1.- ¿Por qué condena la Iglesia Católica la Astrología? ¿Es pecado adivinar los sucesos de la vida de uno por el estado del cielo al tiempo de su nacimiento?
La Iglesia condena la Astrología por ser una superstición pagana que fomenta el fatalismo y lleva directamente a la negación de la Divina Providencia. Las estrellas no ejercen influjo alguno en la vida del hombre, y servirse de horóscopos para adivinar el porvenir del recién nacido es, por no decir otra cosa, ridículo.
San Agustín lo ataca con vehemencia en La ciudad de Dios (8,19) y Santo Tomás, en su Suma, dice: "El que observa las estrellas para predecir futuros acontecimientos o acciones humanas futuras, se basa para ello en una opinión vana y falsa; como anda de por medio la intervención del demonio, la superstición de que tratamos es ilícita" (2, 2, q. 95. a, 5).
2.- ¿Permite la Iglesia a los católicos asistir a sesiones espiritistas o hacer de médium? ¿No es admirable el espiritismo por lo bien que prueba la inmortalidad del alma?
La Iglesia advierte a los católicos que se abstengan por completo del espiritismo, verdadera superstición subversiva de la moralidad y de la religión.
El Santo Oficio ha publicado, que sepamos, cinco decretos (1840, 1847, 1856, 1898, 1917) prohibiendo a los católicos "asistir a sesiones espiritistas de cualquier género, con o sin médium, aunque tengan las apariencias de buenas y honestas; ni preguntar a los espíritus, ni oír sus respuestas, ni mirar siquiera a la escena, aunque se proteste positivamente que uno no tiene arte ni parte en las artes diabólicas" (24-Abril-1917).
El espiritismo no es mas que una modernización de la nigromancia pagana, condenada expresamente por la ley de Moisés: "Ni haya quien consulte a los agoreros..., ni quien se sirva de los muertos para averiguar la verdad" (Deuter XVIII, 10). El espiritismo no es una "revelación nueva", sino una superstición pagana que niega los dogmas cristianos, en nombre de una imaginaria comunicación con los difuntos, parodia infame de nuestra Comunión de los Santos. El dios de los espiritistas es un mundo animado impersonal, o un vago desconocido, a quien no se le debe adorar ni suplicar. Tienen por Cristo a un médium humano, espíritu aventajado, que jamás murió en la Cruz para salvarnos, pues ni el hombre cayó ni existe lo que los cristianos llaman pecado. La muerte no es el fin de nuestra peregrinación en este valle de lágrimas, sino el principio de nuestra educación y desarrollo en una de las esferas del espíritu. En la otra vida nuestra felicidad no está vinculada a la visión eterna de Dios, sino a un estado puramente mental o tal vez a un estado parecido al que ahora tenemos, con botellas de cerveza que n os refresquen y vasos de vino generoso que nos conforten. No hay infierno. Así lo piden "la razón y el bien común".
Como se ve, el espiritismo es una superstición grosera y por demás inmoral, ya que se propone echar por tierra los cimientos de la religión ala atribuir a las criaturas que conocimiento de la vida futura, que sólo Dios puede saber. Las experiencias de más de 130 años nos dicen que las prácticas espiritistas son peligrosas tanto para el cuerpo como para el alma. Muchos de sus adeptos han perdido la salud, se han vuelto maniáticos y, lo que es peor, han perdido la fe. En cuanto a los fenómenos del espiritismo, estos son por lo demás numerosos: objetos inanimados que se mueven, suspensiones en el aire, dar extensión y materia a un espíritu, fotografías, escritura automática en pizarras, golpes en una mesa para responder a preguntas, etc. Decimos que aunque éstos y otros fenómenos extraordinarios son con frecuencia inexplicables, la hipótesis espiritista queda por demostrarse. Que hay fraude, es evidente; pero mucho se debe, sin duda, a los fenómenos de telepatía y a la intervención del demonio, que se sirve del médium para destruir la fe y la moralidad de muchos curiosos poco avisados.
No hay que acudir al espiritismo para probar que el alma es inmortal. Esto lo prueba la razón y nos lo dice la fe. Jamás el espiritismo ha identificado un solo espíritu. La doctrina de la inmortalidad del alma no recibe ningún soporte con esta hipótesis de telepatía o intervención diabólica.
3.- ¿Qué piensan del psicoanálisis los moralistas católicos?
La filosofía católica niega totalmente la creencia pagana de estos psicoanalizadores modernos; decir, niega la omnipotencia del inconsciente. El psicoanálisis destruye la unidad de la personalidad humana y hace imposible la continuidad de nuestra conciencia. Destruye también la libertad, la responsabilidad moral y el pecado. El hombre deja de ser dueño de sí mismo, para convertirse en un campo de batalla donde luchan desesperadamente por la victoria ciertas pasiones e incentivos primitivos y anormales.
Estos devaneos no son mas que una parodia pagana de la doctrina católica sobre el pecado original y la caída del hombre, y un esfuerzo inútil para entender la doctrina de San Pablo sobre la ley de los miembros, que está en lucha continua contra la ley de la mente (Rom. VII, 23). Todo aquí es vago e irracional. La teoría del simbolismo del sueño es antinatural; el oficio de censor inconsciente es cosa anticientífica y pura imaginación; el identificar las ideas religiosas con símbolos sexuales es ateísmo puro; la usurpación que se hace del oficio del confesor destruye con frecuencia la vida moral y religiosa del individuo. Y es cosa digna de ponderar que hombres y mujeres que miran la confesión como una carga insoportable se presten de buen grado a descubrir las intimidades de sus pensamientos en materias sexuales a psicoanalizadores profanos y analfabetos en la vida espiritual. Bien dijo el doctor Bruhel que si esta filosofía prevaleciese, "la vida no merecería vivirse, y perdería el mundo su encanto, la religión su dignidad, la moralidad su majestad y el arte su fascinación".
4.- ¿Permite la Iglesia Católica el uso del hipnotismo para curar enfermedades?
La Iglesia permite el hipnotismo cuando hay razones graves para usarlo, y, por otra parte, no hay peligro de superstición o escándalo. Aunque algunos teólogos y moralistas lo declararon diabólico allá en los principios, ahora la Moral y Teología católicas se atienen a las desiciones del Santo Oficio, que el 2 de junio de 1840 dijo: "El uso del magnetismo, es decir, el mero hecho de emplear medios físicos, no es cosa prohibida, con tal de que esos medios sean permisibles en sí y no se intente un fin ilícito o malo". Y el 26 de julio de 1899, a un médico que preguntó si podía usar la sugestión para curar a los niños, el Santo Oficio respondió: "Puede, con tal que no haya peligro de superstición o escándalo".
5.- ¿Por qué permitían los Papas de la Edad Media las ordalías, aquellos juicios de Dios crueles, injustos y supersticiosos?
Los tribunales romanos jamás permitieron las ordalías o juicios de Dios, y los Papas empezaron desde el siglo IX una campaña de exterminio contra estas pruebas supersticiosas. Los pueblos del norte de Europa las habían heredado de sus antepasados paganos, y, una vez convertidos exigían en sus tribunales la intervención del verdadero Dios, como antes lo habían con su Dios Woden. Para justificar su conducta en este punto, apelaban al pasaje del libro de los Números (V, 12-31), "la ofrenda de celos", y a la intervención directa de Dios en el sacrificio de Abel (Gén. IV, 4), en el diluvio (gén. VII), en la destrucción de Sodoma (Gén. XIX), en castigo de Ananías (Hech. V, 5), etc. En su ignorancia, parecían olvidar que no depende de la voluntad de los hombres, sino de la de Dios, y que aunque Dios escucha nuestras plegarias, no está obligado a intervenir milagrosamente a nuestro capricho. Contra estas pruebas supersticiosas y pecaminosas alzaron su voz los Papas Nicolás I (858-867) y Honorio III (1216-1227). El Papa Esteban V (885-891), en una carta del Arzobispo de Mainz, prohibe las pruebas de hierro candente y agua hirviendo, y agrega: "Debemos juzgar los crímenes por la confesión del reo o por el testimonio de los testigos. Lo que no podemos averiguar por estos medios, quédese al juicio de Aquel que lee los corazones". Alejandro II nos dice que "la Iglesia no aprueba en sus cánones las ordalías". Semejantes testimonios tenemos de los Papas Alejandro III (1159-1181), Celestino III (1191-1198) y otros.
La prueba del combate a muerte fue prohibida por la Iglesia desde los principios.
San Avito de Viene (518) protestó contra ella, lo mismo hicieron San Agobardo (840) y el Concilio de Valencia (855). Fue declarada "contraria a la paz cristiana y destructiva del cuerpo y del alma". El muerto en el combate era suicida, y el matador, un homicida. Por desgracia, la sociedad, en este punto, no es hoy más culta que en los tiempos antiguos. La Iglesia católica prohibió el duelo en el Concilio de Trento , y los Papas Benedicto XIV (1752) y León XIII (1893) declararon que por ningún motivo se podía justificar.
6.- Si es supersticioso creer en los sueños, ¿por qué se ha servido Dios de ellos para dar a conocer su voluntad a los hombres, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento?
Creer en los sueños, hasta el punto de dejarnos regir por ellos, es, sin duda, supersticioso; nuestra guía debe ser la conciencia recta y bien formada. La Escritura divina nos previene a menudo contra los sueños, y nos dice categóricamente que "a muchos han engañado los sueños, y los que se fiaron de ellos cayeron" (Levit XIX, 26; Deut. XVIII, 10); Eccles. XXXIV, 7). Sabemos, por otra parte, que Dios se ha valido de ellos para revelar su voluntad, como en los sueños de Abimelech, Jacob, Salomón, Nabucodonosor, Daniel, San José y San Pablo (Gén XXVIII, 12; XXXI, 10; IIIReyes III, 5-15; Dan II, 19; VII, 1; Mat. I, 20; II, 13; Hech. XXIII, 11; XXVII, 23). Los sueños, de suyo, obedecen a una causa natural. Cuando los envía Dios para algún fin, El tiene cuidado de probar su carácter sobrenatural.
La Iglesia condena la Astrología por ser una superstición pagana que fomenta el fatalismo y lleva directamente a la negación de la Divina Providencia. Las estrellas no ejercen influjo alguno en la vida del hombre, y servirse de horóscopos para adivinar el porvenir del recién nacido es, por no decir otra cosa, ridículo.
San Agustín lo ataca con vehemencia en La ciudad de Dios (8,19) y Santo Tomás, en su Suma, dice: "El que observa las estrellas para predecir futuros acontecimientos o acciones humanas futuras, se basa para ello en una opinión vana y falsa; como anda de por medio la intervención del demonio, la superstición de que tratamos es ilícita" (2, 2, q. 95. a, 5).
2.- ¿Permite la Iglesia a los católicos asistir a sesiones espiritistas o hacer de médium? ¿No es admirable el espiritismo por lo bien que prueba la inmortalidad del alma?
La Iglesia advierte a los católicos que se abstengan por completo del espiritismo, verdadera superstición subversiva de la moralidad y de la religión.
El Santo Oficio ha publicado, que sepamos, cinco decretos (1840, 1847, 1856, 1898, 1917) prohibiendo a los católicos "asistir a sesiones espiritistas de cualquier género, con o sin médium, aunque tengan las apariencias de buenas y honestas; ni preguntar a los espíritus, ni oír sus respuestas, ni mirar siquiera a la escena, aunque se proteste positivamente que uno no tiene arte ni parte en las artes diabólicas" (24-Abril-1917).
El espiritismo no es mas que una modernización de la nigromancia pagana, condenada expresamente por la ley de Moisés: "Ni haya quien consulte a los agoreros..., ni quien se sirva de los muertos para averiguar la verdad" (Deuter XVIII, 10). El espiritismo no es una "revelación nueva", sino una superstición pagana que niega los dogmas cristianos, en nombre de una imaginaria comunicación con los difuntos, parodia infame de nuestra Comunión de los Santos. El dios de los espiritistas es un mundo animado impersonal, o un vago desconocido, a quien no se le debe adorar ni suplicar. Tienen por Cristo a un médium humano, espíritu aventajado, que jamás murió en la Cruz para salvarnos, pues ni el hombre cayó ni existe lo que los cristianos llaman pecado. La muerte no es el fin de nuestra peregrinación en este valle de lágrimas, sino el principio de nuestra educación y desarrollo en una de las esferas del espíritu. En la otra vida nuestra felicidad no está vinculada a la visión eterna de Dios, sino a un estado puramente mental o tal vez a un estado parecido al que ahora tenemos, con botellas de cerveza que n os refresquen y vasos de vino generoso que nos conforten. No hay infierno. Así lo piden "la razón y el bien común".
Como se ve, el espiritismo es una superstición grosera y por demás inmoral, ya que se propone echar por tierra los cimientos de la religión ala atribuir a las criaturas que conocimiento de la vida futura, que sólo Dios puede saber. Las experiencias de más de 130 años nos dicen que las prácticas espiritistas son peligrosas tanto para el cuerpo como para el alma. Muchos de sus adeptos han perdido la salud, se han vuelto maniáticos y, lo que es peor, han perdido la fe. En cuanto a los fenómenos del espiritismo, estos son por lo demás numerosos: objetos inanimados que se mueven, suspensiones en el aire, dar extensión y materia a un espíritu, fotografías, escritura automática en pizarras, golpes en una mesa para responder a preguntas, etc. Decimos que aunque éstos y otros fenómenos extraordinarios son con frecuencia inexplicables, la hipótesis espiritista queda por demostrarse. Que hay fraude, es evidente; pero mucho se debe, sin duda, a los fenómenos de telepatía y a la intervención del demonio, que se sirve del médium para destruir la fe y la moralidad de muchos curiosos poco avisados.
No hay que acudir al espiritismo para probar que el alma es inmortal. Esto lo prueba la razón y nos lo dice la fe. Jamás el espiritismo ha identificado un solo espíritu. La doctrina de la inmortalidad del alma no recibe ningún soporte con esta hipótesis de telepatía o intervención diabólica.
3.- ¿Qué piensan del psicoanálisis los moralistas católicos?
La filosofía católica niega totalmente la creencia pagana de estos psicoanalizadores modernos; decir, niega la omnipotencia del inconsciente. El psicoanálisis destruye la unidad de la personalidad humana y hace imposible la continuidad de nuestra conciencia. Destruye también la libertad, la responsabilidad moral y el pecado. El hombre deja de ser dueño de sí mismo, para convertirse en un campo de batalla donde luchan desesperadamente por la victoria ciertas pasiones e incentivos primitivos y anormales.
Estos devaneos no son mas que una parodia pagana de la doctrina católica sobre el pecado original y la caída del hombre, y un esfuerzo inútil para entender la doctrina de San Pablo sobre la ley de los miembros, que está en lucha continua contra la ley de la mente (Rom. VII, 23). Todo aquí es vago e irracional. La teoría del simbolismo del sueño es antinatural; el oficio de censor inconsciente es cosa anticientífica y pura imaginación; el identificar las ideas religiosas con símbolos sexuales es ateísmo puro; la usurpación que se hace del oficio del confesor destruye con frecuencia la vida moral y religiosa del individuo. Y es cosa digna de ponderar que hombres y mujeres que miran la confesión como una carga insoportable se presten de buen grado a descubrir las intimidades de sus pensamientos en materias sexuales a psicoanalizadores profanos y analfabetos en la vida espiritual. Bien dijo el doctor Bruhel que si esta filosofía prevaleciese, "la vida no merecería vivirse, y perdería el mundo su encanto, la religión su dignidad, la moralidad su majestad y el arte su fascinación".
4.- ¿Permite la Iglesia Católica el uso del hipnotismo para curar enfermedades?
La Iglesia permite el hipnotismo cuando hay razones graves para usarlo, y, por otra parte, no hay peligro de superstición o escándalo. Aunque algunos teólogos y moralistas lo declararon diabólico allá en los principios, ahora la Moral y Teología católicas se atienen a las desiciones del Santo Oficio, que el 2 de junio de 1840 dijo: "El uso del magnetismo, es decir, el mero hecho de emplear medios físicos, no es cosa prohibida, con tal de que esos medios sean permisibles en sí y no se intente un fin ilícito o malo". Y el 26 de julio de 1899, a un médico que preguntó si podía usar la sugestión para curar a los niños, el Santo Oficio respondió: "Puede, con tal que no haya peligro de superstición o escándalo".
5.- ¿Por qué permitían los Papas de la Edad Media las ordalías, aquellos juicios de Dios crueles, injustos y supersticiosos?
Los tribunales romanos jamás permitieron las ordalías o juicios de Dios, y los Papas empezaron desde el siglo IX una campaña de exterminio contra estas pruebas supersticiosas. Los pueblos del norte de Europa las habían heredado de sus antepasados paganos, y, una vez convertidos exigían en sus tribunales la intervención del verdadero Dios, como antes lo habían con su Dios Woden. Para justificar su conducta en este punto, apelaban al pasaje del libro de los Números (V, 12-31), "la ofrenda de celos", y a la intervención directa de Dios en el sacrificio de Abel (Gén. IV, 4), en el diluvio (gén. VII), en la destrucción de Sodoma (Gén. XIX), en castigo de Ananías (Hech. V, 5), etc. En su ignorancia, parecían olvidar que no depende de la voluntad de los hombres, sino de la de Dios, y que aunque Dios escucha nuestras plegarias, no está obligado a intervenir milagrosamente a nuestro capricho. Contra estas pruebas supersticiosas y pecaminosas alzaron su voz los Papas Nicolás I (858-867) y Honorio III (1216-1227). El Papa Esteban V (885-891), en una carta del Arzobispo de Mainz, prohibe las pruebas de hierro candente y agua hirviendo, y agrega: "Debemos juzgar los crímenes por la confesión del reo o por el testimonio de los testigos. Lo que no podemos averiguar por estos medios, quédese al juicio de Aquel que lee los corazones". Alejandro II nos dice que "la Iglesia no aprueba en sus cánones las ordalías". Semejantes testimonios tenemos de los Papas Alejandro III (1159-1181), Celestino III (1191-1198) y otros.
La prueba del combate a muerte fue prohibida por la Iglesia desde los principios.
San Avito de Viene (518) protestó contra ella, lo mismo hicieron San Agobardo (840) y el Concilio de Valencia (855). Fue declarada "contraria a la paz cristiana y destructiva del cuerpo y del alma". El muerto en el combate era suicida, y el matador, un homicida. Por desgracia, la sociedad, en este punto, no es hoy más culta que en los tiempos antiguos. La Iglesia católica prohibió el duelo en el Concilio de Trento , y los Papas Benedicto XIV (1752) y León XIII (1893) declararon que por ningún motivo se podía justificar.
6.- Si es supersticioso creer en los sueños, ¿por qué se ha servido Dios de ellos para dar a conocer su voluntad a los hombres, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento?
Creer en los sueños, hasta el punto de dejarnos regir por ellos, es, sin duda, supersticioso; nuestra guía debe ser la conciencia recta y bien formada. La Escritura divina nos previene a menudo contra los sueños, y nos dice categóricamente que "a muchos han engañado los sueños, y los que se fiaron de ellos cayeron" (Levit XIX, 26; Deut. XVIII, 10); Eccles. XXXIV, 7). Sabemos, por otra parte, que Dios se ha valido de ellos para revelar su voluntad, como en los sueños de Abimelech, Jacob, Salomón, Nabucodonosor, Daniel, San José y San Pablo (Gén XXVIII, 12; XXXI, 10; IIIReyes III, 5-15; Dan II, 19; VII, 1; Mat. I, 20; II, 13; Hech. XXIII, 11; XXVII, 23). Los sueños, de suyo, obedecen a una causa natural. Cuando los envía Dios para algún fin, El tiene cuidado de probar su carácter sobrenatural.
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