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lunes, 18 de mayo de 2015

Tunc recordatus est

ENTONCES SE ACORDÓ
     Está sencilla frase está preñada de sentido.
     Pedro, el Apóstol privilegiado había entrado en la casa de los pontífice. Una criada le mira: "Tu eres de los discípulos de ese hombre".
     
     "Ese hombre" era el Maestro, su Maestro.
     "No, mujer, no soy; yo no conozco a ese hombre".
     Pedro, Pedro, recuerda quien es ese hombre.
     "No, no lo conozco". Y jura y perjura que no le conoce.
     Y después de tres negaciones, canta el gallo... Y Jesús, el Maestro,., "ese hombre", pasa y mira a Pedro...
     Y entonces, tunc, solo entonces, Pedro, como si despertarse de un profundo sueño, se acuerda...
     ¿De que te acuerdas, Pedro?
     Pero mejor sería preguntarle de qué no se había olvidado.
     ¿Qué no había olvidado el que había olvidado hasta su dignidad de hombre ante la pregunta de una infeliz mujerzuela?
     Recordó Pedro la palabra del Maestro: la predicción hecha pocas horas antes: "Antes de que el gallo cante dos veces, tu me habrás negado tres". ¡Ah!, si, es verdad, el maestro me lo había dicho. Y yo había hecho protestas de fidelidad inquebrantable: "Aunque me fuere necesario ir a la muerte contigo, yo iré..."
     Y recordó... la última Cena... el lavatorio de los pies... y la comunión primera... y la tristeza del Maestro...
     Y recordó lo que había antes de todo esto: el amor con que el Maestro le había distinguido entre todos..., y la intimidad de aquellos tres años..., y tantos favores recibidos.
     Y recordó... Y comenzó a llorar.
     ¡Feliz recuerdo!... ¡Dichosas lágrimas!...
     ¿Y yo?... ¿No he olvidado también en la hora de la tentación, como Pedro?
     Olvido los propósitos tantas veces repetidos...
     Y mis protestas reiteradas de amor y de fidelidad...
     Y los mil favores recibidos...
     Y la bondad y la amabilidad del Maestro...
     Y la grandeza de Dios...
     Y su justicia infinita...
     Todo, todo lo olvido a la voz del placer que me invita.
     Y niego también a mi Dios.
     En aquellos momentos de tentación no le conozco, ni le quiero conocer.
     ¡Oh, si Él entonces me mirara como miró a Pedro!
     Y si yo comenzara también a llorar.
     Dichosas lágrimas.
     ¡Oh Maestro Divino! ¡Mírame como miraste a Pedro, y haz que yo también me acuerde..., y comience a llorar!.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

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