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jueves, 7 de abril de 2011

De la ida de San Vicente Ferrer a las ciudades de Nante y Vannes

Mientras el padre San Vicente iba por Francia predicando, poseía el estado de Bretaña el duque don Juan II, tan buen cristiano y tan amigo de la salvación de sus vasallos, que viendo cuan mal doctrinados estaban en lo que a ley de cristianos eran obligados a saber, tres veces despachó un hombre propio a San Vicente, rogándole muy encarecidamente se quisiese llegar a Bretaña, pues tendría en ella harta ocasión de emplearse en predicar y enseñarle a él y a sus vasallos la fe y ley de Jesucristo; la cual estaba olvidada por aquellas tierras poco menos que si fueran de gentiles. Los eclesiásticos, allende del mal ejemplo que daban en su vida, aun las ceremonias de la misa no sabían. Los seglares, por falta de quien los enseñase o por su negligencia, ignoraban los principios y cimientos de la cristiandad, que son los artículos de la fe y los mandamientos. Apenas sabían santiguarse y encomendarse a Dios los viejos y ancianos. De aquí venía que pecaban a rienda suelta. Dábanse adulterios, juramentos falsos, blasfemias, y hechicerías, que entonces entre ellos se usaban mucho. Entendió esta falta el buen padre, y como aquel que no tenía otras ansias sino de la honra de Jesucristo, salvador de los hombres, partió de la ciudad Turonense (donde le había hallado el embajador del duque la postrera vez) hacia Bretaña.
Para quitar dudas, es menester advertir antes de todo, que antiguamente se llamó Bretaña una grande ínsula del Gran Océano, hacia el norte, a la cual los más antiguos cosmógrafos llamaron Albión y después Bretaña, y ahora la llaman Inglatérra y Escocia, porque habitando allí pacíficamente los bretones, vinieron contra ellos los escoceses, y para defenderse de ellos los bretones llamaron en su favor a los ingleses; que fué como si las ovejas, para defenderse de las raposas, buscasen a los lobos, que son peores. Acorralaron un poco los ingleses a los escoceses hacia el cabo más septentrional de la isla, pero alzáronse ellos con todo lo restante, enseñoreándose de los pobres bretones. Y fueron tantos los agravios que les hicieron que les fué forzado a los desdichados dejar su patria y salirse como mejor pudieron de ella, pasándose a Francia. Tomando, pues, asiento en un rincón de ella, bien cercano a su tierra, dieron ocasión a que su antigua morada perdiese el nombre que tenía de Bretaña y se llamase Inglaterra; y también dieron nombre de Bretaña a la tierra donde se hospedaron. De suerte que, cuando en la siguiente historia nombráremos a Bretaña, se ha de entender no la antigua, que es isla, sino la nueva que es tierra firme, aunque maritima. He querido tratar esto aquí, para que el lector no se engañe con el nombre de Bretaña, como cierto buen autor que, ignorando estas revueltas, se dio a entender (y así lo escribió) que San Vicente murió y está enterrado en la isla de Bretaña, que se llama Inglaterra; siendo averiguado, y como todos sabemos, no está allá sino en Francia, encima del río Liger, que ahora se dice Locre o Lindre.
Saliendo, pues, San Vicente de Tours (que así se llama la ciudad Turonense, de donde fueron obispos San Martín y San Bricio) y caminando hacia Bretaña, llegó a Nantes, con grande acontentamiento de todos los ciudadanos y particularmente de sus hermanos, los dominicos, que le salieron a recibir, hasta la ribera del Lindre. Estúvose en la ciudad ocho días predicando y haciendo grandes maravillas. Un día se le pusieron delante muchos leprosos y otros hombres afligidos con diversas enfermedades, a los cuales dio su bendición y todos comenzaron luego a ir en mejoría. Estaba lejos de él entonces un hombre llamado Juan Leben, que por espacio de dieciocho años había estado en una camilla. Éste, viendo cómo los otros enfermos se gozaban con la salud que habían alcanzado, y no hallándose con fuerzas para llegar a tomar la bendición, daba grandes voces diciendo: ¡Siervo de Dios, amigo de Dios, óyeme, y mira por mí que me quedo sin remedio! Perseveró tanto en pedir misericordia que, movido de lástima el Santo, después del sermón se fué para él y tomando las palabras del apóstol San Pedro, le dijo: Hijo mió, yo no tengo oro ni plata que darte, pero darte he lo que Dios me ha concedido. En nombre de Nuestro Señor Jesucristo, mando que te levantes y que te vayas a tu casa. Y poniendo sobre él las manos, dijo: Super aegros manus imponent, et bene habebunt. A deshora el hombre se levantó y se sintió sano. Hecho esto, alzó el padre San Vicente las manos al cielo, y dijo llorando: Ah, Señor, tuya sea la honra de esta obra y no mía. Non nobis. Domine, non nobis; sed nomini tuo da glociam. Apenas pudo el hombre llegar a su posada, tanta era la gente que cargó sobre él para verle.
Otra vez le trajeron delante un sordo, que por espacio de seis años había estado sin poderse remediar, rogándole que hiciese a Dios oración por él. Púsole el Santo las manos sobre la cabeza y tocóle las orejas, y, finalmente, después de dicha una oración, le bendijo. Sin más tardanza, el hombre oyó mejor que en toda su vida. Aquellos días llegó en su busca una señora de Tours, en compañía de su marido, y después de haberle hallado en el convento de la Orden, le dijo que no se aprovechaba nada de sus ojos. Tocólo el Santo tres veces en allos, diciendo cada una: Jesucristo te alumbre; y en el mismo punto respondió ella que ya veía. Y porque no pareciese sueño lo que decía dijo a todos los presentes quién eran y de qué colores iban vestidos, y se salió del aposento sin que la guiasen. En esta ciudad, se dice en el proceso que le acaeció al Santo cierta cosa muy notable, la cual yo pondré en el capítulo de su muerte por las razones que entonces diré.
Al cabo de los ocho días que dije, tomó el camino de la ciudad de Vannes, que antiguamente se llamó en latín Dariorigum y después Venetiae, y sus pueblos Vanetes o Vaneti. Estábale esperando con grande deseo en aquella ciudad el duque don Juan y su mujer, la duquesa doña Juana de Francia, que era hija de Carlos VI, rey de Francia, y antes que se casase se llamaba Margarita. Aparejáronle al Santo una solemne entrada, en la cual le salieron a recibir el duque y el obispo de Vannes, Mauricio, con sus canónigos y todos los otros clérigos media legua lejos de la ciudad. Y él con su simplicidad entró a caballo en su jumentillo acostumbrado, dando la bendición a los que le salían al encuentro. Holgáronse todos mucho de verle, y principalmente el duque no se hartaba de mirar un viejo tan venerable, y benigno, y tan santo y sabio en todo lo que hacía y decía. Fué esta entrada el sábado antes del IV domingo de Cuaresma, en el año de 1417, siendo ya el Santo de edad setenta y seis o setenta y siete años. Entre otros enfermos que le esperaban a la entrada de la ciudad, había uno que padecía dolores de cabeza, y con sola la bendición del Santo luego se sintió sano. Pongo este milagro, no porque sea el mayor de los que hizo entonces, sino porque el mesmo a quién le aconteció lo atestigua en el proceso. Como la Orden de Santo Domingo no tenia allí convento, aposentáronle en casa de un hombre hónrado, llamado Robín Delescado, o Lescardo, la cual está puesta entre el convento de los Padres Menores y un castillo. Al otro día, juntáronse donde el Santo había de predicar el duque y la duquesa, y el obispo Mauricio, con otra gente noble, sin cuenta. En aquel sermón tomo por tema unas palabras del Evangelio de la dominica, que dicen así: Colligite quae superaverunt fragmenta. Recoged vosotros los mendrugos que sobran. Dijo cierto bien, porque del convite que Dios hacía al mundo de su palabra por boca de San Vicente, los bretones recogieron los relieves y sobras, pues ellos fueron los postreros a quien predicó, y entre ellos quedaron su cuerpo y reliquias. Y es cosa muy de notar que todos los temas que se escriben en el proceso que tomó en Vannes, o en su diócesis, parece que venían nacidos para él. Una vez tomó: Aqua, quam ego dedero vobis, si quis bibevit ex ea non sitiet amplius. Otra vez tomó: Ego vobiscum sum usque ad consummationem saeculi. Y decía muy bien, porque la doctrina que él enseñaba era una muy sustancial bebida para el alma, y también él se había de quedar entre ellos sepultado. Eran estas gentes muy bozales y mal enseñadas en lo que toca a la buena gobernación y policía humana. Y ansí les notó San Vicente un defecto muy grande en aquel sermón. Vio que las mujeres estaban mezcladas con los varones, sin diferencia ninguna de asientos ni lugares; lo cual no podía dejar de ser ocasión de grandes ruindades. Mandóles, pues, que de allí adelante los varones se pusiesen a una parte y las mujeres a otra. Y porque con el mal vezo que tenían, no sabían apartarse como era razón, ordenó que se tendiese por medio de ellos una maroma, que sirviese para conocer la diferencia de lugares entre los dos sexos. Oíanle cada día, el duque y la duquesa, y el obispo, y la demás gente, con muy rara y singular devoción, porque veían cosas muy divinas en él. Cuando iba a predicar, parecía hombre enfermizo, y que no tendría fuerza aun para decir misa, porque su color era muy esmortecida, y parecía más viejo de lo que era, como quiera que iba ya un poco corcobado, y no podía subir al pulpito sin ayuda de otro. Mas, después, cuando predicaba, se encendía tanto, y se paraba tan colorado, y se meneaba con tanta ligereza, como un hombre de treinta o cuarenta años. Acabando de predicar se volvía en el mismo ser que antes; y no podían creer los que no le conocían que fuese él, el que poco antes había predicado y cantado la misa con voz tan alta y levantada. Muchas veces, a lo mejor del sermón se movían grandes vientos, y llovía, y caía nieve, y ninguno se iba de allí, ni hacian en ellos aquellas cosas impresión alguna. Sanó aquellos días muchos enfermos, Vino a él una tarde un marinero que tenía rota una costilla por cierto golpe que en una guerra le dieron, y rogó al Santo que le sanase. Preguntóle el Santo dónde le dolia y, sabido el lugar, puso sobre él la mano, y mirando al cielo rezó devotamente una oración, y tras esto le bendijo. Bajando el hombre por la escalera de la casa para irse, sintió que la costilla ya se le había soldado.
Una mujer llamada Oliva estaba como paralítica de un brazo y de la cabeza, por lo cual le rogó un hombre que con sus oraciones le alcanzase de Dios salud, pues había dos años que pasaba muy trabajosa vida. Tocóla San Vicente donde le dolía y despidióla. Andando después por el camino dijo la mujer al hombre que la había traído, cómo se sentía algo mejor; pero cuando llegó a su casa, ya estuvo del todo sana. Otra mujer, llamada también Oliva, veinte años arreo había padecido dolores de cabeza sin poder hallar remedio alguno contra ellos, y así hubo de hacer lo que los otros enfermos hacían, que era presentarse al maestro Vicente; el cual luego la bendijo y le alcanzó de Dios la salud tan perfectamente, que en otros veinte años que vivió, nunca más supo qué cosa era dolor de cabeza. Con la mesma facilidad sanó a otra mujer de otra recia enfermedad que había padecido por espacio de tres meses. Y a dos mujeres también, con decirles una oración y ponerles las manos sobre la cabeza, quitó el dolor que en ella habían tenido, la una por un año, y la otra por tres. Pedro de loso apenas había podido dormir ni estar en pie en un año, por una enfermedad que le sobrevino: y desde que el Santo le puso las manos sobre la cabeza, se halló libre totalmente.
Alano Heruco, ciudadano de Vannes, tenía una criada la cual estaba preñada; por cierta desgracia vino a padecer gran daño y dolor en el vientre. Presentóse luego delante del Santo, pidiéndole que la ayudase; y él no solamente le quitó el dolor, haciendo la señal de la cruz sobre el lugar donde le sentía, mas díjole también que a la hora se volviese a su casa en nombre de Jesucristo, y en entrar en ella pariría. Fuese la mujer, y en poniendo los pies en casa, parió.
Otra señora de casa del duque, por los días padeció grandísimo dolor en el vientre, sin poder hallar remedio. Fuese una mañana a la puerta de la celda del Santo, y recibiendo su santa bendición, luego se le quitó el dolor. Escríbese este milagro tan obscuramente en el Proceso, que no se puede entender si esta señora era alguna dama de la duquesa o ella mesma. Pero dos otras cosas se cuentan allí claramente de la duquesa. La una, que, siendo estéril, alcanzó de Dios un hijo por las oraciones de San Vicente; al cual niño, San Vicente bautizó con el poder que tenía del papa Martino V, y le llamó Vicente de Bretaña. Este niño creo que se murió luego, porque en ninguna historia hallo que se cuente cosa ninguna de él más de la que habernos dicho. La segunda fué que, estando la duquesa con deseo de tener otro hijo, le dijo San Vicente que ella, aunque no lo pensaba, estaba ya preñada, y que pariría un hijo, al cual Dios daría su bendición; y él desde entonces la bendijo. A cabo de tiempo, parió la duquesa un hijo llamado Pedro, que después vino a ser muy gran señor y duque de Bretaña; y envió sus embajadores a Roma con hartos millares de ducados, para pagar los gastos que se habían de hacer en la canonización de San Vicente. Pero, a mi ver, el bautismo del primer niño y la profecía del nacimiento del segundo, acontecieron la segunda vez que el Santo estuvo en Vannes, porque en el tiempo donde hasta ahora habernos llegado, aún no era Papa Martino V.
Aunque no escribo la historia de Bretaña, sino la de San Vicente, no querría que alguno que estuviese versado en las genealogías de Francia, tuviese por falso lo que ahora acabamos de decir. Porque en las genealogías de Paradino, autor diligente, se halla que el duque don Juan tuvo el ducado desde el año 1399 hasta el de 1442, y casó con doña Margarita de Francia, hija del rey Carlos VI, y tuvo tres hijos, es a saber: a don Francisco, que fué duque desde el año 1442 hasta el de 1450. Y a don Pedro, que le sucedió en el ducado y le tuvo desde el año 1450 hasta el de 1457, y a Gilles, el mal logrado, a quien mató cruelmente su hermano Francisco. Y así, o habemos de decir que don Juan tuvo otra mujer antes de la hija del rey Carlos, y de aquélla tuvo a don Francisco, o que doña Margarita luego en ser casada parió a don Francisco, y después estuvo como estéril, sin poder jamás concebir otro hijo hasta que San Vicente fué allá. Sea como fuere, estas sucesiones de los duques de Bretaña están harto enmarañadas. Porque Eneas Silvio, en su Europa, en el capítulo de Francia, va por otro camino que Paradino: y tras Francisco pone un duque, Domingo, y luego a un duque a quien él llama Arturo. Lo que a mí me parece es que más crédito se debe a los testigos del proceso que a todos los otros: porque éstos, o eran bretones, o habían visto todo lo que había pasado, y deponían sus dichos ante obispos, que sabían muy bien todas las sucesiones de estos duques y no es de creer que dirían una cosa por otra, pues no les iba nada en ello. Bien es verdad que en una parte del proceso he hallado hecha mención de un duque Francisco, predecesor de don Pedro. Mas allí no se dice si era su hermano, ni si le precedió inmediatamente; porque esto ni hacía ni deshacía para lo que allí se trataba.
Ahora volvamos a San Vicente, el cual hizo infinitos otros milagros en Vannes, los cuales no pongo aqui extendidamentc porque en el proceso se ponen en general y yo no tengo de adivinar las circunstancias con que se hicieron. Así, por los milagros, como por la predicación del Santo, se movió aquella gente a servir a Nuestro Señor muy de veras. Los religiosos comenzaron a vivir más religiosamente que hasta entonces; los clérigos aprendieron las ceremonias de la misa y la decían frecuentemente, y los legos comulgaban algunas veces entre año, cosa que antes no la usaban. El duque y sus cortesanos mudaron de vida y decían mil bienes de su predicador. Remediáronse los juramentos desaforados, las blasfemias, usuras, deshonestidades y todo lo demás que tenia necesidad de remedio. En especial les avezó a honrar e invocar el santo nombre de Jesús y de sus santos y a frecuentar los templos, y juntamente les enseñó toda la doctrina cristiana, o por si mesmo, o por un clérigo que trajo en su compañía para este efecto. Quitó, en fin, otros abusos que había en Vannes, ordenando que los mercados no se hiciesen en domingo o fiesta, ni en lugares sagrados, como antes se hacian.
Fray Justiniano Antist
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
B.A.C.

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