Vistas de página en total

jueves, 2 de abril de 2015

Humillados, Husitas

HUMILLADOS
     Orden de religiosos fundada por algunos caballeros milaneses, cuando volvieron de la prisión en que los tuvo el emperador Conrado, O según otros, Federico I, en el año de 1102. Esta orden principió A afirmarse y a extenderse en este siglo, singularmente en el Mílanesado: los humillados adquirieron tan grandes riquezas, que tenían noventa monasterios, y no llegaban a ciento setenta religiosos. Vivían con cierta relajación y con tal escándalo, que dieron al papa San Pío V justos motivos para extinguirlos.
     San Cárlos Borromeo, arzobispo de Milán, habiendo querido reformar los humillados, cuatro de ellos conspiraron contra su vida, y uno de los cuatro le disparó un tiro de arcabuz en su propio palacio estando en oración. Este santo varón, que recibió una herida muy ligera, pidió al papa el perdón para los delincuentes; pero San Pio V, justamente indignado, castigó sus delitos con el último suplicio en el año de 1570, y extinguió toda la orden, dando sus conventos a los dominicos y franciscanos. Estos ejemplos, bastante comunes de dos siglos a esta parte, deberían inspirar un saludable temor a todos los religiosos que tienen propensión a separarse de su regla.
     Había también religiosas humilladas, y el P. Helyot dice que no fueron comprendidas en la bula de supresión.

HUSITAS
     Sectarios de Juan Hus y de Jerónimo de Praga. Estos dos herejes fueron quemados vivos en el concilio de Constanza, año 1415. El primero, siguiéndolas máximas de Wiclef, enseñaba que la Iglesia es la sociedad de los justos y predestinados, de la cual no son parte los réprobos y pecadores. De aquí infería que un papa vicioso no es vicario de Jesucristo; que un obispo y sacerdotes que viven en pecado, pierden toda su potestad. Extendió también esta doctrina a los príncipes: decía que los que eran viciosos y gobernaban mal, decaían de su autoridad: adquirió un gran número de discípulos en la Bohemia y en la Moravia.
     Desde luego se echan de ver las consecuencias de esta doctrina, y de lo que es capaz un pueblo infatuado con semejantes principios. En el hecho de hacerse juez de la conducta de sus superiores espirituales y temporales, en cuanto esta le parezca mal, nada le resta sino rebelarse y tomarlas armas para exterminarlos.
     Juan Hus no llevó al principio sus errores hasta este exceso; pero, como todos los de imaginación ardiente, después de haber atacado abusos verdaderos o aparentes, combatió también los dogmas a los cuales le parecía que estaban adheridos estos abusos. Así, so color de reprimir los excesos a que daban lugar la autoridad de los papas, las indulgencias y las las excomuniones se declaró contra el fondo de toda potestad eclesiástica. Empezó a enseñar que los fieles no estaban obligados a obedecer a los obispos, sino en cuanto sus órdenes parecieran justas; que los obispos no podían separar a un justo de la comunión de la Iglesia; que su absolución no era mas que declaratoria; que era preciso consultar a la Sagrada Escritura, y atenerse a lo que ella dice, para saber lo que debemos creer o refutar. Después sostuvo la necesidad de comulgar bajo las dos especies, Toda esta doctrina fue renovada por los protestantes.
     Excomulgado por el arzobispo de Praga y por el papa, apeló Juan Hus al concilio de Constanza, que entonces se estaba celebrando: el rey de Bohemia quiso que efectivamente se presentase en el concilio para dar cuenta de su doctrina: pidió para él un salvoconducto al emperador Segismundo, con el objeto de poder atravesar la Alemania con seguridad y presentarse en Constanza: se le concedió, y Juan Hus por su parte protestó públicamente, que si el concilio podía convencerle de algún error, no rehusaba sufrir la pena debida a los herejes; pero hizo ver por su conducta que no era sincera su declaración. Después de haber sido excomulgado, no dejó de dogmatizar por el camino, y celebrar el santo sacrificio de la misa: lo mismo hizo en Constanza, donde trató también de escaparse; pero le detuvieron a la fuerza.
     Convencido de haber enseñado los errores que se le imputaban, persistió en ellos, y se resistió a retractarse: el concilio pronunció su degradación, y le entregó al brazo secular. El emperador le entregó en manos del magistrado de Constanza, quien le condenó a ser quemado vivo, y fue ejecutada la sentencia. Jerónimo de Praga abjuró al pronto los errores de su maestro, y fue puesto en líbertad: pero, avergonzado de su abjuración, volvió a sus errores, y le tocó también la suerte de ser quemado.
     Los husitas, furiosos con el suplicio de sus dos jefes, tomaron las armas en número de cuarenta mil hombres, talaron la Bohemia y las provincias vecinas a fuego y sangre, fueron precisos diez y seis años de guerra continua para someterlos.
     Todos estos hechos están sacados de la Historia del concilio de Constanza compuesta por el ministro Lenfant, apologista decidido de Juan Hus.
     Los protestantes a quienes copian los incrédulos, sostienen: 
      que el emperador y el concilio violaron el salvo conducto concedido a este heresiarca. Este salvoconducto, referido literalmente por Lenfant, expresaba que Juan Hus pudiese llegar a Constanza con seguridad, sin que se le retuviese ni se le maltratase en el camino. Pudiera haber recibido malos tratamientos por venganza, porque hizo revocar los privilegios concedidos a los alemanes en la universidad de Praga. El emperador no daba mas seguridades que las que hemos dicho. Es un desatino suponer que este salvoconducto bastaba para poner a Juan Hus a cubierto de la condenación del concilio, a cuyo tribunal él mismo había apelado, y por quien quería el rey de Bohemia que fuese sentenciado: pretender que el emperador no tenia derecho para castigar las sediciones que había causado este heresiarca es otro desatino: el rey de Bohemia no pensó que este fuese un atentado contra su autoridad.
     Juan Hus abusó de su salvoconducto, predicando y celebrando misa en el camino de Constanza; no alegó su salvoconducto para defenderse de la sentencia de los magistrados; no sostuvo la incompetencia de estos ni la del concilio.
      Sus apologistas dicen que el concilio Constanciense declaró por su conducta y por un decreto formal, que no se obligaba aguardar la fe a los herejes; esto es una falsedad. Este pretendido decreto no se halla en las actas del concilio, y si se presentó o publicó, no hay duda que fue suplantado entonces o con el tiempo.
     ¿Qué razón puede haber para que el concilio expidiese este decreto, si no hay duda de que no violó la fe pública respecto a este heresiarca? El concilio se limitó a juzgar de su doctrina, a degradar un hereje obstinado, y a entregarle al brazo secular; en esto no traspasó los límites de su autoridad.
      Dicen que Juan Hus fue condenado al fuego por sentencia del concilio: tercera impostura. El concilio censuró su doctrina, condenó al fuego sus libros, le degradó del carácter eclesiástico, y le remitió al emperador para que dispusiese de su persona: el emperador le entregó al magistrado de Constanza. Juan Hus enviado por éste al suplicio, no porque su doctrina fuese herética, sino porque era sediciosa porque había causado ya turbulencias y violencias, y se empeñaba en persistir y continuar predicándola. Decir que un soberano pierde su autoridad si gobierna mal y es vicioso, y que este caso no hay obligación de obedecerle, y que es licito resistirle, es una doctrina sediciosa y contraria a la tranquilidad pública, ningún soberano debe tolerarla, y así el emperador como el Rey de Bohemia estaban igualmente interesados en que se castigase al autor de una doctrina tan perniciosa.
      Afectan repetir que la matanza que hicieron los husitas fue una represalia de la crueldad de los pp. de Constanza: nueva calumnia. Aun cuando Juan Hus no hubiera sido quemado, no dejarían sus discípulos de ser tan bárbaros como fueron: habían principiado ya sus depredaciones y sus violencias antes de la condenación de su maestro. Era un fanático audaz, turbulento, feroz con el número de sus prosélitos, e incorregible. Si hubiese podido volver a la Bohemia, hubiera vuelto a predicar con mas vehemencia que nunca, y hubiera continuado sublevando los pueblos y alentando su pillaje: esto es lo que temió el emperador. La furia de los husitas solo prueba la violencia del fanatismo que bebieron en la doctrina de su maestro. ¿No fueron castigados los jefes de los anabaptistas cuando en el siglo siguiente renovaron en Alemania con cuarenta mil hombres las mismas escenas que los husitas representaron antes en la Bohemia?
     Pero los enemigos de la Iglesia católica no respetan la verdad de los hechos, ni tienen miramiento a sus circunstancias, ni a la certidumbre de los monumentos. A pesar de las pruebas mas evidentes, repetirán siempre que los PP. del concilio de Constanza violaron el salvoconducto del emperador; que condenaron al fuego a Juan Hus y a Jerónimo de Praga por sus errores, y que fueron la causa del furor y del fanatismo de los husitas.
     Tal es la idea que de este punto de historia quiso darnos Mosheim en su Historia eclesiástica, siglo XV, part. 2 c. 2, § 3 y sig.; pero afortunadamente confiesa muchas verdades que bastan para desengañar a los lectores :
    Confiesa que Juan Hus emprendió en el año de 1408 separar la universidad de Praga de la jurisdicción de Gregorio XII, y que este proyecto bastó para concitarle el odio del clero: ¿qué derecho tenia para formar esta empresa ?
      Confiesa que este doctor, obstinadamente adicto a la opinión de los realistas, persiguió a todo trance a los nominales, que eran en número muy considerable en la universidad de Praga.
     3° Que alarmó contra sí toda la nación alemana en el hecho de privarla de dos o tres votos que había tenido hasta entonces en esta universidad, y que por haberlo ejecutado fue causa de que desertase el rector con dos mil alemanes y se retirasen a Leipsick.
      Que sostuvo públicamente las opiniones de Wiclef, y declamó violentamente contra el clero.
      Que manifestó el mayor desprecio a la excomunión que fulminó contra él el papa.
      Que su celo fue tal vez demasiado fogoso faltando muchas veces a la prudencia. Sin embargo no deja Mosheim de llamar a este fanático turbulento grande hombre, de una piedad sencilla y fervorosa, ¿bastará declamar contra el papa y contra la Iglesia para ser hombre grande a juicio de los protestantes?

     Por otra parte, Mosheim pasa en silencio muchos hechos indudables. 1° Juan Hus apeló al concilio de la excomunión que contra él pronunció el papa; por consiguiente se sometió por su voluntad al juicio del concilio. 2° Declaró públicamente que si podía este convencerle de herejía, no rehusaba sufrir la pena impuesta contra los herejes. 3° Había abusado de su salvoconducto predicando y celebrando a pesar de la excomunión. 4° En varias disputas que sostuvo en Constanza contra los teólogos católicos, fue convencido de haber enseñado los errores de Wiclef condenados ya por la Iglesia, y fueron refutadas victoriosamente todas sus objeciones; así que puede decirse que él mismo pronunció de antemano el decreto de su condenación.
     ¿Cómo se atreve su apologista a sostener que Juan Hus fue víctima del odio de los alemanes y de los nominales; que su condenación no tiene la mas mínima apariencia de equidad, y que su muerte fue una violación de la fe pública? No lo juzgó así el mismo Juan Hus, porque no recusó la autoridad del concilio, ni reclamó su salvoconducto; pero declaró que quería mas ser quemado vivo, que retractar sus opiniones. El mismo Mosheim confiesa que la profesión que hacia publicamente Juan Hus de no reconocer la autoridad infalible de la Iglesia católica, debía ser suficiente para que se le declarase hereje en consideración al modo de pensar de aquel tiempo. La dificultad está en saber si la Iglesia católica debía cambiar su creencia a fin de autorizarse para absolver a un hereje.
     Conviene también Mosheim en que los husitas de Bohemia se rebelaron contra el emperador Segismundo, su soberano, y tomaron las armas, porque se trató de que se sometiesen a los decretos del concilio de Constanza. Ibid., c. 3, § 3.
     Aunque confesaban que los herejes merecían la muerte. sostenían que Juan Hus no era hereje. y que había sido quemado injustamente. ¿Qué derecho tenia un ejército de ignorantes para juzgar si una doctrina era herética u ortodoxa?
     Después que los husitas aumentaron en número muy considerable, duro poco tiempo su unión y se dividieron en dos partidos: unos fueron llamados calixtinos, porque querían que se diese al pueblo la comunión del cáliz. Exigian también que se predicase la palabra de Dios sin superstición; que el clero imitase la costumbre de los apóstoles, y que los pecados mortales fuesen castigados de una manera proporcionada a su enormidad. Entre ellos un tal Jacobel quería que la comunión se administrase bajo las dos especies aun a los niños. Los otros fueron llamados taboritas, por un monte de las cercanías de Praga, en el que se fortificaron, y le dieron el nombre de Tabor. Eran mas fogosos que los calixtinos, y llevaban mas adelante sus pretensiones; querían que se redujese el cristianismo a su primitiva sencillez, que se aboliese la autoridad de los papas; que se variase la forma del culto divino, y que no hubiese en la Iglesia más jefe que Jesucristo... Fueron tan insensatos que se atrevieron a publicar que Jesucristo vendría en persona con una antorcha en una mano y una espada en la otra para extirpar las herejías y purificar su Iglesia. A esta clase de husitas, dice Mosheim, deben atribuirse todos los actos de crueldad y barbarie que se cometieron en Bohemia en los dieciséis años de guerra; pero es difícil decidir cual de los dos partidos cometió mayores excesos, el de los católicos o el de los husitas.
     Supongámoslo por un momento. Por lo menos es preciso confesar que los husitas fueron agresores, y que no aguardaron el suplicio de Juan Hus para ejercer contra los católicos toda especie de violencias. Aun cuando en la Iglesia hubiera errores y abusos, no tocaría el reformarlos a un tropel de sediciosos y de ignorantes. ¿Qué convenio podía hacerse con ellos, sino se convenían entre sí mismos? Confiesa Mosheim que sus máximas eran abominables; que querían que se emplease el hierro y el fuego contra los enemigos de Jesucristo, y que daban esto nombre a sus propios enemigos: de semejantes hombres no se podía esperar mas que crueldades e injusticias.
     El año de 1433 consiguieron los PP. del concilio de Basilea reconciliar a la Iglesia con los calixtinos, concediéndoles el uso del cáliz en la comunión; pero los taboritas se mantuvieron incorregibles; iniciaron entonces a examinar su religión y darle, según Mosheim, un aire racional. Ya era tiempo después de diez y seis años de sangre y desordenes continuos. Estos taboritas reformados son los mismos que los hermanos de Bohemia, llamados también picardos o más bien begardos, que se unieron a Lutero en tiempo de la reforma.
     Este fue el motivo de la protección que los protestantes dispensaron a los husitas; primero fueron precursores, y después discípulos de Lutero. No nos parece que esta sucesión hace mucho honor a los luteranos.
     1° Resulta de los hechos que ellos mismos convienen, que los husitas se condujeron en este cambio, no por celo de la Religión, sino por un furor ciego, puesto que no iniciaron el arreglo de un plan de religión sino hasta dieciocho años después de la muerte de Juan Hus. 
     2° No nos dice Mosheim en que consistía esta religión que él llama razonable, y que tan fácilmente se amalgamó con el protestantismo. ¡Es un prodigio bastante nuevo una religión razonable formada por unos fanáticos insensatos y furiosos!
     3°. Es evidente que Lutero tomó de las obras de Wiclef y Juan Hus, no solamente los dogmas que predicó, sino también las máximas sanguinarias que se encuentran en sus escritos, e hicieron que los anabaptistas renovasen en Alemania una parte de las escenas sangrientas que representaron en Bohemia los husitas.

No hay comentarios: