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martes, 22 de marzo de 2011

De las cosas que hizo San Vicente Ferrer en Francia

De Borgoña fue el Santo a Bretaña, y así sería razón que tratásemos nosotros en este capítulo de las cosas que le advinieron en Bretaña; pero porque no se nos olviden algunas otras que hizo por Francia, antes de irse a Bretaña, será bien tratar ahora de ellas. Predicaba el Santo en Beziers, delante la iglesia de Santa Magdalena, y como se tomase a llover tan reciamente, que ya los que le oían se querían ir, él les dijo que no se moviesen porque Nuestro Señor Jesucristo proveería de remedio. Y fue así que poniendo el Santo los ojos en el cielo, y juntando las manos en forma de hombre que ora, cesó la lluvia, y el aire se paró sereno. En este mismo pueblo le ofrecieron los cónsules cierto dinero, y él hizo lo que arriba dijimos.
Un día de Nuestra Señora de Marzo había de predicar San Vicente en Monte Olino, de la diócesis de Carcasona, y estuvo aquella noche aposentado en la abadía de la iglesia. Llegó la nueva de esto al pueblo de Branno, dos leguas de allí, donde moraba Guillermo Pedro de Seuchier, mercader, el cual se hizo llevar al Monte Olino, porque había tres años que no veía, ni aun podía conocer a su mismo padre. Bajado, pues, el Santo por las gradas de la abadía hincóse de rodillas al pie de las mismas gradas el Guillermo, y cuando sospechó que el Santo le podría oír, le dijo estas palabras formales: "Maestro, yo creo que sois verdadero discípulo de Jesucristo, y así os ruego que en nombre y virtud de este Señor, me queráis alumbrar de manera que vea y no quede ciego. Paróse el Santo en pies, y delante doscientas personas que se hallaron presentes al caso, le hizo una cruz en el rostro, y dichas no sé qué oraciones, le volvió a santiguar. En continente alcanzó tan buena vista como cualquier otro. El mismo mercader a quien San Vicente hizo esta merced, lo atestigua en el proceso. Y añade que, habiendo ya treinta y siete años que esto le aconteció (de donde saco yo que era entonces el año 1416, poco más o menos, porque el proceso se hacía en el de 1453 y el de 1454), y siendo él ya de setenta años le duraba aún en los ojos la mesma claridad. Fuese desde allí el Santo a predicar, y en presencia de 6.000 personas hizo otra maravilla, como la que hizo en Beziers, cuando hizo parar la lluvia. Lo mismo hizo en otras partes, pero dejólo, porque voy abreviando.
Lo contrario de esto hizo en algunas tierras de la jurisdicción de Carcasona, en las cuales como no hubiese llovido por espacio de siete meses, estaban las gentes muy afligidas y tenían perdida la esperanza de coger algo aquel año. Pero todavía rogaron al Santo con grande ahinco, que quisiese visitar y bendecir sus tierras. Vino el Santo, y después de tener las gentes de los lugares juntas (porque habían venido en procesión con muchas cruces), les dijo estas palabras: "Hermanos, ¿qué pedís a Dios"? Respondieron: "Pedimos la salud de nuestras almas, y el rocío del cielo para que podamos coger los frutos de la tierra y vivir y alabar a Dios". Entonces él les dijo que orasen todos a Dios, y él tomó en sus manos una cruz, en la cual había un pedacito de la cruz en que murió Jesucristo Nuestro Señor, y toda la gente se puso en oración. Estando ellos aún puestos de rodillas, comenzó a llover muy de propósito, y duró casi dos días y medio sin parar. De manera que fue San Vicente como Elias, pues cuando quería detenía las aguas que no cayesen; y cuando le parecía las alcanzaba de Dios con grande abundancia. Advierta el cristiano lector cuan obediente debía de ser este buen padre a Dios, pues tan sujetas tenía a su voluntad las criaturas. Porque así como en revelarse Adán contra Dios, todas las criaturas que antes le servían, se salieron de su obediencia y le negaron el vasallaje, así cuando un cristiano sirve a Dios con grande perfición y firmeza, todos los elementos se le rinden y ponen en sus manos, si cumple así para el bien de la Iglesia. En confirmación de esto, dice San Antonino, y otros escritores juntamente con él lo atestiguan, también se saca del proceso, que durando aquella lluvia dijo San Vicente a sus discípulos que se aparejasen para caminar, porque quería ir a predicar a otra parte. Y como uno de ellos le dijese que no tratase de irse, cayendo continuamente tanta agua del cielo, él le respondió: No dudes en ello, hijo, que acabando de comer tendremos sol. Y fue así realmente.
El arzobispo de Bourges en Berry, era hombre muy temeroso en las cosas tocantes a la salvación de sus ovejas: y como entendió que era llegado a la dicha ciudad el maestro Vicente, al cual él no conocía, temióse no fuese cualquier embaucador que venía a pervertirle sus subditos. Resolvióse, pues, de mandarle que no predicase en aquella tierra, y con este propósito vino a la ciudad. Pero Nuestro Señor, de quien está escrito que tiene en sus manos los corazones de los reyes y príncipes, le mudó de propósito y así se determinó de oírle un sermón, y después hacer lo que Dios le inspirase. Aquel día predicó el Santo con tanto espíritu, y sus palabras fueron tan eficaces, que el arzobispo no lo pudo más disimular, y levantándose de su estrado y silla, se fue para el Santo y le abrazó con grande amor y devoción, diciendo: verdaderamente conozco, padre maestro, que Dios os ha enviado a esta ciudad para la salvación de estas gentes. De allí se le llevó a su palacio, y aposentándole en él le trató humanísimamente. Predicó en esta ciudad algunas veces San Vicente y una de ellas le vino delante, después del sermón, una señora y con las lágrimas en los ojos le dijo: Apiadaos, padre, de mí que padezco en estas manos unos dolores incomportables. Hízole, pues, el Santo la cruz sobre ellas y en el mismo punto la sanó. En esta misma ciudad recibió el Santo un mensajero del duque don Juan de Bretaña, el cual le pedía se fuese a predicar a Bretaña.
En otra parte de Francia le vino un hombre a los pies, muy afligido y apesarado, y casi desesperado, porque había pecado con su propia hija. Y como el pecado era tan bestial y abominable, apenas podía creer que Dios le hubiese de perdonar. Oída que hubo el Santo la confesión, aunque le declaró cuan grande era la atrocidad de su crimen, le dijo que hiciese penitencia siete años y que Dios le perdonaría. Estaba el pobre hombre tan lastimado y contrito, que le pareció la penitencia muy pequeña, y así le dijo: Oh, padre, ¿y pensáis que me podré salvar? El Santo le respondió, vista su contrición: Sí, hijo, ayuna solamente tres días a pan y agua. Lloraba el pecador amargamente su culpa viendo la grande misericordia de Dios y decía: Padre, ¿es posible que un maldito como yo alcance perdón de Dios con tan ligera penitencia? Si, hijo (dijo el Santo), aunque no digas sino tres veces el Pater Noster. En aquel punto fue tanto el dolor que le tomó de culpa, que diciendo el Pater Noster murió allí a sus pies: y la noche siguiente le apareció, diciendo que estaba en el cielo, y que no había pasado por el purgatorio, porque Dios le había tomado en cuenta de él el gran dolor y contrición que de su crimen había tenido.
Una de las veces que volvió San Vicente de Italia para Francia, entendió que en el ducado de Saboya, junto al Delfinado, en un valle habitaba cierta manera de gente, que allende de ser infiel y tocada de algunas herejías, era de muy perversas costumbres y dada a hechicerías y encantamientos. Llamábase aquel término el valle sucio. Algunos predicadores celosos de la honra de Dios procuraron de enseñarles el camino del cielo y la fe de Jesucristo; pero no salieron con su empresa, porque era tanta la fiereza y maldad de aquellas gentes y estaban tan hechas a la mala vida, que afrentaban a los predicadores y si no querían irse, los maltrataban.
Determinó San Vicente de ponerse al mesmo peligro, sólo por la honra de Jesucristo. Y aparejándose para recibir el martirio, se entró por la tierra y alcanzó de ellos que le oyesen. Acudió Nuestro Señor tan de veras para la conversión de aquella gente, que vista por San Vicente la grande mudanza de vida, mudó también el nombre a la tierra, ordenando que de allí adelante se llamase valle puro y limpio. Verdad es que como estaban tan acostumbrados a poner las manos en los predicadores, dos o tres veces le quisieron matar y siempre le libró Dios de sus manos. Particularmente una vez que estando él de noche y retraído con sus compañeros subieron encima de la casa y descubrieron la cama donde estaba, y le quisieron matar a lanzadas. Mas, como Nuestro Señor le tenía predestinado para que sirviese a su Iglesia en otras jornadas, les quitó las fuerzas y poder de matarle.
En el año de 1404, predicando en León de Francia, profetizó lo que había de acontecer en Francia por estas palabras: Bona gent, ell se fa un pastis en lo pus noble hostal de cristians, lo cual quant será descubert, pudirá molt fort.
Que es como si dijera: Buena gente, ahora se ordena y hace un pastel en el más principal mesón de cristianos, que cuando se descubra dará de sí grande hedor. Poco después se siguieron cosas por las cuales, en fin, sucedió la desastrada muerte del duque de Orlens, hermano del rey de Francia, y tras ellos muchos y muy grandes males que duraron harto; y los que le habían oído sospecharon que aquello era lo que el Santo decía. Quien quisiere sabe cómo Juan de Nevers, duque de Borgoña, hizo matar a Luis, duque de Orlens, y las calamidades que de ello se siguieron en Francia, lea los Anales de Gaguino, en la vida de Carlos VI, y a Pontaco, en su Cronografía, que yo no me puedo parar a contarlas.
Fray Vicente Justiniano de Antist
VIDA DE SAN VICENTE
B.A.C.

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