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miércoles, 22 de junio de 2011

SEDE VACANTE XV

CAPITULO X
JUAN B. MONTINI Y SU PROGRAMA SOCIOECONÓMICO Y SOCIO POLÍTICO
Vamos a entrar a fondo; vamos a descubrir los motores secretos de la política revolucionaria del Papa Montini, en quien recae la tremenda responsabilidad de la autodemolición de la Iglesia. Nadie hubiera podido llevar al cabo esta empresa inaudita, si el Pontífice hubiera cumplido su deber, si "el Santo Oficio no hubiera cambiado de nombre y de funciones", si hubiera seguido ladrando y aún mordiendo cuando era necesario, si a la herejía se la hubiera seguido llamando herejía, si las censuras se hubieran fulminado contra esos cancilleres que reservadamente aconsejan y facultan a nombre de su Eminencia las más procaces profanaciones de los templos, si, en una palabra, no hubiera cundido la subversión a nombre del Vaticano II y del espíritu postconciliar. No con discursos piadosos dichos desde su balcón o en la nueva sala de audiencias, ricamente construida, sino con Encíclicas definitivas y con penas canónicas se detiene el avance de la subversión. Sobre todo, cuando han sido los dos últimos Pontífices y sus Encíclicas y su Pastoral Concilio los que, sin duda alguna, abrieron las compuertas a las aguas impetuosas, que el Magisterio de la Iglesia había estado reprimiendo, a pesar de las secretas garantías que a los reformistas daba la carta paternal del P. Juan B. Janssens.
La elección del Patriarca de Venecia como sucesor de Pío XII llenó de sorpresa al mundo entero. Un viejo de cerca de ochenta años, un canceroso, un hombre de no mucha ciencia, un político complaciente, que autorizaba simulación de bautismos para salvar caritativamente a los judíos, perseguidos por Hitler, un amigo de los grandes luminares del gran Oriente de la masonería francesa, iba a ocupar el trono, después de aquel Papa rectilíneo, de aquel santo y aquel sabio, que con su rectitud asombrosa, con su santidad inconfundible y con su ciencia vasta, profunda, luminosa, había llevado a las conciencias la paz y la esperanza, después de la segunda y sangrienta guerra mundial.
En cuatro años de gobierno y a pesar de su creciente enfermedad, el Papa bueno tuvo tiempo sobrado para escribir dos encíclicas, que hicieron estremecer al mundo, y convocar, con inspiración divina, según dijo, un Concilio, que sacudió, en su mismo fundamento, el dos veces milenario edificio de la Iglesia de Cristo.
No podemos detenernos en estudiar esas encíclicas, que el mundo irreligioso y anticatólico llamó "magistrales", de Juan XXIII. Hay, sin embargo, un pasaje de la "PACEM IN TERRIS", que queremos citar aquí, porque ha tenido una influencia enorme en la política y en el pensamiento del Vaticano II, de Paulo VI y de los documentos de Medellín. En su "infinito" amor por la humanidad, un amor que todo lo abarca, que a todo se atreve, el Papa Juan escribe: "No se deberá, no obstante, confundir jamás el error con el que yerra, aun cuando se trate de errores o de un conocimiento inadecuado de la verdad en el campo religioso moral. El que yerra es siempre y sobre todo un ser humano, y conserva en cada caso, su dignidad de persona, y debe ser siempre tratado como corresponde a tanta dignidad".
Con estas palabras, al parecer tan llenas de bondad y de visión humana, el papa bueno, vino a suprimir todo el derecho penal, no sólo de la Iglesia, sino de los mismos gobiernos, y a condenar, de paso, la enérgica actitud con que la Iglesia se había enfrentado siempre a los herejes y a la herejía. Hay aquí un sofisma enorme, que debemos esclarecer: una cosa es la tolerancia con las personas, y otra distinta la tolerancia con las ideas; la primera puede ser laudable, puede ser buena, puede ser una manifestación externa de la caridad sobrenatural interna; pero la segunda, la tolerancia en las ¡deas nunca puede aceptarse, porque es claudicación, es compromiso, es traición a la verdad. Ahora bien, cuando la obstinación de los que yerran de tal manera se identifica con el error, que no sólo no es posible separarlos de él, sino que se convierten en difusores activos del error y de la subversión, en elementos peligrosos para la misma sociedad, entonces la intransigencia es necesaria, dolorosamente necesaria, porque sobre el bien particular está siempre el bien común; y la tolerancia, en estos casos, es manifiesta y perjudicial complicidad.
Juan XXIII, de esa su inspirada frase, sobre la "suprema" dignidad de la persona humana, saca luego, las consecuencias en el campo mucho más vasto de la política: "Debe también tenerse en cuenta que no se pueden ni aun identificar falsas doctrinas filosóficas sobre la naturaleza, el origen y el destino del universo y del hombre con movimientos históricos, con fines económicos, sociales, culturales y políticos, aun en el caso de que estos movimientos hayan sido originados por aquellas doctrinas y de las mismas hayan extraído o extraigan de ellas su inspiración. Ya que las doctrinas, una vez elaboradas y definidas, permanecen siempre las mismas, mientras que los susodichos movimientos, al actuar sobre las situaciones incesantemente cambiantes, no pueden evitar sufrir sus influencias, y, por tanto, no pueden dejar de estar sujetas a transformaciones igualmente profundas. Además, ¿quién puede afirmar que en esos movimientos, en la medida en que son conformes a los dictámenes de la recta razón y se hacen representantes de las justas aspiraciones de la persona humana, no existen elementos positivos y merecedores de aprobación"?
Esta encíclica, expresión clara de la doctrina de la Enciclopedia, no fue escrita por Juan el bueno. Su salud estaba demasiado quebrantada para pensar y coordinar ideas tan complejas y tan ajenas al estilo tradicional del Magisterio. El poner "la dignidad de la persona humana" como criterio supremo de verdad y de moralidad, es emancipar al hombre, criatura y posesión de Dios, del dominio que el Creador tiene sobre su criatura, y es anteponer las conveniencias personales al orden establecido por la Sabiduría, la Bondad y el Poder Infinito de Dios mismo. La distinción hecha por Juan XXIII entre "ideas filosóficas" y "movimientos o partidos políticos", que sobre ellas se basan, es de una importancia tan esencial, como la distinción que antes había hecho entre el error y el que yerra. Con esta distinción, quedan a salvo el liberalismo, el socialismo, el materialismo y, de un modo particular, el marxismo, tan duramente condenados antes por la Iglesia Católica y por la voz del Magisterio.
El Papa Roncalli, con la esperanza de que esas ideas, anticatólicas y antisociales, evolucionasen después en los partidos a los que habían dado origen, quiso establecer esa fantasmagórica distinción, para entablar el diálogo con el mismo comunismo, intrínsecamente perverso, autor de la esclavitud, que hoy domina a tantos pueblos. El Papa Juan quería decirnos: si bien el marxismo, el liberalismo y el socialismo se han basado en premisas filosóficas equivocadas, (por lo menos desde el punto de vista católico), pueden evolucionar, han de hecho evolucionado hasta poder ofrecer una componenda, una mutua comprensión, una coexistencia pacífica y constructiva. No sólo se puede permitir —con esa concepción tolerante y bienhechora— sino también se puede colaborar con el comunismo, según el pensamiento del Nuncio de Cuba.
¿Podrá llegar un día en que el comunismo deje, en verdad, de perseguir a la religión para emprender el camino del liberalismo, tanto en política como en economía? ¡Qué poco sabe de comunismo quien así piense! O ignora o se hace el ignorante, para sostener una tesis impuesta y comprometida. El caso de Yugoeslavia, que a los incautos adormece, es tan sólo una táctica, hábilmente excogitada por un judío, que antes mató, destruyó, impuso esclavitud, y ahora parece un estadista, que con visión muy clara quiere solucionar los problemas de Europa y del mundo. Paulo VI es su amigo y admirador.
La "POPULORUM PROGRESSIO" es un documento fuertemente inspirado en el pensamiento del progresismo francés, en el que destacan el cardenal Gabriel Mario Garrone, los teólogos Lebret, Chenu, Lubac y, sobre todo Jacques Maritain. El espíritu del documento montiniano es decididamente socialista. La "POPULORUM PROGRESSIO" abarca numerosos temas: de la paz mundial a las Naciones Unidas, del enorme aumento de la población a la asistencia que hay que dar a los países subdesarrollados, de las misiones a la enseñanza, de la emigración a los problemas raciales.
Este es el documento, que inspira, explica y aguijonea la política, las enseñanzas, los viajes, los pactos, las recepciones palaciegas de Paulo VI. Juan B. Montini es el hombre de la "POPULORUM PROGRESSIO", y América Latina el campo de experimentación y de cultivo de esta política no libertadora, sino socializante y progresivamente esclavizadora. Aunque el Papa Montini afirme, una y mil veces, que ni su predecesor, ni el Concilio, ni él mismo han cambiado la doctrina de base, las enseñanzas milenarias y apostólicas de la Iglesia, es indudable que hay un abismo entre la "vieja" Iglesia de Cristo y "esta" Iglesia histórica de los dos últimos papas y su Concilio.
Ante todo, el concepto de "propiedad privada", como derecho inalienable, sancionado por las leyes divinas, naturales y humanas —concepto firmemente establecido por León XIII— ha sido transformado por Paulo VI. A este propósito nos dice en la "POPULORUM PROGRESSIO": "El reciente Concilio lo ha recordado: "Dios ha destinado la tierra y todo lo que ella contiene para el uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes de la Creación deben afluir igualmente a las manos de todos, según la regla de la justicia, que es inseparable de la caridad".
Los demás derechos, de cualquier género, incluidos el de la propiedad y el del libre comercio, estarían subordinados a ella: no deben, por tanto, estorbar, sino, al contrario, facilitar su realización, y es un deber social, grave y urgente, restituirlos a su finalidad originaria". Paulo VI cita, como prueba, un pasaje de San Ambrosio, que dice: "No es de tu propiedad aquello de lo cual haces donación al pobre; no haces sino devolverle lo que le pertenece. Ya que lo que se ha dado en común para el uso de todos es lo que tú te apropias. La tierra se ha dado a todos, y no solamente a los ricos". Y comenta el pontífice: "Es como decir que la propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicionado y absoluto. Nadie está autorizado a reservar para su uso exclusivo aquello que sobrepasa sus necesidades, cuando los demás carecen de lo necesario... El bien común exige, pues, a veces, la expropiación si, a causa de su extensión, de su exigua o nula explotación, de la miseria que de ello se deriva para las poblaciones, del daño considerable acarreado a los intereses del país, ciertas posesiones representan un obstáculo para la propiedad colectiva".
Esta es sin ambages, la postura que ciertamente más se acerca a la del marxismo, que a la doctrina tradicional de la Iglesia. Paulo VI no alude siquiera a la necesidad, por parte del Estado, de mantener a raya a las masas, propuesta expresamente por León XIII. Esa su doctrina es demagógica; se acerca mucho a la "égalité", a la "igualdad" de la Revolución Francesa. "Se dan ciertamente situaciones, cuya injusticia clama al cielo. Cuando poblaciones enteras, desprovistas de lo necesario, viven en un estado de dependencia tal que les impide cualquier clase de iniciativa y responsabilidad, e igualmente toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política, es grande la tentación de rechazar con la violencia tamañas injurias a la dignidad humana. Y, sin embargo, sabemos que la insurrección revolucionaria —salvo en el caso de una tiranía evidente y prolongada, que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase de modo peligroso al bien común del país— es fuente de nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas. No se puede combatir un mal real, al precio de un mal aún mayor".
He aquí un caso típico de la dialéctica montiniana: La desigualdad es un mal; la propiedad privada es apoderarse de la que pertenece a todos. Es grande la tentación a la violencia; luego, en casos excepcionales, en casos de una tiranía evidente y prolongada, la violencia es lícita; en estos casos excepcionales, el pueblo tiene derecho a levantarse contra el gobierno, si el gobierno se ha transformado en una dictadura peligrosa y despiadada. Es lo mismo que dicen los comunistas y sus aliados los progresistas: "Contra la violencia institucionalizada, no queda más recurso que la violencia de las armas". Y esto es también lo que cautelosamente dicen los documentos de Medellín y lo que, con mayor crudeza, proclaman los guerrilleros y los "curas y jesuítas" comprometidos en la revolución. Ante la reacción justificada de los gobiernos, que supieron captar la amenaza que implicaba para la paz, el progreso y estabilidad social, todas las jerarquías cambiaron el sentido de la consigna solapada de Paulo VI. Cambio de estructuras, sí; resistencia también; pero ¡sin violencia! Pero lo escrito, escrito está. ¿Quién va a pronunciar el veredicto de que un gobierno se ha convertido en una tiranía evidente y prolongada? Francisco Franco lleva más de veinticinco años en el poder; para muchos su gobierno, fruto de una insurrección armada fue y sigue siendo una evidente y prolongada tiranía. Otros, en cambio, ante los tangibles progresos materiales que ha alcanzado España en este tiempo, ante los peligros de nuevos conflictos con el cambio, prefieren seguir en este estado indefinido de un Caudillo, que no es rey, ni es presidente, ni es gobierno estable. ¡Dios dirá lo que venga! Lo que ya vimos es que España ha superado su pobreza.
"Violencia organizada" llaman los comunistas toda ley, todo gobierno, toda organización social o económica, que no responda al programa de Marx, que impida los actos terroristas, la violencia destructiva de las armas. En cambio, cuando el terrorismo se apodera del poder, entonces no es violencia el paredón; no es violencia el despojo colectivo; no es violencia la tiranía que sin piedad ahoga a los patriotas, que buscan la libertad de sus países dominados por una tiranía internacional y prepotente.
El mayor peligro, que yo veo para nuestro país y para todos los países de nuestra América Latina es el que las autoridades civiles se dejen adormecer por el canto de las sirenas, que, a nombre de Cristo y del Evangelio, a nombre de caridad y de justicia social, están haciendo el juego al comunismo internacional; le están preparando el camino de su continental dominación. Para el progresismo es tiranía el gobierno del Salvador y de Brasil y de Paraguay y de Bolivia y de todos los demás países, que, ante el peligro, han reaccionado virilmente, echando del país a esos secretos emisarios del Vaticano, a esos curas extranjeros, que están haciendo el lavado cerebral a las inconscientes multitudes, que llenan nuestros templos y, con mariachis, con jazz, con bailes y con asambleas, participan ahora mejor de los servicios litúrgicos y escuchan homilías, que emulan los mítines políticos del partido comunista y nos presentan un falso Cristo revolucionario y guerrillero.
Paulo VI lanza un violento, casi virulento ataque contra el "capitalismo", que a los oídos de los latinoamericanos suena a una condenación del "imperialismo americano": "Necesaria para el crecimiento económico y el progreso humano, la introducción de la industria es, a la vez, signo y factor de desarrollo... Pero sobre estas nuevas condiciones de la sociedad se ha instaurado desgraciadamente un sistema que considera el provecho como motivo esencial del progreso económico, la competencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límite ni obligaciones sociales correspondientes. Dicho liberalismo conducía a la dictadura justamente denunciada por Pío XI como generadora del imperialismo del dinero... Nunca se condenarán bastante tales abusos, recordando una vez más, solamente, que la economía está al servicio del hombre. Mas, si es verdad que un cierto capitalismo ha sido la fuente de tantos sufrimientos, de tantas injusticias y luchas fratricidas, cuyos efectos aún perduran, sería erróneo atribuir a la industrialización misma males que son debidos al nefasto sistema que la acompaña. Es preciso, por el contrario, y por deuda de justicia, reconocer la aportación insustituible de la organización del trabajo y del progreso industrial a la obra del desarrollo".
Aquí de nuevo estamos en plena dialéctica: "necesaria para el crecimiento económico y el progreso humano... la industria es a la vez signo y factor de desarrollo"; pero la industria acumula capitales, que esclavizan... Luego, hay que socializar los medios de producción. Los industriales, la iniciativa privada, reconociendo la función social del capital y las prestaciones debidas a los trabajadores, reguladas ha tiempo por la debida y conveniente intervención del Estado, observan en este punto, que sin el incentivo del beneficio, sin la acumulación de capital garantizada por la propiedad privada, sin el estímulo, igualmente potente de la libre competencia (dentro de la ley y la conciencia), la civilización occidental no habría alcanzado jamás la extraordinara prosperidad y la capacidad tecnológica, sin la cual ni los países sub-desarrollados podrían ser ayudados, ni se podría luchar contra el hambre, la pobreza y las enfermedades, que invaden al mundo.
¿Quién ayudó a los países vencidos, después de la guerra, a salir de su tremenda pobreza, del hambre que padecieron como consecuencia de la tragedia? Y ¿hubieran podido los Estados Unidos ayudar a los vencidos, si no hubiesen tenido esa prosperidad económica? No quiero con esto defender a las manos ocultas que han explotado no sólo a los pueblos de Europa, de Latinoamérica, sino al mismo pueblo americano. El Vaticano sabe perfectamente a quien me refiero, porque el Vaticano también está supeditado, hoy más que nunca, a ese poder oculto.
En resumen, la "POPULORUM PROGRESSIO", que para el progresismo es la nueva economía del Evangelio, el modo de aplicar a nuestros tiempos la redención de Cristo, definitivamente no es una doctrina coherente con la tradición, con las normas inmutables de la Iglesia de Cristo. La actividad política de Juan B. Montini, el papa Paulo VI del Concilio, representó en la Iglesia una verdadera revolución, cuyos resultados todavía no acabamos de ver. Evidentemente que el Vaticano no confiesa las muy íntimas y muy secretas relaciones que mantiene con los poderes invisibles, que le aconsejan, le apoyan y le cubren, como decimos, las espaldas. Pero, ciego está el que se empeñe en negar las relaciones que el Papa Montini ha sostenido y sigue sosteniendo con los elementos, que descarada o públicamente están provocando la inestable, variante y peligrosa situación del mundo entero.
No ignoro que esta actividad de proyección mundial, de manifiesta tendencia socializante ha tenido sus momentos de aparente calma, de reacción, de casi, casi diríamos un "dar marcha atrás"; pero esta táctica es demasiado conocida para poder tranquilizarnos. El que haya seguido con cuidado todo el proceso demoledor, inaugurado por el pontificado de Juan XXIII, seguido después y hecho reforma por Paulo VI y el Vaticano II, sabe muy bien que ese proceso ha tenido sus pausas, pero ha seguido invariable su reforma, su "cambio de estructuras", su "socialismo", su "aggiornamento", su "ecumenismo".
Hay en el mundo un enjambre de activistas, que han extendido una red por todo el mundo, que de una manera o de otra tratan de imbuirnos las ideas disolventes, que avanzan incontenibles. A los que nos oponemos nos llaman extremistas, nos dicen locos o nos "excomulgan", creyendo que, por la buena o por la mala, nos van a doblegar. A otros los asustan y, aunque en su conciencia sienten que las cosas no andan bien, que las reformas no han hecho sino deformarnos, que no puede ser cosa de Dios tanta herejía, tanto materialismo, tanta inmoralidad, prefieren no opinar y se tranquilizan diciendo que obedecen, que al fin Dios intervendrá. Pero a los más los tentáculos poderosos de la subversión los sujetan, los trituran, los convencen. Y esto a nivel local, estatal, nacional; en la parroquia lo mismo que en las oficinas de la Mitra; en los colegios, en las escuelas, en todas las actividades religiosas; lo mismo en la ciudad que hasta en la más pobre aldea, a donde llegan los nuevos curas, los alumnos de los jesuitas, predicando inconformidad, hablando de violencia, y, si es preciso, entrenando o allegando a los nuevos guerrilleros.
Porque, en México hay guerrillas; hay gente que se prepara para la subversión, para los actos terroristas, para el asalto definitivo, con que esperan apoderarse del poder, después de echar por tierra las legítimas autoridades, que algunas veces parecen ignorar o querer ignorar, por no alarmar a la gente, lo que en realidad está pasando. Y todo este activismo viene de muy alto; es, como ya indiqué, de proyección internacional; y cuenta con las bendiciones de los padres y de la jerarquía, que, como los obispos de Ciudad Juárez, de Chihuahua, el ex-obispo de Zacatecas, el de San Cristóbal de las Casas, por no mencionar al cabecilla principal, al que ha hecho escuela, Don Sergio VII, el de Cuernavaca, ha hablado ya claro, muy claro, para poder dudar de sus intenciones. Y esto lo sabe Roma, lo conoce el Vaticano, no lo ignora Paulo VI, quien, en los momentos de crisis, sabe salvar a sus amigos, como lo hizo varias veces con Méndez Arceo y lo ha hecho recientemente en España con el cardenal primado de Madrid.

LA CLAVE DEL ENIGMA:
EL CONCILIO PASTORAL VATICANO II

El mundo cree que Juan XXIII, el papa bueno, fue el que congregó el Concilio Pastoral Vaticano II. La verdad es, como nos dice León de Poincins, en su libro "EL JUDAISMO EN EL VATICANO", que numerosas organizaciones y personalidades judías hacía tiempo pretendían introducir en la Iglesia las reformas propuestas y realizadas en el Concilio, con el intento de modificar su actitud y su enseñanza acerca del judaismo". Fueron estos judíos los que, dentro y fuera de la Iglesia, impulsaron las increíbles reformas, propuestas y realizadas en ese lamentable Concilio, y los que, con satánica y no disimulada satisfacción hacen ahora alarde de haber sido ellos los que, planearon, y convocaron, y dirigieron el Vaticano II. En particular, el judío francés Jules Isaac, representante del judaismo internacional, fue el que, con sus escritos y con sus secretas audiencias en el Vaticano, patrocinadas por su hermano de sangre y miembro activo de la conspiración, el tristemente célebre cardenal Agustín Bea, S. J., impulsó al débil y comprometido papa Roncalli a esa aventura reformisa, que ha hecho eficazmente la "autodemolición" de la Iglesia de Cristo.

I. Tres intentos judíos para destruir el cristianismo
El judaismo, religión, secta y actividad de intriga permanente, ha estado en lucha constante contra Jesucristo, el Hijo de Dios Vivo, el Mesías prometido; pero, a no dudarlo, hace ya cinco siglos que su infiltración, sus ataques y sus éxitos han sido para ellos más espectaculares, más descarados, y, para nosotros, más amargos, más funestos, más lamentables. El escritor e historiador judío Joshua Jehouda, en su libro "L'ANTISEMITISME, MIROIR DE MONDE" (El Antisemitismo, espejo del Mundo), se jacta descaradamente de que en los últimos siglos el judaismo ha hecho tres poderosos intentos, para "rectificar el Cristianismo"; tres intentos "dirigidos a purgar la conciencia cristiana"; tres intentos para "corregir, sofocar y paralizar los efectos de la teología cristiana"; y tres brechas se han hecho en la fortaleza de la Iglesia. Son tres victorias importantes, conseguidas en su lucha contra la cristiandad por sus mortales enemigos, los judíos.
1) El renacimiento (la razón y la ciencia contra la fe);
2) la Reforma
(50 años después del renacimiento; revuelta contra la Iglesia)
3) La revolución de 1789
(que los judíos comunistas continúan hasta nuestros días). A esos intentos, hay que añadir después otros tres:
4)
El Modernismo, propagado en la Iglesia por las infiltraciones de los marranos;
5)
Las falsas filosofías como la de Marx, Neitzche, Voltaire, Freud, Pierre Teilhard de Chardin; 6) El Vaticano II, la gran conspiración judía, bajo la dirección del judío infiltrado Juan B. Montini.

Jehouda admite que el judaismo, la kábala y el Talmud son la raíz de todos los ataques sufridos por la Iglesia Católica, en la fortaleza de la Cristiandad. Y concluye: "La reforma señala la revolución contra la Iglesia Católica, que es también una revolución contra la religión de Israel".
Lord Sieff, Vice-Presidente del Congreso Mundial Judio, en su artículo "The Meaning of Survival" (El sentido de la supervivencia) escribe: "No es accidental el que los judíos hayan sido los precursores y los dirigentes de muchas revoluciones del pensamiento y del espíritu".
Hace cien años, los infiltrados judíos intentaron alterar la doctrina tradicional en la Iglesia Católica, durante el Concilio Vaticano I (1870). Durante ese Concilio, los "marranos" renovaron sus antiguos intentos para obligar a la Iglesia a exonerar a los judíos del crimen del deicidio y aceptar después las relaciones amistosas judeo cristianas. En una hábil faena intentaron influenciar a los Padres congregados para que firmasen "un postulado en favor de los judíos". Se habló primero de un requerimiento para convertir a los israelitas, pero después se añadieron afirmaciones, que estaban en abierta contradicción con las doctrinas, que la Santa Iglesia ha enseñado a este respecto.
El que los Padres del Vaticano I consintiesen en esa intriga judía hubiera significado el colocar la Iglesia en una manifiesta contradicción consigo misma, que hubiera puesto en duda su origen divino, que era el objetivo del complot judió en el Vaticano I, y que, a no dudarlo, fue también el objetivo de su incansable actividad en el Vaticano II. En su libro, ya citado "El Judaismo y el Vaticano", Poincins presenta numerosas y terribles calumnias, lanzadas por judíos, contra la Iglesia Católica y la Cristiandad. Uno de los canales principales de estos embustes tendenciosos fue Jules Isaac. Nuestros lectores pueden recordar lo que sobre este personaje y sus actividades en Roma, ante Juan XXIII, escribí en dos de mis anteriores libros: "CON CRISTO O CONTRA CRISTO" y "LA NUEVA IGLESIA MONTINIANA", donde recuerdo el artículo de Joseph Roddy, en la revista hebrea "LOOK": "HOW THE JEWS CHANGED CATHOLIC THINKING". (Cómo los judíos cambiaron el pensamiento católico). Isaac escribió dos libros gravemente ofensivos a todos los cristianos: "Jesús e Israel" (1946) y "Genese de ÍAntisemetisme (1948), en los que airadamente censura las enseñanzas cristianas y exige la "purificación" y la "enmienda" de la doctrina bis milenaria de nuestra fe católica. Ninguno de esos libros mereció ser tomado en cuenta durante el reinado de Pío XII. Era necesario un papa inescrupuloso y fácil para que el escritor lograse, con la ayuda de Bea, imponer su pensamiento tanto en la liturgia, como en la famosa "Declaración" del Vaticano II. La mano de Juan B. Montini, estaba desde arriba dirigiendo todo el proceso, cuyos resultados conciliares vinieron a adulterar realmente el pensamiento católico, la historia de la Iglesia y las mismas Sagradas Escrituras.
Fuera de la Iglesia es tenido Isaac como el principal teórico y promotor de la campaña emprendida contra la doctrina tradicional de la Iglesia. Sin embargo, el mal venía de mucho tiempo atrás, gracias a los préstamos cuantiosos, con intereses muy crecidos, que los banqueros judíos hicieron muchas veces tanto a la Cámara Apostólica, como a Cardenales, Obispos y otros miembros de la alta jerarquía. Merced a estos préstamos, los judíos llegaron a escalar puestos importantes aún en la Sede Apostólica. Así, por ejemplo, Sixto V tuvo como consejero en las finanzas a un judío portugués, que había huido de Portugal por temor al tribunal de la Inquisición. En tiempo más reciente, en los préstamos contraídos por el Vaticano, la novedad consistió en recurrir a las grandes bancas que operaban fuera de los Estados Pontificios, y, en particular, a los Rothschild de París. Citaremos aquí, tomados del libro de Corrado Pallenberg "Las finanzas del Vaticano, los préstamos que la banca Rothschild hizo al Vaticano de 1831 a 1846:

Fecha 15-12-1831
Valor nominal 3.000.000
Precio de emisión 65 %
Suma recibida 1.860.000

Fecha 10-8-1832
Valor nominal 3.000.000
Preco de emisión 75.50 %
Comisión 2%
Suma recibida 2.115.000

Fecha 15-9-1833
Valor Nominal 3.000.000
Precio de emisión 82.5
%
Comisión 2%
Suma recibida 2.400.000

Fecha 15-3-1837

Valor nominal 1.000.000
precio de emisión 95
%
comisión 3
%
Suma recibida 925.000


Fecha 3-8-1837

Valor nominal 2.000.000
precio de emisión 95
%
Comisión 3 %
Suma recibida 1.850.000


Fecha 20-1-1846

Valor nominal 2.000.000
Precio de emisión 95
%
Comisión 2
%
1.860.000

los Torlonia de Roma
y los Parodi de Genova

Total de escudos
Valor nominal 14.000.000 Suma recibida 11.010.000


Además de los compromisos económicos, que indiscutiblemente ponían al Vaticano en una situación desventajosa respecto a los judíos —situación, por otra parte, que ellos supieron hábilmente aprovechar para entrar e interiorizarse de muchas cosas, que favorecían su cautelosa ingerencia en la Corte Papal,— dos décadas antes de que Isaac empezase su labor nefanda, había ya en la Iglesia una asociación, bajo el nombre de "Amigos de Israel", a la que pertenecían cardenales y obispos. Fue disuelta por el Papa Pío XI, en 1928. Entre los motivos de condenación, la Comisión del Santo Oficio adujo la falsedad de que "el pueblo judío no era el responsable de la muerte del Hijo de Dios hecho Hombre", porque esa afirmación contradecía el testimonio de los Evangelios y la enseñanza tradicional de la Iglesia. Treinta años más tarde, la asociación surgió nuevamente con más vigor, alcanzando el apoyo de numerosos clérigos. En 1947 Jules Isaac logró unirse, en su empresa diabólica, con Lael Katz, presidente de la B'nai Brith y con Nahum Goldman, Presidente del Congreso Mundial Judío. A ellos se agregaron después Edmond Fleg, Sammy Lattes y el Gran Rabino Kaplan.
La tesis de Isaac, enérgicamente rechazada por Pío XII, fue, como hemos antes dicho, acogida por Juan XXIII. Con el apoyo de su íntimo amigo Juan B. Montini, del cardenal Bea y del rabino Abraham Heschel de Nueva York, profesor de ética y misticismo judíos, en el Seminario Teológico Judío de América, quien sirvió como consejero a la Comisión del Concilio Vaticano II, en los preparativos de 1960, y sugirió la declaración conciliar, que afirma que Jesús no sufrió la muerte por causa de los judíos. Es el mismo Heschel, que con su esposa fue fotografiado en junio de 1971 con sus manos descansando en el brazo del sillón, en el que otro judío estaba sentado, Paulo VI, simbolizando y celebrando así la victoria judía sobre la Iglesia Católica. Comentando esta excepcional y significativa fotografía, un sacerdote amigo de Heschel dijo: "Esto parece la manera con que el papa quiso expresar simbólicamente sus propios sentimientos con relación al pueblo hebreo en general y, en particular, con relación al Rabino y a Mrs. Heschel".
Es imposible hablar de los designios judíos, fuera de la Iglesia, sin tocar necesariamente las traiciones de los "marranos" (falsos cristianos), dentro de la Iglesia, que secretamente trabajan, con la ignorancia de los verdaderos cristianos, en contra de la Iglesia de Cristo, a la que tienen odio a muerte. Dentro, pues, de la Iglesia, bajo la dirección del cardenal Agustín Bea, S. J. y de su inspirador y decidido colega Juan B. Montini, lograron apoderarse de los puestos de mando, para tramar desde ellos la destrucción de la Iglesia. Otros judíos infiltrados por esos años fueron Henri Marrón, el P. DANIELOU, el Abbé Viellard del Secretariado Espiscopal, el P. Calixto Lopinot y el P. Demann; Jacques Madaule y Jacques Nantet; y también una monja de la Congregación de Don Bosco y el cardenal Lienart, para nombrar tan sólo algunos pocos.
Hay una base sólida para decir que la evidencia es amplia, y las pruebas incontestables, para demostrar que la judería mundial, ayudada por los muchos infiltrados en la Iglesia, prepararon cuidadosamente esta campaña internacional contra la Iglesia Católica, que culminó en el trágico Concilio Vaticano II, verdadera conspiración contra la Iglesia. ¿Qué es lo que Isaac pidió y alcanzó del Vaticano II?
1) la condenación y supresión de toda discriminación racial, religiosa y nacional con relación a los judíos.
2) La modificación o supresión de las oraciones litúrgicas relacionadas con los judíos, especialmente las del Viernes Santo.
3)
Declarar que los judíos no son responsables, ni aun colectivamente, de la muerte de Jesús, que debe pesar sobre toda la humanidad.
4)
Anular los pasajes del Evangelio, especialmente el de San Mateo, a quien Isaac designa como un embustero y un corruptor de la verdad, cuando relata la historia crucial de la Pasión.
5)
Declarar que la Iglesia ha sido siempre culpable de ese estado de latente guerra, que, por dos mil años, ha subsistido entre judíos y cristianos y el resto del mundo.
6)
La promesa de que la Iglesia modificará definitivamente su actitud a un espíritu de humildad, contrición y perdón en la relación a los judíos, y que hará todo esfuerzo posible para reparar los daños que ella les ha hecho en el pasado, rectificando y purificando su enseñanza tradicional, según los puntos señalados por Jules Isaac.

Los puntos principales, que, según Isaac, debían ser cambiados en el Evangelio y que, con táctica dialéctica, la Iglesia montiniana ha permitido circular, pese a las alocuciones turísticas, que desde su balcón hace cada ocho días Paulo VI, son los siguientes:
1) La Sagrada Biblia, la Palabra de Dios, es atacada y llamada "un mito", una "metáfora". La misma existencia de Dios es puesta en duda y los dogmas más sagrados, dotados del carisma de la infalibilidad, son silenciados, mutilados o negados más o menos descaradamente.
2) Los cuatro Evangelios están desacreditados; los evangelistas son llamados mistificadores o embusteros. Hay que abandonar lo que la Iglesia ha enseñado por dos mil años y substituir las enseñanzas de Cristo por las doctrinas talmúdicas y kaba-lísticas de los judíos.
3) Los Padres de la Iglesia, que, con valor y éxito, combatieron las herejías, que ya, desde la Iglesia primitiva, introdujeron los judaizantes, son violentamente atacados por Isaac. San Juan Crisóstomo es un "teólogo desvariado" y "un insolente panfletista". "San Agustín falsifica los hechos", San Gregorio Magno "inventó la locura de un pueblo carnal". Con semejante saña ataca también Jules Isaac a San Jerónimo, San Efrén, San Gregorio Niceno, San Ambrosio, San Hilario de Portiers, San Epifanio (que era de sangre judía), San Cirilo de Jerusalén y otros muchos, agunos mártires de la fe, que por instigación e intriga de los mismos judíos fueron sacrificados por Cristo.
4) Se niega la divinidad de Jesucristo, así como la Virginidad e Inmaculada Concepción de María. Isaac pretende que los católicos enseñan que un hombre (Cristo) se hizo Dios. Todos sabemos que la doctrina católica nos dice lo contrario: que el Verbo, la Segunda Persona de la Augusta Trinidad, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre. (Ni un obispo se levantó para protestar y corregir esta falsa concepción de la Trinidad de Dios y de la Encarnación del Verbo).
5) Después del Vaticano II, siguiendo las insinuaciones de Isaac, el mismo concepto de un Dios trascendente, uno en esencia y trino en personas, es negado y substituido por un Dios ambiguo, en constante evolución, un dios que está en estado de llegar a ser, de un Mesías que tiene que venir. "El pueblo de Dios" es, en el fondo, una nación que espera, espera, espera, siempre está esperando".
6) Se pone en duda la Pasión de Cristo. Aquí el judío culpable del crimen del deicidio, se estremece con un temor, propio tan sólo de los judíos, y desenmascaran su odio y su reacción violenta contra Cristo y la Cristiandad.

LA GRAN CONSPIRACIÓN
La actividad secreta y abierta de Isaac y los otros judíos con él asociados, aunque había tenido resultados sorprendentes, durante el gobierno del papa de la transición, Juan el Bueno, no podía obtener el pronto éxito, que el judaismo internacional buscaba, en su programa mesiánico de eliminar a la Iglesia Católica, para la fácil realización de su gobierno mundial y de su religión cripto satánica de la fraternidad universal. Si su antagonismo implacable debía producir resultados de mayor proporción en la mentalidad católica, en el culto y en la misma moral y disciplina de la Iglesia, era necesario que encontrasen algo más grande, más decisivo, más "revolucionario". La judería, a través de la masonería habían obtenido ya su "NUEVA EDAD", la sociedad de consumo, la inconformidad y las consiguientes guerrillas, actos terroristas, secuestros, inmoralidad creciente y legalización de los actos más contrarios a la misma naturaleza humana, en el mundo secular. ¿Cómo podía infiltrar la Iglesia, para realizar, desde dentro, la autodemolición de la obra de Cristo? Las demandas de Isaac habían sido decididamente rechazadas por Pío XII, un Papa vertical, que supo comprender que el acceder a esas demandas hubiera significado la más negra traición a Cristo y a su Iglesia; el abandonar el cristianismo para abrazar el judaismo; pero fueron después simbólicamente aceptadas por Juan XXIII y el "marrano" de todas sus confianzas, el judío Agustín Bea, S. J., a quien se encomendó los proyectos para la ejecución del plan a seguir.
El cardenal Bea comprendió bien y supo llevar a cabo su papel de mensajero, de intermediario entre los judíos ya infiltrados en la Iglesia y los judíos que estaban fuera de la Iglesia. Quizá no llegó él mismo a comprender las inmensas oportunidades, que, al fin, habían sido abiertas a los enemigos de la Iglesia. Pero su amigo y asociado Juan B. Montini, estudiante del Consejo Mundial de las Iglesias, mienbro además de la Curia Romana, vio y comprendió todo el panorama, que se ofrecía a los eternos enemigos de la Iglesia: "Un Concilio, sí, un Concilio Ecuménico, pero un Concilio no dogmático, sino exclusivamente pastoral", éste era el camino maravilloso, que, en su candor, el papa bueno, acogió como "una inspiración" del Espíritu, para dar a la Iglesia una "nueva primavera", un "nuevo Pentecostés", que lograría, al fin, la ansiada finalidad de la unión de todos los cristianos y, ¿por qué no? , de los musulmanes, de los budistas, de los judíos. Una humanidad unida, un ecumenismo perfecto, un "aggiornamento flexible, condescendiente y variante, según la "evolución inevitable del mundo". Los propósitos de Isaac sirvieron de un catalizador, capaz de transformar la fértil mente de Montini, quien vio con profética visión los bloques, que habían de servir en la edificación del templo de la comprensión, inspirado por el judaismo, que había de substituir la ya caduca y vencida Cristiandad.
El instrumento eficacísimo, indispensable, era para el substituto de la Secretaría de Estado, un "concilio", pero un concilio que rompiese los moldes de todos los anteriores concilios, un concilio democrático, en el que la revolución quedase instalada en las entrañas mismas de la Iglesia. Un concilio dialéctico, de tesis y antítesis, que diese al pontífice, predestinado para el caso, el poder único de hacer las síntesis transformadoras y demoledoras de la "vieja" Iglesia Católica. El Vaticano II fue la culminación de toda la vida y trabajo de Juan B. Montini. Hacía tiempo que se hablaba de un Concilio, porque la subversión, enquistada en la Iglesia, buscaba la manera de destruir los dos últimos Concilios, el de Trento y el Vaticano I, dos baluartes invencibles, que definen, protegen y concretan los principales misterios de nuestra fe católica, los fundamentales dogmas de nuestra religión. Pero los Sumos Pontífices, que, después de Pío IX, gobernaron la Iglesia, se opusieron siempre, en especial Pío XII, a la celebración de ese Concilio, que, dadas las definiciones sobre el Romano Pontífice, hechas dogmaticamente por el Primer Concilio Vaticano, resultaba no sólo peligroso, sino inútil. La idea de la "colegialidad episcopal", como se defendía por los ¡nconformes, que consideraban al Primado y el carisma de la "infalibilidad didáctica" pontificia como una usurpación de la Santa Sede, como una innovación contraria a la Iglesia Apostólica, solamente con un Concilio podía imponerse. Como indiqué antes, para llevar adelante este programa destructor era necesario cambiar y adulterar los mismos dogmas, en un ambiente democrático, en el que las mayorías conciliares se impusiesen aparentemente al pontífice, que estaba de acuerdo y que pacientemente había venido preparando, con su influencia, sus sugerencias, sus imposiciones, los miembros del cuerpo cardenalicio y los obispos de la subversión.
Para conocer a fondo a este hombre funesto, que eficazmente ha llevado adelante la demolición de la Iglesia, es necesario conocer sus antecedentes familiares personales, antes de subir al trono de San Pedro. Judío, por ambos lados, por el padre y la madre, Juan B. Montini, falso cristiano, perteneció, desde muy joven, a los antros más oscuros de los "Iluminados" judeo-masones, miembros de la satánica Kábala, iniciados secretamente en el mismo Vaticano, durante el reinado de León XIII, por el cardenal criptojudío, Rampolla, "el prelado del ojo del mal". Una de las pruebas más fuertes de la práctica del ocultismo de Montini puede recogerse en un libro del P. T. F. O'Boyle, S. J., un traductor del Secretariado Vaticano por la unidad cristiana, cuando éste estaba bajo la dirección de Agustín Bea. El P. O'Boyle implica en sus palabras un tremendo cargo contra Paulo VI:
"Cuando nosotros hablamos de la "mística" de Paulo VI, no queremos Significar un misticismo espiritual, como el de Santa Teresa de Avila o San Juan de la Cruz, tampoco nos referimos a su estilo literario o su terminología, aunque es inclinado a usar frases de un italiano no vulgar, como 'inmenso y misterioso designio', 'arcano concilio', 'excelsos fines', 'el misterio de un tiempo nuevo', 'consejo inescrutable'..."

Frases son éstas, que parecen tomadas del lenguaje simbólico y ocultista de la masonería y del judaismo. Es indudable que, como dice Antonio Brambila, después de diez años, que han transcurrido desde la iniciación del Vaticano II, estamos ya en posesión de datos suficientes y manifiestos para poder calificar esa reunión desastrosa y ese pontífice, que ha mantenido en permanente cambio todas las estructuras, todos los dogmas, toda la liturgia, toda la moral, toda la disciplina de la Iglesia, con una habilidad indiscutible, pero no la suficiente, para evitar que todos los verdaderos católicos se den cuenta de la trampa mortal, que les han puesto. Ya sabemos por sus acciones, por sus discursos, sus encíclicas y por los pésimos frutos del Vaticano II lo que significa precisamente el "misticismo" de Paulo VI. Es él, el que, por encima de todos, debe ser considerado como el autor, inspirador y ejecutor infatigable de esa "autodemolición", que significa y es el Vaticano II. Es él, quien ha llevado a la práctica los ocultos planes de la Sinagoga de Satanás y de las logias masónicas.
Por eso, el interés que demuestra por la juventud, aún por los hippies, en cuyas inexpertas manos quiere poner los destinos de la Iglesia, para llevar adelante y asegurar así su actual victoria. Desde los primeros años de su sacerdocio Juan B. Montini ocupó puestos importantes en los negocios de la Iglesia, que le dieron la oportunidad para trabajar secretamente por los intereses del judaismo, su verdadera nacionalidad y religión. Muy conocidas son en Italia las ocultas relaciones de Mons. Montini y del Arzobispo Montini con los dirigentes del comunismo y de la masonería de Italia; y los archivos vaticanos seguramente tendrán anotadas las cordiales recepciones que Paulo VI ha dado en su palacio a los jefes del comunismo internacional, de las logias más secretas y peligrosas y a los dirigentes del sionismo mundial.
Es Juan B. Montini el hombre que debe ser considerado como el dirigente intelectual y el ejecutor habilísimo, que pudo llevar, en unas cuantas y tumultuosas sesiones del Concilio Vaticano II, la confusión más espantosa al seno mismo de la Iglesia, reservándose la acción del postconcilio, para hacer él mismo, con sus Motus Proprios, sus Sínodos democráticos y su actividad dirigente, la fusión progresiva de la Iglesia con sus mortales enemigos. Hay en el Sacro Colegio, en la actualidad 13 cardenales de origen judío, entre los cuales están los que cuentan con el mayor apoyo y confianza de Paulo VI, los posibles papables. El Motu Proprio por el que eliminó del futuro Cónclave a los ancianos cardenales, que, a pesar de sus méritos, de su ciencia, de su virtud y de la claridad de su mente, han sido eliminados por la previsora mano del papa Montini, hizo a un lado los posibles obstáculos.
"Todo lo que viene sucediendo en la Iglesia, escribe en la revista española "¿QUE PASA?" Aurelio Roca, es una consecuencia lógica de las tácticas del "acercamiento al mundo" y de la "renovación de las estructuras" con adaptación a los "SIGNOS DE LOS TIEMPOS". Ha bastado se ponga en circulación una deformada interpretación del "pacifismo" —fundamentándola en las innovaciones del último Concilio— y se ejerciesen unas presiones bien orquestadas dentro de ciertos sectores vaticanos, que gozan de todas las inmunidades, para que Paulo VI se decidiese a disolver, sin nostalgia, la Guardia Noble, la Guardia Palatina y la Gendarmería pontificia, salvándose de esta disolución un contingente de la Guardia Suiza muy mermado en sus efectivos, ejerciendo funciones estrictamente ceremoniales. Las disueltas Guardias Palatina y Guardia Pontifica tenían a su cargo el mantenimiento del orden público en todo el territorio y, sobre todo, la cuidadosa vigilancia del incalculable tesoro artístico, religioso y documental, que en el Vaticano se ha ido acumulando en calidad de patrimonio de la Iglesia Universal, lo que equivale a decir, de todos los católicos. Los últimos informes —publicados en los últimos años del glorioso pontificado de Pío XII— que hacían referencia a un período no muy extenso, señalaban que la hoy disuelta Gendarmería Pontificia había evitado 527 robos y frustró 211 intentos de atentados perpetrados por anarquistas, locos o revolucionarios de todo pelaje y plumaje, poseídos de una acusada vocación iconoclasta, los cuales, mediante múltiples procedimientos, habían intentado dañar, destruir o robar, obras escultóricas, pictóricas, documentales o murales de la Basílica de San Pedro, de la Capilla Sixtina, de la Biblioteca Vaticana u otras dependencias de la sede pontificia. El salvaje atentado, perpetrado por el húngaro Laszlo Toth contra la célebre escultura de Miguel Ángel "la Piedad", no es sino la lógica consecuencia de haber enviado a Nueva York esa preciosa escultura, para diversión del turismo y la lenta, pero segura autodemolición que lleva a cabo el pontífice infiltrado Juan B. MONTINI.
He citado este incidente, porque es revelador, porque es simbólico: para mí el atentado a la "Piedad" de Miguel Ángel no es sino una representación tangible de lo que el Vaticano II y los dos últimos pontífices han hecho y están haciendo en la Iglesia. Porque nadie puede sospechar siquiera la significación, la utilidad y el terrible peligro de un Concilio, influenciado y controlado por los judíos. Su significado, su conveniencia, su grave amenaza estaban en el asalto masivo contra la Iglesia, por un concilio desconcertante y democrático, que revivió de un modo o de otro todas las antiguas herejías, a título de "aggiornamento", de "ecumenismo", de "diálogo", de progreso, para destruir así insensiblemente nuestros dogmas, nuestra moral, nuestra liturgia y la disciplina de la Iglesia tradicional y apostólica. La debilidad y poco éxito, con que los antiguos infiltrados en la Iglesia (la infiltración judaizante ha sido un mal, desde los tiempos apostólicos, para destruir la obra de Cristo) habían tratado de realizar sus perversos designios, fracasaron, porque sus ataques se habían concentrado en un dogma, en una religión; habían sido inspirados por pequeñas ambiciones, de estrecha proyección. Pretendían tan sólo sembrar la duda o la herejía en contra de una verdad de nuestra fe, principalmente contra la divinidad de Cristo y la Virginidad de María Santísima. El plan montiniano fue grandioso, a no dudarlo, ya que estaba masivamente dirigido contra todas las verdades de la fe, en escala mundial, apoyado por un concilio y por un Papa, encaminado, sobre todo, a la tangible destrucción de las cuatro notas características de la verdadera y única Iglesia de Jesucristo.
Todo favoreció la realización de este plan diabólico: la facilidad de comunicaciones, la rapidez para escribir y para imprimir la ingente literatura preconciliar y conciliar, en la que el veneno se difundió por todo el mundo, las múltiples infiltraciones que, en todos los niveles, eclesiales y laicales, se dedicaron a la satánica tarea de desorientar, a título de obediencia, de veneración a nuestros jerarcas y al papa, a los católicos, que firmes en la fe, sabían descubrir y denunciar esas falsas derechas, más nocivas, más desorientadoras, que los mismos descarados enemigos. La infiltración trabajó y trabaja a gran escala, bien financiada, bien aconsejada y bien disfrazada de sumisión filial, de "ecumenismo", de "Muro" de las lamentaciones, de "GUIA", con su ambición continental. ¡Ay, los Abascal, los Salmerón, los Plata, los Octavios, los Aviles, los Alvarez Icaza, los Quiroga y tantos otros, como hoy vemos, que, por defender a Paulo VI, han traicionado a Cristo y a su Iglesia!
¿Dónde está la UNIDAD de la Iglesia? No existe en la doctrina; no se da en los Sacramentos, en la liturgia; no en la moral de circunstancias, en la moral subjetiva; no existe siquiera en la disciplina. Los obispos, con su colegialidad y su corresponsabilidad, minaron la autoridad papal; el mismo Montini con el falaz engaño de la Iglesia de los pobres, de la vuelta a la pureza de las fuentes, buscaba en realidad el proceso de desintegración, planeado en los antros del judaismo, de la masonería, del comunismo. Hay división en todas partes, hasta en el hogar cristiano, que había sido la fortaleza de nuestras santas tradiciones.
¿Dónde está la SANTIDAD de la Iglesia? Hoy nada es pecado; en los pulpitos gritan esos curas traidores que el único pecado es el pecado comunitario. En lo demás, todo es permitido, todo es lícito, con tal de que se haga con amor. Las comunidades religiosas, salvas pocas y honrosas excepciones, están en plena decadencia, en un estado agónico, en franca descomposición ideológica y moral, como lo vimos en la tremenda condenación del caso del Seminario de Montezuma; como lo denuncia la opinión pública, que, con razón, se escandaliza al ver a los religiosos en los sitios vedados, no digo ya a los religiosos, sino a cualquier católico de moral y decencia. Ahora el santo es juzgado como anormal y como loco, como un enfermo mental, que debe ser internado en una clínica psiquiatra.
La CATOLICIDAD de la Iglesia fue sustituida por "ese ecumenismo", invención satánica, que ha paralizado las verdaderas conversiones, que ha multiplicado las apostasías, que está haciendo tremendos e irreparables estragos en la fe de muchísimos buenos católicos. El mandanto del Divino Maestro "Id y predicad", "id y evangelizad", fue cambiado por el mandato montiniano: "Id y dialogad"; y el diálogo nefando nos ha llevado a equiparar la Iglesia con las sectas, con las religiones paganas, hasta llevar a Paulo VI a sentarse en el CONSEJO MUNDIAL DE LAS IGLESIAS, al lado de los herejes, apóstatas y carentes de toda verdadera religión, para pronunciar un discurso lamentable, absurdo, injurioso para la VERDAD REVELADA, vergonzoso para la Iglesia fundada por el Hijo de Dios.
¿Y la APOSTOLICIDAD? Se rompió el hilo permanente de la tradición apostólica; ya nadie acepta ni toma en cuenta los escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia; ya la voz del Magisterio de los Papas y Concilios anteriores perdió para esos innovadores el carisma de la infalibilidad, de la inmutabilidad, de la universalidad. La Iglesia Católica empezó, para esos falsos hermanos, con Juan XXIII, con Paulo VI y con el Vaticano II. Lo que hace unos veinte años condenó Pío XII es loque ahora Montini acepta, difunde, defiende, aunque en sus discursos, de vez en cuando, se lamente, repruebe o parezca reprobar, y aun finja un llanto de dolor, ante la subversión triunfante en la Iglesia. El y solamente él es el culpable.
No ha habido oposición ninguna; las voces que en el Concilio se levantaron valerosas para protestar y luchar contra el asalto de la fortaleza, fueron pronto calladas: a unos, con el pretexto absurdo y diabólico de la edad, se les arrojó de sus Sedes; a otros se les convenció dolosamente con promociones indebidas al cardenalato; y los que siguieron dando la batalla se encontraron bloqueados por la incomprensión, por las calumnias, por la difamación, por la pobreza (ésta sí verdadera, no de nombre, como la de los progresistas, los de auto, de diversiones y de mujer). La prensa católica cayó en sus manos, por no mencionar a la prensa comercial y profana, como la "cadena De García Valseca" en nuestra patria, a la que la voz melosa y traicionera de un jesuita, el P. Escalada, obligó al coronel, so pena de la "excomunión" y de la condenación eterna, a despedir o silenciar a los defensores de la ortodoxia. Es verdaderamente descarada esa entrega de la mayoría de periódicos y revistas, que en manos de la judería o de sus satélites, han cerrado sus puertas al defensor de la verdad, para abrirlas al de las "Sumas y Restas", el doblemente traidor, de España y de México, a los GENARITOS, a los Ochoa Mancera, a los Moya García, a los Mugenburg.
Este mundial y masivo asalto; ese éxito incuestionable de la subversión ha sorprendido a los mismos enemigos, que nunca habían soñado en un triunfo tan completo, tan rápido y tan universal. Y son los obispos, son los cardenales los grandes culpables. Porque, aunque ya la infiltración era muy grande y Juan XXIII supo seleccionar a los que la "mafia" había escogido para ocupar los puestos cardenalicios vacantes, así como los episcopados y puestos de mando; sin embargo, no podemos negar que muchos de los Padres conciliares fueron al Concilio con buena y sana doctrina, con la preparación necesaria para darse cuenta del verdadero objetivo del Concilio Pastoral. La acción arrolladora de los "expertos", el lavado cerebral que se hizo a los grupos episcopales y, sobre todo, las directivas del Concilio (recordemos la frase de Rahner) hicieron que con apariencias de una absurda e inadmisible democracia, Montini y su equipo llevasen adelante con rapidez asombrosa el plan hábilmente preconcebido no tanto por el judaismo, sino por su aliado el satanismo mismo.
Ningún Concilio, planeado en secreto, con el propósito de destruir la Iglesia, puede ser un Concilio verdadero, en el que el Espíritu Santo enseñe a los hombres la verdad. Debemos escoger: o el Concilio de Trento, el Vaticano I y todos los otros Concilios que les precedieron fueron verdaderos Concilios, dirigidos por el Espíritu Santo, y en ese caso no podemos estar de acuerdo con el Vaticano II, el Pastoral Concilio de Montini; o este Concilio no es la obra de Dios, sino la obra de los enemigos de Dios. Porque, ni el "aggiornamento", ni el "ecumenismo", ni el "pueblo de Dios", ni "la colegialidad", ni el "diálogo", ni "libertad religiosa", ni la "exoneración de los judíos" es la voz de la Iglesia de veinte siglos.
Pero, hay una prueba más decisiva: "el pluralismo religioso", la nueva trampa, excogitada por Maritain y por Montini, como la solución práctica para el establecimiento de esa unidad en la desigualdad de creencias, de ritos, de moral, de disciplina, de religiones. Mientras los católicos continuaban haciendo conversiones, un equipo de sacerdotes, como el P. John Hardin, S. J., recorrían los países y daban conferencias a sacerdotes, a seminaristas y a laicos, para convencer a todos de que, ante el peligro nuclear, la paz estaba sobre todo; que para alcanzar esta imperiosa paz, era necesario interrumpir el trabajo de hacer proselitismo católico, para dejar el campo abierto al "pluralismo", en el que todas las religiones podían convivir pacíficamente en la más estupenda hermandad. Era el secreto pacto que los católicos habían hecho con sus mortales enemigos: los protestantes, judíos y hasta con los mismos masones y comunistas.
No más apostolado de conversiones; debía cesar el proselitismo de los católicos; no el de sus enemigos. Un nuevo lenguaje vino a sustituir el lenguaje de la tradición católica. Se empezaron a oir frases blasfemas, como la última expresión de la verdad católica. "Somos una sociedad pluralista", con autoridad casi dogmática, declaró el P. John Courtney Murray, S. J. Con la interpretación del judío que dominaba en Roma, la paz para Roma significó la paz con los judíos. No es la paz de Dios la que ha buscado nunca Juan B. Montini, sino la paz del hombre, en la esclavitud del socialismo. Lo que ahora debemos admitir los católicos es que Satanás y Cristo pueden ir del brazo, y entrar y salir juntos en el Vaticano. El P. Courtney ya murió, como han muerto muchos de esos activistas del Concilio, que hicieron en la Iglesia esa labor satánica. ¡Ya han sido juzgados por Dios! Pero no ha muerto su escuela, ni su secta. El Cardenal John Wright, Secretario de la Congregación del clero, en la primavera de 1971, en una entrevista que concedió a un P. Dominico, editor de Priest Magazine, dijo: "Difícilmente puede ya sorprender a ninguno de los que me siguen el concebir al "pluralismo religioso" como parte de la tradición católica".
Viene aquí muy oportunamente una crítica publicada en España contra uno de esos falsos profetas, anunciados de antemano por la Sagrada Escritura, que, por desgracia, es un miembro de la Jerarquía, de los que lentamente están siendo seleccionados para llevar adelante el plan destructivo de la Iglesia:
"¿LA HEREJÍA DE LA TRADICIÓN? - Ha hablado un dignatario de la Iglesia. El que hable una persona asi nos obliga a escuchar con la mayor atención, porgue ya los católicos, que nos preciamos de serlo vamos formando mentalmente una especie de fichero teológico-moral, para saber de quién podemos fiarnos, para recibir la verdadera doctrina y quién puede ahora repartirnos el pan de la verdad en la fe y en la moral.
Bien; ha hablado una Jerarquía. ¡Santo Dios, lo que ha dicho! El le perdone los disparates, más o menos proféticos, pero tremendos, que ha vertido. Suponemos que al haber recibido, con la consagración episcopal, la plenitud del sacerdocio y los SIETE, sí, SIETE Dones del Espíritu Santo, ha de haber ascendido a las alturas místicas propias de especiales gracias celestiales y, sin embargo, o mejor dicho, por eso nos ha dejado perplejos. Nosotros, los refractarios a la droga de la "adultez postconciliar", conservamos el sentido común y unas migajillas de teología, que nos ayudan y sostienen en esta lucha contra el poder de las tinieblas; apoyándonos en ambas cosas, vamos ahora a exponer los motivos de nuestro asombro y perplejidad. Es el caso que, en esta Babel de herejías consentidas (¿Por quién, sino por Paulo VI?), de ataques a los dogmas sagrados de la religión católica, de "Nihil obstat", "Imprimí potest" e "IMPRIMATUR" inexplicables en publicaciones de manifiesto error herético, de pastores consentidores de propaganda abiertamente ofensiva a la moral y a la fe católica, y en plena publicación, tristemente famosa del famoso documento de los 33, una dignidad de la Iglesia se ha dirigido a nosotros, los fieles A LA TRADICIÓN DE LA FE Y DE LOS DOGMAS, tachándonos nada menos que de herejes y de Iglesia paralela (no; no se refiere al IDOC ni a las comunidades de base, ni a los subterráneos de la Iglesia; es a nosotros, señores, es a nosotros. . .1 ). Y lo ha hecho precisamente con ocasión de hablar de los dos dogmas atacados en el documento citado: LA ENCARNACIÓN DE CRISTO Y LA SANTÍSIMA TRINIDAD. ¡Quién lo hubiera dicho! En vez de dirigirse a los verdaderos herejes, a los que los obispos de todo el mundo, encabezados por graves advertencias y admoniciones de Roma, han señalado, desautorizándolos y condenando sus doctrinas, se ha vuelto airado contra nosotros y, como digo, nos ha tachado de HEREJES y lo ha hecho con estas increíbles palabras: "Es casi como para hablar de la herejía de la Tradición". El disparate es monumental, porque es imposible que exista una herejía de la Tradición, como es imposible que se dé una herejía de la verdad Todos sabemos que, para que haya herejía se necesitan estas dos cosas: 1a) La negación o el ataque a un dogma de la fe católica y 2a) La pertinacia en sostener el error, después de ser advertido. Ahora bien, ¿cómo se puede sostener que los defensores de la SANTA E INTANGIBLE TRADICIÓN, por la cual la Iglesia Católica ha ¡do trasmitiendo la fe y los dogmas, durante veinte siglos, hayamos incurrido en herejía precisamente por defender -y estar dispuestos para hacerlo, hasta llegar a la entrega de nuestra propia vida TODOS LOS DOGMAS, que hemos recibido de nuestra Madre la Iglesia Católica...?
"¿En qué se funda el Sr. Obispo al decir esto? . . . Pero sepa él y todos que no vamos a ceder porque ES PRECISO OBEDECER A DIOS ANTES QUE A LOS HOMBRES, y cuando una jerarquía no habla en unión de todos los obispos y en COMUNIÓN CON EL LEGITIMO PAPA, aunque nos diga que está hablando en esta forma, no tenemos obligación de obedecerle y, es más, en ocasiones, faltaríamos incluso obedeciéndole.

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