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lunes, 26 de noviembre de 2012

La Hora de la Oración

     Piensa en la oración, ama la oración, siempre reza con frecuencia; es un deber, es una dulzura y es una fuerza.
     La hora del despertar es una hora triunfal para el joven. Parece que vuelve a entrar en la vida como un soberano en su capital, al ruido de todas las fanfarrias de la esperanza.
     Hijo mío, es la hora de rezar. Reza a esta, hora llena de entusiasmo, al Dios que te da un nuevo día, y, como los pájaros saludan al sol, tú saluda a tu Criador; es justo que el primer aliento de tu corazón sea para El.
     Que tu oración la anticipes así desde la mañana; que desde la mañana tu alma busque a Dios para ofrecerle las primicias del día. Consagrarle tus primeros pensaniientos, los primeros movimientos de tu corazón; que tus afecciones se eleven hacia El, como el rocío sobre la tierra cuando los primeros rayos del sol vienen a reanimarla.
     Dios tiene todo en su mano, la vida de tu cuerpo y la de tu alma; pídele que te conserve el uno y la otra en medio de los diversos peligros que se ciernen sobre ti.
     En el curso de este día, —los días son tan largos cuando se es joven— la tentación tal vez venga a llamar a las puertas de tu corazón. ¡Si viene, reza!
     En esa edad ardiente que es la tuya, la reflexión y la sabiduría humanas nada pueden; no tienes más que una arma y un refugio: la oración; si no oras, caerás; si oras, Dios te tendrá de la mano y te salvará del demonio, del mundo y de ti mismo.
     Ora, en fin, antes de entregarte al reposo de la noche. Ora, porque con sus insomnios y sus sueños, la noche también tiene sus peligros. La noche es el tiempo de los fantasmas perturbadores y de las visiones excitantes, el tiempo en que el enemigo se arroja con más furia sobre el alma desarmada.
     Y después, el sueño, imagen de la muerte, es como una muerte pasajera, y nadie te asegura que del sueño de tu cama no pasarás al sueño más profundo de la tumba.
     Y si en la noche despiertas, reza también; reza en las tinieblas como rezarías en la claridad del día.
     Dios te ve y te oye en las sombras como en plena luz. Ese dulce murmullo de una alma en la noche, es aún más dulce a su oído que todas las voces que lo adoran y están calladas.
     Ora cada vez que se te presente una necesidad, en los peligros del cuerpo y en los peligros del alma; cuando la desdicha o la tristeza te visiten; cuando el duelo entre en tu corazón, cuando el pecado te haya destruido. Dios te acompaña siempre, como una madre invisible cuya mano está siempre tendida para preservar a su hijo del peligro...
     Así, desde el principio hasta el fin, todas tus horas serán bendencidas, todos tus días serán santos y tu vida entera estará llena de Dios...

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