HAZ QUE YO VEA
Esa era la petición de Bartimeo, el ciego de Jericó.
Llena de confianza en el poder de Cristo.
Nacida del fondo del alma, porque sentía íntimamente la miseria de su ceguera.
Nada le importaba la multitud que rodeaba al Maestro.
Nada le importaba que quisieran hacerle callar.
No; él se haría oír. Y eso bastaría, porque —estaba seguro de ello— Jesús no se haría sordo a su súplica. Había oído decir tantas cosas buenas de Él!...
Sí, sí, bastaría que Él le oyese.
Y gritaba más y más alto cada vez.
Él le curaría. ¡Copio saltaba ya de gozo en su esperanza! Él le curaría, y vería... ¡Ah! ¡Cuántas cosas deseaba ver!
Jesús le oyó.
Y Bartimeo, el ciego, abrió los ojos, y vió.
Maestro, que yo también vea. Esa es también mi petición.
Yo necesito ver, porque... ¡yo también soy ciego!
Ciego, no para las cosas de la tierra: ¡ cuántas veces las veo demasiado! Pero sí ciego para las cosas de mi alma, para las cosas del cielo.
Necesito, Señor, tu luz: esa luz que penetra hasta lo más recóndito del alma, que ilumina las más oscuras tinieblas.
Que yo vea, Señor:
mi pasado; para llorar de corazón mis extravíos: ¡son tantas las veces que he transitado por las sendas oscuras de la perdición y del pecado!
mi presente; para conocerme tal cual soy delante de Ti. Tal vez ese conocimiento me causará temor, porque encontraré tal vez tantas cosas que no sospechaba o que había ya olvidado. Pero ese conocimiento será, al mismo tiempo, el principio de mi salvación;
mi futuro; para prever, Señor, para defenderme, para encaminar mis pasos por senderos de luz, por esos senderos por donde caminas Tú, Luz verdadera, que ilumina a todos los hombres de buena voluntad.
Que yo te vea siempre a Ti, Señor; que te vea en todas partes y en todos los momentos.
Y que viéndote, te siga, como te siguió Bartimeo, cantando tus alabanzas.
¡Siguiéndote a Ti nunca caminaré en las tinieblas!
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO
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