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domingo, 2 de octubre de 2011

DOMINICA DECIMOSEXTA DESPUES DE PENTECOSTES

LA ENVIDIA
"Habiendo entrado Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, en día de sábado, le estaban observando. Había delante de El un hidrópico. Y tomando Jesús la palabra, habló a los doctores de la Ley y a los fariseos, diciendo :
"—¿Es lícito curar en sábado, o no?
"Ellos guardaron silencio.
'"Y, asiéndole, Jesús le curó y despidió.
"Dirigiéndose después a ellos, les dijo:
"—¿Quién de vosotros, si su hijo o su asno cayere en un pozo, no le saca al instante en día de sábado?
"Y no podían replicar a esto.
"Decía a los invitados una parábola, observando cómo escogían para sí los primeros puestos :
"—Cuando seas invitado a una boda, no te sientes en el primer puesto, no sea que venga otro de más distinción que tú, invitado por el mismo, y llegando el que al uno y al otro os invitó, te diga:
"—Cede a éste tu puesto.
"Y entonces, con sonrojo, te veas obligado a ocupar el último lugar. Cuando seas invitado, ve y siéntate en el postrer lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga:
"—Amigo, sube más arriba.
"Entonces tendrás gran honor en presencia de todos los comensales, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado." (Lc., XIV, 1-11.)

* * *

Los escribas y fariseos odiaban al Señor porque no podían tolerar su doctrina ni la santidad de su vida, ya que constituía una acusación de su maldad y condenaba su hipocresía. Por eso, llevados de la envidia, trataban siempre de cogerle en fallo con el fin de desacreditarle ante el pueblo.
¡Qué vicio más feo es la envidia! Pero no la tenían sólo los fariseos, porque este pecado, que es uno de lo siete capitales, lo vienen cometiendo también muchos cristianos.
Para que sintáis horror hacia él y procuréis no cometerlo, os hablaré: 1.° De su malicia. 2." De sus efectos.

I.— Naturaleza y malicia de la envidia.
1. ¿Qué es la envidia?-La envidia es un pesar por el bien de otro, y una complacencia por el mal ajeno.
Un chico siente pesar, por ejemplo, porque el maestro y los demás compañeros aprecian a otro más que a él, debido a que es más callado, aplicado y trabajador. Con ello demuestra tenerle envidia, y achaca a injusticia las preferencias de que se le hace objeto.
Pepito ve que Paquito es más rico y listo que él, y no puede verle. Si algo malo le pasa a Paquito, se alegra Pepito, evidenciando que le tiene envidia.
Los envidiosos querrían ser los únicos poseedores de cuanto bueno y apetecible existe en el mundo, y les contraría ver que otros poseen las buenas cualidades y los bienes o virtudes de que ellos carecen.

2. Representación de la envidia.— Los antiguos representaban la envidia en figura de una vieja pálida y delgada, echando espumarajos por la boca, con los ojos ceñudos y lacrimosos, los labios lívidos y rechinándole los dientes. En una de sus manos tenía su propio corazón, que iba royendo una serpiente venenosa, y en la otra llevaba un bastón espinoso, sobre el que se apoyaba, y cuyas púas se le clavaban en el cuerpo.
Pintaban la envidia vieja, porque es un vicio tan antiguo como el mundo; pálida y delgada, porque los envidiosos están tristes y se quedan delgados. La lividez de los labios significaba la que es característica del alma de los envidiosos. Los ojos ceñudos y lacrimosos querían significar que la envidia quita la serenidad del semblante, impide pensar bien y hace llorar de rabia. El rechinar de los dientes indicaba que la persona envidiosa no cesa de tramar venganzas. El corazón devorado por la serpiente indicaba que el envidioso es roído interiormente por el pesar del bien ajeno, y el veneno arrojado por el reptil, que se complace del mal del prójimo. Por último, el bastón lleno de púas, en el que se apoyaba la vieja, indicaba que el envidioso siempre tiene clavadas unas espinas que lo hieren y lastiman de continuo.

3. ¿Es pecado la envidia?—¡Y tanto que lo es! ¿No ha de ser pecado entristecerse por el bien ajeno? La envidia hace parecerse al demonio a quien la tiene, porque fue precisamente el diablo el primero que alzó la bandera de la envidia, cuando, arrojado del Paraíso celestial, no podía ver la felicidad del hombre, y, por envidia, le hizo prevaricar en seguida. Ahora continúa tentando a los hombres, porque, como él es un desgraciado, quiere que lo sean también todos los seres humanos.
San Pablo pone la envidia entre los pecados que excluyen del Paraíso. Hablando de los delitos de envidia, de homicidio, de embriaguez, etc., dice: "Os prevengo que quienes los cometen no heredarán el reino de Dios" (Gálat., V, 21).
El vicio de la envidia lo aborrecían los paganos, y fueron ellos —el poeta Ovidio en primer lugar— quienes la representaron en forma de la vieja que hemos descrito. Los cristianos debemos aborrecer mucho más que ellos este vicio, por ser contrario a la caridad para con el prójimo. Dios nos manda amar al prójimo como a nosotros mismos, y, por consiguiente, debemos querer el bien de los demás, alegrarnos —como dice San Pablo— con quien se alegra y llorar con quien llora: Gaudere cum gaudentibus, flere cum flentibus (Rom., XII, 15). Y el envidioso hace todo lo contrario: tiene torcida la mirada, duro el corazón y viperina la lengua... Es peor que las fieras, como dice San Juan Crisóstomo.

II.—Los efectos de la envidia.
La envidia es fuente de otros vicios y pecados, tanto internos como externos.

1. Pecados internos.-El envidioso tiene oculto en el corazón un fuego que le consume. Los demás no ven este fuego, pero Dios sí. También se halla oculta en él una víbora dispuesta a envenenar a todo el que se acerque.
Un buen maestro vio que entre sus alumnos había uno dominado por la envidia, y le dijo: "Has dado entrada en tu cuerpo a una serpiente que te roe el cerebro y te corrompe el corazón." Efectivamente, aquel muchacho veía con malos ojos el bien de los demás, los odiaba, sentía deseos de venganza, pensaba mal de todos, formulaba juicios falsos, injustos y perversos. Sin embargo, no quería que nada de esto se supiera, y por eso se ruborizó cuando el maestro le reprochó vicio tan nefasto.
Esos son los pecados internos que lleva consigo la envidia y que tenían ciertamente los fariseos, puesto que juzgaban mal, incluso a Jesucristo. Si el Salvador curaba algún enfermo en sábado, decían que transgredía la ley de Moisés; si visitaba a los pecadores y hablaba con ellos, decían que era su amigo, a pesar de que lo hacía por convertirlos; si arrojaba los demonios, lo achacaban a virtud de Belcebú...
¡Cuántos pecados internos hace cometer la envidia! Por eso dice el Espíritu Santo: "El corazón apacible es vida del cuerpo, y la envidia es la carie de los huesos" (Prov., XIV, 30). Y un poeta italiano escribió: "La envidia a sí misma se macera" (Sannazzaro).

2. Pecados externos:
a) De lengua.—Los envidiosos tienen siempre a flor de labios la maledicencia y la calumnia. ¡Y cuánto mal hacen!

* La venganza de un estudiante.—Viendo un estudiante francés que el profesor distinguía en su estimación a un alumno sobre los demás, quiso vengarse de él y llegó hasta acusarle de un grave delito. La infame calumnia se descubrió, aunque con alguna dificultad, y brilló la inocencia del profesor. El estudiante fue obligado a retractarse públicamente; pero no se atrevió a dar la cara: lo hizo por escrito, y luego se suicidó.
¡A qué extremos conduce la envidia! ¡Cuántas palabras, mordaces provoca! ¡Cuántos susurros y risitas maliciosas! ¡Cuántos falsos informes da!

b) De obra.—La Sagrada Escritura nos refiere muchos actos delictivos causados por la envidia.
* Caín se dejó cegar por la envidia y decidió matar a Abel porque al Señor le agradaban las ofrendas de su inocente hermano, y llevando a la práctica sus criminales intenciones, lo invitó cierto día a dar un paseo por el campo, y aprovechó el primer descuido de Abel para lanzarse sobre él y matarle. (Cfr. Génesis, IV, 5-8.)

* Los hijos de Jacob veían que su hermano José era el preferido de su padre, más que nada por la bondad, docilidad y piedad de que daba muestras el virtuoso joven, y, en vez de quererlo y pensar en imitarle, sintieron despecho y envidia, lo miraban de mala manera y maquinaban el modo de deshacerse de él. Un día que se hallaban en el campo entregados a apacentar el ganado, lo metieron en un pozo sin agua y luego lo vendieron a unos mercaderes ismaelitas, dando a entender a su padre que alguna fiera debía haberlo devorado. Jacob se creyó el cuento, sin saber que la fiera que le había arrebatado al hijo predilecto había sido la envidia que le profesaban sus hermanos. (Cfr. Génesis, XXXVII) (1).

La envidia es la raíz de muchos males. Por ella se cometen injusticias y crueldades, se persigue a los santos y se mata a mansalva. Por envidia acusaron falsamente los fariseos a Cristo y fue condenado a morir crucificado nuestro divino Maestro (2).

3. Los castigos de la envidia.-Dios aborrece la envidia y la castiga aun en esta vida. Dice el Espíritu Santo: "El que se goza del mal ajeno no quedará impune" (Prov., XVII. 5).
a) Los envidiosos no conocen la paz, y eso es ya en sí un buen castigo. Los envidiosos son los más desgraciados de los mortales, porque la envidia es un verdugo que hace probar el infierno con anticipación. Recordemos a Caín y a Saúl.
b) Pero hay otros castigos. Los envidiosos terminan siempre mal y ellos mismos se procuran la ruina. ¿Qué le sucedió a Saúl en castigo de su envidia? Que le abandonó Dios y se abatieron los males sobre él y su reino. Al fin, viéndose descubierto por los arqueros enemigos y en gran aprieto, dijo a su escudero: "Saca tu espada y traspásame, no me hieran esos incircuncisos y me afrenten." El escudero no obedeció por el gran temor que tenía; y, cogiendo Saul su propia espada, se echó sobre la punta de ella (1 Sam., XXXT, 4) (3).

Conclusión.—¿Habéis visto, queridos niños, qué mala es la envidia? ¿Quién de vosotros ha de permitir que le domine tan fea pasión? Debéis examinaros cuidadosamente para conocer si ha empezado a infiltrarse en vosotros la serpiente venenosa de la envidia; y si así fuese, tenéis que procurar corregiros por todos los medios. La caridad exige que todos los humanos nos deseemos el bien.
Cuando algún hermano, hermana o compañero sean preferidos por vuestros padres o maestros y reciban algún premio o distinción, debéis pensar que se lo han merecido, y alegraros, por consiguiente, no tomándolo nunca a mal. En vez de envidiar a los premiados, debéis estimularos a aventajarlos en la diligencia, virtud y bondad. Así daréis gloria a Dios, os procuraréis méritos para la otra vida y seréis ampliamente recompensados por el Señor.

EJEMPLOS
(1) Las malas intenciones de los envidiosos.—Saúl y David—David, joven pastorcillo de excepcional fuerza y valentía, se ofreció al rey Saúl para luchar con el gigante Goliat. Saúl lo acogió con simpatía y accedió gustoso a lo que le pedía David. Pero cuando el joven guerrero venció al descomunal gigante filisteo y le aclamó el pueblo de Israel, en vez de regocijarse por las merecidas aclamaciones de que se le hacía objeto, dio entrada en su corazón a la envidia y ya no quiso verle más. Tanto se dejó dominar por la maldita envidia, que se enfureció y quiso matar al valeroso joven, que hubo de huir para ponerse a salvo y librarse de la persecución de Saúl. (Cfr. 1 Sam., XIX.)

(2) El envidioso y el avaro.—Cuenta San Antonio que en la corle de un príncipe siciliano había dos soldados que no se podían ver, avaro el uno y envidioso el otro. Un día los citó a ambos el soberano y les dijo:
—Quiero haceros un regalo. El primero de vosotros que me pida algo, obtendrá lo que pida, y el otro, el doble.
Los dos se quedaron como mudos, porque ninguno de ellos quería ser el primero en manifestar su deseo. El envidioso decía entre sí: "¡No quiero que éste reciba más que yo!"
El príncipe esperó un poco; pero, para salir de aquella embarazosa situación, dijo al envidioso que pidiera. Este reflexionó unos instantes y dijo en alta voz:
—Quiero que me saquen un ojo, y así tendrán que sacarle los dos a mi compañero.
El príncipe dejó al envidioso con los dos ojos intactos; pero lo sacó a la pública vergüenza por su cruel intención.

(3) Los castigos de la envidia.Apeles y el rey Ptolomeo.—El célebre pintor Apeles no gozaba de la confianza y preferencias del rey Ptolomeo por culpa de los envidiosos. Un personaje de la corte, que lo sabía y tenía mucha envidia al pintor, le dijo cierta noche que acudiese a cenar a palacio por expresa invitación del soberano.
Apeles se presentó en el real a la hora convenida. Cuando Ptolomeo le vio se enojó y le preguntó quién le había invitado a ir a aquellas horas a su palacio.
Apeles quedó muy mortificado; mas no sabía cómo excusarse, porque desconocía el nombre del cortesano engañador, que no se hallaba tampoco allí. El consumado artista tomó entonces un carbón y trazó en la pared la figura del cortesano envidioso, con tanta propiedad que el rey quedó asombrado e hizo que Apeles se quedara a cenar con él.
El malvado ministro cayó en desgracia de Ptolomeo y fue despedido de la corte. En cambio, Apeles fue tenido en gran estimación por todos y desde entonces gozó de las preferencias del rey y de los cortesanos.
El envidioso cae con frecuencia en las mismas redes que tiende a los demás.

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