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jueves, 30 de junio de 2011

De muchos milagros que hizo San Vicente Ferrer viviendo


Antes que tratemos de los milagros que hizo San Vicente después de muerto, será bien pongamos algunos otros que hizo viviendo, los cuales no he tenido lugar de poner hasta ahora por no saber el tiempo o el lugar donde los hizo. En un pueblo donde San Vicente era llegado, había una mujer endemoniada que nombraba por sus propios nombres a todos los hombres y mujeres de Valencia que se hallaban en compañía del Santo, con ser verdad que nunca había estado en Valencia ni los conocía. Esta le fué traída delante, y en verse el demonio allí se salió de la mujer, que no fué menester conjuro ni exorcismo alguno. Y el mismo testigo que vio esto, el cual era hombre de letras, dice que vino San Vicente a tener esta gracia de echar los demonios tan perfectamente, que sólo en ser traídos los endemoniados una vez a su presencia, eran libres. Y cierto es cosa que lleva camino, porque como él les perseguía tanto, estaban tan amedrentados y hostigados, que en verse delante de él no osaban esperar sus conjuros, así como se escribe de San Antonio, que con ser verdad que había sido muy perseguido de los demonios en algún tiempo, después le cobraron tanto miedo que en oír su nombre desamparaban las personas a quien tenían tiranizadas. De suerte que no hay maravillarse de lo que Flaminio y otros escriben que San Vicente echó el demonio de 66 personas, y esto mientras vivió, porque Flaminio no escribe los milagros que hizo después de muerto.
Entre los que seguían al Santo, hubo un hombre que no creía en sus milagros, y, con todo, le seguía porque gustaba de su doctrina. Caminando, pues, el Santo hacia Castilla, acompañado de mucha gente, que con el cansancio y necesidad de mantenimiento ya desfallecía, volviéndose a ellos les dijo: Confiad en Dios, hijos, que tras este cerro que tenemos delante hallaremos una venta donde seremos bien hospedados. Subiendo la gente el recuesto, vieron en el camino una venta que parecía nuevamente edificada y el huéped los recibió con muy buen rostro, y les dio mejor recaudo que ellos pudieran desear. Salidos de allí, ya que tenían andado algún poco de camino, llamó San Vicente al incrédulo que antes dije, y rogóle que fuese al lugar donde había comido, y le trajese un bonetillo que se le había quedado en la venta. Fué el hombre allá corriendo, y mirando a una parte y otra, no vio mesón ni rastro de él, ni persona alguna, sino el bonete colgado de un árbol por del camino. Por do parece que toda la comida, y aun el mesón había sido cosa aparejada de presto, por manos de los santos ángeles, con lo cual el incrédulo dióse de allí adelante a las cosas del Santo. El mismo día dio San Vicente la habla a una muda que le vino al encuentro.
Otra vez, estando en un desierto con algunos millares de hombres, vinieron otros hombres (o si eran ángeles) no conocidos, y trajeron algunos panes, con los cuales todos mataron la hambre suficientemente, y bebieron de un poco de vino que trajeron, sin poderle acabar.
Trájole una mujer en brazos un hijo que se había muerto, y el Santo, hecha una breve oración, le dijo: Vete, buena mujer, y alaba de continuo a Dios, que tu hijo duerme, y antes que entres en tu casa despertará. No hubo bien llegado a la puerta de su posada, cuando ya el niño aparecía vivo.
Cierto hombre enemigo de San Vicente se quiso hallar en un sermón suyo para coger algo con que pudiese infamarle, y por justo juicio de Dios, que sensiblemente responde a veces por sus santos, se apoderó de él el demonio, y como el Santo le quisiese lanzar de aquel cuerpo, respondió el demonio: No me podrás echar de aquí hasta que haya tomado venganza de este bellaco que te quería calumniar. Mas el Santo replicó: Siervo soy y vasallo de Jesucristo, el cual rogó por sus enemigos, y así en su nombre te mando que salgas de ahí. Salió el demonio con un bramido terrible, dejando tras sí un olor insufrible de alcrevite, y el hombre quedó medio muerto. Mandó entonces San Vicente a uno de sus discípulos que se quedase allí hasta que volviese en sí el hombre, y que luego le confesase.
A otro enemigo del Santo le acaeció otra cosa más notable. Habíanle difamado de ciertas cosas malas, y sin volverle la fama, le tomó la muerte, en la cual, aunque tuvo contrición y murió en gracia de Dios, no tuvo tiempo para hacer la satisfacción que era obligada. Estuvo, pues, algún tiempo en el purgatorio, pagando la pena que por sus pecados debía, y poco antes de acabar su pena por mandato de Dios volvió a este mundo y apareció a San Vicente pidiéndole perdón de la infamia, y concediéndosele él, se fué al cielo. Este milagro se hallará en el primer sermón que él hace en el domingo de Quasi modo o In albis, que todo es uno.
Un rey de Aragón (no sé si sería don Martín o don Fernando el Primero, que entrambos fueron muy devotos de San Vicente), quiso hablar al Santo en su celda. Y entrando en ella, como le hallase puesto en oración y que alrededor de él había grandísima claridad, quedó tan atónito que se volvió a salir sin hablarle palabra. Después, platicando San Vicente con el rey, entendió que le había visto de la manera ya dicha y se entristeció de ello notablemente, y dijo al rey que le había enojado mucho. No contento con esto, reprendió gravemente al compañero que tenía cargo de su celda, y le dijo que por haber dado entrada al rey en su celda en aquella hora le castigaría Dios con siete años de calentura. Y en efecto, las tuvo todo aquel tiempo sin que jamás el Santo arrostrase quererle sanar. En lo cual se muestra no solamente que los Santos con tanto tratar con Dios toman sus condiciones, y castigan en este mundo a sus amigos ásperamente por culpas livianas, sino también cuan grande era la paciencia y humildad de aquel pobre religioso, que con ver cada día al Santo hacer milagros y sanar enfermos, y que nunca trataba de su remedio, no por eso se enojó ni dejó su compañía, antes le siguió hasta Bretaña, como lo dice un testigo en el proceso.
Muchas mujeres estériles que no podían parir le rogaban que hiciese oración por ellas porque les diese Dios fruto de bendición. A las cuales él respondía que si querían alcanzar de Dios lo que deseaban, que viviesen bien y se guardasen de pecar e hiciesen muchas veces oración; y, entre otras cosas, les encargaba que viviesen bien y que no negasen el débito a sus maridos, y que cada día, a la mañana y a la tarde, dijesen el Pater Noster y el Ave María y un Credo, y si no sabían decir salterio beati omnes qui timent Dominum, a lo menos le hiciesen decir. Y quiso Dios que muchas de ellas alcanzasen a tener hijos con estas devociones.
En un lugar de Aragón o Cataluña (que en esto hay opiniones aunque en la substancia del caso todos convienen), día de San Pedro y San Pablo, acabando la misa y queriéndose ya desnudar de la ropa sagrada para predicar, veis aquí que el cielo se anubla y se mueve un torbellino y tempestad horrible de truenos y relámpagos y rayos, como si se cayese el cielo. Tomó el Santo entonces agua bendita y echando de ella hacia el cielo hizo la señal de la cruz contra la tempestad. Y como si su bendición fuera un bravo viento, luego desaparecieron las nubes y quedó el cielo muy claro y sereno. Después, como dicen Surio y otros, subiéndose en un pulpito dijo a la gente: "Si no rogaran por vosotros los santos apóstoles, no dejara la tempestad hoja ninguna en los árboles, ni en los prados y campos cosa verde. Mas no os aflijáis del todo, que antes de un año volverá otra tempestad espantable: por eso rogad a Dios que os guarde y que ampare vuestras heredades. Pasados once meses vino la mesma llaga otra vez.
En Berca había predicado devotísimamente el nombre de Jesús, y cierto día, como se tomase a llover, entráronse unos cristianos en un horno de un moro, y recogiéronse en una parte de la casa donde había mucha leña seca. Dijo entonces una mujer al moro: "Hermano, ¿por qué tú nunca vas al sermón del santo padre?" El otro, con una furia del diablo, le respondió: "Oh, maldito sea vuestro padre santo; a fe que ahora veremos si os valdrán sus santidades"; y, diciendo y haciendo, puso fuego a la leña, el cual prendió tan de veras en ella, que antes que los cristianos se pudiesen rebullir, se vieron cercados de las llamas. Y como no tuviesen remedio ninguno, tornáronse a dar voces invocando el nombre de Jesucristo y de su siervo fray Vicente. Favorecióles milagrosamente nuestro Señor, y en un punto apagóse por sí mesmo el fuego. Lo cual visto por el moro, luego dijo que se quería bautizar, y de hecho recibió de allí a tres días el bautismo de mano de San Vicente, y perseveró en el santo propósito del cristianismo.

4 comentarios:

deisi dijo...

es maravilloso


Anónimo dijo...

para mi es muy tarde. me quede con las ganas de ser mama

amalia dijo...

es muy tarde para ser mama lo que le pido al santo que me ayude a no llevar una vida esteril.

amalia dijo...

dios los bendiga