virgen una unión más íntima con Dios que los mismos bienaventurados.
Contra lo expuesto podría objetarse que la unión del Hijo con la Madre no era todavía actual, y que, aunque fuera una unión consumada, no igualaba a la que hay en la gloria entre la esencia divina y el comprehensor.
La primera parte de la dificultad demuestra, sí, que la gracia inicial de la Santísima Virgen no igualó a la santidad con que fue enriquecida después, cuando ya fue Madre de Dios en acto; pero esto no desvirtúa la fuerza de nuestro razonamiento, como se verá mejor en la respuesta a la segunda parte de la objeción presentada. Concedemos que la unión del alma con Dios en la gloria es, en cierto sentido, más estrecha y más íntima que la unión de la Madre del Salvador con su Hijo. Pero es de un orden menos elevado. Por tanto, no exige como principio una intensidad de gracia comparable, ni de lejos, a la intensidad de gracia que reclama la divina maternidad. Así, pues, es muy natural que la medida de gracia que prepara a la Virgen para la maternidad exceda en perfección a la gracia ordinaria, aun en su apogeo. Prueba de ello es que el Angel saludó a la Santísima Virgen llamándola llena de gracia cuando aún no era Madre de Dios; y nótese que, según el sentir de todos los Santos, la plenitud que el Angel atribuye entonces a María no tiene, igual ni en la tierra ni en los cielos. Una sola plenitud la excede: la de Dios hecho hombre. Y es que María, antes de recibir a Jesús en sus entrañas, ya le pertenecía como Madre, en virtud de la preordenación divina.
Ved por qué la Santa Iglesia, en la Sagrada Liturgia, aplica a la Santísima Virgen este versículo de los Salmos: "Sus fundamentos descansan sobre las cimas de los montes santos, fundamenta ejus in montibus sanctis (Psalm. LXXXVI, 1), como si la santidad de la Bienaventurada Virgen empezase a la altura en que acaba la santidad de los Santos más encumbrados. En el versículo siguiente leemos: "Dios ama las puertas de Sión más que todas las tiendas de Jacob"; y, por tanto, la ciudad santa, "la ciudad de Dios, de la que han dicho cosas tan gloriosas", excede, desde su entrada, significada por las puertas, a todos los tabernáculos en que Dios habite; es decir, excede en santidad a todas las criaturas que por la gracia de Dios son templo suyo. Y no es cosa ésta increíble, "porque el hombre por excelencia ha nacido de ella, y el Altísimo, con su propia mano, ha puesto los fundamentos" (Psalm. 2, 3, 5. La expresión "homo et homo natus est in ea", significa literalmente "una muchedumbre de hombres". Si le damos un sentido diferente es para conservar la acomodación que en el texto se propone). No entramos en la cuestión de si tal sentido es literal o sólo espiritual y místico; lo que decimos es que la acomodación que de estos versículos hace la Iglesia católica en su Liturgia, y con la Iglesia muchos autores, prueba, por lo menos, que la Santa Iglesia y los autores a que nos referimos juzgan como nosotros de la gracia inicial de María. Esto mismo se significa al aplicar a María aquel oráculo del Profeta: "Habrá una montaña preparada para el Señor en lo más alto de las montañas" (Is., II. 2. Cf. San. Greg. Magn., in I Reg., L. I, c. I, n. 5. P. L. LXXIX, 25); de tal manera, que lo que es para los demás término es para María principio.

III. — ¿Podemos encarecer aún más la perfección de la gracia inicial de María? He aquí cómo se expresan algunos autores: La santísima Virgen, en el primer instante de su existencia, recibió más gracias que todos los Santos del cielo y de la tierra en todo tiempo, aun considerados todos juntos. Como se ve, hay gran diferencia de esta afirmación a la que dejamos demostrada. Allí era caso de cada Santo en particular; aquí, de todos los Santos juntos. Por eso, en favor de esta segunda proposición no puede alegarse la autoridad de Suárez, como alguna vez se ha hecho, como quiera que éste no comparó la gracia inicial de María con la gracia de todos los Santos considerados en conjunto, sino con la de cada uno de ellos.
Pero, aunque esta tercera proposición no tenga en su favor la autoridad de un teólogo de tanto valor como el Doctor Eximio todavía tiene defensores muy convencidos y muy señalados por la gravedad de su juicio; entre los cuales merece ser citado en primera línea San Alfonso María de Ligorio. Después de enseñar que la Santísima Virgen, al final de su vida terrestre, poseía una gracia superior a la de todos los ángeles y todos los Santos juntos, añade (San Alfonso de Liguori, Glorias de María, p. II, disc. segundo sobre la Nativ. de María): "Ahora bien: si ésta es opinión común y cierta, también es muy probable que esta gracia, superior a la de todos los Santos y ángeles juntos, la recibió María en el instante mismo de su concepción inmaculada. El P. Suárez defiende con gran ahinco esta opinión (Esta afirmación, como ya hemos dicho, es inexacta. Suárez, en el lugar citado, es decir, de Misteriis vitae Christi, D. IV, s. 1, dice solamente esto: "Quarto addo, pium virisimile esse credere gratiam Virginis in prima sanctificatione intensiorem fuisse quam supremam gratiam in qua consummantur angeli et homines". Más adelante,(1..1,1 'ir de la gracia final, dice: "Dico secundo, probabiliter credi potest R. V. consecutam esse plures fradus gratiae et charitatis quam sunt in ómnibus sanctis et angelis etiam collective auinptia." (Ibíd-, D. XVIII, s. 4.)), y los PP. Spinelli (Spinelli es del mismo parecer que Suárez. Cf. Maria Deip. Thronus Dei, c. 4, II. 3; c. 6, n. 11.), Recupito (No hemos podido comprobar el testimonio de Recupito, de Laudibus Virginis) y De la Colombiére (El P. de la Colombiére sostiene expresamente la opinión de San Alfonso y aun pretende apoyarla la autoridad de San Vicente Ferrer. Serm. seg. para la fiesta de la Inmaculada Concepción, punto segundo) la han adoptado." A los testimonios invocados por San Alfonso, otros autores añaden los testimonios de los PP. Gregorio de Valencia, De Rhodes, Barradas, Cotenson, Billuarl y Vega. Con todo, distan mucho de ser todos igualmente ciertos; en este particular, como en otros, sorprende la facilidad con que hartas veces se invoca la autoridad de los textos, sin haberse tomado el trabajo de acudir a las fuentes (Barradas (Concord. Evangel., L. VI, 10) no hace más que seguir a Suárez. Lo mismo hay que decir de Gregorio de Valencia (in 3 p., q. 27, a. 5) ; pero con esta diferencia: que este autor estima que la gracia de Maria fue superior a la de la universalidad de los ángeles y los Santos, no en el momento en que Ella fue concebida, sino en el instante en que concibió el Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo. Quedan, pues, en la segunda lista solamente el P. de Rhodes (Theol. Schol.. tract. VIII, D. un. de Deip. V. M., q. 4, I. 3, § I), Vega (Theol. Minian., Palaestra 16, cert. 3), y Contensor. (Theol. mentía et cordis, L. X, d. 6, c. I, spec. 2. Primo). El último, presupuesto que ha de haber proporción entre las disposiciones y la forma, arguye asi: la forma, es decir, la maternidad divina es una dignidad que excede inmensamente a la de todas las criaturas juntas: por consiguiente, también las disposiciones de gracia en María deben sobrepujar en la misma proporción y medida a las gracias conferidas a la universalidad de los servidores de Dios. Contra este raciocinio se opone con razón, que la gracia inicial de María no fue disposición próxima para la maternidad divina. Por tanto, si algo prueba tal raciocinio es la verdad de la opinión de Gregorio de Valencia. Nada hemos dicho de BilluarL, porque no tenemos a la vista todas sus obras, y en su Teología, si no nos engañamos, no toca la presente cuestión).
No debemos ocultar que la opinión abrazada por San Alfonso de Ligorio ha tenido más de un contradictor, aun entre autores devotísimos de María y defensores de sus glorias (Por ejemplo, Teófilo Raynaud, Diptych. Mariam., p. II, punct. 7, n. 14, Sq.). Además, los mismos que la han sostenido se contentan con señalarla como probable. Elija, pues, el lector la sentencia que mejor le pareciere. Nosotros, por el amor que tenemos a la Santísima Madre de Dios y Madre nuestra, abrazaríamos con gran contento de nuestro corazón la sentencia que más realza sus privilegios, si pudiéramos afianzarla con razones y autoridades que no fuesen tan discutibles como son las que se alegan.
Las autoridades, como hemos visto, se contrapesan, y aun generalmente podemos decir que se inclinan hacia la parte negativa. Por lo que hace a las otras razones que pudieran alegarse, sería necesario contrastarlas con las dos reglas anteriormente establecidas en el libro III de esta obra. Ahora bien: ni la una ni la otra parecen suficientes para probar sólidamente la preeminencia inicial de gracia de que aquí tratamos.
Si alguno dijere que hay que reconocer en María todos los favores otorgados en el orden sobrenatural a los demás amigos de Dios, responderemos que eso es cosa clara, si se trata de cada Santo en particular, pues de cierto ninguno de ellos poseyó jamás un privilegio de gracia que no haya sido concedido también a María. Pero, ¿llega la sobredicha regla, en la intención de los que la han establecido, hasta el punto de reivindicar para la Santísima Virgen, en cada una de las fases de su vida, y en el momento mismo de empezar a existir, todos los dones de gracia que se han dado y se darán en todos los Santos juntos? Cuando menos, es cosa dudosa.
Y si alguno también dijera que la Virgen Santísima, en el momento inicial de su existencia, poseía toda la medida de la gracia que convenía a su futura maternidad, nosotros concedemos que así fue; mas para determinar lo que esta conveniencia pedía, se ha de considerar de María se hallaba en estado de vía, es decir, en estado de progreso en la santidad. Por tanto, no parece lo más conveniente atribuir a la Santísima Virgen, en el primer instante de su ser, el grado supremo de perfección que todos de buena gana le reconocen, sino en el tiempo de su maternidad, por lo menos al final de su carrera.
Sea lo que fuere de la solución que deba tener esta controversia, tan honrosa para la Madre de Dios, una cosa resulta completamente cierta, y es que la Santísima Virgen, en el primer instante de su existencia, recibió de su Hijo un conjunto de gracias proporcionado a su futura dignidad y al amor de tal Hijo hacia su Madre. Por mucho que hayan brillado al mediodía los más ilustres y esplendorosos entre los hijos de Dios, más resplandeció en su aurora misma la Santísima Virgen. Y esta gracia de la Virgen Inmaculada tuvo ya desde entonces por cortejo todas las virtudes infusas y todos los dones del Espíritu Santo con la plenitud que correspondía a su propia plenitud. Ahora bien, como quiera que las virtudes y los dones sobrenaturales se ajustan a la medida de la gracia con la que se relacionan como las propiedades de un ser con su naturaleza, no es menester hacer aquí un estudio especial para determinar la perfección de las virtudes y de los dones en María al ser concebida; sería repetir, en otra forma, lo que dejamos dicho de la perfección de la gracia misma. Y también por lo dicho se entiende cómo la Virgen Santísima, desde su Concepción, estuvo llena del Espíritu Santo, pues la habitación de éste en las almas es aneja y proporcional a la gracia con que están enriquecidas.
J.B. Terrien S.J.
LA MADRE DE DIOS...

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