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lunes, 10 de octubre de 2011

MARTIRES BAJO GALO

La persecución temida o presentida por San Cipriano, y para la que no cesaba de preparar a su pueblo, vino, efectivamente, bajo el sucesor de Decio, C. Vibio Treboniano Galo. Aterrado por los estragos de la peste que por los años de 252 devastaba el Imperio, mandó que se celebraran sacrificios a los dioses, a los, que, naturalmente, había que obligar también a los cristianos.
En Cartago, el populacho gritaba, según su costumbre, desde las graderías del circo: "¡Cipriano a los leones!" pues no podían imaginar víctima mejor para aplacar la cólera de los dioses que el obispo de los cristianos. Sin embargo, sin que sepamos la manera, Cipriano sale también indemne de este nuevo peligro. Noticias concretas de víctimas de esta persecución en Africa tampoco las tenemos. En Roma, el papa San Cornelio es desterrado a Centumcellae (CivitaVecchia) y allí muere en 253. Trasladado su cuerpo a Roma, fue enterrado en la cripta de Lucina, adyacente al cementerio de Calixto, y modernamente (en 1849 y 1852) se halló la inscripción de su sepulcro por el gran De Rossi: CORNELIUS MARTYR EP. La muerte en el destierro le confería plenamente la gloria del martirio. Le sucede Lucio, quien a su vez es desterrado, pero no muere en el destierro, sino que, extinguida muy pronto la persecución por muerte violenta de Galo, a manos de sus tropas, el papa vuelve triunfalmente a Roma. A esta vuelta de Lucio a Roma se refiere la carta sinodal en que San Cipriano y sus colegas de Africa, reunidos en concilio el otoño de 253, felicitan efusivamente al papa. Es un hermoso documento que reproducimos por la escasez misma de los que se refieren a esta persecución.
Añadamos que a ella alude también el gran Dionisio de Alejandría, sin que sus palabras acrecienten gran cosa las noticias. Como quiera, helas aquí en el contexto de Eusebio (IIE VI, 1).

La persecución de Galo.
(Eus., VII, 1.)
A Decio, que no imperó dos años completos, degollado juntamente con sus hijos, le sucede Galo. En este tiempo, cumplidos los sesenta y nueve años de su vida, muere Orígenes. Escribiendo Dionisio a Hermammón, dice acerca de Galo lo siguiente:
"Mas tampoco Galo conoció dónde estuvo la desgracia de Decio ni entendió qué le derribó, sino que tropezó en la misma piedra, no obstante tenerla ante sus ojos. Cuando el Imperio se hallaba en buena situación y las cosas le salían a pedir de boca, desterró a los hombres santos, a los que oraban por su paz y salud. Así, pues, con ellos persiguió a las mismas oraciones hechas en su favor."
Esto por lo que a Galo se refiere.

Carta LXI de San Cipriano.
El paso de Galo por el supremo mando del Imperio fue efímero. Emiliano, legado de la Panonia, vencedor de una horda de godos que invadió su provincia, es proclamado Imperator por sus tropas. Galo envió uno de sus mejores generales, Valeriano, a juntar contra el competidor un ejército en las Galias y Gerinania, mientras él le salía al encuentro con su hijo Valusiano. La fortuna le abandona; es derrotado y muerto con su hijo por sus propios soldados. Emiliano, sin embargo, no recoge la púrpura imperial, pues Valeriano, proclamado por sus tropas, no tiene necesidad ni de combatir a su rival, a quien asesinan sus propios soldados. ¡Ocaso del Imperio !
La persecución cesó, pues los comienzos del nuevo emperador fueron favorables a los cristianos. Lucio, llamado de su destierro, entra triunfante en Roma. Los obispos de Africa le felicitan, por la pluma de San Cipriano, con esta bella epístola.

Cipriano con sus colegas, a Lucio hermano suyo, salud.
I. 1. Poco ha, hermano amadísimo, te felicitamos, cuando la divina dignación, con alabado honor, te constituyó en el gobierno de su Iglesia juntamente confesor de la fe y obispo. Mas ahora no es menos ferviente nuestra felicitación a ti, a tus compañeros y a toda la fraternidad, porque la benigna y larga protección del Señor con la misma gloria y alabanza vuestra os ha devuelto a los vuestros, 2. devolviendo un pastor para apacentar su rebaño, un piloto para dirigir la nave, un rector para regir al pueblo. Y así se ve que vuestro destierro fue divinamente dispuesto, no para que el obispo desterrado y expulsado faltara a su Iglesia, sino para que volviera con mayor gloria a ella.

II. 1. No fue, en efecto, menor la gloria de los tres jóvenes de Babilonia porque, burlada la muerte, salieron incólumes del horno de fuego, o no llegó Daniel a lo sumo de su honor porque, arrojado para presa a los leones, protegido del Señor, supervivió para gloria. Cuando en los confesores de Cristo se difieren los martirios, no se disminuye el mérito de la confesión de la fe, sino que hace alarde de sí la divina protección. 2. En vosotros vemos al vivo lo que aquellos valientes y gloriosos jóvenes proclamaron delante del rey, a saber, que ellos preparados estaban a arder en las llamas antes que servir a sus dioses o adorar la estatua que mandara hacer; sin embargo, el Dios a quien daban culto y a quien lo damos también nosotros era poderoso para sacarlos del horno de fuego y librarlos de las manos del rey y de las penas presentes. Esto puntualmente vemos ahora cumplido en la fidelidad de vuestra confesión y en la protección que el Señor os ha dispensado; pues estando vosotros preparados para sufrir cualquier suplicio, el Señor os ha librado de la pena y os ha reservado para su Iglesia. 3. Con vuestra vuelta del destierro, no se ha achicado en el obispo la gloria de su confesión de la fe, sino más bien se ha acrecentado la autoridad sacerdotal, pues va a presidir ahora al altar de Dios quien puede exhortar a su pueblo a tomar las armas de la confesión y a sufrir el martirio, no sólo con palabras, sino con hechos, y en momento de inminente llegada del anticristo puede preparar sus soldados a la batalla, no con la incitación de la palabra y de la voz, sino con el ejemplo de la fidelidad y del valor.

III. 1. Entendemos, hermano carísimo, y con toda la luz de nuestro corazón penetramos los saludables y santos consejos de la majestad divina, y ahora vemos por qué razón se desencadenó poco ha la repetida persecución, por qué de súbito la potestad secular se lanzó contra la Iglesia de Dios, contra el obispo Cornelio, mártir bienaventurado, y contra todos vosotros: quería el Señor mostrar, para confundir y rebatir a los herejes, cuál era la verdadera Iglesia, quién su obispo, uno y solo, por divina ordenación escogido, quiénes los presbíteros con sacerdotal honor unidos al obispo, quién el unido y verdadero pueblo de Cristo, ligado por la caridad del rebaño del Señor; quiénes eran, en fin, los que el enemigo atacaba; a quiénes, como a suyos, perdonaba el diablo. 2. Porque claro está que el enemigo de Cristo no persigue y combate sino a los soldados y campamentos de Cristo. A los herejes, una vez que los tiene ya derribados y hechos suyos, los desdeña y pasa de largo. Aquellos busca derrocar que ve él están en pie.

IV. 1. Y ojalá que ahora nos fuera dado, hermano carísimo, asistir ahí a vuestra vuelta cuantos os amamos con mutua caridad, a fin de que, presente con los demás, nos fuera permitido coger el fruto gratísimo de vuestra llegada. ¡Qué júbilo ahí de todos los hermanos, qué aglomeración y abrazos al saliros todos al encuentro! Apenas si pueden saciarse de besaros, apenas si los rostros mismos y los ojos del pueblo se hartan de mirar por el puro gozo de vuestra llegada. Ahí han empezado a tener los hermanos un barrunto de la alegría que ha de acompañar la venida de Cristo. Como ésta está ya próxima, ha precedido en vosotros una especie de imagen de ella. De suerte que como al llegar Juan, precursor y delantero de Cristo, anunció que éste había venido, sí ahora, al volver el obispo confesor del Señor y sacerdote suyo, se ve claro que el Señor está ya para volver. 2. Mas ya que asistir no nos es posible, os enviamos, yo, mis colegas y toda la fraternidad, esta carta que haga nuestras veces, y al haceros presente por ella nuestro gozo, os ofrecemos los fieles obsequios de la caridad, dando también anuí incesantemente gracias a Dios Padre y a Cristo, Hijo suyo y Señor nuestro, en nuestros sacrificios y oraciones, a par que le rogamos y pedimos al que, es perfecto y perfeccionador guarde y perfeccione en vosotros la gloriosa corona de vuestra confesión. Quién sabe si la razón de haberos llamado del destierro no ha sido para que vuestra gloria no quedara oculta, como hubiera quedado de haber consumado fuera el martirio de vuestra confesión. Porque la víctima que ha de servir a la fraternidad como ejemplo de valor y fidelidad, a presencia de los hermanos debe ser inmolada.

Te deseamos, hermano amadísimo, que goces siempre de buena salud.

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