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martes, 24 de enero de 2012

Fuerza y Santidad

     También quiero, hijo mío, que tu cuerpo sea robusto, pues el antiguo refrán tiene razón: El alma más firme es la que habita en el cuerpo más vigoroso.
     Lo más frecuente es que el hombre enfermo no pueda pensar, o no piense más que en su mal. No sabría entregarse a la acción, y su vida tendría que ser estéril.
     Además, la debilidad corporal entraña frecuentemente la debilidad de la voluntad. Sin salud, no hay esfuerzo que dure, y puede decirse que un organismo bien equilibrado es, en general, la esencial condición de toda energía.
     Sin duda la fe puede transformar el sufrimiento en esa divina labor que redime al mundo, y sufrir es bueno; pero, en general, Dios no nos ha creado para eso, nos ha creado para obrar, y la acción cualquiera que sea, pide un cuerpo sano y fuerte.
     Tú, que quieres cumplir aquí en la tierra la misión para la que has nacido, aplícate, pues, a hacerte de un carácter sólido, a prueba de todas las sacudidas.
El cuerpo se enerva y se acaba más pronto por la inacción que por el trabajo y la fatiga. Es como una arma: ésta se descompone más rápidamente por la herrumbre de la inacción que por el uso, y aquellos que buscan lo que halaga a sus sentidos, corren más rápidamente a su perdición.
     Tú, hijo mío, al contrario, busca lo que te pueda vivificar, fortificar, robustecer.
     En cuanto sea posible, vive en plena naturaleza, en el perfume de las flores, junto al ruido del follaje y el murmullo de las aguas profundas, en la libertad, en la pureza del campo abierto. Al contacto de esa naturaleza viviente, madre y nodriza de los hombres, como decian los antiguos, haz provisión de impresiones sanas y de energía vital.
     Después, acostumbra tu cuerpo, como los soldados que se preparan a la fatiga de los combates, en el duro trabajo de las maniobras.
     Entrégate a las fatigas del trabajo manual, a la actividad y aventuras de largas caminatas a pie y en bicicleta, a los juegos de fuerza, a la gimnasia, a la caza, en una palabra, a los ejercicios viriles que dan vigor y agilidad.
     No descuides los juegos de habilidad; algunos desarrollan con ellos una perspicacia, una finura de tacto y una sutilidad de cálculo verdaderamente asombrosas, admirables.
     Vivificando así, por el movimiento, la sangre de tus venas, conservarás tu salud y desarrollarás en tus órganos esa fuerza que es necesaria en las luchas de la vida.
     De lo contrario, hijo mío, si te condenas a la inmovilidad y no haces circular tu sangre y funcionar tus músculos, tu salud no tardará en alterarse; diversas enfermedades no faltarán cualquier día en advertirte que has perdido el equilibrio fisico, y tu mal será el castigo de tu desobediencia, porque la naturaleza madrastra es difícil que perdone.
     Pero acuérdate, sobre todo, que el más eficaz medio de conservar la salud es el combatir las pasiones, porque son ellas las que rompen, las más de las veces, los rodajes y los resortes de nuestra frágil máquina.
     Somete enteramente tu ser al imperio de tu voluntad; que ninguna de tus potencias escape a la autoridad real de la razón; evita las emociones violentas que hacen latir el corazón tumultuosamente; sé bueno, paciente, casto y piadoso; la virtud conservará tu salud.
     Y serás un hombre en toda la fuerza de la palabra: sólido de cuerpo y alma, a prueba de todo, verdaderamente armado para las luchas de la vida.
     Con la virtud, con una voluntad enérgica y con salud, ¿habrá un deber que no puedas cumplir y una tarea que no puedas realizar?

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