HERMANITOS
Hermanos menores, fratricelos. Esté nombre se dio a fines del siglo XIII a cuestores vagabundos de diferentes especies. Unos eran franciscanos que se separaron de sus cofrades, con el designio o bajo el pretexto de practicar en todo su rigor la pobreza y las austeridades mandadas por la regla de su fundador: iban cubiertos de harapos, pedían su subsistencia de puerta en puerta, decían que Jesucristo y los apóstoles nada habían poseído, ni como propio ni en común, se tenían por los únicos hijos verdaderos de San Francisco. Otros eran, no religiosos, sino asociados a la tercera orden que San Francisco había instituido para seglares. Entre estos terceros hubo que querían imitar la pobreza de los religiosos y pedir la limosna como ellos, se les llamaba en Italia bizochi y bocasoti o alforjeros; como después se extendieron por fuera de Italia, se les llamó en Francia beguinos, y en Alemania begardos. Es preciso no confundirlos con los beguinos flamencos y las beguinas o beatas, cuyo origen y conducta son muy laudables.
Para formar una opinión exacta de los hermanitos, es preciso saber que muy poco tiempo después de la muerte de San Francisco, un gran número de franciscanos, encontrando su regla demasiado austera, se relajaron en muchos puntos, y en particular sobre el voto de pobreza absoluta, y obtuvieron de Gregorio IX, en 1231, una bula que les otorgaba ciertas dispensas. En 1245, Inocente IV la confirmó; permitió a los franciscanos poseer fondos, bajo condición que no tendrían mas que el uso, y que la propiedad pertenecería a la Iglesia romana. Muchos otros papas aprobaron este reglamento después.
Pero descontentó a muchos de estos religiosos que eran los mas adictos a su regla: quisieron continuar observándola en todo su rigor; se les llamó los espirituales; pero no todos fueron igualmente moderados. Los unos, sin vituperar a los papas, sin oponerse a las bulas, pidieron permiso para practicar la regla, y principalmente la pobreza en todo su rigor; muchos papas consintieron en ello, y les dejaron en libertad de formar comunidades particulares. Otros, menos dóciles y de un carácter fanático, declamaron no solo contra la relajación de sus cofrades, sino contra los papas, contra la Iglesia romana y contra los obispos; adoptaron los delirios que un cierto abate llamado Joaquín había publicado en un libro titulado El Evangelio eterno, en el que predecía que la Iglesia iba a ser reformada incesantemente, que el Espíritu Santo iba a establecer un nuevo reino mas perfecto que el del Hijo o de Jesucristo. Los franciscanos sublevados se aplicaron esta predicción, y dijeron que San Francisco y sus fieles discípulos eran los instrumentos de que quería Dios servirse para obrar esta grande revolución.
Estos insensatos eran los que se llamaban hermanitos. La mayor parte, muy ignorantes, hacían consistir toda la perfección cristiana en la pobreza cínica y en la mendicidad de que hacían profesión; a este error añadieron todavía otro, y se dice que algunos llegaron hasta negar la utilidad de los sacramentos. Es constante que un gran número de ellos eran viciosos, disgustados de su estado, que preferían la vida vagabunda a la incomodidad y regularidad de una vida común; así muchos dieron en los mayores desórdenes, y acabaron por apostatar. Desgraciadamente, por la mala policía que había por entonces en toda la Europa, esta raza libertina se perpetuó, causó perturbaciones en la Iglesia, e inquietó a los soberanos pontífices por espacio de dos siglos. Se vieron obligados a perseguir con el mayor rigor a los hermanitos a causa de sus crímenes, y hacer perecer un gran número de ellos por medio de los suplicios.
Lo que es mas admirable es que los protestantes no se han avergonzado de hacer considerar a estos libertinos fanáticos como los precursores de los pretendidos reformadores del siglo XVI, y alegar las declamaciones fogosas de estos insensatos como una prueba de la corrupción de la Iglesia romana. Demasiado cierto es que la mayor parte de los apóstoles de la reforma fueron religiosos apóstatas, libertinos disgustados del claustro como los hermanitos, y que se hicieron protestantes para satisfacer con libertad sus pasiones mal reprimidas. Pero por lo general eran demasiado ignorantes para hacerse de pronto oráculos en punto a doctrina, y demasiado viciosos para reformar las costumbres; en la fe de estos tránsfugas es en lo que se apoyan los enemigos de la lglesia romana para calumniarla. Mosheím, aunque juicioso por otra parte, se queja muy seriamente de que la historia de los hermanitos no fuese hecha con la mayor exactitud por los escritores de su época; pero se despreciaba demasiado a estos bandidos, para investigar con cuidado su origen; deplora amargamente la crueldad con que se les trató; ¿pero unos vagabundos que vivían a expensas del público, y que alteraban el orden público, merecían ser perdonados? Trataron de persuadir que en el siglo XIV se condenaba al fuego a los hermanitos por solo su opinión, y porque sostenían que ni Jesucristo ni los apóstoles habían poseído nada propio; esto es una impostura. Se les castigaba por su conducta sediciosa.
El emperador Luis de Baviera no bien trató de ponerse en guerra con el papa Juan XXII, cuando los jefes de los hermanitos se refugiaron a su lado, y continuaron ultrajando a este papa con libelos violentos. El año 1328, se afiliaron en el partido de Pedro de Corbiére, franciscano, que el emperador había hecho elegir papa para oponerlo a Juan XXII. Por lo tanto si este papa les persiguió lo que pudo, no fue por sus simples opiniones. Mosheim pasa estos hechos en silencio, y esto no es de buena fe.
Algunos espíritus fuertes incrédulos quisieron poner en ridículo el fondo de la disputa; dijeron que consistía en saber, si lo que los franciscanos, comían les pertenecía como propio o no, y cual deberá ser la forma de su capuchón. Es una ridiculez que no viene a cuento. Se trataba de saber, si estos religiosos podían, sin violar la regla que habían hecho voto de observar, poseer alguna cosa como propio o en común, y si estaban obligados a conservar el vestido de los pobres, según le había llevado San Francisco. Esta cuestión no tendría nada de ridículo, si hubiere sido tratada por ambas partes con decoro y moderación.
En efecto, el hábito de los franciscanos, que nos parece en el día tan raro, era en su origen el de los pobres jornaleros de la Calabria, una simple túnica de paño burdo que bajaba hasta por debajo de las rodillas, y atada por la cintura con una cuerda; un capuchón unido a esta túnica para cubrirse la cabeza del sol y de la lluvia; no era posible vestirse mas pobremente. Se sabe que en los países calientes el pueblo anda con los pies desnudos, y lo mismo sucede en nuestras campiñas durante los calores del estío. En las costas de África, todo el vestido de un joven del pueblo consiste en un pedazo de tela cuadrada atada alrededor de su cuerpo con una cuerda; el vestido del pueblo de Túnez se asemeja exactamente, en cuanto a la forma, al de los capuchinos. En la Judea, los jóvenes iban vestidos como los africanos (Marc., XIV, 51; Joan., XXI, 7). En Egipto no usan ningún vestido antes de la edad de diez y ocho años, y los solitarios de la Tebaida no cubrían mas que la desnudez. Lo mismo acontece en las Indias, y por esto los sabios de este país son llamados gimsonofistas, filósofos sin vestidos. Por lo tanto no había afectación ni ridiculez en el de San Francisco. Los franciscanos mitigados quisieron tener otro mas limpio, mas cómodo, un poco mas arreglado; los espirituales o rígidos querían conservar el de su fundador.
Pero acaso se dirá, las disputas de estos religiosos con respecto a la letra y espíritu de su regla han provenido de la falta de los papas: o esta regla era practicable en todo su rigor o no lo era; si no lo era, Inocencio III y Honorio III no hubieran debido aprobarla; si lo era, los papas siguientes no debían derogarla. Nosotros respondemos que lo que parece practicable y útil en un tiempo, puede parecer menos útil y menos posible en otro. Inocencio y Honorio vieron el bien que resultaba de la observancia de la regla de San Francisco, y no se engañaron, no pudieron prever los inconvenientes que se seguirían, porque fueron originados por las circunstancias. Esta regla practicable, pues, es que todas las reformas que se han hecho entre los franciscanos han tenido siempre por objeto el atenerse a la práctica exacta, no es todavía impracticable como la de la Trapa, que se ha seguido con la mayor exactitud desde el año 1662. Pero razones de utilidad que no se habían previsto, inconvenientes sobrevenidos en ciertos lugares, pudieron hacer juzgar a los papas. que era conveniente tolerar o permitir algunas modificaciones de la regla. La naturaleza de las cosas humanas es cambiar, y no hay razón para desechar lo que puede producir buenos efectos
HERMANOS BLANCOS
Los historiadores han hablado de dos sectas de entusiastas que llevaron éste nombre. Los primeros aparecieron, dicen, en la Prusia a principios del siglo XIV: llevaban mantos blancos marcados con una cruz de San Andres, de color verde y se extendieron por Alemania. Se alababan de detener revelaciones para ir a libertar la la Tierra Santa del dominio de los infieles. Se descubrió bien pronto su impostura, y se disipo la secta por sí misma (Harsfnoch, Dissert. 4, de Orig. Relig. christ. in Prussia).Los otros hermanos blancos metieron mucho ruido. A principios del siglo XV, un sacerdote, cuyo nombre se ignora, bajó de los Alpes vestido de blanco y seguido de una multitud de pueblo vestido de la misma manera, recorrieron de esta suerte, en procesión, muchas provincias, precedidos de una cruz que les servia de estandarte, y con un exterior grande de devoción. Este sacerdote predicaba la penitencia, practicaba él mismo las austeridades, y exhortaba a las naciones europeas a emprender una cruzada contra los turcos; se decía inspirado de Dios para anunciar que tal era la voluntad divina.
Después de haber recorrido las provincias de Francia se fue a Italia; por su exterior compuesto y modesto, sedujo de la misma suerte un gran número de personas de todas condiciones. Sigonius y Platina dicen que había sacerdotes y cardenales entre estos sectarios. Tomaban el nombre de penitentes; iban vestidos de una especie de sotana de tela blanca que les bajaba hasta los talones, y tenían la cabeza cubierta con un capuchón que les cubría la cara a excepción de los ojos. Iban de ciudad en ciudad en gran número de a diez, veinte, treinta y cuarenta mil, implorando la misericordia divina y cantando himnos. Durante esta especie de peregrinación, que duraba comúnmente nueve o diez días, no comían mas que pan y agua.
Habiéndose detenido su jefe en Viterbo, Bonifacio IX sospechó en él miras ambiciosas, hasta la de aspirar al papado, le hizo prender y le condenó al fuego. Después de la muerte de este entusiasta sus partidarios se dispersaron. Algunos autores dicen que era inocente, otros sostienen que era culpable de muchos crímenes. (Mosheim, Hist. ecles., siglo XV, 2* parte 5,8 3).
HERMANOS BOHEMIOS
HERMANOS DE BOHEMIA
Es una rama de los husitas, que en 1467 se separaron de los calixtinos.
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